lunes, 30 de junio de 2008

Lo opuesto al dogmatismo

Pocas dudas presenta, coloquialmente, el término "dogmatismo". Su connotación peyorativa, sin embargo, tiene un origen más religioso que filosófico. El dogma en religión, como es sabido, tiene que ver con verdades reveladas por una divinidad y propuestas por la Iglesia de turno. La religión, particularmente la cristiana, al estar insertada en la historia de la civilización occidental, copió todo lo que pudo de los sistema filosóficos anteriores llevando a su terreno la cuestión dogmática. Para ser justos, el sentido en que se usa en filosofía el término "dogmatismo" es diferente de su uso religioso. En el origen de la filosofía, el vocablo "dogma" venía a significar "opinión". Y una opinión en filosofía tenía que ser algo referido a los principios, por lo que el significado de "dogmático" era "relativo a una doctrina" o "fundado en principios". Sin embargo, los filósofos que insistían demasiado en los principios terminaban por no prestar demasiado atención a los hechos a los argumentos (sobre todo, si éstos ponían en duda tales principios); dichos filósofos no se dedicaban a la observación o al examen, sino a la afirmación, por lo que se llamaron "filósofos dogmáticos" a diferencia de los llamados "filósofos examinadores" o "escépticos". No obstante, el sentido que se ha dado en la historia a los términos "dogma", "dogmático" y "dogmatismo" es, tal vez, más complejo. Kant negó la posibilidad de una "metafísica dogmática" y propuso en su lugar una "crítica de la razón"; en este filósofo puede encontrarse quizá el origen del sentido peyorativo de todo lo que atañe a "dogmático". Puede decirse, según Kant, que el dogmatismo se opone al criticismo más bien que al escepticismo. El criticismo puede entender en sentido amplio como una tendencia que matiza todos los aspectos de la vida, una actitud según la cual no es posible ni deseable conocer el mundo o actuar en él sin una previa crítica o un previo examen. El criticismo aspiró a iluminar totalmente las raíces de la existencia humana y a basar el existir en esa misma iluminación. El mismo Kant dijo que "la indiferencia, la duda y, por último, una severa crítica son más bien muestras de un pensamiento profundo". No obstante, el mismo Kant afirmaría que "la crítica no se opone al procedimiento dogmático de la razón en su conocimiento puro como ciencia (ya que tiene que ser siempre dogmática, es decir, tiene que ser rigurosamente demostrativa, por medio de principios fijos a priori), sino al dogmatismo, esto es, a la pretensión de avanzar con un conocimiento puro formado de conceptos". Así, "dogmatismo" puede entenderse como el procedimiento dogmático de la razón pura sin una previa crítica de su propio poder. En el terreno gnoseológico (de la teoría del conocimiento), el dogmatismo se entiende principalmente en tres sentidos: como la posición propia del realismo ingenuo, que admite la posibilidad de conocer las cosas en su ser verdadero y también la efectividad de dicho conocimiento en el trato diario y directo con las cosas; como la confianza absoluta en un órgano de conocimiento, principalmente la razón; por último, como la completa sumisión sin examen personal a unos principios o a la autoridad que los impone o revela. En filosofía, se entiende el dogmatismo como una actitud adoptada en el problema de la posibilidad de conocimiento, por lo que comprendería las dos primeras acepciones. El dogmatismo absoluto del realismo ingenuo no debería existir en filosofía, al comenzar siempre por la pregunta acerca del ser verdadero y, por lo tanto, busca este ser mediante un examen crítico de la apariencia. Así se produjo en los antiguos pensadores griegos y también en el dogmatismo racionalista del siglo XVIII, que llevó a una gran confianza en la razón, pero después de haberla sometido a examen. Muy antipática se hace la visión de Comte, el cual considera, más allá de la posibilidad de conocimiento, el estado dogmático como una forma última de la vida humana, al igual que el estado escéptico. Afirma Comte que "el dogmatismo es el estado normal de la inteligencia humana" y "el escepticismo no es sino un estado de crisis, resultado inevitable del interregno intelectual que sobreviene necesariamente todas las veces que el ser humano está llamado a cambiar de doctrinas", lo necesario "para permitir la transición de un dogmatismo a otro". Según esta visión, el hombre necesita vivir confiado o, según dirá Ortega posteriormente, "en una creencia radical"; solo una fracción de la naturaleza estaría dedicada a la contemplación. No parece que en el siglo XXI haya más respuestas sobre la naturaleza humana que en los siglos previos, más bien al contrario. Y uno de los grandes males de la humanidad sigue siendo, en mi opinión, el llamado dogmatismo en sus diferentes vertientes. El criticismo y el escepticismo, sin traicionar sus respectivos orígenes y sin derivar en otra suerte de dogmatismo, siguen siendo muy necesarios y muy dignos de ser continuamente renovados.

domingo, 29 de junio de 2008

¿Todos rojos?

Buenos, pues aquí nos encontramos, en el día en que parece que una selección nacional de este país, llamado España, va a conseguir que todo el mundo se olvide de la puñetera crisis. ¿Todo el mundo? Cuesta señalar, una vez más, lo obvio, pero no todo el mundo se olvida ni se quiere olvidar de los problemas (y no solo de los suyos, aunque algunos rara vez se acuerden de los de los demás), ni se emociona con el fútbol ni, para mí mucho más importante, con las malditas banderas.
Es un vergüenza que todos los medios (al menos, los generalistas) se tiñan de rojigualdo de la manera más estúpida y no den cabida a la más mínima fisura antinacionalista. Se me dirá, una vez más, que eso no es nacionalismo; claro que no, el nacionalismo siempre es el de los demás. Lo que ocurre es que cuando escuchas por la calle lindezas tales como "¡italiano hijo de puta!" o "¡ruso... idem!, pues dan ganas, una vez más, de quemar banderas. El diario Público, que presume de estar a la izquierda de El País, emplea hoy un ideológico, simplón y fraudulento titular, sin puñetera la gracia: "Hoy todos somos rojos". Menos mal que en todo este maremágnum festivo-patriotero existe alguna voz razonable, y por parte además de gente que le gusta el fútbol. Javier Ortiz señala también lo evidente: que el deporte deber ser bello y emocionante cuando se juega bien (e insinúa también que solo un fanático puede no aburrise con ciertos partidos de balompié) y habla de las pulsiones tribales y colectivistas del personal (que, desgraciadamente, son sinónimo la mayor parte de las veces de "descerebradas"). Ya hablé yo, hace unos días, del opio del pueblo que considero que es también el deporte de masas, y Ortiz nos recuerda lo bien que le sienta al poder tener a la gente adormecida con el histórico "pan y circo" (en este caso, solo "circo", ya que de la crisis parece no acordarse casi nadie, acaba de subirnos el recibo de una necesidad básica como la luz y aquí no pasa nada). Ya digo, menos mal que hay una voz que señala lo evidente (malos tiempos estos, diría Brecht). Otros dos columnistas futboleros, a los que considero entre los más interesantes de El País, hablan del asunto con inteligencia y estilo: Enric González nos recuerda lo que se avecina en este país para los próximos meses si la selección se hace con el título; Carlos Boyero, con su peculiar y atractivo estilo dinamitero, adelanta que ha disfrutado con el buen fútbol de la selección contra Rusia (honestidad ante todo), pero que lamentará en las horas siguientes el triunfo al constatar el descerebramiento alcohólico, adornado con banderas pre y post constitucionales, con sus grititos xenófobos. Menos mal que hay alguna voz o pluma lúcida en este santo país, porque resulta patético e indignante leer o escuchar a periodistas o locutores televisivos y radiofónicos (muchos, de los llamados progres) alegrarse de las lágrimas del contrario y del privilegio que es "ser español" (¡increíble!) o demonizar a los disidentes de toda esta locura primaria.
Parece que el lugar trascendente que antes ocupaba Dios o la Razón, ahora, en estos tiempos mediocres, lo ocupa el fútbol. Todo solucionado, si hay algo que está por encima del ser humano es el balompié (trasunto de esa cosita mezquina e interesada, y que tantos sacrificios pide, que es la patria).

Bueno, pues un poquito de humor inteligente, y con mucha mala leche e intención, vendrá muy bien. Si es por parte de maestros como los Monty Python o El Roto vamos sobre seguro.

jueves, 26 de junio de 2008

La necesidad del escepticismo y del pensamiento crítico

¿Existe un forma correcta de pensar? Habría que contestar, tal vez en primer lugar, que no existe una forma única. Algo tan evidente, queda en entredicho al resultar tremendamente difícil filtrar en esta sociedad algo tan necesario como es el pensamiento crítico y el escepticismo. Es más, parece que ser crítico o escéptico se convierte incluso en algo cuestionable o despectivo y, el mundo al revés, uno debe avergonzarse de su actitud, de su manera de pensar no categórica, de suspender el juicio sobre tantas cosas (no confundir con inseguridad) y debe, además, demostrar sus dudas sobre el asunto en cuestión. Por otra parte, la duda para el escéptico se demuestra con la falta de certidumbre, tan sencillo como esto, pero es el dogmático (el iluminado, y de verdad que no quiero ser irónico con este calificativo, aquel que posee la certidumbre) el que suele negar el debate. Mi escepticismo me lleva a dudar de lo que se me exponga y, después de cierto análisis, tal vez estar en franco desacuerdo. Naturalmente, el escepticismo no bebe de la ignorancia, todo lo contrario, se encuentra abierto a expandir el conocimiento y la razón. No hace falta decir lo necesario que resulta para el progreso, para combatir el integrismo, el deseo de no seguir haciéndose preguntas. Naturalmente, el escepticismo y el pensamiento crítico se aplican primero a uno mismo, a su percepción y conocimiento del mundo (insisto, la inseguridad es otra cosa), abre la posibilidad del cambio hacia mejor, a desterrar el conformismo. Se puede entender el pensamiento crítico como un proceso reflexivo y razonado que intente encontrar una solución ante qué hacer o creer, un proceso consciente, voluntario, racional que realiza la gran pregunta de ¿es ésto lo correcto?, ¿es lo único?, ¿es la verdad?. Ante la menor duda, ya saben cuál será la respuesta. Cuánta razón tenía Sócrates, con su famosa frase "sólo sé que no sé nada"; al menos, a pesar del radicalismo del aserto, yo pienso en ello cuanto más intento estudiar y aprender, más me da la impresión de que el dogmatismo resulta imposible, que el fin del viaje no llega nunca (y no debe llegar, la respuesta está en el camino). Ambos, escepticismo y pensamiento crítico, se encuentran entrelazados, tanto en el interior del individuo como en el mundo externo, empleando las evidencias objetivas que estén a nuestro alcance y enfrentándolas a la realidad. Afortunadamente, parece que existe cierto escepticismo moderno en la metodología científica, por lo que yo quiero ser optimista respeto a un futuro donde la ciencia o la razón no adopten el papel que estaba reservado al idealismo metafísico. No existen verdades absolutas, no existen dogmas, no hay un único camino para tratar de aproximarnos a una conclusión satisfactoria. Qué necesario sería tratar de recuperar la búsqueda de pluralidad del mundo griego antiguo. Todo está por hacer y todo está por investigar, los paradigmas cambian. Por supuesto, también en el campo de la política.

martes, 24 de junio de 2008

El poder liberador de una razón nueva

El concepto de "liberación" no puede, en mi opinión, aislarse del de "libertad", cosa que ha estado tal vez haciéndose durante demasiado tiempo en la historia. Es en tiempos recientes cuando los movimientos de liberación de las minorías y de la mujer han contribuido a que el término cobre interés, acabe ocupando un lugar privilegiado en la especulación filosófica, y se haya comprendido también que esos movimientos se enmarcan en otra más amplio de la lucha de clases. El concepto de liberación no comporta solo un aspecto negativo ("libertad de" o "respecto a"), sino también positivo, es decir "liberación o libertad para". El proceso de liberación debe ser lo más amplio posible, afectando no solo a la especie humana sino también al mundo natural en el que el hombre convive y en el mundo cultural que el hombre genera. En el primer aspecto, cabe destacar la discusión acerca del llamado "especismo" o "especieísmo", en el cual la especie humana se erige en privilegiadora sobre los derechos de otros seres vivos; sin ir yo demasiado lejos en la atribución de derechos a especies no humanas, en mi opinión no debe tomarse este asunto como una cuestión meramente radical o secundaria, o incluso una actitud pasajera "de moda", tal como he escuchado en alguna ocasión. Vivimos en un mundo con demasiados problemas, donde urge alimentar a gran parte de la población mundial, por lo que es inevitable contextualizar un asunto que pretende ir tan lejos; por otra parte, es evidente e indignante el trato que otorga la producción capitalista a seres humanos y animales. En lo que atañe al segundo asunto, la función liberadora de la cultura y de la razón, se ha insistido en la neutralidad e independencia de las mismas respecto a toda liberación; pero, en numerosas ocasiones, con esta excusa se ha programado sutilmente el dominio a través de órganos e instituciones sociales de índole aparentemente científicas, racionales y tecnocráticas. La ideología de dominio puede quedar encubierta por cierto pragmatismo tecnocrático. El horror de una razón meramente formal queda patente al ser el siglo recién acabado el más sangriento de la historia y hallarnos en una realidad actual que no invita al optimismo. Urge una reformulación y expansión de la razón, moldeando a la vez teoría y práctica (algo en lo que los anarquistas han insistido siempre), dentro de un marco de liberación del hombre por el hombre. Un sinónimo de "liberación" de mi agrado es el de "emancipación" (creo que con una raíz germana) y se ha hablado filosófica e históricamente de "el poder emancipador de la razón". Yo sigo confiando en ello, pero dejando claro lo mucho que hay que investigar y ampliar esa "razón", la cual ha fracasado tal como la entendieron en la modernidad y devastando demasiado a su paso.

domingo, 22 de junio de 2008

Fundamentos, actitudes y comportamientos de la Iglesia Católica


El sábado 21 cerró las Jornadas de Librepensamiento organizadas por el grupo anarquista Volia (FAI), con la conferencia de Julio Reyero "Fundamentos, actitudes y comportamientos de una organización criminal: la Iglesia Católica". Empezó la exposición, acompañada de numerosas imágenes y textos, con el recordatorio de que vivimos una época de retorno a las pasiones, al misticismo, en definitiva a los miedos que alimentan las religiones y que las Iglesias pretenden que sean la base del funcionamiento social. Reyero se mostró incluso pesimista al considerar que es posible que volvamos a etapas de pensamiento que se consideraban olvidadas, recordando en este punto la conferencia del día anterior en la que se dejó claro que es importante comprender que la historia no es un progreso continuo o sin freno como sostienen las religiones o sus sustitutos secularizados. El autor considera la religión como un conjunto de creencias irracionales destinadas a explicar la naturaleza de las cosas y cuyas consecuencias han sido siempre la anulación de la voluntad de la persona, la potenciación de sus miedos, el sometimiento, el desarrollo de una fuerza ajena siempre al ser humano y, sobre todo, la represión de sus deseos y sus pasiones más esenciales y naturales. Se recordó la ausencia casi absoluta de documentos para considerar a Jesucristo un personaje histórico y, en cuanto a los mismos fundamentos de la creencia católica, se insistió en lo desastroso y contradictorio de su moral: su desprecio al cuerpo en contraposición a lo etéreo, su desprecio por las pasiones, la exhaltación del sufrimiento, el fomento de la ignorancia y de la obediencia, la discriminación de la mujer y el apoyo a las estructuras patriarcales de convivencia, y de poder en general; en definitiva, un desprecio absoluto a la vida de este mundo. Los mitos bíblicos, considerados más o menos como alegorías infantiles, están copiados de creencias anteriores, tal como documentó Julio Reyero, por lo que algo tan sencillo y evidente como la falsedad del cristianismo queda oculto por siglos de dominación. Se repasaron algunos de los numerosos crímenes de la Iglesia Católica (genocidios, colonialismo esclavista, saqueos explícitos en el pasado, especulación capitalista en la actualidad, persecución de los investigadores científicos, connivencia con el fascismo, abusos sexuales sistemáticos...), su apoyo y adecuacion al poder en cualquier época histórica y los privilegios que mantiene en el Estado moderno (por muy laico o aconfesional que se presente). Hechos que están en la historia, pero en los que no se insiste apenas o se desvirtúan los datos como parte del gran engaño. Todo ello, ya digo, apoyado con numerosas fuentes, datos históricos, fotografias o recortes de prensa.

sábado, 21 de junio de 2008

El lugar de Dios en el pensamiento


Ayer tuvo lugar una extraordinaria conferencia, dentro de las jornadas que ha organizado el grupo anarquista Volia en el Teatro de las Aguas de Madrid, titulada "La religión en la filosofía. El lugar de Dios en el pensamiento", a cargo de Elena Sánchez. Y para disfrutar de esta conferencia, y tratar de aprender algo, es importante combatir nuestros prejuicios (al final, espero que se comprenda esto que quiero decir, que tiene que ver con nuestra manera de pensar heredera de la tradición judeo-cristiana) y comprender en primero lugar que el concepto de Dios ha estado presente en, practicamente, toda la historia de la filosofía. Y Elena pretende plantear en primer lugar por qué aparece Dios con tanta frecuencia en el pensamiento, especialmente en la modernidad a partir de Descartes. La respuesta a esta cuestión no puede reducirse a un nivel personal, ya que muchos filósofos, en cuyo pensamiento aparece Dios, no eran personas religiosas o, incluso, declaraban abiertamente su agnosticismo o ateísmo. Descartes, pensador claro y brillante, fue el elegido en la conferencia para tratar de explicar esta cuestión, ya que es el iniciador de la la época moderna en la filosofía. El autor del "Discurso del método", iniciador también de la filosofía de la subjetividad y pensador barroco, comienza con la duda, muy acorde con el escepticismo filosófico imperante en el contexto histórico que le tocó vivir. Al hablar de "duda" lo que se quiere plantear es que ante el más mínimo planteamiento que ponga en cuestion la verdad, que no parezca absolutamente verdadero, se considerará entonces falso y se eliminará. Ante la disyuntiva, presente desde los inicios de la filosofía, entre el conocimiento sensible y el conocimiento racional, Descartes considerará que los sentidos nos engañan; ante la evidencia de que el conocimiento sensible nos engaña en ciertas ocasiones, concluirá que pueden engañarnos siempre. Así, en este primer nivel de duda se puede decir que Descartes se carga el mundo externo, "quedándose solo" (ni siquiera con su propio cuerpo, el cual pertenece también al mundo sensible). Pero en el siguiente nivel de duda concluirá la imposibilidad de diferenciar entre sueño y vigilia sin el conocimiento sensible, afirmando que en ambas situaciones existe algo que parece absolutamente cierto y es el conocimiento matemático. Aquí, Descartes realiza un artificio literario para avanzar en su pensamiento, y habla de un "genio maligno" capaz de engañarnos en nuestro acceso al conocimiento matemático. Lo que en realidad plantea es "cómo podemos saber que existe un orden del pensar y un orden de la realidad y que esos dos órdenes coinciden", es la gran pregunta del escepticismo filosófico. Dudar entre la conexión entre el pensamiento y la realidad sería el máximo nivel de duda. En este punto, Elena puso un ejemplo clarificador y terrible al hablar de los prisioneros de Guantánamo, a los que se aisló sensorialmente, sin ningún conocimiento del mundo externo, una tortura no menos cruel por no dejar secuelas físicas. Éste sería el cogito cartesiano, el pensamiento puro, "solo yo y mis pensamientos". Lo que quiere decir el conocido "pienso luego existo" de Descartes es que si existe la acción de pensar se garantiza la existencia del acto de pensar. No obstante, Descartes no se queda solo en este punto, lo que le convertiría en un escéptico más, sino que desea el conocimiento de la verdad. Considerará que el pensamiento existe y admitirá tres tipos: conocimiento de conciencia que proviene del exterior; el conocimiento que se construye en nuestra imaginación, y las ideas innatas. Con estas últimas nacemos y entre ellas está, por eliminación de las dos anteriores, la idea de Dios. Esta es la gran trampa de Descartes, ya que esta idea innata que es Dios es la que destruye al "genio maligno", la que garantiza el conocimiento de la verdad. Cuando yo realizo un enunciado racional, Dios será el garante de que se corresponda con la verdad. Hasta tal punto este plantemiento fue importante, que todos los filósofos racionalistas posteriores no comenzarán con la duda, sino con esta idea de Dios. Leibniz dirá que si existe un orden racional, un fundamento de la verdad, será gracias a Dios, el cual cumple este papel fundamental en la modernidad al hacer de puente entre el pensamiento y la realidad. Nietzsche será el único capaz de realizar una ruptura con su enunciado de que "Dios ha muerto" (frase que en realidad es de Hegel, pero a la que sacará su máximo partido Nietzsche) y afirmar que no existe ese puente ontológico, que no hay ningún garante de la verdad. Lo que Elena Sánchez quiso dejar claro es que desde los inicios del Cristianismo todo el afán del pensamiento filosófico y científico ha sido reducir la multiplicidad a la unidad: para explicar la realidad es necesario reducirla a uno, y el presupuesto ontológico para ello es Dios (el principio de todo). De nada sirve que nos declaremos ateos o contrarios a la religión si seguimos manteniendo esos presupuestos ontológicos, reduciendo el pensar a la unidad, y cambiando a Dios por la Razón o por el Hombre. Es un simple cambio de monarca. Reducir toda la explicación de la realidad a un único principio es un legado del Cristianismo, "una secularización disfrazada".

jueves, 19 de junio de 2008

La vieja y mezquina Europa

No soy nada europeísta (tampoco, por supuesto, españolista, ni ninguna suerte de regionalista -no me resisto a hacer el chiste con el apelativo de "madridista"-), no ha sido nunca de mi gusto eso de unos Estados Unidos de Europa fuertes para convertirse en algo parecido a los del otro lado del charco (para hacer frente a un dragón te acabas convirtiendo en lo mismo). Pero es que, además, solo la reciente propuesta de una jornada laboral indecente o el aumento de tiempo en las retenciones a inmigrantes es para vomitar. Para vomitar y no parar, viendo como en el pasado el sistema económico recibe de manera más o menos abierta (aplicando el populismo o la hipocresía según convenga) a personas de fuera para trabajar como mulas de carga, y ahora que se avecina una crisis (término que hará reir o llorar a muchos, que llevan toda su vida en este estado) se toman medidas para internar a los inmigrantes en campos de concentración. La "gran preocupación" del ciudadano medio es la invasión de personas de fuera. Y no hablo en sentido figurado ni sarcástico, conozco a muchas personas que razonan de esa manera: si no detenemos a los hambrientos del mundo van a acabar vagando por nuestras calles y mordiéndonos el culo. La cuestión es que yo no tengo estómago para, en un mundo donde tanta gente vive en la indigencia, permitir una política represiva para el que se está buscando las habichuelas. Así de simple lo veo. Naturalmente, relacionar inmigración con delincuencia es una mezquindad que ni me atrevo a mencionar. Eso, a pesar de las numerosas opiniones de los españolitos que aplican la lupa para el extranjero, mencionando sus muchas carencias, sin tener la misma vara de medir para lo que tiene en casa. Yo, si tengo que juzgar por mi experiencia personal, y creo que no soy nada dado a maquillar la realidad, jamás he tenido un problema con inmigrantes (al menos, nada digno de mencionarse, otra cosa es si quisiera magnificar alguna nimiedad). He vivido en los barrios obreros con más diversidad étnica y la mayoría de las personas que he conocido han sido trabajadores con las mismas necesidades que cualquier otro miembro de la raza humana. Lo que debemos hacer las personas de a pie, los trabajadores (no está nada mal recuperar eso tan añejo de "conciencia de clase"), es materializar esa idea nada utópica de la unión fraternal, defender los derechos humanos y laborales de cualquier persona sea cual fuere su origen, aprender a luchar juntos por un mundo mejor. ¿Que digo cosas bellas e idealizadas? Pues sí, cosas bellas e ideas que pueden tener un reflejo en la vida diaria si dejamos de pensar de manera mezquina e interesada, razonando como quiere la clase dirigente, y tendemos a unos valores humanos sólidos. Estas políticas en Europa, que he mencionado al principio, anti-sociales e inhumanas, y que para muchos no son nada sorpresivas, y el hecho de que este gobierno socialista, socialmente tan concienciado en el pasado, afronte ahora una segunda legislatura tomando medidas dignas de la derecha es para, una vez más, dar la razón a la acracia.

miércoles, 18 de junio de 2008

Del deporte como sustancia opiácea

Que me llamen puritano o trasnochado, o cualquier otro epíteto facilón, pero yo es que me echo a temblar con esto del fútbol, con sus códigos nacionalistas, con el fervor alcoholizante y descerebrado que desata, con sus rituales gritones y tan a menudo racistas. Tal vez, ya digo, sea mi análisis simplista o ingenuo, pero en una sociedad (o, para que se me entienda, "en un mundo", yo lo siento, pero no entiendo de colores nacionales) con tantos problemas, que el personal sea capaz de permanecer embobado con la cita deportiva de rigor es para replantearse una y otra vez las muchas caras del "opio del pueblo". Porque yo, no sé otros, pero es que sigo viendo un mundo con demasiado problemas y sigo observando que si estamos entreteniditos y sin pensar demasiado resulta mucho mejor para los que manejan el cotarro. Si encima seguimos manteniendo de paso el mundo dividido en naciones (ese beligerante "¡a por ellos!" que se oye por doquier habla por sí solo), y sus inevitables ismos derivados, pues qué quieren que les diga, que yo me niego a alegrarme de los éxitos de una panda de multimillonarios que han nacido en una determinada geografía no muy distante de la mía. Y que conste que soy capaz de disfrutar de un buen partido de balompié (esa es otra, encontrar un buen espectáculo en este deporte no es fácil), y de muchos otros deportes, pero quitarme el cerebro o abrazarme a una bandera es algo que espero no conocer.
Ya digo, que me llamen cualquier cosa (es demasiado fácil, hoy en día, en un mundo "sin ideologías", ni apenas ideas, etiquetar a los que reclaman algo mejor), pero yo sí creo que hay numerosos mecanismos, explícitos o no, en el sistema (un sistema consumista, que no propicia precisamente el amor a la cultura o la transforma en mercancía), que conducen a anular la consciencia de las personas y a inhibir su deseo de rebeldía ante la injusticia social. Los socialismos del siglo XIX aludían a la taberna y a la religión como las principales responsables de la falta de conciencia. Hoy, tal vez vivamos un mundo más complejo, pero no creo que se pueda desdeñar esa visión, simplemente hay que aplicarla a la realidad actual. He hablado del fútbol, por haber tanta afición en este país, pero se puede extender a otros deportes y a muchos otros ámbitos. El furor desatado en los últimos años por los éxitos automovilísticos de un monótono tipo racialmente español también me causa estupor; el ridículo del asunto es más notorio cuando estos deportistas multimillonarios suelen buscar paraísos fiscales ajenos a su amada patria.
Recientemente, disfruté de un espectáculo humorístico-musical (de unos chavales cojonudos llamados Ron Lalá) en el que se parodiaba a un progre que protestaba, por el afán de protestar, coreando "¡No me gusta nada!". Me reí mucho y, por qué no, puede servir un poco como análisis autocrítico (dentro de lo esquemática que suele ser la parodia, claro está). Pero lo que sí pretendo es que mi "afán de protestar" tenga una base sólida. Creo que la consciencia y la conciencia no están reñidas con una buena diversión (por muy ligera que se presente) ni con las emociones.

lunes, 16 de junio de 2008

Algo de teatro

Hasta el 6 de julio, se puede ver en el Teatro Valle-Inclán, en el madrileño barro de Lavapiés, la obra de Lluïsa Cunillé Après Moi, le déluge (que quiere decir literalmente "después de mí, el diluvio", y viene a significar algo así como "ahí os quedáis"; mejor no preguntar por qué han dejado el título en francés). Al margen de las grandes carencias del texto (da la impresión de que la obra pretende mantenerse únicamente, sin un cuerpo sólido, por abordar un tema humano y comprometido), es interesante la reflexión que provoca acerca del mundo en que vivimos. Una reflexión bastante elemental, de acuerdo, pero la triste realidad es que seguimos manteniendo nuestros papeles a diario, en esa gran e injusta obra de teatro que es la vida, aún sabiendo que somos partícipes del sufrimiento de tantas personas en lugares menos afortunados que el nuestro. Uno de los protagonistas de la obra es un tipo tan cínico como hijo de perra, absolutamente consciente del desgraciado rol que ejerce como empleado de una gran empresa que se dedica a la extracción y comercialización del coltan. Para los que, a estas alturas, no lo sepan (en el texto, pretenden dar credibilidad a una intérprete que lo desconoce, viviendo en la capital del Congo) se trata de un preciado mineral esencial para la fabricación de nuevas tecnologías en el mundo desarrollado (teléfonos móviles, fibra óptica, consolas de videojuegos…, también misiles). El comerciante de coltan, interpretado con convicción por Jordi Dauder, trata de abrir los ojos a su pareja teatral con la declaración de que aviones con multitud de armas llegan a la región continuamente para partir cargados con el valioso coltan, así como con oro y diamantes (también habituales en las minas de África central y del sur). Ya digo, parece triste tener que poner en el debate lo obvio, la gran responsabilidad del Primer Mundo, de este sistema económico depredador y de las multinacionales en la triste realidad del mundo subdesarrollado. Un amigo mío estuvo hace años en la República Democrática del Congo (llamado Zaire hasta hace pocos años, víctima de la brutal colonizacion belga antes de eso), en un proyecto de cooperación, y le eché una mano para montar posteriormente una exposición fotográfica sobre su experiencia con el título de "El país más rico del mundo". En otra ocasión, tuve una pequeña discusión con mi amigo al afirmar mi imposibilidad ética, a priori, de realizar ciertos trabajos en el "sistema" (no voy a detallar qué trabajos, pero tenían más que ver con el Estado que con el capitalismo). Me recordó, creo que sin el menor asomo de cinismo, la cuestión del coltan y nuestro consumo diario de tecnologías fabricadas con ese mineral manchado de sangre. Bien, no le voy a quitar razón a mi buen amigo en absoluto, no podemos obviar nuestra participación ni cerrar los ojos ante la explotación económica y la financiación de guerras, es difícil ser totalmente consecuente si estás dentro de aquello que rechazas (y yo tengo, probablemente, más de la mitad del cuerpo dentro del "sistema"). Lo que ocurre también es que esa falta de jerarquización en la responsabilidad conduce, en gran parte de los casos, al cinismo y al conformismo más repugnante.

domingo, 15 de junio de 2008

Convicción ideológica para una sana renovación

Por mucho que estemos convencidos de que las ideas libertarias están cargadas de futuro y que la sociedad sin Estado constituye una conquista del futuro, es inevitable aceptar una realidad que supone un cierto estancamiento y acomodo en ideas nacidas hace décadas, y también una praxis que insiste en una lucha similar a la de nuestros abuelos, los cuales vivieron una realidad social muy diferente (ojo, que no digo con esto que vivamos una situación mejor, aún aceptando cierta conquistas sociales).
La realidad es que se ha producido toda una revolución científica y tecnológica que ha modificado drásticamente la sociedad e incluso al ser humano. Sí, el mundo puede ser incluso más desigualitario, o cargado de mayor fanatismo, que hace 100 años, pero no podemos ignorar desde la perspectiva libertaria las alteraciones que produce el progreso (y la primera tarea es, tal vez, discriminar lo aceptable y lo rechazable en esta forma de entender el progreso).
Las ideas libertarias son radicales en su esencia, y desde mi punto de vista pueden estar orgullosas de serlo (al margen de lo peyorativo que puede suponer tal término en boca del poder político o de los medios), constituye una seña de identidad que hay que enarbolar con orgullo y sin que debamos pensar que cause temor en el prójimo, con la voluntad de transformar una realidad injusta, de subvertir un orden jerarquizado que ha encontrado formas muy sutiles de dominación.
Sí, muchas veces insistimos en cómo han calado ideas libertarias del siglo XIX (sobre ecologismo, sexualidad, educación, arte, igualdad de géneros...), adelantadas a su tiempo y sobre las que los primeros anarquistas deseaban seguir investigando y haciéndose preguntas (a diferencias de otras vertientes socialistas, que ya parecían tener todas las respuestas sobre la sociedad futura). Es cierto, pero a cambio de estas transformaciones que han impulsado las ideas libertarias, se siguen produciendo multitud de alteraciones de los mecanismos de dominación, por muy liberal que se presente el sistema. Supone un gran esfuerzo, pero pienso que debemos hacer ese análisis y esa renovación ideológica (manteniendo, claro está, los presupuestos elementales) si no queremos mantener un discurso que muchas personas consideran obsoleto. Y no es que yo piense tal cosa en absoluto, pero el sistema pretende relegar las ideas anarquistas a una urna de un museo (a veces, incluso, a una bonita urna), y no debemos caer en esa trampa nosotros al insistir en un pasado glorioso que fue aniquilado por las ideas autoritarias con sus múltiples vertientes. Por supuesto, pIenso que se puede establecer un hilo conductor con los libertarios del pasado, considero esencial, y yo mismo lo hago en este blog y en otros ámbitos, difundir unas ideas de enorme valía, pero no podemos ignorar las profundas transformaciones, sobre todo tecnológicas y económicas, pero también sociales y políticas, que insertan esas mismas ideas en un contexto histórico muy concreto.
Es muy habitual escuchar en la calle lo trasnochado del anarquismo, y la mayor parte de estos comentarios son meramente superficiales (apoyados, consciente o inconscientemente, en esa mezquindad del fin de la historia y de las ideologías); a cambio de ello, nosotros debemos seguir insistiendo en el debate, la educación, el conocimiento y la investigacion social. Ello tiene que suponer la plena actualidad de las ideas anarquistas.

jueves, 12 de junio de 2008

¡¡NI HABLAR!!

Ante la propuesta de la comisión europea de aumentar la jornada semanal (¡¡a 65 horas!!) solo cabe indignarse y señalar lo obvio, la involución que nos quiere situar dos siglos atrás y el ataque a las más elementales conquistas laborales. En una Europa cada vez más conservadora, en un contexto de crisis económica, se impone el argumento de la competitividad empresarial sacrificando a los de siempre. Si ya resulta complicado en nuestra sociedad tan "avanzada" dedicar tiempo para nuestro ocio, formación en otros ámbitos, vida personal..., solo queda que se institucionalice la esclavitud y se reduzca a las personas a meros productores.

martes, 10 de junio de 2008

La insignificancia de ser contertulio político

¿Se puede ser algo más mediocre que un contertulio político en este país? Sí, no hay que generalizar y hay grados, pero es que lo de los "opinadores" profesionales éstos es como lo de los políticos, para ejercer de tales hay que asumir los presupuestos y parámetros de un sistema político bastante limitadito. Y encima, parece ser que les pagan una pasta; la inefable Isabel San Sebastián, después de dejar de ir a "59 segundos" por ser bastante sensible a comentarios ajenos, dijo que les pagaban 1.000 euros del ala por decir sus cositas en cada programa. Escuchar una tertulia radiofónica o televisiva (todavía más las segundas que las primeras) viene a ser pensar que la sociedad española es de un maniqueísmo insultante (a favor o en contra del gobierno o de la oposicion). Ver siempre las mismas caras, o escuchar las mismas voces (que se suelen corresponder con aquellas), opinando lo mismo, sobre los mismos temas, produce bastante indignación. No creo que estos personajes sean un reflejo de la calle, más bien al contrario, la influencia mediática sobre una sociedad políticamente muy desmovilizada hace bastante daño. Poco podemos opinar sobre la realidad social si nos limitamos a la información que sale en los medios. No soy ningún "conspiranoico", no creo que haya ningún "Gran Hermano" explícito diseñando nuevas sustancia opiáceas para el pueblo, pero sí pienso que la lógica de nuestra sistema político y económico nos convierte en poco más que meros espectadores de una realidad simplista y acomodaticia (y eso por utilizar términos "amables"). Por si no tuviéramos poco con una televisión patética, en la inmensa mayoría de los canales y de la programación, hay que permitir que la escasa información política (hablar ya de "implicación política" es una quimera) sea un despropósito. Y, por supuesto, no soy equidistante. Ni el mencionado programa de TVE presentado por Ana Palacio es tan indignante como un "Madrid Opina" presentado por un Sáenz de Buruaga más partidista que muchos de los contertulios, ni la programación de otros canales público es tan flagrante como la de TeleMadrid (por cierto, ¿es verdad que llevan años sin programar una película española?). Si rebuscamos un poco en los diferentes medios (prensa escrita, radio, televisión, Internet...), descubriremos que los mismos nombres se encuentran concentrados en los mismos sitios opinando lo mismo sobre las mismas mediocridades interesadas. Por favor, un poquito de inquietud para superar esta actualidad tan sesgada, es imposible estar informado solo con un periódico o con un telediario. Es mucho pedir a una sociedad pendiente de tanta estupidez informativa, tanto deporte y tanta banalidad revestida de espectáculo.

lunes, 9 de junio de 2008

El paradigma de la dominación

El Estado moderno, su idea o "principio metafísico" que lo constituye (como diria Bakunin), completa el proceso en el que la instancia política se hace autónoma e introduce en la sociedad la determinación semántica que la estructura de dominación (propia del Estado) impone. Es decir, el poder político (entendido como expropiación y control en manos de una minoría de la capacidad regulativa de la sociedad) genera una estructura de dominación, pero ésta es también parte y elemento formativo del poder.
Eduardo Colombo, en "El Estado como paradigma del poder", parece no encontrar a priori una definición satisfactoria para el Estado y menciona a varios autores. “El Estado existe esencialmente en el corazón y en el espíritu de sus ciudadanos; si ellos no creyeran en su existencia ningún ejercicio lógico podría darle vida” (Joseph Strayer). “¿El Estado? Creo porque es absurdo. Creo porque no puedo saber.  De lo que se desprende... que la posición anarquista no deriva de la ignorancia, sino del descreimiento” (Louis Sala-Molins). “El Estado es una idea...; existe sólo porque es pensado. Es en la razón de ser de este pensamiento donde reside su esencia (...). Está construido por la inteligencia humana a título de explicación y justificación de un hecho social que es el poder político” (G. Burdeau, en la Encyclopaedia Universalis). Se deduce que la credibilidad y legitimidad del contrato (donde los hombres ceden su libertad) se basa en la creencia, el proceso mental y voluntario da lugar a lo real. Se puede decir que la dominación que supone el Estado no se reduce a la reproducción del poder político en el mundo externo, sino que hay también un proceso de interiorización en el individuo, una aceptación voluntaria del deber de obediencia.
Colombo define el campo de lo político como todo lo que atañe a los procesos de regulación de la acción colectiva en una sociedad global. Esa regulación es un producto de la capacidad simbólico-instituyente de toda formación social. El poder político de dominación es el resultado de la expropiación de la capacidad simbólico-instituyente por un minoría y, así, la instancia política se autonomiza. En conclusión, el Estado moderno no es más que una forma histórica particular del poder político (como ha habido otras en la historia), una manifestación humana (pensada) perfectamente desacralizable, y, por supuesto, la sociedad sin Estado (donde no existe el poder político o dominación) está por conquistar.

domingo, 8 de junio de 2008

Filosofía del Estado

El Estado ha sido objeto de reflexión filosófica en la mayoría de los grandes pensadores de la historia de la humanidad. Tal vez desde Platón, se ha intentado definir su esencia y su misión con respecto al individuo y a la sociedad. En la Antigüedad, la discusión del Estado se refería a la mejor organización de la sociedad, ya que se trataba de un caso particular del problema más general de la justicia; en los escritos platónicos y aristotélicos se recogen los temas que ya habían puesto en circulación los sofistas, se habla del Estado como la mejor forma de articulación de los individuos y de las clases para realizar la justicia, dando a cada uno lo que de derecho le pertenece. Platón y Aristóteles se opusieron a algunos sofistas, los cuales consideraban que el Estado no se fundaba en la justicia, sino en el interés del más fuerte. En esos sofistas, podemos encontrar antecedentes de las teorías modernas del maquiavelismo, del contrato social o incluso del totalitarismo: el Estado se halla ligado básicamente al poder.
En la Antigua Grecia, se discutió ampliamente sobre la mejor "constitución política", es decir sobre los diferentes tipos de Estado (timocracia, oligarquía, democracia, aristocracia, tiranía...) y tanto Platón como Aristóteles trataron de hallar el fundamento de la legitimidad del poder en el Estado, en un tipo de constitución que estuviera igualmente distante de la anarquía y de la oligarquía. El gobierno de unos pocos no era necesariamente oligárquico, ya que no está fundado en los intereses particulares de una minoría sino en los del Estado (entendiendo éste como articulación en aras de la justicia).
En la Edad Media, se estableció el conflicto entre la supremacía del Estado o de la Iglesia. El primero se entendería como una comunidad temporal e histórica y la segunda como una comunidad espiritual que se halla en la historia, pero que trasciende de ella. San Agustín y Santo Tomás de Aquino subordinaron el Estado a la Iglesia y lo entendieron bien como algo negativo bien como una comunidad temporal que debía ser guiada por la propia Iglesia. En el Renacimiento, habrá un cambio radical con una fuerte reacción contra el predominio de la Iglesia y se producirá la conformación de los Estados nacionales. Pensadores como Maquavelo exigirán una separación total entre Estado e Iglesia. Se desprende así al Estado de su fundamento divino y se le inserta definitivamente en la temporalidad y en la historia. De esta manera, surgen las primeras concepciones sobre el Estado ideal, como Utopía de Moro o La Ciudad del Sol de Campanella, que recogen la tradición platónica al intentar diseñar una organización política donde sea posibles la paz y la justicia.
Durante los siglos XVII y XVIII, nace y predomina la teoría contractualista, según la cual el Estado nace de un pacto entre los hombres, bien para evitar el aniquilamiento mutuo (Hobbes) bien como sometimiento a la voluntad general (Rousseau). Spinoza tendrá una teoría paralela, según la cual el Estado es una comunidad de hombres libres, un garante de la libertad. El Estado se va configurando como un equilibrio, tanto de los distintos grupos religiosos como de las clases. En la Ilustración, existirá la doctrina del "despotismo ilustrado", en la que el Estado es capaz de conducir a los hombres por el camino de la razón frente al oscurantismo y la superstición del pasado. La filosofía romántica que se desarrolla en Alemania al hilo de los nacionalismos y de las tradiciones tiende a identificar nación con Estado. Para Hegel, el Estado será el lugar donde el espíritu objetivo, vencida la oposición entre familia y sociedad civil, llegue a realizarse plenamente; es un precedente de lo que seran posteriormente los Estados totalitarios. El que rige el Estado debe ser, según la teoría romántica, el representante del "espíritu del pueblo" o "espíritu nacional", el que cumple los fines objetivos planteados por este espíritu.
El análisis anarquista empieza a finales del siglo XVIII con Godwin, el cual denuncia el contrato social que conduce a la autonomía de la instancia política y somete la razón individual a la razón de Estado.
Puede decirse que el Estado, su resultante histórico, como conjunto o cuerpo institucional, posee las características de constituirse como unidad del espacio político, de identificarse con la ley y de expresarse por medio de la prohibición y de la sanción. Así, tal vez el Estado moderno comienza a existir cuando tiene la capacidad de hacerse reconocer sin necesidad de recurrir a la fuerza ni a su amenaza.

sábado, 7 de junio de 2008

El principio de la autoridad legitimado en el idealismo metafísico

Es conocido que Bakunin es uno de los pensadores protoanarquistas más conocidos y, tal vez, el más carismático. Pero, más allá de su veneración (excesiva, a veces) por ser uno de los principales representantes de la historia del anarquismo, es interesante preguntarse si este hombre es un pensador primordial para el pensamiento contemporáneo. Yo creo que sí, y es importante revisar su obra (bastante caótica, todo hay que decirlo, comprensible en una agitada y apasionantes vida llena de conspiraciones) y disfrutar de ella desprendido de prejuicios (positivos o negativos). Demasiado conocida es también su ruptura con Marx, pero también inestimable su juicio avant la lettre respeto al socialismo de Estado o autoritario (la expresión de Bakunin sobre ese "comunismo de cuartel" en que iba a desembocar el marxismo se convirtió en una triste realidad). El gigante ruso conoció muy el pensamiento de su época, pasando de Kant a Fichte, de ahí a Hegel, y relacionándose con personalidades relevantes del momento. Desde el punto de vista filosófico, el pensamiento bakuniano se funda en un completo materialismo (que él llamó "el verdadero idealismo", afirmación de la realidad en el mundo terreno), en el ateísmo (o antiteísmo: para afirmar la libertad terrenal del hombre es necesario desterrar la mística leyenda del libre albedrío metafísico, que acaba negando la auténtica libertad, social y política, del hombre) y en la unión de los mundos físico y social. Consideraba que la libertad de la voluntad existe, aunque considerándola relativa y cualificada en última instancia y no incondicional, y definió la libertad como "el dominio sobre las cosas exteriores, basado en la observación respetuosa de las leyes de la naturaleza". En cuestiones éticas, para Bakunin la "moralidad anarquista" es la "moralidad verdaderamente humana". Consideró que el concepto de divinidad expropiaba la vida real y los más altos valores humanos (justicia, amor, razón…) en nombre de la nada y convirtiéndolos en insondables para los hombres. Por otra parte, el Estado moderno, no muy diferente del Estado teológico, se legitima en un supuesto contrato libre y se arroga la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, la moral se reduce finalmente a "razón de Estado". La diferencia entre Estados no es en el fondo más que un cambio de religión y el nuevo Estado laico pregonará la fe del "patriotismo". Bakunin reconocía los meritos del liberalismo en la evolución del pensamiento (al restarle atributos al Estado), aunque recordaba que finalmente requería de la protección del Estado para preservar los privilegios de la burguesía. Pero la crítica a los liberales no es solo ésta, también negó el anarquista ruso el contractualismo y la existencia ontológica del invividuo previa a la de la sociedad: para él, la libertad humana es una creación histórica y social, el hombre solo puede ser auténticamente libre en sociedad mediante la reflexión y el reconocimiento en los demás (solo la igualdad y cooperación hacen verdaderamente libre al hombre).

jueves, 5 de junio de 2008

Sobre la ausencia o erradicación

Resulta osado tratar de dar un sentido definitvo a la acepción positiva de "anarquía", pero a mí particularmente me gusta la expresión "sin jefe", que además no traiciona para nada su sentido originario, mucho más que otras muy manidas como "ausencia de autoridad" o de "ley". Pienso que el anarquismo como ideal de la humanidad sí supone el respeto a una autoridad (la que queda legitimida por la colectividad, que a su vez respetará armónicamente a la autoridad que supone la conciencia de cada individuo) y a una serie de normas, todo ello en un estado de máxima flexibilidad (otro significado que me agrada para "anarquía"). Es más, yo sería cuidadoso incluso en cuanto a la oposición anárquica a cualquier gobierno, ya que se pretende (según mi opinión, insisto) que no haya una clase dirigente (ausencia de jefes, vamos), pero sí podríamos expresar la anarquía (o el anarquismo, como su concreción política positiva) como la intención de que el gobierno quede diluido en el conjunto de la sociedad (implicación de cada persona en los asuntos que le atañen, menor delegación posible). La etimología de la palabra nos remonta al "arkhé" griego ("fuente", "principio", "origen"... además de "autoridad"), tan importante para los orígenes de la filosofía. Curiosamente, esa ausencia de "principio" que sería la anarquía en la antigüedad (o falta de sujeción, expresión que gustará también a un espíritu libertario), condujo a que numerosos teólogos medievales consideraran que aquí el único anárquico era Dios. Otro motivo más, por si tuviéramos pocos, para reafirmarnos en el ateísmo. En la modernidad, va tomando forma el significado político de la palabra "anarquía" y se van configurando diversas doctrinas para el anarquismo. A Hobbes le debemos la acepción política más negativa del término, ya que consideró que era necesario un soberano absoluto para superar ese estado de la naturaleza en el que los hombres eran incapaces de gobernarse a sí mismos y se daba la lucha de todos contra todos. Le vamos ganando la partida al autoritario autor de Leviatán. El poder tiende a perpetuarse y aplastar toda disensión, por lo que es necesaria ésta, así como la expansión de la libertad en general; también el liberalismo ha sostenido este principio, pero la su identificación con una sola clase (la burguesa) le hace distanciarse del anarquismo en los aspectos social y económico. Pero vuelvo al significado de "anarquía" como "ausencia de...". También es habitual hablar de la sociedad anarquista como supresión de toda coacción, pero de nuevo caemos en un radicalismo formal que tal vez no ayude demasiado a expresar las ideas libertarias. "Coacción" como expresión de fuerza o violencia para realizar algo es un claro enemigo de la idea anarquista, pero podríamos añadirle algún adjetivo tan bello como "moral" (aunque, para ser honestos, habría que darle contenido a esta palabra, y ahí entra en juego la "moral anarquista", con una fuerte tradición y unos fuertes principios). "Coacción", "poder", "autoridad"... son conceptos que difiícilmente pueden ser erradicados, pero sí tener un significado muy diferente en una sociedad todo lo libre e igualitaria que podamos realizar (y todo está por hacer, no hay nada que trascienda al ser humano). Ya digo, la victoria moral histórica corresponde sin duda a las doctrinas anarquistas.

miércoles, 4 de junio de 2008

Sobre la naturaleza humana

Jesús Mosterin es un interesante filósofo que acaba de publicar La naturaleza humana, obra que pretende indagar en qué es el ser humano. Me identifico con su concepción individualista de la ética y con su negación de toda trascendencia colectivista. Sin embargo, hay varias cosas que me chirrían leyendo una entrevista a este hombre. Ante la máxima de Fukuyama acerca del fin de la historia y de las ideologías, y de que el capitalismo es el sistema que mejor se adapta a la naturaleza humana, Mosterín menciona la posibilidad de que la naturaleza humana se vea alterada por la tecnología genética y así perdería validez la sentencia de Fukuyama . Éste, pretende blindar los valores de la comunidad política, valores comunitarios que el filósofo español niega que existan, ante el avance de una revolución tecnológica desprendida de humanismo. Por otra parte, ante la pregunta de dónde se deriva el bien común, Mosterín insiste en lo individual de la ética, pero no así el derecho utilizado como imposición a cada individuo (para, por ejemplo, no robar al prójimo). El filósofo sentencia a continuación (no sé si irónicamente): "Tal vez en el futuro, cuando sea posible seleccionar todas las carecterísticas genéticas de los hijos, llegue a no nacer ningún individuo peligroso o malvado, y tal vez el anarquismo llegue a ser posible entonces". Mosterín pone voz a la mayoría de la humanidad, al decir que está de acuerdo en perder algo de libertad a cambio de poder defendernos de esos individuos (las malas personas). Bien, ante este argumento (que sí es posible que lo sostengan gran número de personas), se requieren un montón de matizaciones y alguna que otra negación (y, de nuevo, y lamento ser persado, indignación). El anarquismo se ve reducido a una caricatura en estos razonamientos; si el filósofo hubiera mencionado la palabra "anarquía", con doble acepción, quizá yo no me indigne, pero él parece referirse a una política anarquista (que es lo que está detrás de "anarquismo", con lo cual se agradecería que no se utilice alegremente). Aceptando eso, que el comentario se refiere a una sociedad anarquista, y utilizando parte de su argumento: no creo que haya ningún anarquista que se precie de serlo (que poseerá una ética de "no dominación", naturalmente), que no esté dispuesto a renunciar a parte de su libertad en una sociedad libertaria. Quiero decir, por si iban por ahí los tiros, una sociedad anarquista no es que cada uno haga lo que le dé la gana sin ningún veto, es una sociedad con una organización horizontal en la que se conjuguen libertad y libres oportunidades para cada persona (esto es por no decir "igualdad"). La segunda parte del argumento es más delicada: "renuncia a una porción de libertad individual en aras de poder defenderse de los individuos peligrosos (gracias al derecho, origen del bien común)". De nuevo, parece que se pretende reducir el anarquismo a "ausencia de leyes"; obviamente, no gusta al anarquismo el Estado, con su ordenamiento jurídico y su cuerpo policial, pero es malicioso, o producto de la ignorancia, afirmar que una sociedad anarquista no necesita normas, como si fuera a florecer la utopía por generación espontánea, contando con la buena voluntad de todos los seres humanos. Ya he mencionado en otras ocasiones, que yo rechazo el concepto de "utopía", es decir la posibilidad de lograr una sociedad perfecta (o donde haya acabado la posibilidad de ser perfectible, otro motivo para rechazar valores comunitarios inamovibles). El anarquismo (o los anarquismos) no creo que haya confiado nunca en una supuesta naturaleza bondadosa del ser humano, pero sí en su capacidad de perfección, en la posibilidad de aumentar sus capacidades gracias a un ambiente justo y libre; considerar que un determinado sistema (jerarquizado, desigualitario, como son el capitalismo y el estatalismo) se adecúa mejor a la naturaleza humana es limitar la cuestión. A lo largo de la historia ha habido numerosos cambios de paradigmas políticos y sociales, y la "supuesta" naturaleza humana ha quedado modificada y determinada por ellos; es por eso que tal vez el anarquismo tenga razón al afirmar que no hay una naturaleza previa al ser humano y esté, gracias a esa posibilidad, todo por construir. Por otra parte, el anarquismo señala los grandes males de la humanidad e indaga en sus causas; uno de ellos es el autoritarismo que produce falta de libertad y desigualdad, la jerarquización social sería entonces uno de los grandes males (origen de numerosos crímenes). Hablar de "individuos peligrosos" (que los hay) es hablar, en primer lugar, de los que tienen poder sobre sus semejantes. Tal vez, como han sostenido grandes filósofos, sea imposible acabar con el concepto de "poder", pero lo que se desea es un poder sobre nuestras propias vidas (es decir, combatir a aquellos que nos han arrebatado tal cosa). Hablar de "seguridad" en este mundo que vivimos es una de las grandes trampas que hipotecan nuestras vidas. Todos deseamos seguridad, pero la cuestión es a cambio de qué; parece que es, en gran medida, a cambio de seguir aceptando un mundo injusto.

martes, 3 de junio de 2008

El deseo de seguir haciéndose preguntas

¿Existe algo parecido a un Dios? Evidentemente, la respuesta de los que nos declaramos ateos requiere cierta matización, quizá lo más adecuado sería afirmar ante la cuestión: "lo más probable es que no". Si los ateos apostamos por la reflexión, habrá que se cuidadoso en afirmar la creencia en la no-creencia. Es por eso que tal vez, al igual que cuando hablamos de "anarquismo", no es tan importante cómo se declara una persona y sí cuáles son sus convicciones y su ética. He conocido a bastantes ateos que me han dado la impresión de estar aquejados de dogmatismo, muchas veces por un odio a la religión del que, en mi modesta opinión, habría que escapar. "Odio" me resulta una palabra demasiado cercana al fanatismo o al dogmatismo, tan propios ellos de la religión. Los ateos, al menos los libertarios, propugnamos una lucha contra el dogma y hemos de reconocer lo primero la no infalibilidad de cualquier doctrina o creencia (o, incluso, no-creencia). Nosotros, los ateos, no estamos obligados a demostrar la inexistencia de algo (de un Dios, o una legión de ellos, ya que las variantes son según el gusto de cada cual), por mucho que los creyentes se afanen en afirmar que sí, en que algo debe haber o en dejar la cuestión en manos de la revelación o de la fe. La religión, por mucho que se encubra de palabrería para su subsistencia, es la negación del pensamiento racional. Ahí es donde debemos hacer hincapié los ateos (máxime, los libertarios), sin dogmatismos (Razón o Ciencia no pueden ocupar el lugar de Dios). "Ateísmo" es un término con diversos avatares a lo largo de la historia (es sabido que los primero cristianos, en su negación del politeísmo, eran considerados ateos), pero creo que hoy en día deberíamos saber de qué hablamos cuándo mencionamos el ateísmo: la negación de Dios (que, en raros casos, resulta arbitaria y sí entrelazada con una crítica política y existencial). Quizá la palabra más adecuada etimológicamente, y la más radical, sería "anti-teo", es decir la negación de que cualquier noción de existencia pueda ser atribuible a lo divino, pero dicho vocablo no ha encontrado acomodo en el castellano. Volviendo al pensamiento racional, éste siempre quedará arrinconado por la religión, no es casualidad que el Logos griego (término que tenía muchas acepciones: palabra, razón...) acabará siendo apropiado (como tantas cosas) por el cristianismo conviertiéndole en el Verbo o Hijo de Dios. La razón del hombre nunca hubiera podido dar lugar al concepto de la divinidad, por lo que echó mano de la fe y de la revelación (siendo ésta última, claro está, una manifestación humana, por lo que cuando falla se apela enseguida a la fe). El ateo es alguien que desea seguir pensando, por lo que sus respuestas ante las provocaciones de la religión estarán encaminadas hacia la indiferencia filosófica y existencial.

lunes, 2 de junio de 2008

Disidencia y desobediencia civil

Hay veces que se atribuye por error la frase "si tengo la razón, ya tengo la mitad más uno" a Henry David Thoreau; en realidad lo que dijo en su panfleto Civil Disobedience fue "Cualquier hombre que esté más en lo justo que sus vecinos constituye ya una mayoría de uno" (Any man more right than his neighbors constitutes a majority of one already). Thoreau no era, obviamente, un fascista; no tenía intención de imponer su pensamiento a la mayoría, sino expresar su derecho a desafiar la ley de la mayoría en caso de opresión a un hombre o un pueblo u otro caso de injusticia. También sostuvo valientemente en contra de la leyes de la mayoría: "Toda votación es una especie de juego, como el ajedrez o las cartas, con un débil matiz moral; un juego con lo justo y lo injusto, con las cuestiones morales (…) Incluso votar a favor de lo justo no es hacer nada porque triunfe (…) Hay leyes injustas: ¿nos resignaremos a obedecerlas, intentaremos modificarlas y las obedeceremos hasta que lo consigamos, o las incumpliremos inmediatamente? (…) Un hombre no está obligado a hacerlo todo, sino solo algo. Y como no puede hacerlo todo, no es necesario que haga algo injusto". Esta actitud ha resultado esencial en la tradición ácrata (quizá haya merecido en muchas ocasiones Thoreau la etiqueta de "liberal radical"; me es indiferente, incluso me alegra que el anarquismo contenga y recoja ideas liberales en estos tiempos de apropiación por parte de la derecha) y es una muestra más del bello eclecticismo de las ideas libertarias en su afán de justicia y liberación social, la de un individualismo ético que reposa en la convicción de que no hay nada más revolucionario que actuar por principios de justicia según el dictado de la conciencia individual.
Se puede decir que se forjó la noción de "desobediencia civil" a mediados del siglo XIX en Estados Unidos (si alguien no encuentra motivos para abrazar el legado cultural y político de este país tan odiado, quizá aquí encuentre uno). Sin embargo, al igual que al anarquismo, se le pueden encontrar antecedentes en la historia de la humanidad en diferentes formas y circunstancias, amparadas en el concepto de leyes divinas o naturales que gozaban de prioridad ética ante las leyes de los hombres. Pero es a Henry David Thoreau y su obra a quien se puede asociar el término, máxime cuando la radicalidad de sus posiciones las defendió dentro de un sistema liberal-democrático, modelo estatal que se extiende hasta nuestros días. Se opuso a la expansión imperialista de su país en la guerra con México (1846-1848), promovida por intereses económicos y con la intención de crear más territorios donde la esclavitud fuera legal; asimismo, es conocida su insumisión fiscal con el fin de no mantener dichas intenciones estatales belicistas y esclavistas.
Se ha considerado la obra de Thoreau más una actitud vital que una cuestión doctrinaria o de construcción política; la desobediencia civil apelará a unos principios superiores en su afán de lucha contra la injusticia, unos principios reconocibles por la conciencia individual que se elevan por encima de la legalidad política. Desde el punto de vista ético e individual, esta actitud es esencial para la profundización democrática en un sentido quizá negativo: el derecho a la disidencia. La busqueda de consenso social resulta loable sobre el papel, pero en la práctica no es más que un mito que pasa por encima de los derechos de las minorías; es por eso que los anarquistas desean la descentralización y la búsqueda de la menor representación, una búsqueda de la mayor consciencia política que en esta democracia liberal que vivimos puede adoptar a nivel individual la forma de la desobediencia civil y el disenso. La revolución (el cambio social, el auténtico cambio social; tantas veces la palabra revolución se la han apropiado diferentes formas de reacción, la única revolución que mira hacia el futuro es la libertaria y aún está por hacer) es una cuestión colectiva, de todos. Pero la actitud libertaria es posible a diario a nivel individual, ejerciendo el derecho a opinar diferente y, eventualmente, con la desobediencia civil; una desobediencia que deberá ser congruente en sus medios y en sus fines, no hay que perder nunca de vista el horizonte ético. Se trata de transgredir ciertas leyes (no, arbitrariamente, cualquier ley) apelando a un concepto de justicia superior, demostrando con ello la superioridad moral de determinadas ideas sociales o individuales. El propio Thoreau escribió que el Estado no podría mantener en prisión a todos los hombres justos; pero, desgraciadamente, el Estado puede encarcelar junto a los delincuentes a los descerebrados que juegan a delincuentes transgresores de las leyes en nombre de una forma de concebir el anarquismo más que degradante (naturalmente, me refiero solo al anarquismo porque es lo que nos ocupa; si mencionaramos los casos de violencia o estupidez en nombre de otras ideas sociales, creo que el movimiento libertario saldría muy bien parado). La desobediencia civil es, a mi modo de ver, una forma de participación política, no el juego caprichoso de inmaduros que creen de modo fanático en una especie de mito de fin del Estado. Un fin del Estado que llegará, no me cabe la menor duda, pero al que los anarquistas deberán enfrentarse con un perfecto programa politico (el espontaneísmo y el voluntarismo deben tener su justa medida).

domingo, 1 de junio de 2008

¿Socialismo liberal?

Recientemente, cierto prestigioso periodista mencionaba que Habermas, que sin ser un autor marxista sí parece un hombre preocupado por la problemática iniciada por el Marx más crítico, desea una refundación de la democracia y una revisión del socialismo, donde se conjuguen la libertad que pretende el liberalismo y la igualdad con la que soñaban los socialistas. Es decir, que libertad e igualdad solo pueden existir si se dan conjunta y simultáneamente. Digo yo que Habermas, nombre que ya está en la historia del pensamiento, y dicho columnista parecen haber inventado la pólvora. Olvidan, o algo peor, que los locos soñadores anarquistas ya tuvieron muy en cuenta esa cuestión en sus preocupaciones sociales. Habermas parte, en su lúcido análisis, del desastre de la praxis comunista y afirma, por un lado, que condena severamente el totalitarismo, pero que lamenta que tras el fracaso del comunismo hayan desaparecido "las exigencias sociales introducidas para equilibrar el dogma productivista, el primado absoluto de la economía y el reino de la desigualdad, características del capitalismo contemporáneo". Viene a decir que los socialistas (parece que se refiere a la variante socialdemócrata) han aceptado esa realidad como un mal necesario. El análisis del pensador y analista social me parece que se limita a una visión política reduccionista: tras el fracaso del "socialismo real", se muestra crítico con la izquierda socialdemócrata (la otra variante de socialismo de Estado) y coloca enfrente a los conservadores (derecha, neoliberales o como se les quiera llamar); vamos, el manido bipartidismo en el que desemboca la democracia representativa. Es conocido que Habermas apuesta por una comunicación racional como base de la democracia, frente a abstraciones como "pueblo" o "clase social" aboga por las subjetividad e intersubjetividad como base de la vida en común. Insisto, el anarquismo (o, mejor dicho, los anarquismos, que desaparecen absolutamente del análisis del conocido columnista), vertiente socialista, pero con otras tradiciones políticas y filosóficas asumidas (una de las cuales podría entenderse como un liberalismo radical), ha considerado al individuo como la celula primordial de la construcción social, ha indagado en las mejores formas de conciliar libertad individual y justicia social, ha confiando en la razón no dogmática y no ha reducido el trabajo a una condición meramente productivista o emancipadora per se. Es por eso que las ideas libertarias se concilian plenamente con esa ética del diálogo habermasiana (o, mejor dicho, como en tantas otras cosas y para ser justos, apostó por ello avant la lettre). El concepto de "socialismo liberal" (que parece otro nombre para la socialdemocracia), que se menciona como una nueva forma de utopía, pretende anular los privilegios y fundar la democracia en el diálogo y el consenso. Pero ese deseo retórico, como queda claro desde el principio, parte de la aceptación del mercado (ese mercado que convierte todo en mercadería, incluyendo a las personas) como un mal económico necesario. Se trata de no seguir ocupándose de los síntomas de una sociedad enferma, de no dejar intacto el "mal", y sí transformar la sociedad para acabar verdaderamente con los privilegios. Para empezar a hacerlo es necesario un debate político y social racional, por supuesto, pero también, por favor, honesto y en igualdad de condiciones.