martes, 30 de septiembre de 2008

Equívocos sobre el ateísmo

Un ateo no puede negar completamente la existencia de dioses, o de un plano sobrenatural, más bien (doy mi opinión aquí, aunque por mi experiencia creo que puedo hablar por todo ateo "consciente") adopta una abstención de juicio ante algo tan ajeno a él como es la cuestión divina. Por lo tanto, ante la infantil controversia de la existencia o no de dioses (o de cualquier realidad trascendente), habría que insistir en que se trata de que nuestro sentido común nos dice que lo más probable es que la respuesta sea negativa (naturalmente, además del sentido común, hay otros factores y otros análisis filosóficos y sociales que llevan al ateísmo, pero para empezar no está mal ese "lo más probable" para acallar bocas). Por otra parte, no habría tampoco que entrar en ese juego sobre la trascendencia que sólo tiene sentido para el creyente. El "sentido de la vida" es algo subjetivo, no se pospone ni se subordina a una vida ultraterrena; la dignidad, la moralidad, se define con nuestros actos en esta vida en la que "creemos", la cual hay que vivir plenamente al ser conscientes de lo efímero de la existencia. La ética y la moral son construcciones humanas, pueden separarse, e incluso preceden, a cualquier religión y a cualquier creencia; en esto hay que insistir, ya que el patrimonio de las reglas morales no está contenido en ninguna "revelación". El ateísmo no es, necesariamente, producto de ningún desencuentro con Dios o de alguna mala experiencia religiosa, es resultando de la reflexión y del uso de la razón (ojo, que estos términos se los apropian fácilmente las religiones, incluso las más tradicionales). No es necesario Dios, ni la religión, para entender la naturaleza humana, y son totalmente innecesarios cuando se trata de seguir progresando en todos los ámbitos de la vida. La no creencia en las divinidades, al no existir subordinación a ninguna trascendencia ni obstáculo al progreso ni ninguna suerte de renuncia, da más significado a la vida y más propósito. El ateísmo no puede ir asociado a nada negativo, ya que es un concepto que va parejo a un humanismo pleno, a una reflexión continua en búsqueda del conocimiento y a la conversión de la vida en algo placentero.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Portada para "Tierra y Libertad"

Este diseño de portada, para el Tierra y libertad núm. 242 (septiembre 2008), peca tal vez de algo en lo que caigo no pocas veces en mis trabajos: la necesidad de dar una explicación. A pesar de ser todo demasiado obvio (la supuesta fuerza o impacto de la imagen la dejo a juicio del espectador), con la existencia incluso de conceptos escritos que resultan claves en el montaje (en los que quise expresar que el rechazo del anarquismo no es solo a la autoridad o tutela del Estado), necesitaba integrar una frase en el conjunto para equilibrar el diseño (de ahí que el texto no esté totalmente sobreimpreso y sí pretenda formar parte del paso de la oscuridad a la luz (metáfora trillada, aunque al menos no trata de engañar a nadie). El resultado final "adolece" tal vez de exceso de idealismo a nivel conceptual, aunque se salva ese "en busca" que no significa llegar a ninguna perfección (sinónimo de "utopía"). Por otra parte, resulta atractivo y un reto el trabajar con dos tintas (que son, obviamente, el rojo y el negro); creo que en este trabajo está bien aprovechado el asunto. La publicación en este número de un artículo muy crítico con las recientes olimpiadas celebradas en Pekín contribuyó a dar cohesión al periódico.

La retórica vacía de la clase política

Los políticos nos toman por estúpidos una y otra vez, con su retórica vacía que alude a benévolos objetivos dentro del capitalismo para este milenio. Gordon Brown ha asegurado, en la Cumbre de la ONU sobre los Objetivos del Milenio, que la indiferencia ante la pobreza es "nuestro" mayor enemigo (el "nuestro" es porque todos debemos formar parte de un mismo equipo en el que las responsabilidades quedan diluidas), por delante de guerras, desigualdades e ideologías. Efectivamente, la indiferencia diaria ante la pobreza en nuestras sociedades supuestamente desarrolladas, donde rendimos culto a la nada más absoluta, es algo intolerable y más bien repugnante. Sin embargo, lo que un miembro de la oligarquía (y, por favor, llamemos a las cosas por su nombre, lo que hay en todos los sistemas políticos del planeta son oligarquías de diversa índole) no puede admitir es que es la guerra que provocan los Estados, la desigualdad generada por el sistema económico y el componente autoritario y fanático de tantas ideologías imperantes (donde incluyo a la religión) los que dan lugar a esa pobreza intolerable, una pobreza que jamás va a solventar el sistema.
No quiero ser dado a análisis simplistas ni a peroratas antisistema facilonas, pero he de decir que soy poco amigo de la cultura oenegera (lo que no incluye el hecho de que muchas organizaciones de este tipo hagan una buena labor o la indudable buena intención de sus miembros). Por otra parte, la innegable trabazón de las ONG con los Estados, a los que el tópico siempre ha dicho que vienen muy bien la existencia de aquéllas por su supuesta labor social (podemos decir que la labor, sea estatal o paraestatal, es muy insuficiente y nada transformadora), y con el sistema en general, su tendencia a la burocratización y a generar una élite hacen que sean claros obstáculos para la transformación social. El capitalismo, la economía sustentando en el lucro y en el vacío, está en crisis, tal vez sea definitiva o quizá, como ha ocurrido otras veces en la historia, demuestre su capacidad de regeneración de una manera que los pensadores socialistas del pasado no hubieran sospechado. Desde luego, es intolerable que sigamos permitiendo que las personas mueran de hambre y que se deprede el planeta para beneficio de una minoría. La tesis de Kropotkin en "La conquista del pan", al margen de lo que se piense sobre su concepción del comunismo libertario o sobre las posibilidades de un nuevo socialismo compatible con la libertad, sigue siendo hoy igual de válida: "El bienestar para todos no es un sueño. Es posible, realizable, después de lo que han hecho nuestros antepasados para hacer fecunda nuestra fuerza de trabajo. Mas para que el bienestar llegue a ser una realidad, es preciso que el inmenso capital deje de ser considerado como una propiedad privada, del que el acaparador disponga a su antojo. Es menester que el rico instrumento de la producción sea propiedad común, a fin de que el espíritu colectivo saque de él los mayores beneficios para todos". Mientras haya un ser humano al que le falte el pan ningún sentido tiene la retórica, tan brillante como vacía, de los políticos ni insistir en unas libertades políticas bajo las que subyace la injusticia social y ningún respeto a los derechos humanos en tantos lugares del mundo. El anarquismo no está acabado, no todas sus propuestas son fáciles para llevar a la práctica hasta las últimas consecuencias, pero sus tesis generales poseen una actualidad innegable en todos los ámbitos de la vida y una victoria moral inherente a todo discurso político mínimamente honesto.

martes, 23 de septiembre de 2008

Reivindicaciones históricas justificativas

A Antonio Elorza se le ve el plumero. El catedrático de Ciencia Política, habitual contertulio en ciertos medios conservadores, firma hoy un artículo en El País con el título de "El genocidio franquista". El hombre apunta obviedades, en las que entiendo que hay que insistir en este país donde venció el fascismo, como las de que la derecha española prefiere olvidar su pasado y lo mucho que obstaculiza eso un sano ejercicio de recuperación de la memoria histórica, o lo necesario que es el reconocimiento y la reparación de los daños que sufrieron las víctimas del franquismo; añade que nada tiene esto último de afán revanchista, y sí es un acto humanitario y de justicia. Sin embargo, el catedrático empieza a resbalar cuando hace algo muy común en discusiones superfluas, y es mencionar la posibilidad de que lo hubo en España fuera un genocidio recordando para ello otros casos que reúnen esa voluntad sistemática de aniquilamiento de un grupo bien delimitado. Esos casos son las ejecuciones de los jemeres rojos en Camboya y las purgas estalinistas, y en mi opinión el articulista pretende legitimar su recuerdo del genocidio franquista mencionando los de esa lacra que fue el comunismo. ¿Por qué? Es insistir una vez más en la estúpida polémica, que encubre casi siempre justificaciones de unos u otros para los asesinatos, sobre qué dictaduras han represaliado más o cuáles hacen más concesiones a la "libertad" (es conocido el caso del escrito ruso Alexander Solzhenitsyn, cuando en 1976 dijo en un programa de TVE algo así como que el régimen soviético eran mucho peor que el franquista). Es un argumento muy típico de la derecha. Tratando de justificar la invasión de Irak, algunos de sus cuadros comentaron que la dictadura de Sadam Hussein no resistía comparación con el régimen de Franco (que, para Mayor Oreja, ya sabemos, supuso unos años de "placidez"). No obstante, Elorza insiste en otra obviedad, el alzamiento y posterior régimen franquista supuso un genocidio político. En mi opinión, el fin de una generación que hubiera sido capaz, a pesar de las múltiples dificultades, de cambiar la sociedad. Mucha insistencia veo en el artículo en unas supuestas élites de izquierda y ninguna mención positiva para los libertarios. Es más, resulta incalificable su aseveración de la existencia de un "terror libertario" junto al "terror estalinista" en esa línea de equiparación con el fascismo que he mencionado antes.
Hace poco supe de la existencia de una declaraciones de José Luis Cuerda en las que mencionaba el deseo de recuperar la memoria recordando "Ajustes de cuentas personales que realizaron anarquistas aprovechando su condición…". Desconozco la información que tendrá al respecto (en cualquier caso, no creo que en asuntos de memoria histórica merezca mucho la pena mencionar "casos personales", que en ningún caso pueden ser sistemáticos ni propios de ninguna programación política) el mediocre director de la muy mediocre adaptación de "Los girasoles ciegos", pero da la impresión de que los ácratas son cabezas de turco en más de una reivindicación justificativa.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Tenistas matarifes

A la habitual cobertura de los medios, y complicidad de los poderes políticos y económicos, con una tradición cruenta como son las corridas de toros, hemos tenido que asistir este fin de semana a un espectáculo deportivo lamentable. Que el equipo nacional de tenis tenga que jugar la semifinal de la Copa Davis contra Estados Unidos en la madrileña Plaza de las Ventas, con toda la parafernalia y terminología taurina incluida -con regalo de capote por parte de la ultraconservadora ultraneoliberal presidenta de la Comunidad de Madrid-, es algo que nos resulta cuanto menos chocante a los que nos oponemos a festejos bárbaros. Pero que ciertos locutores deportivos de televisión española, de nivel dialéctico no suficientemente contrastado, use de manera irrespetuosa y patriotera una serie de símiles pertenecientes al nada noble "arte" de la tauromaquia es algo que termina de sacarme de mis casillas. Continuas expresiones como "este toro lo va a lidiar Rafa" o "Roddick va camino del descabello" puede dar una idea de lo que supuso la retransmisión de estos profesionales; a ellas se unen pobres conjeturas sobre la supuesta falta de valentía del rival tipo "está deseando salir de esta plaza" -"por la puerta de arrastre, con los cabestros", añade otro en una nueva muestra de pobre humor negro-. Desconozco la impresión que se hubieran llevado los norteamericanos, víctimas tantas veces de numerosos clichés relativos al patriotismo o a la falta de cultura, si hubieran conocido el guión completo de su periplo español. Para mí, las corridas de toros no son más tolerables que, por ejemplo, el reciente y deplorable "Toro de la Vega".

domingo, 21 de septiembre de 2008

Lo que somos no está escrito

En los medios, y en general en todas las manifestaciones literarias, se insiste una y otra vez, incluso por aquellos que pretenden ser "críticos" con el sistema, en la imperfección del capitalismo ("darwinismo social" lo califican a menudo para resaltar su injusticia), pero dejando claro de alguna manera que no hay alternativa. Se recuerda el desastre del comunismo, reduciendo las posibilidades (o "socialismo" estatal o un libre mercado caracterizado por la desigualdad de sus actores), incluso se lleva la discusión a aspectos filosóficos en los que ha sido la terrible la condición humana la que ha convertido bellas ideas, como el marxismo, en un horror totalitario. Por otra parte, algunos defensores de esa bella idea del marxismo todavía "creen" que es posible el "paraíso" socialista y que ha sido el inicuo capitalismo el que no ha permitido llegar a él a los numerosos regímenes socialistas que ha habido en el siglo XX; la realidad de Cuba no les permite abandonar esa creencia e, incluso, no solo defienden los supuestos logros del régimen castrista sino que confían en que avanzan hacía el auténtico socialismo (donde hubieran llegado ya, parece ser, si no fuero por los bloqueos del capital). Sin embargo, la creencia general parece ser que las más bellas ideas terminan en desastre en manos del ser humano. Quizás es demasiado fácil en el siglo XXI juzgar de dogmático y mesiánico al marxismo (aunque los anarquistas ya lo vieron venir desde el principio: Bakunin habló de que aquello iba a acabar en un indeseable "comunismo cuartelario"), pero es un análisis esencial en mi opinión, no para confirmar el sistema en que vivimos ni para insistir en lo terrible de la naturaleza humana (idea bastante reaccionaria que impide avanzar lo más mínimo; creo que cada vez sabemos menos sobre la condición del hombre, por lo que el determinismo se reduce considerablemente), sino para comprender que la pluralidad, la libertad y una buena dosis de realismo deben ser indisociables de cualquier propuesta socialista. No existe ninguna necesidad de ningún tipo, ni histórica ni científica, no hay por supuesto ninguna suerte de milenarismo, ni ideológico ni religioso, pero tampoco hemos llegado a ningún límite, ni "fin de la historia", y resulta indignante aceptar acríticamente un mundo tan injusto como el que padecemos (algo que queda encubierto en las sociedades desarrolladas tras ese "usted puede salvarse" que gritan a diario los voceros del sistema). Hoy, parece que considerarse "progresista" (con todo lo que tiene de amplio ese término, donde cabe mucho) parece que empieza a ser algo peyorativo en el peor de los casos y algo ingenuo en el mejor. Sin embargo, siendo todo lo crítico posible con el totalitarismo (algo que ya hicieron muchos progresistas en el pasado, a pesar de que tantos otros siguieran y siguen "confiando"), esa definición ideológica de un progresista como alguien de ideas avanzadas continúa siendo la realidad. No puede considerarse lo "progre" como algo añejo, sus propuestas de avance social siguen siendo lícitas y es la reacción (entremezclada con esa especie de neoliberalismo) la que obstaculiza el progreso con su insistencia en la necesidad de una tutela (política o metáfisica) para ese "niño descarriado" que es el ser humano. Considerar que nuestra naturaleza no está a la altura de los ideales que la humanidad ha ido desarrollando es algo de lo que podemos partir a priori, incluso yo diría que muchos teóricos "utópicos" ya lo hicieron; no sé si lo emocional en lo humano sigue estando en el mismo punto que hace siglos, incluso que hace décadas, me atrevo a decir que es algo que va variando con los numerosos cambios de paradigmas que ha habido en los diversos ámbitos humanos. La cuestión sigue siendo el punto de la partida, es decir ese "cambio de paradigma", en otras palabras podemos hablar de "revolución social" (claro que la gente se echa a temblar con esto, considerándolo algo del pasado, también resulta terriblemente "humano" ese miedo al cambio), en vistas a un mejor proyecto social, moral y racional, que tenga en cuenta también las "debilidades" humanas. Pero no pueden ser esas supuestas debilidades, el afán competitivo y destructor del hombre sobre todo, el que caracterice a una sociedad edificada sobre una base de injusticia y tutela constante (injusticia capitalista, donde los actores nunca parten del mismo punto ni logran la misma porción del pastel; tutela estatal o paraestatal, es decir autoritarismo de diversa índole).

jueves, 18 de septiembre de 2008

La doble vara de medir de la derecha mediática

Desde los tiempos "gloriosos" de El Gran Wyoming, apenas había echado un vistazo a las nuevas ediciones de Caiga Quien Caiga. Gracias al diario Público (que, en mi opinión, peca de muchos cosas y tiene demasiadas carencias, pero que al menos mete caña en algunos asuntos), me entero de una polémica mediática entre dicho programa de La Sexta y el canal televisivo del Grupo Intereconomía. Insisto, no soy ningún experto televisivo (ni ganas), pero La Sexta parece estigmatizada como muy progre e Intereconomía parece que está tan a la derecha como el inefable Jiménez Losantos. Una reportera de CQC, hija de Iñaki Gabilondo (ojo al dato, porque eso para mucha gente es ya muy sospechoso), trata de hacer un reportaje de investigación en Castellón sobre un cacique local (un individuo inenarrable, cuya familia lleva siglos en el poder). Diversas causas le impiden llevar a cabo su trabajo, la peor de todas es que cuatro energúmenos, supuestos reporteros de Intereconomía, le impiden acceder al cacique cuando ya había pactado con el Jefe de Prensa de la Diputación una serie de preguntas. Solo echar un vistazo a los energúmenos, con la cara oculta bajo una gorra y gafas de sol y con aspecto de gorilas (y, según Público, al menos unos de ellos es guardaespaldas profesional), te hace dudar de su profesión periodística. La versión de Intereconomía es que querían pagar al programa con su misma moneda, que fue la pequeña reportera la agresora y deján entrever que CQC está al servicio del PSOE (y de la confabulación izquierdista mundial, seguramente). Los reporteros de plató de CQC demuestran tener cintura y buen humor, frente a esas acusaciones de estar al servicio o a sueldo del Partido Socialista, al sacar unos datos donde demuestran que han hecho tantos reportajes críticos con el PSOE como con el PP (cuarenta y tantos de cada) y solo dos de IU; "eso demuestra una cosa", dice uno de ellos, "no nos paga el PSOE, nos paga Izquierda Unida"; "por eso ganamos tan poco", responde otro. Hay que dejar claro en primer lugar, que CQC es un programa satírico, de reportajes humorísticos, o como lo quieras llamar, que desde el principio, por lo que veo ahora en esta última edición con caras nuevas que desconozco, mantiene una actitud atrevida y provocadora hacia figuras e instituciones públicas; sí, además, realizan algún que otro programa de denuncia, "miel sobre hojuelas". Siempre he opinado lo necesario que es el humor para combatir el poder y mostrarlo tal y como es; no todos tenemos tal vez talento para ello, pero bienvenidos sean los bufones, cuyos límites para su labor no seré yo quien los fije. Por otra parte, la actitud de cierta derecha produce cierto déjà vu; cuando se trata de ser los más "conspiranoicos" ellos ganan a cualquiera (todo forma parte de algún plan de esos temibles progres, organizados en elitistas comités de presión o en subterráneas asociaciones secretas, según los gustos) y, por otro lado, resulta indignante la falta de ecuanimidad, la doble vara de medir, la ley del embudo vamos. Ellos portan la verdad absoluta, lo que les legitima para todo tipos de métodos, pero para censurar a los demás hacen bueno el pasaje bíblico de "la paja en el ojo ajeno" (que deberían conocer bien, ya que ese libro de fábulas es uno de sus preferidos). Ellos tienen, como todo hijo de vecino, sus simpatías ideológicas, pero cuando las observan en los demás resulta que "están vendidos a un partido político". Ellos denuncian las supuestas filiaciones de los demás al poder, pero están deseando apoltronarse en un puesto que consideran legitimo para ellos y para los suyos (creo que está es la raíz principal de ciertas actitudes). Lo más triste de esta anécdota es que todo esto se da en un asunto en el que un medio de derechas defiende a un impresentable de derechas; vamos, que parece un asunto de filiación ideológica y de apego al poder (eso que tanto denuncian en los demás). Un lúcido ciudadano de Castellón hace un perfecto análisis del asunto: "este es el cortijo de Fabra, nada ha cambiado aquí desde que se murió el tío Paco". Otros entrevistados, en cambio, prefieren mirar hacia otro lado.

domingo, 14 de septiembre de 2008

La negación de respuestas preestablecidas

Puede ser satisfactorio a la larga, pero no resulta agradable todo el tiempo, desear y buscar una consciencia plena en el desarrollo individual y en los problemas sociales. Parece que más tarde o más temprano aparece algo que actúa como freno o como paliativo a ese deseo de mejorar, individual y colectivamente (ojo, que estos dos conceptos deberían ir unidos en nuestras aspiraciones libertarias), una aceptación del mundo o de la sociedad tal y como la conocemos, con sus múltiples errores y fracturas (y el que piense que vivimos en el mejor de los mundos posibles tal vez no merece mucho respeto moral o intelectual). La historia nos demuestra que el cambio es posible, que nada permanece y que el ser humano actúa determinado, en gran medida (tampoco voy a negar al 100% la capacidad individual o el libre albedrío, donde también considero que se encuentra la grandeza del ser humano), por el entorno donde se encuentra; a pesar de ello, unos más y otros menos, insistimos en negar la posibilidad del cambio (este "cambio" se entiende que es hacia mejor, aunque quizá haya que aceptar cierto margen de probabilidad en la apuesta) ante el riesgo que supone alterar el status quo ("subvertir" es una palabra que me gusta, a pesar de que se le quiera dar una connotación meramente negativa, o quizá por ello). Las respuestas prefabricadas que daban las religiones (debería decir "dan", pero me gusta pensar que caminamos hacia la superación de tanto fanatismo) a las grandes preguntas que se hace el ser humano han sido un fracaso y están en franco declive (a pesar de la institucionalización del autoritarismo, que continua, y del fanatismo pertinaz); igualmente, grandes ideologías como el marxismo que actuaron de la misma manera (una suerte de "religión laica") corren igual suerte. Se siguen produciendo numerosas preguntas de enorme magnitud acerca de nuestra condición y las respuestas no están tan claras, por lo que el margen de maniobra para construir un futuro mejor es mayor (no creo "pecar" de optimismo, la filosofía merece una victoria sobre la religión y sobre todo sistema de ideas cerrado en sí mismo). Más de una vez he comentado la victoria moral que tiene el anarquismo sobre cualquier otra ideología, su búsqueda del máximo equilibrio entre desarrollo individual (la felicidad personal, vamos) y de justicia social, y su apuesta por la máxima investigación en todos los ámbitos de la vida (pese a lo que nos digan, pienso que es posible también una conciliación entre una vida intelectual y la felicidad). Los enemigos son muchos, el dogmatismo (el fanatismo de cualquier índole) y, tal vez su polo opuesto, el nihilismo; entendido este último de manera negativa, no subversivo, sino como una ausencia total de valores y una adoración de las pequeñas trivialidades de cada uno (dinero, lujo, incluso placeres personales), como una de las tendencias de la sociedad de consumo y de la economía capitalista (que desemboca en algún momento en refugios "espirituales" de lo más cuestionables). No hay que inventar demasiado, al menos no así a bote pronto, ni hacer una "tabla rasa" que sería un despropósito, podemos asumir gran parte de la tradición moral de la humanidad, así como el legado humanista y racionalista, pero con la capacidad de ensanchar sus límites hasta encontrar "lo libertario" (gran empresa, sí). Creo que cualquier mente que haya trascendido niveles de infantilismo anacrónicos es capaz de aceptar que no necesitamos a la religión, ni a ninguna suerte de creencia, para nuestros valores morales, y ni siquiera para tener una vida espiritual (desprendida ésta de todo tipo de lectura sobrenatural). Ello no convierte al creyente, tampoco a la persona religiosa (no creo que sean sinónimos), en nuestros adversarios. El enemigo es la institucionalización del autoritarismo y del dogmatismo, por lo que creo que hay es donde debemos dedicar nuestros esfuerzos, en la vigilancia plena al respecto. La deconstrucción del Estado y la superación de la religión es algo que debe ser constante y que puede despertar algo en el más obtuso defensor del dogma. Yo, particularmente, a pesar de lo mucho que me gusta la especulación filosófica, también me marco ciertos límites (no enteramente rígidos, pero límites al fin y al cabo) y tampoco creo que ello sea un obstáculo para las ideas libertarias (y su constante renovación). Un límite es mi aceptación del "materialismo", emparentado con filosófos de la Antigüedad como Epicuro y con los socialistas del siglo XIX, el pensar que todo lo que existe es material (no hay, por lo tanto, alma ni ningún plano sobrenatural). Otro límite es mi confianza, todavía, a pesar de la posmodernidad, en el humanismo (que no mira ya al pasado, y que también busca ampliar sus horizontes), que no es la substitución de Dios por el ser humano ni ningún tipo de consideración de la grandeza y trascendencia de la humanidad, y sí el potenciar todas las posibilidades de la vida, ya que tenemos las facultades para ello.

jueves, 11 de septiembre de 2008

11 de septiembre

Hoy es 11 de septiembre. Recuerdo una fecha como hoy, hace 7 años, en la que bastantes personas, no voy a decir que se alegraron, pero sí vieron normal que, después de tanto tiempo de promover golpes de Estado para colocar gobiernos en la orbita de sus intereses, de intervenciones bélicas e ingerencias externas de todo tipo para salvaguardar el sistema capitalista, los Estados Unidos de América fueran atacados en su propio territorio provocando la muerte de miles de personas. Hoy, hay quien recuerda otro 11 de septiembre traumático, el del golpe de Estado en Chile. Salvador Allende, como muestra de un socialismo democrático y de rostro humano, es otro de los mitos en que insiste continuamente cierta izquierda. Hay que recordar, en primer lugar, y estoy de acuerdo en que hoy es un día estupendo para ello, la quiebra que ha supuesto para la construcción de un socialismo en libertad el levantamiento armado de la reacción y la constante conspiración de la potencia norteamericana como máxima representante del capitalismo (intereses maquillados dialécticamente como "defensa de las libertades", entre las cuales la única intocable para ellos es la de la propiedad). Recuerdo un documental en que un fanático aseguraba que Pinochet fue el primero que dio un mazazo al muro del comunismo ("mérito" que antes se atribuyeron otros, como el dictador Francisco Franco) y, seguramente, el general y dictador chileno estaba seguro de estar combatiendo la expansión del comunismo. Esa visión simplista de la izquierda la tenía también Franco, reducida al término "rojos", el cual no distinguía entre comunistas, socialistas, anarquistas o, incluso, republicanos de cualquier índole (sería mejor referirnos al poder de la clase trabajadora). Insisto, buen momento este 11 de septiembre para recordar esto. Ahora, la cuestión es si el mito Salvador Allende, otra cosa es la realidad histórica que supuso, actúa a favor de una auténtica alternativa socialista, que para mí tiene que ser indisociable de la libertad (es por eso que lo llamaré "socialismo libertario"). Lo que quiero decir es que el socialismo de Estado ha demostrado ser una catástrofe (demasiados países lo acreditan, no uno ni dos) y su alternativa social-demócrata no es más que otra cara del capitalismo (cuyos crímenes son los mismos, aunque disfrutemos en el mundo desarrollado de ciertas garantías sociales). Allende era tal vez un hombre honesto y parece que sus logros sociales fueron notables, pero no sé si hubiera sido posible una auténtica transformación socialista en un mundo con dos potencias con afán imperialista y se hubiera dejado seducir, una vez más en la historia, por la "voluntad de poder". Un socialismo compatible con la libertad hubiera supuesto dejar los medios de producción en manos de los trabajadores y una progresiva desestatalización. La existencia de un tutor anarquista, cuando Allende tenía una corta edad, que le influyó notablemente en largas conversaciones sobre la lucha social, contribuye algo más a la idealización del personaje. Tal vez Allende recibió de aquel viejo zapatero cierto legado humanista y revolucionario que le hizo confiar en otra vía para el socialismo. O tal vez constituye una parte importante del mito.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Sobre el término "revolución"

Un artículo en el último número de Tierra y libertad nos aclara que la palabra revolución no implica necesariamente violencia y sí una transformación en alguna de las estructuras fundamentales de la vida social: la económica, la política, la cultural o la familiar. Sin embargo, la propia palabra "violento" posee múltiples acepciones, pudiendo recuperarse para la transformación social, o revolución, aquella que alude a "actuar con ímpetu y fuerza" o "con intensidad".
En cualquier caso, el concepto de cambio político (o cambio de régimen político: oligarquía, tiranía, democracia...) se ha tratado frecuentemente en la historia del pensamiento. Se puede distinguir entre la idea de cambio y la de revolución, tal y como ha sido desarrollada a partir de los siglos XVI y XVII. Una fuente es meramente científica, con influencia sobre lo político, y la otra sí considera los cambios políticos mismos, juzgados los suficientemente importantes para merecer el nombre de "revolución", en tanto que cambio súbito que pretende establecer un nuevo orden o, atención, a reestablecer por medios violentos un orden anterior. Esta última es una intención revolucionaria que no implica progreso ni innovación, que insiste en modelos anteriores considerados más justos o adecuados. No es el caso, por supuesto, de la concepción revolucionaria del anarquismo, que confía plenamente en la reducción de la opresión, en la expansión de la libertad y del beneficio y en la constante innovación con miras hacia la perfección. Por lo tanto, tal y como señala el artículo mencionado al principio, lo necesario para considerar un cambio como revolucionario es que haya cambios institucionales básicos en alguna de las esferas de la vida social. El término "revolución" tendrá gran difusión durante el siglo XVIII, con los escritos de los enciclopedistas franceses y con la llegada de las dos revoluciones consideradas arquetípicas: la Revolución Americana y la Revolución Francesa. A la idea de una revolución política sucedió la de una revolución social, constituyéndose algo que puede llamarse "filosofía de la Revolución", que examinará la naturaleza de la revolución y las condiciones necesarias para que se produzca una transformación digna de tal nombre. En el siglo XX se dará otra revolución arquetípica, la rusa, desarrollándose en la historia de la filosofía política una fundamental discusión acerca de si aquella fue una verdadera revolución o si, al institucionalizar la revolución, no procedió "contrarrevolucionariamente". Es una discusión que debiera tomar en cuenta el análisis anticipado de los anarquistas.
Una nocion general del término "revolución" trata de designar un tipo de transformación lo suficientemente radical y abrupta para distinguirla del mero cambio o de algún tipo de evolución; es un noción quizá muy vaga para que sea útil a la hora del análisis filosófico o político. Puede haber una noción científica del término, en la que se producirían ciertos tipos de cambios conceptuales, lo que se llama un cambio de paradigma, aunque la ruptura puede ir aparejada a alguna forma de continuidad. Puede haber también revoluciones de carácter tecnológico o de carácter industrial, todas ellas ligadas al concepto imprescindible de revolución social. Es esta ultima noción de "revolución social" la que ha venido substituyendo a la meramente política. El concepto más amplio de "revolución social" pretende crear un "hombre nuevo", además de una "sociedad nueva". El filosofo marxista yugoslavo elaboró esa idea de "revolución total" como la creación de un modo de Ser esencialmente distinto, no solo el paso de una forma de Ser a otra, sino el salto a la forma más alta de Ser.
La especulación filosófica sobre el término "revolución", o sobre cualquier otro, y su asimilación me parecen fundamentales a la hora de la acción política. No obstante, frente a toda suerte de elucubraciones excesivamente metafísicas, me quedo con la definición de Michael Albert: "La revolución es una suma de victorias conquistadas por una población despierta que introduce cambios fundamentales en las estructuras que definen las relaciones sociales".

sábado, 6 de septiembre de 2008

Educación, rebelión, liberación… nadie dice que sea sencillo

Está claro el rechazo del Estado que tiene el anarquismo, incluso en la construcción del socialismo denunciando avant la lettre lo que serían posteriormente los regímenes totalitarios consecuencia de la praxis marxista. El anarquismo puede entenderse como una filosofía de la libertad y la liberación, indisociable de la igualdad social, en la que la práctica inmediata será fundamental. La historia nos demuestra una y otra vez que una rebelión contra una injusticia, una revolución de la magnitud que fuere, acaba derivando en una inversión de los papeles en la que el oprimido puede convertirse en opresor, una accción acaban conviertiéndose en reacción al desarrollar un nuevo poder que buscará su legimitación basándose en su antigua lucha contra la injusticia. El anarquismo tiene esto muy en cuenta desde sus orígenes, la rebelión solo puede ser liberadora y debe acabar con el poder (identificado con el Estado, pero también con otras formas de autoridad). El concepto de "acción directa" tan propio del anarquismo significa, no solo rebelión, también construcción, una filosofía de vida (liberadora en todos los ámbitos de la existencia, cuyas soluciones vitales son, en gran medida, propias de cada persona) que se llevará a la práctica en la medida en que la situación lo permita, la edificación de la sociedad futura empezará aquí y ahora (de ahí, que las acusaciónes de "utópicas" a la ideas libertarias no tengan cabida). De hecho, se puede decir que el concepto de utopía, "elaboración en abstracto de sociedades de laboratorio", es algo rechazable; puede utilizarse como hipótesis, pero nunca como dogma, puede decirse que el análisis social y la reformulación permanente es otra característica del anarquismo.
La cuestión educativa, como ejercicio directo de la libertad y de la igualdad, es también esencial y algo complejo. Puede entenderse como "educación negativa", como lucha constante contra el dogma y el prejuicio, nunca como difusión de nuevos dogmas. Así lo entendieron los primeros anarquistas, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, en un contexto filosófico que tantas veces contradecía tal propuesta (dialéctica, materialismo, cientificismo, positivismo...). Valga esta supuesta contradicción como muestra de la gran empresa que tiene por delante el anarquismo, que respeta sus orígenes pero debería estar sometido a una renovación constante en su afán liberador.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Los límites (o premisas, si se prefiere) del anarquismo

Unos de los valores fundamentales del anarquismo es su apertura, que deberá ser constante de cara al futuro, a ideas y autores -que no han estado, ni tienen que estar, claramente dentro de la órbita anarquista- de las más diversas procedencias. Claro está, como bien señala Anibal D'Auria en el importante estudio colectivo El anarquismo frente al derecho, existe el peligro de caer en la confusión y de que las premisas esenciales de las ideas libertarias queden diluidas en ese crisol de influencias y aportes. A pesar de las críticas, su falta de rigidez teórica (que no escasez) es para mí una de las principales bazas del anarquismo; sin embargo, es necesario establecer unos límites a nivel histórico (de ahí, el hilo conductor con el pasado, sin permitir que actúe como lastre), al menos en los aspectos social y político.
En cuestión de autores, el recorrido histórico ofrece pocas dudas a partir de Proudhon (aunque hay matices sobre la importancia del aporte de ciertos nombres), el primero que utilizó el término "anarquía" como orden sin coacción externa. Otra cantar es la cuestión pre y protoanarquista; D'Auria está de acuerdo con Guerín y García Moriyón en las influencias de la Revolución francesa y de los primeros socialistas asociacionistas (Saint-Simon, Owen y Fourier), yo menciono sin dudarlo a un autor esencial que opino que estableció el puente: William Godwin.

Guerín señala como ideas básicas del anarquismo su rebeldía visceral y su rechazo del Estado, de la democracia burguesa (representativa) y del socialismo autoritario (estatal). García Moriyón se extiende mucho más: una concepción de la historia diferente que la del marxismo (menos dogmática y más compleja); el Estado como un mal con lógica propia (no solo como epifenómeno de la economía); un antiteísmo militante (la idea de Dios como el origen del principio de autoridad); los conceptos de individualismo y sociabilidad como indisociables; federalismo y autogestión como propuestas constructivas; educación integral (multidisciplinaria, no coactiva y teórico-práctica); revolución social sin jacobinismo (sin centralismo); un socialismo incompatible con el Estado; una ética vitalista sin sanciones, y la coherencia entre medios y fines. Guerín habla de estos conceptos, no como "ideas básicas", sino como caminos de búsqueda de una nueva sociedad. D'Auria prefiere sintetizar o reducir el núcleo básico del anarquismo a dos principios básicos: socialismo antiautoritario y coherencia entre medios y fines.

El socialismo anarquista, antiautoritario y antiestatista, desconfía del Estado como gestor de la economía, ya que considera que podrá ser incluso más déspota que los capitalistas privados; también rechaza al Estado como instrumento revolucionario, aspecto que entraría dentro de la idea de "coherencia entre medios y fines". El Estado no sería un fenómeno resultante de cómo está estructurada la producción y la economía, sino un mal en sí mismo con sus propios intereses (al igual que la Iglesia). El anarquismo puede coincidir con el liberalismo en su antiestatismo, pero, a diferencia de éste, apuesta por la gestión colectiva de los medios de producción y rechaza el ánimo de lucro (concepto intocable dentro del liberalismo capitalista). El anarquismo, a pesar de su múltiples influencias y de la asimilación de importantes corrientes individualistas, es inequívocamente socialista (término demasiado reducido a las vertientes estatalistas y digno de ser explicado una y otra vez). El auténtico orden no lo aporta el Estado, sino que será el resultado de la organización espontánea de la sociedad sobre bases libres, sin ningún tipo de instancia coactiva. Autogestión y federalismo son conceptos claves en el anarquismo, conceptos nada utópicos ni desfasados, sino pendientes de una dotación plenamente libertaria en la sociedad. Pero el rechazo a la autoridad, dentro del anarquismo, va mucho más allá del Estado y del Capitalismo, llegando hasta el importante punto filosófico de encontrar el principio de autoridad en la idea de Dios. El equilibrio y compatibilidad entre libertad e igualdad es también esencial en el anarquismo, no debe haber tensión alguna entre esos dos conceptos sociales. Como señala D'Auria, "Es claro que el anarquismo parte de una antropología y una psicología filósoficas diferentes a la de los liberales burgueses: para los ácratas el egoísmo (la satisfacción individual) no es incompatible con la cooperación y solidaridad (ayuda mutua)". Frente a esa idea reduccionista (de la persona y de la sociedad), que sostiene que el Capitalismo sería el sistema al que mejor se adapte la condición del hombre, el anarquismo va a por todas en su conciliación entre libertad y justicia social, sin inhibir ni eludir ninguna pasión humana.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Nihilismo

A menudo, usamos coloquialmente la palabra "nihilismo" aludiendo a la absoluta falta de principio moral o político. Tal vez, el primer filósofo que utilizó el término fue William Hamilton, el cual consideró que el nihilismo es la negación de la realidad sustancial. Hamilton consideró que Hume era un nihilista, al negar que exista una realidad sustancial -o que en realidad hay sustancias- solo cabe sostener que se conocen fenómenos. Desde este punto de vista, el nihilismo sería identico al fenomenismo -el cual tiene, a su vez, diversas vertientes-. Este nihilismo de Hamilton sería llamado posteriormente "nihilismo epistemológico". Se diferencia del nihilismo moral -negación de que haya principios morales básicos-, pero está tal vez muy emparentado con el nihilismo metafísico -pura y simple negación de "la realidad"-. El propio Hamilton aludió con frecuencia al sofista Gorgias, según el cual no hay nada -y si hubiera algo, sería incognoscible; y si fuera cognoscible, seria inexpresable, inefable o incomunicable-. También se ha mencionado al escéptico Pirrón a propósito del nihilismo; aquí me detengo especialmente, cuando se equipara muy a menudo nihilismo y escepticismo radical y se considera que ambos apuestan por una especie de universal "negacionismo". El escepticismo se ha manifestado muchas veces como duda de que haya nada permanente en el movimiento y en el cambio, el nihilismo se ha entendido como la afirmación de que todo cambia continuamente y de que todo varía en función del sujeto.
A veces, se expresa el nihilismo en forma de una concepción del mundo, que puede adoptar un pesimismo radical o bien conduce a un punto de vista totalmente "aniquilacionista". Así, en este último sentido, en el Fausto de Goethe Mefistófeles considera que sería mejor que nada surgiera ya que todo perece; en La vida es sueño, Segismundo parece seguir esa línea al decir que "el delito mayor del hombre es haber nacido". Schopenhauer, en El mundo como Voluntad y Representación, cita esas dos obrass, así como versos de Teognis. Este filósofo consideró que toda existencia "refleja" el impulso irracional e incesante de la Voluntad; la vida es lucha, y la vida humana está llena de sufrimientos y oscila entre el dolor del deseo (basado en la necesidad o en la carencia) y el dolor no menos intenso del aburrimiento o la inanidad (experimentado cuando todas las necesidades han sido satisfechas). Para Schopenhauer, la Voluntad es la causa, no solo del egoísmo y la agresión, sino la raíz de todo mal en general. Ante la objeción de que la negación del sufrimiento implica la eliminación de la voluntad y, por lo tanto, "el deslizamiento hacia una nada vacía", el filósofo afirmará que, para quienes se hallen llenos de Voluntad, lo que permanece después de la completa abolición de la Voluntad -o después de su negación- es una nada.
Para Nietzsche, la noción de nihilismo es muy importante. Por un lado, considera al nihilismo como una amenaza, como el término final de un desarrollo histórico sin salida. En otro sentido, considera como nihilista la interpretación de la existencia humana y del mundo proporcionada por la Europa cristiana y por la Europa moderna; esa interpretación niega los valores superiores de la fuerza, la espontaneidad, el concepto de superhombre, a beneficio de los supuestos valores de la equidad, la humildad, etc. Se puede hablar así de un nihilismo "malo", que será aquel pasivo perteneciente a la tradición moral y metafísica. Pero se puede hablar también de un nihilismo "bueno" -o "auténtico"-, que sería activo y consistiría en destruir el sistema de valores de aquel nihilismo pasivo tradicional. El nihilismo de los "espíritus fuertes" pone punto final al nihilismo débil del pesimismo, del historicismo, del afán de comprenderlo todo, de la idea de que todo es vano. Este tema nietzscheano del nihilismo ha sido recogido por Heidegger al tratar de la destrucción de la metafísica occidental e, incluso, de toda metafísica como un "acontecimiento".
Capítulo aparte merece la historia del nihilimo ruso, con fuertes raíces sociales. Recordaremos que Bakunin llegá a afirmar que sólo la destrucción es creadora (y consideramos aquí, por supuesto, que el gigante ruso se refería a la instituciones, y tenía en mente la injusticia social, por supuesto). Más radical aún será Dimitri Ivanovitch Pisarév, el cual escribió que "todo lo que puede romperse, hay que romperlo; lo que aguante el golpe, será bueno; lo que estalle, será bueno para la basura. En todo caso, hay que dar golpes a derecha y a izquierda: de ello no puede resultar nada malo". Hay que entender este violento párrafo como que sólo lo que resiste la critica implacable es digno de ser conservado.