domingo, 31 de mayo de 2009

Anarquismo según Wikipedia

No soy demasiado entusiasta de la wikipedia, aunque he de reconocer que he creado alguna que otra entrada y sí confié algo más en el proyecto hace tiempo, por mucho que en mayor o menor medida todos le acabemos echando un vistazo (aunque, en mi caso, jamás como una fuente primordial y tratando de contrastar todo lo posible). El caso es que echando un vistazo a la entrada sobre anarquismo, la cosa es como para echarse a llorar. Desde el primer párrafo, con la torpe etimología de la palabra "anarquía" y con la imposibilidad de dar una definición satisfactoria al anarquismo, el cual resulta casi imposible de reducir a una doctrina, ideología o incluso un movimiento. No quiero yo pontificar sobre lo que es o no anarquismo, mi propia experiencia hace que resulte complejo establecer una entrada digna de una enciclopedia (algo que hizo Kropotkin hace cien años para la Enciclopedia Británica), pero tengo claro lo que no es. El anarquismo, desde su origen, propugna una ética cooperativa, podemos incluso discutir si es una mera corriente socialista o de izquierdas (para mí, es mucho más que eso), pero en ningún caso podemos apartarlo de su órbita radicalmente antiautoritaria. Es por eso que identificar alguna forma de anarquismo con una economía capitalista es sencillamente irreal. La entrada de wikipedia deja claro desde el principio, con un bonito cuadro reduccionista, que existen dos grandes escuelas en el anarquismo: la socialista o de izquierdas, en la que incluye el colectivismo de Bakunin, el comunismo kropotkiniano (que equipara con el anarcosindicalismo, lo cual ya es un síntoma claro de su tendencia esquemática) y la más moderna "economía participativa" (que aporta cosas nuevas y resulta más que interesante, pero no es ninguna tabla rasa y parte de teorías clásicas, que pueden considerarse siempre parte inequívoca del anarquismo, aunque haya que contextualizarlas en su época); y el anarquismo de mercado, derechista, que defiende el libre mercado (algo que habría que demostrar que es una falacia en la práctica) y la propiedad privada (y donde se incluyen, agarrémonos, al mutualismo, al anarcocapitalismo y al agorismo). Incluir el mutualismo en una supuesta vertiente derechista del anarquismo es algo tendencioso. Proudhon es un pensador que se incluye sin lugar a dudas, y a pesar de su visión odiosamente conservadora en algunos aspectos personales (claramente desdeñados por el anarquismo en su conjunto), dentro de la tradición libertaria, la cual no separa a la escuelas sino que las concilia; su visión del libre comercio no es equiparable en ningún caso al capitalismo y sí lo entendía el francés como el "auténtico socialismo". El bueno de Proudhon parece condenado a ser obviado o malentendido; si tantas veces se le ha demonizado como enemigo de la propiedad privada debido a su famosa frase "la propiedad es un robo", ahora parece querer incluírsele como germen de una tradición ácrata más que peculiar. Cuando el de Besanzón escribió su famosa frase, se refería exclusivamente a la propiedad de los medios de producción, por lo que seguimos hablando de una visión que apuesta por la cooperación como forma de superar tanto la dominación que supone el Estado como la explotación del capitalismo, pero que jamás pretende acaparar los bienes de uso mediante una instancia superior. Ni siquiera creo que se pueda referir a cualquier clase de anarquismo como enemigo de la propiedad privada, ya que una de sus señas de identidad es la defensa de la soberanía individual, algo que la entrada de wikipedia denomina sucesivas veces "autopropiedad". El anarquismo considera que para que exista auténtica libertad para cada individuo debe tener garantizada su participación económica y social (no sé si denominarlo "igualdad" o "justicia social", ya que jugamos con conceptos que han sido muy pervertidos por la complejidad y masificación de las sociedades modernas). Podemos hablar, así, de "autogestión" (individual y colectiva, conciliadas por la cooperación) como otra palabra en la que confía el anarquismo (hablaremos de anarquismos, para incluir a todas las vertientes) y la entrada de marras solo lo menciona de pasada al hablar de un "anarquismo socialista". El anarcocapitalismo es un chiste de mal gusto, así como la existencia de una bandera anarquista que lo representa en la que se ha substituido el rojo por un amarillo representativo de la escuela económica austriaca (trataremos de contener la risa o de que no se nos humedezcan los ojos). No existe, más allá de la apropiación terminológica (y ya veo que también icónica), una escuela anarquista conciliadora con el capitalismo, y su propuesta para superar el Estado no es más que una legitimación de la explotación económica y de la privatización de todos los ámbitos de la vida (también del derecho). El agorismo, la tercera escuela de un supuesto "anarquismo de mercado" que menciona la entrada de wikipedia, no parece que sea un homenaje a la última película de Amenábar y sí una derivación o variante del anarcocapitalismo (por lo que se confirma la idea de que se trata de magnificar con esta entrada algo que no pertenece a la tradición ácrata). En sucesivas entradas de este blog, trataré de indagar algo en las propuestas de nuestros "amigos" anarcocapitalistas y defensores de un supuesto "mercado libre".

jueves, 28 de mayo de 2009

El diccionario del diablo

Tuve la oportunidad hace ya tiempo de disfrutar de la lectura de El diccionario del diablo, algo que me resultaría una grata sorpresa al no conocer en absoluto al autor. La lucidez presente en este glosario sobre la estupidez humana, así como la mala uva y el corrosivo sentido del humor, hicieron pasar a la posteridad esta obra y sigue teniendo, desgraciadamente por otra parte, plena actualidad más de un siglo después. El estadounidense Ambrose Bierce (1842-1914) ejerció también de periodista y editorialista, siempre polémico y con la enemistad ganada de muchos de sus colegas de profesión. Su prestigio como escritor se debe sobre todo a sus narraciones cortas, no exentas tampoco de ironía y de humor negro, con frecuentes temáticas del género de terror. Es por eso que se le considera, tantas veces, a la altura de sus compatriotras Allan Poe y H.P. Lovecraft, y heredero de otros escritores norteamericanos fundamentales como Nathaniel Hawthorne y Herman Melville. La vida de Bierce es digna de un relato de aventuras y, en su tramo final en México junto a Pancho Villa (con misterioso final incluido), así lo recogió la conocida novela de Carlos Fuentes "Gringo viejo" y la homónima adaptación cinematográfica de Luis Puenzo protagonizada por Gregory Peck. Siendo un crío, Ambrose Bierce entraría en la Escuela Superior Militar de Kentucky y lucharía posteriormente como voluntario en la Guerra de Secesión; solo después del conflicto, pobre y desencantado como estaba, comenzó a escribir; en 1876, partió hacia Bosnia para realizar un trabajo geográfico y, de ahí, sin que se sepa muy bien cómo, acabó en Estambul donde conocería Bakunin; el gigante anarquista ruso le iniciaría en la idea y partirían hacia Roma decididos a liquidar a Pío IX; perseguidos por la policía de todo el Continente, se separan en Esmirna y Bierce vuelve a los Estados Unidos, donde iniciaría su carrera como periodista y escritor; hechos trágicos en su vida y desengaños amorosos le condujeron al alcohol y a un carácter amargo, para acabar emigrando a México y luchar al lado de Pancho Villa; sus últimas palabras en suelo estadounidense fueron: "Si se enteran de que he sido puesto contra un paredón mexicano y cosido a balazos, sepan que pienso que es una buena forma de abandonar esta mierda". El diccionario del diablo es un clásico indiscutible de la irreverencia y fue libro de cabecera del complicado filósofo "nihilista" Cioran. Con pocas obras me he divertido tanto y he descubierto, a la vez, una ironía lúcida, un pensamiento mordaz capaz de derribar toda suerte de mitos y de hipocresías optimistas. En un prefacio de una edición de 1911, Bierce reconocería que El diccionario del diablo se inició en un seminario en 1881, y que lo continuaría de modo intermitente y a largos intervalos hasta 1906. Ese mismo año se publicaría la obra recopilada con el título de El vocabulario del cínico, título más respetuoso, que le fue impuesto por los escrúpulos religiosos y que el autor no tuvo la oportunidad ni de rechazar ni de aprobar. Curiosamente, al ser El diccionario del diablo una obra publicada en partes a lo largo de años en diversoss periódicos, esa imposición de la palabra "cínico" se produjo por la edición adelantada de varias obras, imitadoras del genio de Bierce y con escaso o ningún interés literario, con la palabra de marras en el título (y con su consecuente devaluación). Muchas de las definiciones, anécdotas y frases presentes en El diccionario... llegaron a convertirse en algo más o menos habitual en el lenguaje popular.

Ahí va una muestra de su genio y de su ingenio:

Adoración, s. Testimonio que da el Homo Creator de la sólida construcción y elegante acabado del Deus Creatus. Forma popular de la abyección que contiene un elemento de orgullo.

Alma, s. Entidad espiritual que ha provocado recias controversias. Platón sostenía que las almas que en una existencia previa (anterior a Atenas) habían vislumbrado mejor la verdad eterna, encarnaban en filósofos. Platón era filósofo. Las almas que no habían contemplado esa verdad animaban los cuerpos de usurpadores y déspotas. Dionisio I, que amenazaba con decapitar al sesudo filósofo, era un usurpador y un déspota. Platón, por cierto, no fue el primero en construir un sistema filosófico que pudiera citarse contra sus enemigos; tampoco fue el último. "En lo que atañe a la naturaleza del alma" dice el renombrado autor de Diversiones Sanctorum, "nada ha sido tan debatido como el lugar que ocupa en el cuerpo. Mi propia opinión es que el alma asienta en el abdomen, y esto nos permite discernir e interpretar una verdad hasta ahora ininteligible, a saber: que el glotón es el más devoto de los hombres. De él dicen las Escrituras que «hace un dios de su estómago». ¿Cómo entonces no habría de ser piadoso, si la Divinidad lo acompaña siempre para corroborar su fe? ¿Quién podría conocer tan bien como él el poder y la majestad a que sirve de santuario? Verdadera y sobriamente el alma y el estómago son una Divina Entidad; y tal fue la creencia de Promasius, quien, no obstante, erró al negarle inmortalidad. Había observado que su sustancia visible y material se corrompía con el resto del cuerpo después de la muerte, pero de su esencia inmaterial no sabía nada. Esta es lo que llamamos el Apetito, que sobrevive al naufragio y el hedor de la mortalidad, para ser recompensado o castigado en otro mundo, según lo haya exigido en éste. El Apetito que groseramente ha reclamado los insalubres alimentos del mercado popular y del refectorio público, será arrojado al hambre eterno, mientras aquel que firme, pero cortésmente, insistió en comer caviar, tortuga, anchoas, paté de foi gras y otros comestibles cristianos, clavará su diente espiritual en las almas de esos manjares, por siempre jamás, y saciará su divina sed en las partes inmortales de los vinos más raros y exquisitos que se hayan escanciado aquí abajo. Tal es mi fe religiosa, aunque lamento confesar que ni Su Santidad el Papa, ni su Eminencia el Arzobispo de Canterbury (a quienes imparcial y profundamente reverencio) me permiten propagarla".

Altar, s. Sitio donde antiguamente el sacerdote arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificial y cocinaba su carne para los dioses. En la actualidad, el término se usa raramente, salvo para aludir al sacrificio de su tranquilidad y su libertad que realizan dos tontos de sexo opuesto.AMISTAD, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.

Autoestima, s. Evaluación errónea.

Batalla, s. Modo de desatar con los dientes un conflicto político que no pudo desatarse con la lengua.

Bigamia, s. Mal gusto que la sabiduría del futuro castigará con la trigamia.

Caníbal, s. Gastrónomo de la vieja escuela, que conserva los gustos simples y la dieta natural de la época pre-porcina. Cañón, s. Instrumento usado para la rectificación de las fronteras.

Capital, s. Sede del desgobierno. Abastece de fuego, olla, cena, mesa, cuchillo y tenedor al anarquista, quien sólo coopera con la desgracia antes de la comida.

Castigo, s. Lluvia de fuego y azufre que cae sobre los justos e igualmente sobre los injustos que no se han protegido expulsando a los primeros.

Cerradura, s. Divisa de la civilzación y el progreso.

Cínico, s. Miserable cuya defectuosa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.
Desobediencia, s. Borde plateado de una nube de servidumbre.

Destino, s. Justificación del crimen de un tirano; pretexto del fracaso de un imbécil.

Detener, v. Arrestar a alguien acusado de conducta insólita.
"Dios hizo el mundo en seis día y se detuvo al séptimo" (versión no autorizada de La Biblia)

Economía, s. Compra del barril de whisky que no se necesita por el precio de la vaca que no se tiene.

Egoísta, adj. Sin consideración por el egoísmo de los demás.

Erudición, s. Polvillo que cae de un libro a un craneo vacío.

Evangelista, s. Portador de buenas nuevas, particularmente (en sentido religioso) las que garantizan nuestra condenación y la salvación del prójimo.

Gobierno monárquico, s. Gobierno.

Hablar, s. i. Ser indiscreto sin ser tentado, a partir de un impulso sin propósito.

Historia, s. Relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios.

Homeópata, s. Humorista de la medicina.

Homeopatía, s. Escuela de medicina que está a mitad de camino entre la alopatía y la Ciencia Cristiana. Esta última es muy superior a todas las otras, pues puede curar enfermedades imaginarias, cosa que resulta imposible a las demás.

Ignorante, s. Persona desprovista de ciertos conocimientos que usted posee, y sabedora de otras cosas que usted ignora.

Innato, adj. Natural, inherente, como las ideas innatas, que po­seemos al nacer, porque nos fueron dadas antes de venir al mundo. La doctrina de las ideas innatas es una de las más admirables creencias de la filosofía, siendo ella misma una idea innata y por lo tanto irrefutable, aunque Locke neciamente creyó “ponerle un ojo en compota”. Al nú­mero de las ideas innatas ya clasificadas, debemos agregar la creencia en nuestra capacidad para dirigir un diario, en la grandeza de nuestro país, en la superioridad de nuestra civilización, en la importancia de nuestros asuntos personales y en el interés que nuestras enfermedades presentan para los demás.

Lógica, s. Arte de pensar y razonar en estricta concordancia con los límites e incapacidades de la incomprensión humana. La base lógica es el silogismo, que consiste en una premisa mayor, una menor y una conclusión, por ejemplo: "Mayor": Sesenta hombres pueden realizar un trabajo sesenta veces más rápido que un solo hombre. ."Menor": Un hombre puede cavar un pozo para un poste en sesenta segundos. "Conclusión": Sesenta hombres pueden cavar un pozo para un poste en un segundo. Esto es lo que puede llamarse el silogismo matemático, con el cual, combinando lógica y matemática, obtenemos una doble certeza y somos dos veces benditos.

Macho, s. Miembro del sexo insignificante. El macho de la especie humana es generalmente conocido (por la mujer) como Simple Hombre. El género tiene dos variedades: buenos proveedores y malos proveedores.

Magia, s. Arte de convertir la superstición en moneda contante y sonante. Hay otras artes que sirven al mismo fin, pero el discreto lexicógrafo no las nombra.

Malthusiano, adj. Relativo a Malthus y sus doctrinas. Malthus creía en la necesidad de limitar artificialmente la población, pero descubrió que eso no podía hacerse hablando. Uno de los exponentes más prácticos del malthusianismo fue Herodes de Judea, aunque todos los militares famosos han participado de esas ideas.

Maniqueísmo, s. Antigua doctrina persa según la cual hay guerra incesante entre el Bien y el Mal. Cuando el Bien abandonó la lucha, los persas se pasaron a la oposición victoriosa.

Médico, s. Alguien a quien lanzamos nuestras súplicas cuando estamos enfermos, y nuestros perros cuando nos hemos curado.

Ministro, s. Agente de un poder superior con una responsabilidad inferior. En diplomacia, funcionario enviado a un país extranjero como encarnación visible de la hostilidad de su soberano por ese país. El principal requisito para ser ministro es un grado de plausibilidad en la mentira apenas inferior al de un embajador.

Mitología, s. Conjunto de creencias de un pueblo primitivo relativas a su origen, héroes y dioses, por oposición a la historia verdadera, que inventa más tarde.

Moral, adj. Conforme a una norma de derecho local y mudable. Cómodo.
Dícese que existe en el Este una cadena de montañas y que a un lado de ella ciertas conductas son inmorales, pero que del otro lado son tenidas en alta estima; esto resulta muy ventajoso para el montañés, porque puede bajar ora de un lado, ora del otro, y hacer lo que le plazca, sin ofensa.

Nihilista, s. Ruso que niega la existencia de todo, menos de Tolstoi. El jefe de esta escuela es Tolstoi.

Pagano, s. Ser descarriado que incurre en la locura de adorar lo que puede ver y sentir.

Panegírico, s. Elogio de una persona que tiene las ventajas del dinero o del poder; o que ha tenido la deferencia de morirse.

Panteísmo, s. La doctrina de que todo es Dios, por oposición a la doctrina de que Dios es todo.

Patriota, s. El que considera superiores los intereses de la parte a los intereses del todo. Juguete de políticos e instrumento de conquistadores.

Patriotismo, s. Basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de cualquier ambicioso. En el famoso diccionario del doctor Johnson, el patriotismo se define como el último recurso de un pillo. Con el respeto debido a un lexicógrafo ilustre, aunque inferior, sostengo que es el primero.

Procaz, adj. Dícese del lenguaje que usan otros para criticarnos.

Racional, adj. Desprovisto de ilusiones, salvo las que nacen de la observación, la experiencia y la reflexión.

Radicalismo, s. El conservadurismo de mañana inyectado en los negocios de hoy.

Rapacidad, s. Previsión sin industria. Poder ejercido económicamente.

República, s. Nación en que, siendo la cosa que gobierna y la cosa gobernada, una misma, sólo hay autoridad consentida para imponer una obediencia optativa. En una república, el orden se funda en la costumbre, cada vez más débil, de obedecer, heredada de nuestros antepasados que cuando eran realmente gobernados se sometían porque no tenían otro remedio. Hay tantas clases de repúblicas como grados entre el despotismo de donde provienen y la anarquía adonde conducen.

Rito, s. Ceremonia religiosa o semirreligiosa establecida por la ley, el precepto o la costumbre, de la que se ha estrujado meticulosamente el aceite esencial de la sinceridad.

Satanás, s. Uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.
--Quiero pedir un favor --dijo.
--¿Cuál? --Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.
--Qué dices miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes?
--Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo.
Y así se ordenó.

Soga, s. Instrumento que va cayendo en desuso, para recordar a los asesinos que ellos también son mortales. Se coloca alrededor del cuello y acompaña al usuario hasta el fin de sus días. En muchos sitios ha sido reemplazada por un artefacto eléctrico, más complejo, que se aplica a otra parte del cuerpo; pero este sistema, a su vez, está siendo rápidamente sustituido por un aparato llamado "sermón".

Tonto, s. Persona que satura el dominio de la especulación intelectual y se difunde por los canales de la actividad moral. Es omnífico, omniforme, omniperceptivo, omnisciente, omnipotente. Fue él quien inventó las letras, la imprenta, el ferrocarril, el vapor, el telégrafo, la perogrullada y el circulo de las ciencias. Creó el patriotismo y enseñó la guerra a las naciones, fundó la teología, la filosofía, el derecho, la medicina y Chicago. Estableció el gobierno monárquico y el republicano. Viene de la eternidad pasada y se prolonga hasta la eternidad futura. Con todo lo que el alba de la creación contempló, tontea él ahora. En la mañana de los tiempos, cantaba en las colinas primitivas, y en el mediodía de la existencia, encabezó la procesión del ser. Su mano de abuela esta cálidamente cobijada en el sol puesto de la civilización, y en la penumbra prepara el nocturno plato del Hombre, moralidad de leche, y abre la cama del sepulcro universal. Y después que todos nos hayamos retirado a la noche del eterno olvido, él se sentará y escribirá una historia de la civilización humana.

Verdad, s. Ingeniosa mixtura de lo que es deseable y lo que es aparente. El descubrimiento de la verdad es el único propósito de la filosofía, que es la más antigua ocupación de la mente humana y tiene buenas perspectivas de seguir existiendo, cada vez, más activa, hasta el fin de los tiempos.

Verdugo, s. Funcionario de la ley que cumple tareas de la mayor dignidad e importancia y padece un desprestigio hereditario ante un populacho de antepasados criminales. En algunos estados norteamericanos, como New Jersey, sus funciones son desempeñadas ahora por un electricista; primer caso registrado por este autor en que alguien pone en duda las ventajas de ahorcar a los habitantes de New Jersey.

Wall Street, s. Símbolo de pecado expuesto a la execración de todos los demonios. Que Wall Street sea una cueva de ladrones, es una creencia con que todo ladrón fracasado sustituye su esperanza de ir al cielo.

Yugo, s. Implemento, mi estimada señora, a cuyo nombre latino, jugum, debemos una de las palabras más esclarecedoras de nuestro idioma: la palabra que define con precisión, ingenio y perspicacia la situación matrimonial.

martes, 26 de mayo de 2009

Anarquía y anarquismo

Kropotkin, en su Palabras de un rebelde, aludía a los que se refieren a la palabra anarquía en términos despectivos. Incluso, aquellos que reconocen la belleza de las ideas libertarias, pero consideran que el término que las sintetiza infunde temor y había sido elegido torpemente. En lenguaje corriente, "anarquía" sería sinónimo de caos y desorden, y evocaría lo contrarío de lo que se propone: un estado entre los hombres en el cual la armonía no sería posible. Incluso Proudhon, el primero que parece que le dio un carácter positivo a la palabra, a veces la empleaba todavía en su sentido negativo. Kropotkin continúa recordando que hubo incluso controversia con el término en el seno de la I Internacional, en su vertiente obviamente antiautoritaria, ya que los enemigos pretendían insistir en la búsqueda de desorden y de caos que buscaba el anarquismo. Hubo recelos para adoptar el nombre debido a esa concepción negativa, y se buscaron alternativas como "libertarios" o "antiautoritarios". Yo considero un bello nombre el de "anarquismo" y "anarquista" (sin acepción peyorativa, a diferencia de "anarquía", y lo considero equiparable políticamente a "antiautoritario" y "libertario", aunque éste último hay personas que no lo emplean como sinónimo, debido tal vez al equivalente sajón, que aquí se emplea ahora como "libertariano", y que vienen a defender un capitalismo con un Estado mínimo). La polémica con el término, que se produce todavía al dia de hoy, va paralela desgraciadamente a una concepción de la política que adopta prácticamente dos únicos caminos, los cuales no se manifiestan de manera pura, ya que se alimentan el uno del otro: el autoritario y el liberal. Según el primero, generador de totalitarismo, la dirección de la sociedad se encargaría plenamente a una minoría. El segundo busca la iniciativa individual, habla constantemente de libertad, pero se dan condiciones de desigualdad que suponen la explotación de los fuertes sobre los débiles. El anarquismo busca la libre iniciativa de todos, corrigiendo la desigualdad mediante la participación en la riqueza y medios de producción, el pacto libre y la libre asociación (que pretende fomentar el principio de solidaridad). El anarquismo considera la pluralidad como esencial en su método, siendo la libertad de pensamiento y de acción, de las diferentes opciones que se planteen, primordiales para combatir la tiranía. El anarquismo, como idea esencialmente antiautoritaria, es socialista. A pesar de los elementos que nos encontramos al día de hoy, que se proclaman anarquistas defensores del capitalismo, tal doctrina económica es incompatible con las ideas libertarias desde la misma génesis de éstas (insisto, a pesar de lo que se oiga por ahí). Es cierto que la raíz que se inicia con Godwin, al que no puede llamarse anarquista en rigor, conduce a un liberalismo radical que parece en consonancia con la defensa de cierto capitalismo (o, al menos, con defender la libertad económica y la propiedad privada). Pero los anarquistas insistirán en que la libertad es un concepto tanto individual como social, por lo que nunca puede establecerse en detrimento de los otros o mediante la explotación de su fuerza de trabajo (los medios de producción deben ser colectivos). El anarquismo es socialista, siendo la única rama que defiende la libertad individual como valor primordial y respeta la autodeterminación de quien lo desee (algo que en sociedad se mostrará quimérico, ya que será necesario cooperar aunque sea por utilidad), porque busca la autogestión económica y social, y considera que la participación de todos en la gestión de los medios de producción (agrupados éstos de la forma más eficaz que consideren los gestores) es esencial para la defensa de la libertad y de la libre iniciativa. El enemigo del anarquismo es la autoridad coercitiva, que representa el Estado en cualquiera de sus formas, pero reclama tal vez una autoridad superior que reposa en la sociedad libre y cooperativa: frente al mando, el reglamento y la disciplina, se invoca como mucho más creadora la iniciativa de los individuos en un contexto libre que fomente el desarrollo, la comunicación y la capacidad de raciocinio. Se confía en que esta situación reduzca al mínimo los actos antisociales y el ser humano no actúe con miedo al castigo, sino por iniciativa propia y reconocimiento de lo que es correcto. Es tal vez esta situación de un excesivo optimismo, pero no hay que olvidar la confianza plena que las ideas libertarias otorgan a la educación y a la cultura, a la plena expansión de las ciencias y de la artes, y al desarrollo de las ideas como enemigo del dogma. Algo que, junto a la defensa que realiza de la soberanía individual, sitúa para mí al anarquismo como la teoría política moderna más profunda y poderosa. Si podemos seguir confiando en la perfección de esto que denominamos "civilización" (en singular, ya que debería ser un modelo el que guíe a la humanidad con unas premisas esenciales), habría que profundizar en los valores que siempre han defendido las ideas libertarias, valores que convencerán estoy seguro a muchos que rechazan los nombres de "anarquía" y "anarquismo".

domingo, 24 de mayo de 2009

El ateísmo como evolución del librepensamiento

Parece ser que el término "librepensador" puede tomarse de dos maneras, una en sentido amplio y otra en concreto. Según el primero, puede llamarse librepensadores a todos aquellos que no se adhieren a un dogma dado. En ese sentido, pueden serlo tanto los libertinos como los libertarios, pero también, ojo, los deístas (aquellos que quieren creer en un dios creador, pero niegan su culto, revelación o intervencionismo). En sentido estricto, atendiendo entonces a la historia, los librepensadores son una serie de autores ingleses del siglo XVIII caracterizados por el racionalismo (según la época de la Ilustración), la tolerancia religiosa, la defensa del mencionado deísmo y de la religión natural y, en algunos casos, por el materialismo y el ateísmo más o menos explícitos. El primero en merecer ese calificativo pudo ser John Toland, deísta y opositor a todo lo sobrenatural en el cristianismo y en la religión en general. La manera que tenía de entender la "religión natural" era como una racionalización de la creencia religiosa y una especie de síntesis de todas las existentes; parece ser que al final de su vida derivó hacia posiciones materialistas y panteístas, eliminando todo carácter positivo de la religión y propugnando un nuevo culto basado en la fraternidad humana y en la adoración de lo natural. Otro librepensador destacado de esa época fue Anthony Collins, enemigo del dogma, del fraude y de la superstición (que para él, también deísta, sería un camino para descubrir lo que habría de verdadero y razonable en las Escrituras), y partidario del libre examen para toda creencia y toda afirmación. Pero estos autores, a los que se puede considerar en la línea de otros anteriores al uso del término, por muy heterodoxos y "librepensadores" que les podamos considerar para su época, no dejaban de ser cristianos, creyentes que trataron de desprender a la religión de su apoyo político y otorgarle una justificación natural y ética. El término librepensador, por lo tanto, aunque pueda ser interesante tomarlo en un sentido amplio antidogmático, y por lo tanto plenamente asumible por el anarquismo, tiene connotaciones deístas a las que habría que situar en su justa medida. No obstante, y para ser justo a mi manera de entender las cosas, esa "religión natural" propugnada por el deísmo, con unas leyes divinas que se manifiestan justamente en la naturaleza, pueden ser equiparables a algunos anarquistas decimonónicos y su confianza excesiva en las "leyes naturales". El ateísmo es un concepto que me parece infinitamente más amplio, resultante también de un pensamiento histórico que ha asumido una rica tradición, y totalmente libre de sospechosos apoyos a según qué cosmogonías, las cuales acaban derivando en alguna suerte de fatalismo (aunque no se llame así, y quiera verse como algo "positivo") y en la imposibilidad de dar más campo a la razón. Una personalidad interesantísima fue Jean Meslier, al cual sí podemos encuadrar en una tradición atea y antiautoritaria. El, a pesar de todo, párroco francés, cuya obra no vería la luz hasta después de su muerte en 1729, influyó notablemente sobre la corriente librepensadora antes mencionada, denunciando toda superstición y toda opresión creada a su alrededor; en ella denunciará visceralmente el pensamiento idealista, la moral cristiana de la mortificación y toda injusticia social, y apuesta por el materialismo y por una ateísmo sustentado en el hedonismo más que interesante para ser reivindicado hoy en día. Pero toda la enorme tradición alternativa al dogmatismo religioso, y a su compañera la opresión sociopolítica, permanece más bien oculta. Por lo visto, no aparece ni rastro de la obra del bueno de Meslier en ninguna obra sobre el materialismo francés. Lo mismo ocurre con otro ateo integral y materialista como Paul Henri d'Holbach, de pensamiento radical, partidario de una sumisión de la política a la ética (algo que seguimos sin ver en el siglo XXI), denunciador del pacto represor entre Iglesia y Estado y feroz enemigo del temor y la superstición en base a un conocimiento de una naturaleza inteligible y racional (el cual debería fundar una moral superior para el hombre). Otra gran momento para el ateísmo, y nombre tampoco muy difundido por los academicismos y pensamientos oficiales, lo constituye Feuerbach, el cual se atreve a decir que la divinidad es una creación ficticia del hombre y habla de alienación en toda religión al proyectar las mejores cualidades humanas en esa ficción; la propuesta de Feuerbach será un asimilación de los contenidos espirituales válidos de las religiones y una conversión de la teología, esa "patología síquica", en antropología. Se va conformando ya un ateísmo poderoso digno de ser reivindicado. Los individualistas Stirner y Nietzsche darán un golpe nuevo, que parece desembocar en el nihilismo, pero que debería suponer en realidad una destrucción definitiva del cristianismo y una renovación del ateísmo. La gran tarea es eliminar a la divinidad, y a todas su formas (todo principio trascendente), pero en aras de crear una moral nueva, con más horizonte, prácticamente inédita e infinitamente más poderosa. La religión y sus instituciones, a pesar del solo aparente retroceso, persisten gracias a su gran baza que es la dominación sociopolítica y terrenal, así como debido a las especulaciones con los miedos y dudas existenciales de las personas. La gran tarea que se avecina es acabar con el monoteísmo y con todas sus soluciones derivadas, pero también con otras formas obstaculizadoras de la razón que mantienen, de una manera o de otra, postergado al hombre. El librepensamiento, tal y como se entiende históricamente, fue un notable punto de partida, pero ahora es el turno del ateísmo.

jueves, 21 de mayo de 2009

Godwin, el puente que lleva al anarquismo moderno

Con este título, publiqué una reseña, en el número 6 de Germinal. Revista de estudios libertarios, del magnífico libro La razón libertaria, escrito por Raquel Sánchez y editado por la Fundación Anselmo Lorenzo. Como bien señala la autora en la introducción del libro, la intención más general de su trabajo sobre William Godwin es mostrar la radical transformación del mundo de las ideas que se produce a finales del siglo XVIII. Dos son las consecuencias más importantes de esa situación: el pensamiento político sufrirá una reorientación hacia la reflexión antropológica y el liberalismo se diversificará en distintas corrientes. La razón libertaria constituye una obra fundamental para conocer en profundidad las ideas de William Godwin, al que la autora caracteriza por un individualismo extremo y una confianza ilimitada en la educación -que Sánchez considera heredada de Rousseau, el cual a su vez la toma de Platón- cuyo pensamiento establece el puente necesario para que tomara forma el protoanarquismo. El siguiente extracto nos da una idea de lo fundamental de la soberanía individual en el pensamiento godwiniano, con la crítica a pensadores políticos fundamentales: "para el pensador británico hay que introducir el respeto a la individualidad, que no está comprendido en la vaguedad con que Rousseau emplea el término 'pueblo'" (p.78). Y esta cuestión es clave para situar a Godwin en la tradición libertaria, algo que parece ha dado lugar a dudas y que es incuestionable en mi opinión, al menos si hablamos de una época donde el anarquismo moderno puede estar viviendo su prehistoria. El título de la obra no es gratuito, Godwin representa la orientación libertaria del racionalismo, a la confianza en que el criterio moral ha de regir el comportamiento humano se une la concepción de una sociedad sin gobierno que garantice justicia e igualdad. El trabajo de Raquel Sánchez no puede ser más completo, estructurado en una serie de capítulos que abordan aspectos múltiples del pensamiento de Godwin. El primero de ellos hace un breve repaso a su trayectoria vital y a su formación -con influencias tan heterodoxas como las sectas protestantes disidentes, los clásicos griegos y latinos, la tradición británica o los pensadores franceses-, sin profundizar excesivamente en su biografía al existir ya excelentes trabajos al respecto. La controversia que produce la Revolución francesa en Gran Bretaña, junto a la evolución que desembocaría en la independencia de las colonias americanas, es el contexto en el que Godwin publica su obra más conocida, Enquiry Concerning Political Justice, y Sánchez dedica especial atención en otro capítulo a ese momento clave en la historia inglesa para el posterior asentamiento de ciertas libertades. El grueso de La razón libertaria, como es lógico, está dedicado al pensamiento de William Godwin, prestando especial atención al ambiente donde se formó -como su especial lectura del utilitarismo, que no pierde nunca de vista el horizonte moral al ser instrumento para la justicia y la verdad-, que ayudará a configurar su forma de entender el mundo. Como ya he mencionado antes, racionalismo y moralidad son los dos pilares del pensamiento de Godwin, sin que el libro deje a un lado sus análisis sobre economía, sobre la propiedad y su concepción de una sociedad más justa, recogiendo el importante legado del autor para los posteriores movimientos anarquistas y socialistas. Este capítulo se cierra con la confianza en la perfectibilidad del ser humano y con el concepto de benevolencia -surgido de la traslación de la moralidad al ámbito político-, tan propio de Godwin y de otros autores coetáneos suyos, como fundamento de las relaciones humanas. "El camino de la libertad es, necesariamente, el del perfeccionamiento moral del hombre, el camino hacia la verdad" (p.72); esta es la perspectiva de Godwin, que permite al ser humano escapar al determinismo de causas externas. La producción literaria del autor, y en concreto el análisis de su novela más famosa Caleb Wiliams, en la que plasma sus principios políticos, es el objeto de otro de los capítulos del libro. Mención especial merecen también los apartados dedicados al romanticismo inglés y al análisis de la obra del poeta Shelley desde la perspectiva godwiniana, mostrando también diferencias esenciales. "Shelley también contempla el perfeccionamiento moral, pero carga sus esperanzas en las posibilidades de la imaginación como fuerza creadora, como elemento capaz de modificar el mundo con más opciones de éxito que el lento cambio moral" (p.162). Una breve alusión a Mary Godwin, más conocida por Mary Shelley, que nunca acudió a la escuela y fue el producto de los experimentos educativos de su padre y de los textos pedagógicos que escribió su madre, Mary Wollstonecraft. Si no se dedica especial atención en La razón libertaria a la autora de Frankenstein, libro que escribió antes de cumplir los veinte años, es por carecer su obra de sentido político; la influencia de su padre se da, sobre todo, en el terreno literario. Incluso, se demuestra mucha valentía en el siguiente pasaje, tomando como punto de partida que la novela de Mary se desarrolla en un mundo donde las pasiones se desatan y en un contexto histórico muy diferente al de Godwin en el que la fe en la Razón se va diluyendo: "existe la posibilidad de contemplar la principal obra de Mary Shelley, Frankenstein, como el reverso de la filosofía de su padre. Probablemente sin pretenderlo, el relato de Mary saca a la luz las contradicciones de la filosofía godwiniana y, en general, de la fe en el progreso y en el intelecto del hombre" (p.166). El último capítulo lo dedica Raquel Sánchez a hablar de la influencia que Godwin tendrá en autores y movimientos posteriores, como es el caso del socialista utópico Robert Owen -unidos por una fe inquebrantable en el ser humano y en su perfectibilidad-, y del anarquismo en general. No esquiva la autora temas controvertidos, como el de la lectura utópica que puede tener el pensamiento de Godwin, aunque aclarando "la amplia gama conceptual" que posee el término "utopía" (donde cabe mucho más que "lo irrealizable"); así, se produce la crítica a la infabilidad que tenía el autor inglés en su manera de entender el progresivo perfeccionamiento intelectual del ser humano, pero aclarando inmediatamente después los parámetros por los que se regían los pensadores de aquella época. En el apartado sobre Godwin y el anarquismo, se recuerda la atención que ha merecido este autor en las últimas décadas "por ofrecer facetas muy distintas de las del anarquismo continental", siendo más cuestionable la afirmación "y ser considerado el principal ideólogo del anarquismo filosófico e individualista" (p.172). Una comparación entre pensadores anarquistas posteriores como Bakunin, que entendía la libertad en sentido muy amplio, y Godwin, donde la libertad estaba condicionada por los conceptos de necesidad y benevolencia, no debería insistir en la divergencia y sí en la enorme riqueza de la tradición anarquista. En definitiva, una obra notable, presentada en una cuidada edición por la Fundación Anselmo Lorenzo, sobre un autor fundamental que forma parte ya, de manera incuestionable, de la historia del anarquismo.

domingo, 17 de mayo de 2009

Las diferentes vertientes de la moral anarquista

En lo concerniente a la moral, de nuevo hay que decir que el anarquismo en general, y los pensadores libertarios españoles, en concreto, toman elementos que consideran positivos de las más diversas corrientes. La vertiente racionalista de lo moral, algo con mucho peso pero equilibrado con otros aspectos sentimentales y sociales, llevaría a José Sanjurjo a afirmar que los anarquistas practican el bien por el bien mismo. Juan Montseny, en esa línea, diría que la moral surge de su belleza propia y del gozo que proporciona practicar la bondad. José Famades, autor de El catecismo de la doctrina humana, considera que si la fuerza es la base de la moral religiosa, la razón lo es de la natural. Se consideraba, en definitiva, la razón como un fundamento ético, algo que tal vez se tomó de Kant a través de Proudhon. S. Suñé aportará también otro aspecto, que tiene que ver también con el racionalismo, y es la continencia, la moderación de las pasiones y de los sentimientos; según esta visión, el continuo estudio racional y científico aportará equilibrio y una práctica adecuada en la vida que tenderá a la perfección. Pero otro gran componente de la moral anarquista, muy diferente al mencionado anteriormetne, será la solidaridad. Puede decirse que es Kropotkin el gran pensador que aporta este aspecto, tomando la moral utilitarista como punto de partida la enriquece con aspectos sociales y biológicos: "lo bueno es lo útil para la especie". Montseny diría que la solidaridad, lo que él llamaba la "grandeza moral del socialismo", garante de que cada hombre tenga derecho a su parte de la vida, substituiría a la caridad, la cual justifica y legaliza la miseria. De la misma manera, Lorenzo dirá que la solidaridad afirma y protege el derecho de todos, otorga dignidad al individuo y fortalece a la colectividad, es en suma "un poderoso elemento para la práctica de la justicia". Pero existe un tercer elemento, junto al racionalismo y la solidaridad, que enriquece la visión moral en el anarquismo. Se trata del vitalismo, o la satisfacción de las necesidades orgánicas como base de la conducta moral. Se encuentra en este terreno de nuevo una visión excesivamente optimista de lo que se considera natural, aunque supone un excelente contrapeso a la moral tradicional cristiana de renuncia (y que, de alguna manera, impregnaría también a algunos anarquistas como "hijos de su tiempo"). Montseny negaría ese aserto de que vencer las pasiones es vencer a la naturaleza, ya que ello supondría "luchar contra la causa de nuestra vida". Es curiosa la figura de José María Blázquez de Pedro, de ideas influidas por Nietzsche, que propugnaba la liberación de las pasiones frente a la represión social. Esta visión de la moral anarquista ha sido, incuestionablemente, de gran importancia para vencer la inhibición sexual de la moral tradicional y, también en eso, muy adelantada a su tiempo. No obstante, hay que hablar de visiones casi contradictorias entre la hedonista y nihilista del poeta Blázquez, que casi parecía negar el trabajo físico, y la de un puritano Tarrida del Mármol, que condena pecados capitales como la gula, la lujuria, la pereza o la envidia. Es de suponer que estamos hablando de diversidad, llevada en muchos casos a posiciones antitéticas, dentro de unas ideas que toman como factor primordial la pluralidad y la libertad en el camino de la emancipación. En cualquier caso, siempre está presente en el anarquismo la confianza en la ciencia para una organización social justa y racional, que posibilite la liberación de las tareas físicas menos agradecidas y que aumente las horas de gozo de la vida y de desarrollo personal. En el Certamen Socialista de 1889, se daría especial importancia a esa necesidad de dar libre curso a las pasiones humanas. En este acto intervendrían los principales teóricos españoles, Nieva, Mella, Lorenzo y Tarrida del Mármol, los cuales coincidirán prácticamente en interpretar las pasiones como expresión de la naturaleza. En cualquier caso, lo más importante en esta interpretación concluye que la satisfacción de las necesidades individuales llevaría al desarrollo individual y a la armonía social. Montseny identificaría la vida, en cualquiera de sus manifestaciones, con la moral, reprimirla era cosa del cristianismo; la moral de la naturaleza es aquello "que solo condena las prácticas que perjudican a la salud". Por esta vertiente vitalista de la moral se llega así a una suerte de naturismo, que tan de moda está al día de hoy como forma de preservación de la salud y de tratamiento de enfermedades. Resulta curioso que se contrapongan tantas veces, y de forma beligerante, "lo natural" y "lo científico", cuando las ideas libertarias demuestran que lo verdaderamente importante es la erudición y el eclecticismo; ambas posturas, tan importantes en la historia del anarquismo, pueden compensarse mutuamente y anular el dogmatismo en esa preservación de los aspectos vitales del ser humano. Por lo tanto, el vitalismo, que puede llamarse también hedonismo, tan importante en la moral libertaria, queda compensando en lo individual con el racionalismo y en lo social con el utilitarismo y la solidaridad.

viernes, 15 de mayo de 2009

Filosofía del pensamiento libertario español

Pero, ¿existía una sistematización de las ideas en el pensamiento libertario español? No es una pregunta para realizar a cualquiera que conozca bien el anarquismo, pero no está demás insistir en una serie de principios, inherentes a una forma de contemplar la vida social y personal. Los anarquistas españoles no fueron tal vez excesivamente originales en sus teorizaciones, pero tuvieron la indudable lucidez y capacidad de comprender y asimilar esos principios, y servir con sus ideas de impulso a un movimiento libertario poderoso y esperanzador. Ricardo Mella, ante las acusaciones de falta de trabazón sistemática, dirá que las ideas anarquistas es negación terminante de toda sistematización dogmática. Libertad y espontanéismo serían para el gallego las dos nociones primordiales, dentro de una filosofía que busca explicar los hechos y sus causas, que resume en definitiva la experiencia y la ciencia en un todo armónico en el que se fundirían la idea y la praxis. Se rechaza todo principio a priori que pueda acabar encarrilando el pensamiento hacia fines predeterminados cuya verdad sera dudosa. Montseny, en esa línea de apego y crítica a la vez a un idealismo que se quede enconsertado en la teoría, afirma que la transformación de la sociedad conllevará la consecución de todas las grandezas morales e intelectuales que habían adelantado los filósofos. La construcción de una nueva sociedad impulsaría al hombre a potenciar tanto su libertad, como el amor y la sabiduría. Hay que insistir en ese equilibrio entre escuelas de pensamiento aparentemente antagónicas, algo para mí esencial dentro del anarquismo, y en la que los pensadores libertarios españoles fueron también fieles a Bakunin. La interpretación material del mundo que hacen los anarquistas no niega la fuerza de las ideas, las cuales actúan como motor de la vida y conducen al ser humano a grandes consecuciones. Mella, de forma literal, se niega a tomar partido entre espiritualistas y materialistas (de nuevo, la sombra del gigante ruso); si bien son asimilables los inmensos conocimientos adquiridos gracias al materialismo, lo intentos metafísicos por dar soluciones fáciles y crear atajos, los cuales abren el camino a la seudociencia, no pueden satisfacer al anarquismo. Montseny escribiría en cierta ocasión que ha sido la evolución intelectual del hombre la impulsora del progreso, Pellicer aseguraría que en la idea reside toda la fuerza y Lorenzo entendería que son nociones como la libertad y la independencia las que llevan a la fortaleza, sin las cuales se caería en la debilidad y en el fanatismo. Soledad Gustavo (seudónimo de Teresa Mañé, 1865-1939) llegaría a afirmar que las revoluciones no eran hijas del estómago y sí del pensamiento. La ausencia de sistematización de las ideas, como se comprueba, no significa ausencia de los más altos ideales, los cuales solo tienen sentido si se persigue su materialización, si se busca permanentemente su verificación en la vida social. Y para el logro de esas altas aspiraciones de la humanidad, la confianza que los anarquistas españoles tienen en la razón humana es muy grande, así como en la ciencia y en la cultura, que consideran expresiones de aquella. José Llunas (1855-1905) aceptaría de forma entusiasta la expansión de la ciencia y confiaría en que el privilegio no pudiera contenerla y acabara así aquella determinando la base del verdadero derecho social. Se deduce de esta aseveración una firme esperanza en que la ciencia ensanchara la esfera de acción de las ideas y posibilitara que las personas en número cada vez mayor acabaran combatiendo la injusticia. Era una confianza excesiva en la ciencia y en, como veremos a continuación, la naturaleza, que sería corregida posteriormente dentro de las ideas libertarias. Suñé sostendría que las teorías socialdarwinistas, las cuales suponen el dominio de la clase burguesa, no pueden buscar apoyos en la ciencia, ya que ésta les negará toda ayuda. Este razonamiento se supedita a una fusión entre ciencia y naturaleza: la única verdad está en la ciencia natural y todo lo demás sería seudociencia. Tiene valor Mella señalando algo que ya haría Bakunin, el cómo la ciencia puede convertirse en dogma, y acaba paralizando la acción y la búsqueda de la verdad, al dudar en sus análisis y recurrir fácilmente a las generalizaciones y a la analogía. Para el anarquismo, la ciencia seria un cuerpo de conocimientos en perpetua formación y la filosofía no puede ser encastillada en ningún sistema ni escuela. Sensualismo, hedonismo, positivismo, idealismo... todas estas escuelas han influido sobre el anarquismo, pero son rechazables como sistemas cerrados de ideas. Mella parece apostar por el relativismo, tanto en su visión cosmogónica y de la teoría del conocimiento, como en los aspectos sociales: para la filosofía anarquista, no existe una verdad ni una justicia inmutable. Si tales nociones fueran absolutas, serían inválidas para el hombre, al ser éste incapaz de desarrollar los medios para descubrirlas y verificarlas. Dicho aserto de Mella parece remitir a Gorgias, sofista de la Antigua Grecia, pero ni a Mella ni al anarquismo se les podría acusar de utilizar un mero juego retórico, ni de caer de forma absoluta en el nihilismo o en el escepticismo. Lo que se está denunciando es una concepción absoluta de una idea, que lleva al hombre a una acción nula; se exige, insistiremos una vez más, su constante determinación y verificación. Los ideales serían la resultante experimental de cada momento, se asimilan los hechos del pasado y del presente con la capacidad de discernir lo erróneo y lo inicuo y eliminarlo. Se niegan la metafísica y la teología, ya que la vaguedades de los desconocido llevan a perder la noción de la realidad y constituyen un fuerte obstáculo para el desenvolvimiento de las facultades del hombre. La aparente diversidad de la sociedad actual, un relativismo basado en el "todo vale", y una banalización siempre presente, no deberían hacer perder el norte a unas ideas libertarias con mucho que decir en cuanto a expansión de la razón y del pensamiento, y con una confianza pertinaz en una ciencia no dogmática puesta al servicio de la humanidad.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La indagación en el principio de autoridad

El principio de autoridad es identificado de manera plena por lo anarquistas con el Estado. Antonio Pellicer (1851-1916) escribiría que el Estado es absolutamente contrario a la libertad, a la fraternidad y a la igualdad social, toda iniciativa del hombre, su fuerza, inteligencia, voluntad y heterodoxia quedan inhibidas por su existencia. Lorenzo negará que el Estado represente a ningún interés público y sí supone una abstracción negadora de la libertad del hombre. La obediencia y debilidad que reclama el Estado para sus gobernados, escribiría el autor de El proletariado militante, les mantiene en un estado de infantilismo y admiración. Prat, siguiendo claramente a Bakunin, consideraba al Estado como una derivación o prolongación del principio deísta, la autoridad humano-divina había evolucionado hacia la autoridad humano civil. El autoritarismo adoptaba muchos formas, en las que estaba detrás siempre la abstracción y el dogma generadores de tiranía y obediencia. Urales quería ver en la historia un pogreso desde el autoritarismo, generador de crímenes y de toda clase de terror, hacia la libertad, identificada para él con la cultura y la moralidad. Tanto Mella como Lorenzo opinaban que, a medida que las comunidades humanas se fueron haciendo más poderosas, se acrecentó el despotismo personal y nació el Estado; la sociedad, condición indispensable para el individuo, necesaria para satisfacer sus múltiples necesidades, se vio un día supeditada al Estado y sometida al autoritarismo. La sociedad perdurarará y el Estado morirá cuando se acabe con el privilegio y se logre una organización racional y armónica. Urales contrapone el progreso al poder gubernamental o estatal, y recuerda que para nada ha intervenido en los logros de la humanidad (la imprenta, el telégrafo, el ferrocarril, la electricidad...). Anselmo Lorenzo identificará progreso con una trilogía benéfica (Trabajo, Ciencia y Libertad) y a la reacción con una infame (Capital, Religión y Autoridad). En definitiva, la ley que mana del Estado supone una atrofía para el desenvolvimiento material y moral de la vida social, y se señalará la hipocresía del Estado, como supuesto garante o conservación del bien, al recordar que el derecho jurídico-territorial de cada Estado, hostil al que se produce en cualquier otro e incapaz de crear uno común, supone la negación de la solidaridad universal. López Rodrigo, en 1902, escribiría en esa línea que los Estados que se presentan a priori como preservadores de la paz, el orden y el bienestar, en la práctica generan las guerras, opuestas a todo aquello. En su feroz crítica al Estado, los anarquistas españoles citan con frecuencia también a pensadores liberales, pero los superan siendo fieles a sus fuentes socialistas y considerarlo un instrumento de clase. Este análisis, tal vez necesitado de fuentes más complejas, se mantiene vigente en la actualidad; no puede negarse que los Estados son meras oligarquías, de apariencia más o menos benévola o "demócrata" (la hipocresía y constante tutela, que ya vieron nuestros ancestros ácratas), pero garantía de la división de clases y de la explotación económica. Lorenzo negó que el Estado pudiera ser liberal o democrático, no pueden buscarse en él la igualdad ni la libertad y sí el privilegio consustancial a la autoridad de los que mandan. La crítica anarquista posee dos vertientes, por un lado hacia la clase detentadora de los medios de producción y, por otro, hacia la nueva clase generada por el poder estatal, y no parece claro vincular la existencia de una en base a la otra, ni creo que hubiera unanimidad al respecto en el pensamiento libertario español. La pluralidad y heterodoxia tal vez impida esa unanimidad de acuerdo sobre las fuentes del mal, lo verdaderamente importante es el análisis del poder y de la división de clases, innegablemente lúcido y más rico que otras corrientes socialistas, así como las propuestas de potenciación de la vida social frente al Estado. Anselmo Lorenzo, y otros antiautoritarios pioneros en España, tuvieron clara la necesidad de erradicar todo gobierno y todo poder coercitivo, situándose así frente a la otra vía internacionalista que apostaba por un estado transitorio en el que la autoridad se vería reforzada. El autor de El proletariado militante consideraba que un Estado temporal formado por supuestos obreros, los cuales acabarían convertidos en magnates, enseguida buscaría su perpetuación como habían hecho en la historia todos los gobiernos. Mella, en clara referencia al ideario marxista, recordó que la revolución preconizada por los anarquistas solo tenía como punto de partida el materialismo histórico (o lucha de clases), el objetivo sería la liberación completa e integral de toda la humanidad y la erradicación de toda esclavitud económica, política o moral.

lunes, 11 de mayo de 2009

El anarquismo como evolución del liberalismo

La figura de Pi y Margall (1824-1901), debido a la gran influencia que tuvo Proudhon para su modelo federalista, se suele situar cerca del anarquismo, aunque hay que recordar que ese federalismo pimargalliano no aspiraba a destruir el poder (el Estado) sino a fragmentarlo y democratizarlo. Ricardo Mella, cuando Pi murió, reconocería la probidad de este hombre y consideró, lúcidamente, que el ideal federalista quedaría desvirtuado después de su desaparición al jugar en su contra demasiados intereses autonomistas y regionalistas. Así estamos al día de hoy. La noción de soberanía individual que sostenía Pi, según la cual "todo hombre que extiende sus manos sobre otro hombre es un tirano", si bien puede ser subscrita por la filosofía libertaria, hay que matizar que esa idea no niega la "soberanía popular", algo en lo que los anarquistas insistirán. Anselmo Lorenzo (1841-1914) sostendría que la llamada "soberanía del pueblo" era una ficción, y lo hacía en pos de afirmar lo absoluto de la soberanía del individuo. Esta idea no enfrenta al ser humano con la sociedad, y sí con la autoridad, y coloca al anarquismo como la más profunda teoría política defensora de la libertad. Ricardo Mella (1861-1925) dejaría escrito que la libertad, en toda su extensión, debería ser el constante ideal del anarquismo: el ideal del autogobierno y el libre concierto con los demás en lo que atañe a la producción, al cambio y el consumo. En tanto no se expandiera el deseo de independencia personal y no se erradicar el afán por redimir, un sistema autoritario substituiría a otro. Nos encontramos aquí con unas ideas políticas infinitamente más profundas que el liberalismo, tan reivindicado hoy en los comienzos del siglo XXI, sin demasiadas innovaciones respecto a hace un siglo, de manera simplista, hipócrita e interesada en lo económico, y por oposición en la mayor parte de los casos al socialismo de Estado. Los liberales reprocharán al anarquismo que obvie el necesario contrapeso de la ley y de la autoridad para la expansión de la libertad, pero de nuevo demuestran ignorancia respecto a la riqueza de las ideas libertarias, las cuales no se enredan en disquisiciones teóricas. Las libertades individuales fueron señaladas, ya entonces, como una farsa en una sociedad capitalista, y hoy en día, a pesar de la insistencia en ciertos derechos adquiridos, continúa la prevalencia de un determinismo económico que condiciona a la mayoría de la población. Conceptos como "derecho", diría José Prat (1867-1932), solo adquieren un significado real si se trata de una posibilidad real y efectiva; o, lo que es lo mismo, desprendiendo al término de su condición jurídica (proveniente del Estado) y permitiendo que el ser humano participe en la práctica de la riqueza material. Lorenzo, claramente influido por Bakunin, negó la escuela idealista, que afirma que solo al margen de la sociedad el ser humano es verdaderamente libre, y considerará que la libertad es una conquista social; únicamente insertado en la vida social el hombre puede humanizarse y enriquecerse al completar su libertad individual con la de los demás. Enseguida nos topamos con lo que es una seña de identidad del anarquismo, la conciliación entre libertad individual y el socialismo o solución comunitaria. Teobaldo Nieva escribiría en 1885 que, si bien el individuo debería procurar que su autonomía fuera ilimitada, para lograrlo debería relacionarse en sociedad y equilibrar su dependencia del esfuerzo colectivo; no quiere ver Nieva una mera combinación de intereses y aspiraciones, en las que se cederían y perderían derechos, sino la reunión de todos ellos manteniendo intactas sus propiedades e integridad particulares. No fue, ni es, tarea fácil mantener intactas las aspiraciones individuales y colectivas, y podría parecer que algunes autores cayeran en la contradicción. Fermín Salvochea (1842-1907) llegó a alabar el comunismo de tal forma, que señalaría el individualismo como el mayor de los males. Naturalmente, es necesario contextualizar la afirmación de Salvochea dentro del ideal libertario (en todas sus corrientes, sin que ninguna de ellas sea menospreciada), y comprender que Salvochea demoniza ese individualismo de clase que apuesta por la competencia y el afán de lucro. Ese es el individualismo predominante en nuestra sociedad actual, con escasas aspiraciones sociales y cooperativistas, con mínima comunicación racional, y únicamente plegado a ese fantasma de la "soberania popular" o "voluntad general" que ya denunciaran los primeros anarquistas. En el pensamiento de algunos de estos hombres se desprende cierta apelación a una supuesta, y cuestionable, "armonía natural", pero el análisis que contrapone sociedad (contrato o pacto libre) a Estado (ley coercitiva) es el verdaderamente interesante y el que ha quedado como parte sustancial de las ideas libertarias. Lorenzo considerará el pacto como representante de la libertad, pero también del bien común en el que se sacrifica parte de aquella. Si el pacto es símbolo de libertad y de cooperación, la ley representa el privilegio y la fuerza. Mella diría que no se trataba de encontrar fórmulas legislativas, sino de buscar la acción social continua, los hechos y conductas son los que mandan frente a los discursos y mítines que no vayan acompañados de aquellos. Frente a la concepción del derecho negativa que puedan tener las corrientes liberales, basada en que nada pueda atentar contra la existencia y en que el Estado quedará reducido a salvaguardar ese axioma, los anarquistas darán un sentido positivo al derecho, al que se podría llamar "natural" a priori, pero que adquiere su verdadera dimensión en una vida social que debe garantizar a cada individuo su libre desarrollo y cooperación con los demás. Federico Urales (seudónimo de Juan Montseny, 1864-1942) consideraba el anarquismo, en la línea de Bakunin, como una evolución lógica en la historia de la corriente liberal, traicionada ésta por una burguesía incapaz de repartir la riqueza. En la misma línea se expresaría Anselmo Lorenzo, el cual consideraba los ideales de la Revolución Francesa válidos, pero pervertidos posteriormente por la burguesía. Encontramos así una gran confianza en el progreso, cuyo colofón sería un socialismo anarquista, si bien no tan lineal y determinista como la visión marxista y sí con una confianza indudable en la libertad y en la acción social.

sábado, 9 de mayo de 2009

Pensadores anarquistas en España

Es recurrente hablar de que en España, paradójicamente, siendo el lugar donde ha existido el más poderoso movimiento libertario en la historia, no ha habido grandes teóricos. Como la historia de las ideas resulta apasionante, y considero que la pasión por la filosofía es algo que habría que inculcar a los chavales en toda pedagogía (y, especialmente, por sus ramas más prácticas como la ética o la política), me gusta indagar continuamente en cómo pensaban gentes de otras épocas y establecer un necesario vínculo para renovar unas ideas que buscan con ahínco una auténtica emancipación individual y social. Porque contextualizar el pensamiento de una época es importante, pero desdeñarlo sin más, como ocurre tantas veces en nombre de ese concepto tan prostituido llamado "progreso", contribuye al empobrecimiento de valores y al permanente culto de un presente neutro, desmemoriado y despreocupado por el futuro. Es también habitual considerar al anarquismo algo anacrónico (por parte, tal vez, de personas no demasiado honestas o no demasiado informadas) o considerar al menos que existe un anarquismo histórico (un anarquismo que alguien llamó "instituido", con no poca ironía) que acabó periclitado o que fue, simplemente, derrotado y, en cualquier caso, es ya parte de la historia. Personas que se llaman libertarias sostienen esto último en aras de renovar un pensamiento y encontrar nuevas vías, algo que me parece muy importante. Sin establecer yo fronteras tan nítidas, sí considero por supuesto que las ideas libertarias merecen ser revitalizadas (en estos tiempos tan dificultosos para el pensamiento en general), pero el vínculo con el pasado existe y debe seguir existiendo en mi opinión, hacer tabla rasa no forma parte de buscar nuevas respuestas. Es importante insistir también en que el que haya buscado un programa en cualquier pensador, más allá de una mera orientación brillante en cualquier ámbito de la vida, ha adoptado una actitud bien poco anarquista. No gustan los personalismos ni el dogmatismo a la idea libertaria, y la crítica y el debate deberían mostrarse siempre presentes frente a cualquier asomo de doctrinarismo acrítico. Si no consideramos la historia en absoluto lineal ni estamos sujetos a ningún tipo de fatalismo (creencia que haremos bien en erradicar en cualquiera de sus formas) ni, por supuesto, aceptamos que hayamos llegado a una meta histórica (como sostienen los que pretender legitimar el status quo), debemos seguir persiguiendo ese ideal humano tan bello en el final (que, tal vez, no llegue nunca de una forma perfecta) como práctico en el camino. Así creo que pensaban los anarquistas del pasado, situados en su convulsa época, y así creo que deberíamos seguir pensando en la actualidad. Ese es el vínculo al que me refería anteriormente. Dicho esto, me gustaría indagar en ese pensamiento de determinadas personalidades (aquellas que dejaron un legado teórico más evidente, y seguro que me dejo a demasiadas en el tintero) situadas en el contexto español, un pensamiento dirigido a lo que yo considero las cuestiones más importantes para el ser humano. No sé si es totalmente cierto aquello de que no ha habido grandes pensadores anarquistas en este país, pero estoy seguro de que algo valioso (ninguna respuesta es definitiva) se descubrirá por esta vía. Una de las cosas que me ha motivado a esta indagación es la lectura reciente de un conocido ensayo de Cesare Lombroso sobre la presunta criminalidad innata de los anarquistas, sin que el autor defienda exhaustivamente esta tesis, ya que la obra es bastante incongruente y cae en numerosas contradicciones más bien irrisorias. Ricardo Mella le contestaría de forma honesta y erudita acerca de su desconocimiento de las ideas anarquistas y de las personas que lo profesan. Lombroso (1835-1909), médico y criminólogo muy reputado en su momento, me ha parecido infinitamente más "hijo de su tiempo" que Mella. Éste, no solo utiliza los datos de manera mucho más coherente y veraz y demuestra un mayor conocimiento en el tema a tratar (con respeto para las diferentes disciplinas humanísticas), sino que señala la imposibilidad de dar una teoría definitiva sobre el comportamiento humano en una sociedad con demasiados males para gran parte de sus miembros. El texto de Mella, de estilo algo florido en su forma pero muy sustancioso de fondo, puede considerarse todo un compendio sobre el anarquismo de comienzos del siglo XX. La gran pregunta es si está esa forma de entender el anarquismo periclitada o algo valioso podemos aprender de ella un siglo después (los principios, sobre todo, no me parecen negociables). En entradas posteriores, me extenderé sobre el pensamiento de Mella y de otros autores.

jueves, 7 de mayo de 2009

La sociedad contra el Estado

Pierre Clastres, nombre que he oído por primera vez hace bien poquito, es un antropólogo cuyos estudios y tesis sobre las sociedades, a las que él mismo se refiere irónicamente como "primitivas", son interesantísimos. Clastres, fallecido prematuramente en 1977, afirma que las sociedades primitivas son sociedades sin Estado, pero no lo hace peyorativamente, ya que en tal caso se estaría dejando claro que están privadas de algo necesario a toda sociedad. Esto sería el gran prejuicio del etnocentrismo, al que califica de inconsciente y que revela su peor cara al despreciar a las sociedades que no han encontrado ese sentido de la historia único que hace que se recorran unas etapas que van del salvajismo a la civilización. El Estado sería un término necesario a toda sociedad según una manera de entender la evolución. La sociedades primitivas serían pobres residuos de antaño, determinadas negativamente por sus carencias: sin Estado, sin escritura, sin historia, y determinadas también en lo económico al tener una mera economía de subsistencia e ignorar la economía de mercado. Clastres se pregunta qué hay de cierto en todas estas afirmaciones. Y no lo hace, en mi opinión, desde ningún prejuicio ideológico ni con la intención de alabar un pasado idílico al que habría que retornar. Estamos aquí lejos de la tesis del tarambana iluminado de Zerzan; es más, diría que estamos ante su refutación, y nos encontramos ante un científico valiosísimo para buscar modos de convivencia alternativos con una base antiautoritaria huyendo de determinismos históricos y de falsas concepciones del progreso. El gran pretexto para desdeñar ciertas sociedades arcaicas se encuentra en su presunta inferioridad técnica. Pero Clastres realiza una definición de técnica en la que entiende ésta como el conjunto de procedimientos con que se proveen los hombres, no para asegurarse el dominio absoluto de la naturaleza (que nos conduce al desastre), sino para asegurarse un dominio del medio natural. De ningún modo las sociedades "primitivas" han sido incapaces de realizar tal propósito. Si esas sociedades tienen una economía de subsistencia, cosa que Clastres entrará enseguida a cuestionarse, no es a falta del saber-hacer técnico. Dos axiomas caracterizarían a la civilización occidental, que "la sociedad verdadera se da a la sombra del Estado" y el imperativo categórico de que "es necesario trabajar". Pero la supuesta economía de subsistencia no implica la búsqueda angustiosa, a tiempo completo, del alimento; habría una compatibilidad de la limitación del tiempo para las actividades productivas. No existe un miserabilismo, como implica la idea de la economía de la subsistencia, el hombre "salvaje" no está sujeto a una condición de sobrevivencia, sino que en un tiempo corto obtiene una resultado productivo y algo más (lo que serían excedentes). Clastres sostiene que cuando los indios descubrieron la superioridad de las hachas de los hombres blancos, aplicaron su mentalidad y no desearon producir más, sino producir lo mismo en un tiempo diez veces más corto (atención a esta carencia de falta de tiempo en nuestras sociedades avanzadas occidentales, tan mencionada en los libros de auto-ayuda y que no descubre nada nuevo). Si desaparece ese rechazo al trabajo de las sociedades arcaicas, se cambia el ocio por la acumulación; cuando una fuerza externa aparece en el cuerpo social, sin la cual los supuestos salvajes jamás renunciarían al ocio, se destruye la sociedad primitiva y nace la dominación política. Si están aseguradas las necesidades básicas, nada podría incitar al deseo de producir más, a alienarse en el trabajo sin destino, si ese tiempo puede dirigirse al ocio, el juego, la fiesta o la guerra (el estudio de la guerra en las sociedades primitivas, para nada pacíficas durante todo el tiempo, merece un capítulo aparte). La sociedad primitiva sería esencialmente igualitaria y las personas son las dueñas de su actividad y de la circulación de los productos, actúan únicamente para ellos mismos; en cambio, la ley de intercambio de bienes mediatiza la relación directa del hombre con su producto y todo se altera al ser la actividad desviada y tener que producir para los demás, para los que no trabajan (los señores). Según Clastres, la relación política de poder precede y funda la relación económica de explotación. La aparición del Estado marcaría la gran división entre "salvajes" y "civilizados", el corte que transforma el tiempo en Historia. Para Clastres, lo decisivo es el corte político y no el cambio económico, niega que la gran revolución se produjera en el Neolítico, ya que deja intacta la antigua organización social; el cambio decisivo sería la revolución política, que supone la muerte de las sociedades primitivas, y llegaría con el Estado. El cambio a partir de la base económica sería imposible, ya que para incrementar la producción es necesario bien un acuerdo de los hombres para hacerlo o bien una coacción externa. En las sociedades "primitivas" no existe la división de clases, ya que la capacidad igual para todos de satisfacer las necesidades materiales lo impide; de igual modo, al no existir el intercambio de bienes y servicios se impide la acumulación de propiedad privada, lo que hace imposible el deseo de poder o de poseer y parecer más que el vecino. El jefe de este tipo de sociedades no lo es de un Estado, no posee autoridad ni poder coercitivo; su finalidad es acabar con los conflictos entre personas, familias o linajes, y ese reconocimiento se lo concede la sociedad por prestigio (atribución separada tajantemente de lo que sería el poder). La sociedad impide que la capacidad técnica que se la ha concedido al jefe se transforme en autoridad política, ya que existe un control estricto que impide que la persona vaya más allá en sus funciones. No obstante, el riesgo de que el jefe se extralimite en sus funciones y quiera imponer su proyecto individual a la tribu existe por supuesto; si esto se cumpliera, si la sociedad se pusiera al servicio del líder, y no al revés, nacería el poder político (el Estado). Pero el poder político es casi imposible en la sociedad primitiva, ya que no hay un vació que el Estado pueda llenar. Clastres considera que hay un campo que escapa al control absoluto de la sociedad para impedir la formación de un poder político, se trata de la cuestión demográfica. El aumento de la densidad poblacional conmocionó a la sociedad primitiva, ya que solo funcionaría ésta en el caso de ser poco numerosa. La articulación de lo demográfico con lo político es meta que el antropólogo considera más apropiada para el estudio sociológico. Otra teoría interesante, a propósito del derrumbamiento de este mundo salvaje, es la de que los profetas de estas sociedades, conscientes de esta catástrofe sociocósmica, "decidieron dejar el mundo de los hombres y ganar el de los dioses". Identificaron el nacimiento del Mal con la unidad, algo que en ellos tenía un sentido metafísico, pero que podía muy bien entroncar con la tradición de lucha contra el poder político (y su concreción, que sería el Estado). Clastres afirma que jefatura y lenguaje están muy ligados en la sociedad primitiva, pero si bien pudiera parecer la palabra opuesta a la violencia en el jefe salvaje (por inocente), enseguida plantea el interrogante de que la sociedad primitiva pudiera empezar a escuchar otro discurso (la palabra profética, el discurso del poder). Ahí puede encontrarse el origen del poder, el comienzo del Estado en el Verbo (la palabra profética, que se concretó en nuestra cultura en el cristianismo). Irónicamente, y contestando nada menos que a Marx, Clastres dice que si la historia de los pueblos que tienen una historia es la historia de la lucha de clases, la historia de los pueblos sin historia es la historia de su lucha contra el Estado.

lunes, 4 de mayo de 2009

El socialismo será libre o no será

Hablar de socialismo a estas alturas en la jerga política, es algo que no conlleva una transformación social verdadera. Voy a obviar las dos corrientes estatalistas del socialismo, el llamado "socialismo real", que conllevó desastrosas consecuencias, y la socialdemocracia, o "cara amable" de un siempre dañino capitalismo (al que solo se le ven sus males, como a ciertas enfermedades, cuando afecta al bienestar del primer mundo). Un socialismo libertario, más que cualquier otro, supondría la transformación radical de las condiciones económicas, la eliminación de cualquier privilegio y la aspiración solidaria de satisfacer todas las necesidades de todos los miembros de la sociedad. Desgraciadamente, el autoritarismo influyó sobre gran parte de las corrientes socialistas con las consecuencias que todos conocemos. Tal vez fue Proudhon el primero que comprendió la importancia de la libertad para la construcción del socialismo y de una nueva cultura social, así como la supremacía de los hechos económicos sobre la "metafísica" política. El francés asoció la abolición de los monopolios económicos con la supresión de toda clase de gobierno en la vida social, la superioridad del contrato libre en una comunidad de hombres libres sobre toda legislación estatalista. La alternativa al centralismo político, al Estado, sería la federación de esas comunidades en base a pactos libres. Si la alternativa de Proudhon gana puntos en la historia o no poco importa, dada la confusión estatalista que forma parte de la política federalista y el odioso fomento de las aspiraciones nacionalistas que la sustenta. Como no creemos en ninguna "necesidad histórica", ni en ningún fatalismo, seguimos insistiendo en las vías adecuadas para lo que consideramos una sociedad libertaria (una sociedad en la que se da un auténtico sentido a la libertad y a la igualdad de oportunidades). Decir que el desarrollo histórico ha contradicho a Proudhon, o a cualquier otro pensador, me parece una soberana estupidez. Tal vez habría que seguir insistiendo, como aquellos pensadores socialistas que amaban la libertad, en la cuestión económica, que provoca en mi opinión un detestable determinismo social en las personas. Tomar las riendas de la economía, demostrar que la autogestión es posible en las circunstancias actuales, y olvidar el camino político que no supone ninguna verdadera transformación social (como demuestran todas las vías estatalistas). El fracaso del socialismo lo ha sido por su adaptación a la lógica parlamentaria y su insistencia en el autoritarismo, por lo que supone una gran falacia el negar sus posibilidades, y urge recuperar su papel como ideal cultural que se esfuerza en suprimir el privilegio económico y toda dominación. La conquista del poder es ya un fracaso histórico y la supresión de todo poder coercitivo en la vida social es la principal característica del verdadero socialismo cargado de futuro. La igualdad de las condiciones económicas es una condición previa de la libertad del hombre, pero nunca puede ser un substituto, por lo que socialismo y libertad, tal y como han mantenido los anarquistas siempre (al menos, la mayoría, la tradición libertaria es plural), es una misma cosa. La actividad social, y socialista, tiene que fijarse tanto en lo más pequeño como en lo más grande, con ese objetivo de eliminar el monopolio en todos los ámbitos de la vida, y de enriquecer la vida con la suma de las libertades personales en el contexto de la cooperación social. Bellas palabras que otros muchos pronunciaron antes, y que solo cobran sentido con los hechos. No me parece que sea menor aceptar la importancia del liberalismo o de la democracia en el desarrollo de las teorías socialistas, pero hay que señalar los obstáculos que han traído también aquellas, con su fantasía de una "voluntad general" que legitima la dominación o la entrada en juego de una falsa libertad económica que ha supuesto el fortalecimiento de los monopolios. El socialismo democrático ha contribuido a seguir confiando en el Estado. El socialismo inspirado en el liberalismo ha fortalecido al primero dando lugar al anarquismo, a esa aspiración social e individual de no estar tutelado por una entidad superior y lograr la armonía social y económica mediante el acuerdo mutuo. No sé si todo el mundo está de acuerdo con esta aceptación de una tradición liberal en el anarquismo, ya que la palabra "liberal" tiene tantas connotaciones peyorativas como positivas. Un liberalismo que no tuvo muy en cuenta la cuestión económica en la búsqueda de la auténtica emancipación social, por lo que a diferencia del anarquismo acabaría traicionando gran parte de sus postulados.

sábado, 2 de mayo de 2009

Lucha obrera... y algo más

Precisamente en estas fechas tan señaladas para la lucha obrera (aunque, aseguro que las conmemoraciones me las repanpinfla bastante), me termino de leer Anarconsindicalismo. Teoría y Práctica, otro libro imprescindible de Rudolf Rocker, ese hombre increíblemente brillante (su Nacionalismo y cultura debería ser de lectura obligatoria en cualquier sistema educativo), que no tiene el reconocimiento que se merece en este país y en algunos otros (según me cuentan, en Estados Unidos sí). Rocker, materialista por supuesto, considera que son las situaciones concretas las que generan las ideas. Es por eso que los movimientos surgirían para él de las necesidades inmediatas y prácticas de la vida social, pero cobrarían fuerza de manera imparable si están fecundados por grandes ideas. Así, el socialismo no sería engendrador del movimiento obrerista, sino que creció al margen de él. El movimiento sería una consecuencia lógica, con el fin de luchar por los derechos de los trabajadores, de la Revolución Industrial, de una sociedad que se iría conformando capitalista. Bajo unas horribles condiciones de trabajo, bastante peores que las del pequeño artesano de otros tiempos, se formaría una nueva clase social: el proletariado. Este obrero moderno era un hombre de la máquina, por no decir una máquina más de carne y hueso, el verdadero productor que creaba riqueza para otros. Dichas horrendas condiciones laborales fueron las que condicionaron las unión del proletario con otros de su clase con el fin de mejorar su situación. Rocker sitúa estas primeras uniones en la primera mitad del siglo XVIII, lejos aún del socialismo revolucionario que combatiría el capitalismo estudiando las causas de los procesos económicos y sociales. No todas las escuelas socialistas acogieron el joven movimiento obrerista, pero las que lo hicieron fueron conscientes de la importancia del mismo y comprendieron que debían tomar parte activa en la lucha de los trabajadores con el fin de que éstos se percataran de la relación directa que existía entre sus peticiones inmediatas y sus objetivos socialistas. Así, en la lucha cotidiana el obrero adquiere un sentido más profundo de la misma y va descubriendo la raíz del problema: el monopolio económico y sus secuales políticas y sociales. Rocker considera un error tener en cuenta solo en el terreno material las luchas económicas y sociales del trabajador y pasar por alto su significación sicológica. Si no fuera por los conflictos diarios entre el trabajo y el capital, no llegarían las doctrinas socialistas, producto de determinados pensadores, a tomar una verdadera forma. Tal vez por eso hoy en día el socialismo que tenemos, con sus grandes centrales sindicales domesticadas y subordinado en mayor o menor medida al Estado, es el único posible en un contexto capitalista. El movimiento de masas que reclama un auténtico socialismo con el fin de un nuevo ideal de cultura para el mañana (Rocker dixit) es, desgraciadamente, algo que no se ve cercano y el anarcosindicalismo, representado por una única central sindical, se muestra más bien titubeante. Esto es algo que da lugar a la reflexión, para mí es un síntoma más de la sociedad tremendamente apática y acomodaticia que tenemos. A mi modo de ver las cosas, el anarquismo tiene mucho que decir al respecto, con el fin de que las personas aumenten su cultura política y su horizonte vital y huyan de cualquier forma de subordinación y de totalitarismo, así como de la maldita "voluntad de poder", a los que ha dado lugar el socialismo o el capitalismo de Estado. Si cada época comporta unos determinados problemas y unos métodos para tratarlos, podemos considerar que la emancipación individual y colectiva de cualquier explotación económica o la esclavitud de cualquier índole (el que me diga que ya no existe la esclavitud, que se caiga del guindo, pero ya) es algo que no podemos considerar ni anacrónico, como dicen algunos, ni producto de una sociedad perfecta que nunca llegará, como dicen muchos, es una aspiración totalmente legítima. Por supuesto que el socialismo de Estado ha fracasado, y no es deseable una insistencia en algo que no ha funcionado, pero es que el liberalismo también lo ha hecho como estamos viendo en estos momentos. Tenemos que lograr que el anarquismo, al que considero síntesis de esos dos grandes movimientos sociopolíticos modernos, socialismo y liberalismo, con sus más altas reivindicaciones emancipatorias en todos los planos de la vida, tenga mucho que decir al respecto.