martes, 20 de octubre de 2009

La filosofía política limitada

Según una definición habitual de la filosofía política (académica, al menos), ésta trata sobre la configuración del poder, del Estado, y sobre la acción de gobierno que ejercen un grupo de individuos. Parece una definición fundamentalmente moderna en la que no se tiene en cuenta la visión clásica, ¿acaso el anarquismo no es una teoría política contemporánea, por mucho que queramos ver una rebeldía presente en la historia de la humanidad? Las tareas que corresponden a la filosofía política oscilarían entre la aclaración de conceptos, la valoración crítica de los discursos establecidos y, más cerca de la visión clásica, el establecer las normas ideales para el gobierno (valga como ejemplo La república, de Platón, o cualquiera de las utopía renacentistas). Dentro de estos tres puntos estaría incluida una cierta función subversiva de la filosofía política, pero no parece haber cabida para una visión tan radical acerca del poder como la que ejerce el anarquismo de los dos últimos siglos. El anarquismo es, por lo tanto, casi casi, marginal para el ámbito académico, para gran parte de la intelectualidad y, por extensión, para el imaginario social (una gran baza para las ideas libertarias, a pesar de las dificultades obvias, está en la extensión de la cultura política).

El anarquismo realiza una crítica feroz del poder en la realidad de las instituciones en las que se manifiesta, en el imaginario, en su reproducción simbólica y en la servidumbre que genera por costumbre establecida. El poder político moderno, el Estado, aparece como incontestable, ciñe cualquier análisis a su marco, es inherente a todo tipo de análisis "político" (palabra que, en su propia definición, quiere aparecer como restringida a aquel marco). Pero el poder político es, evidentemente a estas alturas, producto de la contingencia histórica y humana. Maquiavelo ya consideró el azar como el origen de todos los tipos de gobierno que existen entre los hombres. Para prevenir los peligros de la tiranía que produce la degeneración del poder (o de los poderosos, más bien), según el autor de El príncipe, "los hombres tomaron la determinación de hacer leyes y ordenar castigos para aquel que las contrariara. Ése fue el origen de la justicia". Las teorías del Estado más racionales consideran la convención como un punto de partida, un pacto o contrato social que da lugar a la sociedad civil y al cuerpo político. Hobbes: "al provenir solamente de convenciones (el acuerdo) es artificial. No es extraño, por consiguiente, que haga falta otra cosa, encima de la convención, para hacer el acuerdo constante y durable; esa otra cosa es un poder común que los mantenga a raya y dirija sus acciones en vistas al beneficio común"; continúa Hobbes: "La única manera de erigir semejante poder común (…), es conferir todo su poder y su fuerza a un solo hombre, o a una sola asamblea, que pueda reducir todas las voluntades, por la regla de la mayoría, a una sola voluntad". Parece clara la deuda que tiene el Estado moderno con esta visión, un pacto (simbólico, inexistente) da lugar una unidad abstracta, a un individuo o cuerpo político que representa a una pluralidad de personas (que reúne en sí la abstracción conocida como "voluntad general"). Según Hobbes, el pueblo es una persona artificial instituida, la voluntad popular no es sino la del Estado (ficción política monopolizadora).

Eduardo Colombo escribe: "Todo poder político, poco importa la forma institucional que tome, poco importa el régimen que lo represente -de la tiranía a la democracia representativa- será consecuencia de la expropiación efectuada por una minoría de la capacidad de autoinstituirse, que es propia del colectivo humano". Pero el expropiador del poder social se comporta como si la sociedad debiera a él su existencia. Proudhon: "En el orden natural, el poder nace de la sociedad (…). Según la concepción empírica sugerida por la alienación del poder, es la sociedad, por el contrario, la que nace de él". Un defensor del Estado como Durkheim dirá: "El Estado es, probablemente, el conjunto de los cuerpos sociales que tienen, sólo ellos, cualidades para hablar y actuar en nombre la sociedad"; un comentario que, a pesar de ser justificatorio de la buena capacidad estatal, reconoce la separación entre el cuerpo civil y el poder político. Max Weber llamó al Estado "empresa política de carácter institucional" y lo definió por su capacidad de reivindicar con éxito "el monopolio de la coacción física legítima".

Si el Estado moderno es deudor de la visión hobbesiana, lo es igualmente del también contractualista Rousseau (aunque con una visión muy diferente), como se aprecia en un autor contemporáneo como John Rawls, que considera el supuesto contrato inaugural de la sociedad como símbolo de la posterior equidad jurídica. Como sostiene Colombo, y como se puede comprobar en los diferentes ámbitos intelectuales y académicos, parece que toda la filosofía política clásica y moderna es un esfuerzo para justificar y legitimar el derecho de coerción inherente al poder político. No obstante, el derecho a la resistencia, o el hecho más bien, parece haber existido también siempre enfrentado a la dominación. La lucha de la humanidad en busca de su definitiva emancipación no puede sucumbir jamás, la historia nos demuestra que es una falacia el poder absoluto (estemos hablando de cualquiera de sus presuntas manifestaciones, del Imperio Romano, de la Iglesia Medieval o de los totalitarismos del siglo XX), sino que se muestra condicionado por su capacidad de hacerse obedecer y se enfrentará siempre a alguna resistencia. Si algún sentido se le puede dar la liberación, a la definitiva libertad política, es cuando se considera el proceso instituyente sociopolítico en el plano de la humano y se concreta en la apropiación por el conjunto de la sociedad (sin instancias superiores).

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