domingo, 30 de noviembre de 2008

El nacionalismo como religión del Estado

Si bien creo que la visión anarquista del nacionalismo -concepto político para nada unidimensional, ni por su propia amplitud y ambigüedad, ni por los numerosos rechazos que recibe- es negativa, las más de las veces, por unos nítidos principios ideológicos que pretenden superar la parcelación patriótica, étnica o identitataria, y establecer estrechos lazos de colaboración entre los pueblos con el fin de expandir la libertad y la cultura, conviene analizar con detalle un fenómeno complejo, enmarañado con el tiempo, que es utilizado por todas las opciones políticas estatalistas y jerarquizantes. Conviene dejar claro, a priori, la asociación política que conlleva el nacionalismo político al llamado "derecho de autodeterminación", que aspira inevitablemente a la creación de un Estado para administrar sus intereses, por lo que las ideas libertarias se muestran, obviamente, opuestas a semejante objetivo.

En el protoanarquismo, se puede comprobar que Proudhon observaba la nación disociada del Estado, como parte de un engranaje de organización federativa, clave para la construcción del internacionalismo en la futura sociedad; poseía esta visión un carácter flexible y descentralizador y debía sustentarse en otras entidades autónomas como la región, el municipio o el barrio. Para Bakunin, la formalmente llamada "liberación nacional" de los pueblos sometidos estaba indisociablemente unida a la revolución social antiestatista y federalista -es conocida su visión al respecto sobre los distintos pueblos eslavos, enfrentados a los imperios ruso, austriaco, turco y prusiano-, negando, a priori, cualquier derecho histórico o político ya que la voluntad del pueblo se encontraba por encima de todo; opinaba que la nación es para los pueblos lo mismo que la individualidad para cada uno, un hecho natural y social, un derecho inherente a pensar, a hablar, a comportarse y a sentir de una manera propia, enfrentada a los Estados, tendentes a anular esa libertad tanto en naciones como en individuos. Es importante insistir en la divergencia ideológica de Marx y Bakunin, también notable en este aspecto. La visión del alemán, insistente en su teoría de la expansión económica y desarrollo de las fuerzas de producción que desembocarían en el socialismo, negaba cualquier particularismo local o nacional -y, por lo tanto, negaba cualquier movimiento independentista o revolucionario a nivel local- ya que sería absorbido por el gran proceso. De nuevo estamos ante un conflicto polémico que conlleva demasiados vericuetos, especialmente con la perspectiva histórica que nos da la actualidad. Sin embargo, hay que destacar el mayor acierto y honestidad del anarquista ruso -al menos, en aquel contexto histórico- frente al pensador germano. Hay que matizar que para Bakunin la nacionalidad, separada del Estado, no era un principio universal ni un ideal en sí mismo, sino una consecuencia histórica, un hecho local del que tienen derecho a participar los pueblos. Kropotkin no se encontraba muy lejos de su compatriota en sus análisis de los movimientos de liberación nacional, los cuáles no podían tener un carácter meramente nacionalista ya que los factores económicos y sociales eran vitales para su lucha anti-imperialista. Consideraba que los libertarios debían estar al lado de esta lucha contra la opresión, y darle un mayor énfasis a la cuestión social.
 Rudolf Rocker, gran pensador y activista del anarcosindicalismo, en su obra Nacionalismo y cultura, se muestra claramente reacio al concepto que nos ocupa al ver una "voluntad de poder" detrás de todo lo nacional y considerar que "el aparato del Estado nacional y la idea abstracta de nación han crecido en el mismo tronco"; la separación de unos pueblos y otros tiene su génesis y su fortalecimiento en la opresión política de los Estados. Consideraba el teórico alemán que existía una clara ruptura entre la cultura y el nacionalismo, ya que era mucho más influyente en el individuo su entorno intelectual que el llamado "espíritu nacional". El "nacionalismo cultural" es indisociable de su vertiente política, mostrando las mismas aspiraciones de dominio. Para Rocker, la separación entre pueblo y nación era tan clara como entre sociedad y Estado; bajo ningún concepto se puede considerar el Estado como un efecto de la nación, más bien a la inversa. La conciencia nacional, al igual que la religiosa, no es innata en el ser humano, sino algo impuesto por el ambiente o la educación, una traba más en la definitiva emancipación universal. Es este criterio el que, bajo mi punto de vista, más se ajusta a la visión general anarquista, el de considerar a todo nacionalismo fundamentalmente reaccionario, ya que pretende la uniformización de una comunidad en base a unas creencias predeterminadas. El nacionalismo se mostraría como una creación cultural apriorística elevada a la categoría de sujeto colectivo, que se eleva por encima de los individuos y los relega a una condición histórico-cultural parcelada; se establecen así, artificialmente, diferentes identidades que abundan en la separación y falta de colaboración de la humanidad. Insistiré, que este análisis no difiere demasiado del que se haría de la religión desde una óptica libertaria. El mismo Rudolf Rocker afirmó que el nacionalismo constituía la religión del Estado.

jueves, 27 de noviembre de 2008

La actitud escéptica, en la base del progreso

Se dice que cuando un acontecimiento da lugar a un efecto de extrañeza la inteligencia produce mecanismos de defensa con afán de anularlo, desde la simple negación hasta incluso la exclusión. Naturalmente, a este esfuerzo de la inteligencia puede seguir el trabajo de la reflexión, sopesando con ecuanimidad y distanciamiento los argumentos tratando de acercarse a los hechos con una mirada más abierta, desinteresada y comprensiva. Por desgracia, no siempre esta admirable actitud ocurre así, sobre todo en los casos en que las implicaciones de aquello a lo que la reflexión se enfrenta, en el caso de ser aceptado, pueden parecer tan graves como para que todo aquello en que creeemos -es decir, una parte considerable de lo que somos- se venga abajo. Ese es también el caso del escepticismo, actitud filosófica que pretende socavar los fundamentos mismos de la razón. Pero esos mecanismo de defensa no han podido eliminar la pulsión escéptica, lo que demuestra tal vez lo inherente que es esta actitud al ser humana poner en cuestión todo dogmatismo y toda verdad absoluta.
A pesar de no ser muy conocida, y tener el término un uso popular bastante extenso y arbitrario, la escuela escéptica ha tenido una importancia enorme en la formación del pensamiento moderno. Grosso modo, puede decirse que el escepticismo se esforzó en sostener lo dificultoso de alcanzar la verdad o el conocimiento. Sin embargo, no puede considerarse una doctrina positiva, ya que no afirma la imposibilidad de tal cosa, sino que se esfuerza en mostrar cómo es posible vivir sin creencias y considerar, además, que la incertidumbre es condición sine qua non para una vida feliz. Precisamente, esa sensación de vacío o falta de sentido, de la que puede parecer que se parte en la mirada escéptica, es la que lleva finalmente a buscar un sentido al mundo.
Estoy de acuerdo con aquellos expertos que sostienen que el escepticismo se encuentra en la base del progreso técnico, científico, intelectual y, más importante, moral de Occidente. Puede decirse, incluso, que la actitud escéptica es una de las características propias del pensamiento -occidental, al menos-.
El cristianismo, parte importante de nuestro acervo cultural -no hay que negarlo-, dio lugar al dogma, a la doctrina fundada en una verdad revelada que mantiene la subordinación e imposibilita un auténtico progreso social e individual. Poco nos queda de la pluralidad de la Antigua Grecia. La respuesta para seguir expandiendo la Razón y para darle un auténtico sentido al progreso -a pesar de lo controvertido que resulta esta concepto en la llamada posmodernidad- está, tal vez, en tratar de recuperar el rico pensamiento de aquellos filósofos fundadores que dieron lugar ya a una primera Ilustración siglos antes de la llegada del cristianismo.
Frente a todo dogma de su tiempo, el escepticismo se mantuvo en el otro lado de la balanza como un impagable guardián permanente. Frente a tantos dogmas que siguen lastrando nuestra sociedad, y frente a tanta banalidad que nubla el pensamiento, pienso que es fundamental la actitud escéptica -cuya etimología remite a "seguir indagando"-.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Festival de Cine Iberoamericano en Huelva

He pasado unos días en la ciudad de Huelva, en un Festival de Cine Iberoamericano que creía prestigioso, y tal vez lo fue en su tiempo. Un desastre de organización, una calidad de proyección insultante -con películas en formato DVD de incalificable calidad de imagen y sonido- y una asistencia más bien patética ha hecho que la sensación fuera amarga. No obstante, la calidad de las películas programadas, desigual como es lógico, era más que aceptable. Es una pena que, con la excusa de un bajo presupuesto -¡las cosas que pueden hacerse con voluntad, talento y escasos medios!- no se haga atractiva para el público la posibilidad de disfrutar de filmografías desconocidas. Solo en algunas grandes ciudades españolas puede disfrutarse de cierta pluralidad de opciones para acudir a las salas. Y resulta significativo que en la capital onubense solo exista un cine en la actualidad, multisalas insertadas en esos horribles centros comerciales en los que el ocio se muestra enlatado y donde la oferta fílmica se reduce de manera casi íntegra al monopolio del imperio -aseguro que no soy nada simplista y que disfruto de muchas películas norteamericanas, independientes o no-. Otra de las sedes del Festival, el llamado Gran Teatro -más bien modesto y único en la ciudad- poseía unas carencias de proyección tales que no quiero describir las condiciones en las que, aun así, pude disfrutar de una joya de Berlanga/Azcona como Plácido o de la emotiva película de Saura ¡Ay, Carmela! Solo en el Palacio de Congresos -también llamado Casa Colón- parecían existir condiciones óptimas de imagen y sonido, como demostró la proyección del documental de Scorsese Shine a Light, sobre un concierto de los Rolling Stones -y no me pregunten qué diablos hacía esta obra en un Festival Iberoamericano-.
Como no soy muy amigo de juicios y competiciones y desconozco la lógica de los jurados, apenas alguna de las películas premiadas considero que poseen calidad suficiente y capacidad de emocionar. Quizá la estimable La buena vida, película que se alzó con el Colón de Oro, localizada en Chile y con producción de varias naciones -también España-, tenga la oportunidad de ser distribuida en nuestro país; varias historias, más o menos entrecruzadas, interesantes todas ellas, con momentos emotivos, pero carente del pulso de un Robert Altman o de la calidad literaria de un Raymond Carver -por poner el referente más trillado-. También tendrá su oportunidad el plúmbeo film argentino Lluvia, de argumento anecdótico y guión pobre, premiada inexplicablemente con un Especial del Jurado y protagonizada por un actor español limitadito -hecho que hace que se me atragante casi cualquier película-.
Muchas de las obras proyectadas tenían en común el deseo de mostrar una realidad dura, en países maltratados por la historia y por toda suerte de regímenes políticos; la mayoría de ellas tal vez nunca encuentren distribuidor en España. El enemigo, película venezolana que considero como la más interesante del Festival, es una brillante reflexión sobre la violencia social y un impagable alegato contra la pena de muerte y la venganza; muy bien interpretada y dirigida, modesta en su puesta en escena -perfectamente compatible con su origen teatral-, me resulta difícil entender cómo no ha recibido alguna mención al menos. Paraíso Travel, importante producción colombiana muy aplaudida por el público, narra en dos partes, de manera paralela, tanto la penosidad del viaje, donde sufrirán todo tipo de abusos por todo tipo de gente -desde que comienza el periplo, todo es cuestión de dinero- como la estancia de inmigrantes sudamericanos en busca de esa falacia del "sueño americano". Mentiras piadosas es otra producción argentina que resulta una feroz crítica a la familia tradicional y muestra el horror vital resultante de la incapacidad para afrontar la realidad. Otra obra fallida en mi opinión, aunque interesante a priori en su intento de dar una visión nada maniquea sobre los secuestros de la guerrilla colombiana, es La Milagrosa -la cuestión religiosa no escapa, lamentablemente a casi ninguna de estas realidades sudamericanas-; si muestra acertadamente el horror de la situación de los secuestrados, no termino de ver el supuesto proceso de concienciación de un pijo colombiano, retenido por los guerrilleros en condiciones inhumanas, sobre la realidad social de su país.
También hubo un ciclo de cine brasileño de notable calidad. Una sociedad violenta de nuevo, con intolerables desigualdades y focos marginales, servía de marco para historias exentas de juicios morales, su mejor virtud para mí, en las que los personajes realizan actos salvajes al mismo tiempo que aman y fornican.
Ya digo, es una pena que esta oportunidad de acercarse a las obras de los países iberoamericanos, y también a su realidad social, resulte casi inadvertida. El amor a la cultura, que también se enseña, debería acercar a la gente a todo tipo de expresión artística -y, para mí, el cine lo es, además de espectáculo-; si, además, despertamos nuestro compromiso social y nuestra conciencia sobre la injusticia de tantos países, ya la cosa sería impagable.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Crítica a la posmodernidad

Posmodernidad es un concepto complicado de definir, pero que podría caracterizarse a priori por su fuerte crítica, oposición e, incluso, superación (presunta, según mi modo de ver las cosas) del ambicioso y mayestático proyecto modernista, el cual fracasó en su intento de emancipar a la humanidad y resulta impensable llevarlo a cabo en las condiciones actuales. Sin embargo, sí resulta cuestionable asumir que vivimos un periodo llamado posmoderno (aunque parece asumible que el paradigma de pensamiento sí lo sea) y que una nueva Ilustración, más sólida y extensa y nada autoritaria, sea posible en el siglo XXI, sí considero que algunas de las características reivindicadas por la posmodernidad son perfectamente compatibles con las ideas libertarias, nacidas de la modernidad. Su búsqueda del eclecticismo, de la hibridación y de la descentralización, su rechazo a los líderes y a toda suerte de mesianismos y la desconfianza frente a todo gran discurso o ideología, entendidos como sistemas cerrados de ideas plagados de verdades irrefutables, es algo que no tiene por qué resultar ajeno al anarquismo (más bien, éste se adelantó en sus proposiciones a la era actual). Sin embargo, es necesario comprender que el pensamiento posmoderno se encuentra insertado en una nueva fase del capitalismo, caracterizado por un consumismo atroz y por un individualismo insolidario y narcisista. El capitalismo ha atravesado por diversas etapas, resultando su capacidad de regeneración asombrosa (como veremos tras esta presunta crisis, cuyas consecuencias pagan más severamente los de siempre), y es la globalización tal vez la última de ellas (por lo que el pensamiento posmoderno parece suponer una claudicación cultural). Como ha señalado Fredrich Jameson, la fragmentación que conlleva la posmodernidad, sustentada en la saturación de información y en la complejidad tecnológica, supone la imposibilidad de una representación de la totalidad (transformación, por lo tanto, de la subjetividad). La modernidad poseía un indudable talante disciplinar y autoritario, con su búsqueda de reglas homogéneas, de una voluntad universal y de subordinación total al individuo (control de la subjetividad), pero la posmodernidad no supone una liberación del control social en absoluto. El control se logra por otras vías en la sociedad de consumo, por la seducción y la aparente diversificación de la elección individual. Es reinvidicable observar esta situación como una inequivoca forma de control social para la subjetividad, la cual sí podemos considerar que se ve transformada debido al pensamiento posmoderno. No obstante, estas reflexiones acerca de la posmodernidad parecen propias de un mundo desarrollado que asume las desigualdades sociales. Hay tantos lugares del planeta donde la pobreza es endémica que resulta impensable analizar las premisas de la posmodernidad más que como la aspiración de un modelo de desarrollo sustentado en la desigualdad (reflexión que puede entenderse como una crítica en sí al pensamiento posmoderno, elitista y falto de aspiraciones sociales). El desencanto frente a los proyectos políticos es otra característica posmoderna (otra claudicación); el anarquismo concreta su rechazo a la política “democrática” entendida como actividad estatal, que no encubre más que la dominación oligárquica de toda la vida, y realiza su proposición concreta de autogestión social.
Para ser claro, si recordamos que el pensamiento moderno depositó su confianza en los conceptos de evolución y progreso, me niego a considerar que la idea de perfectibilidad en todos los planos de la acción humana, individual y colectiva, se pierdan en una especie de era pesimista en lo global, narcisista y superficial en lo subjetivo, con toda suerte de ambigüedades y exenta de compromiso. La posmodernidad critica las corrientes políticas surgidas del proyecto modernista (marxismo, liberalismo, democracia…), y señala su sustrato autoritario y etnocéntrico, pero se muestra más bien inerte, sin ninguna proposición en su rechazo a la idea de progreso o revolución, frente a un sistema politico y económico globalizado, cuyas consecuencias (especialmente, la sociedad tecnológica y mediática, y la cultura de la imagen frente a la profundidad intelectual) analiza asumiéndolas. La caída del Muro de Berlín (fracaso del socialismo de Estado) pareció consolidar el pensamiento posmoderno, sin contar con las nuevas vías para el socialismo que ya abrió el anti-autoritarismo y el individualismo solidario. Utopía y progreso son desdeñados con facilidad ( incuestionable para mí el segundo a pesar de no observar la historia de manera necesariamente lineal, necesaria la primera como meta de perfección para ensanchar la realidad), por lo que podemos calificar el pensamiento posmoderno con tintes conservadores. Es rechazable la posmodernidad, que pretende ser según algunos autores como un paso a la tolerancia y a la diversidad, entendida como anti-modernidad, y sí es reivindicable una nueva Ilustración multicultural de características libertarias, donde los derechos humanos sean axiomáticos en cada contexto.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La evolución del racionalismo

Hay quien acusa al anarquismo de un excesivo "intelectualismo". Como los términos tienen a veces significados múltiples, usados de manera subjetiva, quiero entender que esa acusación, acerca de usar demasiado el intelecto, lo que quiere significar es que la capacidad de pensar no es necesariamente superior a las emociones o a la voluntad -yo al menos no puedo entender, de otro modo, el criticar el "intelecto" o lo "racional"-. Estaríamos hablando, en caso de dicha superioridad, de un "racionalismo sicológico". Históricamente, se ha llegado a asociar el voluntarismo -primado de la voluntad- con la metafísica -algo rechazable, de entrada, ya que aparece indefectiblemente la divinidad o a algo similar-, pero puede manifestarse en otros planos, como el sicológico -en el plano anímico- o el moral -la llamada "razón práctica", que tiene su origen en Kant-. Por otra parte, el racionalismo no tiene necesariamente que anular las emociones -unidas, a su vez, tantas veces a la voluntad-, ya que precisamente la razón puede hacer de medidor de aquellas. Emoción -o pasión- puede tener un sentido positivo o negativo, según la situación, por lo que la rectitud en el pensar puede ayudar a atemperar las pasiones. Son recuperables tantos filósofos del pasado, cuyo pensamiento es tan válido sobre tantas cuestiones vitales que están lejos de haber sido superadas -otra forma de aprender a cuestionar el progreso-. Hablar, por lo tanto, de una razón omnipotente no me parece el camino más adecuado, y sí la búsqueda de su complemento con otras potencialidades del ser humano. Creo que el anarquismo es, indiscutiblemente, racionalista al modo moderno-superado su carácter metafísico, según el cual Dios era el garante de las verdades racionales-. Y yo me considero racionalista, a pesar del descrédito que la posmodernidad le otorga -fundamentado, tal vez, en un individualismo insolidario y en una falta de compromiso social-. Tengo que partir de dicha calificación para que exista la posibilidad de expandir la razón todo lo posible y de integrarla con elementos con los que no tiene por qué oponerse -y, ahora sí, utilizo el término en sus diversas acepciones: capacidad de discurrir, de entender o organizar el discurso, método en el decir o en el hacer, justicia en el operar...-.

sábado, 8 de noviembre de 2008

La no reducción de la racionalización

Hace poco, en cierto espacio religioso, me acusaban de no tener la suficiente racionalidad para acceder a la fe religiosa (sic). En otras ocasiones, me han acusado de ser excesivamente "racional" a la hora de observar y juzgar la realidad -bueno, no expresado así, ya que hablamos de conversaciones muy coloquiales, pero entiendo que se me acusa de, más o menos, "racionalismo" -y yo no le veo el sentido peyorativo por ningún lado, siempre y cuando se separe de otros factores, tal como la ética y las pasiones-. En ambas "acusaciones", que podrían ser antagónicas -el caso es acusar-, se utiliza la "razón" con un significado amplio y a gusto del usuario. Sería meterme en un terreno delicado, y algo farragoso para mi corto entender, si hablamos de la usurpación que realizó el cristianismo del logos griego -del discurso racional, si podemos traducirlo así-, de la fusión de la noción griega con la cristiana del Verbo o Hijo de Dios. El pluralismo y eclecticismo del pensamiento griego, con ayuda del contexto cosmopolita que traerá el helenismo, se convertirán en el dogmatismo cristiano concretado en el catolicismo -de la aspiración global de "educar" y de crear una verdad única-. Tal cosa es lo que debería ser obligatorio estudiar en la escuela: de dónde procede nuestra civilización, las diversas culturas, y las diversas formas de entender la "razón". Creo que no es descabellado hablar de "apropiación" cristiana, con justificación a posteriori de toda suerte de elementos e individuos, previos en la historia a ese personaje poco histórico que es Jesús. Fundamentar la "verdad" en una determinada cultura (por no hablar de religión) y considerar a Dios la medida de todas las cosas -parafraseando y contradiciendo al sofista Protágoras, precursor de una suerte de relativismo- es la justificación para la destrucción de otras culturas -calificadas de ignorantes-. Hay que decir que el racionalismo tratará de poner las cosas en su sitio y desprender todo lo sobrenatural del pensamiento, sin conseguirlo del todo -ya que la sombra del concepto divino es alargada-. Y así estamos.
La religiosidad puede entenderse también como una racionalización -de ahí, que se apropien del término, en su deseo de reducir la creencia mística a conceptos racionales-, como una manera de tratar de proteger nuestra capacidad de una realidad inasumible: la del límite de nuestra existencia, la de que no somos el plan de ninguna voluntad superior o la no aceptación de que no existe una suerte de regulación u ordenación universal. Es, por lo tanto, un mecanismo de defensa, pero también de miedo, una resistencia a aceptar una realidad objetiva -o, al menos, la posibilidad de que se confirme esa realidad arbitraria, solo susceptible de ser modificada en el plano terrenal con los límites de nuestra capacidad- que compromete una determinada visión del mundo y pone en peligro una determinada forma de concebir el sentido de la existencia. Naturalmente, mi forma de entender el ateísmo sostiene que la racionalización no puede nacer de una reducción de lo "esotérico", sino que debe tener sus base en la aceptación de una realidad material sobre la que no caben demasiadas especulaciones -y sí infinitas investigaciones- y en la posibilidad de la potenciación de la vida -de esta vida, que es la única asumible-. La pérdida de ese miedo existencial puede radicar en la aceptación de nuestro pleno desarrollo individual y social, de nuestra capacidad de razonar y de tomar decisiones morales -algo que no digo que sea sencillo, pero nadie afirma que mejorar nuestra existencia es una empresa fácil-, pero que no debe ser obstaculizado por ningún tipo de manipulación mística -trascendente, ajena, reguladora, fundamentada en el miedo y en la subordinación-.

jueves, 6 de noviembre de 2008

La victoria de... ¿quién?

Parece que ha habido elecciones en el país más poderoso del planeta. Y ha ganado un tal Obama. Y dicen que es el negro.
Con la victoria de este hombre, por el Partido Demócrata (que viene ser la izquierda por aquellos lares, y trataremos de aguantarnos la risa), se acaban ochos años de funesto gobierno republicano, que han costado incontables vidas. Muchos, no solo en yankilandia, están eufóricon con la victoria y algunos especulan ya con lo que va a tardar el tal Obama en decepcionar a gran parte del planeta. Hay que recordar el caso de Clinton, un señor que no era negro (aunque, curiosamente, de familia humilde, muy al contrario que este nuevo inquilino de la Casablanca), pero que venía también tras otro gobierno homicida (la familia Bush merecería ser juzgada cuanto antes por crimenes contra la humanidad). Clinton despertó también mucho optimismo en cierta progresía y no tardó demasiado en cometer desmanes no muy diferentes de los de la derecha norteamericana (a la que habría que referirse como la "derecha extrema", porque no creo que haya un asomo de izquierdismo en la política parlamentaria yanki). Sinceramente, y ahora hablando completamente en serio, creo que solo un iluso puede creer que un presidente en los Estados Unidos va a cambiar el mundo (por mucho que tenga oscura la piel). Solo un ingenuo puede seguir sosteniendo esa falacia del "sueño americano", amparándose ahora en que hasta un "afroamericano" puede llegar a lo más alto. Miento, una vez me dijo un tipo hispano, ex directivo en Miami, que el llamado "sueño americano" existe, pero habia que pagar un alto precio por él (él mismo había salido echando pestes de aquella sociedad, después de llegar a la "cúspide", y ahora llevaba una plácida vida en un popular barrio madrileño). Creo que está bastante bien definido. Existe tal cosa en los Estados Unidos (y en las sociedades que mimetizan el socialdarwinismo de aquel país); no me cabe ninguna duda, la de pensar que puedes ser un triunfador, un hombre con poder sobre tu vida y sobre otras personas, existe seguro la posibilidad remota de que te conviertas en algo así mientras dejes muchos principios por el camino.
Los que no quieren ver que Barack Obama es un "producto" tan calculado como cualquier otro se muestran obstinados en "creer" que el sistema puede cambiar. Una pista para desilusionar a los ilusos está en que las referencias bíblicas son continuas en los discursos de Obama (sería intolerable para los votantes norteamericanos que hubiera un candidato no creyente). La guerra entre Estados, con la religión de por medio y con el poder económico como factor más determinante, estará servida (en Irak, en Afganistán, o en cualquier otro país; veremos el precio que pide a nuestros gobernantes tan "progresistas" y tan aliados del nuevo inquilino de la Casablanca).
Naturalmente, las cosas con este hombre no podrán ir peor que con la gentuza que deja atrás. La observación más lúcida la ha realizado una mujer hispano-norteamericana, cuyo hijo murió en la Guerra de Irak provocada por Bush Jr. (con la complicidad de otros gobernantes, no todos de la "derecha"): "No tengo ninguna confianza en Obama; es un hombre del sistema. Pero le he dado mi voto porque ya estaba harta de los republicanos". Imagino que muchos pensarán como ella, aunque no tantos como los que todavían "creen" que el cambio es posible.

martes, 4 de noviembre de 2008

Declaraciones reaccionarias de una reina (como es natural)

Algunos voces han señalado ya lo obvio, que solo mentalidades pueriles pueden sorprenderse de las opiniones muy conservadoras de una reina, sobre cuestiones sociales y morales, recogidas en un libro de entrevistas. Procuro no dar pábulo, en la medida de mis modestas posibilidades, a lo que considero anómalo o trivial (máxime, en el caso de una monarquía, indignante excrecencia política), pero varias cosas me llaman la atención sobre este asunto. Primero, la mencionada sorpresa de algunas personas y colectivos sobre las ideas reaccionarias de estas señora, en la línea, desgraciadamente, de gran parte del país. Luego, el que ciertos colectivos de homosexuales se indignen (aunque debería decirse que la indignación vendrá más bien de sus líderes) porque opine que la unión entre personas del mismo sexo no debe llamarse matrimonio (cantinela ya repetida por sectores reaccionarios); una actitud que valida, en mi opinión, lo que opinaba el fallecido filósofo Paco Vidarte, que un par de leyes que reconocen derechos elementales sirve más bien para amortiguar procesos emancipadores más amplios. Si un homosexual está tan pendiente de lo que opine un heterosexual (al cual se le podría añadir un desfavorecedor epíteto) sobre sus derechos, flaco favor le hacemos a la causa; si, encima, ese heterosexual es un monarca y se quedan tan contentos con su rectificación, ya si que la domesticación está servida. Aprovecharé la ocasión para decir que de lo que se trataría, con miras más altas, no es de estar en contra del matrimonio gay, sino del matrimonio como concepto general de substrato católico, pero bueno, eso es otro asunto más radical y complejo. También parece que pusieron en primer plano las opiniones de la reina, recopiladas no lo olvidemos por una periodista ultraconservadora que se sentiría en su salsa con la entrevista (pero que, estoy seguro, no ha falsificado ninguna declaración), sobre la necesidad de una cosmogonía religiosa que enseñar en la escuela (por supuesto, esto solo significa que las ideas de esta señora son tan anacrónicas como su condición) y sus opiniones sobre el aborto (una cuestión moral muy respetable a nivel individual, pero un problema social intrincado con otros que no se puede ignorar) y la eutanasia (de nuevo, asoma el fanatismo religioso). Sin embargo, como todo cristo habla del asunto, acabo enterándome de cosas más significativas sobre la declaraciones de esta mujer (declaraciones que, por lo visto, y dejando al margen de quién vienen) deben tener un interés nulo en el plano intelectual o moral) y de la mentalidad y actitud de la mayoría de los medios (que, no voy a decir que es la de la gente, pero muchas veces se escuchan tantas repeticiones mediáticas en boca del vulgo, que algo hay que decir). Resulta que esta mujer afirma, cosa que tampoco es ninguna sorpresa, pero que resulta muy esclarecedor de la "dictablanda" en que nos encontramos, que lo único que se puede ser en este país es "constitucionalista". Dicho esto, que supone que tal condición está por encima de las simpatías monárquicas o republicanas, aprovecha para decir que un republicano está totalmente fuera de lugar en España. La multitud de aduladores de cerviz flexible que hay en este país niegan que la reina haya podido decir gran parte de las cosas que se afirman en el insignificante libro, pero confirman, por acción u omisión, la siguiente opinión de la reina: la monarquía constitucional es un garante de la "democracia". Los aduladores insisten en la faceta humana de la mujer del monarca, algo así como su sensibilidad hacia la pobreza (no niego que pueda tener algo así esta mujer, pero ella forma parte de una estructura que genera esos males), e insisten en negar que una persona así pueda tener esas ideas reaccionarias (algo, sencillamente, estúpido, el ser humano es un conjunto de cosas, muchas de ellas contradictorias), cargando las tintas sobre la periodista ultraconservadora. Yo, como soy optimista, pienso que todo esto puede servir para erosionar un poquito instituciones autoritarias y anacrónicas. Aunque no estoy seguro que una república supusiera un gran avance social (estoy seguro que, como nos demuestra la historia, como forma estatal generará también una clase parasitaria), al menos no tendríamos que aguantar a esta gente. Parafraseando a cierto anarquista, aceptamos "república" solo como punto de partida de un proceso democratizador más amplio. Olvidaba otro comentario de la reina en el libro, su justificación de gobiernos autoritarios, apoyada en la idiosincrasia de un determinado pueblo. Quizás no hay tanta estulticia en el asunto y sí algo peor. Lo más penoso es que seguro que este libro, en un país en el que se lee poco y mal, va a ser un éxito de ventas.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Respuesta a una manida opinión sobre la Transición

Me resulta muy complicado reconocer en sus artículos de opinión al lúcido filósofo (también, premiado novelista, aunque eso me interesa bastante menos) que tantas veces ha aportado sensatez en su obra literaria. Que alguien tan brillante utilice (hoy en El País, "¿El final de la cordura?") lugares comunes tan pobres para fortalecer ciertas posturas (creo que, sobre todo, ideológicas) me parece, ya digo, triste y decepcionante. Seguir insistiendo en la "modélica" Transición española y pretender que la clase dirigente que la llevó a cabo estaba motivada por la cautela, la sensatez y la cordura es, cuanto menos, ingenuo. Pero me resultable intolerable leer cómo se adjudica ese cambio ejemplar al conjunto de los españoles (usted, Sr. Savater, que tanto pretende defender al individuo frente al colectivo). Insistir también en el mito de la "reconciliación" es también más que cuestionable para los que pretendemos profundizar en la historia y en el pensamiento, Sr. Savater. La frase de Lampedusa, otro "lugar común" sí, se ajusta tal vez mejor a lo que ocurrió en este país en su paso de la dictadura a la democracia donde algunas cosas mejoraron para que los mismos se mantuvieran en el poder. Nos han robado la historia, Sr. Savater, debido a que en este país no se derrotó al fascismo, y la situación actual en que nos encontramos es producto de ello (no de ningún loco revanchismo, pedir justicia histórica no es pretender cambiar la historia para que "ganen los buenos"). Me parece muy loable su lucha contra el nacionalismo, Sr. Savater, pero no debería permitir que ello le lleve a posicionamientos propios de una derecha también nacionalista y todavía con el cordón umbilical intacto (sí, sé que no es solo cuestión de un partido político, pero eso también es un síntoma del problema endémico de este país llamado España). Usted también ha tenido su propia transición, Sr. Savater, de "lo libertario" a "lo liberal" si no me equivoco. No debería dejar que ese "cambio" erosione su lucidez.