jueves, 30 de abril de 2009

Profundización en la democracia

Un texto imprescindible, recogido en una de las últimas ediciones de los amigos de La Malatesta, Anarquismo y antropología, es para mí el firmado por David Graeber "Nunca ha existido Occidente o la democracia emerge de los espacios intermedios". Basándose en sus propias experiencias en los movimientos libertarios, el autor se cuestiona no solo que la democracia sea una creación exclusivamente occidental sino el mismo concepto de esa opción política como estatalista y basada en una supuesta decisión de la mayoría. Reflexiones primordiales para dar una nuevo sentido al término, que evoca tantas sensaciones positivas en gran parte de las personas, desprendiéndole de la mera condición de "elección de representantes" y apostando por una democracia "directa" y una auto-organización en sociedad. Dispares movimientos sociales, en diversas partes del mundo, se llamen o no libertarios, insisten en la importancia de una estructura horizontal, en el rechazo a los líderes y en dar voz a grupos minoritarios y marginales. Por otra parte, la habitual controversia entre "mayoría" o "consenso" parece tender a decidirse por buscar el consenso en grupos pequeños y en mostrarse flexibles en las decisiones y no arrastrar a las minorias en grandes grupos de coaliciones. Toda una tradición libertaria de autoorganización, asociación voluntaria, apoyo mutuo o negación del Estado, en movimientos que pueden incluso mostrarse reticentes a llamarse anarquistas, ha llevado a Graeber a considerar que "democracia" y "anarquismo" son, o deberían ser, conceptos equivalentes. Naturalmente, no existe un consenso al respecto, pero a mi modo de ver las cosas no importa demasiado si la tradición libertaria de potenciar la sociedad civil acaba influyendo en busca de alternativas políticas. La palabra "democracia", a pesar de su constante manipulación política por parte de la clase dirigente, tiene una connotación positiva al menos frente a otros regímenes políticos. El debate se empobrece notablemente si caemos en la vulgaridad del "sistema menos malo", pero no es eso lo que quiero subrayar. Habitualmente, al hablar de anarquismo, hay quien insiste tajantemente en esa cuestión: "el sistema 'democrático' es lo mejor que conocemos". Frente a ello, y antes de matizar demasiadas cosas, a mí me gusta responder rápidamente que yo entiendo lo libertario como una profundización en lo democrático. Estaríamos así, en el debate, al menos en el mismo plano para poder sacar algo positivo y seguir confiando en el progreso y en la perfección social y política. Naturalmente, ese proceso de "democratización social" conlleva una crítica al Estado, a las jerarquías y a toda voluntad de poder que anule el desarrollo y libertad de opción de grupos e individuos (o sea, exigir más democracia). Graeber afirma incluso que la palabra "democracia" durante gran parte de la historia tenía un significado similar al que tiene hoy la "anarquía" para muchas personas: desorden, motines, violencia... Solo recientemente se ha adoptado un significado según el cual se trata de un sistema en el que los ciudadanos de un Estado tienen la posibilidad de elegir a la clase dirigente para que ejerza el poder en su nombre. Da que pensar el asunto. Parece claro que el concepto alude a un sistema, al cual se han puesto demasiados adjetivos ("popular", "liberal", "electiva", "orgánica"... lo cual da una idea de lo susceptible que es el término a su manipulación), que busca anular, en mayor o en menor medida, la toma de decisiones por parte de una élite (aunque esa élite se acabe formando gracias a ella, otro debate nada baladí). No es fácil establecer una generalización sobre lo que es democracia, y habría que escapar de los que tratan de hacerlo, y hay que mostrarse además cauto en cómo emplear el término en las diversas estrategias para no legitimar un sistema que seguimos considerando intrínsecamente injusto. Lo que parece claro es que el anarquismo lleva las de ganar en su honesta búsqueda de consenso social sin sacrificio alguno de minorías opositoras o marginales. No es sencillo de llevar a la práctica, y sí demasiado expresarlo con palabras, pero la materialización de los más altos ideales humanos no es tarea fácil en absoluto. El asunto es, al menos, establecer puntos de partida para hacerlo. Yo sigo siendo optimista.

martes, 28 de abril de 2009

¿Futuro primitivo? No, gracias

No conozco, para mi tranquilidad, a nadie que simpatice completamente con las teorías de John Zerzan (y sí a bastantes que no le toman nada en serio). Este hombre, al que se insiste en encuadrar en una supuesta vertiente anarquista llamada "primitivista", viene a rechazar radicalmente la ciencia y la tecnología, y aun la cultura, y aboga por cierta vuelta a un supuesto amanecer idílico de la humanidad en que todos eramos cazadores-recolectores, ya que parece ser que según esta teoría la agricultura supuso el comienzo de la "domesticación de la naturaleza" y de la "dominación social" (algo también improbable). La creencia en ese pasado "bueno" (la separación entre lo bueno y lo malo es un absoluto en según qué visiones) parece ser que es de entrada todo un despropósito, no me gustaría insistir demasiado en ello, ya que mi ignorancia me lleva a contrastar las afirmaciones de Zerzan con las opiniones de otros expertos. Zerzan insiste en apoyarse en afirmaciones históricas cuanto menos cuestionables, considera que el hombre prehistórico tuvo unas capacidades semejantes al actual y rechazó conscientemente el progreso, que conlleva alienación, hasta fechas recientes (no habiéndose producido durante la mayor parte de la historia de la humanidad). En cualquier caso, da la impresión de que las afirmaciones de Zerzan parecen ideología, pura y dura, en la que la base histórica y antropológica queda en un segundo plano. No quiero yo pontificar sobre lo que es o no el anarquismo, o los anarquismos, una tendencia que parece presente en todas las realidades humanas a lo largo de la historia, pero me resulta algo más que irritante considerar una corriente del mismo esa que apuesta por una "regresión" a sociedades primitivas, considerando además que ha habido una especie de Edad de Oro de la humanidad en comunión con la naturaleza (algo que me recuerda a muchos mitos de la Antigüedad). El rechazo a la civilización parece más bien una idea reaccionaria, por mucho que se presente como un ecologismo radical, y más bien místico e irreal, y encuentre eco en algunas tendencias "alternativas" actuales. El anarquismo que surge de la modernidad es seguramente solo uno de los muchos posibles, su confianza en la ciencia y en la tecnología es por supuesto cuestionable en la época en que nos encontramos, objeto de debate en aras de una perfección de las ideas libertarias, pero mirar hacia atrás constantemente y pretender anular toda una tradición histórica y filosófica es un flaco favor a unas ideas auténticamente emancipadoras. Zerzan insiste en que la tecnología no es neutral y en que el bienestar que se busca en las sociedades industriales modernas se produce a costa de la depredación del medio ambiente, sin que haya alternativa posible dentro de este modelo de producción en masa para la sociedad de masas. Bien, estamos de acuerdo en parte de la lectura, pero las conclusiones no pueden ser más dispares, podemos cuestionar lo que es el progreso o la civilización (o civilizaciones en plural. otro tema de un más que interesante debate), pero me niego a rechazarlos sin más. Podemos cuestionar la instrumentalización de la ciencia o el método científico, pero cuestionar sin más la ciencia, la cultura o la razón, en busca de un pasado idílico en el que el hombre sería incapaz de "dominar la naturaleza" (otro tema delicado, pero estaremos de acuerdo en que nuestra capacidad es superior a la del resto de las especies), me parece algo devastador. No nos gusta el sistema en qué vivimos, pensamos que la economía está al servicio de una razón técnica (Zerzan creo que emplea una frase como "el imperio de la razón") en la que son sacrificados gran parte de los individuos y solo manda la lógica económica, pero la respuesta se encuentra a modo de ver las cosas en expandir las posibilidades de la razón, no en pretender acabar con ella, y ponerla al alcance verdaderamente de las personas sin perder el horizonte ético y humanista. Si el capitalismo, además de ser intrínsecamente injusto, supone una pérdida de valores y una pobreza intelectual evidente, la sociedad "primitiva" propone una regresión también en todos esos aspectos (es más, la pérdida de valores o la pereza intelectual parece que son síntomas de ciertas ideas). Lo siento, pero no caben en mi esquema mental las propuestas de este hombre, me lo encuentro de vez en cuando en algún contexto libertario y no creo que estemos hablando de una alternativa seria. Cada vez tengo más dudas sobre lo que es o no "natural", creo que estamos obligados (no en cuanto a una necesidad ajena a la voluntad del hombre, sino por otros factores que me parecen propios de la condición humana y que habría que potenciar) a construir una sociedad caracterizada más por lo justo o lo ecuánime (algo en lo que cabe la emancipación de ciertos elementos naturales que pueden ser nocivos), el respeto al medio ambiente es algo que siempre ha estado presente en las ideas libertarias (incluso puede que en origen hubiera un culto excesivo a supuestas "leyes naturales"), pero la organización social se produce de manera independiente a la naturaleza. Creo yo.

sábado, 25 de abril de 2009

Alegoría de la antinomia proudhoniana

Se trata de la imagen que ha ido en la portada del periódico anarquista Tierra y libertad de este mes de abril. Aprovechando la publicación de un texto sobre la antinomia proudhoniana, o equilibrio entre fuerzas antagónicas sin que ninguna anule a su contraria, pensé en representar esa interesante teoría (alternativa poderosa a la síntesis de Hegel y Marx) mediante los dos conceptos sobre los que se construye la idea anarquista en la organización social (conceptos que solo cobran su pleno sentido mediante las ideas antiautoritarias). Si se hubiese tratado de una imagen que acompañara al texto en el interior, creo que hubiese sobrado el texto alusivo al anarquismo y al equilibrio y sinónimos, y hubiera resultado más sugerente. Para una portada, me gusta insistir constantemente en la fuerza de las palabras.

jueves, 23 de abril de 2009

¿Individualismo o personalismo?

Si atendemos al significado habitual de lo que se entiende por "personalismo", tan rechazado por las ideas libertarias por motivos obvios, máxime cuando la connotación es usualmente política, hablamos del seguimiento o adhesión hacia cierta persona. También podría ser que el papanatismo no estuviera dirigido necesariamente hacia la persona, sino a las ideas que profesa, pero el sentido de "subordinación" o "dogmatismo" que parecen estar siempre detrás le chirría siempre al anarquismo. Y muy bien que hace. Frente a cualquier "ismo" precedido por un nombre propio, cautela. No obstante, si acudimos a una enciclopedia de filosofía, la cosa cambia algo y da lugar a cierto debate más que interesante (aunque algo denso y confuso). "Personalismo" vendría a ser la superioridad de la persona frente al individuo, a la cosa, a lo impersonal. La cosa podría tomar un cariz "metafísico", alguna suerte de principio trascendente parece estar detrás, que voy a tratar de eludir (como buen ateo y escéptico que pretendo ser). Me da la impresión que la oposición entre "persona", reivindicada como he dicho por el personalismo, y "cosa", entendida como entidad individual, se muestra históricamente análoga al debate mantenido entre idealismo y materialismo. No obstante, a mi corto entender, parece que la cosa es complicada y resulta difícil dar un significado definitivo a conceptos tan complejos. No obstante, vamos a tratar de acercar la complejidad filosófica a lo más cotidiano y vulgar (representado por mí) con el objetivo de reflexionar un poco. El personalismo parece concretarse en la modernidad como una forma de idealismo que acepta a partes iguales el pluralismo y el monismo de la experiencia y que pretende encontrar la clave de la naturaleza de la realidad en la consciencia, en la identidad y en la libre actividad de la personalidad. No sé si son palabras demasiado claras. En cualquier caso, como ya he mencionado, detrás del personalismo parece haber continuamente un principio trascendente difícil de asimilar. Podemos insistir en la definición de personalismo (o persona) por oposición a individualismo (o individuo) y la cosa puede resultar más interesante para las ideas libertarias. En términos muy generales el individualismo reclama una realidad formado por individuos y una sociedad en la que el sujeto individual sería la entidad básica, por lo que aquella se entenderçia como un "conjunto de individuos". La noción más peyorativa de individuo etiqueta al ser humano como un simple "átomo social" opuesto a determinades realidades (sociedad, Estado, el resto de los individuos...), pero un significado más positivo aludiría a una serie de cualidades irreductibles como inherentes a un determinado individuo. ¿Está esta última acepción más cercana a la de "persona"? No me queda del todo claro, lo que si sé es que el anarquismo no se enmarca necesariamente en la noción primera, la negativa, o si se le trata de enmarcar se hará de manera reduccionista. Esta concepción negativa del individuo, por "oposición a", se la he vinculado al Contrato Social, al liberalism, al mismísimo Stirner y a diferentes ideas llamadas anarquistas. No estoy de acuerdo. No es que todo valga en el anarquismo, es que las ideas libertarias de esfuerzan en conciliar el individualismo con la cooperación social, con diferentes formas de socialismo que no agredan a la libertad individual o que traten al menos de confirmarlas en la justicia social. Resulta curioso que enemigos del anarquismo de diversa índole le reprochen, desde un extremo y desde el contrario, su supuesta condición "colectivista" o "excesivamente individualista". Teoría anarquistas hay muchas en la historia, ninguna que merezca ser considerada como tal niega la libertad individual, ni la justicia, o el equilibrio, social. Hay autores y corrientes que han insistido en converger "individualismo" y "personalismo", una especie de síntesis entre ambas tendencias, en beneficio del bien común sin caer en el totalitarismo. Se le podrá poner la etiqueta, nueva o vieja, que se quiera, se podrá especular filosóficamente de la manera que fuere, pero estamos hablando de anarquismo. Libertad individual, pluralidad y justicia social son conceptos que únicamente cobran su sentido pleno en un contexto antiautoritario. Si entra en juego el liberalismo (con su aceptación, de la manera que sea, del capitalismo) o alguna suerte de principio trascendente, religioso o político, se sacrifica alguna pieza importante del conjunto. Ser "individualista" resulta hoy algo comúnmente peyorativo, sinónimo de estar "atomizado" debido a la sociedad de consumo y al capitalismo o de convertirse en una persona que solo mire por sus intereses personales. El "individualismo" que reclama el anarquismo atiende a un desarrollo pleno de la personalidad, en cuestiones del intelecto y de la moralidad (llámese si se quiere "espiritualidad", pero me chirria bastante ese término), en los que por supuesto los factores emocionales buscarán siempre un equilibrio sin pedir nunca el sacrificio completo (algo que a mí me parece clave), y sin perder nunca la posibilidad de cooperar socialmente ni de la solidaridad con el resto de individuos. "Solidaridad" era una palabra que no gustaba demasiado a Stirner, ni a alguno de sus seguidores, pero la adhesión a una determinada causa ajena de manera altruista no supone ningún sacrificio para mi desarrollo individual. Es más, me confirma en el mismo máxime si trato de mantener cierta lucidez, profundidad y conciencia social. La perfectibilidad moral, el humanismo y el apoyo mutuo son características incuestionables del anarquismo, algo en lo que no me canso de insistir.

lunes, 20 de abril de 2009

De vigilantes enmascarados

Los que nos gustan los cómics, creo que puedo hablar generalizando, procuramos no tener prejuicios con ningún género (como le pasa también al cinéfilo). Además, de crío, fui un lector ávido y patológico del llamado género de superhéroes norteamericano y, ya casi adulto y con cierto desarrollo intelectual (o más o menos), me encontré con dos autores fascinantes que iban a "revolucionar" el panorama de la historieta allá en el imperio (y, por extensión, creo que aquí también, aunque ya había vida más allá de los superhérores). Se trataba de Frank Miller, de cuyo magistral visión de Batman tan deudoras son las películas de Christopher Nolan sobre el personaje (sin olvidar a la también magistral La broma asesina, de Moore, en la que se compara de manera inteligentísima la idiosincrasia de héroe y villano), y de Alan Moore, escritor de esa maravilla universalmente considerada llamada Watchmen, de la cual nos llega ahora una más que discutible adaptación cinematográfica (aunque tal vez no sea yo objetivo del todo). Más tarde, llegaría a la conclusión de que Miller es bastante más irregular de lo que me pareció en su momento, acusado de reaccionario en numerosas ocasiones (tal vez, por su gusto por la violencia, aunque es una etiqueta muy facilona para los que solo ven maniqueísmo ideológico en cualquier lugar), pero autor de un par de obras para mí magistrales (El regreso del Señor de la Noche y Ronin) y con una producción general que la considero siempre superior a la media estadounidense (en mi opinión, bastante mediocre en cuanto a guiones al menos, muy hermanada con la factoría hollywoodense). Curiosamente, Frank Miller ha dicho en alguna ocasión que su auténtica pasión ha sido siempre el género negro, algo que se nota bastante al llevar a dos personajes de universo superheroico (para terminar de vencer los prejuicios, vamos a considerarlos como una moderna mitología), como son Batman y Daredevil, a un terreno más oscuro y realista. Finalmente, vio colmada su ambición con la interesante serie de Sin City (víctima de otra adaptación fallida, perpetrada en parte por el propio escritor), en la cual llevaría a un límite excesivo y fascinante los códigos y estereotipos del género policiaco. El amigo Miller tiene también ambiciones como realizador cinematográfico y acabó adaptando la serie que sería su gran referente como escritor de historietas: The Spirit (que no he visto, pero que me han comentado por todos lados que es bastante impresentable). No soy un gran admirador de esta obra, iniciada en los años 40 por Will Eisner, a medio camino entre lo policiaco y lo superheroico, pero se la considera una especie de pionera en el lenguaje de los cómics como arte secuencial, algo así como si comparamos a Eisner con el director de cine D. W. Griffith (tan revolucionarios en lo artístico ambos como reaccionarios en sus temáticas). Miller y Moore marcarían un antes y un después en el cómic de superhéroes, pasando éstos de ser una especie de arquetipos unidimensionales (aunque ya habría habido una renovación que los hiciera más "humanos" con la llegada del universo Marvel en los años 60) insertados en la cultura norteamericana, por lo tanto muy utilizados en según qué épocas como simple propaganda política (dicho sea esto para los que defienden lo que yo considera una falacia, la evasión pura y dura de ciertos medios como el cine o su hermana la historieta, que también son sin duda arte). A diferencia de Miller, es imposible acusar a Moore de reaccionario o de abusar narrativamente de la violencia. Todo lo contrario, su análisis y profundidad sociopolíticos me parecen muy superiores a los de Miller y ha insistido en numerosas ocasiones en su ideología pacifista y anarquista. Recordemos que en otra de sus grandes obras, V de Vendetta, juega también con múltiples géneros, también el de los héroes enmascarados, siendo el protagonista un enigmático individuo de filiación anarquista (al que casi se despersonaliza, funcionando como representación de todos los oprimidos) cuyos actos "terroristas" podemos contextualizar sin ningún problema y cuyas aspiraciones antiestatalistas y plenamente humanistas resultan más que apasionantes. De su obra Watchmen, se ha llegado a decir que quiso tener una función similar al Quijote de Cervantes: acabar con un género (heroico o superheroico). Moore, al que le intuyo cierto respeto, a pesar de todo, por el género (el cual tal vez sitúa en su lugar en la historia de los cómics, en un mundo al que se consideraba mucho más simple y polarizado, y no le faltaría razón por supuesto), afirmaría que un superhéroe no deja de ser un individuo esquizoide de tendencias fascistas. Lo que hizo con Watchmen es inenarrable, creó una serie de individuos sin poderes especiales (excepto uno, que se convierte en una especie de todopoderoso al que la humanidad le importa un pimiento), cuyas referencias son más que reconocibles, que deciden hacer "justicia" por su cuenta, situados en una especie de ucronía (universo alternativo, en el que Moore lleva las cosas al terreno que le interesan) y que provocan en el ciudadano la gran pregunta pendiente en toda la historia del género, dentro de una cultura obsesionada por la seguridad y con una conciencia fiscal que les lleva a erigirse en policías del mundo: "¿Quién vigila a los vigilantes?". Recomiendo la lectura de esta obra, que yo disfruto por lo menos una vez al año para descubrir siempre cosas nuevas en su gran complejidad narrativa, de uso del metalenguaje, con sus múltiples referencias y análisis políticos, históricos, filosóficos o científicos, por no mencionar sus apasionantes apéndices exclusivamente literarios (que creo que no han sido respetados en ediciones posteriores). ¿Qué opino de la adaptación cinematográfica aún en las carteleras españolas? Léan el cómic, en serio.

viernes, 17 de abril de 2009

Alegoría bakuniniana


Se trata de una imagen que acompañará a un artículo sobre Bakunin. Me hacía gracia, aunque sea tal vez muy obvio, convertir al gigante anarquista en un trasunto del dios Eolo que arrastra al Estado y a la divinidad en un panorama desértico.

miércoles, 15 de abril de 2009

Las más altas aspiraciones materialistas e ideales

Bakunin comenzaría su obra Dios y el Estado formulando una de las grandes preguntas de la filosofía: "¿Quiénes tienen razón, los idealistas o los materialistas"?". Aunque el anarquista ruso continuaría tomando partido tajantemente por el materialismo, es decir afirmando que el mundo material precede al del pensamiento y los hechos estarían antes que las ideas, más tarde trataría de suavizar tan categórica posición y mostraría la necesidad de analizar el mundo de las ideas en aras de una perfección moral y social. El determinismo que, supuestamente, supondrían las condiciones materiales de existencia puede ir paralelo a la incidencia de aspectos ideológicos y culturales, tal y como han sostenido autores posteriores a Marx y Bakunin. Si el materialismo determinista, en el que insistió en numerosas ocasiones el ruso, y la existencia de rígidas leyes mecánicas en la naturaleza, con su negación de los actos libres de la voluntad, se nos hacían demasiado antipáticos, se puede aceptar la influencia de su visión en los aspectos sociales. ¿Hay alguien que pueda negar la gran determinación del medio en los actos del individuo? Allí donde se da la educación, la higiene, el bienestar económico o la posibilidad del desarrollo moral y cultural, resulta muy complicado encontrar desequilibrio, violencia o apatía. Naturalmente, la complejidad del individuo y de la existencia sigue haciendo imposible obtener todas las respuestas. Los factores, de una u otra índole, que inciden sobre un ser capaz de modificar su entorno convierten en imposible obtener todas las respuestas a priori. No obstante, la capacidad de perfeccionar ese medio y de fomentar tanto el desarrollo individual como los hábitos de cooperación pueden ser el camino para conquistar la auténtica libertad. Una libertad que, recordando también a Bakunin, solo adquiere su verdadero significado para el hombre en sociedad. De nuevo obtenemos una muestra de la continua evolución, rectificación y enriquecimiento de los pensadores libertarios en aras de una mejora en la teoría y en la práctica. Supone a mi entender la negación del dogmatismo y de una lectura definitiva de la realidad o del pensamiento. Si Proudhon insistió en el equilibrio entre opuestos, Bakunin aspiró a alcanzar el ideal desde una lectura materialista y no desdeñó en absoluto la influencia de las ideas. Al fin y al cabo, se puede decir que lo que el gigante ruso profesaba no dejaba de ser un idealismo racionalista, un profundo humanismo en definitiva, que reclama todavía su fuerza en estos tiempos tan complicados para la épica. En la actualidad, sufrimos una supuesta crisis provocada por una sociedad materialista y consumista. Es falso, ese modelo sociopolítico, incluso cuando ha mantenida la tripa llena de gran parte de la población, ha supuesto siempre una profunda crisis de valores, una inhibición de la creatividad y una negación del pluralismo, por no hablar de la subordinación constante de unos seres humanos sobre otros. Ese materialismo que tantas personas mencionan peyorativamente y que suponen que se busquen alternativas "espirituales" peculiares (una perversión, a mi modo de ver las cosas, huyendo de lo que me parece un evidente malestar sicosocial), no es más que una lectura reduccionista de un problema social y político mucho más amplio. El anarquismo, con todo su rico legado, supone la aceptación de gran parte de las ideas liberales más puras (así se puede leer la obra de Bakunin y de muchos otros pensadores libertarios), que gran parte de las personas aceptan ya sin problemas, y crear nuevos caminos para un socialismo antiautoritario que aspira al más alto ideal humano y a los más profundos valores. Resulta fascinante como las ideas libertarias han tratado de analizar, sin desdeñar nada si ello no menoscaba el afán antiautoritario o la perfección de la civilización, tantos conceptos ideológicos o políticos que muchos consideran opuestos: materialismo/idealismo, socialismo/liberalismo, colectivismo/individualismo, convención/naturaleza…

martes, 14 de abril de 2009

La traición del liberalismo en la práctica

Ayer se me ocurre asistir a una conferencia, en el Ateneo de Madrid (un lugar a recuperar por las ideas libertarias, no éste únicamente, sino la idea general como lugar de debate científico y literario). La cosa era a propósito del centenario del nacimiento de Isaiah Berlin (¡mira que hay conmemoraciones este año!), considerado uno de los principales pensadores liberales del siglo XX. No voy a escribir nombres, ya que no me gusta hablar mal de nadie (bueno, de casi nadie, los que buscan notoriedad son blanco fácil), pero la cosa me pareció patética. Ya la reivindicación de un "liberal" me hacía temer lo peor, hoy en día ese calificativo parece encubrir una supuesta libertad económica que solo justifica el capitalismo (no el capitalismo "salvaje", lo que es el capitalismo sin adjetivos, con todos su desmanes y toda su explotación), pero en la presentación del conferenciante se le califica más o menos como un prohombre de las ideas, fundador de cierto partido llamado "Innovación Democrática" que porta los auténticos valores (y que tiene pinta de ser algo parecido a "Ciudadanos" o a "Unión, Progreso y Democracia", inenarrables vamos). Nada que objetar a crear un partido político, pero eso supone aceptar las reglas de un sistema democrático electivo, por lo que hablar del "secuestro de la voluntad popular" que realizan los dos grandes partidos me parece una gran falacia. Así comenzó la cosa, alabando a un partido que si no se apropia de la voluntad de los ciudadanos es por su escasa relevancia. Reclamar un "tercer espacio" o "tercera vía", o denunciar lo vacío de los valores constitucionales, desde una formación política es, por ser generoso, algo que se queda en el terreno de las buenas intenciones (soy así de ingenuo yo) o de las "ideas". La conferencia sobre Berlin, un hombre que seguro que dijo muchas cosas interesantes (pero también, parece que demasiado "hijo de su tiempo" y de su condición social) me pareció absolutamente huera. Lugares comunes sobre el totalitarismo (de uno u otro signo, es decir fascista o comunista) para legitimar un supuesto liberalismo (defensa de la libertad individual) que poco tiene que ver con el mundo real en el que el determinismo social y económico es una realidad para gran parte de la población. Un gran amigo mío opina que toda denuncia del comunismo desde posiciones que no sean libertarias es una legitimación de otra forma de dominación. Yo siempre he sido cauto a la hora de afirmar según qué cosas, en aras de un bienintencionado eclecticismo, pero resulta que casi siempre le tengo que acabar dando la razón a mi lúcido amigo. Cuando el ponente mencionó con un orgullo cercano al ridículo que él, al igual que Berlin, jamás fue tentado por el totalitarismo (el tópico de que cuando se es joven se piensa "comunista" y luego tal vez se deje de pensar), no pude evitar revolverme en mi butaca ante tanto "mirarse el ombligo". Reducir la realidad política a totalitarismo o liberalismo parece caer en la simpleza de una época del pasado por un lado, pero también reforzar unas posiciones por oposición a un supuesto contrario, algo que no es real al no existir la pureza más que en el terreno de las ideas. Algo que sí resulto interesante en la charla, pero sin profundizar demasiado, es la apuesta por la pluralidad de valores (aunque, creo que en este caso me temo que de nuevo por mera oposición al Socialismo de Estado). Esa aceptación de que todas las culturas pueden ser aceptables sin caer en el relativismo y aceptando un grado de civilización mínimo quedo solo levemente apuntada y como inherente al liberalismo. Este liberalismo del que tanto hablan hace una crítica al poder político, al Estado vamos; apuestan por reducirlo al mínimo, quedando supuestamente como regulador y protector de libertad individual (aquí hay que hablar de propiedad privada, en nombre de la que tanta injusticia se comete en la práctica), pero manteniendo otros ámbitos de dominación económicos (el capitalismo se carga todo asomo de libertad individual o la reclama en función de explotar el trabajo ajeno). Es por eso que, sin ningún animo de caer yo también en la simpleza, no se puede hablar de libertad individual sin tener en cuenta lo social y lo económico usando la falacia esa permanente de una supuesta igualdad de oportunidades (amparada en términos pervertidos hasta la reducción como "democracia", "libertad", "liberalismo"... o en esa cosita tan surrealista de "soberanía popular"). Como bien se le advirtió al conferenciante en el debate posterior (por parte de un divertido y tajante amigo belga, que no se cortaba un pelo), no parece esta gente vivir en el mundo real, en el que la lucha de clases es permanente (no es un término del que se pueda apropiar nadie ni es sinónimo de totalitarismo ni de rencor, es una realidad necesaria) y tu libertad queda condicionada al tener que vender tu fuerza de trabajo. Sin que recibieran respuestas los participantes (¡qué decepción!), más allá de los mencionados y tristes lugares comunes, se habló de "materialismo" (condicionante del mundo de las ideas, aunque no hay que desdeñar el potencial de pensamiento, en caso contrario no estaría yo aquí escribiendo obviedades), se acusó a Berlin de ser un "blando" y un "ideólogo del poder" (paradójicamente, para alguien que presumió de ese liberalismo), se insinuó lo poco original de este autor al mencionar a John Stuart Mill (un autor que gusta a los libertarios en muchos presupuestos) y a George Orwell (hombre fascinado por el anarquismo español y su defensa de la libertad y de la revolución social)... Ya digo, lo más interesante estuvo en la participación de personas del público y en la charla que tuvimos ya fuera del Ateneo. Lo más triste, fue que las personas subidas a la tribuna, y lo que parecían ser varios acólitos suyos en las butacas, no parecían dispuestos a debate alguno más allá de la repetición de sus pobres postulados ideológicos. "Libertad negativa" o "libertad positiva", prefiriendo Berlin la primera en la que habría no habría una coacción externa para que el individuo pueda ser libre (su contraria vendría a ser cuando se crean las condiciones sociales y políticas para ser libre), fue otra cuestión apuntada desde el público y, según el ponte, ya superada (¡toma ya!). El anarquismo, con toda la dificultad que se quiera ver en llevarlo de manera pura a la práctica, me sigue pareciendo la filosofía vital y organización social con más capacidad de resolver los problemas sociales e individuales. Su insistencia en que la libertad solo queda resuelta por una auténtica igualdad social y económica (y para ello, solo es posible el acuerdo y la autogestión sin dominación alguna, no podemos hablar de libertad para todos en caso contrario), su apuesta por una auténtica pluralidad social y cultural (siendo la no dominación su gran presupuesto), por la creatividad e iniciativa individual en libre armonía con la del resto, por negarse a buscar una solución total para todos los problemas, por la comunicación racional, por los derechos humanos... La mayor parte de todo esto lo firma el liberalismo, pero en la práctica niega los valores antiautoritarios y apuesta por perpetuar la sociedad de clases.

domingo, 12 de abril de 2009

Reflexión algo anárquica

Volviendo un poco a la visión materialista de Bakunin, que él consideraba como el verdadero idealismo a realizar en la vida terrenal (o en la "realidad", o como se le quiera llamar a lo que vemos y sentimos), voy a insistir en algo que me produce algo de inquietud (lo cual no es extraño en mí, ya que mi vida es una inquietud permanente). Creo que soy recurrente, una vez más (¡soy bastante pesadito, pretendo muchas veces dejar huella por repetición!), al insistir en esa acusación tan habitual de lo "utópico" del anarquismo. Si me siento atraido por el anarquismo, no es porque lo considere ninguna verdad revelada ni principio trascendente alguno que la historia nos hará realidad en forma de Revolución Social, sino porque considero que es el modelo de pensamiento y de organización social que considero más justo. Mencionaré también que resulta apasionante rastrear rasgos libertarios en la historia y en la filosofía. No me siento a gusto con doctrina alguna, ni sistema cerrado, más o menos dogmático, que niegue la posibilidad de desarrollo de cada persona ni su iniciativa individual en todos los ámbitos de la vida. Idem para la cuestión social y la expansión de valores cooperativos y contrarios a la dominación de unos seres humanos con otros. Todos los sistema estatales (autoritarios, en mayor o menor medida), mejores o peores, generan excesivas penurias, asfixian la creatividad humanay los valores culturales, y sostienen lo económicamente injustificable en un mundo que tiende a la globalización (ese viejo sueño, que nunca toma el rumbo debido). En cuestiones religiosas, también comulgo (perdón por el chiste) con la visión libertaria, a la que añado una tradición filosófica que creo que se remonta hasta el principio de los tiempos en nombre de la libertad humana y de potenciación de la vida terrenal. La religión, como el Estado, es producto de la mano del hombre y la mejor de ellas no puede impedir que tratemos de perfeccionarnos en lo ético y en lo político. No se trata de hacer tabla rasa, se trata de aprovechar la historia, el conocimiento y los valores (las religiones, con toda la basura que han generado, muestran también las idealizaciones de las diversas culturas) para llevarlos a las ideas libertarias. Aclarado esto, y volviendo a la manida cuestión utópica, insistiré en que tampoco confío en la definitiva perfección de ningún sistema libertario, que puede adoptar la forma de organización social más justa y tratar con ello de desterrar toda suerte de dominación y de violencia, pero que se va a encontrar con la imposibilidad práctica de hacerlo debido a la complejidad de la convivencia y de la naturaleza humana (imperfecta, al fin y al cabo). En otras palabras, que no creo en ninguna utopía más que como un ideal a perseguir en aras de obtener algo mejor en lo sociopolítico. Desecho la posibilidad de que esa supuesta revolución social se convierte en una cuestión de fe, en una etapa de plena justicia que está por llegar, y que se muestra algo incierta dadas las circunstancias actuales (en los que las ideas libertarias vuelven a tener interés, pero en las que no hay una cohesión libertaria demasiado nítida), lo que entraría más en el terreno de observarla como una nueva religión. Me gusta, también de forma habitual, poner en cuestión ciertos términos que creo que acabaron convirtiéndose en dogmas y que merecen ser revisados, tales como la propia concepción de "revolución" (opuesto a "reforma" o "posibilismo", lo siento pero tampoco creo en la pureza, lo que no impide que jamás haga uso de ciertos usos del Estado o de la democracia parlamentaria) o de "solidaridad" (tradicionalmente se oponía a la "caridad" cristiana, hipócrita y sustentadora de la pobreza, pero creo que se le puede dar un significado más amplio). Yo pienso, y que me llamen ingenuo por ello (alguno también me llamarán "idealista", pero me hace gracia cómo se equivocan), en que cualquier bello gesto solidario con otro ser humano, algo que las ideas libertarias admiten como una cotidianidad, es infinitamente más revolucionario que la creencia ciega en un ideal alejado de la realidad.

sábado, 11 de abril de 2009

Bendito humor

Hoy he conocido el blog de un diseñador gráfico y poeta (y excelente humorista, él se califica de "seudopoetastro impune"). Se trata del argentino Andrés Diplotti. El objeto de su crítico e inteligente trabajo suele ser la religión y las llamadas terapias alternativas (¡ah, las terapias "alternativas", mire donde mire me acabo encontrando con ellas). Recomiendo el sitio, no solo por las geniales viñetas de Andrés, también por las divertidas intervenciones de personas con diversas opiniones y, algunos, con bastante ingenio crítico y escéptico.




miércoles, 8 de abril de 2009

El compromiso humano, el reconocimiento en el otro

Hacía tiempo que no me emocionaba, de verdad, en una sala de cine. The Visitor, película dirigida por Tom McCarthy, logra esa magia, no demasiado habitual en la actualidad, de conjuntar calidad humana y cinematográfica. Se trata del mismo tipo que nos regaló ya otra obra excelente como es The Station Agent (distribuida en España con el incalificable título de Vías Cruzadas), que tanto tiene en común con esta nueva película. Hay quien dijo que un artista está condenado a tratar de repetir, y tal vez ae perfeccionar, una misma obra. Se cumple, curiosamente, en el caso de este guionista y director (lo que se suele llamar un autor, sin que yo establezca una frontera clara entre quién lo es o no) norteamericano con dos obras notables que no dejan a un lado su compromiso social y humano, sin caer en la sensiblería ni el esquematismo, con personajes bien trazados e historias solidas, hondas e incisivas. En el caso de The Station Agent, se trataba de un hombre corta estatura, que trataba de escapar geográficamente de un mundo plagado de crueldad y estupidez, al que acaban introduciendo forzosamente en la vida gracias a la comunicación y a la empatía con otros seres. En The Visitor (la distribuidora nos ha privado esta vez de un título rídiculo en castellano), el protagonista es un maduro profesor de economía, hecho nada casual en el estupendo guión al recalcar la contradicción de un mundo globalizado en el que no ha desaparecido la injusticia, de vida gris y carácter rígido y amargado, decidido a refugiarse de un mundo al que tal vez no se ha enfrentado nunca, empecinado en confundir pasión con talento en un penoso intento de llenar un evidente vacío existencial. Este hombre descubrirá la magia vital y el amor al solidarizar con personas que lo han tenido y lo tienen mucho más crudo que él en sus nada fáciles vidas. Inmigrantes que han huido de la miseria y de la represión para encontrar, finalmente, algo parecido en el llamado "país de las libertades". Llamativo resulta, en algunas secuencias espeluznantes por la violencia presente de una manera o de otra, que la mano de obra de la que se nutre la maquinaria estatal para reprimir a personas de otras culturas esté formada mayoritariamente por negros e hispanos, personas retratadas con acierto en el film de manera muy impersonal, aparentemente ajenos sentimentalmente al drama humano del que forman parte. No está exenta la historia de cierto análisis político post 11-S, en el que el Gobierno norteamericano contempla las cosas en blanco y negro sin que se reconozcan derechos para los inmigrantes, ni de mordaces diálogos acerca de cómo son y actúan los verdaderos terroristas, personas poderosas sin ningún vínculo con los desposeídos. Hay muchas secuencias memorables en esta película a la que es difícil encontrar peros (o, al menos, quedan diluidos por la fuerza del conjunto), destacaría el estallido del protagonista en el centro de detención de inmigrantes (cárcel, en toda regla) reclamando a voz en grito la vida que le han arrebatado a su amigo, o ese final en el que el viejo profesor, dejando a un lado convencionalismos de una vida gris y sin sentido a la que ya ha renunciado, queda impregnado de la vitalidad y la pasión de su amigo. Richard Jenkins, rostro que nos resulta familiar porque le hemos visto decenas de veces como un impagable actor de reparto, nos obsequia con una emotiva interpretación en un papel a la altura de su talento.

lunes, 6 de abril de 2009

Frente al determinismo, exaltación de la libertad

Toda filosofía materialista parece tener que enfrentarse al problema del fatalismo. En el anarquismo se ha tratado de compatabilizar cierto determinismo social con la exaltación de la acción humana. El término "fatalismo" hunde sus raíces en el fatum griego, que viene a significar "lo que ya se ha dicho (o pre-dicho)", por lo que expresa a la vez necesidad y determinación. En el cristianismo, se toma en parte la noción de fatum, aunque destaca por encima de todo la de providencia. En cualquier caso, tanto en la noción de fatum como en la de providencia se debatirá dentro del cristianismo sobre cuestiones ya presentes en el significado antiguo del término: la posibilidad o no de conciliación entre la providencia divina (o predestinación divina) y libertad humana, será una de las principales. Leibniz dirá que no hay libertad en Dios, ya que le es necesario crear determinada obra en virtud de sus sabiduría y del modo, además, como lo ha hecho; fatum vendría a ser el decreto de la providencia. Realizando piruetas especulativas algo interesadas, el propio Leibniz exaltará el fatum cristiano, según el cual hay cierto destino en cada cosa regulada por la presciencia y providencia divinas y siempre habrá alborozo ante lo manifestado por Dios. Ese contento que hay que tener ante la providencia divina le distingue del fatum musulmán, cargado ese sí de fatalismo, porque el efecto tendrá lugar aunque se evite la causa, o del fatum estoico, que sostiene que el hombre debe aceptar el hado por ser imposible resistirse al curso de los acontecimientos (mera resignación, vamos). Pero el término "fatalismo" se difundirá en el siglo XVIII precisamente para combatir este tipo de visiones, por oposición al teísmo. Jacobi dirá que un racionalismo radical, que pretende dar razones de todos, desemboca en el fatalismo, por lo que nombre de la libertad habría que dejarlo a un lado. Fichte consideró que el dogmatismo y el materialismo también acaban en el fatalismo, solo el idealismo posibilita la libertad. Hay que recordar aquí la visión de Bakunin de que el materialismo es el verdadero idealismo y acaba desembocando en la libertad en su teoría de que el desarrollo niega el puno de partida. El anarquismo, en su orígenes, es ya explícitamente ateo, toma su visión de Feuerbach de no subordinar al hombre ante un Señor idealizado y la noción de providencia queda obviamente desterrada. Pero a mi modo de ver las cosas habría que salvaguardar la libertad humana frente a cualquier otro principio trascendente u otra suerte de necesidad o fatalismo. Tal vez, pensadores herederos de la Ilustración trataron de poner la naturaleza o la ciencia en lugar de la divinidad, por lo que se crea una evidente tensión entre cierto "orden" regulador ajeno al hombre y su propia libertad. Como decía al inicio de esta entrada, el anarquismo decimonónico vio muchas veces una contradicción entre la supuesta igualdad y armonía de la naturaleza y los numerosos conflictos y represiones, los cuales podían ser también vistos (y justificados) como "determinados" por las circunstancias naturales o científicas. No era una discusión baladí, ya que tantas veces la búsqueda de explicaciones científicas a las situaciones sociales era un sostén para posiciones políticas conservadoras. Pero la creencia en cierto determinismo social quedaba bien diferenciada del fatalismo, con el propósito siempre de exaltar la voluntad y la acción humanas. Ricardo Mella, por ejemplo, tratará de salvar la libre eleccion del ser humano de toda evidencia de determinismo, suspenderá el juicio sobre la existencia o no del libre albedrío y dejará cierto margen para desviar inclinaciones, propósitos o juicios en unas determinadas condiciones sociales. En cualquier caso, el anarquismo siempre ha defendido la libertad humana, por lo que parece que puede decirse que la denuncia de cierto determinismo social no acaba en ningún caso en ningún fatalismo y abre la posibilidad a cambiar una realidad social que el mismo hombre ha creado.

sábado, 4 de abril de 2009

Naturaleza o convención, el viejo dilema

Puede decirse que Feuerbach, a través de Bakunin, proporcionó al menos la base de una línea ideólogica que seguiría en gran medida el anarquismo: la idea de Dios es ficticia, reúne las cualidades esenciales del ser humano proyectadas (razón, sentimiento, voluntad...) y su existencia supone para el hombre una absoluta alienación, subordinación e inclusos ser reducido prácticamente a la nada, por lo que es necesaria la destrucción de esa idea ficticia. El materialismo es, pues, uno de los principios originarios del anarquismo. Consistía básicamente en buscar una ciencia que explique el universo dejando a un lado cualquier ley sobrenatural, justicia providencial o cualquier tipo de apoyo espiritual. Es una tradición que se remonta a filósofos de la Antigua Grecia como Demócrito o Epicuro. Los filósofos materialistas franceses del siglo XVIII serían canalizados por las corrientes más radicales del liberalismo democrático y por el propio anarquismo en España. Naturalmente, estamos hablando del anarquismo decimonónico, y a mi modo de ver las cosas una concepción materialista del universo tan radical está sujeta a muchas críticas, por supuesto apoyándose en otras corrientes surgidas de la Ilustración o que cierran esa etapa: el empirismo científico, el escepticismo filosófico o la renuncia a inferir reglas morales de la naturaleza. A propósito de esta última cuestión, el viejo dilema entre naturaleza o convención, hay que recordar que fueron los estoicos los que consagraron lo natural como lo racional, lo que supone en última instancia que se conecte con lo providencial. Esa sería la base de la filosofía cristiana, en la que la razón humana se mostraría insuficiente para interpretar el mundo y necesita apoyarse en su fuente originaria, es decir Dios. En la Edad Media, los descubrimientos se buscaban razonando sobre la esencia de las cosas y su vinculo con la divinidad. La observación y el análisis llegarían en el siglo XVII revolucionando el método científico, aplicando leyes universales y obteniendo grandes avances técnicos. Es por eso que se busque en la naturaleza un modelo de unidad, de legalidad y de verdad con la intención de superar los problemas políticos, sociales y morales. Filósofos del siglo XVII, como Holbach, Lamettrie o Helvecio, llegarían a afirmar que todos los procesos naturales, también los intelectuales y morales, pueden reducirse y explicarse por la materia y el movimiento. Con la llegada del "derecho natural" se consolidarará una visión optimista e igualitaria del cosmos, y liberales y anarquistas la dirigirán a enjuiciar críticamente las instituciones y la legalidad sociopolítica. Insisto, este "dogma" de un orden natural armónico (que, por otra parte, tanto sigue influyendo en cierto ecologismo "místico") es criticable, y ya fue corregido por libertarios posteriores, especialmente la extracción de normas morales de los fenómenos naturales. Como ya he comentado en otras ocasiones, la concepción materialista y racionalista del mundo es para mí un punto de partida, susceptible de ser ampliado y corregido, compatibles con otras cualidades del ser humano, y mi visión de la naturaleza, por mucha belleza que encontremos en ella y por muy necesario que sea su estudio y respeto, es neutra y amoral. No deja de verse cierto principio trascendente en esa "naturaleza racional" (que parece ser que trató de asentar Hegel) y que tal vez influyó todavía en Feuerbach y Bakunin. Es un debate pendiente que merece ser investigado en profundidad. Me niego a aceptar cualquier determinismo material, natural o producto de la evolución. De nuevo llegamos a una supuesta naturaleza buena o mala del ser humano y de nuevo insisto en suspender el juicio y en que, en cualquier caso, nos vemos obligados, por convención o voluntad o como se le quiera llamar, a edificar un medio sociopolítico todo lo perfecto posible para tratar de perfeccionarnos a su vez a cada uno de nosotros, tal vez para vencer esa desarmonía presente en la naturaleza (lo que supone contradecir algunas visiones anarquistas decimonónicas), sin que ninguno de estos factores me parezca totalmente determinante para la conducta humana (ni naturales ni convencionales). Es la grandeza de la libertad del ser humano.

jueves, 2 de abril de 2009

El ateísmo humanista de Feuerbach

Bakunin funda su defensa de la libertad humana en su concepción del materialismo, muy influida ésta por Feuerbach (1804-1872). Para este autor, la teología debía convertirse en antropología y en ciencia "filosófica", única capaz de aclarar los "misterios" teológicos y de demostrar que se trata de "creencia en fantasmas". Para Feuerbach, las entidades trascendentes no son más que supuestos de los conceptos humanos, la capacidad del hombre para pensar seres infinitos no demuestra la existencia efectiva de universales filosóficos o religiosos. El ser humano crea sus dioses a su imagen y semejanza, invirtiendo la conocida fábula judeo-cristiana, y lo hace acorde a sus necesidades, deseos y angustias. Por lo tanto, es el hombre el que crea a la deidad, y lo hace proyectando en ella algunas de sus mejores cualidades, pero el "producto" acababa volviéndose ajeno al ser humano, poseyendo "vida propia" y terminaba por dominar a su "creador". Esta dominación podía resolverse, según Feuerbach, gracias a la actuación de la propia conciencia humana (Marx y Bakunin insistirán en el plano de lo real y en lo social como camino de liberación). Es interesante la afirmación del filósofo alemán de que las religiones no deben ser simplemente criticadas, también comprendidas, ya que son producto de la intimidad y autenticidad de cada una de las culturas. Por lo tanto, para comprender la historia y el hombre, es necesario esa conversión de la teología en antropología. Es obvio que esta concepción conduce al ateísmo, pero un ateísmo que no parte de la naturaleza sino que es el resultado de una realidad histórica. El afán anarquista por acabar con la religión, algo obvio por otra parte para una completa liberación, pero algo complicado dadas las tendencias del ser humano y su complejidad existencial (yo hablaría más bien de una exhaustiva labor de sustitución, discriminación y enriquecimiento gracias a la filosofía, a la ciencia y a una ética y una razón con más horizonte), merece ser revisado estudiando a Feuerbach. Es necesaria la crítica a la religión y el estudio de su origen, tanto sicológico como histórico, pero el alemán afirma que el ateísmo resultante no consiste en la simple eliminación de religioso, sino el estado en que el hombre llega a la conciencia de su limitación y también de su poder. La limitación sería dada por la conciencia de su inmersión en la Naturaleza; el poder, por el conocimiento de ese mismo estado, por la liberación final de lo trascendente. No es extraño que Feuerbach influyera también en Stirner. El ateísmo del filósofo bávaro está lleno de idealismo ético y supone una negación de la divinidad, pero acaparando de alguna manera el contenido de las creencias. Con la asimilación del contenido "espiritual" de las creencias, y por la afirmación de la plena conciencia del poder y de la limitación del hombre, podría decirse que el pensamiento de Feuerbach acaba conviertiéndose en una especie de "culto a la humanidad". Muchos le consideran el padre del humanismo ateo contemporáneo.