sábado, 28 de febrero de 2009

La persistencia del mito

Estudiar filosofía es, dejando al lado la posibilidad de que a uno se le vaya demasiado la olla (he visto yo de todo), cuestionar constantemente lo que uno cree o lo que ha aprendido. Mi mentalidad, excesivamente "ilustrada" (no me refiero a mis pobres conocimientos, sino a la confianza que aún tengo en la puesta al día de los valores de la Ilustración), se pone a prueba cuando, por ejemplo, te enseñan la importancia de la religión en la evolución de la filosofía o que aquello del paso del mito al logos (que, a su vez, constituye también una especie de mito, valga la paradoja) no se produjo de la noche a la mañana por parte de un conjunto de "lluminados", sino que fue un proceso gradual en el transcurso del cual ambos conceptos se alimentaron mutuamente.
Un mito vendría a ser un relato algo fabuloso, referido habitualmente a algún hecho heroico (en el sentido griego del término, que alude a los orígenes de una comunidad o de la misma humanidad), que tuvo lugar en un pasado más bien remoto y que suele ser impreciso (lo cual juega, tal vez, a su favor para alimentar el carácter mítico).
Con la falta de memoria que padece la sociedad española, no es necesario que nos vayamos muy lejos en el tiempo y podemos aplicar este concepto a, por ejemplo, la Transición española; consituye ésta el origen de nuestra etapa "democrática" (lo acontecido anteriormente no importa) y los héroes de rigor vendrían a ser políticos como Suárez o, demostrando de paso que la lucha de clases forma parte de una época ya superada, personas del más alto abolengo como el mismo Rey (el pasado franquista de ambos no posee ninguna importancia, ya que los orígenes de nuestra "feliz" comunidad sociopolítica actual, digna de poca crítica para gran parte de sus miembros, se sitúan en esa época y punto).
Las ideas libertarias son poco amantes del mito (aunque, a su vez, también su historia posea cierto carácter mítico, tal vez con más apego a la realidad y más autocrítica que otras historias), por lo que constituyen a mi modo de ver una vigilancia magnífica de las intromisiones de la religión, del conservadurismo sociopolítico y de los intereses de clase, y rechazando también cultos a determinadas personalidades o a situaciones que perjudiquen una manera plena de entender el progreso social. No obstante, es complicado desterrar el mito (puede desecharse cuando carezca por completo de legitimidad real, situarlo en un terreno meramente literario tal vez), al igual que ocurre con la religión, y sería importante analizar su importancia para cohesionar una sociedad (no la de uno en concreto, sino el propio concepto). El mito puede entenderse también como un arquetipo, un paradigma de lo que tendría que haber ocurrido y, tal vez, la tendencia adecuada sería reivindicar la realidad para que ésta se acerque a su modelo.
Como dije al principio, indagar en estos conceptos es un valioso antídoto contra la soberbia de ciertas ideas preconcebidas (aunque, tantas veces no sepamos o no admitamos que lo son). No tengo ya una opinión formada sobre el mito, al igual que cada vez "evoluciona" más mi idea acerca de la religión (aunque esté seguro de mi ateísmo, el cual ha ocupado quizá el terreno de aquella). Hablo, por supuesto de la importancia filosófica, política y social que pueden tener estos conceptos, complicados de abandonar por completo a nivel social y en sentido lato, pero no de superar cada uno en concreto. Seguiremos indagando y reflexionando al respecto.

jueves, 26 de febrero de 2009

Lugares comunes

Uno de mis mayores temores, y mis mayores rechazos tantas veces a ciertos "encuentros sociales" (espero que se me entienda; necesitamos a los demás, por supuesto, y creo profundamente en la "sociabilidad" como enriquecimiento), son los clichés, los continuos "lugares comunes". No hay demasiado espacio, en esta sociedad consumista y mediática, del disfrute efímero y del continuo sensacionalismo, para la reflexión (para la reflexión propia, individual), para la indagación ardua (pero finalmente satisfactoria), para la elaboración de un discurso que no pertenezca a otros, que no haya formado parte de una cadena iniciada tal vez en la mediocridad o en la falacia. Incluso, muchos que apelan a la rebelión contra lo establecido, que realizan un discurso crítico a priori en el ámbito sociopolítico o filosófico, caen en mi opinión en otra triste repetición (no hablo, necesariamente, de la divulgación). Yo, con mi constante apelación a lo heterodoxo, a los valores y al conocimiento, a la perfectibilidad del ser humano, a un idealismo (palabra "delicada" en el terreno filosófico, sin que sea demasiado de mi agrado) que no pierda el apego a la realidad ni el compromiso con ella, yo mismo me pregunto si no caigo también en la repetición formularia que caracteriza a esa "cosita" tan compleja que es el hombre. Manidas frases como "las palabras pueden cambiar el mundo" podrían ser un ejemplo de lo que quiero decir (que, para gran parte de las personas, se quedan en una suerte de "buenismo" ingenuo). No obstante, es posible que por sí sola una idea como esa posea una fuerza y una amplitud de miras tal, junto a una posibilidad de revitalización constante, capaz de desterrar ese temor mío (a pesar de lo que digan los llamados "reaccionarios"). Insisto, y creo profundamente, en la necesidad del pensamiento y de esa reflexión constante (forma parte de nuestra esencia, insistiría, frente a ese cliché que repite que los intelectuales son una especie de raza aparte), en lo importante de esa ruptura radical (y falaz, a modo de ver las cosas) entre pensamiento y acción (otro "lugar común" lamentable, y van ya varios). La propia lucha, continua y agotadora, contra el conservadurismo, contra lo acomodaticio, contra el pragmatismo mal entendido, es tal vez una motivación en sí misma contra esa repetición maldita, contra ese cliché que acaba funcionando como el eslabón de una de nuestras cadenas, contra la posibilidad de lo mediocre en definitiva. La tendencia gregaria del ser humano es algo que me produce temor; tal vez forme parte de su esencia o de su herencia genética, pero como también puede serlo su capacidad para trascender ese apego al rebaño, para elevarse por encima de lo que consideremos mezquino o con poco valor.

martes, 24 de febrero de 2009

"Ayuda mutua" o "apoyo mutuo"

Un gran amigo mío, profundo conocedor del anarquismo, me advierte sobre la más habitual traducción "apoyo mutuo" para la obra y la noción de Kropotkin. Tiene toda la razón. A pesar de que la edición que yo tengo de La Madre Tierra se titula, efectivamente, de esa manera, me traiciona la constante presencia de la frase inglesa "Mutual Aid". Sería precisamente una conferencia pronunciada por el zoólogo ruso Karl F. Kessler en 1880, "Sobre la ley de ayuda mutua" (el título original lo desconozco, pero imagino que es una traducción literal), la que inspiraría a Kropotkin para desarrollar una obra en torno al cooperativismo presente en la naturaleza. Como ya apunté anteriormente, Kropotkin trató de demostrar que la competencia no sería el auténtico motor de la evolución, sino la cooperación. Al día de hoy, a pesar de que la obra de Kropotkin al respecto no ha sido lo suficientemente reconocida, continúan los estudios actuales recibiendo la influencia de ambas posturas y puede decirse que no se ha desdeñado la importancia del factor cooperativista en la evolución, siendo la sociabilidad un concepto claramente importante en la sociobiología. Habría que hacer justicia a la obra de Kropotkin, sin olvidar el tiempo en el que vivió y situándolo en una corriente que, sin ser mayoritaria, sí fue más amplia de lo que se deja ver en los libros de historia. Hay que insistir en que la teoría de Kropotkin no se opuso necesariamente a la de Darwin, el cual entendió la "lucha por la existencia" en un sentido mucho más amplio que las posteriores interpretaciones y tergiversaciones (las cuales llevaron a introducir el término "egoísmo" como factor evolutivo determinante, antagónico al "altruismo" que quería ver Kropotkin), y sí podía considerarse como una aportación a la misma. Reconociendo que existía la forma competitiva de lucha, se esforzó Kropotkin en equilibrar esa competencia con el factor cooperativo e, incluso, darle predominancia. Me gustaría dejar claro que las múltiples facetas de Kropotkin, resumidas en dos vías, la sociopolítica y la científica, no tienen por qué mezclarse en una lectura fácil, que empuje a creer que sus prejuicios ideológicos le empujaron a sus tesis biológicas. De hecho, es complicado saber qué faceta del ruso influyó más en la otra; incluso, al contrario de lo que se suele pensar, es posible que la visión que tenía de la naturaleza tuviera más influencia en el desarrollo de sus tesis sociales e ideológicas que al contrario. En cualquier caso, de la obra de Kropotkin se desprende siempre honestidad, y su pensamiento contiene la suficiente brillantez para ser recuperado en muchos ámbitos del desarrollo humano.
Frente a la insistencia en ciertas idealizaciones de la naturaleza, tal vez sería primordial observarla de forma objetiva, asumiendo su falta de moralidad y siendo cauto con ciertas visiones alentadoras (unidad, orden, armonía…) más cercanas a la metáfora y a la tranquilidad existencial que a una visión científica (insisto, no defiendo la ciencia como una dogma, pero tendemos a mezclar cosas dispares). Las respuestas a cuestiones morales y sociopolíticas debemos buscarlas, en mi opinión, en nosotros mismos (una especie más en la naturaleza, con mayores capacidades que otras para transformar el medio, pero sin ningún "toque" de una divinidad inexistente ni de ningún otro factor externo), huyendo de todo determinismo apriorístico y sin subterfugios de ninguna clase.

sábado, 21 de febrero de 2009

Revitalizando algunas propuestas ácratas

Uno de los factores decisivos para combatir la degeneración social del evolucionismo darwinista, que comentaba en la entrada anterior, es la llamada "ética social", tan importante en la obra de Kropotkin. El noble anarquista ruso consideró que, junto a la ley darwiniana de lucha por la superviviencia, existía la llamada ley de "ayuda mutua" entre los miembros de una misma especie. Trató de hacer de dicha ley el fundamento de toda sociedad animal, incluida la humana. La ayuda a sus semejantes sería, para Kropotkin, un impulso básico para el ser humano. Porque Kropotkin equipara el impulso ético a "lo natural", deposita una completa confianza en la naturaleza y trata de indagar en la misma, con el fin de ajustar el comportamiento humano a una ley natural, producto de un orden cósmico en los que cabe la bondad y la belleza. Del mismo modo, considera Kropotkin que naturaleza es sinónimo de ciencia y asentará, de ese modo, una de las más poderosas señas de identidad de los libertarios de su tiempo: la plena confianza en la ciencia. Una confianza en la ciencia que, a mi modo de ver las cosas, debería ampliar su horizonte de manera constante y mantenerse a salvo de un culto excesivo. Ciertas lecturas posteriores, así como consecuentes polémicas bien planteadas al servicio de un pensamiento emancipador, han demostrado la capacidad de la tradición ácrata para huir del dogma y para revitalizar sus propuestas. Malatesta, contradiciendo en este asunto a su, para tantas otras cosas, maestro Kropotkin y tratando de salvaguardar tanto la libertad como la voluntad del hombre, rechazó el cientificismo y todo fatalismo producto de una supuesta ley natural. Para el italiano, la anarquía sería una aspiración humana al margen de una supuesta ley o necesidad natural, un programa elaborado por la voluntad del hombre (y no una especie de filosofía científica) tratando de combatir, precisamente, las desarmonías que pueden encontrarse en la naturaleza. Se resume muy bien lo que Malatesta pensaba, al respecto, en la bella frase: "La fe, en nuestro caso, no es una creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza". Volviendo a Kropotkin, a pesar de que el trabajo del autor de La ayuda mutua y de la inacabada Ética: Origen y desarrollo sea de un rigorismo científico cuestionable, aunque no exento de datos históricos y naturales bastante impresionantes y muy útiles, su crítica a ciertos factores y circunstancias negativas para la conducta humana (como la presión del Estado y de los grupos sociales) y la mencionada confianza que depositaba en una ética social son de un interés y de una vigencia impagables.
Frente a la controversia no resuelta acerca de la naturaleza humana, egoísta o altruista, bélica o sociable, mi opinión es que nuestra afán categorizador y tendencia al maniqueísmo (y, por lo tanto y por definición, "reduccionista") nos conduce a otra suerte de fatalismo. No creo que exista una respuesta definitiva para buscar una condición inherente cercana a Caín o a Abel (por usar el mito judeo-cristiano que forma parte de nuestro acervo y, tal vez por ello, supone que caigamos constantemente en el infantilismo). La historia del movimiento libertario y de sus pensadores más notables nos demuestra tolerancia, autocrítica, una férrea ética social e individual, muy necesaria para la época en que nos encontramos, y un afán indagador y enriquecedor constante. Tal vez, la bondad y el optimismo que caracterizaban a Kropotkin, unido a su innegable erudición, le llevó a ese intento de sistematizar las ideas y de indagar en teorías acerca de lo que es o no "natural". Otros, no exentos de sentimiento y de voluntad, y viendo la ciencia simplemente como un instrumento emancipador útil, han aportado también grandes cosas a la tradición ácrata.

jueves, 19 de febrero de 2009

Recordando a Darwin y rechazando el darwinismo social

2009 es el año de celebración del segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin. Se ha comentado ya mucho sobre aquel viaje, iniciado en 1831, por América del Sur e Islas del Pacífico, que le permitió recoger un impresionante caudal de datos geológicos, botánicos y zoológicos. Pasarían varios años, con la consecuente ordenación y sistematización de esas información, para que elaborara su teoría de la evolución. Durante algunos años, se pensó que Darwin llegó a sus conclusiones a partir de la lectura de Malthus y su famosa teoría sobre el crecimiento de la población humana, mayor que los recursos necesarios para la subsistencia, lo cual generaría una "lucha por la existencia". Hoy, se piensa que lo que Darwin sacó de Malthus es que el proceso de selección natural ejerce una presión que fuerza a algunos a "abandonar la partida" y a otros a "adaptarse" y a "sobreponerse". En cualquier caso, un año después de aquel famoso viaje, Darwin empezó a creer la teoría de que todas las especies podrían provenir de un tronco común. La "selección natural" se produciría por las alteraciones orgánicas engendradas por la lucha por la existencia, en el curso de las cuáles sobrevivirán solo los más aptos. Darwin dejó muy claro que la selección natural no induce a la variabilidad, sino que implica solamente la preservación de las variaciones que aparecen y que son beneficiosas para el ser en sus condiciones de vida; esa variaciones adquiridas serán transmitidas a los descendientes. Las tesis de Darwin fueron presentadas en El origen de las especies, en 1859, obra con sucesivas revisiones en los años posteriores. El darwinismo suscitó la lógica oposición entre los medios teológicos, los cuáles consideraron la teoría un ataque a sus creencias y a su interpretación literal de la Biblia (y hasta hoy llegamos con esta reacción, para comprobar lo cual en este país solo hay que escuchar la Cope en un momento tonto). Otros, vieron el cuerpo de doctrinas de Darwin como la expresión de un pensamiento radical y revolucionario y una importante lucha contra el tradicionalismo y el ancien régime. Aunque, tanto la teoría de la evolución, como la del origen del hombre, a partir de otras especies no eran originales, sí resultaban innovadores la gran cantidad de datos empíricos aportados por la obra de Darwin y los caracteres que imprimió a la noción de "selección natural". Como es lógico, existen algunas fisuras y objeciones a algunas de las teorias de Darwin, algunas admitidas por él mismo, lo cual no supone necesariamente la entrada de consideraciones teleológicas (último subterfugio empleado por las creencias religiosas, con la recurrente teoría del diseño inteligente como ejemplo). Puede decirse, pese a quien pese, que el alcance y profundidad en la revolución de las ideas originadas en Darwin (con posteriores revisiones y evoluciones) son solo comparables con los derivados de Marx, Freud y Einstein.
Puede decirse que el socialismo en general reconoció la teoría darwiniana de la evolución como algo liberador de prejuicios y un considerable ataque al antropocentrismo, habitualmente unido a ideas reaccionarias y al providencialismo. No obstante, el llamado "darwinismo social", apoyado en algunas de las teorias darwinistas de la evolución, supondrá ideas político-sociales opuestas al socialismo, en las cuales se considera la desigualdad y la competencia como factores determinantes para la supervivencia de los más aptos y para la "evolución" de la sociedad. Puede decirse que el capitalismo, sea cual fuere la fase del mismo en que nos encontramos a principios del siglo XXI, continúa recogiendo ese herencia social-darwinista en la que el factor ético queda relegado en nombre de una pervertida noción de progreso y del bienestar (o supervivencia) de solo una parte de la población. Paradójicamente, el norteamericano Sumner (1840-1910), principal defensor del darwinismo social, rechazó toda noción de derechos naturales (en el que podría entrar la igualdad, el humanitarismo o la democracia), ya que ello supondría aceptarlos como "verdades eternas" y los desdeñó, miserablemente, en nombre de la "evolución social".

martes, 17 de febrero de 2009

El sólido valor vital de lo antiautoritario

Se tiende a valorar el anarquismo con unos parámetros rígidos, con intención seguramente de categorizarlo o, o que viene a ser lo mismo, a reducirlo a algo que le vendrá siempre estrecho. Como ejemplo, es recurrente calificarlo con desdén como anacrónico en sus postulados; recomiendo, como argumentación sólida frente a ello, asegurar que las propuestas de un determinado anarquismo pueden situarse en una época concreta del pasado, pero el propio anarquismo, y sus presupuestos, vienen a ser intemporales (por seguir jugando con el factor tiempo y combatir al mismo tiempo esa visión del "progreso" tan simplista e interesada). Por definición, el anarquismo sería un estado de absoluta flexibilidad, entre otras muchas cosas (que serán tan importantes o más, como la justicia o la moral). Esa misma flexibilidad, esa capacidad del anarquismo para nutrirse de numerosas ideas, autores o, incluso programas, creo que es su mayor fortaleza. Si apelamos en tantas ocasiones a ideas y autores del pasado, es para tratar de revitalizarlos, situarlos en el debate de la sociedad actual sin simplezas, con toda la complejidad que la realidad merezca. Si el anarquismo es un concepto anatematizado (por aquellos de pobre conocimiento o de moral hipócrita o reduccionista), relegado a los los libros de historia o, simplemente, desdeñado como algo no factible, esa "puesta al día", ese continuo combate moral e ideológico, esa demostración de que la utopía de ayer puede hacerse realidad, en todo o en parte, gracias al esfuerzo humano, se convierten en una labor tan titánica como estimulante. Esa tensión descomunal entre un idealismo desmesurado, que apuesta por todo, y una incidencia en una realidad concreta, que no deja jamás a un lado la opción ética conforme a unos principios sólidos, me resultan un impagable leitmotiv para una existencia que tienda a lo libertario (y el ideal es, no lo olvidemos, la liberación en todo los planos de la vida, para uno mismo y para los demás).
Se me dirá que todo esto son buenas palabras, que las circunstancias de la vida pueden enturbiarlo todo y que la convivencia social da lugar a conflictos en los que pesa más la crueldad y lo arbitrario que el más bello de los principios. No lo niego, e insisto en que trato de no hacer una lectura simple de lo social o de la naturaleza humana. Sin embargo, mi condición testaruda y mis principios (y, por qué no decirlo, también mi curiosidad), unidos a mi absoluta ignorancia sobre lo que es el ser humano y las sociedades que forma, no dejan de indagar en lo que podría ser (o, siendo cautos, en lo que "debería ser"), en cómo serían esos conflictos, de la índole que fueren, en una sociedad que ha tratado de desprenderse de toda dominación de unos seres humanos sobre otros. También observo a muchas personas insistir, seguramente haciendo una crítica a eso que denominan "ideología", en no conformar una propuesta en oposición a algo. De nuevo, observo que se utiliza el lenguaje y la argumentación de manera tramposa y reduccionista; tener "ideas" (que no es otra cosa que la "ideología", otra cosa es el dogmatismo que quieras aportar a la misma, pero eso es un concepto más propio de la religión) es algo que nos define como seres humanos y apartar lo que consideramos negativo, creo que también. Bien, yo me permito tener unos principios ideológicos que se concretan muy bien en lo que se denomina "antiautoritarismo". Esta oposición a algo considerado de manera común como nocivo es algo que aceptará, seguramente, la inmensa mayoría de la gente. El anarquismo se empeñó, y continuará haciéndolo, mucho más que el liberalismo (cuya condición clasista traicionó muy pronto esos principios), en que esa palabra tenga pleno sentido.

domingo, 15 de febrero de 2009

Las aportaciones de Herbert Read al anarquismo

Herbert Read, al parecer, no es un personaje muy conocido y, sin embargo, su importancia es vital en el anarquismo de la primera mitad del siglo XX. Hombre de múltiples facetas, experto en arte, crítico, poeta, ensayista filosófico y político, novelista (equiparado en alguna ocasión en calidad literaria a sus coetáneos T.S. Elliot y a George Orwell)…, autor en total de unos 1.150 títulos. A la lectura, a temprana edad, de Proudhon, Tolstoi y Kropotkin, se une la de William Morris, Oscar Wilde y Edward Carpenter, lo que le hace confiar en la posibilidad de un socialismo humanista compatible con la libertad (fue también activista en favor de los perseguidos por el estalinismo y por cualquier tipo de totalitarismo). He tenido la suerte de conseguir recientemente una edición argentina de Anarquía y Orden del año 1959, obra que recopila importantes ensayos de Head para el desarrollo y la actualización de la filosofía del anarquismo.
Read denunció pronto el fracaso de la praxis marxista como alternativa al capitalismo. Para erigir un mundo nuevo no era necesario solo abandonar ciertos conceptos económicos, habría que primar los valores de la libertad e igualdad por encima de la riqueza personal, el poder técnico o el nacionalismo. Consideraba Read que la filosofía del anarquismo se había mantenido pura a lo largo de la historia de la humanidad y que multitud de personas sostenían ya "inconscientemente" esas ideas, y podrían aceptarlas definitivamente si se les expusiera claramente. Como buen ácrata, Read indagaba en las cuestiones vitales para la humanidad y su interrogante acerca de la medida del progreso haya una brillante respuesta en el siguiente párrafo: "El progreso de mide por la riqueza e intensidad de la experiencia, por una más amplia y profunda comprensión del significado y perspectiva de la existencia humana". La complejidad de la existencia surge de la relación entre el individuo y el grupo y la conciencia y la moral nacen de esa relación. Para Read, la moral antecede a la religión y la política, las cuales intentarán determinar la conducta natural del grupo. La experiencia bélica de Read en la Primera Guerra Mundial le llevaría a desconfiar de la disciplina y a apostar por la iniciativa y la libre asociación, cualidades individuales que acababan destruidas por la rutina cuartelaria, como esenciales en el esfuerzo de la acción. Read quería ver en la naturaleza una ley de equidad, un orden natural en el universo regido por los principios de igualdad y rectitud, los cuales se hacen algo cuesta arriba para mis modestos conocimientos y escépticas creencias. No obstante, su crítica al derecho consuetudinario o al derecho positivo del Estado en nombre de una ley justa (que él también llamaría "natural") me parece perfectamente acorde con un espíritu libertario. Frente al socialismo moderno, tendente a extender el derecho positivo hasta aplastar el principio de equidad, el anarquismo debería apostar por ese principio hasta reemplazar al derecho positivo. Es una importante aportación la de Read también en el terreno del derecho; consideraba, por supuesto, que un método de arbitraje sería necesario en la sociedad libertaria, el cual apelaría a los principios universales de la razón, en nombre de la equidad, desprendiéndose de todo prejuicio legal o económico. Entramos aquí en un campo polémico, ya que Read criticará el materialismo estricto y apelará a cierto idealismo y, incluso, misticismo; la religión vendría a ser una necesidad social, sin la cual ninguna civilización puede sobrevivir, y la aparición del racionalismo y del escepticismo vendría a ser un síntoma de decadencia. El fracaso de la experiencia comunista en Rusia, no exenta a su vez de cierto componente religioso (concretado en cierta deificación de la figura de Lenin), había demostrado que el no suministrar una nueva religión a la sociedad provocará una regresión hacia creencias antiguas. Lo verdaderamente original e interesante de la visión de Read (y que solo causará un problema en la terminología, creo yo, para todo simpatizante del ideal ácrata) es que consideraba a la religión una autoridad natural dejando a un lado todo creencia sobrenatural (ateísmo y anticlericalismo son, por lo tanto, perfectamente compatibles con esta visión) y opuesta a la autoridad artificial y coercitiva del Estado. Read dejará claro que no es un restaurador de la religión, que no recomendaba ni creía en ninguna en concreto, que se limitaba a observar su necesidad orgánica. Considera que el anarquismo podría ocupar el espacio de esa nueva religión ("ser" esa nueva religión), alejado de los intentos estatales de cierto socialismo de substituir a la religión en nombre de toda suerte de subterfugios, para la creación de un nuevo modelo de sociedad humana.
Recomiendo leer a este autor (desgraciadamente, no hay una edición impresa reciente de Anarquía y orden), con el que se pude estar o no de acuerdo, pero que considero brillante y con mucho que aportar a esa enorme edificio que es la filosofía del anarquismo.

lunes, 9 de febrero de 2009

Más palabras sobre la dictadura cubana

Como la realidad de Cuba me puede, decido mandar una carta al periódico Diagonal (del cual soy suscriptor, a pesar de encontrar bastantes cosas que no me gustan).
"Mi carta viene a ser una extensión de la que leí con agrado en vuestra periódico núm.92, en ella se hacía, a mi modo de ver las cosas, una crítica lúcida y libertaria de el mito El Ché (se hablaba, entre otras cosas, de su paternalismo, de su dirigentismo y de la represión que llevó a cabo desde el poder estatalista). Esa crítica, potenciada por décadas de permanencia en el poder, pueden ser igualmente dirigidas hacia los hermanos Castro y al resto de la oligarquía del Estado cubano (recordaré, en primer lugar, que la división de clases sigue existiendo en aquella "revolución" y que hablar de "transición hacia el socialismo" me parece un mal chiste). Me ha resultado triste, aunque nada extraño, que el actual coordinador general de IU se muestre al frente de una manifestación de apoyo a Fidel Castro y a la autodenominada Revolución Cubana. Ya escuché en cierta ocasión a su antecesor, en la mencionada coalición de izquierdas, afirmar que el régimen cubano no era una dictadura (un Estado policial en toda regla, creo que es la mejor definición). Compruebo ahora, de nuevo, en vuestra publicación la simpatía que manifestáis hacia el férreo régimen castrista, al afirmar que la "masiva" manifestación de apoyo demuestra que el "veneno comunista" es un valioso antídoto contra el neoliberalismo y está, además, "expandiéndose por el continente". Me une un vínculo emocional con Cuba, he estado varias veces en la isla y me resulta incomprensible cómo puede seguir defendiéndose un sistema totalitario que ha convertido los temores de Orwell en una espantosa realidad. Igualmente incomprensible es el hecho de que haya personas en España, por cuya honestidad pondría la mano en el fuego, que persista en el "mito", en aferrarse a algo sin apenas base real en definitiva, y todavía se muestre reticente a hacer la más elemental crítica a aquella "revolución", tal vez por temor a legitimar un capitalismo criminal o quizá por ser etiquetado por aquellos que ven la realidad sociopolítica de forma simplista y maniquea, o quizás de manera interesada. Es posible que el régimen cubano (me niego a considerar aquello una revolución) haya tenido ciertos logros (convenientemente magnificados), pero yo solo he comprobado miseria y desesperanza en la sociedad civil, una constante represión policial y una profunda ineptitud político-económica por parte de la clase dirigente. El socialismo de Estado ha fracasado en demasiados países y no creo que ya nadie puede negar sus numerosos crímenes y su pronta conversión en monstruos burocráticos inamovibles, y Cuba no es una excepción. Esta crítica ya la realizaron numerosos anarquistas pasados pocos años de la Revolución Rusa, y con esa modesta intención de encontrar nuevas formulaciones para un socialismo libertario la realizo yo en este momento. Vuestro periódico Diagonal quiera realizar una labor de "actualidad crítica", tal y como aparece en el texto de cabecera, y es por eso que me gustaría comprobar en el futuro que vuestro trabajo periodístico tenga un fuerte compromiso con cualquier sistema que vulnere los derechos humanos y las libertades elementales."

sábado, 7 de febrero de 2009

El malhumor de Dawkins

Pues me cae de "puta madre" el científico Richard Dawkins. Alguien que, en esta sociedad que vivimos caracterizada por la frivolidad y lo "políticamente correcto", se considera ateo y anticlerical me parece, intelectualmente, de lo más sano y gratificante. Porque ir por ahí diciendo uno que es ateo pasa lo mismo que al manifestar tus simpatías por el anarquismo, que en el mejor de los casos parece que tiene que ir acompañado de un montón de aclaraciones y "justificaciones" (en el peor, donde no podrás ni hablar, sufrirás una irritante displicencia). La tolerancia tontorrona ("tolerancia" ya es una palabra más que cuestionable, pero además hay que añadirle algún epíteto poco favorecedor como éste) provoca que haya que ser cauto al manifestar tu oposición a según qué cosas. Los adoradores de la superficialidad critican el ser "antialgo", falacia mezquina que la mayor parte de las veces supone una falta de compromiso notable y encubre una visión acomodaticia de cualquier ámbito de la vida. A mí hay muchas cosas que me parecen mal en el mundo, pienso que como manifestaciones humanas son mejorables y por eso soy contrario a ellas. Tan sencillo como eso. Por otra parte, creo que todas las personas, incluso la más mezquina, merecen cierto respeto y dignidad (no sé si tolerancia, en según que casos), pero no necesariamente sus ideas ni las instituciones de las que formen parte o a las que apoyen. Las ideas y las instituciones son mejorables y, desgraciadamente, el ser humano tienen una peligrosa adhesión al conservadurismo.
Hoy, en el inefable diario El Mundo, califican a Dawkins de científico brillante, ateo y anticlerical, para acto seguido comentar su mal genio y carácter adusto, los cuales se van mostrando a medida que avanza la entrevista. Pues bien, después de leer los penosos lugares comunes que el entrevistador menciona en su cuestionario y la insustancialidad de la mayor parte de las tendenciosas preguntas, me solidarizo plenamente con las malas maneras del brillante ateo. El autor de El espejismo de Dios insiste, en su coherente discurso, en poner la religión al nivel de cualquier superstición, en señalar lo nocivo de la constante intromisión y del constante adoctrinamiento de las instituciones religiosas (el británico va más allá del cristianismo, pero no olvidemos que su herencia cultural proviene de Occidente), recuerda la importancia de la teoría de Darwin para ir abandonando todo reducto de explicación mística del mundo y manifiesta su simpatía por cualquier campaña atea que trate de que la gente se haga preguntas. Frente a un discurso tan claro, se le insiste en vincular la religión a los valores humanos y a la belleza y a vueltas con esa gilipollez en la que insiste mucho la Iglesia Católica de que las ideologías totalitarias (léase, nazismo y estalinismo) han sido consecuencia del ateísmo de sus líderes. En cuanto a esto último, la respuesta de Dawkins me parece definitiva: esas ideologías han desarrollado un respeto a la doctrina y un culto a la personalidad del líder que tiene mucho que ver con la religión (menciona como ejemplo concreto el marxismo, algo con lo que estoy de acuerdo, al margen de la brillantez intelectual del autor de El Capital). No es que sea un mero subterfugio, es que es un insulto a la inteligencia relacionar los crímenes de ciertos regímenes con el ateísmo de sus líderes. Precisamente, cuando la Iglesia menciona algo así deja en evidencia la parte más mezquina de la religión: su constante apelación a los miedos del ser humano y a su tendencia al acomodo y al tutelaje, a no seguir indagando en las cuestiones vitales. Argumentar que determinado ateo es un bastardo (aunque la palabra ateo no supone, a nivel intelectual, únicamente la "negación de Dios") a favor de la creencia mística no posee suficiente nivel para introducir un debate. Idem, al contrario. Hay personas que llevan a cabo acciones buenas o malas, al margen de sus creencias ( o no creencias). No obstante, la religión desemboca muchas veces en el fanatismo, se han realizado demasiados actos criminales en su nombre y, en cualquiera de los casos, resulta un obstáculo para el progreso. Yo, subscribo todo lo que dice el malhumorado Dawkins (va a ser que la sonrisa es muchas veces signo de hipocresia y superficialidad), y también me considero ateo, humanista y escéptico (y, por supuesto, anticlerical).

jueves, 5 de febrero de 2009

Rebeldías posibles, realidades probables

¿Hay suficientes motivos para rebelarse contra el orden social y político? ¿Por qué seguimos "actuando" a diario como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles? Miento. Creo que la mayor parte de la gente tiene cierta consciencia de que vive en el sistema menos malo, un sistema plagado de injusticias, pero sin alternativas posibles. La praxis de otros regímenes, que han tratado de implantar una estructura racional desde la planificación y desde la voluntad de dominación de una élite, ha desembocado en una realidad totalitaria, gris y tristemente represiva. El estancamiento y fracaso de dichos regímenes se ha debido a que la libertad, o cierta apariencia de libertad, demuestra ser esencial para la dinamización de la estructura social. La gestión sociopolítica no es cosa del hombre de la calle y, de ese modo, tal vez piense y actúe como si las atrocidades que se asoman a nuestro mundo le fueran ajenas. La política es un ámbito de la realidad que le trasciende (de ahí, tal vez, que gran parte del vulgo abomine de la política). Al contrario, el sistema económico se llama liberal, pero ejerce un poder también totalitario, otorga la ilusión de cierta gestión privada del pastel a cambio de que aceptes sus presupuestos autoritarios y socialmente desigualitarios; asimismo, fagocita cualquier propuesta que sobre el papel se presente como alternativa (la rebeldía, si negocia, ya no merece ese nombre; la posibilidad de revolución solo admite la fuerza como motor y, al menos en nuestra era, ello desemboca en un orden igualmente violento y autoritario). No obstante, esa posibilidad de gestión "privada", al contrario que en el ámbito sociopolítico, unido a cierto determinismo científico y técnico que marca también el ocio del ciudadano, hace que tampoco el capitalismo tenga un rival de altura. Existen motivos para rebelarse contra un orden injusto (y, tal vez, con mayor motivo que en el pasado), pero se nos quiere negar el campo donde abonar esa rebelión. Nuestras capacidades son, casi con total seguridad, las mismas que hace siglos, por lo que la posibilidad en potencia existe; desgraciadamente, nuestras debilidades también son las mismas, por lo que pensamos y actuamos determinados por una sociedad de la información (que no del conocimiento) y del espectáculo, así como por un poder político de apariencia liberal que nos trasciende, No resulta fácil establecer el grado de lucidez y de sacrificio que requiere elaborar un discurso moral y político y, consecuentemente, llevar a cabo una acción. Yo, a pesar del enorme monstruo que nos rodea y nos permite sobrevivir, soy optimista. Pienso que cualquier pensamiento, cualquier acto, puede impregnar el espíritu de cualquier persona, rebelde en potencia. Combatir la banalidad, el placer inmediato y la evasión fácil que se asoman constantemente a nuestros momentos vitales no es sencillo. Indagar en el pensamiento lúcido, perseguir la medida de lo razonable o ir abriendo camino para el acto moral es una tarea de proporciones solo comparables a la satisfacción que puede proporcionar.

martes, 3 de febrero de 2009

Aclaraciones sobre el poder

Habitualmente, en ciertos debates, muchas personas aclaran rápidamente que ellos no son ácratas si se pone en duda, de algún modo, la autoridad. Es ya un clásico el anarquista que aclaró que él solo se oponía a la autoridad coercitiva, que existían otro tipos de autoridad frente a los que se impone algún tipo de reconocimiento o, incluso, subordinación. Incluso hablar de poder supone mucha cautela, puede decirse que los anarquistas se oponen a la dominación (el "poder sobre"), ya que se trata de recuperar individual y colectivamente la autodeterminación (a la que podemos llamar "poder para"). No obstante, no es fácil definir satisfactoria y definitivamente tanto el poder como la autoridad, siendo sin embargo protagonistas indiscutibles de cualquier organización social. Yo soy partidario, ya estaba implícito en mi comentario anterior y tal vez insisto demasiado en ello, de acabar con la proclama "acabemos con el poder" (tan presente en el pasado ácrata) e insistir en reducir todo lo posible los aspectos de dominación del poder. Hay autores que han identificado plenamente el poder con la dominación; otros, al contrario, han abierto la posibilidad de un poder desarrollado en igualdad y en cooperación. Así, de alguna manera como ya dijo Bakunin, mi poder (mi libertad) se confirma en la cooperación con los demás (en el poder o en la libertad de los demás). De nuevo nos encontramos con los dos valores primordiales para una organización social libertaria: libertad e igualdad. Por lo tanto, contradiciendo a esos autores que se llenan la boca de libertad y de liberalismo, una sociedad que tiende a la libertad debería fomentar los aspectos no dominantes del poder y tender a la cooperación constante. No hace falta aclarar que la libertad propuesta por el liberalismo, subsumido en el llamado mercado libre y en una forma política coercitiva (Estado), no va más allá de las concesiones de rigor: libertad de reunión o libertad de expresión. Pero, al margen de ese "liberalismo de costumbres" (que ejercemos con mucha limitación de tiempo y de energía), el poder de dominación se acaba manifestando de manera determinante en el sistema económico y político, de tal manera que acabamos formando parte de la lógica de ese tipo de poder (considerando, tal vez, y de manera terible, que ganamos libertad al dominar a otros) o, en el mejor de los casos, sacrificando todo prurito libertario, cooperativo o rebelde. El poder coercitivo no se ejerce ya de manera evidente, el liberalismo de costumbres ha demostrado ser más eficaz que los regímenes totalitarios para mantener a la gente sometida (y entretenida) y anular casi por completo la creencia en algo mejor (en que esta forma de organización sociopolítica que tenemos será sólo un recuerdo dentro de algún tiempo). De nosotros depende el tender a anular el poder de dominación (por muy difuso que se muestre o por muchas caras que tenga) o seguir anclados en alguna forma de servidumbre (término que, frente a lo que hayan dicho ciertos "intelectuales", no tiene por qué estar vinculado a esa bella palabra que sigue siendo el socialismo).

domingo, 1 de febrero de 2009

Democracia no es esto

Uno de los últimos libros editados por los amigos de La Malatesta, Anarquismo y antropología, es una magnífica recopilación de textos coordinada por Beltrán Roca Martínez. Entre ellos, se encuentra uno firmado por David Graeber que plantea, en mi opinión, una cuestión clave para el pensamiento político y propone una profundización en la historia a la que no estamos acostumbrados. Se duda, por una parte, de la supuesta tradición democrática de Occidente (su conexión con la Atenas de la Antigüedad, una sociedad militarista y esclavista por otra parte) y, por otra, el mismo concepto de democracia, que nos aseguran que constituye "el sistema menos malo" (la democracia representativa, hablar de democracia directa es dar un nuevo paso), es sometido a examen.
La palabra democracia tiene mucha fuerza y la mayoría de las personas la identifican todavía con algo positivo, con la posibilidad por parte de la gente corriente de gestionar sus asuntos de manera colectiva. Graeber se atreve a otorgar un historial diferente al término. Frente a los defensores del Estado liberal y de la democracia representativa, los cuales nos quieren convencer que solo la civilización occidental es inherentemente democrática, que solo en ella ha germinado la libertad y el respeto a los derechos humanos, se plantea la posibilidad de incluir en esa tradición democrática a determinades comunidades que han gestionado sus asuntos mediante procesos abiertos e igualitarios. Es una manera de poner en cuestión, no solo la simplista visión histórica que se pone ante nuestros ojos continuamente, sino también la misma noción de progreso de cara a las libertades civiles. De esta manera, la noción de democracia (palabra maldita y hostil en casi todos los regímenes a lo largo de la historia, incluido Occidente) se habría formado con la influencia de múltiples civilizaciones, culturas y tradiciones de todo el mundo, sin que pueda decirse que forme parte de manera característica de ninguna de ellas. Se habrían creado, por lo tanto, unos espacios intermedios en los que habrían germinado los aspectos más positivos del término. Esos "espacios" nacerían y crecerían allí donde la vida humana se manifiesta sin coerción. Solo en los últimos tiempos, como búsqueda de legitimación del Estado, se habría apropiado de la tradición democrática la visión occidental (huelga decir que de un concepto reduccionista, por no decir falso, de la democracia o "voluntad popular", que es la representativa). Se plantea que hablar de Estado democrático es una contradicción y la solución anarquista no es descabellada (la palabra "anarquía" toma aquí el relevo de la "democracia", siento tan proscrita aquella, como lo ha sido ésta anteriormente).
Hoy puede decirse que existe una crisis del Estado como forma política y del mercado como marco económico, pero no de la democracia, concepto que puede diferenciarse perfectamante de aquel y al que se le puede dar, incluso, un sentido antiautoritario buceando en la historia. Se trata una apropiación más por parte de la clase dirigente y considero primordial arrebatarles el lenguaje para otorgarle un sentido pleno a las palabras (y, por lo tanto, al pensamiento). El futuro político debe estar en los movimientos sociales, capaces de funcionar mediante procesos participativos e igualitarios, sin que se busque ninguna imposición de la mayoría y capaces de funcionar al margen de toda coerción estatal.