martes, 27 de abril de 2010

La importancia de la cooperación en lo social

La tesis sostenida por Kropotkin, en su obra El apoyo mutuo (1902), ha ido cobrando crédito en el ámbito científico a lo largo del tiempo. La lucha por la existencia no sería de uno contra todos, sino de grupos de individuos contra el medio adverso, de tal manera que la cooperación se convierte en un factor determinante. No obstante, los modelos que se muestran cercanos a Kropotkin no niegan la existencia de tendencias competitivas o egoístas ni que puedan resultar ventajosas en algunas circunstancias. Caporael es una autora que se ha mostrado crítica con la visión sociobiológica del egoísmo individual (genético) como pilar de la evolución; frente a ello, propone una "hipótesis de la socialidad", según la cual los mecanismos afectivo-cognitivos que subyacen en algunas conductas humanas se vieron sujetos a evolución dentro de pequeños grupos interactivos. En esta visión, la cooperación y la lealtad al grupo, el respeto a unas normas o el miedo a la exclusión social favorecerían la explotación de un habitat, al realizarse en grupo de manera más eficaz que individualmente; de esta manera, se da predominancia al grupo y a los individuos mejor integrados en él, y la aptitud tendría que ver con mejores capacidades cognitivas y motivacionales adaptadas a la vida en grupo. Caporael no habla de un altruismo indiscriminado, dentro de esta sociabilidad, ya que los individuos también poseen un evidente componente de interés egoísta y se produce una especie de tensión permanente, solo resulta gracias al contexto social (tantas veces, con inclinaciones hacia la cooperación). Frans De Waal es un etólogo que aporta un modelo basado en el apego y en el sentimiento de pertenencia al grupo; según esta visión, los primates (incluyendo a los humanos) reprimirían la agresividad o el conflicto con el fin de proteger algo tan valioso como las relaciones dentro de la comunidad. Según De Waal, su modelo se aplica a individuos que tienen rasgos e intereses comunes, lo que facilitará la buenas relaciones y la ayuda mutua; el autor denuncia que es algo obviado en la tradición biológica, tan centrada en la competencia. Las aportaciones de estos dos autores son complementarias, ya que la cohesión del grupo se produce, tanto en el plano emocional (hablando de la identificación con el grupo, sostenida por Caporael), como en el plano cognitivo (en el caso del apego, en De Waal, que requiere reconocimiento de los congéneres como dignos de confianza). En ambos casos, hablamos de propuestas cercanas a Kropotkin.

En cualquier caso, no creo que nadie pueda contradecir ya que somos "animales sociales". Puede decirse que las demandas de la vida social han sido más determinantes en la evolución, incluso, que las exigencias del medio físico. Para la supervivencia, ha sido siempre necesario adaptarse a la vida coordinada en grupo. Por otra parte, parece también innegable la existencia de tendencias en la especie humana aparentemente contradictorias, tanto la búsqueda del interés personal, como la necesidad de pertenencia al grupo. Es un antagonismo, tal vez, solo aparente y, según los expertos, no quita nada de peso al argumento de que la inteligencia humana puede haberse desarrollado por imperativos sociales. Según esta idea, parece ser que bastante aceptada en la actualidad, el desarrollo del cerebro tendría su origen en la necesidad de controlar las interacciones sociales, de predecir el comportamiento de otros individuos dentro del grupo y de mantener la cohesión del mismo. Auténticos retos intelectuales. Por lo tanto, la vida en grupo pudo favorecer el incremento de la inteligencia; por otra parte, ese desarrollo condujo a que la vida social se hiciera más compleja y demandó una mayor habilidad para que el individuo se adaptara a ella. Frente a las numerosas controversias que puedan producirse todavía al día de hoy, parece claro que lo que evoluciona es la especie y no el individuo; la tendencia de esa especie se decantará por unas relacionas u otras, de dominación o de cooperación, pero siempre hablaremos de características extraindividuales. No se trata de ignorar al individuo en el plano científico, lo que sería reduccionista, pero sí hay que insistir en la importancia de las relaciones en el grupo como un factor de continuidad. Caporael propone cuatro niveles básicos de organización, que se han dado a lo largo de la evolución de la vida social humana y que siguen reproduciéndose en nuestra sociedad actual: el bebé, en las funciones llamada de microcoordinación, primero con los padres; luego, extendiéndose a más miembros de la familia, puede hablarse de coordinación, y la identidad social creada gracias a una red más numerosa de parientes y amigos en la que interactúa. El desarrollo humano, según Caporael, no supone una progresiva independencia; al contrario, se produce una ampliación del ámbito de interacción social con una paulatina interdependencia en la que se da una exigencia cada vez mayor de reciprocidad, habilidad social, memoria o juicios sociales.

Algo sobre lo que parece haber consenso entre los científicos es en la forma de vida de nuestros ancestros. Pocos pueblos en la actualidad son ya cazadores-recolectores, pero esa forma de vida, que se extendió durante dos millones de años, parece haber sido el sistema social en el que nuestra especie se ha desarrollado y que ha ido marcando las pautas de la evolución en los planos conductual y emocional. Los Bosquimanos del Desierto de Kalahari es uno de los pueblos más antiguos que se conocen, cuya forma de vida no ha cambiado apenas en diez mil años; son nómadas, ya que deben adaptarse a los desplazamientos de la caza y al agotamiento de los alimentos vegetales que recolectan, no dan muestras de territorialidad y los límites de las áreas que utilizan son flexibles, al igual que los del grupo. 25 es el número adecuado de miembros para aprovechar los recursos mediante la cooperación, e incluso la salida o entrada de miembros se emplea para resolver conflictos internos y para favorecer las relaciones con otros grupos. La de los Bosquimanos es una economía de subsistencia que hace que los individuos dependan unos de otros para sobrevivir; la cooperación, también entre ambos sexos, y el reparto son esenciales para el funcionamiento de la sociedad. La cohesión social se produce por relaciones de "parentesco", un término de significado más amplio que las meras relaciones de consanguineidad, ya que se consideran parientes tanto a los miembros del grupo como a los de otras bandas. Se trata de un pueblo caracterizado por su condición pacífica, con una forma de vida muy vinculada al medio, que evita el conflicto y la competencia. Así era hasta los años 70, en los que la administración colonial europea hizo que renunciara este pueblo a su independencia y a su forma de vida; se hicieron pastores o granjeros y pasaron a vivir en reservas, algo que provocó el aumento de su agresividad. Un caso que contrasta con el de los Bosquimanos es el de los indios Yanomamo, pobladores de la selva entre Venezuela y Brasil, y conocidos como "pueblo feroz". Su forma de vida es una mezcla de caza, recolección y agricultura, y hay quien lo señala como ejemplo de lo que pudo ocurrir hace diez mil años con la invención de la agricultura. Los indios Yanomamo viven en poblados fortificados con unas 200 personas, y manifiestan una abierta hostilidad tanto dentro del grupo como, sobre todo, hacia fuera. Dentro de los conflictos, resulta importante la relación de parentesco biológica y determinante en el caso de la creación de formas de poder. En la diferencia entre ambos pueblos, los Bosquimanos y los Yanomamo, parece evidente que el incremento de la agresividad se vincula al hecho de tener algo que defender; la existencia de conflictos bélicos lleva a una dinámica de aumento de los miembros de los grupos, para tener mayor potencial que los rivales, lo que lleva también a conflictos en el seno del mismo grupo. En cualquier caso, a pesar de ser pueblos antagónicos, la cooperación es una característica importante que comparten, algo que puede considerarse inherente a la sociabilidad humana.

Nada más lejos de mi intención, con estos ejemplos, que señalar la existencia de una supuesta "edad de oro" de la humanidad, ni pedir una especie de retorno a ella como parece ser que desean algunos (algo, me parece, no solo no deseable, también imposible). Creo que el estudio de la evolución, dentro de las diferentes disciplinas, puede ayudarnos a desterrar de una vez todo componente místico de nuestra existencia y a esclarecer el hecho de que somos animales sociales y estamos "determinados" a entendernos y a cooperar con nuestros semejantes. Estudiar las complejidades del ser humano y de la sociedad, tan unidas unas a otras, los factores que nos empujan más al conflicto que al entendimiento y la cooperación, puede estar en el camino de la emancipación. Por otra parte, ya en un terreno más filosófico, abandonar una concepción del progreso dogmática y falaz, vinculada a un desarrollo técnico y científico cuestionable (lo que no supone negar el avance técnico y científico), más alienador que liberador, puede suponer también darle un empujoncito a ese desarrollo intelectual tan vinculado a los social.

domingo, 25 de abril de 2010

La conquista del bienestar

Kropotkin se preguntaba con qué derecho se apropiaban unos pocos de los descubrimientos que ayudaban al progreso de la humanidad, al aumento de la riqueza, si ello era fruto del conjunto del "trabajo manual y cerebral pasado y presente". "Ciencia e industria, saber y aplicación, descubrimiento y realización práctica que conduce a nuevas invenciones, trabajo cerebral y trabajo manual, ideal y labor de los brazos; todo se enlaza". Por otra parte, y como resultado de esa acaparación de la riqueza en pocas manos, está claro que el progreso técnico no va necesariamente unido al progreso social. El lucro, más de un siglo después, sigue siendo el principal motor de la vida. El cultivo de las ciencias y de las artes, del conocimiento, no solo no ayudan a que el hombre logre su emancipación, sino que aparecen subordinadas a un sistema socioeconómico y político que mantiene la explotación como principal premisa. La participación en la riqueza, en los medios de producción en suma, aparecen como primordial para lograr un sistema justo en su raíz. Aunque aparezcan como palabras antiguas, y por muy complicada que resulte su aplicación al día de hoy, el anarquismo no puede nunca de dejar de pensar en una sociedad en la que se asegure a sus miembros, desde su mismo nacimiento, el máximo bienestar. Todo lo demás no será más que retórica vacía o hipocresía. La concepción del progreso que desean que abracemos no puede estar sustentada en la explotación y en la falacia; siendo así, las aspiraciones de mejora de gran parte de la población solo serán recoger las migajas de los poderosos a los que se ven subordinados. Kropotkin aludía ya en su tiempo a una industria que demandaba su desarrollo a costa de la ruina de otros, a la necesidad de la explotación de los trabajadores del campo (hoy, hablaríamos, sobre todo, de los países del tercer mundo). La solución no pasaba por un ecuánime reparto de beneficios, si ello se realizaba a costa de la explotación de otros. Incluso los que defienden el capitalismo, no pueden negar esta necesidad de explotación como característica básica. Si la virtud no es principal premisa en la actividad económica y política, no puede luego extrañarnos que vivamos una época en la que la escasez de valores es uno de los principales problemas.

Las personas desean, sobre todo, trabajar como seguro económico básico en sus vidas. Pero poco espacio queda para la demanda de una existencia en que no sea necesario vender tu fuerza de trabajo. Quien hable de posibilidad de elección en su vida, tendría que tener muy en cuenta esta reflexión. Estoy de acuerdo en la moral del esfuerzo, en la libre iniciativa, y en todo ello, pero, al margen de que ello resulte una falacia en la práctica actual (no hay cabida para que todos accedan al reparto de los medios), las personas más honestas y emprendedoras que conozco se niegan a participar en una actividad explotadora. Esa petición de esfuerzo y de iniciativa solo puede estar insertada en un sistema justo en su base, y para ello resulta clave que predomine la cooperación y la ayuda mutua frente a la sacrosanta competencia. El anarquismo, a diferencia del liberalismo, desea la abolición del Estado con el deseo del fin de la explotación y de la división de clases. Al margen de disquisiciones casi filósoficas sobre la condición humana, que por otra parte pueden resultar atractivas y a veces esclarecedoras, el espontaneísmo anarquista se ve completado, y a salvo de todo desarrollo que desemboque en el "sálvese quien pueda", con una organización política y económica que va más allá de un mero reparto de la riqueza. Esa organización solo puede tener la forma, en una sociedad sin Estado, de unidades mínima autogestionadas en los que los acuerdos libres toman el lugar de la ley jurídica. Kropotkin es un pensador fundamental en la historia del anarquismo y, por muy críticos que podamos ser con este autor incluso desde una perspectiva libertaria, señaló algo en lo que deberíamos insistir como premisa básica: "Se habla mucho de cuestiones políticas y se olvida la cuestión del pan". Por mucho que se hable de democracia y derechos políticos, de poco sirve todo ello a quien sufre necesidades básicas. Esa es la principal falacia e hipocresía del mundo en el que vivimos a comienzos del siglo XXI, tal vez con mayor desesperanza al abandonarse en gran medida las filosofías sociales que tan atractivas resultaban en tiempos de Kropotkin. En cualquier caso, y parafraseando de nuevo al autor de La conquista del pan, no podemos dejar que nos llamen "utopistas" por desear que el conjunto de una sociedad tenga cubiertas sus necesidades primordiales.

Por lo tanto, para Kropotkin, la parte primera de la política debe ocuparse de la cuestión económica. Ésta ciencia, es definida como la que se ocupa de las necesidades de la humanidad y de los medios económicos que las satisfacen. Del mismo modo, la desigualdad se ve potenciada también por la existencia de un monopolio en la educación, por la existencia de una clase privilegiada que ve cubiertas sus necesidades desde su primera existencia. Son una serie de factores interrelacionados para que una clase vea determinado su tiempo por la necesidad de vender su fuerza de trabajo, mientras otra ve caracterizada su vida por el bienestar y el desarrollo de todo tipo. Aunque luego existan muchos otros factores en juego que llevan a una u otra clase al envilecimiento o a la virtud, ésta es la situación de la que se parte en una sociedad desigual. Si existe una base en la que todos, verdaderamente, tengan las mismas posibilidades, luego pueden irse atendiendo los diversos problemas que se producen en la vida y en la organización social y económica. Un mismo punto de partida no implica una sociedad uniformada, y sí puede ser garante de una pluralidad social en la que puede ir viéndose quien posee mayores aptitudes para según qué labores. Por otra parte, me parece importante esta moralización también de lo social, como influencia al comportamiento individual; verse inmerso en un sistema justo puede ayudar a evitar conflictos o a mitigarlos. No soy ducho en cuestiones económicas, pero tal vez es una de las grandes premisas con las que cuenta el statu quo, la imposibilidad de gran parte de las personas para acceder a ese campo (o, tal vez, presentarse como si fuera algo complicado de entender). En cualquier caso, al margen de cuáles sean los conocimientos de cada uno, sobre la ciencia que fuere, ello no supone que deba dejarse a un lado la demanda de una serie de derechos (o, mejor dicho, en un lenguaje libertario de "hechos" en la práctica). Sea cual fuere la concepción de la sociedad libertaria que deseemos, en ninguna de ellas pueden tener cabida las estructuras desigualitarias inherentes al capitalismo. Es por eso que hablar de revolución se antoja anacrónico a estas alturas, pero el gran interrogante es cómo no adoptar una perspectiva transformadora si cualquier otra actitud supone mantener e incluso potenciar un sistema injusto de raíz. No soy ningún visionario que solo observe esa perspectiva como un horizonte futuro que traerá el bienestar para todos; pienso sinceramente que ello se construye desde el día a día y con las posibilidades que estén a nuestro alcance. Por otra parte, y al margen de que un sistema basado en la explotación económica y en la dominación política (del nivel que fueren) es un hecho, sí pienso que no debe confiarse excesivamente en ninguna abstracción sin atender ese sentimiento y acción cotidianos. Me explico, y por muy complicado que se presente, no tenemos que vernos determinados ni por un sociedad que no es la que nos gustaría en su mayor parte (pero en la que siempre podemos influir) ni por ninguna suerte de idealismo como consecuencia de ese fatalismo.

martes, 20 de abril de 2010

Anarquismo metodológico

Todos acabamos conociendo personas a los que, parece, les ha ido bien con según qué "terapias alternativas" y yo, que soy polemista por naturaleza, repito una y otra vez mis argumentos sobre estas medicinas, supuestamente sin base científica, y sobre las posibles causas de que tengan algún éxito. Primero, y una vez más, quiero dejar claro que aquí la expresión, la actitud y la conducta de cada uno son libres, que no se enfade nadie (y lo digo porque este tipo de debates suscitan todo tipo de reacciones, no siempre las adecuadas) y lo principal es que se pueda discutir abiertamente sobre cualquier cosa. Mis tópicos sobre la falta de legitimidad científica, sobre la sugestión, los efectos placebo y la mezcla de disciplinas en las terapias (en las que la cuestión "espiritual" y la fe del paciente, me da la impresión de que no carecen de importancia en algunos casos) se enfrentan a las acusaciones, que también son "lugares comunes", de dogmatismo y cerrazón, falta de apertura a otras culturas y excesiva occidentalización. Son acusaciones que yo me niego a aceptar, por supuesto, ya que el eclecticismo me parece primordial, y ahí deberíamos estar todos de acuerdo. En cualquier caso, y seguramente, mi predisposición contraria a según qué cosas, valga este reconocimiento como una sincera autocríticca, resulte bien poco libertaria. "Anarquismo" es el único "ismo" que me gusta aceptar como premisa, pero en mi actitud vital se acaban colando un profundo escepticismo y un cierto racionalismo (nada trasnochado, espero). Dar mayor horizonte a la razón es, necesariamente, oponerse a ese monstruo llamado "razón científica", germen de un nuevo autoritarismo, aunque también, y en mi opinión, mantenerse a salvo del relativismo o de nuevas formas de dominación (aunque se presenten como benévolas o "no agresivas"). En fin, es un terreno difuso en el que existen numerosos factores en juego y no pocos problemas y limitaciones del ser humano. Lo principal es que no se me enfaden los amigos que practican algunas terapia de las llamadas alternativas, esto es solo un encendido debate y nadie tiene que sentirse insultado (yo no lo hago cuando me acusan de poco menos que defender el sistema establecido).

Como decía, la gran autocrítica es que mi actitud resulte poco anarquista en algunas ocasiones. El oscurantismo de algunas etapas de la humanidad condujo a que se llegara a confiar en la ciencia acabando por convertirse en un nuevo dogma, seguramente incomprensible para la mayor parte de los mortales que confían en ella de manera casi ciega. Los científicos llegarían a convertirse en una nueva clase mediadora y privilegiada, con el mismo estatus que tuvieron en el pasado los chamanes, brujos y sacerdotes (aunque, todos estos sigan dando guerra y aboguemos por su definitiva desaparición). Insisto, toda esta crítica a la ciencia no quita que considere necesaria la divulgación del conocimiento y, en consecuencia, porque las personas se muestren mejor armadas para tomar decisiones en sus vidas. Cuando yo hablo de "legitimidad científica" me meto tal vez en un frondoso jardín del que ni yo mismo vislumbro la salida (no obstante, hay que seguir insistiendo en cuestiones como la experimentación o la formulación a la hora de hablar de "ciencia"). Al hombre vulgar, categoría en la que me incluyo, se nos escapa en gran medida esa cosita denominada "campo científico", más bien administrado y hegemonizado por privilegiadas personas e instituciones. ¿Esta verdaderamente la ciencia al servicio de la humanidad?, ¿perpetúa, por el contrario, las relaciones de poder? No hace falta responder, si volvemos la vista sobre el pasado siglo y los horrores cometidos, en nombre de verdades con mayúsculas, con la ayuda de una razón científica carente de ética. Fue Marcuse el que dijo: "La racionalidad técnica y científica y la manipulación están soldadas en nuevas formas de control social".

El creador del anarquismo epistemológico sería Feyerabend, el gran subversivo que acusó a sus colegas científicos de enmascarar su inseguridad en la defensa del sistema establecido. Sería el comienzo de una nueva metodología científica no sujeta a dogmas ni a fronteras. No era posible ya afirmar la idea de un sistema fijo ni de una racionalidad fija, sinónimos de la ingenuidad del hombre, por lo que solo es posible un pluralismo metodológico. Diferentes visiones y actitudes que lleven a juicios y métodos de acercamiento donde, únicamente, pueda defenderse un principio bajo cualquier circunstancia. El enfrentamiento de teorías contradictorias, la heterodoxia, la no subordinación a principios establecidos, incluso el acudir a teorías aparentemente desfasadas o desechadas por falta de base, todo ello se pone al servicio de una búsqueda de sistemas conceptuales que se enfrenten con los datos experimentales aceptados y proponer, incluso, nuevas formas de percepción del mundo. Incluido el misticismo, del que echo pestes tan a menudo, puede ayudar a la, aparentemente tan antagónica, "cauta y paciente investigación científica" (parece ser que opinó Bertrand Russell esto, al respecto). Por lo tanto, con Feyerabend llegaría la ausencia de reglas o principios firmes en la investigación científica, la aceptación de la diversidad y la búsqueda de la unidad solo por medio de la comparación de ideas antagónicas. Todo ello era puesto al servicio del avance del conocimiento y del desarrollo de nuestra propia individualidad. La ciencia, vista de este modo, solo puede ser vista como opositor a formas de pensamiento dogmáticas y a ideologías heredadas con fines autoritarios, pero nunca convertida en una nueva religión ni enseñada a las personas como dogmas de fe.

El mismo Feyerabend, en el prólogo de su obra Contra el método, cita a Bakunin: "Que la gente se emancipe por sí misma, y que se instruyan a sí mismo por su propia voluntad". Hablando de la ciencia, para lograr el tacto necesario podemos hablar de participación directa, lo cual viene a significar cosas distintas para los diferentes individuos. Si tal participación resultase imposible o no fuera deseable, continúa Feyerabend, ese tacto puede desarrollarse partiendo del estudio de los pasados episodios de la historia en cuestión. Lo que se busca es que los factores más contradictorios sean puestos en juego, ya que resulta imposible determinar en abstracto, sin tener en cuenta las idisioncrasias de cada persona y de la circunstancia, qué es lo llevó al progreso en el pasado ni qué tendrá éxito en el futuro. Lo que Feyerabend desea es que la educación científica no se produzca de manera aislada, que no se la desprenda de una actitud humanitaria. Leyendo a este hombre, dan ganas de abandonar toda tentativa "idealista", ya que un ideal de racionalidad solo puede encontrar su expresión en reglas ciertas e infalibles o bien mediante estándares que diferencian entre lo correcto o racional o razonable u "objetivo de lo que es incorrecto o irracional o irrazonable o "subjetivo". El hombre libre de Feyerabend solo puede abandonar los estándares y confiar por entero en las teorias del error, basadas en la experiencia y en la práctica y sin ninguna pretensión de ser universales. Así, se obtienen puntos de vista particulares y restringidos, visiones diferentes, temperamentos y actitudes diferentes que darán lugar a juicios y métodos de acercamiento diferentes. Es la epistemología anarquista, preferible según este autor para mejorar el conocimiento o entender la historia, más apropiada como metodología para un "hombre libre".
En los acalorados debates con los amigos que practican terapias alternativas, no reconocidas por una ciencia digamos ortodoxa, nada más lejos de mi intención que fortalecer mis argumentos con "verdades universales". Todo lo contrario, el enemigo es el absolutismo, y mi máximo temor es el germen del mismo que parecen contener multitud de doctrinas. Creo que ahí encontramos un terreno común y es donde hay que seguir potenciando los campos del conocimiento y de la práctica. Al fin y al cabo, el anarquismo, o la rama libertaria del socialismo, ha sido un movimiento por la subjetividad, frente a toda objetividad (relacionada, aquí, con el dominio).

domingo, 18 de abril de 2010

La fuerza moral y espiritual del anarquismo

Herbert Read habla de sistema equitativo, más que de un sistema legal, y al igual que éste demanda un arbitrio que no implique dominación. La administración en una sociedad anarquista dejará a un lado todo prejuicio legal y económico y recurrirá a los principios universales de la razón, determinados por la filosofía o el sentido común. Read apela a cierto idealismo en la gestión de la sociedad, rechaza un materialismo enconsertado en el que los hechos deban ajustarse a una teoría preconcebida. Ese idealismo demanda algo parecido a una religión, sin la cual considera Read que una sociedad no se mantiene demasiado tiempo. Las connotaciones negativas que implica el término "religión", con su demanda de subordinación al ser humano y su dogmatismo, no deben hacernos desestimar lo que este autor quiere decirnos. Por supuesto, el fenómeno de las religiones es analizable científicamente, es posible conocer su evolución y otorgarla una explicación, pero es importante igualmente darla a conocer como "actividad humana sensible". Read considera que si no se otorga una nueva "religión" a la sociedad revertirá inevitablemente hacia creencias antiguas, tal y como ocurrió en el socialismo implantado en Rusia. Además de la readmisión de la Iglesia Ortodoxa, el comunismo dio lugar también a cierta salida para las emociones religiosas: deificación del líder político, con su tumba sagrada, sus estatuas y sus leyendas. El nazismo introdujo un nuevo credo basado en el sincretismo y el fascismo italiano nunca se desvinculó de la Iglesia Católica. Read considera que es posible que de las ruinas del capitalismo pueda aparecer una religión nueva, tal y como el cristianismo surgió de las ruinas de la civilización romana, sin que vaya a ser el socialismo tal y como lo entendieron los materialistas seudohistoricistas.

Jung habló de "arquetipos del inconsciente colectivo", consistentes en complejos factores sicológicos que dan cohesión a una sociedad, y Read apela en esa linea a una religión que implique una "autoridad natural" de gran vitalidad que actúe como árbitro, sin que acabe conviertiéndose en etapas posteriores en un nuevo "opio del pueblo". Hay que entender bien a Read, desprovistos de prejuicios ideológicos, ya que no pide la restauración de ninguna religión ni cree en ninguna en concreto, simplemente piensa que la religión es un componente necesario en cualquier sociedad orgánica. Por otra parte, demanda un mayor desenvolvimiento espiritual que puede aportar el anarquismo, el cual no se muestra exento de cierta "tensión mística" y puede ocupar el lugar de una nueva religión. Si observamos la religión únicamente como un fenómeno histórico a "abolir", si tenemos en cuenta todos los factores que mantienen al ser humano arrodillado y sujeto a cierta voluntad trascendente, se nos hace obviamente rechazable desde nuestra perspectiva libertaria; pero no hay que olvidar que el anarquismo, no solo pretende la transformación de la sociedad en un sistema más equitativo, demanda una moral y un espíritu infinitamente más poderosos que todas las creencias basadas en un plano trascendente y en una voluntad superior. Hay radica tal vez lo que Read pide con un "mayor desenvolvimiento espiritual", al igual que pedimos una mayor horizonte para la razón lo demandamos también para la moral y la acción humanas.

Lo que desea Read es asentar una comunidad socialista que respete las leyes de progresión orgánica, y por lo tanto capaz de perdurar en el tiempo. Para ello, dentro de la visión anarquista, solo es posible que la industria, en manos de los trabajadores y lejos de cualquier centralización que la mantenga estática, se constituya en el seno de una federación de organizaciones colectivas que se gobiernen a sí mismas. Read hablaba de la posibilidad de una parlamento industrial, una especie de cuerpo diplomático regulador de las relaciones entre las diversas colectividades y organo decisor sobre cuestiones generales, pero sin llegar a ser un cuerpo legislativo o ejecutivo ni tener situaciones privilegiadas. La meta sería la desaparición entre el antagonismo entre productor y consumidor, propio del sistema capitalista, y la expansión del principio de solidaridad y de la ayuda mutua para crear estructuras en consonancia con ellas, en detrimento de las basadas estrictamente en la competencia. En estas ideas radica la simplicidad que pide Read, opuesta al monstruo estatal centralizado con sus numerosos conflictos producidos por el abismo abierto entre el productor y el administrador. Dentro de una economía descentralizada, a nivel local o regional, puede darse de manera más eficaz el bienestar de la comunidad basándose en la asociación y en la ayuda mutua. Read quería asegurar el espíritu emprendedor, fundado en esa búsqueda de máximo beneficio para la sociedad.

El problema de la interpretación de la equidad, recordaremos que Read prefería esta denominación a "administración de la justicia", quedará en manos de las organizaciones colectivas. Las tendencias peligrosas de ciertos individuos bien pueden ser sublimadas gracias a determinadas vías de escape inofensivas para las energías emocionales; Read habla del deporte en el que se pueden insertar esos instintos agresivos y tendencias competitivas de algunas personas para ser liberados de manera no dañina. El observar la sociedad como un ser orgánico, como una estructura viva con sus apetitos, instintos, pasión, inteligencia y razón, hace que el crimen sea un mal extirpable. Indagando en la génesis del crimen, como enfermedad social que nace en la pobreza, la desigualdad y las limitaciones emocionales de todo tipo, puede creerse verdaderamente que una sociedad puede ser liberada de esa enfermedad. Toda alternativa a esta visión, netamente anarquista, resulta en adaptar el mundo y la sociedad a alguna suerte de orden artificial producto de una voluntad autoritaria.

Pero, al margen de las exposiciones de Kropotkin, o de autores posteriores, que podrían actuar de guía, Read no desea enconsertar la organización de la sociedad. Sí cree que hay que volcar los esfuerzos en establecer los principios de equidad, de libertad individual y de autogestión, por parte de los productores, a partir de las necesidades y circunstancias locales. Para ello, puede hablarse de acción revolucionaria, aunque se recuerda a Stirner y a Albert Camus en la distinción entre revolución y rebeldía; es la diferencia entre un movimiento que apunta a un mero cambio de instituciones políticas y aquel dirigido contra el Estado que pretende acabar por completo con toda institución jerárquica. El gran arma de la clase trabajadora es la huelga, algo que Read consideraba que no se había empleado estratégicamente a fondo ni con la suficiente valentía, era necesario emplearla contra el Estado (fuerza antagónica de la sociedad). Para Read, pasaba por esta vía acabar con toda tiranía. El sentido de la justicia reclamado era incompatible con el sistema que imperaba ya en Europa y Estados Unidos a mediados del siglo XX y que había hecho ya que la iniquidad se instalara en el mismo desarrollo del capitalismo, por lo que Read deseaba una rebeldía espontánea y universal capaz de atraer lo mejor del hombre, de expandir la razón y la ayuda mutua. Décadas después, y lejos de cualquier tentación visionaria, es incluso más importante insistir en estos valores imperecederos del anarquismo.

sábado, 17 de abril de 2010

La medida del progreso

A mediados del siglo pasado, Herbert Read decía ya "la actitud política característica de nuestros días no es de fe positiva, sino de desesperanza". En ese momento, ya pocos confiaban en el marxismo como una alternativa al capitalismo y toda filosofía social del pasado era vista con recelo. La única práctica del socialismo que parecía haber triunfado no había liberado al hombre de la explotación, las desigualdades sociales continuaban teniendo una causa económica en todas las naciones, sea cual fuera el régimen estatista que imperase. Un mundo nuevo solo puede tener cabida si se da predominancia a los valores de libertad e igualdad frente al lucro, la competencia, el poder técnico o el nacionalismo. El anarquismo es la única filosofía social y política que, en ese aspecto, se mantiene firme a través de los tiempos. Lo que Herbert Read sostenía, en la línea de lo que diría tiempo después Colin Ward, es que multitud de personas en todo el mundo practicaban ya, consciente o inconscientemente, esos valores y solo era necesaria cierta sistematización del ideal ácrata de cara a ser comprendido por el hombre común.

La gran pregunta sigue siendo cuál es la medida del progreso humano, sin que tenga que cuestionarse necesariamente de raíz si estamos o no, al día de hoy, en ese línea de perfeccionamiento. Read destaca que en las formas sociales más primitivas el individuo es solo una unidad, el grupo actúa como un cuerpo único, mientras que en las más perfeccionadas es una personalidad independiente dispuesta a unirse a los demás cuando fuere necesario defender intereses comunes. Así, se establece una medida del progreso por el grado de diferenciación dentro de una sociedad: si el individuo no es más que una unidad en un cuerpo colectivo, se verá limitado y su vida será gris y mecánica; si, por el contrario, es en sí mismo una unidad y posee cierto margen para desarrollarse y expresarse podrá potenciar su conciencia y vitalidad. Es una distinción, si se quiere, muy elemental, pero está demasiado presente, todavía al día de hoy, en la división de los seres humanos. Existen ciertas predisposiciones para que muchosl individuos se refugien y busquen seguridad en el anonimato del rebaño y en la rutina, sin que parezcan tener ambiciones más allá de obedecer y subordinarse ante alguna autoridad; mientras que los hombres que sí poseen la capacidad para desarrollarse acaban siendo los mandatarios de esos hombres incapaces. Herbert Read coloca su medida del verdadero progreso, e incluso puede decirse que un nivel de existencia superior, en la emancipación del esclavo y en la diferenciación de la personalidad. Así lo expresó: "El progreso se mide por la riqueza e intensidad de la experiencia, por una más amplia y profunda comprensión del significado y perspectiva de la existencia humana". Dejemos a un lado la riqueza militar o los éxitos militares de una civilización o de una cultura, su progreso se medirá por los valores y por la creatividad de sus individuos representativos (filósofos, poetas, artistas...).

Por lo tanto, se puede considerar al grupo como un instrumento auxilar en la evolución, un medio para la seguridad y el bienestar económico, incluso puede considerársele esencial para una civilización. Pero el paso siguiente en la evolución sería esa diferenciación del individuo, de tal manera que va alcanzando su auténtica emancipación y no resulta ya la antítesis de la colectividad. Estamos ante una visión anarquista que considera que el desarrollo de la personalidad solo se inserta en las adecuadas condiciones sociales y económicas. A pesar de sus defectos, la antigua civilización griega o el Renacimiento europeo constituyen ejemplos históricos de ese despertar de la conciencia sobre los valores de la libertad y la pluralidad. En una civilización en la que se asegure el progreso y se cultiven los valores no hay diferenciación ya entre sus conquistas y las de los individuos que la componen. Son malos tiempos para hablar de la noción de "progreso", pero leyendo a autores como Herbert Read, que sostiene que los credos y las castas deben formar ya parte del pasado, nos damos cuenta de los errores de la modernidad y de las falacias de la posmodernidad.

Precisamente, Read recuerda a Nietzsche, autor tan mencionado por los filósofos posmodernos, como el primero que llamó la atención sobre el significado del individuo como una medida dentro del proceso evolutivo. La relación entre individuo y grupo es el origen de todas las complejidades de la existencia, por lo que Read reclama indagar y simplificar para desenredar la madeja a la que se ha dado lugar. Incluso, esa correspondencia entre la persona y la colectividad son el origen de la conciencia y de la moral, visión a la que ayudan las diferentes disciplinas científicas y que solo encuentra oposición en la religión. Si la religión y la política fueron intentos históricos originarios de determinar la conducta del grupo, sabemos que el proceso siguiente supone que un individuo o una clase se hagan con el poder de las instituciones políticas y religiosas para volverlas contra la sociedad (aunque, en origen los propósitos fueran otros). En este proceso, el individuo acaba viendo primero deformados sus instintos y luego finalmente inhibidos gracias a un rígido código social, la vida se convierte en convención, conformismo y disciplina. Pero Read hace una importante distinción entre esa disciplina impuesta y una actitud vital que tenga su origen en la libre iniciativa y en la libre asociación; son dos cualidades que solo pueden verdaderamente desarrollarse a nivel individual y sin instancia coercitiva que imponga un comportamiento mecánico.

De esa manera, se reclama una "ley inherente a la vida", que no sería arbitraria tal y como sostuvo Nietzsche, y sí garante de la equidad, de la armonía estructural y de la funcionalidad. Read criticaba como paradójica la definición del diccionario inglés sobre la bella palabra "equidad": "recurso a principios de justicia para corregir o completar la ley". Dicho uso del término no distingue entre el derecho consuetudinario o jurídico, los cuales no coinciden necesariamente con una ley natural o justa. En cambio, si acudimos al diccionario de la lengua española (y que me perdonen los amigos que me critican por esto, solo lo hago como un punto de partida regulador, con todos los ánimos críticos), encontramos varias acepciones entre las que se encuentran las siguientes: "Bondadosa templanza habitual (continúa, hablando de oposición a la Ley)", "Justicia natural, por oposición a la letra de la ley positiva". En la jurisprudencia romana, se puso por primera vez de manifiesto el principio de equidad; se derivó, por analogía, del significado físico de la palabra y se basaba en la estricta observación de las instituciones existentes con el fin de que se asemejaran a ese estado hipotético de la naturaleza basado en el orden simétrico tanto físico como moral. Read distingue entre la leyes naturales, que bien pueden recibir también el nombre de leyes del universo físico, y el "estado prístino de la naturaleza" de la teoría rousseauniana, más sentimental que otra cosa al añorar un pasado ideal y desdeñar el mundo real (algo opuesto a la visión romana).

Read, sin defender obviamente relación alguna con el derecho romano, sí afirma que el anarquismo tiene su origen en la ley natural (y no en el estado natural). No se trata de sostener la bonhomía de la naturaleza humana, sino de tomar como modelo la simplicidad y armonía de las leyes físicas universales. Se remite a Rudolf Rocker, y a su obra Nacionalismo y cultura, para confirmar la divergencia, también en este aspecto, del anarquismo con el socialismo estatista: "El socialismo moderno tiende a establecer un vasto sistema de derecho positivo contra el cual ya no exista una instancia de equidad. El objeto del anarquismo, por otro lado, es extender el principio de equidad hasta que reemplace totalmente el derecho positivo". En la misma línea, Bakunin ya rechazaba todo sentido de la justicia basado en la jurisprudencia romana, en gran medida fundada en actos de violencia y bendecida por algún tipo de Iglesia para transformarse en principio absoluto; reivindicaba, por el contrario, una justicia fundada en la conciencia de la humanidad, en la conciencia de cada uno de sus miembros. Es una justicia universal para el anarquista ruso, pero que no se ha impuesto en el mundo político, jurídico o económico debido al abuso de la fuerza y a las influencias religiosas.

martes, 13 de abril de 2010

Saint-Simon y las ciencias sociales

Saint-Simon (1760-1825) fue uno de los pensadores políticos franceses que, gracias al progreso de la ciencia y de la industria, se esforzaron en comprender el desarrollo de la sociedad y de la historia, y también en establecer programas para una reorganización social. No obstante, el pensamiento y las convicciones sansimonianas no aparecen de forma sistemática, sino formando una especie de hervidero de ideas recogidas por sus discípulos en la llamada "Escuela de Saint-Simon" (algunas de cuyas variantes, parece ser, incurrieron en el auténtico delirio "religioso"). Básicamente, este autor considera que existen dos tipos de épocas en la historia: las épocas críticas, necesarias para eliminar las "fosilizaciones" sociales, y las épocas orgánicas. El hombre no es un mero actor pasivo en el acontecer de la historia, tiene siempre la posibilidad de descubrir los medios de alterar el medio social en el que se inserta; estas alteraciones resultan indispensables para la evolución de la sociedad cuando esta funciona con normas que no le corresponden. No existen normas sociales convenientes para todo agrupación humana, lo adecuado para una época puede no serlo para otra (algo habitual). La moderna sociedad industrial, de esa manera, necesita modificar la estructura del ancien régime, todavía subsistente en ella, si de verdad quiere desarrollarse

Un libro atractivo y esclarecedor es Sociología de Saint-Simon, escrito por el especialista en ciencias sociales Pierre Ansart. Lo que se defiende en esta obra, algo tal vez no estudiado con anterioridad, es que Saint-Simon fue uno de los precursores más interesantes de la sociología contemporánea. Recurrente es incluir a este autor, junto a Fourier y Owen, y creo que debido en origen a Marx, en el llamado "socialismo utópico", pero fue Durkheim el primero en aportar una nueva interpretación de la obra de Saint-Simon y en señalar su importancia en la creación de las ciencias sociales. La obra de Saint-Simon se sitúa en el primer cuarto del siglo XIX, momento crucial para la intelectualidad europea, en el que se abandonó el pensamiento del siglo de las luces y se convirtió al hombre en objeto del conocimiento científico, lo que hará posible la aparición de las ciencias sociales; por otra parte, destaca en el pensamiento sansimoniano su presciencia sobre lo que él llamaba el "sistema industrial". Por lo tanto, Saint-Simon no es, ni de lejos, un autor que se deje llevar meramente por su imaginación, sino que se inserta significativamente en un periodo intelectual crucial para la historia, lo que él mismo definía como una auténtica revolución científica que alcanzaba a todas las ramas del saber y que anunciaba una nueva ciencia que tendrá como objeto el hombre y la sociedad.

Saint-Simon volcará sus críticas en la religión y en la metafísica, denunciará toda rastro de las viejas costumbres, la subordinación a los dogmas establecidos, así como la incapacidad de pensar positivamente las relaciones sociales y su evolución. Todo este esfuerzo crítico no será sino la preparación para el estudio de la nueva disciplina, los preámbulos para una nueva fase de creación y de organización. El entusiasmo de la obra sansimoniana pone todo su empeño en el progreso, gracias a que las ciencias físicas y humanas puedan hacerse acumulativas; el francés cree vislumbrar una nueva humanidad con nuevas organizaciones sociales e intelectuales. Pero el camino a recorrer era largo, ya que el vasto campo de los hechos sociales se encontraba aún en manos de las creencias teológicas y de la abstración filosófica. El libro de Pierre Ansart tiene como objeto el estudio detallado de este intento de Saint-Simon de crear una "ciencia del hombre" o "ciencia de las sociedades", algo que puede ser considerado como el primer intento sistemático de creación de las ciencias sociales. Saint-Simon apuesta porque el observador social se proponga el estudio de las "organizaciones sociales", con el objeto de mostrar la especificidad de los distintos sistemas sociales y la composición de las instituciones, su funcionamiento, coherencia o situación conflictiva. Gracias a la observación y a la investigación, es posible descubrir las condiciones del proceso social, explicar la evolución en el pasado y prever las grandes líneas de las ulteriores transformaciones. Por lo tanto, una de las grandes aportaciones de Saint-Simon es el otorgar a la ciencias sociales un objeto definido, y el descubrimiento de la especificidad de ese objeto con respeto a las ciencias físicias y ciencias biológicas.

Todo este esfuerzo de la obra sansimoniana de creación de una ciencia social estaba dirigido a derribar un sistema político establecido, el anunciamiento de una evolución social futura va parejo a la instauración de una práctica política que conduce a una nueva organización de la sociedad. No existe, de este modo, una mera reflexión científica y filosófica, se pretende que la política se vuelva "positiva": que descubra las características de la nueva organización social y que indique los medios para alcanzarla. El pensamiento de Saint-Simon paso de condenar el ancien régime, como tantos otros liberales de su tiempo, a ser auténticamente revolucionario, ya que concluyó que el desarrollo de la la sociedad industrial sería determinante para la nueva sociedad, se transformaría la naturaleza de las realaciones sociales y se impugnaría el principio de la propiedad privada. Es por eso que a Saint-Simon se le considera una de los primeros teóricos del socialismo moderno. Pero el optimismo sobre el fin de los conflictos militares gracias a la extensión de la industria no tuvo un reflejo en los siglos posteriores; no obstante, Ansart defiende la presencia de Saint-Simon en el pensamiento contemporáneo gracias a una serie de valores que permanecen actuales (a pesar de las apariencias del "sistema triunfante"): la urgencia del desarrollo industrial, el progreso científico y técnico, la necesidad de una planificación racional o la necesaria participación de los productores en la empresa colectiva. No obstante, hay que señalar también las paradojas y "fracasos": las afirmaciones de Saint-Simon sobre el carácter pacífico de la industria, así como la transparencia inherente a una sociedad avanzada en ese sentido, o sobre lo imposible de que se produjera una tecnocracia opresiva. Es el fracaso de una evolución industrial en la que se confió de manera excesiva, tal vez porque Saint-Simon se situó en la génesis y en un plano excesivamente general y sintético. Ansart cree que la lectura de la obra sansimoniana obliga a replantear todos estos problemas y a indagar en por qué no se han cumplido las expectativas.

domingo, 11 de abril de 2010

En defensa del ateísmo

Existirán muchas motivaciones para el ateísmo. Afortunadamente, hoy en día, proliferan los grupos y federaciones que se declaran ateos, pero no está de más examinar con atención las premisas morales e ideológicas que pueden compartir los integrantes de estos grupos. No voy a hablar en nombre de nadie, pero expresaré aquí un pensamiento y una conducta con la me identifico plenamente al hablar de ateísmo y con la que creo que se puede enarbolar una bandera (simbólica, por favor) en los grupos ateos. Habrá que aclarar, antes de caer en una conversación pueril o baladí, que el ateísmo demandado está lleno de contenido humano, moral y filosófico. La "no creencia", en una divinidad o en alguna suerte de trascendencia o plano sobrenatural, resulta un punto de partida nada más. Al igual que la anarquía puede tener una acepción negativa, y debe ser respondida con los más poderosos valores humanos en una adecuada praxis, el ateísmo no es, a mi modo de ver, una simple ausencia de fe ultraterrena (algo que tiene muchas aristas, por supuesto, y no es únicamente el monoteísmo su único sendero).

Naturalmente, atravesaremos nociones casi polisémicas, que tienen muchas lecturas, pero precisamente por ello es necesario esclarecer y profundizar en todo ello. Las recientes campañas "ateas", con sus eslóganes que aluden a la tranquilidad existencial, sin necesidad de respuestas metafísicas, y a potenciar la vida de cada uno, por muy atractivas que aparezcan, resultan insuficientes. Como toda campaña de publicidad, es una mera superficie de un objeto de consumo a "vender", y requiere de mucho más trayecto. Es posible que el desarrollo de la humanidad juegue a favor del ateísmo, así lo creo yo, pero para no caer en un simple monarca derrocado (póngase aquí el nombre que se quiera, religioso o político) con un trono vacío dispuesto a ser ocupado por cualquier ente o concepto que mantenga a los individuos arrodillados. Porque diré que para mí la religión, junto sus trasuntos políticos y terrenales, supone subordinación, acatamiento a una autoridad divina o trascendente. No temo caer en la simplificación, así me parece y así quiero expresarlo. Toda religión requiere la subordinación de los individuos; al igual que la dominación política, se presentará de manera más o menos sutil, pero la acatación de una autoridad superior es lo que se manifiesta en todas las creencias.

Son recurrentes también las discusiones acerca de la libertad de los individuos para manifestar su creencia como consideren adecuado, la separación entre la fe individual y la institución inicua construida en torno a una creencia (solo supuestamente, a mi modo de ver, ya que existen muchos factores analizables para averiguar por qué se mantiene una institución autoritaria). El lenguaje es primordial para asentar conceptos y, si nos fiamos de la RAE, no caben muchas dudas acerca de lo que es religión en su acepción más completa: "Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto". Subordinación, dogmas, miedo, ritos, cultos, normalización de la conducta (moral restrictiva), abnegación, obediencia, sacrificio... Todo ello forma parte de la religión, en el momento en que hablemos de superación de todo esa subordinación, solo ampliamos los márgenes de libertad de los individuos. (¿concesiones o una religión liberadora?). Bien es cierto que, junto a la obediencia a la doctrina (que es mantenida por la institución, ya que la creencia se extiende hacia lo social) y el culto a la divinidad, se habla de obligación de conciencia y de cumplimiento de un deber. En este sentido, la noción de religión es asumible por cualquier conducta humana, incluso por la más noble y solidaria. Si obedezco a mi conciencia en el deseo de ayudar a mis semejantes, nadie puede convencerme de que ello es trascendente a mí, y sí inmanente. Esta dicotomía entre "inmanencia" e "inherencia" es interesante, aunque tal vez entremos de nuevo en una simplificación excesiva.

No confiamos ciegamente en la bondad rousseauniana de los individuos, ni creo siquiera que nadie sostenga a estas alturas que el individuo es esencialmente bueno o malo (nadie, excepto los religiosos, seguramente, otro motivo más para apostar por el ateísmo). Abogamos por una potenciación de lo terrenal, un hedonismo completado (nunca opuesto) con los más nobles valores solidarios comprobables en la acción social; ya que la satisfacción de ayudar a desarrollarnos a nosotros mismos, en armonía con los demás, no es quizá comparable a nada en la vida. Algunos de los mejores valores mostrados por la humanidad, tal vez sean en parte heredados de las religiones (yo creo que, simplemente, nos los han legado nuestros ancestros) y nuestra gran empresa es potenciarlos hasta edificar el mejor de los mundos. Repasando importantes conceptos, "individualismo" es una palabra también polisémica, que rara vez es reivindicada por una religión; "solidaridad", en cambio, (junto con algunas palabras similares que aluden a valores humanos) sí aparece recurrentemente en el discurso religioso. Pero todo ello aparece subordinado a todas las nociones autoritarias mencionadas con anterioridad, y que hay que recordarlo continuamente, ya que actúan como obstáculo para la evolución y el desarrollo de esos mismos valores.

Cualquier religión se enmarca, en mayor o en menor medida, dentro de una cultura autoritaria, y el ateísmo es, a mi modo de ver las cosas, la respuesta para buscar la autonomía. Si ya no deseamos hacernos preguntas, nos mantendremos arrodillados, pero si deseamos seguir indagando, continuar evolucionando y potenciando la vida, solo podemos recurrir a un horizonte más amplio (y este horizonte, únicamente solo lo observo en el plano terrenal, con todas las preguntas que ello suscita acerca de los que es "real"). Uno de los factores que más hablan a favor del anarquismo es el del autoritarismo como obstáculo para el desarrollo de la civilización (y utilizo esta palabra con la intención más amplia); no todas las personas lo verán así, y aquí entra el continuo debate enriquecedor, pero pienso que hay que mostrarse filosófica y vitalmente combativos con la religión (con sus instituciones y con su pensamiento, me refiero), como sinónimo de subordinación y conservadurismo no puede tener cabida en ese deseo de cambiar a mejor y de transformar la sociedad. He confundido, de manera más o menos consciente, las ideas "ateísmo" y "anarquismo"; obviamente, no estarán de acuerdo conmigo los numerosos ateos que no se consideran ácratas, pero resulta más interesante observar el ateísmo desde un punto de vista crítico con una cultura autoritaria y ello me acaba llevando a un terreno político y filosófico más amplio.

jueves, 8 de abril de 2010

Sobre la fe, la creencia y el ideal

Hace unos días, reenvié el enlace a una entrevista a Karlheinz Deschner, autor alemán licenciado en filosofía y teología. A pesar de que el entrevistador se muestra algo tendencioso y recurrente a los habituales lugares comunes que defienden la tradición religiosa, tal vez por los argumentos tan beligerantes del entrevistado sobre el cristianismo y la Iglesia Católica, el entrevistado no se anda con tapujos y deja clara su opinión sobre las mentiras e injusticias que se han producido durante milenios, ya expresada en su obra Historia criminal del cristianismo. Incluso, cuando se le recuerda el germen terrorista que supuestamente anida en otra creencia religiosa, el Islam, Deschner manifiesta que hay estudios que muestran que las causas de la violencia política se encuentran, en realidad, en la pobreza, la mala administración y en la represión. No hay que desdeñar el peligro del fanatismo religioso y/o nacionalista, pero tampoco dejar a un lado las situaciones que lo alimentan. Curiosamente, Deschner asegura que es agnóstico, que deja abierta la pregunta sobre la divinidad, pero cree que una sociedad exenta de "Dios", sin mitos y sin mentiras religiosas, supone un punto de partida para un cambio a mejor.

El caso es que la recepción de mi correo y la lectura de la entrevista da lugar a un interesante intercambio de correos con diversas posturas sobre la religión. Hay quien opina que las cuestiones religiosas solo pueden abordarse desde la fe, y que el agnóstico y el ateo únicamente pueden hablar de las obras de los hombres. Así de claro. Mi opinión es que la cosa tiene trampa y mucha por parte de los "religiosos". Decir que el agnóstico o el ateo solo pueden hablar de "las obras de los hombres" es una perogrullada (no sé si ponerle el calificativo de autoritaria) e, incluso, una mezquindad, si hablamos de las barbaridades que se han hecho y se siguen haciendo en nombre de "dios" (como es lógico, esas barbaridades son "cosas de los hombres", y de ello hablamos). Por otra parte, no sé yo si la fe personal de cada uno es indisociable de las instituciones religiosas; claro está, allá cada uno con sus creencias, pero sin instituciones difícilmente va a tener la cosa una base sólida (es más, ¿tiene sentido la religión sin institución?; los religiosos que, supuestamente, se muestran críticos con la Iglesia Católica, más tarde o más temprano terminan apuntalándola, no conozco ningún ejemplo contrario). A mí, más que hablar en contra de la religión, me gusta hablar en contra de todo tipo de trascendencia, de absolutismo (que es inherente a toda doctrina religiosa, por mucho que lo adorne como quieran o que se adapten a tiempos nuevos), de subordinación (que se da en la religión y en otros ámbitos humanos), y trabajar potenciando los valores humanos y la vida terrenal (pero, claro está, el religioso saldrá con lo de la fe, con la imposibilidad del hombre para ciertas cosas y con su lenguaje místico y abstracto, y así seguimos). Hay quien dice que lo valioso es el mensaje o la enseñanza religiosa, incluso este amigo se manifiesta a favor del anarquismo y considera este pensamiento profundamente religioso al poseer unas grandes fe y fuerza en la búsqueda de justicia, igualdad y bienestar. Vienes al caso estas bellas palabras de Malatesta: "La fe, en nuestro caso, no es una creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza".

Al margen de considerarnos ateos o no, es posible que hablemos de lo mismo en cuestión de determinados valores humanos. En cualquer caso, y para dejar clara mi postura sobre algunos argumentos, considero que adjudicar las "malas obras" a los hombres y los buenos valores a la divinidad (a su supuesto mensaje), me parece un subterfugio y no me aporta nada. No soy yo nadie para repartir etiquetas de "anarquista", pero para mí resulta lógico que alguien que se considera ácrata sea ateo (y cuando empleo este término, me refiero a cualquier creencia más allá del plano humano, ni mas ni menos, no solo al moneteísmo). Parece obvia la relación entre autoridad y teísmo (o deísmo, o cualquiera que sea la evolución siguiente de la creencia religiosa, porque al fin y al cabo lo que subyace es lo mismo). Mi ignorancia es abismal (y lo digo sin ironía), pero cada que aprendo un poquito más, se me confirma la falsedad del cristianismo (no hay nada original en él, y sí apropiación de todo lo anterior) y de cualquier religión. Otra cosa es lo que los creyentes denominan "mensaje o enseñanza religiosa", pero yo lo considero un legado de la humanidad, de la civilización o como se quiera denominar. Los religiosos hablarán de "revelación" o algo similar, pero entramos en el terreno del dogmatismo (e, insisto, considero que las mayores barbaridades se han hecho en nombre de una Verdad con mayúsculas, de lo que pueden parecen nobles ideales a priori). Un profesor de filosofía (creyente) dijo una vez que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad tenían un origen cristiano; yo no lo creo, y aceptar tal cosa me parece caer en el reduccionismo, es un legado de la historia, una noble aspiración a la que hay que tender (y en la que el anarquismo tiene mucho que decir, el pensamiento antiautoritario, antiabsolutista, incompatible con cualquier dogma). Otra cosa es que estemos inmersos en una cultura cristiana, que todos seamos consecuencia de ello, pero considero una obligación superarla en aras de algo mejor. Hay mucho que hablar, no obstante, ya que el anarquismo original sí parece defender valores universales que parecen cercanos a una religión "revolucionaria"; pero la importante tensión con el antiabsolutismo, la confianza en la razón (en ampliar su horizonte, tan importante en estos tiempos en que se quieren abandonar los ideales de la modernidad), en el plano humano, en potenciar lo terrenal, en no tener asideros dogmáticos a ninguna teoría (que, al fin y al cabo, aunque no hablemos de religión, es otra suerte de revelación), hacen que el anarquismo tenga muchísimo que decir en el futuro de la humanidad.

No obvio la importancia histórica de la religión (la parte buena, claro), su peso como cohesión social y sus valores, y tal vez ahí debemos demostrar siempre una alternativa más poderosa y humana (lo que alguien llama "aspiraciones", que me parece muy bien; tantas veces nos perdemos en una simple cuestión de términos, y hablamos de los mismos valores). Yo defiendo el ateísmo, puedo pensar como Feurbach que la religión se acaba transformando en antropología, o como Bakunin en que hay un principio autoritario detrás. Puedo pensar que le religión juega con los miedos y aporta simplemente "tranquilidad existencial"; puedo ser algo existencialista o, mejor, sartriano y ante la supuesta angustia o nada existencial, pensar que lo que hay que hacer es otorgar sentido a la vida (potenciar lo terrenal, luchar por los más altos valores humanos sin ninguna necesidad trascendente). Pero ésta es mi postura, ya sé que muchas personas lo verán muy diferente, y por supuesto hay que aceptar los diversos puntos de vista y a no imponer ninguno. La crítica se dirige hacia "lo instituido" y en toda religión está el peligro de ello, y sí creo que tiene mucho que ver la creencia religiosa con la Institución. No hace falta decir que me he encontrado con ateos con los que no me identifico nada, y con "creyentes" con los que puedo compartir muchos valores, por lo que de alguna manera se confirma mi "creencia": todo queda en un plano humano (los únicos ideales que me interesan son los perseguibles en esta realidad que conozco).

martes, 6 de abril de 2010

Comunicación racional

Es un hecho indudable que vivimos en la era de la comunicación de masas, incluso puede decirse que lo que define a nuestro tiempo es el continuo intento de "persuadir" a las masas. Lo que define a la sociedad de consumo y a la democracia representativa es tratar de convencer a las personas de que tal producto es el mejor, de que un determinado candidato va a ser el mejor dirigente (parece que la condición de "electo" lo acaba justificando casi todo) o, incluso, de otorgarnos una visión de la vida o de la verdad. Los informativos, en mi opinión cada vez más detestables por su eterna arrogación de la pretensión de "informar" a las personas, ejercen una tremenda influencia en las personas a la hora de contemplar el mundo y opinar sobre un asunto. De poco sirve que se señale la condición limitada o selectiva de los medios a la hora de dar una noticia, la visión del mundo parece en gran parte determinada por esta sociedad de la comunicación. Los noticiarios de televisión, de manera más obvia, seleccionan sus noticias con el peso principal del factor del entretenimiento, por encima del cualquier otro. De esta manera, lo que vemos en la "caja tonta" con la presunta intención de informarnos se centra en catástrofes y en actitudes violentas de las personas, ya que el componente de la acción será un espectáculo más sugerente que el de los comportamientos pacíficos o constructivos. No es raro que gran parte de la población considere que la mayoría de sus semejantes resulta peligrosa (incluso, puede extenderse la creencia de que las personas son más violentas ahora que en otras épocas), que se reclame una continua protección (por parte del Estado, ya que no existe otra alternativa) e, incluso, hay estudios que aseguran que la continua repetición de comportamientos violentos induce a la emulación (teoría que yo he oído en repetidas ocasiones, y que la gente suele desdeñar, ya que "los malos son siempre los otros").

Elliot Aronson, en su obra El animal social, ilustra el poder de los medios de comunicación con el llamado "contagio emocional". Numerosos ejemplos de excesiva publicidad a accidentes o catástrofes provocadas han acabado por provocar su repetición en otros lugares del mundo. De manera intencionada, o no, los medios ayudan a difundir la idea de que la mayor parte de la gente es cruel, el reforzamiento que hayan en las nuevas tecnologías debería llevarnos a estar alerta ante esta constante manipulación. La intencionalidad no es fácil de demostrar, y no habría que mostrarse demasiado paranoico ante la presencia de un Gran Hermano, aunque la manipulación política sí se produce tantas veces de forma menos sutil con los medios a su servicio. Si no es posible dar una distinción definitiva entre información y conocimiento, tampoco lo es realizarlo entre educación y propaganda. Este último término parece más peyorativo, a priori, y no es facil discernir entre dar a conocer algo al público y simplemente hacer proselitismo de una doctrina en la que el posible adepto se ve "contaminado" por una información. Decidir qué información resulta más pura y objetiva no es tarea fácil, aunque puede ayudar la presencia de un respeto por la inteligencia del receptor, de ponerle sobre la mesa todos los factores para que piense por sí mismo y de no utilizarlo como un medio para algo (imperativo ético ya antiguo, difícil de cumplir en un contexto autoritario). Parece que en la práctica son los valores de cada persona las que consideran un tipo concreto de información como educativa o propagandística. Es por eso que habrá que insistir en los valores sólidos y en la amplitud de miras; si una persona posee unos principios rígidos, restrictivos y autoritarios, difícilmente se le va a sacar de una dogmática concepción del mundo y convencer de la riqueza y pluralidad de la existencia. La realidad supone diferencia de opiniones, muchas con una fuerte carga emocional, pero por eso se hace más necesaria la comunicación racional y el respeto mutuo, sin instancias ajenas a los propios actores que se encarguen de la tutela. La sicología social nos dice que la persuasión (reciba el nombre de propaganda o de educación) es inherente a la realidad, por lo que con mayor motivo se necesitan individuos conscientes de principios sólidos, movidos por la confianza en su individualidad y por la solidaridad con sus semejantes (llamemosle "tensión", como se dijo al principio de este texto).

Hay teorías que sostienen que solo reflexionamos en profundidad y examinamos el argumento con detenimiento si la cuestión resulta relevante para nosotros. Incluso en estas ocasiones, hay circunstancias en que nos podemos mostrar distraidos u ocupados, o en que la comunicación se muestra fluida, por lo que parece difícil que nos detengamos en un examen riguroso. En esta línea, pueden darse dos vías para la persuasión: la vía central, con argumentos sólidos edificados en base a datos y cifras importantes, o la vía periférica, que anula la capacidad de pensar de las personas y demanda que acepten el argumento sin reflexión. Lo que sostienen los sicólogos sociales es que el modo en que se presente una cuestión puede inducir a la reflexión o dar lugar a un acuerdo inmediato, dependiendo de la vía que adopte la persona emisora de la comunicación. El incremento de la eficacia de una comunicación se ve afectado por tres variables importantes: quién manifiesta la comunicación (la fuente), personas que podemos considerar expertas o fiables (la sicología social habla también de factores como el hecho de que nos guste una persona o de que defienda tesis opuestas a sus intereses); cómo se dice (la naturaleza), y a quién se dice (las características del público). Todos estos factores presentes en la comunicación y en la recepción de información, y que aparentemente conducen a la persuasión o a la manipulación, no deberían llevarnos al abatimiento o ninguna suerte de determinismo. Tampoco es cuestión de buscar la constante racionalidad ni la profundidad intelectual, aunque vivamos tiempos en que no parece haber mucho hueco para ello y no esté de más el insistir, ya que el espontaneísmo puede resultan otro factor equilibrante. No obstante, buscar la perfección, la pureza en definitiva, en la comunicación y en la educación, no representa un ideal irrealizable y sí perseguible (al igual que en cualquier otro ámbito humano). En cualquier caso, las ciencias sociales pueden ayudarnos a conocer el comportamiento, a reafirmarnos en la idea de una sociedad antiautoritaria como el mejor de los contextos. Cuanto más aprendemos, más amplio resulta el horizonte vital y menos posibilidades existen para encorsetar la existencia.

domingo, 4 de abril de 2010

Como colofón, algo tardío, a la serie de entradas dedicadas al recientemente fallecido Colin Ward y a su obra Esa anarquía nuestra de cada día, ahí está esa nueva alegoría sobre la anarquía y el anarquismo, portada de este mes de abril del periódico Tierra y libertad. El trabajo gráfico está inspirado en el título original de dicho libro, Anarchy in action.