lunes, 27 de octubre de 2008

Sobre la ciencia

El sustantivo scientia procede del verbo scire, cuyo significado es "saber". Sin embargo, habrá que ser cauto al equiparar ciencia con saber, ya que el llamado saber común, vulgar u ordinario nada tiene que ver con la ciencia. Es decir, se saben muchas cosas que difícilmente pueden ser presentadas como enunciados científicos. Platón distinguía rigurosamente entre el saber y la opinión, y advertía que ésta última se situaba entre la perfecta ciencia y la absoluta ignorancia. Se podría decir que el saber científico debe ser culto, desinteresado, un saber teórico susceptible de aplicación práctica técnica, un saber riguroso, metódico, etc. Pero esos calificativos no parecen suficientes para satisfacer lo que entenderíamos como conocimiento científico y, además, no parece fácil distinguir entre ciencia y filosofía, una diferencia que no fue demasiado importante a lo largo de gran parte de la historia. A medida que se fueron organizando las ciencias particulares, esa distinción entre ciencia y filosofía se hizo más importante y urgente: en la Física de Aristóteles no es un obstáculo para su comprensión que no exista tal diferenciación, pero en la contribución científica y filosófica de Descartes o Leibniz sí es un problema no poder trazar una línea divisoria.
Resulta común considerar la ciencia como un modo de conocimiento con aspiraciones a formular, mediante lenguajes rigurosos a apropiados, leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos. Todas esas leyes tienen en común lo siguiente: el ser capaces de describir series de fenómenos, el ser comprobables por medio de la observación de los hechos y de la experimentación y el ser capaces de predecir acontecimientos futuros. Comprobación y precisión dependerán de los métodos empleados, que serán diversos para cada ciencia y para cada parte de la ciencia. En general, se considera que una teoría científica es tanto más perfecta cuanto más formulada se halla.
Ante la relación entre ciencia y filosofía, pueden darse tres respuestas: que carecen de relación alguna; que están íntimamente relacionados entre sí hasta el punto que son, de hecho, la misma cosa, y que mantienen entre sí relaciones muy complejas.
Para apoyar el primer caso, puede decirse: la ciencia progresa y nos informa cada vez más acabada y detalladamente sobre la realidad, mientras que la filosofía no progresa porque es un incesante tejer y destejer de sistemas; la ciencia es un modo de conocer y la filosofía es un modo de vivir; la ciencia se refiere al ser, la filosofia al deber ser y, en general, al valor; la ciencia es conocimiento riguroso, la filosofía es una concepción del mundo expresable mediante el arte y la religión; la ciencia es conocimiento limitado y no existe, sin embargo, límite para el conocimiento filosófico; la ciencia opera mediante observación, experimentación, inferencia y deducción, en tanto que la filosofía lo hace mediante la intuición.
Para el segundo caso, puede sostenerse lo siguiente: la filosofía no difiere de la ciencia más que por constituir un estado primitivo (o preliminar) de la actividad científica, por lo que la filosofía puede considerarse como una fase de la ciencia; la filosofía es una ciencia igual que las otras en cuanto a la estructura de sus teorías, métodos usados y propósitos que la mueven; aun existiendo una filosofía que no puede llamarse ciencia, ya que es una expresión poética o concepción del mundo, no puede calificarse tampoco seriamente de filosofía; la filosofía que merece tal nombre es una ciencia que se ocupa de ciertos problemas lógicos y semióticos, el análisis de los cuales consitituye un auxilio indispensable para el desarrollo de las demás ciencias.
En el caso tercero, se puede mantener lo siguiente: la relación entre filosofía y ciencia es de índole histórica: la filosofía ha sido y seguirá siendo la madre de las ciencias, por ser la disciplina que se ocupa de la formación de problemas tomados luego por la ciencia para resolverlos; también es la filosofía la reina de las ciencias, por conocer mediante el más alto grado de abstracción, por ocuparse del ser en general y por tratar de los supuestos de las ciencias; la ciencia es uno de los objetos de la filosofía, por lo que existe una filosofía de la ciencia; la filosofía es fundamentalmente la teoría del conocimiento de las ciencias; la filosofía se halla en relación de constante mutuo intercambio con respecto a la ciencia y examina ciertos enunciados que la ciencia presupone, pero que no pertenecen al lenguaje de la ciencia.
Todos estos argumentos pueden encontrar en la historia de la filosofía y de la ciencia datos para apoyarlos, dependiendo de cómo se interpreten los datos históricos, los cuales a su vez también dependen de varios modos posibles de entender la filosofía y la ciencia. Se trata de una especie de círculo vicioso del que es difícil escapar, aunque no imposible.

domingo, 26 de octubre de 2008

La apelación a "lo científico"

Se me reprocha a menudo mi visión excesivamente escéptica (valga la cacofonía, realizado con toda intención) a la hora de analizar o asentar las verdades indiscutibles de cierta teorías. No les quito razón (aunque nuestra actitud intelectual sea muy diferente), el escepticismo es para mí un contrapeso que acompaña a todo dogmatismo, y seguramente nace en muchos casos de la más vulgar ignorancia (por lo que la "suspensión de juicio" es lo más honesto y lúcido). Incluso, mi torpe apelación a "lo científico" para combatir dudosas teorías juega muchas veces contra mí en esos debates que hieren susceptibilidades y chocan frecuentemente con las creencias cosmogónicas de cada uno (o con "los deseos de creer", me da la impresión). Vamos a ver si me explico. Obviamente, es complicado (y se escapa a mi corto entender) asentar lo que resulta "ciencia"; pero lo que a mí me inquieta es que las fisuras que pueda haber en eso tan solemne, y en lo que tanto se confió para cambiar el mundo (fracasando estrepitosamente), que es el llamado conocimiento científico dé lugar a insisir en modelos que subordinan al hombre y lo alejan del saber y de la razón (insisto, con todo lo ambiguo que ello resulta, es necesario establecer cierto punto de partida para el racionalismo y para el saber científico). El ejemplo más común, y tal vez más pedestre, es el del "creacionismo": que las lagunas científicas que pueda haber en la "teoría de la evolución" sean aprovechadan para volver a insistir en el fanatismo religioso que lleva a que el ser humano no se haga preguntas y lo resuelva todo con el "mito" (el paso del mito al logos, visto lo visto, resulta más que cuestionable en la historia de la humanidad). Si en lugar de una divinidad creadora, usamos algo como la existencia de una "energía universal" (donde se diluye la frontera entre religión y otro tipo de cuestiones vitales) espero que se entiende a dónde quiero llegar. La creencia monoteísta insiste en que esa afirmación de la existencia de una energía vital controlable es una usurpación de su concepto de la divinidad. Yo lo que que creo, y lo que me inquieta, es que ambas posturas mantienen al ser humano a merced de factores reguladores externos (alguna suerte de trascendencia) y le imposibilitan su perfección en todos los ámbitos (algo que tal vez se me refute por ambiguo, pero mantener que el ser humano es algo inmanente me parece que es reducirlo). "Energía" es una palabra, claro que aquí peco de atenerme a la etimología grecolatina (tal vez en otras culturas tenga un significado más amplio o sea difícilmente traducible), que alude a cierta "capacidad" en sus dos acepciones, la vulgar y la científica, por lo que es importante discernir su vertiente científica de la que se aleja de ella. Me parece que los practicantes de ciertas teorías tendrían que dejar muy claro que lo enseñan es muy cuestionable como "proposición científica" (donde lo dusoso se considera falso), pero tal vez eso es pedir tanto como decirle a un sacerdote a que haga algo similar cuando hable del Espíritu Santo. Si nos encontramos en el campo de la creencia (donde dudas y debilidades del ser humano están a merced de toda especulación), el "usuario" debería ser plenamente consciente, es lo que yo sostengo.

jueves, 23 de octubre de 2008

La nueva época atea

Se dice que con Nietzsche, con su ética atea y su filosofía radical y elaborada, el pensamiento dominante (es decir, el pensamiento idealista, espiritualista, judeocristiano...) sufrió el primer gran golpe y parecía vislumbrarse una salida al cristianismo. Al margen del contenido del pensamiento nietzscheano, lo valioso es pensar a partir del autor de Más allá del bien y del mal, apoyarse en su obra para tratar de sobrepasarlo y seguir construyendo el edificio filosófico. Se trata de suprimir a Dios y hacerse preguntas sobre la nueva moral superior y pensar sobre los nuevos valores. Es una empresa magna no cabe duda. Las soluciones que pudo dar el filósofo alemán están en la historia (también con sus malentendidos), su paso por ella supone un antes y un después (igual que él mismo afirmó sobre el cristianismo), por lo que es necesario proponer nuevas hipótesis.
Se trata de dar nuevo contenido al ateísmo y a la ética que surge de él. No se ha conseguido acabar con la divinidad, ésta ha acabado de una manera o de otra, y a pesar de los continuos intentos de expulsión, volviendo a entrar en nuestro edificio (o, mejor dicho, nos la tratan de introducir una y otra vez de la forma que sea y "con" la forma que sea necesaria). Es por ello que es necesario un nuevo compromiso con la razón atea (una nueva razón mucho más poderosa y extendida). La religión proviene de una racionalidad primitiva y no podemos permitir que nos vuelvan a imponer el mito, la fábula, la ficción y la sinrazón. Frente a ello, deben imponerse la razón, la deducción y la argumentación. Enseñar el ateísmo debe combatir estos deseos constantes de involución (la noción de "progreso" no es algo que quiera utilizar a la ligera, pero no hay mas opción si queremos construir un futuro mejor). Algún día el cristianismo (y las demás religiones de libro) será historia. Una nueva etapa vendrá, una etapa que debería ser "atea". Los adoradores del pasado, clase dirigente hoy todavía, hacen un juego hipócrita e interesado. Pretender afirmar que vivimos una etapa atea en la actualidad y también en nuestra historia reciente (de ahí, los horrores de los regímenes totalitarios del siglo XX). Las iglesias y las doctrinas religiosas saben mucho de totalitarismo, habría que ver en nombre de qué ideas (sin olvidar su trabazón con la voluntad de poder) se ha derramado más sangre y se han cometido más abusos en la historia, y es posible que "lo religioso" gane de calle. Pero, en cualquier caso, se equivocan o juegan con términos diferentes. Una etapa sin valores (una suerte de nihilismo) no tiene nada que ver con el ateísmo, el cual debe desprenderse de la idea clásica de ir unido a la amoralidad. Es el momento de ganar el combate definitivo para que no asocie el ateísmo con los males de la humanidad. Dejar bien claro que se trata de todo lo contrario, de lucidez frente al fanatismo y de lucha por el progreso en la vida terrenal frente a una falsa justicia trascendente.

sábado, 18 de octubre de 2008

Guerra por unos limones

Me gustó la premiada película israelí Los limoneros. Y bastante. A pesar de la buena prensa que tenía esta obra, era bastante cauto ante las premisas de una historia -junto a un edulcorado cartel que echa algo para atrás- que olía a buen rollo sobre el conflicto sangrante entre palestinos e israelíes con el que es imposible ser equidistante.
Salma, la viuda palestina protagonista, persona humilde cargada de dignidad que vive en la frontera entre Israel y los territorios ocupados, tiene que ver cómo se muda al lado de su hogar el propio ministro de seguridad del Estado de Israel. En la parafernalia de seguridad que se monta, se toma la decisión de talar los limoneros de Salma -su medio de vida-, posible escondite de terroristas, y la palestina decide enfrentarse al propio Estado israelí -el ministro también se llama Israel, decisión narrativa nada sutil- con medios legales -la justicia de un Estado democrático, capaz de tomar las decisiones más sangrantes en nombre de la seguridad-. Por cierto, el apellido de la protagonista -"Zidane", y el homónimo ex-futbolista aparece también en un póster-, ¿es tal vez un guiño a la cuestión "de clase"? -"árabe pobre, árabe rico"-.
El "pequeño" drama de esta mujer -que varios personajes se empeñan en señalar como una menudencia ante auténticos problemas de otras personas- actúa como símbolo, con muro incluido, de una situación de intolerable represión. Eran Riklis, director de la cinta, ha afirmado que trató de hacer una película nada maniquea en la que todos los personajes expusieran sus razones. Muy loable me resulta esto a priori, pero el peligro de mostrarse distante -incluso, eso a veces tan mezquino de ser equidistante- ante los abusos de los poderosos era algo que permanecía como una sombra amenazadora en este atractivo film. No cae en ello, a pesar de que durante gran parte del metraje esa amenaza me resultaba casi como una losa -probablemente, se ha jugado con ello de manera inteligente-. Tampoco cae, afortunadamente, en la sensiblería y sí en la sensibilidad y en la belleza, a pesar del drama, en numerosas secuencias -como esos limones cayendo del árbol, que despiertan a la protagonista y podemos contemplar una vez más su bello y sereno rostro-. La película, tal y como se ha dicho, y más allá de nacionalidades, lo es fundamentalmente de personas. Y la cosa funciona. Los personajes están admirablemente trazados, incluso los que corrían mayor peligro de ser víctimas de una lectura unidimensional como la poderosa familia israelí. El ministro, implacable y teatrero de cara a la opinión pública, está determinado por su condición de hombre de Estado. Su mujer tomará conciencia ante una situación que, tal vez, hasta ese momento no había vivido en persona. Quizá es también poco sutil ese plano que te muestra a una atractiva militar israelí -la presencia de mujeres en las instituciones, como esa jueza que dictará la sentencia final, para nada garante de justicia de un Estado considerado democrático, es otro de los atractivos de la película-, que acompaña al ministro en todo momento, y que vendría a significar un asomo de crisis en el matrimonio es tal vez un subrayado innecesario. Las decisiones como gobernante del ministro, indisociables de su vida personal, me resultarían suficientes para que su mujer se replanteara su vida -en una especie de "torre de marfil" o "cárcel de oro"-. El paralelismo entre las dos familias y entre las dos mujeres -si Salma es digna y valerosa desde un principio, su vecina israelí se redimirá al respecto al final de la cinta-, de inaceptable contraste, es otro atractivo narrativo llevado a la práctica cinematográfica con eficacia. En ambos casos existen hijos en Estados Unidos -cómplice del Estado sionista y falsa tierra de las oportunidades-. Una estudia con todas las comodidades y justifica y comprende a su padre -a Israel, en suma-. El hijo palestino es un humilde trabajador que, sin embargo, se muestra contento de haber abandonado aquel infierno y aconseja a su madre hacer lo mismo -algo que, obviamente, no hará nunca-. No voy a desvelar nada más sobre este notable film, pero sí expresar la coherencia que posee en su conjunto y en su resolución -por llamarlo de alguna manera- de sus diferentes vertientes narrativas: como el conflicto del matrimonio israeli o la historia de amor de la mujer palestina con su abogado -personaje no necesariamente inicuo, pero finalmente coherente con cierta manera de entender la justicia-, por no hablar del conflicto central de los limoneros -insertado en el aparato jurídico de Israel, que llega hasta el llamado Tribunal Supremo-. Los personajes no son para nada planos, incluso hasta el más secundario como un "simpático" recluta israelí o un eficaz guardaespaldas que asegura "cumplir órdenes sin pensar" -"¿por qué no piensas?", le espeta la propia persona que quiere proteger-. Un último detalle: el atentado que se produce, que se produce en pleno "conflicto de los limones", sin que aparezcan terroristas por ningún lado y que justifica la acción militar sobre el propio hogar de Salma, ¿quién lo realiza?; no hay respuesta al respecto, lo cual es inteligente y significativo sobre la posibilidad que sea una maniobra del Estado de Israel.
Recomiendo enormemente el visionado de este film, en el que están presentes elementos sociales de los que se puede hacer una valiosa lectura libertaria: represión estatal -por muy "moderno" y "democrático" que sea ese Estado-, lucha de clases -apropiación o eliminación del medio de vida de las personas, lo que conduce a situaciones desesperadas-, opresión religiosa -ya digo que el film se muestra ecuánime y reparte adecuadamente al señalar el drama de Salma-.

jueves, 16 de octubre de 2008

La conquista de la utopía

Ésta ha sido la imagen de portada del periódico Tierra y libertad de este mes de octubre. La idea era un homenaje a la creación del concepto "utopía" como sociedad ideal a cargo de Tomás Moro en el siglo XVI (de ahí, el barco de época y la isla). Sin embargo, la ambigüedad del término (de la que Moro era, tal vez, muy consciente), como posible lugar que no existe, y su habitual utliización como sinónimo de "irrealizable" (utlización, en la práctica, que es obligatorio señalar como muy vulgar y conservadora) me obligó a no hacer el juego a aquellos que identifican el anarquismo con ideas políticas bellas pero imposibles de llevar a la práctica. Es por eso que la frase es esta vez un mensaje rotundo más que una explicación: la utopia de hoy puede ser la realidad de mañana; asi ha sido a lo largo de la historia, no de una manera totalmente lineal o determinista, aportando así también una idea del progreso menos cuestionable de lo que pretende el "pensamiento único". La estética del diseño y la idea general se refuerzan con el concepto de un lugar por conquistar a nivel social y político (que simboliza esa isla extraña, donde todo puede ser posible, o ese horizonte "luminoso"). Recuerdo un comentario de José Luis Sampedro que, en esta misma línea, identificaba la utopía con una estrella que pudiera guíar a nuestro barco. En ese caso, el escritor quería significar que no era un punto necesariamente alcanzable, pero sí necesario como modelo. Yo he preferido verlo como un lugar "constantemente conquistable".

Versión primera de la misma idea, más confusa y realizada con menos medios.

domingo, 12 de octubre de 2008

En la Fiesta Nacional…

La crítica anarquista a la institución del ejército se basa, no solo en que se trata del soporte armado del Estado, sino por ser la máxima expresión del autoritarismo, que busca la subordinación del ser humano hasta matar o sacrificar su vida. Como menciona Cappelletti en "La ideología anarquista", puede decirse hasta que el anarquismo ve en el ejército el arquetipo del Estado, estructurado en dos modelos esenciales como son la coacción y la jerarquía. Cuando determinados gobiernos, normalmente los que se consideran a la izquierda, hablan de misión pacificadora de las fuerzas armadas se trata de un contrasentido, un oxímoron digno del lenguaje orwelliano -ya saben, lo del Ministerio de la Paz que se encarga de los asuntos relacionados con la guerra-. La derecha es, tal vez, algo más sincera en este caso, y suele afirmar que el ejército está para lo que está y no es ninguna ONG.
Carlos Malato definió el estado de guerra, resto del salvajismo de épocas primitivas, como el absolutamente opuesto a la anarquía -desenvolvimiento libre y pacífico de los individuos-. Su confianza en el progreso hizo que pensara que a medida que las masas aprendieron a pensar -que la humanidad se constituyó, en otras palabras- la guerra era menos frecuente y fue suscitando el horror. Su análisis llega hasta el punto de observar que las guerras de su tiempo, siendo infinitamente más devastadoras, requerían por parte de los Jefes de Estado de un conjunto de causas más complejas que en épocas precedentes para llamar al derramamiento de sangre. A principios del siglo XXI la retórica militar alude a conceptos como "libertad" o "democracia" y habla, como he mencionado anteriormente, de "misiones de paz". Quiero pensar que la capacidad de reflexionar del ser humano le lleve a considerar el patriotismo, paulatinamente, como mezquino y extravagante, y que resulte cada vez más inverosímil que la mayoría de la gente piense que las misiones militares puedan conllevar ninguna suerte de "idealismo". Más difícil de pedir es que dejen de considerar el ejército como un "mal necesario".
Particularmente, y no solo por una cuestión ideológica, detesto el ejército y todo tipo de disciplina castrense. Abomino de la retórica patriotera y uniformadora, la cual subyace tras el buen rollo democrático en cualquier otro momento, que acompañan estas festividades arcaicas. Tal vez, en las fuerzas armadas no haya ya elementos capaces de dar un golpe involucionista al Estado, pero el análisis libertario sigue siendo igual de válido. No soy tampoco un pacifista, algo que me situaría en una posición marginal o extremista que no deseo, pienso que hay buenos motivos para luchar por las personas que sufren y por las ideas que tratan de paliar ese sufrimiento -ideas que no caben en ningún Estado-.
El antimilitarismo es hoy tan necesario como en cualquier otro momento histórico. Puede servir perfectamente para descubrir los intereses de quienes quieren preservar un sistema injusto. No es únicamente una razón ética la que acompaña una posición contraria al ejército -insisto, no solo a "lo bélico", retórica que pretende utilizar el propio Estado-, es un análisis político radical y lúcido. El patriotismo no se lo cree ya casi nadie -salvo en momentos contados de pulsiones tribales, deportivas o de otra índole, dignas también de un análisis exhaustivo-, las fuerzas armadas se nutren, paradójicamente, de personas de otros países que han emigrado en busca de un mejor estatus económico -lo que demuestra que la clases más humildes siguen siendo las que "hacen la guerra"-, por lo que desenmascarar a quienes mantienen los conflictos armados por cuestiones económicas o por afán de poder es una obligación moral.
La lógica militar, junto a la industria -factor que tal vez es más determinante que aquél-, sigue imponiendo sus exigencias en los Estados más poderosos del planeta. Todo ello encubierto por la legitimación ideológica que emplean las cabezas visibles de esos regímenes jerarquizados -por muy democráticos que quieran denominarse-. El antimilitarismo -perfectamente disociado de un pacifismo cuasireligioso o de cualquier otra actitud sumisa- puede ser una fuerza impagable que se enfrente a ese estado de cosas. La violencia es algo que forma parte, quizás de forma esencial, del ser humano, y el empeño es trabajar por una sociedad que la haga todo lo innecesaria que se posible. Pero lo que no me convence es la extrema actitud de "erradicación" -tanto a nivel individual como social-, que pospone la felicidad total -la no violencia- para una supuesta sociedad futura. Sinceramente, creo que eso es un obstáculo para seguir ganando batallas en la actualidad -y perdón por el símil belicoso- y para proponer una alternativa sólida, aquí y ahora, el estatismo y al militarismo. El antimilitarismo, como parte esencial del código genético del anarquismo -y susceptible para los movimientos sociales que no quieran transmutar un tipo de poder por otro- debería formar parte de un terreno de intervención política, con presupuestos concretos de negación de esa "lógica militar", de desenmascaramiento de los intereses políticos y económicos que propician el belicismo y de lucha contra el nacionalismo -o, lo que es lo mismo, de puesta al día de esa vieja y bella lucha internacionalista, que considera la justicia social como inherente a toda la humanidad-.

martes, 7 de octubre de 2008

La necesidad de la ideología y del debate ideológico

Un director de un periódico de tendencia derechista y amarillista, no sé si tiene más de lo segundo que de lo primero -por otra parte, ambos conceptos tal vez se alimenten en interés mutuo-, ha dicho recientemente "La ideología es siempre enemiga de cualquier necesidad humana porque aleja del realismo". Los lectores de este hombre, que parecen ser para mi desgracia unos cuantos, tal vez asientan entusiastas ante una aseveración, repetida una y otra vez por la derecha más recalcitrante y/o interesada -interesada, obviamente, en mantener un status-. Pero los aplausos endogámicos o la repetición sistemática, tácticas tan propias de la derecha española, no convierten una falacia en verdad. Falacia, porque lo que se quiere significar con "ideología" es socialismo. Cualquier socialismo, desde la "tremenda" política social de Zapatero hasta el gulag estalinista son producto de lo mismo, la falaz y fallida ideología sin ninguna conexión con la realidad. Sin ninguna conexión con el pragmatismo político, en definitiva, que ya sabemos lo que significa: la condena a la miseria a gran parte del planeta.
Esta afirmación machacona, más maquiavélica que ignorante, sobre "el fin de las ideologías" no es nueva, se remonta a una obra de Daniel Bell publicada a comienzos de los años 60, en la que se quería dar a entender que todas las ideologías políticas y político-sociales se habían convertido en innecesarias antiguallas, que se mantenían por pura inercia en una sociedad en la que los problemas eran técnicos y no ideológicos ni políticos. Tal y como se repite hoy en día, este análisis mezquino y simplista, más propio del deseo que de la realidad -tal vez, por eso, también es "ideológico"- se aplica no solo a las sociedades más desarrolladas, sino también a las que están en proceso de desarrollo o por debajo del mismo, ya que sus problemas son técnicos. Es demasiado fácil desenmascarar esta tesis del "fin de la ideología" como claros intereses que, con esa pretendida ausencia, no encubren más que una ideología de clase.
El debate ideológico es hoy tan necesario como en cualquier otro momento de la historia. Como afortunadamente todavía señalan mentes lúcidas, no tantas como gustaría, la auténtica polémica -uso aquí esta palabra recordando su raíz filosóficamente más combativa- está en el terreno del pensamiento. Y no en el militar como lleva a cabo la derecha en su inicuo "pragmatismo" político y económico.
La ideología puede concebirse de múltiples maneras, no puede hacerse una utilización simplista rayana en el insulto a la inteligencia. Una acepción histórica y "clásica" aludía a una disciplina filosófica básica cuyo objeto es el análisis de las ideas y de las sensaciones, una especie de ciencia del conocimiento en la que también entraba la aplicación del pensamiento a la realidad -algo perfectamente disociable, en mi opinión, de cualquier "idealismo"-. Hubo varias generaciones de filósofos franceses, con opiniones muy distintas, que se suelen encuadrar en esta noción de ideología; los más conocidos guardan cierta relación con pensadores sociales como Fourier, Saint-Simon o Comte. Un primer uso peyorativo del término "ideología" se debe a Bonaparte -muy significativa esta instrumentalización del lenguaje y de las ideas por parte de un tirano-, al referirse como "doctrinarios" a pensadores que le negaron finalmente su apoyo. Importante, y también muy significativa, es que sea Maquiavelo el primero que pusiera en claro un posible desvío entre la realidad y las ideas políticas. Naturalmente, la realidad a la que se refería el filósofo y diplomático florentino era también política.
Marx, cuyo pensamiento tiene la raíz en Hegel, concibe la ideología como una teoría falsa, como la racionalización o enmascaramiento de algún sistema económico-social. Eugenio Trías ha hablado de dos tendencias en la noción de ideología de Marx, no necesariamente incompatibles: por un lado, pone de relieve el carácter de sublimación de ciertas condiciones sociales o materiales de vida; por otro lado, la ideología se opone al conocimiento verdadero o a la ciencia real y positiva. Se puede hablar de que la realidad social determina la conciencia, por lo que ésta puede ser "falsa conciencia" de una determinada clase social -el reflejo de sus intereses de clase-. Marx habla, sobre todo, de las ideas y normas morales y de las creencias religiosas como los cimientos más fuertes para la creación de ideologías. Lenin, en su dogmatismo negador del pluralismo y de la libertad, identificaba el llamado "espíritu de partido" con la teoría correcta, por lo que no existía diferencia alguna entre ideología y "ciencia real". Para Lukács, la burguesía y el proletariado están igualmente alienados, pero la primera niega esa condición por interés de clase y solo el segundo la conoce y posee la ideología fundada en el conocimiento de superar esa alienación. Para Habermas, la ideología se expresa allí donde, en virtud de la violencia y de la dominación, se produce una distorsión de la comunicación y propone una crítica de las ideologías para conducir a la liberación y la emancipación. Lewis S. Feuer abogaba por un "uso científico" del término "ideología" -en el que encuadraba el uso marxista-, que señalara la veracidad o no de unas ideas frente a otras, y lo distinguía de un "uso ideológico", que sostiene que todas las ideas se originan en intereses y no existe, por lo tanto, verdad objetiva. Max Scheler consideró que el problema de la ideología está tratado dentro del marco de la sociología del saber, por lo que resulta un factor importante el contexto social e histórico para estudiar el conocimiento. Karl Mannhelm está en esa línea, con particular interés por las cuestiones de índole política y social, y trató sistemáticamente el problema de las ideologías como "reflejos" de una situación social que a la vez ocultan y revelan -como la de un grupo dominante, imposibilitado para ver una situación en que sus intereses se menoscaban-. Sartre distinguía entre filósofos e ideólogos, siendo aquéllos los auténticos creadores, ya que han producido un pensamiento que ha hecho viviente la praxis; los ideólogos, en su inventario o en la construcción incluso de algún edificio intelectual, actúan nutriéndose del pensamiento de los filósofos.
Un rápido vistazo en la historia del pensamiento del término "ideología" convierte en ridícula la tesis del "fin de…". Trata de sustentar un sistema económico y político, de tendencia global, que se nutre del "clásico" liberalismo económico y de la noción de Estado moderna. Todo ello, perteneció, claro está, al terreno de las ideas, y es hoy una realidad que puede perfectamente ser cambiada por manifestaciones políticas y sociales -producto del intelecto y de la acción del ser humano- más inteligentes, libres y equitativas.
Al fin y al cabo, el anarquismo insistió siempre en no distinguir entre teoría y praxis, en dar validez a la ideología con la práctica.

sábado, 4 de octubre de 2008

La hipocresía del sistema con los inmigrantes

Un ministro italiano, digno heredero del fascio, ha hablado de "permisividad" en la política española de inmigración. Este sujeto se refería a un supuesto abandono de Italia por parte de personas de etnia gitana, a los que criminaliza sin ningun pudor, procedentes de Europa del Este para venir a nuestro país. Qué asco produce que el país donde nació Malatesta esté en manos de individuos que fomentan el odio y la xenofobia en un mundo donde los seres humanos deben abandonar su hogar para buscar mejores oportunidades. Paradóficamente, y eso es una muestra de que no hay gobierno bueno, la inmigración subsahariana se ha encontrado con un cerrojazo en nuestras fronteras y han tenido que desviar sus pateras hacia Italia. La fuerte vigilancia en el Estrecho y en las Islas Canarias ha provocado esta situación en la que se habla de una bajada de inmigrantes de un 9% en España y un aumento hasta casi el 5o% en el país italiano. Eso demuestra en mi opinión una cosa, que la mezquina insistencia por parte de los partidos conservadores en un "efecto llamada", producto de cierta permisividad, es una falacia. Que las personas se echen a la mar, con grave riesgo de su vida y con un seguro deterioro físico y sicológico, es una consecuencia lógica de las necesidades de primer orden que sufren. Y dentro de esas necesidades, están por supuestos derechos y libertades elementales que seguro que sus gobiernos les niegan, pero poco significan aquéllos cuando la gente se muere de hambre. Cuando "nosotros", el mundo desarrollado, permitimos que la gente se muera de hombre y les empujamos a hacer cualquier barbaridad. El gobierno español, tan "progresista" y tan combativo con las injusticias del capital, se ha alineado con las naciones más poderosas de Europa para fortificar el continente. En estos tiempos de fuerte crisis económica, y permanente crisis de valores e ideas, hay que insistir en las mezquindades del Estado y de la economía globalizada y tratar a personas de otras culturas obligadas a emigrar como lo que son, nuestros amigos y compañeros (yo soy de esas personas ingenuas que todavía observan a la humanidad como un todo moral). Nuestros amigos y compañeros explotados y estigmatizados por un sistema global que les niega sus derechos más elementales, un sistema estatal y capitalista que, además, emplea una retórica amable de conquista de libertades que esconde el más mezquino etnocentrismo y el interés económico más detestable. No existe superioridad cultural, Occidente ha tenido solo más oportunidad de avanzar científica y tecnológicamente de manera inversamente proporcional a la conquista de derechos y libertades (o, al menos, sufrimos un vaivén al respecto y la lucha de clases, motor importante en la historia aunque no tan determinante como pretendía el materialismo histórico, es más necesaria que nunca). Es algo en lo que hay que insistir, ya que el discurso continuo es que los llamados países desarrollados poseen un superioridad cultural (podría decirse con tristeza que es una posición heredera de la Ilustración, mezclada con el sustrato religioso, nunca superado, y los intereses económicos), que va a terminar por impregnar a todo el planeta. Es una falacia, no existe superioridad alguna, y la triada enemiga del anarquismo, capital, Estado y religión, se sustenta en la manipulación de las naciones más débiles. Yo aconsejo a nuestros amigos inmigrantes, y sé que eso es tremendamente difícil para personas cuya vida diaria es una batalla, que luchen por sus derechos dentro de ese nuevo horizonte con más oportunidades que han buscado (derechos que van a encontrar siempre mermados). Que se organicen de modo libertario, buscando las compatibilidad con sus diferentes culturas, que traten de resolver sus problemas individuales y colectivos mediante eso tan bello que es la "acción directa" (sin intermediarios de ningún pelaje). Que busquen, en suma, la liberación con mayúsculas.

jueves, 2 de octubre de 2008

Meditando aquí y allá

Las connotaciones religiosas de la palabra "meditación" (practicada en toda suerte de centros, templos o demás, con cierto afán gregario), la cual tiene por otra parte un significado tal vez demasiado amplio susceptible de ser apropiado por toda creencia reduccionista en lo humano, es algo que me provoca todavía más ganas de cuestionar y de reflexionar (palabra que, tal vez, podría ser intercambiable con "meditar" sin el asomo de ninguna dudosa espiritualidad). Parto de que la religión, en todas sus formas, aprovecha las dolencias y debilidades del ser humano para llevarle a un terreno donde asegura que va a encontrar alivio en busca del "sentido de la vida", del conocimiento de sí mismo y del exterior o de lo trascendente (en una abstracción, bastante cuestionable en mi opinión). Naturalmente, partimos aquí de una cosmogonía muy diferente a la de los creyentes, con su insistencia y necesidad de "algo" que trascienda a la persona (habría que machacar con que esa necesidad de trascendencia es artificiosa y no inherente al ser humano). Meditar, en su acepción más amplia en castellano, es aplicar con profunda atención el pensamiento a determinado asunto (con todos las factores sicológicos y cognitivos que hacen que la cosa derive por un lado o por otro muy diferente) o también reflexionar sobre el acceso al conocimiento (donde las herramientas formativas de la persona, y su capacidad, serán esenciales). Meditar, a mí, me lleva a considerar que somos el producto de una evolución biológica y el resultante de miles de años de historia del pensamiento (aunque tan a menudo no se note e insistamos en constantes regresiones y en lecturas más bien pueriles). Meditar, con afán de mejorar en todos los ámbitos de la vida, me resulta inseparable de la moral (una moral que no resulta de ninguna luz divina y sí es reconocible) y del conocimiento (un conocimiento no trascendente, ni limitador, ni ajeno a la vida del ser humano y su entorno). Meditar me lleva a la consideración de que parto de una lectura material de la existencia con el fin de mejorar las condiciones de vida (la cuestión espiritual solo la asocio a la belleza y a la razón, nunca a ninguna trascendencia que reduce el potencial del hombre); no sé si ello me convierte en un materialista o mecanicista (la verdad es que suelo huir de las etiquetas), ya que la moral y las pasiones creo que deben completar y corregir la rigidez de cualquier análisis meramente científico.
La palabra "meditación" tiene un origen escolástico y parece que representaba, para la filosofía medieval, una de las posibilidades de adquisición de ciencia (que, muy pronto, aparecería como insuficiente y necesitaría de una exposición y un análisis más amplios). Con la influencia del pensamiento oriental, la palabra adquiere un nuevo uso que alude al recogimiento interior o contemplación propios de las religiones orientales (me parece que el yoga algo tiene que ver con ello). Tal vez se diga que la meditación no tenga necesariamente una connotación religiosa, y sí constituya una herramienta de conocimiento que complete a la percepción y la experiencia (con todo lo ambiguo que eso resulta), pero el peligro que observo es que tras una retórica más o menos atractiva (insistiré en que la religión trata de aprovechar las dolencias, físicas o mentales) esa "contemplación interior" queda subsumida en cosmogonías dudosas y no es sino una pieza más de unas creencias en que la persona queda subordinada a cualquier tipo de trascendencia y se obstaculiza sus posibilidades de desarrollo (en que, para mí, no cabe la renuncia y sí son esenciales las pasiones y el disfrute de la vida).