domingo, 31 de agosto de 2008

El agujero

Los que pasamos gran parte del mes de agosto en un Madrid de canícula infernal, pudimos disfrutar en la filmóteca de La evasión (más conocida por su título original Le Trou -el agujero-), un film legendario dirigido en 1960 por el gran Jacques Becquer (padre de Jean Becquer, también realizador, que tiene ahora en la cartelera española la película, con un tramo final muy decepcionante, Dejad de quererme). Tal vez, junto a Le Trou, la obra más memorable y personal de Becquer sea París, bajos fondos, una brillante recreación de los ambientes criminales de la capital francesa a principios del siglo XX, a través del drama que se desarrolla cuando dos hombres pertenecientes a ese mundo se enfrentan por la misma mujer.
Le Trou se basa en la novela de Jose Giovanni, tal vez fusionado en la película en varios personajes (aunque se habla de que pudiera ser el enérgico Manu, interpretado por Philippe Leroy), y trata de la minuciosa preparación de una fuga de la cárcel, resultando asombrosa alguna secuencia en que contemplamos en tiempo real como trabajan los cinco esforzados protagonistas (una sensación similar se tiene en la famosa secuencia del butrón de Rififí, dirigida en 1955 por Jules Dassin). La empatía que tendrá el espectador con estos presos, sin que nos cuenten de modo alguno el origen de su delitos (exceptuando al más joven de ellos, de modales aparentemente finos que ocultan una naturaleza cobarde e inicua mitigada por la empresa solidaria que está viviendo, asunto clave al final del relato), hace que estallaran los aplausos al término de un filme carcelario cargado de dignidad, que no enfatiza ninguna de sus propuestas sobre la amistad y la lealtad (la solidaridad entre los compañeros de prisión tal vez sería poco creíble en otro contexto que no sea el de la Francia de 1947). El realismo que busca Becquer para implicar al espectador lo consigue desde el inicio con una breve secuencia, a modo de prólogo, en la que el personaje de Roland (todo un profesional, con experiencias previa en fugas de prisión), hablando al espectador, nos aclara que los hechos que vamos a contemplar fueron ciertos y nos menciona incluso que así se lo narró él al realizador (se produce así cierto juego entre ficción y realidad, nada tramposo en mi opinión). Creo que pocas veces podremos encontrar una secuencia más emotiva en el cine, reveladora de las intenciones de este filme, que aquella en que dos integrantes del grupo rematan al fin el agujero en un infernal tunel de 3 metros (donde, insisto, somos espectadores y partícipes de la labor perforadora realizada con escasos medios), acarician así la ansiada libertad y, pese a ello, deciden volver solidariamente a comunicar el hecho a sus compañeros y acabar el plan inicial (cosa que no resulta extraño al espectador a esas alturas, que comparte así la solidaridad del grupo de presos). No quiero revelar cómo acaba la película, pero sí diré que, llegando al colofón de la narración, hay un plano reflejado en un espejo (el cual utilizan a modo de periscopio para vigilar si pueden ser descubiertos) que me provoca una sensación que no he tenido en ninguna película de terror.
Jose Giovanni, autor de la novela Le Trou publicada en 1957, llegó a convertirse en un reputado escritor y realizador cinematográfico con categoría de autor, siendo un nombre a destacar dentro de la serie negra francesa. Los valores aventureros, el individualismo solidario, con una firme apuesta por la amistad, la lealtad y unos marcados principios, así como su desconfianza hacia las instituciones, le colocan a mucha distancia de estos mediocres tiempos que vivimos a comienzos del siglo XXI. Tres novelas suyas se convirtieron en brillantes adaptaciones cinematográficas dirigidas por los mejores nombres del cine francés: La evasión/Le trou, A todo riesgo (Classe tous risques, 1960, Claude Sautet) y Hasta el último aliento (Le deuxième soufflé, 1966, Jean-Pierre Melville).

sábado, 30 de agosto de 2008

Héroes y villanos

En la última, y muy espectacular, película de Christopher Nolan sobre el hombre murciélago, más de uno se habrá indignado ante la afirmación constante de que el villano del film (ese Joker genialmente interpretado por Heath Ledger y tan deudor del que retrató el genial escritor y anarquista Alan Moore en La broma asesina) es una especie de profeta de la anarquía que quiere traer el caos al mundo. El mismo Moore hizo una lectura de los llamados superhéroes (género que, por otro lado, forma parte de su bagaje cultural y al que homenajea constantemente) como individuos sicóticos con tendencias fascistas (nada fue lo mismo a partir de la monumental Watchmen, que tendrá una respetuosas adaptación cinematográfica el año que viene). La publicidad de El caballero oscuro insiste en esa dicotomía entre el mundo sin reglas de el Joker y la obsesión por el orden (y su forma de entender la justicia) de Batman. Las dos películas que ha dirigido Nolan sobre el personaje, sin pretender buscar lecturas definitivamente críticas donde no tal vez no las hay (aunque yo me permito, por otra parte, hacer las lecturas que me da la gana), me resultan fascinantes; como fascinantes, y terriblemente ambiguas me parecieron las lecturas de Miller y Moore sobre un personaje que ha sufrido versiones contrapuestas: adultas e infantiloides, góticas o coloristas, heroicas y desmitificadoras. El Joker que interpreta Ledger no es, obviamente, un anarquista (tal vez podríamos calificarlos de nihilista moral, aunque es un término filosófico que también merece un estudio más alla de su constante caricaturización) y Batman no es ningún antisistema que busque justicia social (aunque la lectura definitiva de Miller llevará a que el personaje comprendiera que los verdaderos criminales están en el poder, no estaba tan lejos del protagonista de V de Vendetta). En El caballero oscuro (título que aporta también ambigüedad, desconociendo en realidad quién es el más oscuro de los personajes protagonistas, ya sean héroes o villanos) el guión parece, en principio, absolutamente alabatorio de un sistema estatal y judicial bastante detestable, sin embargo apuntes interesantes en los diálogos, que luego tendrán sentido en el desarrollo de la trama, añaden complejidad y pluralidad al asunto: el supuesto político virtuoso del film, un Harvey Dent destinado a convertirse en villano, es capaz de alabar la concentración de poder en pocas manos (al modo de la Antigua Roma) y, ante las protestas de los que oyen semejante afirmación, deja claro, de modo premonitorio, que un héroe no debe vivir lo suficiente para convertirse en villano (vamos, que el poder corrompe). La ficticia ciudad de Gotham es un nido de corrupción, tal y como aparecía en la primera entrega (donde ya existían diferentes visiones de la justicia, y el apunte de que el crimen se alimenta de la injusticia social), una polis donde las personas que desean cambiar las cosas no pueden hacerlo desde el sistema (de ahí, la existencia de un sicótico disfrazado de murciélago y la legión de imitadores que suscita) y donde el crimen organizado no es más que otra cara de el Estado (recordemos también que un mafioso, ante la aparición de un "perro rabioso" como el Joker, se lamenta de que los criminales antes tenían su código del honor y creían en algo). La fina línea que separa al héroe y el villano, visión presente de manera memorable en la novela gráfica La broma asesina, queda insinuada en las palabras de el Joker (personaje y actor que le roba la función a cualquiera en el film) al afirmar que su locura criminal es producto de un mundo cruel e injusto y que cualquiera puede cruzar la línea ante los atropellos de la vida ("deberíamos compartir celda", llega a decir el criminal al "superhéroe"). Por otra parte, es muy interesante también la presencia del hecho de que la violencia genere violencia y de que actidudes extremas se alimenten mutualmente: el rol de el Joker parece un resultante de los excesos justicieros del sicótico vestido de "rata voladora". La apuesta definitiva por la visión moral de la naturaleza humana, aún en situaciones extremas, con la lección que da un criminal a un polícía y a un "ciudadano ejemplar", es otro dato a recordar en la película.
Es una quimera que Hollywood permita una libertad artística completa, y será imposible ver en la pantalla la transgresión que aportaron en el cómic Alan Moore y Frank Miller (el primero ha dejado claro su pacifismo e ideología anarquista; el segundo, tachado habitualmente de violento y reaccionario -ante obras como 300-, cosa que no tengo yo tan clara).
Y yo pretendía, en un principio, hablar en esta entrada de anarquismo y nihilismo. En fin, lo dejaremos para otra ocasión.

domingo, 24 de agosto de 2008

Sobre las medicinas complementarias y alternativas (2)

A pesar de la constante acusación de estar subordinados a intereses económicos, o tal vez debido a ello también en este caso, la mayoría de los medios de comunicación, con escaso rigor y ninguna precaución, han contribuido a difundir las medicinas alternativas y complementarias (recientemente, en el diario más vendido en este país, se pudo comprobar la afirmación frívolamente periodística, y no publicitaria, de que en una clínica madrileña se práctica con éxito una técnica oriental de "toque terapéutico").
Estudios en sicología concluyen que las personas tienden a ajustar sus actitudes, creencias y comportamientos de acuerdo con un "todo" armonioso. Si existe información perturbadora que no puede ser ignorada con facilidad, la distorsionaremos con cierta habilidad para aminorar la desavenencia. En otras palabras, es necesario ser consciente, para luchar contra ello, de que el ser humano tiende a adoptar creencias tranquilizantes y placenteras y a aceptar, acríticamente, aquello que refuerza nuestras actitudes y nuestra autoestima. Nos referimos aquí a las medicinas alternativas, pero puede aplicarse a cualquier ámbito sociopolítico. Los pioneros de la revolución científica fueron conscientes del peligro del razonamiento informal unido a esa tendencia de la persona a asumir conclusiones compatibles con su visión del mundo, y trataron de prevenirlo con el análisis y el estudio sistematizado, así como con la eliminación de variables perturbatorias. Desgraciadamente, estas precauciones se encuentran con el problema de la toma de decisiones en función de las cuestionables anécdotas personales de clientes satisfechos; desgraciadamente, la lógica humana se muestra débil en situaciones complejas, con numerosas variables en juego y con la existencia de presión social. Con frecuencia, para distinguir causas verdaderas de las falaces es preciso la observación controlada y la abstracción sistematizada de grandes volúmenes de datos, labor que escapa a la capacidad cognoscitiva del ser humano. Partir del entorno propio para establecer correlaciones con cierto valor puede ser razonable para una análisis de mayor envergadura en la búsqueda causal, pero nunca debería ser el punto final para su aplicación en un uso terapéutico. Los defensores de la medicina alternativa ignorarán estas precauciones y explotan esa otra tendencia humana a depositar más fe en la experiencia e intuición personales que en estudios estadísticos controlados.
Otro factor con fuerto peso es la presión sicológica para encontrar cierto valor a un tratamiento alternativo después de haber invertido tiempo considerable y elevadas sumas de dinero. La teoría de la disonancia cognitiva considera que si una información innovadora entra en conflicto con nuestras actitudes, creencias y conocimientos derivará en una angustia mental que solo se aliviará reinterpretando la nueva entrada perturbadora. Es imposible que cualquier persona admita su creencia en cosas absurdas, más bien tenderá a una seguridad firme y esencial en su propia virtud e inteligencia, con frecuencia distorsionando la realidad y, tal vez, malinterpretando los datos de su memoria. Sin un archivo riguroso y estadísticas fiables, se dará cierta memoria selectiva que magnificará los éxitos aparentes y marginará los fracasos.
Es cierto, seguramente, que la mayor parte de los terapeutas creen sinceramente en sus teorías y en estar ayudando a sus pacientes, por lo que no es desdeñable cierta "norma de reciprocidad" que puede darse en un escenario terapéutico. Los clientes desearán, tal vez de manera involuntaria, complacer a su vez a la persona que les está ayudando y sobredimensionarán los beneficios recibidos. De nuevo, sería necesario paliar este tipo de relaciones con ensayos clínicos rigurosos.
Lane distingue entre los términos de "enfermedad" y "dolencia", para nada intercambiables. "Enfermedad" sería un estado patológico de un organismo, debido a una infección, degeneración de un tejido, contusión, exposición a algún tóxico o carcinogénesis, entre otros. "Dolencia" se refiere a sentimientos subjetivos de malestar, dolor, desorientación o disfuncionalidad que acompañan un estado patológico. Los sintomas y la percepción subjetiva de estar enfermo quedan determinados por construcciones cognitivas complejas (creencias, prejuicios, sugestiones...) y por ciertos factores sociales y económicos, por lo que los simples testimonios personales son una base insuficiente para verificar si una terapia ha curado o no. Lane apuesta por los ensayos clínicos doble ciego (donde ni el paciente ni el médico saben si están recibiendo el tratamiento o un placebo).
Es cierto que la medicina convencional utiliza frecuentemente tratamientos eficaces más dirigidos a eliminar los síntomas y reforzar los mecanismos de recuperación del propio cuerpo que a atacar el proceso de la enfermedad en sí mismo. Las medicinas alternativas no presentan una base sólida para asegurar que son eficaces en este sentido, pero sí han provocado una considerable controversia y estimulado la investigación dentro de la biomedicina convencional para buscar métodos más eficaces en los procesos naturales de recuperación. En cualquier caso, son necesarios unos medios de investigación a los que se cierran habitualmente los "alternativos".
Muchas enfermedades son cíclicas, tienen fases agudas o leves, y otras pueden estar sujetas a ciertas remisiones (inhabituales, pero posibles), por lo que un falso tratamiento (que se buscará en el momento crítico) tiene muchas posibilidades de coincidir en la fase de mejoría y será confundido con una eficacia, asumida de modo acrítico ante la ausencia de estudios clínicos y de grupos de control.
Por otra parte, tampoco resulta desdeñable el análisis que indica la notable cantidad de hipocondría y de factores sicosomáticos presentes en nuestra sociedad. Ello es un caldo de cultivo adecuado para que los "sanadores alternativos" sean el recurso de cantidad de personas convencidas erróneamente de que padecen de enfermedades orgánicas o con temor a perder su buena salud. Procurar un diagnóstico médico a dolencias sicológicas da pábulo a la seudociencia y potencia los éxitos de falsos médicos. Desgraciadamente, la aceptación de un malestar sicológico puede ser todavía un estigma social, por lo que la actitud, consciente o no, del paciente influye muy mucho al no aceptar que no posee ninguna patología física y estar dispuesto a aceptar la incapacidad del médico convencional para sanarle.
Resulta muy común también, por parte de los practicantes de las terapias alternativas (que, a veces, también se denominan "complementarias"), repetir que la medicina convencional alivia síntomas específicos sin tratar la causa real de la enfermedad. En caso de haber un tratamiento conjunto, de la medicina científica y la complementaria, los practicantes de esta última consiguen magnificar su eficacia en caso de que exista alguna mejoría. La medicina ortodoxa diagnostica en ocasiones que no existen indicios de ninguna enfermedad, por lo que los pacientes acaban derivando a practicantes alternativas que encontrarán algún desequilibrio "energético" o nutricional; si se da alguna mejoría sobre una enfermedad física inexistente, se produce un nuevo converso. La personalidad fuerte y carismática que pueda tener el terapeuta marginal acaba destapando un aspecto mesiánico de la medicina alternativa y deslumbrando al paciente, que puede tener alguna mejora sicológica derivada en alivios sintomáticos a corto o largo plazo.
En conclusión, los clientes potenciales de ciertas terapias deberían averiguar si éstas tienen el apoyo de investigaciones médicas sólidas. Los testimonios personales de apoyo carecen de valor para decidirse por determinada terapia, cuyos defensores tendrían que proporcionar pruebas empíricas definitivas. El escepticismo debería producirse ante terapeutas que manifiestan ignorancia u hostilidad hacia la medicina científica (sin refutar las crítica que ésta haga a su práctica), que no son capaces de explicar razonablemente sus métodos, aludan a "fuerzas espirituales" o "energías vitales" (o similar jerga mística), mantengan poseer ingredientes o procesos secretos, apelen a conocimientos ancestrales u otras formas de conocimiento, hablen de la persona como un "todo" (en lugar de tratar enfermedades) y estén formados en instituciones de dudoso origen.
Como dije al inicio, la medicina, concretada en ciertas terapias, se aprovecha de la debilidad de las personas, y una falsa esperanza de curación suplanta con relativa facilidad al sentido común y la disposición a exigir pruebas.

sábado, 23 de agosto de 2008

Sobre las medicinas complementarias y alternativas (1)

Que la religión y la medicina se aprovechan de las debilidades de las personas creo que es un hecho con el que podemos estar de acuerdo personas del más variado bagaje cultural o de ideologías muy diferenciadas. Ahora, atribuir la numerosa presencia de información falsa y la muy abundante estulticia presente en la sociedad moderna simplemente a la ignorancia o a la estupidez de los consumidores no parece un análisis realista. Particularmente, conozco a gente culta e inteligente que guardan cierta precaución sobre "disciplinas" como la astrologia o la quiromancia y, como he leído recientemente en un artículo sobre tratamientos inertes que pueden parecer eficaces, parece que la estadísticas dicen incluso que personas de estudios superiores abrazan las más variadas terapias no científicas. En el mismo artículo, el autor Barry Lane Beyerstein se pregunta cómo es posible que personas con titulación universitaria, incluso médicos, acepten cosas como el toque terapéutico, la iridología o la aplicación de velas en la oreja. La primera conclusión presente en el texto menciona a sicólogos expertos en el error humano que afirman que hasta los especialistas mejor cualificados pueden equivocarse si confían unicamente en sus experiencias personales y en razonamientos informales, especialmente si las conclusiones a las que lleguan afectan a creencias con las que mantienen vínculos de algún tipo (ideológicos, sentimentales o económicos).
El pensamiento crítico, tan necesario y tan ausente en nuestra sociedad, tiene en mi opinión que mantenerse bien protegido de los límites de la paranoia o de la constante conspiración del "sistema". Parte de este sistema sería para mucha gente la medicina convencional, pero resulta algo increíble pensar que toda la comunidad médica occidental (ojo, no hablo aquí de la gran empresa capitalista) forme parte de una especie de confabulación interesada en no aceptar la "verdad" de terapias complementarias o alternativas. Creo que no es descabellado aceptar que si los defensores de esas terapias pueden aceptar pruebas concluyentes de la veracidad de sus métodos dejarían de ser alternativas y pasarían a ser incorporadas a la llamada medicina convencional (y me anticipo a las críticas que se me harán a esta afirmación, hablando de intereses económicos, pero no quiero centrar en ello este texto sino en la veracidad de información cuestionable). Quiero dejar claro que no soy un defensor a ultranza de la medicina establecida, y sí del eclecticismo, pero creo que las fisuras o carencias del conocimiento científico no pueden llevarnos a la credulidad o a la regresión a etapas más oscurantistas. Aquellos que venden terapias alternativas tienen la obligación de demostrar que sus productos son eficaces y seguros. La supuesta validez de un tratamiento alternativo depende muchas veces de razonamientos subjetivos y de las experiencias de otros usuarios, sin base científica alguna, contradiciendo incluso principios establecidos de la biología, la química o la física. Lane centra su valiosísimo análisis (extensible, tal vez, al análisis político y social) en tratar de explicar los factores sociales, sicológicos y cognoscitivos que pueden llevar a gente honesta, culta e inteligente a creer en tratamientos no acreditados científicamente.
Puede haber dos grupos de personas que abracen confiados terapias no científicas. Aquellos que han sido aconsejados por alguien digno de confianza, por el testimonio de un amigo, un anuncio publicitario o por haber magnificado el hecho de que alguna terapia alternativa haya sido validada científicamente e incorporada a la medicina convencional. Los del segundo grupo pueden tener un compromiso filosófico más amplio, escogiendo "lo alternativo" sobre bases ideológicas subsumidas en determinadas creencias sociales y metafísicas (no estamos lejos de la conexión con la religión y, por lo tanto, con el dogma) alejadas de la visión científica y de sus reglas empíricas. Habría con este grupo un fuerte desacuerdo en su visión cosmológica y epistemológica. Naturalmente, es lógico que los temas que atañen a la salud se integraran en uno de esos dos modelos cosmogónicos: uno objetivo, materialista y mecanicista; el otro, subjetivo, animista y guiado por la moral. Nuestras creencias sobre la naturaleza y sentido de la vida, además de nuestra moral y la percepción de la realidad que podamos tener, influyen notablemente en lo que podamos pensar sobre la salud y la enfermedad, por lo que si criticamos a una persona por creer en curaciones no convencionales es lógico que seamos rechazados vehementemente al considerar que estamos atacando las bases mismas del pensamiento individual. Lane concluye, apoyado en el trabajo de expertos sicólogos, que el afán por defender una cosmogonía individual se basa en ciertos procesos cognitivos que pueden filtrar y distorsionar la información en contra.
Otra afirmación con la que hay cierto consenso es la de la carencia formativa, y notable ignorancia científica, que caracteriza a la sociedad. Es por eso que muchas personas pueden carecer del conocimiento y pensamiento crítico necesario para rechazar un producto comercial relacionado con la salud. Como afirma Lane, "Si los consumidores no tienen ni la menor idea sobre cómo las bacterias, los virus, los priones, los oncogenes, los agentes carcinógenos, o las toxinas medioambientales afectan a los tejidos corporales, no ha de parecerles remedios más mágicos el cartílago del tiburón, o los cristales curativos, o el pene pulverizado de tigre que el último descubrimiento realizado por un laboratorio de bioquímica". Así, el consumidor se encuentra desprotegido y se crea una industria, más o menos alternativa, con su propias y nada verificables campañas de marketing y su búsqueda de beneficios.
La bonita y simplona creencia, apoyada en religiones de última generación, del "tú creas tu propia realidad", que apuesta por criterios emocionales, por encima de los empíricos y lógicos, para decidir cómo percibe la realidad cada cual, ha llevado a considerar que la objetividad es una ilusión y a una especie de "todo vale" en la percepción individual. La verificación empírica ha quedado deavuada y se intensifica el número de seguidores de productos sanitarios muy cuestionables. Los seguidores de medicinas alternativas abrazan cierto dualismo mente-cuerpo y recurren más tarde o más temprano al artificio de supuestos mediadores espirituales en los temas de salud. De ahí, el retorno a la creencia tradicional, con sus diversas variantes, de que la verdadera causa y solución para cualquier patología radica en la mente. Pueden haberse demostrado efectos sicológicos beneficiosos en la salud, pero ello ha quedado magnificado fuera de toda proporción razonable por los defensores de la medicina alternativa. Un extremo de esta posición es la afirmación precientífica de que la salud y la enfermedad están conectadas con la capacidad personal (con la capacidad moral), por lo que a menudo se conduce a la culpabilidad de la persona y a creer que algo inadecuado habrá realizado para merecer la aflicción que padezca.

domingo, 10 de agosto de 2008

Por qué ser anarquista

En el número de agosto del periódico anarquista Tierra y libertad, monográfico dedicado a la valiosísima personalidad de Rudolf Rucker (1873-1958), se puede encontrar el siguiente texto, lúcido donde los haya y tan válido hoy como cuando fue escrito, con el cual me identifico plenamente.
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Soy anarquista, no porque crea en un futuro milenio en donde las condiciones sociales, materiales y culturales serán absolutamente perfectas y no necesitarán ningún mejoramiento más. Esto es imposible, ya que el ser humano mismo no es perfecto y por tanto no puede engendrar nada absolutamente perfecto. Pero creo en un proceso constante de perfeccionamiento, que no termina nunca y sólo puede prosperar de la mejor manera bajo las posibilidades de vida social más libres imaginables. La lucha contra toda tutela, contra todo dogma, lo mismo si se trata de una tutela de instituciones o de ideas, es para mí el contenido esencial del socialismo libertario. También la idea más libre está expuesta a este peligro, cuando se convierte en dogma y no es accesible ya a ninguna capacidad de desenvolvimiento interior. Donde una concepción se petrifica en dogma muerto, comienza el dominio de la teología. Toda teología se apoya en la creencia ciega en lo firme, lo inmutable, y lo irreducible, que es el fundamento de todo despotismo. A dónde llega eso, nos lo muestra hoy la URSS, donde incluso se prescribe al hombre de ciencia, al poeta, al músico y a los filósofos lo que deben pensar y crear, y eso en nombre de una teología de Estado omnipotente, que excluye todo pensamiento propio e intenta introducir con todos los medios despóticos la era del hombre mecánico.
Que también en nuestras filas hay seres que han sido atacados por esta peste y que quieren prescribir a cada uno lo que debe pensar, no es ciertamente alentador, pero tampoco debe asustarnos. Lo mejor que debe hacerse es no tener en cuenta tales pretensiones jactanciosas y seguir tranquilamente el propio camino. Ninguno de nosotros, ni siquiera el mejor, tiene para ofrendar verdades absolutas, pues no existen. Las ilusiones sólo cumplen su cometido cuando están inspiradas por el espíritu de la tolerancia y de la comprensión humana y no pretenden ninguna infalibilidad. Si no es así, todas las discusiones son infecundas y sólo se pierde en ellas un tiempo que podría ser mejor empleado.
Jamás en mi vida he estado tan firmemente persuadido como lo estoy hoy de la exactitud interior de nuestras concepciones. Justamente por eso, cuando un nuevo absolutismo brutal del pensamiento amenaza envenenar todas las ramas de la vida social, es preciso defender con todas las fuerzas el gran tesoro ideal de nuestros precursores. Pero eso no se hace elevando cada frase de nuestros grandes pensadores (escrita hace 100 años e incluso hace 50 años), con encarnizamiento unilateral, a la categoría de una verdad absoluta, sino aplicando a todos los nuevos problemas de la era novísima la filosofía de la libertad, y buscando para ella una actuación práctica. El anarquismo no es un sistema cerrado de ideas, sino una interpretación del pensamiento que se encuentra en constante circulación, que no se puede oprimir en un marco firme si no se quiere renunciar a él. Esto es lo que sostuvo siempre Max Nettlau y lo que no deberíamos olvidar nunca. Cada uno de nosotros no es más que un ser humano, y como tal expuesto al error. Todos aprendemos solamente por las experiencias, los unos más, los otros menos. Pero los pequeños o grandes Papas que nos quieren prescribir lo que debemos pensar, no tienen felizmente todavía ningún valor en el movimiento libertario. La línea pura se adapta a los hombres del Kremlin y a sus adeptos, pero no ciertamente a nosotros. Por esta razón habría que examinar toda opinión y respetarla, mientras surja de una convicción honrada. El que se estima a sí mismo, estima también a los otros. Este es el fundamento natural de todas las relaciones humanas, lo único que es obligatorio también para nosotros.
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sábado, 9 de agosto de 2008

Por una medicina mejor

Cada vez, podemos encontrar más cursos y encuentros sobre terapías no convencionales y salud, incluso con personalidades más o menos relacionadas con la comunidad científica y académica y, a veces, con cierta aceptación o trabazón por parte de una u otra Administración (creo que el caso más conocido es el del Departamento de Salud de la Generalitat de Catalunya de hace un par de años, publicando el intento de regulación de ciertas terapias, como la acupuntura y otras orientales, naturistas o manuales, para indignación de los que abogan por cierta seriedad científica en la Salud Pública).
No quiero tomar un partido claro sobre la validez de unas u otras terapias, creo que el escepticismo es también eso. Por mis conocimientos (que tal vez no sean excesivos), me muestro escéptico con la homeopatía, con toda suerte de terapias manuales y, sobre todo, con las técnicas de transmisión de energía (que suelen caer en el misticismo más dogmático e indignante). Tal vez los inteligente es apostar por el eclecticismo y la sinergia de las diversas medicinas, combinadas con la llamada medicina "convencional" o "alopática" (ojo con esta terminología, que me da que es despectiva y reduccionista, y esta cada vez más autoasumida por nuestra parte). Pero el problema es situar los límites de lo pragmático y de lo válido (o científico) en algo tan serio como es la salud, máxime en lo que entendemos que es la salud pública.
Es preocupante no encontrar una base sólida en la práctica de una u otra medicina. Las preguntas son muchas: ¿está probada su eficacia para curar?, ¿en qué dosis?, ¿cuáles son sus contraindicaciones?. Si son satisfactorias las respuestas, después de una rigurosa investigación y de una segura demostración empírica (aquí es donde entramos en un terreno ambiguo), podrán ser asumidas dichas terapías por las autoridades sanitarias. Pero el problema que yo observo es excesiva rigidez y autoafirmación por las diversas partes; se acusa a la comunidad científica de estar muy plegada a la infabilidad de sus conocimientos (y no seré yo el que niegue que la ciencia también desemboca a veces en dogmatismo), pero la mayor o menor veracidad de esta acusación, junto a la incapacidad de la medicina "convencional" en Occidente para dar soluciones a todas las patologías, no convierte en válidas otras terapias, que beben habitualmente de la tradición cultural de los diversos países, con base muy cuestionable y afirmaciones no probadas.
La medicina (igual que la religión) se aprovecha de la debilidad del ser humano y es fácil caer en la "creencia fácil". No dejemos que algo tan serio como la Salud Pública, por la que tanto hay que luchar en este mundo capitalista, sufra de lo mismo.

viernes, 8 de agosto de 2008

Sugerencias para la enseñanza del pensamiento crítico

1.- A lo largo de todo el proceso, dar énfasis a la agilidad para la búsqueda de alternativas (hipótesis alternativas, conclusiones, explicaciones, fuentes de evidencia, puntos de vista, planes).
2.- Poner de relieve la búsqueda de razones y evidencias. Preguntar frecuentemente "¿por qué?" de un modo no amenazante (tanto si estás de acuerdo con los alumnos como si no y, por supuesto, cuando estás inseguro) o estás intentando averiguar qué es lo que quieren decir. Otra buena pregunta es "podrías decir algo más?". Preguntar "¿por qué?", aunque es el modo más conciso de descubrir los motivos, es a veces amenazador.
3.- Dar importancia a que vean las cosas desde el punto de vista de los otros y a que sean abiertos (es decir, a que reconsideren cl asunto si aparecieran otros elementos de juicio).
4.- Los alumnos no necesitan convertirse en expertos en el asunto a tratar antes de empezar a aprender a pensar críticamente sobre dicho asunto. Ambas cosas pueden ir juntas, prestándose ayuda mutua. Los alumnos aprenderán así mejor los contenidos. Pero, por supuesto, en última instancia la familiaridad tanto con el contenido como con la situación es esencial para el pensamiento crítico.
5.- Pedir a los alumnos que enuncien preguntas acerca del contenido a enseñar para las que tú mismo no tienes la respuesta o que sean controvertidas.
6.- Dar tiempo a los alumnos para pensar. Si esperas lo suficiente, alguien ofrecerá una respuesta.
7.- Etiquetar esa respuesta con el nombre del alumno, ya que de ese modo el alumno recibe atención y asume cierta responsabilidad. Escribir la opinión en la pizarra (no te preocupes por la pérdida de tiempo que esto supone. En realidad, da una oportunidad a los alumnos a pensar acerca del tema). Animarles a que hablen acerca de las opiniones de los otros dando razonamientos. De nuevo hay que dar un tiempo de espera.
8.- Pedirles que escriban su postura, proporcionando las razones que apoyan lo que piensan, haciendo explícito el conocimiento de las opiniones contrarias y la debilidad de sus propias opiniones. Limitar esto a una extensión de una a tres páginas.
9.- Hacer que lean lo que han escrito otros y que hagan sugerencias. Dejarles entonces que revisen sus opiniones.
10.- Buscar otros mecanismos para que repasen lo que han escrito. Después, el profesor lee los trabajos de los alumnos.
11.- Proporcionar a los alumnos criterios para juzgar la exposición escrita de su postura y la de otros compañeros.
12.- Intentar transferir la responsabilidad de lo expuesto anteriormente para que puedan usarlo en tras situaciones.
13.- Estar preparado para posponer esta cesión de responsabilidad si no se han comprendido los pasos anteriores. Tu principal enemigo es intentar recorrer demasiado trecho demasiado rápido.
14.- Animar a los alumnos para que trabajen distintos temas en grupo: cada grupo debe dar cuenta de su trabajo al resto de la clase y cada persona debe mostrar a sus compañeros qué ha hecho dentro del grupo.
15.- Organizarlo de modo que, ya sean ellos o tú, hagan explícitos los principios del pensamiento crítico.
16.- Enseñar para la transferencia, enseñando de manera práctica a través de los ejemplos, de los cuales algunos deben estar especialmente pensados para este fin. Llamar su atención o pedir que ellos mismos atiendan a cómo se aplican en dichos ejemplos los principios del pensamiento crítico.
Robert H. Ennis, Universidad de Illinois

martes, 5 de agosto de 2008

Librémonos de la Iglesia Católica

Líbranos del mal es un estupendo documental, estrenado únicamente en los Cines Verdi de Madrid, que habla de la historia del Padre Oliver O'Grady, uno de los más famosos pedófilos en el seno de la Iglesia Católica. Amy Berg, la directora del film, tuvo la inteligencia y valentía de contactar con O'Grady, condenado en su momento y hoy libre en Irlanda, para contar con su testimonio y comprobar que no hay el menor atisbo de remordimiento en este violador de menores. El sacerdote utilizó su liderazgo espiritual y su encanto personal para abusar de numerosas familias católicas durante veinte años en la región de Carolina del Norte, sus víctimas fueros desde un bebé de nueve meses a la madre de mediana edad de otra de sus víctimas. A pesar de las denuncias y pruebas por parte de miembros de las parroquias, la Iglesia ocultó el asunto, desvió responsabilidades con mentiras continuas y se limitó a trasladar a O'Grady a otras comunidades en las que continuó ejerciendo sus fechorías; el documental demuestra que este fulano violó sistemáticamente, desde su cómoda posición, con el conocimiento de sus superiores prácticamente desde el principio.

El trabajo de Berg resulta espeluznante y, en mi opinión, va mucho más allá de la mera denuncia de un sacerdote pedófilo y violador. El documental demuestra, sin el menor asomo de sensacionalismo ni manipulación, la tremenda corrupción que existe en la jerarquía de la Iglesia Católica. Los casos de abusos de menores por parte de miembros del clero no son un tema menor, como se pretende hacer creer; en la Archidiócesis de Los Ángeles los casos de este tipo se elevan a 550, bajo la jurisdicción del Cardenal Roger Mahoney, cuyo cínico testimonio también se puede escuchar en Líbranos del mal. Berg también cuenta con la opinión de antiguos miembros de la Iglesia, abogados y sicólogos para esclarecer cómo la fe católica lleva al abuso de niños. La directora toma la lúcida opción de no utilizar a ningún narrador y dejar que los protagonistas hablen por sí mismos, incluido el detestable O´Grady, y vayan dando forma a la historia y al trabajo de investigación.

Este trabajo documental debería ser exhibido en toda suerte de centros públicos con afán pedagógico. Para la Iglesia Católica, sus casos de abusos de menores, que se remontan a siglos, son un auténtico problema para seguir manteniendo sus privilegios; y no hay nada más importante que continuar dando una buena imagen (bella figura es el concepto que se menciona en el film) para esos falsarios representantes de una divinidad inexistente. El porqué el abuso del más débil forma parte de las señas de identidad de la comunidad eclesiástica hay que rastrearlo en la acaparación que realizan de niños pobres, desprovistos de derechos, víctimas en muchos casos de abusos anteriores y en cómo crecen y se educan en un entorno represor, con el freno de su desarrollo sexual; así, se genera la predisposición a la pedofilia. Los miembros de la parroquia, fervorosos creyentes cuyas creencias y vida espiritual giran en torno a esa comunidad católica, se subordinan a la figura de un miembro del clero al que ven como representante de su Dios o, incluso, como a la misma divinidad (el espeluznante ritual católico dice mucho al respecto); el caldo del cultivo para todo tipo de abusos, físicos y síquicos, está servido, máxime si estamos hablando de niños.

Lo inicuo y cínico de la Iglesia lleva a tratar de encubrir los abusos de menores con "casos de homosexualidad". No hay ningún informe que relacione homosexualidad y pedofilia, pero la Iglesia utilizará la propaganda contraria a los gays como chivo expiatorio. Es esclarecedor en Líbranos del mal el testimonio del clero, que habla de "lógica curiosidad sexual" abusar de una niña y de "desviación" el hacerlo con un crío, argumento que utilizan también para ignorar numerosas denuncias. Los datos revelan que existe una mayoría de violaciones a niñas en el seno de la Iglesia Católica, todo tipo de perversiones y de mentiras están servidas.
Por favor, vean ustedes este magnífico documental y juzguen por sí mismos.

lunes, 4 de agosto de 2008

Poder y cultura, contradicciones insuperables

Es frecuente, y muy triste, escuchar a la gente decir "siempre va a haber pobres y ricos". La tradición, la costumbre y la leyenda alimenta la inevitabilidad de aceptar una estructura de poder, que da lugar a la separación de los hombres en castas, estamentos, clases o como se les quiera llamar. La historia nos demuestra que poderes jóvenes han puesto fin a los privilegios de viejas clases solo para, inmediatamente, dar lugar a una nueva casta de privilegiados que se separa de la mayoría que constituye la clase trabajadora. La lucha contra esta creencia, con la forma que adopte y con todas las sutilezas que se quiera, de la necesidad del poder, de la necesidad del Estado, es la más firme empresa que se han propuesto los anarquistas. El Estado no es creador, no da lugar a ninguna forma de cultura y sucumbe a menudo ante procesos culturales superiores. Se puede decir que poder y cultura son contradicciones insuperables: allí donde se debilita el primero, prospera la segunda de forma inevitable. La cultura nunca se crea por decisión de ningún gobernante o autoridad, surge por la necesidad de las personas y por la cooperación social; más bien, la cultura es tomada por el poder con el afán de ponerla a su servicio y perpetuarse. Dominación política será sinónimo de uniformidad, tratará de someter todos los aspectos de la actividad humana a un único modelo; pero las fuerzas creadoras del proceso cultural pugnarán por nuevas formas y estructuras y tenderán a lo multiforme. Las formas superiores de la cultura espiritual harán saltar, tarde o temprano, escapando a la influencia del poder, la dominación política que considere una traba para su desarrollo. Esta visión se opone a las ideas hobbesianas que, de alguna manera, todavía perduran con el afán de perpetuar la idea la inevitabilidad del Estado. Pero hay que aprender de la Historia y ver cómo todo conocimiento y pensamiento superior que ha abierto paso a ulteriores formas de cultura, cómo cada nueva fase de desarrollo espiritual se ha abierto paso en lucha permanente con los poderes eclesiásticos y estatales. Estos poderes tuvieron que reconocer finalmente dicha evolución espiritual, cuando no tuvieron ya más remedio que aceptar lo irresistible.
Las energías culturales de la sociedad, de manera más o menos consciente o notoria según las posibilidades que tengan, se rebelarán contra la coacción de las instituciones políticas de dominio. El poder político se preocupará de que la cultura espiritual de la época no entre por caminos prohibidos que puedan erosionar la dominación. Esta tensión entre los intereses de la clase privilegiada y los de la comunidad da lugar a una relación jurídica donde se delimitan las atribuciones entre Estado y sociedad, es lo que se llama "Derecho" y "Constitución". Pero hay que distinguir entre "derecho natural", resultado de un convenio mutuo entre seres humanos libres e iguales, y "derecho positivo", desarrollado dentro del Estado en el que los hombres están ya separados por intereses diversos. El derecho positivo pretende alcanzar una nivelación entre los derechos, deberes e intereses de los diferentes estratos sociales. En esa nivelación, la clase subordinada estará acomodada a dicha situación jurídica o no estará preparada para luchar contra ella; se modificará cuando el pueblo demande una revisión de las condiciones jurídicas, que el poder político no tendrá más remedio que aceptar ante el empuje de la demanda si no quiere ver perjudicado su estatus. Las grandes luchas en el seno de la sociedad han sido luchas por el derecho; han sido el deseo de afianzar los nuevos derechos y libertades dentro de las leyes del Estado. Se puede entender entonces que esta lucha por el derecho dentro del Estado se convierta, de alguna forma, en una lucha por el poder en la que progresistas y revolucionarios acaben convirtiéndose en reaccionarios. El mal está en el poder mismo.
La reforma del derecho, con la ampliación o consecución de existentes o nuevos derechos, ha partido y debe partir siempre del pueblo, no del Estado. Como dije anteriormente, una gran empresa de los anarquistas es la lucha contra ese dogma de la inevitabilidad del poder, el cual no otorga libertades más que cuando le ha sido imposible seguir obstaculizando el progreso. Es un error, y un sustento para la dominación política, considerar que una Constitución es un garante de derechos políticos y libertades porque haya sido formulado legalmente y confirmada por el gobierno de turno. Los auténticos garantes son la presión cultural y la movilización social, cuando el pueblo es consciente de la necesidad vital e ineludible de sus derechos y libertades.

domingo, 3 de agosto de 2008

Diseños para un pensamiento libre

Para este cartel que realicé para unas Jornadas de Librepensamiento, tenía la idea, prácticamente desde el principio, de utilizar una imagen impactante relacionada con la mente y con la Antigua Grecia, contexto histórico que se relaciona rápidamente con el librepensamiento y la pluralidad. La imagen original, excesivamente lúgubre (muy apropiada para lo que quería, aunque traté de suavizar el negro de la imagen con un tono rojizo), necesitaba que se le arrojase la necesaria luz que representaría a la Razón y al Librepensamiento; un filtro del bendito Photoshop, que no por utilizado muy a menudo es menos impactante, satisfizo mis propósitos. En los carteles de jornadas es necesario incluir demasiada información de texto, por lo que traté que la misma no perjudicara excesivamente al conjunto con una tipografía clásica que me resulta muy elegante y nada estridente.
Curiosamente, el resultado final no se ajusta exactamente a mi trabajo original, ya que no convenció del todo la utilización vertical de parte del nombre de la jornadas. En la aplicación para un díptico, donde no era necesario incluir en la portada tanta información, recuperé parte de la idea primigenia.



Y como no hay nada mejor que "aprovechar" bien las ideas de uno, esta portada de Tierra y libertad también resulta una "aplicación" de aquel cartel. En lugar del texto informativo de las Jornadas, innecesario para el periódico anarquista, decidí incluir unan palabras/fuerza relacionadas también con el librepensamiento. También decidí jugar con un rojo más intenso, presente siempre en las portadas del periódico.