martes, 28 de julio de 2009

Revolución social, sin renunciar a ningún frente

Saint-Simon consideró que toda sociedad es "un acto", es decir, acción, esfuerzo y creación. Creo que se puede considerar, en este sentido, a Proudhon, y al propio anarquismo, heredero del socialista utópico. El anarquismo se esfuerza tanto en describir la complejidad móvil de una sociedad, las fuerzas que intervienen e interactúan en ella, como en buscar nuevas vías para la libertad individual y colectiva. Dicha libertad no es un concepto abstracto, sino que se inserta en la dinámica y en el determinismo social, y se abre camino a través de los obstáculos y de las oportunidades que le brinda el medio. La pluralidad es consustancial al devenir social, caracterizado por la intervención de una multiplicidad de líneas de acción, que resultan a la vez específicas y entrelazadas. No existe una única teoría que pueda explicar la historia de la humanidad ni la evolución de las sociedades, por muy importante que puedan resultan los hechos económicos, el progreso intelectual o la lucha de clases. La complejidad social supone que no se pueda excluir a ninguna de las múltiples fuerzas intervinientes, cada una de ellas con un rol y una importancia determinada según la sociedad que se trate, ya que la interacción e influencia entre ellas es fundamental. El pensamiento, el arte, las "superestructuras intelectuales", son un resultante de corrientes precedentes (bien por afinidad o por oposición dialéctica); su relación con la producción económica es posible que sea estrecha y las condiciones materiales de existencia pueden condicionar (y, tal vez, determinar) la creación intelectual de una época. Pero no hay que olvidar, a pesar de los numerosos ejemplos que nos puedan demostrar lo contrario, que la especulación filosófica es inherente al hombre, le sitúa en su universo en perpetuo devenir y le impulsa para trascender la situación, para elaborar un conocimiento mejor de lo real. Así surgen valores y mentalidades nuevos, lo que supone una transformación también de la línea de acción. Desgraciadamente, las llamadas "superestructuras intelectuales" pueden ser tanto un estimulante para el progreso, como un obstáculo si estamos hablado de ideologías conservadoras o reaccionarias. Las motivaciones intelectuales del ser humano no son fáciles de escudriñar, pueden estar sustentadas tanto en los ideales más bellos como en elementales deseos y aspiraciones. Llegamos así al terreno de la sicología (los males de nuestras sociedades "avanzadas" de comienzos del siglo XXI parecen tener su base en ella) y no hay que desdeñar la influencia recíproca que ejercen la cultura y las relaciones de producción con las mentalidades individuales y colectivas. Así, el anarquismo afronta desde una perspectiva revolucionaria todos los planos de la vida social, aceptando su complejidad y correlación de fuerzas diversas. La transformación no puede ejercerse solo en el terreno económico sin tener en cuenta el resto de dominios de la vida y esferas de actividad interrelacionadas; de producirse únicamente así, la balanza social se verá desequilibrada y el autoritarismo y la violencia acabarán impregnando el conjunto. De la misma manera, el progreso moral o de la razón puede verse condicionado si el resto de los sectores no han sido reestructurados. Es esta una reflexión presente en el libro "Formas y tendencias del anarquismo", de Rene Furth, al que ya he aludido recientemente, con la que estoy totalmente de acuerdo. Una de las características más valiosas del anarquismo, y que le distingue de otros movimientos sociales, es su afán de buscar la emancipación en todos los ámbitos de la vida. Una crisis económica, intelectual y de valores como la que sufrimos, desde hace ya bastante tiempo, tiene que llamar tarde o temprano a nuevas situaciones, imprevistas y espontáneas en mayor o menor medida, con una nueva actitud individual y colectiva. La creación de nuevos valores y símbolos puede tener un germen en la sociedad actual (nada se crea de la nada, y las ansías de liberación son consustanciales a la historia de la humanidad), que actúe como superador de lo caduco y como generador de comportamientos que insuflen una renovada energía revolucionaria. Es por eso que no hay que tener miedo a hablar también de lucha "espiritual" (palabra pervertida por la religiosidad, pero en la que refiero a todo lo relativo a los valores morales y culturales) contra instituciones y mentalidades autoritarias. La revolución se manifiesta tanto en el plano económico y material como en el resto de las esferas de actividad humana, de lo contrario sería casi con seguridad caer en el mismo error.

viernes, 24 de julio de 2009

La lectura mítica y espiritual de la revolución

Proudhon, pensador con multitud de aristas (y lo digo como halago), apelaba a cierta energía espiritual y no solo a la fuerza del materialismo. No está mal esa reflexión, acerca del fracaso del socialismo (pero hecha en aras de buscar nuevas vías socialistas), la cual afirma que estuvo demasiado preocupado de las realidades materiales en detrimento del potencial espiritual del hombre (se alude en la cita al alma). Bien, desprendemos al término "espíritu" o "alma" de cualquier lectura divina, o sobrenatural en cualquier caso, y aludimos al potencial intelectual, fisiológico y moral (vital, en suma) del ser humano y estamos de acuerdo en que la revolución social, una vez garantizadas las necesidades básicas para todos, debe trabajar en ese sentido. Son comprensibles las preocupaciones por "lo económico", es más, las soluciones a este aspecto pueden ganar muchas simpatías, pero hay que tener en cuenta la profunda crisis de valores que produjo el socialismo de Estado, y cualquier forma de totalitarismo, y que vivimos ahora dramáticamente en las diversas formas de capitalismo o liberalismo económico. Respuestas en este sentido, que siempre ha buscado el anarquismo, constituyen la otra cara de una verdadera transformación social. El malestar social y el equilibrio síquico van de la mano en la sociedad, y no se trata de quitar responsabilidad al individuo, sino de profundizar en las causas de los problemas (y pueden ir parejos los desequilibrios personales con el contexto social). Uno de los motivos de mi simpatía por el anarquismo es que no considera, así lo veo yo, que pueda haber orden social sin que haya orden en cada miembro de la sociedad. Así, las ideas libertarias (podemos denominarlas "socialismo libertario") no se han limitada a buscar la emancipación económica, sino que han buscado transformar todas las condiciones de la existencia, buscar el equilibrio entre las energías síquicas del individuo y las estructuras sicológicas colectivas. Víctor Serge fue uno de los pioneros en considerar la importancia de la sicología en una perspectiva revolucionaria, en considerar la existencia de "superestructuras sicológicas", de gran complejidad y fuerza, y con autonomía respecto a lo económico. Desgraciadamente, los trabajos en este sentido no parecen haberse puesto al servicio claro de nuevas vías socialistas y libertarias. Tal vez el anarquismo moderno, en su origen y por el contexto de la época, no fundamentó una sicología al servicio de lo libertario, pero sí fue un impulso (sin desdeñar ninguna de las facultades de la persona: razón, pasión, voluntad, moralidad...) para investigaciones posteriores. La confianza en el progreso y la evolución dotó al anarquismo de una intuición para reconocer y superar formas de vida paralizantes; es el aprovechamiento de energías síquicas dinámicas, que en el ser humano adquieren más flexibilidad y plasticidad que en cualquier otra especie. No me gustan, a priori, los mitos, pero una vez más después de haber apreciado el conocimiento de otras personas, mis juicios (o prejuicios) son puestos a prueba. ¿Es un mito, fuente también apreciable de energía vital, la idea de la revolución social? Frente a la idea arcaica (y mítica) de un tiempo pasado de plenitud y orden, puede imponerse el mito moderno de una civilización en la que el hombre sea capaz, gracias a la ciencia, de dominar y utilizar todas las energía naturales para lograr una armonía, eliminando toda opresión e injusticia, a nivel colectivo e individual. Esta idea no tendría nada que ver con la tranquilidad existencial y escapista que proporcionan los mitios religiosos; es más, puede ser una alternativa síquica magnífica a cualquier doctrina religiosa. El mito, tomado como una necesidad vital del ser humano, si supone un plan de acción para una mejora de la vida sociopolítica (indisociable del desarrollo personal para el anarquismo), es plenamente asumible. El mito de la revolución puede actuar a favor del progreso, buscar soluciones positivas, dar alternativas a la apatía y el desencanto, y anular todo tipo de estancamiento. Me ha convencido esta, podemos llamarla, equivalencia entre mito y utopía; son dos términos ambivalentes,que el anarquismo puede derivar adecuadamente hacia la transformación social, anulándose mutuamente las lecturas excesivamente racionalistas, por inhumanas (en el caso de la utopía convertida en distopía), o místicas (en el caso de mitos arcaicos). La generación de un nuevo lenguaje, dotándole de mayor hondura y complejidad, y ampliando el horizonte semántico, es otro de los campos donde trabajar.

lunes, 20 de julio de 2009

Reflexiones sobre lo utópico y lo posible

Formas y tendencias del anarquismo es un pequeño libro escrito por Rene Furth hace casi cuatro décadas. Todavía es posible adquirir su última edición de hace cinco años. Tal vez lo peor del libro sea su título (dejando a un margen el diseño de portada), pero se encuentran en él algunas reflexiones más que interesantes, que van más allá de la mera iniciación a las ideas libertarias, y que resultan aún hoy de plena actualidad. No elude Furth los problemas que puede presentar el anarquismo, con su negación de una etapa transitoria autoritaria (lo que no supone, en cualquier caso que no existan diversas etapas de transición de cara a una sociedad verdaderamente libertaria). No basta con acabar con el Estado, con las estructuras autoritarias, se requiere reemplazarlo enseguida por nuevas formas de organización. Es más, es la única forma de acabar de verdad con el antiguo estado de las cosas, de iniciar un orden nuevo basado en la descentralización y en la autogestión. Para ello, se requieren personas y organizaciones eficaces, federadas entre sí y preparadas para construir una sociedad libertaria y socialista. En cualquier caso, y esta es mi opinión, lo que puede decirse que rechaza el anarquismo es cualquier mistificación, tanto de un fin del Estado que conllevará necesariamente una organización libertaria (más bien, el peligro de un orden autoritario aún peor estará siempre presente), como de una etapa estatal transitoria (propia del marxismo, apelando tantas veces a lo realista y científico, y con los resultados ya sabidos). Bakunin y Kropotkin poseían una gran fe en la acción creadora y en el impulso innovador de la revolución, pero para ello es necesario que exista un germen en la sociedad anterior sobre el que se pueda consumar y potenciar la práctica moral y organizativa libertarias. La revolución puede liberar a la sociedad de las trabas estatales, pero no existe creación a partir de la nada, por mucho que se confíe en la acción innovadora. Me parecen estas reflexiones de un gran valor, y dejan clara la gran tarea que todo libertario se impone en su vida cotidiana (sin volverse tampoco tarumba, ya que es muy saludable conciliar trabajo y hedonismo; incluso me atrevería a romper la frontera entre ambos en la medida que se pueda). Capacidad continua, búsqueda de autodeterminación, conciencia, tesón, eficacia, son los valores que se demandarán para la sociedad autogestionada. Vitalización de la sociedad es una empresa demandada por el anarquismo, por lo que será necesario buscar relaciones diferentes entre las personas, crear desde ya la organización capaz de dotar de esa fuerza a la vida social, prepararnos para afrontar los problemas económicos y técnicos, es la única manera de crear las bases de una sociedad libertaria. El verdadero propósito que ha tenido el anarco-sindicalismo, se piense lo qu se piense sobre su situación actual, es preparar a los trabajadores tanto moral como técnicamente en la gestión colectiva. Desgraciadamente, a pesar de lo positivo de estas experiencias en la sociedad pre-revolucionaria, siempre se ha corrido el riesgo de que el aparato estatal acabe asumiendo o anulando el nuevo tejido de relaciones y organizaciones (hay que tomar buena nota, ya que requiere un esfuezo y preparación aún mayor). Yo me muestro optimista, no está nunca de más estimular conciencias, crear propuestas, promover autonomías e iniciativas; aunque, como también apunta Furth, ello requiera "una intensa actividad de crítica y cuestionamiento, única defensa contra el adormecimiento y el desgaste". Las acusaciones de utópico al anarquismo no tienen demasiada cabida si entendemos esa apelación a la capacidad y determinación de los hombres para construir la sociedad libertaria; en su, también, profundo pragmatismo, el anarquismo solo se vale de la utopía como medida para conocer y transformar la realidad. Tampoco podemos tildarlo de científico, ya que la energía, voluntad de lucha y exigencia de libertad de los seres humanos no pueden verse nunca reemplazados por la ciencia, solo válida para determinar las condiciones de acción y las líneas de evolución posibles. La utopía es solo una previsión, en ningún caso una profecía, y posee también características innovadoras en la relación entre los hombres, labor educativa, para huir del fatalismo de cualquier clase, y esclarecedora de lo que es o no posible (y que el poder político puede haber marcado como no realizable). Puede existir una relación dialéctica entre la utopía y el orden actual, que dé lugar al nacimiento de nuevas ideas y valores condensados en el presente y que reclaman ser liberados y potenciados de cara a un orden futuro. Landauer quería ver en la evolución social una constante relación dialéctica entre topía y utopía; la primera representa el conjunto de la vida colectiva de los hombres, con una relativa estabilidad, y gracias a la acción de la utopía, magma de aspiraciones y esfuerzos individuales, se puede dar lugar a un período de ebullición con su aspiración de crear una nueva topía. George Duveau reclamaba la posibilidad de ofrecer al hombre los medios de reaccionar frente a situaciones que desafíen cualquier imaginación; no es solo cuestión de adaptar al hombre a tal o cual situación, sino de transformar y ampliar su capacidad de adaptación. Es esta una reclamación también de la utopía, con vocación pedagógica y creadora, frente a cualquier fatalismo histórico.

sábado, 18 de julio de 2009

Reflexión y compromiso

Liberación individual, liberación colectiva. Para el anarquismo, la primera solo se completa en el conjunto de una sociedad libre. Una sociedad donde las relaciones entre las personas no se vean perturbadas por factores externos, por ningún tipo de represión ni de explotación. Y ahí el anarquismo sigue poseyendo una victoria moral indiscutible, los experimentos políticos autoritarios son rechazados (en apariencia), y la esclavitud de cualquier tipo no tienen cabida en el imaginario popular ni en la inmensa mayoria de las culturas (en apariencia). Tarea importante es desenmascarar continuamente los nuevos mecanismos de dominación, mucho más sutiles y fragmentados, instalados en una cultura en la que el despotismo ha sido substituido por un relativismo, más amable en apariencia, pero no menos despótico de fondo y generador de males evidentes. El anarquismo busca la liberación colectiva en el análisis social sobre la libertad, por lo que la tarea hoy en día es algo más compleja al desprender a ciertos términos de significados concretos (pero no menos complejos y válidos). ¿Qué es la libertad? ¿Capacidad de elección en base a un individualismo insolidario, que desatiende a otros seres humanos? La libertad para la tradición libertaria es, además de individualismo (en el que el desarrollo personal se confirma con una serie de valores), también cooperación y comunicación racional. Llegar a una lectura social reflexiva en base a un impulso vital rebelde, y casi irreflexivo, no es empresa fácil en esto que llaman posmodernidad. A pesar de lo que se diga, es necesario recuperar el compromiso y los valores, los cuales nunca ha perdido de vista el ideal libertario, así como destronar cualquier abstracción déspota. O, para ser exactos, debemos destruir el trono; en él hemos tratado de colocar a Dios, al Hombre, a la Ciencia, a la Razón... y le hemos terminado dejando vacío para que se cuele cualquier aberración o banalidad. Hay suficientes oprimidos en el mundo, con motivos concretos para luchar en el terreno social y político (y, ahí, algunos de los viejos valores de la modernidad tienen todavía mucho que decir, con el valioso aprendizaje que proporciona la historia), como para para hablarles sin más de mera especulación filosófica. La reflexión y el pensamiento son primordiales, pero con su continua validación en la práctica, con un compromiso social y humano (que apenas he contemplado en los filósofos que he conocido, que parecen usar su supuesto saber para distanciarse del mundo); todavía la razón, el humanismo, el socialismo si se le quiere denominar así, tienen mucho que decir, pero dejando libre curso a su crecimiento, destruyendo las estructuras que perpetúan la dominación y la banalización cultural (y no hablo solo de instituciones políticas y sociales). Sea cual fuere el modelo de pensamiento imperante en la actualidad (algo que no me parece tan claro, cuestionando de entrada los supuestos polos entre el autoritarismo, político o religioso, y el relativismo posmoderno), el libre curso para la vida social, de abajo a arriba, que preconiza el anarquismo es una premisa incuestionable y perfectamente reivindicable en el tipo de sociedad sobre el que hablemos (donde, por ejemplo, el desarrollo tecnológico o económico pueda ser objeto de debate). Organización de la producción y de la distribución son tareas inherentes a la sociedad anarquista; también buscar nuevas posibilidades de vida, no solo en el terreno económico, pero dejando claro que la primera tarea es dotar a todos los miembros de la sociedad de las necesidades básicas y asegurar su participación en la gestión. Conciliar esta tarea, claramente socialista, a la que se añade la crítica permanente a la centralización y dominación política (al Estado), que siempre ha hecho el anarquismo, con la libre iniciativa de los individuos (otro factor primordial en el que siempre ha creído lo libertario) está dentro de ese libre curso de lo social. Pero la naturaleza del Estado no es solo económica (en el que ha perdido terreno en beneficio de un capitalismo reforzado de múltiples aristas) o política, es también moral. El Estado impone, de manera más o menos evidente, un modo de ser a los hombres en el que se obstaculizan las relaciones libres y predomina el servilismo, el arribismo o el autoritarismo. Este análisis libertario me parece que sigue siendo válido, aun teniendo en cuenta la complejidad de la era posmoderna potenciada por las nuevas tecnologías y los cuestionables nuevos medios de comunicación (precisamente, cuestionables, porque el análisis libertario es perfectamente aplicable a ellos).

jueves, 16 de julio de 2009

El arte de vivir del anarquismo

El anarquismo no es para mí sinónimo de anomia, la única norma que rechaza es la externa a la sociedad, la que mana del Estado (la ley jurídica, siendo necesario añadirle el apelativo para saber que alude al gobierno de una minoría). El anarquismo no es ausencia de norma ni de orden, por supuesto, confía en que seres humanos libres, en proceso constante de liberación, constituyan una sociedad libre. Pero ese proceso de liberación parte del individuo, estar en proceso de liberación es devenir libre, no abandonarse a los impulsos momentáneos ni a las pasiones desordenadas ni oponerse sin más a todo orden y a toda regla. El hombre o la mujer verdaderamente libres tienden a un desarrollo personal que implica ética, hedonismo (que no supone abandono absoluto a los placeres carnales y sí "equilibrio", bella palabra), constancia, búsqueda del conocimiento, trabajo (sí, trabajo, en sentido lato, sin connotaciones peyorativas ni forzadas), energía vital, huida del determinismo, confianza en un proyecto de vida que tiene a ampliar el horizonte todo lo que es humanamente posible, en libre armonía con otros seres humanos y en asentamiento constante de la autonomía personal. Este proyecto, estoy seguro, pueden firmarlo la inmensa mayoría de las personas, lo que hay que dilucidar es en qué punto es traicionado. En qué punto entra en juego la dominación, el dogmatismo, los miedos, el conservadurismo...; el abandono, en suma, o la traición en aras de una falsa tranquilidad existencial. Se dice que los anarquistas han buscado la liberación en todos los planos de la vida, de ahí su investigación constante, antidoctrinarismo y amplitud de miras infinitamente superior a cualquier otra teoría social (si es que al anarquismo podemos reducirlo a la condición de mera teoría). Bellamente expresado, los anarquistas desean un "arte de vivir", hacer de la vida terrenal un proyecto creativo en el que el aprendizaje no acabe nunca, las convenciones y las sendas marcadas sean puestos en duda y la coherencia entre medios y fines sea una autoimposición ética (en el terreno de la moral, no se puede jugar con las palabras). El anarquismo recoge una herencia (que puede estar en Stirner de manera más evidente, pero en la que han creido todos los anarquistas, incluso aquellos de mayor confianza en el colectivismo o comunismo) y es que cada ser humano es "único", a pesar de los elementos comunes que nos vinculan con toda la humanidad, cada personalidad posee su singularidad. Si la vida debe hacerse en sociedad, vivir con los demás, el grupo no puede nunca asfixiar al individuo en un estrecho camino impuesto por lo social (una suerte de nuevo determinismo social); la sociedad no puede ser nunca lo suficientemente perfecta para que esta tensión entre el individuo y el grupo no permanezca. No sé si la sociedad ha sido antes del invididuo (Bakunin) o viceversa, dudo cada vez más de las vanas especulaciones sobre la naturaleza humana, pero a lo que sí me opongo es a una suerte de contrato social que justifique la dominación política, en mayor o menor medida, y a todo suerte de condicionamiento apriorístico. De lo que sí estoy seguro es que un bello legado libertario el considerar la libertad como una conquista personal y social al mismo tiempo; supone ir a por todas sin que ningún determinismo, más que el personalmente decidido, lo impida. No me parece que haya ningún dogma que contradiga la idea de que el hombre se construye a sí mismo en un proceso de liberación (y de transformación) constante; que la sociedad puedea cambiar (a mejor, si trabajamos en ello) y que cualquier sistema socipolítico será algún día historia me parecen obviedades. La tensión entre individuo y sociedad no excluye a ninguno de los dos polos, el medio es muy influyente y la necesidad de comunicarse y trabajar con los demás es una necesidad primordial también para el desarrollo personal. Por muy independiente y creativo que sea el individuo, su inclusión en una determinada sociedad y las relaciones consecuentes constituyen condicionamientos importantes. La empatía, la tendencia a la armonización (con la permanencia de la singularidad), el compromiso ético, me parecen valores invididuales que deben ser también sociales. El progresivo desarrollo de la conciencia, también en lo colectivo, no es un factor desdeñable (desprendido de teorías excesivamente rígidas y mecanicistas, que dan base al conservadurismo para anular todo auténticio progresismo en lo social). Este gran proyecto anarquista, este llamado "arte de vivir" (personal, pero realizado también en lo social), no olvida los límites de lo posible aunque establezca una conexión con la llamada utopía (lo que todavía no se ha realizado, y no lo imposible de realizar). Libertad y moral son valores primordiales para el anarquismo, pero para nada convencionales ni con características inmutables, su horizonte es el de la perpetua realización con una serie de premisas evidentes, entre la que sobresale la de la no dominación en lo social, la del deseo de que cada individuo (cada "unico") construya su vida, y entienda su desarrollo personal, como así lo desee.

martes, 14 de julio de 2009

Los actos liberadores, expresión de la sociedad libertaria

Puede decirse que la filosofía anarquista, bien llamada "libertaria", recoge una larga evolución cultural y combativa, y continúa hasta sus últimas consecuencias la lógica de la libertad. Se considera que la libertad forma parte esencial del ser humano, por lo que la liberación no solo es posible sino lógica. Pero razonando así da la impresión de incurrir en una especie de fatalismo positivo, en un determinismo para el ser humano de índole natural. La cosa no es tan sencilla. Lo que nos distingue de otras especies es, precisamente, nuestras capacidad para moldear el medio ambiente, para trascender la "animalidad" (si puede llamarse así), para escapar de ese determinismo natural. La conciencia (frente al instinto), la posibilidad de sistematizar la experiencia de cara al futuro, la posibilidad de organizar nuestras conducta en el espacio y en el tiempo, son algunas características que nos definen como seres humanos. No sé si es totalmente posible escapar a cualquier determinismo (sí una posibilidad deseable, que empiece por anular los condicionantes naturales y sobrenaturales), pero la facultad de llenar cierto vacío gracias a la conciencia y a la consciencia, a la elección constante, nos define. Hay quien habla de autodeterminación (bella palabra, si hablamos de individuos, y no de identidades colectivas que ocultan las peores formas de dominación), en el que la persona aporta sus propios proyectos y creaciones. La filosofía libertaria, como todas las filosofías, nace de la reflexión, el razonamiento y la experiencia; en ella, los determinismos dejan paso a los proyectos humanos apoyados en la acción, y se edifica en torno a la libertad. Solo el aumento de conciencia y de libertad parecen definir un pensamiento libertario validado solo en la práctica de la vida cotidiana. El anarquismo no cree para nada en el relativismo (crítica pobre y recurrente de las ideas conservadoras), cree profundamente en el devenir, en la continua perfección de los valores más excelsos de la condición humana. Ese movimiento continuo, ese camino hacia la perfección (no alcanzada nunca), esa capacidad humana para construir sus valores (los cuales no hacen tabla rasa, y sí parten de la más noble tradición de lucha), ese esfuerzo constante de liberación, de apartar lo que no resulta ya válido, es lo que podemos llamar sin temor libertad. Como ya se ha dicho en múltiples ocasiones, pero no nos cansaremos de insistir, el anarquismo es una práctica de la liberación, en la que el acto libre constituye en la acto liberador. Podemos considerar que el medio es todavía lo suficientemente alienante, pero por muy represor que sea el ambiente el acto liberador es posible. Frente al determinismo social, excesivamente mecánico si lo aplicamos a la totalidad de la voluntad humana, en el que creían ciertos pensadores, me gusta pensar que la acción humana puede contener, en cualquier contexto, elementos liberadores. Esos actos, plenos de espontaneidad y de creatividad (factores en los que se puede confiar de manera conjugada) pueden contener instantes de la deseable sociedad libertaria. No obstante, no hay que desestimar, máxime en estos tiempos con su pobre y mezquina concepción del progreso, la capacidad para la desidia de la naturaleza humana, para esa inercia que le hace seguir el camino ya marcado. Los movimientos dialécticos entre desidia y creatividad, entre rutina y espontaneidad, entre evasión y reflexión, son unos de los grandes campos en los que debería trabajar el anarquismo. No es fácil encontrar la dinámica de un camino liberador, la experiencia de la libertad que anule toda inercia de servidumbre; tampoco lo es mantener la tensión, frente a un ambiente agresivo, para esa voluntad liberadora. Pero nadie dijo que las cosas fueran fáciles en la gran empresa de la liberación, tal vez llegados a cierto punto el retorno resulte ya imposible. La cuestión es si hemos empezado siquiera a caminar hacia esa meta, o preferimos aceptar una vida estrecha y sumisa.

domingo, 12 de julio de 2009

El deseo de rebelión

Puede decirse que la rebelión anárquica rechaza una concepción de la vida basada en el conservadurismo, el miedo, la estrechez, la mera supervivencia, los caminos ya transitados, y sí apuesta por un desarrollo de las fuerzas y por crearse su propio camino. La voluntad de vivir no puede verse bloqueada por determinadas condiciones materiales o espirituales, ello da lugar a esa rebelión, a una lucha que bien provoca la transformación o bien ve aplastada la propia vida. Hay quien dijo que la primera expresión de la anarquía es este choque de un impulso vital contra las estructuras que se oponen a su despliegue, contra toda autoridad o poder constituidos contrarios al desarrollo que llegará tras aquel impulso. La rebelión puede tener un sentido de desesperación, el cual desemboca a veces en una explosión de violencia (la cual nunca es buena ni soluciona nada por sí sola, en mi opinión, aunque hay que considerar la concentración de fuerzas que siempre realiza el poder político y los males de la jerarquización social), aunque no hay que negar que algunos anarquistas la han considerado frente a un orden inadmisible. Solo así puede entenderse la frase de Bakunin "La alegría de destruir es una alegría creadora", pero recomiendo enérgicamente, para la salud mental y para la preservación de la inteligencia, no tomar al pie de la letra lo que pudiera decir cualquier autor y sí tratar de profundizar en los motivos que llevaron a afirmar tal cosa. No creo en la trascendencia de ningún concepto, ni siquiera, o menos aún, hablando de la revolución o de la anarquía, por lo que apostar ciegamente por ello puede ser contrario a la rebelión libertaria. Frente a un poder aplastante y totalizador, puede ser una opción la búsqueda de un desorden que haga surgir de nuevo el deseo de libertad, pero solo como un desesperado recurso que impulse la vida popular y posibilite su desarrollo. No es necesario aclarar que el ideal anárquico nada tiene que ver con el desorden y el caos, y sí con la aspiración a un orden nuevo en el que la igualdad social sea un hecho y la libertad individual constituya un valor supremo que no se vea enfrentado con la organización colectiva. El poder político tiende a ser más sutil en los regímenes democratico-liberales, sin menospreciar otros modos de dominación que obstaculizan el desarrollo del pensamiento y de la conciencia, por lo que los motivos de la falta de proliferación de una rebelión anárquica son dignos de estudio (no vale ya el victimismo plañidero por una sociedad que no es la que nos gustaría, las quejas constantes que buscan motivos externos, la legitimación de medios ajenos al anarquismo). Creo, una creencia que pretende no ser ciega, en que en todo ser humano hay un deseo legítimo de rebelión y de deseo de una vida mejor para sí mismo y para los demás, pero despertar los mecanismos que despierten esa conciencia no parece tarea fácil (la propaganda honesta resulta una gota en el oceáno ante el maremágnum de información inconsistente). Esa ansiada rebelión sería la explosión de una energía vital comprimida, un primer movimiento que afirmará determinados valores. Albert Camus dijo que la conciencia nace con la rebelión, en la que el ser humano se da cuenta de que no puede ser cosificado, de que lo inhumano no es tolerable. Así, el rebelde no admite ya que sus posibilidades de desarrollo, de elección o de rechazo, su propia autodeterminación, se vea ya mermada o negada. Sería ya el inicio de una lucha en nombre de la integridad; una exigencia de libertad, la cual sería la tensión esencial de su ser. Camus consideró que esa rebelión puede ser en un principio confusa, pero acaba despertando un sentimiento común en todos los hombres, una razón de obrar sustentada en la solidaridad de los oprimidos. Es por eso que la rebelión, despertando a la conciencia de sí mismo y de los demás, afirmando la ruptura con lo instituido en nombre de valores humanos superiores, hace surgir una comunidad nueva en la que el opresor no tiene ya cabida por su falta de humanidad. Esta nueva sociedad puede y debe ser libertaria (aunque, obviamente, toda rebelión no desemboca en el anarquismo), ya que sería la única que no traiciona sus fuentes originarias y que no niega la posibilidad de un horizonte mejor. El anarquismo confía en esa rebelión que concluye que la existencia humana no tiene sentido sin la libertad, pero debe seguir contribuyendo a afirmar la realidad (social e individual, alimentadas mutuamente) en base a esa libertad. Es toda una filosofía práctica de vida: la libertad no es real si no está sustentada en el comportamiento y la acción cotidianos. Es la gran pregunta a hacer a las personas, si nuestra conciencia, la ausencia o no de rebelión, la imposibilidad de detectar los obstáculos que imposibilitan nuestro desarrollo, están condicionados o no por motivos externos, por nuevas formas de determinación sin mucho que ver con nuestro verdadero ser.

jueves, 9 de julio de 2009

Enésima alegoría sobre anarquismo

Esta imagen ha sido la portada del periódico anarquista Tierra y Libertad núm. 251, correspondiente a este mes de julio, que se imprime a dos tintas. El "mensaje" de esta nueva alegoría sobre el ideal libertario es, como resulta habitual en mi trabajo, bastante obvio y simplón: se renuncia a toda mística, a todo idealismo a priori, y se parte de la existencia, de las condiciones materiales, sin caer en ningún "vacío" ni "angustia" existenciales, para construir la esencia, el más alto ideal en el terreno sociopolítico; en ambos polos, se reivindica la "realidad" y se rechaza lo sobrenatural. La primera idea era incluir solo la planta (o un árbol, para ser exactos), pero luego pude contar con esa imagen, en la que se puede hacer la lectura de que es la mano del hombre la que lleva a cabo la empresa. Bien es verdad, que no me convencía representar al hombre (así, en abstracto, pareciendo que ha ocupado el lugar de la divinidad) dentro de una alegoría que pretendía ser más concreta. Pero, bueno, tampoco hay que rizar el rizo.
Cada vez que subo una imagen, lo siento enormemente por los amigos de Arcadia, los cuales me concedieron el privilegio de duplicar este blog en su sitio web; desgraciadamente, parece que la tecnología que posibilita tal cosa no permite reproducir las imágenes.

martes, 7 de julio de 2009

Reflexiones sobre lo que es, o no, "anarquismo" (con perdón)

Malatesta denunció en su tiempo la cantidad de individuos que se autodenominaban anarquistas sin serlo. El paso de los años, desgraciadamente, no le ha quitado razón, y el italiano definió de la siguiente manera la sociedad anarquista: organización libre, de abajo arriba, de lo simple a lo complejo, mediante el pacto libre y la federación de las asociaciones de producción y de consumo. Estas breves palabras, con toda la dificultad que requiera su construcción sociopolítica, deberían ser suscritas por cualquier anarquista: horizontalidad, descentralización, flexibilidad contractual, autogestión... forman parte de la tradición anarquista, una tradición que no puede ser pervertida por teorías que se llaman "anarquistas" y no luchan en todos los frentes contra la explotación, y el autoritarismo, en aras del desarrollo personal de cada persona. "Socialismo" y "anarquía" eran para el italiano términos equivalentes, y estoy con él si por socialismo entendemos el control colectivo de los medios de producción y la tendencia autogestionaria, tratando de respetar todo lo posible la soberanía individual (la posesión individual de bienes me parece indispensable para ello, la posesión de medios productivos puede estar en equidad con las necesidades de la sociedad; complejo el asunto, pero la lucha contra el absolutismo es otra seña de identidad del anarquismo). Se trata de dar un sentido libertario a la teoría política del socialismo, cualquier otra vertiente dentro del anarquismo puede hacer de tensión, pero no parece haber una respuesta económica y social verdaderamente libertaria que no incluya la autogestión; algunas ideas anarquistas se pierden en disquisiciones filosóficas (a las que no resto importancia, ya que me incluyo entre los amantes de la especulación y de la ampliación de horizontes). Malatesta denunciaba esas grandes diferencias que ocultaba la palabra "anarquista", y no se sorprendía de que un gran número de personas se mostrará sorda o recelosa ante la propaganda libertaria ante semejante confusión. Así estamos al día de hoy. Para profesar unas ideas es indispensable su pleno conocimiento (este mismo blog es para mí un continuo aprendizaje de un mundo que me fascina, pero del que doy en gran medida opiniones personales), si somos capaces de mostrar a los demás (hablo de conocimiento, no de proselitismo, término doctrinario que me parece cercano a la religión) que la vida puede y debe ser mucho más que una mediocre y mezquina concepción tanto del ocio como del trabajo (de la vida misma, en definitiva) es posible que estemos colaborando en esa construcción de la sociedad libertaria. Malatesta quería substituir en la sociedad la individualidad burguesa y la competencia por el amor y la cooperación; si bien un análisis de clase es posible (y las clases siguen existiendo, aunque no esté de moda decirlo, tal vez con mayores diferencias que hace un siglo), si la jerarquía puede se derrumbada en beneficio de esa cooperación, un concepto sentimental como el del amor me parece complicado de "instalar" de manera absoluta en la sociedad (un concepto que en no pocas ocasiones surge de una insuficiencia de la propia persona). Prefiero hablar de respeto y cooperación, de tratar de desarrollar los mecanismos sociales para que la cultura, los valores humanistas y el desarrollo de las personas no se vean mermados. Pero para explicar esa bonita sociedad posible, es necesario creerse las ideas y tratar de luchas con nuestras propias contradicciones (contradicciones que existen en bien de la salud mental, propias de las personas que tienen un bello ideal conjugado con el pragmatismo). No me gustan demasiado las etiquetas, tantas veces antesala de la estrechez, pero todo necesita una nomenclatura; "anarquismo" me resulta un nombre inmejorable y no hay que temer darle un sentido histórico y desterrar aquello que no forma parte de su tradición ni de su horizonte en el futuro. También estoy con Malatesta, en ese esfuerzo por concretar las ideas, cuando afirma que el anarquismo supone una moral superior. Naturalmente, los que afirman que el anarquismo es una suerte de nihilismo (aunque éste es un concepto que tampoco admite lecturas simples) no conocen en absoluto las ideas libertarias. Sin caer en el relativismo ni en ningún tipo de determinismo, el anarquismo admite lo moral de la naturaleza humana y la posibilidad de construir una sociedad en la cual se expanda esa tendencia, una especie de "moralización" de la sociedad. Pero la moral, como la razón, pueden encontrar un mayor horizonte en mi opinión para impedir su estancamiento (por la tradición) o su perversión (por la institucionalización). La fuerza individual, potenciada por ese afán moralizante (desprender a ciertos términos de connotaciones religiosas es otra gran tarea) y por una razón de mayor horizonte, puede entrar en equilibrio con la fuerza colectiva, suma de todas esas tendencias, pero sin anularse y apostando por la pluralidad, el entendimiento y el progreso. Opino, de nuevo con Malatesta, que la lucha contra el ambiente es una obligación del anarquista, una lucha en la que no entra justificar un bello ideal con medios indignos. Porque ese es otro objeto de debate, aquellos que ponen por encima de las personas el "idealismo" (concepto más bien místico, si lo desprendemos de la realidad) dando lugar, también, a cotidianos horrores.

domingo, 5 de julio de 2009

El rechazo a toda supuesta "armonía natural"

En la línea de Bakunin, y refutando todo individualismo, Malatesta pensaba que el ser humano no era independiente de la sociedad, sino su producto. Alejado de la sociedad, el hombre nunca hubiera podido salir de la esfera de la animalidad brutal y conseguir su pleno desarrollo. Rechazaba el italiano una supuesta ley natural, y aquí se aleja de algunos precedentes suyos en la ideas libertarias, en virtud de la cual pudiera establecerse automáticamente una armonía entre los hombres, sin ninguna necesidad de una acción consciente y querida. Esa armonía solo podría establecerse por la voluntad y la acción de los hombres, la naturaleza no puede ocuparse de lo que está bien o mal, por lo que la desaparición del Estado o de cualquier otro artificio sociopolítico no garantiza un sistema mejor. Cuando Malatesta argumentaba de esta manera, queria contestar a la visión individualista en el anarquismo, pero parece que su crítica va bastante más allá. Lo que se denomina "armonismo" no deja de ser una visión determinista (o, en palabras de él mismo, de "fatalismo optimista"), algo que fue propio de muchos anarquistas (no solo individualistas) y socialistas. Malatesta quería ver una influencia religiosa en esta creencia en una "ley natural", en pensar que una instancia superior o externa (llámese Dios o llámese Naturaleza) había creado y ordenado el mundo para bien de los hombres. Tampoco estaban exentos de culpa los economistas y liberales, los cuales mencionaban una armonía de intereses para legitimar los privilegios de la burguesía. En definitiva, no era amigo el italiano de caminos fáciles y de visiones simplistas, no deseaba una propaganda que sacrificara el rigor y la profundización para un mayor éxito y deseaba que el ser humano afrontara y resolviera las dificultades en vistas a una auténtica emancipación social (liberación que, en algunos casos, pudiera hacerse también venciendo ciertos males o desarmonías "naturales"). Malatesta negaba una finalidad en la naturaleza, al menos no una finalidad de índole humana (y mucho menos pensado en la benignidad), por lo que incluso el mal o el dolor pudieran ser vistos como parte de esa supuesta "armonía" natural. Es una visión que huye de todo determinismo, optimista o no, y de todo dogmatismo dentro de las ideas libertarias; son conocidas las discrepancias de Malatesta con Kropotkin y las críticas que hizo a su excesivo rigorismo científico (por muy impresionante que pueda ser la obra del ruso en este sentido). Era una confianza, como ya he dicho anteriormente, en la voluntad y creatividad del hombre; la naturaleza es arbitraria, pero la mano del hombre da lugar a las más bellas obras de manera consciente. En mi opinión, nos encontramos en Malatesta un paso más allá en el ideal libertario que surge de la modernidad; se trata de no substituir al déspota divino en nombre de otro espíritu trascendente (llámese ciencia, ley natural o razón) sino de destruirlo y permitirle al hombre construir su futuro. Toda suerte de providencialismo es obviamente rechazable para el anarquismo, y las acusaciones en ese sentido son meramente reduccionistas o distorsionadas. El pragmatismo, dentro de una visión enormemente amplia del anarquismo y de la pluralidad humana, y el amor por la libertad de Malatesta son admirables. Conflictos de intereses y de pasiones existirán siempre en las sociedades humanas, no es deseable ninguna uniformidad y sí admitir una variedad que sí forma parte de la naturaleza; la consecución de la equidad social será ya obra de la mano humana. Está claro que la visión de Malatesta era la de una sociedad organizada y cooperativa, que proveyera adecuadamente a cada uno de sus miembros. El trabajo productivo, o cualquier otra actividad humana, puede ser un placer, pero para ello es necesario organizarlo, incluso contando con la acción voluntaria de la mayor parte de las personas. El concepto de "economía planificada" está tremendamente desprestigiado debido a su fracaso en el socialismo de Estado, pero ello no implica que cualquier otra visión organizada de la producción sea imposible (hablamos de justicia, no tanto de eficacia). En cualquier caso, otra armonía natural es la fundada en el liberalismo del laissez faire (que también tiene en su base cierto espíritu trascendente, la famosa mano invisible de Adam Smith; aparte de ser, en el terreno también material una falacia, ya que el intervencionismo gubernamental juega a favor de los poderosos), que lo único que enmascara es la desigualdad y la explotación.

jueves, 2 de julio de 2009

El pragmático y lúcido Malatesta

Los amigos de la sistematización sitúan la evolución del anarquismo, del anarquismo moderno al menos, de la siguiente manera: Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Malatesta... Después de estos nombres, no todos coinciden, e incluso parece que antes hay discrepancias sobre la importancia o aportación de según qué autores. En cualquier caso, los tres primeros nombres antes mencionados son indiscutibles para los propios anarquistas y respecto a Malatesta, parece existir controversia sobre su aportación u originalidad de pensamiento, pero es un nombre fundamental como divulgador, en cualquier caso, y por su lucidez para matizar según que aspectos excesivamente rigidos en la filosofía de sus predecesores. La visión antidogmática del anarquismo es conocida; no obstante, y a pesar de la firmeza de las ideas de los primeros anarquistas, supongo que fue inevitable no verse impregnado del espíritu de la época y valorar ciertas tesis hasta extremos casi metafísicos: dialéctica, materialismo, cientificismo, positivismo... Malatesta vendrá a poner fin a la controversia, sosteniendo algo que actuará como antídoto frente al dogmatismo: se puede ser anarquista desde diferentes perspectivas filosóficas, y es más importante unirse a los que transitan el mismo camino, aunque digan tener otro destino, que hacerlo con los que se denominan anarquistas y toman rutas repugnantes al propio anarquismo. El pragmatismo del italiano le llevo a considerar que todas las vertientes anarquistas (mutualistas, comunistas, colectivistas, individualistas, y otras denominaciones) a veces eran interpretadas de manera que oscurecen y ocultan una fundamental identidad de aspiración; en cualquier caso, podían ser solo teorías que tratan de explicar y justificar conclusiones prácticas similares, el modo que se considera mejor para llevar a la praxis el ideal de libertad y solidaridad. Lo que caracteriza a los anarquistas, póngase el apelativo que se quiera, es la búsqueda más segura de garantizar la libertad, que en el aspecto económico sería la exposición del modo más adecuado de distribuir entre las personas los medios de producción y los productos del trabajo. Los aspectos filosóficos que pueden diferenciar a los diferentes teóricos anarquistas son para el pragmático Malatesta un aspecto secundario. Él mismo se declaraba "ignorante", no le gustaban las etiquetas y consideraba, de manera tal vez algo rígida (por lo que podemos considerarle muy influido por el materialismo) que las concepciones filosóficas tiene poco o ninguna influencia en la conducta. Según la visión de Malatesta, el anarquismo surge de la rebelión moral contra la injusticia (contra la desigualdad y la opresión); no hay quizá visión del anarquismo más simple y cristalina, y también irrefutable en mi opinión, que la del italiano cuando sostiene que el ideal libertario nace al descubrir el hombre que aquellos males los produce el mismo ser humano y son por tanto perfectamente erradicables por su mano.
Malatesta consideraba el núcleo básico del programa anarquista según los siguientes puntos:
1. Abolición de la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo.
2. Abolición del Estado y de toda desigualdad política.
3. Organización de la vida social a través de libres asociaciones y federaciones de productores y consumidores.
4. Garantía de vida y bienestar para los niños y quienes no puedan bastarse por sí mismos.
5. Educación científica y guerra a las supersticiones religiosas.
6. Reconstrucción de la familia, fundada en el simple amor, sin ligaduras legales ni religiosas.
Cuando se habla de "abolición del Estado", está claro lo que se quiere significar: abolición de toda organización política fundada en la autoridad y constitución de una sociedad de hombres libres e iguales, fundada sobre la armonía de los intereses y el concurso voluntario de todos, a fin de satisfacer las necesidades sociales. No obstante, en otros escritos, Malatesta matizó sobre la diferente concepción que suscita la palabra Estado, algunas susceptibles de inducir a error: "sociedad o colectividad humana reunida en un territorio determinado", "administración suprema de un país", "poder central", "condición", "modo de ser", etc. Malatesta pensaba en la propaganda negativa y en lo que pudieran entender las clases más humildes, por lo que consideraba más claro hablar de "abolición del gobierno". El italiano consideraba que el atribuir al concepto de "gobierno" o "Estado" cualidades como razón, justicia o equidad era producto de la tendencia metafísica a la abstracción del ser humano, y tomar como real el objeto abstraído. Pero el gobierno tiene un significado concreto: la colectividad de los gobernantes, aquellos que poseen la facultad, en grado más o menos elevado, de servirse de la fuerza colectiva de la sociedad (fuerza física, intelectual y económica) para obligar a todo el mundo a hacer lo que obedece a sus designios particulares. Esta era la definición para el pragmático Malatesta del principio de gobierno o de autoridad. En entradas posteriores, seguiré escribiendo sobre el italiano, sobre su visión del autoritarismo y sobre su alternativa libertaria.