lunes, 31 de mayo de 2010

El Estado y la educación

Colin Ward nos dejó un texto en el que reflexionaba sobre el papel del Estado en la educación, y recordaba lo ardua que había sido lo lucha histórica, por romper con la exclusividad al respecto de las instituciones religiosas y porque la labor educadora fuera obligatoria, gratuita y universal. Los grandes opositores a esta labor contra el control religioso serían los privilegiados en la sociedad y aquellos que poseían intereses económicos y deseaban que los críos trabajaran cuanto antes y siguieran en la ignorancia. La educación universal y obligatoria se remonta a la Ginebra calvinista de 1536, las intenciones fueron plantar "una escuela y una iglesia en cada parroquia". En la puritana Massachussets, se introdujo la educación primaria, obligatoria y gratuita en 1647. En 1717, Federico Guillermo I de Prusia sería el que declarara la obligatoriedad de la escuela primaria; diversos decretos de Luis XV y Luis XV obligarían también a la asistencia regular a las escuelas francesas. Leyendo al sociólogo e historiador Lewis Munford, podemos concluir que la escuela común no fue un producto tardío de la democracia del siglo XIX; por el contrario, la fórmula mecánico-absolutista jugó un papel decisivo al respecto. Lo que Ward nos señala es que el Estado actuaría en su propio interés, socavando los cimientos de la iniciativa local. La educación obligatoria estaría históricamente vinculada con el contexto de la imprenta, el auge del protestantismo y del capitalismo, y con el desarrollo de la nación-Estado.

Dos grandes filósofos racionalistas del siglo XVIII se ocuparían del problema de la educación popular, adoptando posturas antitéticas. Rousseau, en su Discurso sobre economía política, se declararía a favor de la educación pública "bajo los reglamentos prescritos por el Gobierno... si los niños se educan en común, en el seno de la igualdad; si se les imbuyen las leyes del Estado y los principios de la Voluntad General... no habrá ya duda de que se amarán como hermanos.. y serán en su día defensores y padres de la patria de la que durante tanto tiempo habrán sido los niños". Por el contrario, William Godwin criticará toda idea de una educación nacional en Enquiry Concerning Politican Justice. Recordando los argumentos a favor de Rousseau, se pregunta: "Si la educación de nuestros jovenes se halla confinada enteramente a la prudencia de los padres o a la benevolencia de personas privadas, ¿no seguirá la consecuencia necesaria de que algunos saldrán educados en la virtud, otros en el vicio y otros sin educación de ninguna clase?". Ward recuerda entusiasmado las conclusiones de Godwin: "Los males resultantes de un sistema de educación nacional son, en primer lugar, que todos los establecimientos públicos son portadores de la idea de permanencia... la educación pública ha malgastado siempre sus fuerzas manteniendo prejuicios. Enseña a sus alumnos, no la fortaleza que llevarán todos los problemas a la prueba del examen, sino el arte de defender los dogmas que están previamente establecidos... Incluso en la insignficante institución de las catequesis dominicales, las lecciones fundamentales que se enseñan son una supersticiosa veneración de la Iglesia Anglicana y la reverencia a toda persona que viste un abrigo lujoso... En segundo lugar, la idea de una educación nacional se halla fundamentada en una falsa consideración sobre la naturaleza de la mente humana. Todo lo que un hombre hace para sí mismo está bien hecho, cualquier cosa que sus vecinos o su país se propongan hacer estará mal... Quien aprende porque desea aprender escucha con atención las instrucciones y asimila su significado. Quien enseña porque desea enseñar desempeñará su ocupación con entusiasmo y energía. Pero en el momento en que una institución política se propone asignar a cada hombre su lugar, las tareas de unos y otros se desempañarán con dejadez e indiferencia... En tercer lugar, el proyecto de una educación nacional debe ser rechazado por su evidente alianza con el gobierno nacional... El Gobierno no dejará de emplearla para reforzar su brazo y perpetuar sus instituciones... Sus intenciones como instigadores de una sistema educativo serán análogas a las que tiene políticamente".

Lo que se critica es la perpetuación de la desigualdad social, gracias a una aceptación de los roles producto de esa educación nacional aliada del gobierno e insertada en instituciones jerarquizadas y coactivas. Como ya denunciara Bakunin, gran parte del pueblo se mantiene en una constante "minoría de edad", incapaz de poseer el conocimiento para escapar de la tutela de sus mayores. Colin Ward añadía, a todos estas objeciones al papel educador del Estado, la afrenta que realiza a la justicia social. Si existen educadores bienintencionadas que han logrado ciertas condiciones igualitarias, al menos en su punto de partida, muy pronto la carrera se torna injusta. El dinero invertido en los sistemas educativos no beneficia a los estratos más bajos, más bien al contrario, parecen un medio más de que los pobres subvencionen a los ricos. La explicación está, según diversos informes, en que las clases más altas se benefician más del sistema educativo mientras contribuyen bastante menos que las bajas, que financian a través de los impuestos los presupuestos para la educación pública. Las cifras resultan tan escandalosas que, aunque gran parte de las cifran fueran gasto privado, la cosa sigue siendo muy flagrante. Se deduce que el Estado, en los sistemas de educación, tiene un papel determinante en la perpetuación de la injusticia económica y social. Ward hablaba, en gran medida, de la situación de Gran Bretaña y es por eso que se preguntaba si, verdaderamente, estábamos hablando de una educación insertada en un sistema estatal. Paradójicamente, las escuelas británicas, con las excepciones de las independientes y de las directamente subvencionadas por el gobierno, están dentro de las pertenencias y jurisdicción de las autoridades locales; éstas, obtienen sus ingresos de los impuestos locales, pero siendo éstos insuficientes para sufragar los gastos el Gobierno subvenciona a las autoridades locales para cubrir la diferencia (el control estatal está, así, asegurado). Es por eso que, existiendo una aparente descentralización, se trata de un sistema educativo estatalizado, demostrable en muchos detalles a nivel administrativo e institucional. No obstante, Ward recordaba que los métodos experimentales en educación eran más sencillos de llevar a cabo a nivel local, en la que se puede captar el interés y apoyo de los habitantes directamente interesados, que si se trata de erosionar el enorme monstruo burocrático estatal. Es un ejemplo más de la tradición anarquista, insertada en el federalismo y en la descentralización (antiestatalismo, en suma) y opuesta claramente a otras corrientes que la historia ha demostrado perniciosas (naturalmente, hay que seguir hablando de muchos otros valores, para mostrarse como alternativa al liberalismo).

sábado, 29 de mayo de 2010

Ésta va a ser la portada del periódico anarquista Tierra y libertad, en su edición del mes de junio. Hace tiempo que quería emplear la idea de la evolución en un diseño para el movimiento libertario, y no era fácil emplear una imagen "final" del ciclo que representara al anarquismo. No es, la que he empleado, tal vez la mejor opción, pero creo que sí la más clara, no exenta además de cierto sentido del humor. Mira que trato de evitar el emplear banderas y todo tipo de símbolos, pero parece finalmente inevitable para expresar la idea más general. Otra opción era emplear la noción de solidaridad como representante del anarquismo y del ciclo evolutivo final. Sin embargo, creo que daba lugar a equívoco, visualmente al menos, una imagen en la que el ser humano acaba encontrándose (y entendiéndose) con un semejante (o semejanta). Y el caso es que la idea era bonita.
Las frases, desde el viejo Heráclito al bueno de Kropotkin, pasando por el uso inevitable de Darwin, creo que eran muy necesarias. Las ideas de progreso y evolución están tan denostadas, junto al trabajo como elemento emancipador (de ahí la imagen final, con intención obrera y desenfadada), tantas veces desde el interés más inicuo, que hay que insistir en ellas en todos los ámbitos.

sábado, 22 de mayo de 2010

Pedagogía emancipadora

La esencia anarquista sobre la pedagogía podría ser definida coo enseñar al educando a ser libre, algo que jamás podría producirse de golpe. Como en cualquier otro ámbito, el ideal de liberación solo adquiere sentido en la práctica. Una práctica que adquiere diversas aplicaciones según las circunstancias, ya que el objetivo es que la mente no se aferre a ningún dogma ni a ninguna norma social sin capacidad crítica. La educación, según las ideas libertarias, no es una imposición externa ni un moldeo doctrinario según un determinado modelo; por el contrario, se trata de que el individuo actúe conforme al ambiente donde se desenvuelve y desarrolle sus potencialidades. La sociedad debe invertir todos sus esfuerzos en el aspecto educativo, ya que una sociedad nueva solo adquiere sentido con personas que sean capaces de desenvolverse en ella y otorgarle sentido y solidez. Tal y como las ciencias sicosociales apoyan, la mejor enseñanza se adquiere en los hechos, nunca desde una instancia externa. Por otra parte, la educación es un proceso permanente en el que se pide no solo el adquirir una serie de conocimientos sino que se señala la importancia de la experiencia y de la la capacidad creativa individual al respecto, algo que olvidamos con frecuencia al existir una pobre tendencia conservadora y conformista en el ser humano; la vida del ser humano la define, en la mejor de sus acepciones, su capacidad para transformarse y superarse. Estos esfuerzos sociales se concretan en la figura del educador, alguien que tal vez puede ser llamado guía o iniciador, con la capacidad necesaria de estimular de manera diferente a cada educando. Los autores más individualistas han insistido, y ello forma parte ya de las señas de identidad del anarquismo, en esa tarea de hacer surgir en cada ser humano el sentido de autonomía y la condición de "único". En definitiva, aprender a "ser libre" dentro de la pluralidad social, encontrando cada uno su propia camino en libre armonía con los demás.

Los estudios sociales señalan lo pernicioso del autoritarismo, aunque se elude que esos valores subyacen en un sistema educativo que toma como modelo lo que se encuentra en la sociedad: el principio de autoridad es una abstracción que se concreta en las figuras que forman parte de todo el aparato jurídico, religioso y económico. Esos mismos estudios nos señalan la importancia de la colaboración entre la escuela y la familia, algo en lo que las ideas libertarias están totalmente de acuerdo, considerando siempre que el ambiente en que se desenvuelve el niño en sus primeros años es determinante. Si repasamos a los diferentes autores y grupos que han formado parte a lo largo de la historia del ideal libertario, nos encontramos que sus postulados pueden estar en consonancia con las soluciones que las ciencias sociales aportan a comienzos del siglo XXI. Resulta francamente difícil saber si la historia está compuesta de grandes procesos hacia esa idea tan pervertida llamada progreso, pero lo que sí podemos afirmar es que la historia parece jugar a favor del anarquismo. Los grandes problemas sociales, que seguimos sufriendo, tienen que ver con el autoritarismo, una idea inicua y limitada de lo que puede ser la autoridad (naturalmente, no coercitiva), con la falta de valores de todo tipo y con la predominancia de la competencia frente a la solidaridad. "Aprender a ser libre" desde el sistema educativo, con la íntima conexión con el microcosmos familiar y con el conjunto de la sociedad, no es tarea fácil, pero tiempos mediocres y carentes de esperanza requieren medidas auténticamente transformadoras que oxigenen nuestra cerebro y nuestra voluntad. Naturalmente, no vamos a esperar a que sea el sistema estatal el que adopte unas medidas que supondrían mostrar a la luz lo innecesario de su existencia también en este aspecto, por lo que solo de nosotros, los seres humanos que formamos una sociedad que podemos transformar, depende nuestro futuro.

Acabar con un mundo basado en el autoritarismo y en la explotación requiere, como es lógico, tanto conciencia sobre dicha posibilidad como voluntad de construir uno diferente basado en el apoyo mutuo y en la cooperación, por lo que el esfuerzo educativo debe ser consustancial a cualquier proyecto anarquista. Los anarquistas del pasado exigían, sobre todo, la instrucción científica para el conjunto de la sociedad, algo que es incuestionable si aceptamos la particularidad de cada educando y la ausencia de toda tutela (objetivo también social). La escuela tradicional podía ser denominada perfectamente como "instrumento de dominación", y el sistema educativo "democrático", sin que haya que otorgarle en mi opinión ese apelativo, sigue reproduciendo demasiados esquemas presentes en el antiguo régimen. Tal vez el asunto es ahora más complejo, con demasiadas aristas, pero los problemas de violencia y exclusión siguen siendo similares, sin que esas medidas radicales demandas por los anarquistas tenga ningún hueco en un sistema que continúa siendo demasiado cerrado y doctrinario. El fomento de la conciencia cívica solo puede hacerse desde la discusión y el análisis permanentes, algo que tiene estar presente en primer lugar en la escuela. La amplia idea de la libertad presente en el anarquismo hace, tal vez, imposible sistematizar un ideal pedagógico libertario. Yo mismo estoy plasmando solo humildes reflexiones en este texto, más propias de mi manera de ver las cosas que de mis pobres conocimientos pedagógicos. Pero esa ausencia de rigidez teórica, que forma parte en general del anarquismo, tiene su fortaleza en un deseo de que el niño se involucre en un proceso educativo basado en el descubrimiento práctico del mundo que le rodea. Los anarquistas siempre lo han denominado fomentar, frente a la imposición de normas y disciplinas que desembocan en la competitividad y en la violencia, la "curiosidad creadora" y los "anhelos de cooperación".

Es por esto que considero que hay una deuda histórica de la pedagogía con el anarquismo. Dentro de la complejidad de las propuestas del movimiento libertario, algunas han sido asumidos y otras van reconociéndose lentamente, aunque tantas veces no se nombre a los pioneros en su implantación. Las escuelas racionalistas recibían ese nombre por su enorme confianza en la razón en aras del progreso. Ser crítico, hoy en día, con el proyecto de la modernidad requiere en primer lugar reconocer este trabajo libertario del pasado, que es asumido en gran medida hoy. Naturalmente, entre las respuestas que podemos dar a lo que algunos filósofos denominan posmodernidad, está el tratar de otorgarle un mayor campo a esa razón sin perder de vista el horizonte ético e ideológico. Para ello, a mi modo de ver las cosas, sigue siendo imprescindible la tarea educativa emancipadora, con un método particularizado que solo adquiera sentido en la práctica, así como la más amplia difusión de la cultura.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Deseos teóricos y prácticas transformadoras

La jerarquización y la familia nuclear son consideradas ya un obstáculo para unas mejores condiciones educativas. Tanto la autoridad del profesor como la del patriarcado son puestas en cuestión por los estudios sociales en la actualidad. Frente a ello, una activa participación de los estudiantes y una íntima colaboración de la escuela con el conjunto de la sociedad. Lo que se demanda es que no haya participantes en el proceso educativo, incluidos los padres, que se encuentren aislados del mundo exterior, para así obtener una mayor responsabilidad y fortaleza sicológica para asumir y resolver problemas. Estas investigaciones demuestran la eficacia de la colaboración entre profesores y alumnos, así como entre la escuela y los movimientos sociales. Hay que observar la gran cantidad de estímulos que reciben los educandos en nuestra sociedad actual, que tantas veces les llevan a actuar de forma violenta y autoritaria. Estos riesgos, al menos en parte, son señalados constantemente, pero pocos cuestionan en profundidad la constante apología de la violencia y de la autoridad coercitiva (ambas cosas, se hara de manera explícita o de forma más sutil) que se da en los medios de comunicación y que está presente en las instituciones y en la sociedad. Los anarquistas siempre han apostando por educar y dialogar, para el enriquecimiento de diversas posturas, frente a imponer (insisto, de manera más sutil o no).

Frente a los numerosos problemas que sufre el sistema educativo actual, tantas veces se alude a la necesidad de elementos propios de una educación "tradicional" con una autoridad más fuerte, algo demostrado pernicioso. Es indisociable la educación con la sociedad de la que forma parte, y con los valores que en ella se encuentran, de tal manera que resulta inasumible para casi nadie, excepto en esos impulsos circunstanciales que demanda cierta regresión, una vuelta al aislamiento autoritario. Del mismo modo que, frente a los grandes problemas de la democracia representativa, no se pide un retorno a formas sociopolíticas autárquicas y/o autoritarias. Al igual que en el resto de la sociedad, se desea una pluralidad, una absoluta falta de exclusión y una implicación total de todas las personas que intervienen en el proceso productivo (en este caso, la educación con sus programas). Lo que demuestran numerosos estudios es que esto, no es solo una demanda moral y política por sí sola legítima, sino que las ciencias sociales demuestran que resulta también eficaz y es impensable ya recurrir a modelos autoritarios. La marginación, en cualquier ámbito, está siempre relacionada con las actitudes violentas y con un pensamiento más absolutista y egocéntrico. Profundizar en los problemas, con la paciencia y lucidez que ello requiere, y la insistencia en valores de cooperación y respeto mutuo son la características de un modelo social y educativo libertario; la tendencia es a que se mencionen estas características como las más justas y eficaces, sin que después exista una aplicación radical en la práctica. El sistema estatista y capitalista, con su jerarquización y con sus numerosos intereses económicos, hace que resulte imposible esa transformación.

Hace poco leí una entrevista en la que un filósofo, especulando sobre la noción de emancipación, hablaba de nuestra recurrente crítica a los constantes estímulos informativos que, supuestamente, mantienen alienadas a las personas. De esta reflexión se deduce que existiría una discurso verdadero, que la gente desatendería debido a todo ese ruido banal y distorsionador. Según este autor, esta visión supone una falta de respeto hacia las personas y una presunción de su autoalienación. De acuerdo en parte, no deseamos sostener ningún "discurso verdadero", pero todos esos estímulos son dignos de ser cuestionados, así como el contexto en que se producen. Tal vez nuestra emancipación o verdadera identidad no está esperando a ser descubierta debajo de numerosos bloques impuestos, pero exigimos poder edificar nuestra vida y la sociedad tal y como deseemos, y para ello no existe más camino que demoler esos bloques para posteriormente ejercer ese derecho. Si la inmensa mayoría de las representaciones sociales abundan en modelos de jerarquía y violencia, las respuestas reales van a ser en gran medida acordes con ello, difícilmente podemos contraponer un mundo basado en la cooperación y la solidaridad. Resulta peculiar establecer de raíz un sistema con los medios productivos concentrados en pocas manos, subordinado a intereses privados y con la violencia institucionalizada, que da lugar a notables problemas, con numerosos excluidos y víctimas, para luega tratar de atender únicamente esos síntomas con medidas que rechazan la violencia "en todas sus formas y representaciones". Estas afirmaciones de los profesionales de las ciencias sociales son, seguramente, sinceras mayoritariamente, pero hay que acudir también a la raíz de la enfermedad y no solo a sus manifestaciones.

El modelo de dominio-sumisión es la base para la violencia, o en otras palabras la violencia engendra violencia. Romper con esa cadena implica, en mi opinión una transformación radical de la sociedad. Por muy loable que resulten los esfuerzos familiares y educativos en ese sentido, en contexto global en que se producen es, tantas veces, determinante. La confianza en uno mismo y en los demás, los mecanismos sicosociales que ayudan a fortalecerla, solo parece posible en una educación auténticamente transformadora subsumida en una sociedad en la predominen esos valores. De lo contrario, la amenaza de problemas relacionados con la violencia se convierten en una realidad más tarde o más temprano. Espero que se me entienda bien, la violencia es siempre reprobable, pero existe la tendencia a condenar solo una parte implicada que, demasiadas veces, es la más débil y evidente dentro de una sociedad clasista. Este análisis, no solo no supone que no se reconozca las personas víctimas de esa violencia, sino que pretende sentar las bases para que no exista ningún tipo de abuso en nuestra sociedad. Hablar de igualdad a nivel local, algo que tampoco adquiere un reconocimiento en la práctica por otra parte, mientras en el conjunto del planeta es evidente que hay una mayoría que no disfruta de los más elementales derechos es, cuanto menos, peculiar. Esta reflexión sobre los derechos humanos, con el reconocimiento apriorístico de que el racismo o el sexismo son algo inasumible, no puede abstraerse de un mundo dividido en naciones/Estado, con mayor o menor grado de autoritarismo, y dominado por un sistema económico basado en la explotación y el saqueo. No obstante, es de agradecer que la ciencias sociales demuestren lo necesario de la cooperación, de la igualdad y erradicación de toda discriminación, de una activa lucha por los derechos humanos y de la erradicación de raíz de las bases para el abuso y la violencia. Todo ello puede ser apoyado por el anarquismo y los anarquistas, como base para una auténtica emancipación social, pero solo adquiriendo sentido en la práctica transformadora del conjunto de la sociedad.

domingo, 16 de mayo de 2010

Violencia y educación

Como sigo recopilando textos sobre sicología social, de cara a algún improbable artículo futuro, doy con un libro compuesto por una serie de estudios sobre la violencia en la sociedad, Los escenerarios de la violencia, de José Manuel Sabucedo y José Sanmartín. Es habitual que la gente recurra al vulgar axioma de que llevamos en nuestra naturaleza el actuar violentamente y acabamos enfrentándonos unos con otros si no existe una autoridad fuerte que lo impida. Afortunadamente, la historia y el progreso juegan a favor de los que consideramos que no existe determinismo biológico alguno, y mucho menos de ningún otro tipo, y que el principio de autoridad (violencia institucionalizada) es pernicioso. De esa manera, se abren las posibilidades para el ser humano y la sociedad, creando las bases sólidas para erradicar la violencia, no tanto de uno como sí de la otra. Las propuestas que se dan en estos estudios están muy cerca de la visión educativa libertaria, algo que debería abrir los ojos sobre la idea que se suele tener del anarquismo.

La educación tradicional, creada a partir de la Revolución Industrial, se basaba en una fuerte jerarquía, en la obediencia ciega y en apartar a los que no se ajustaran a este modelo. En la actualidad, con lo que la tecnología ha transformado la sociedad, el sistema educativo sufre una evidente crisis que, desgraciadamente, lleva a la reacción a intentar potenciar los elementos autoritarios. El acceso a la información es más sencillo que nunca, los estímulos en ese sentido son continuos, y parece claro que esa voragine ayuda también a preparar actitudes violentas. El profesor, como ha propuesto la pedagogía libertaria, nunca debió limitarse a aportar una información y sí a ayudar al educando a que construya su propia interpretación del mundo, a que adquiera las habilidades al respecto y que se muestre tan crítico como creativo. En el libro mencionado se habla de "educar para la ciudadanía democrática". Bien, no nos enfrentemos de momento a un problema de terminología, hablando de anarquismo (aunque, a mí no me disgusta hablar de la profundización en la democracia que supone una sociedad libertaria, desprendiendo, claro está, al término de todo carácter representativo) y dejemos a un lado, de momento, el contexto global de una instancia jerarquizada que monopoliza la violencia (algo que algo ayudará, también, digo yo, a crear un escenario de violencia). Dejando a un lado esto, los profesionales de la ciencia sociales parecen de acuerdo en considerar el absolutismo un lastre del pasado muy negativo, resulta ya ridículo insistir en certezas absolutas (propias de clases sacerdotales o mediadoras de algún tipo), y en lo importante de que aceptemos la pluralidad. El autoritarismo debe ser definitivamente superado, y solo el anarquismo irá ten lejos al respecto en sus propuestas, no solo en la escuela, también en el ámbito familiar. La escuela no es más que un microcosmos de la sociedad, por lo que no se puede separar rígidamente de ella. Por lo tanto, la insistencia en la educación es primordial para erradicar la violencia en la sociedad y ello solo es posible con una auténtica igualdad, sin exclusiones de ningún tipo; por otra parte, la educación no se limita al centro escolar, puede existir una colaboración íntima con el resto de la sociedad.

La multiculturalidad es una realidad en las sociedades posmodernas, algo que puede estar en consonancia con un pensamiento libre y con la erradicación del absolutismo, y no con caer en el relativismo más vulgar. Frente a los reaccionarios, que enfatizan los problemas que supone ese crisol de culturas, hay que insistir en utilizarla de base para una educación en la que la libertad e igualdad no sea un mero derecho establecido en un papel sin reflejo en la práctica. Los derechos humanos deben ser una conquista universal de la humanidad, y no son admisibles los aspectos de una cultura que los transgreda, la multiculturalidad junto a una educación libertaria (no se me ocurre otra palabra que aúne la erradicación del dogma y del autoritarismo) son la base para que ello sea una realidad en la práctica. Otro gran problema sigue siendo la llamada violencia de género, y de nuevo hay que insistir en una profundización en la verdadera igualdad de hombres y mujeres, el esquema de dominación sigue permaneciendo intacto (no importan quien se sitúe en lo más alto) con la apariencia de algún avance en los derechos de personas tradicionalmente marginadas. La escuela ha sido, y sigue siendo no pocas veces, habitual escenario de situaciones humillantes y excluyentes, por lo que erradicar definitivamente esas situaciones, crear la verdadera igualdad en definitiva es uno de los principales objetivos para prevenir la violencia. Porque los numerosos estudios demuestran que los agresores, en el ámbito que fuere, tienden a identificarse con un modelo social basado en el dominio y la subordinación; del mismo modo, las personas violentas suelen tener la incapacidad de empatizar con los demás y tienden a volcar en los demás las situaciones que han sufrido en sus vidas (humillaciones, exclusiones, frustaciones...), con una evidente falta de habilidad para emplear otras estrategias que no sean la de la violencia. Desde temprana edad, y para prevenir futuras situaciones violentas, es importante acabar con la marginación y favorecer en los chavales los valores de empatía y apoyo mutuo.

La sicología demuestra que existe cierta necesidad en el ser humano a creer que "el mundo es justo", lo que también conduce a pensar que los peores males nunca se producen en nuestras vidas (puede ser algo parecido a la "tranquilidad existencial" de otros ámbitos humanos, que impide que el ser humano se haga preguntas). Esta tendencia conduce no pocas veces a distorsionar nuestra percepción del mundo y a inhibirse a la hora de ayudar a las víctimas de situaciones graves. Es primordial sacar a la luz estos mecanismos, de cara a mostrarnos más lúcidos y solidarios, profundizando en los problemas sociales y tratando subsanarlos de raíz. Es frecuente la actitud conformista, a la que aludía al comienzo, que está detrás de expresiones como "las cosas siempre han sido así", la cual lleva a la inacción y falta de compromiso, y la tendencia a minimizar situaciones graves, en la escuela y en la sociedad, de marginación y agresiones (en las que el autoritarismo suele ser el protagonista). Desgraciadamente, existen pautas profundamente arraigadas en el sistema educativo y en la sociedad y solo con transformaciones radicales, extendidas también a lo político y económico, parece posible acabar con la violencia y el autoritarismo. En futuras entradas de este blog, seguiré hablando de las propuestas más progresistas dentro de ciertos estudios y de cómo el concepto de pedagogía libertaria puede adaptarse a la revolución tecnológica está cambiando el mundo que conocemos (y no siempre para bien.

viernes, 14 de mayo de 2010

Vivir con miedo

Aunque no soy muy amigo de las polémicas que yo denomino "de barra de bar", debido en parte a mi evidente torpeza dialéctica, pero también porque no observo inquietud alguna en enriquecerse con puntos de vista ajenos y sí ganas de confirmarnos en lo que ya pensamos con pobres lugares comunes. A mi modo de ver las cosas, el nivel cultural en España es bajo, demasiado bajo. Sin demasiados ánimos de ser catastrofista (sin ironías), creo que el capitalismo y la sociedad de consumo ha hecho de nosotros una panda de borregos conformistas. Una existencia mínimamente plácida, en el caso de que tengamos un curro con el que vivir dignamente, de un hedonismo de nivel preescolar, sin espacio para la reflexión ni para un verdadero enriquecimiento personal, y con una constante alimentación informativa más que cuestionable. A ellos le añadimos el miedo con el que, de manera más o menos consciente, juega constantemente, tanto esos medios, como la clase dirigente. Miedo, principalmente, a no tener con qué ganarnos las habichuelas, miedo al vecino (magnificado por unos informativos que parecen ya mediocres telefilmes norteamericanos), miedo existencial de todo tipo (ocupado, enseguida, por toda suerte de creencias absurdas), miedo a que no tengamos un pastor a nuestro cuidado (sin cuestionar nunca su propia necesidad), miedo al apocalipsis (sin indagar en la génesis del mismo, ni en sus verdaderos causantes)... Existe una constante y progresiva infantilización de la sociedad, y ese es el auténtico miedo que deberíamos tener, preguntarnos si ése es el legado que queremos brindar a nuestros hijos. Llámenme exagerado si se quiere, pero sigo observando un sistema sociopolítico y económico cruel y despiadado, con un simple envoltorio colorista (por otra parte, de duduso gusto).

Intento llamar la atención, con toda la ingenuidad de la que soy capaz, a ciertas personas sobre el asunto de la llamada Memoria Histórica. Aunque es posible que fracase en no pocas ocasiones, quiero tener como lema en la vida mantenerme abierto a todos los puntos de vista; intentar aprender, incluso, de aquellas personas con las que poco o nada me une en nuestra visión y modo de vida. Seguramente, en la práctica yo soy el primero en poseer numerosos prejuicios e incluso mostrarme refractario y beligerante con demasiados cosas (que, eso sí, considero baladíes y distorisonantes). No lo niego. Pero lo que nunca trato de hacer es reducir la vida a un punto de vista, convertir la vida en una prisión, de mayor o menor espacio, en la que ni siquiera deseamos contemplar los barrotes. En este país, se encuentran demasiadas cosas encerradas en esa pequeña celda, y una de ellas tiene mucho que ver con nuestro pasado reciente. Como decía, intento promover un interesante debate televisivo sobre la Memoria Histórica, en el que se intenta que existan varias posturas y donde solo se consigue que cierto historiador neofranquista (no es un insulto, es una descripción) quede en un espantoso ridículo. Resulta impensable que en ningún otro país con pasado fascista exista todavía un reconocimiento a figuras del antiguo régimen. La diferencia con España es muy simple: en nuestra "gloriosa nación" nunca fue derrotado el fascismo. Después de cualquier dictadura, más tarde o más temprano, ha existido un reconocimiento de víctimas y verdugos. Resulta significativa esa secuencia de la película La vida de los otros en la que alguien, después de la caída del Muro de Berlín, solicita información sobre las personas que la habían reprimido durante la dictadura comunista. En España, uno de los factores con los que se jugó durante la adorada y nada cuestiona Transición fue el miedo. Miedo a que se continuara con una tradición cainita, argumento que, utilizado genérica e intemporalmente, resulta insultante e infantil, aunque de gran atractivo para una literatura tan vistosa como huera. Tal vez, mucha gente honesta realizó lo que pudo en esa etapa, se ilusionó con el reconocimiento de algunas libertades fundamentales y dio su brazo a torcer en cosas que no pueden ser eternamente incuestionables.

Más de tres décadas después, seguir insistiendo en esos miedos al enfrentamiento es más ofensivo si cabe. Frente a todo acción, siempre habrá una reacción, es una ley natural, y de lo que se trata es de realizar conquistas sociales sin actos violentos, que nunca podran resolver ningún problema, pero también que el poder y los recursos se encuentren concentrados en algunas manos. Naturalmente, esa argumentación legitimada del poder político, que resulta en que las personas necesitamos una constante tutela, ya que somos incapaces de gestionar nuestros propios asuntos, es tan solo la punta del iceberg. La realidad es que la derecha española es un monstruoso híbrido de origen franquista, y que dentro de su visión legitimadora está el considerar que Franco trajo la paz y fue necesario su régimen para traer la democracia representativa (y, de regalo, la jefatura de Estado en manos de algo tan moderno y progresista como un monarca). Lo dirán abiertamente, o simplemente se negarán a condenar la Dictadura, pero así es. Los trabajos de Pío Moa o César Vidal, a los que ni siquiera se pueden llamar revisionistas por no aportar nada original a los argumentos de los historiadores franquistas, es un intento de cuidar la historia de forma bastarda a medida de la derecha política y mediática. Desgraciadamente, el nivel cultural y político de este país hace que esa visión resulte creíble para gran parte de la población, deseosos de respuestas fáciles y de visiones que confirmen sus propias creencias. De la izquierda parlamentaria, mejor no hablar al no tener noticias de su existencia. Intento abrir un debate sobre el asunto de la Memoria Histórica, que se adquiera conciencia sobre la importancia del reconocimiento moral en la historia, de las víctimas del horror, y de que se escuche a gente que tiene mucho que aportar. Doy con alguna persona que argumenta que no le interesa, que lo que le preocupa es conservar su puesto de trabajo y sacar adelante a su familia, y lo que hay que hacer es ocuparse de la crisis económica (eso sí, sin recurrir a la raíz del problema ni cuestionar lo más mínimo el sistema). Lo dicho, miedo con anteojeras (esto es, ver solo de frente, y lo malo también es lo que tenemos enfrente).

martes, 11 de mayo de 2010

El hombre según Bakunin

Lo que Bakunin consideraba es que el hombre debía liberarse de la esclavitud de la naturaleza externa, del mundo que le rodea, o de lo contrario supondría el renunciar a su propia humanidad. Es una especie de tensión constante entre un conjunto de fenómenos y de seres que envuelven al hombre, y sin los cuales no podría existir, y la defensa de su propia existencia con el fin de emanciparse. Pero el fatalismo de la lucha por la vida en la naturaleza no tiene por qué tener un paralelo en la humana y social. No establece Bakunin grandes fronteras entre la condición humana y la animal, pero las mayores facultades del hombre para el pensamiento y el lenguaje sí le posibilitan para la abstracción y para un desenvolvimiento en el que no se fijan límites. Son esas capacidades las que suponen que el hombre pueda elevarse, y finalmente tomar partido, entre las diversas influencias internas (sensaciones, apetitos, afectos, deseos..) y externas (la influencia de la sociedad y de las circunstancias particulares), es lo que se denomina "voluntad". Pero, para Bakunin y por ello la sicología social resulta tan importante en la sociedad moderna, el espíritu del hombre y su voluntad no son potencias absolutamente autónomas, no son independientes del mundo material y se muestra francamente complicado romper "el encadenamiento fatal de los efectos y de las causas que constituye la solidaridad universal de los mundos". Lo que realiza Bakunin es una crítica al "libre arbitrio" tal y como lo presentan teólogos, metafísicos y estatistas. Puede ser una visión excesiva o lapidaria, si realizamos la simplista lectura de de liberar de responsabilidad moral al hombre por sus actos, pero es importante el profundizar en las circunstancias particulares y en el contexto social, tener en cuenta la multitud de factores que concurren en un hecho para indagar en las causas del comportamiento humano. Bakunin observaba a cada hombre como la resultante de innumerables acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, y en constante movimiento a lo largo de su vida. La posibilidad de emancipación, en el sentido de sofocar la presión del mundo externo, se realiza mediante la ciencia, el trabajo y la revuelta política.

El gran error es identificado por Bakunin en el llamado "absoluto". De esta manera, el hombre no es absolutamente responsable, tal y como desean observarle los teólogos y metafísicos, lo mismo que otras especies animales no resultan absolutamente irresponsables. La responsabilidad de uno o de otros resulta relativa al grado de reflexión de que son capaces. Como no estamos dotado de nada tan absurdo como una "chispa divina", y sencillamente somos producto de una evolución natural, no existe esa línea de separación tan rígida, a la que aludía con anterioridad, entre el hombre y otras especies. Es una visión que será del gusto de los defensores de los animales, con su esforzada lucha porque se reconozcan derechos fundamentales de algunas especies cercanas al hombre, y encontrándose una y otra vez con el muro teológico y jurídico. Por lo tanto, para Bakunin, la voluntad y la inteligencia son también materiales, por denominarlo así, consecuencia del más perfecto organismo en el hombre y con la posibilidad de una progresiva mejora. Al nacer, el ser humano posee un determinado intelecto y físico, producto de una serie de circunstancias y causas internas, y gracias a la educación y al adiestramiento es posible que sean desarrollados. Se reconoce que todos los seres humanos nacen con facultades diferentes, incluso en sus afectos y capacidad moral, pero es mediante el arte de educar que es factible también perfeccionar en ese sentido a los individuos. Gracias a esa educación es posible entonces cierto grado de reflexión frente a unos primeros impulsos, el desarrollo de inteligencia y voluntad puede ayudar al equilibrio de sentimientos y apetencias. Es la insistencia en la educación que forma parte del código genético del anarquismo, y que debe ser la respuesta a los numerosos problemas sociales relacionados con la falta de valores. Cuando se escuchan a los profesionales de las ciencias sociales, pocos insisten ya en la eficacia de la punición y sí en el valor de educar y de tener en cuenta la enorme concurrencia de factores sociales. Bakunin no hablaba necesariamente de fatalismo en esta dependencia de productos externos, sí de solidaridad como descripción de esa influencia, e insistía en las posibilidades de la educación para paliarla y transformarse a uno mismo logrando una independencia relativa (pero nunca para substraerse, que se antoja imposible).

Lo más interesante de Bakunin, y lo que puede hacer que escape a la rígidez de otros autores herederos de los valores de la Ilustración, es que se abre en él la posibilidad de que el hombre sea productor de sí mismo gracias al desarrollo y fortalecimiento de su inteligencia y de una voluntad capaz de liberarse del entorno en el que se encuentra intrincada. Pero esa esforzada labor no puede ser realizada de manera aislada, debe tener en cuenta el desenvolvimiento colectivo de la sociedad. El hombre es un producto de la naturaleza, entendida como la combinación de multitud de factores que actúan todos ellos como causa y efecto, no hay pues una causa fundacional ni un diseño inteligente. Ese motor universal, a diferencia del hombre, se muestra inconsciente, ciego y fatal, en palabras del anarquista ruso. Pero el hombre, dotado de mayores facultades que otras especies, puede llegar a tener una plena consciencia de sí, puede lograr cierto control sobre sus propias condiciones vitales y modificar su entorno según sus propias necesidades. Esa ingente labor puede realizarse gracias al conocimiento, el trabajo y a la voluntad propias del ámbito humano, pero aceptando esas corriente y solidaridad universales e inevitables.

domingo, 9 de mayo de 2010

El arte de volar


La indudable triunfadora en el reciente Salón del Cómic de Barcelona ha sido la excelente El arte de volar, escrita por Antonio Altarriba y dibujada por el popular Kim. El trabajo de uno y de otro ha recibido el premio a la mejor obra española publicada durante el año 2009. Tuve la suerte de haber disfrutado de esta obra, hace ya tiempo y como regalo de un gran amigo y libertario, una historia en la que el anarquismo juega un papel primordial. Altarriba escribe un emotivo homenaje a su padre, Antonio Altarriba Lope, que se quitó la vida el 4 de mayo de 2001 lanzándose al vacío desde una cuarta planta de la residencia donde se encontraba internado, un hombre de humildes (y mezquinos) orígenes, que vivió tiempos turbulentos en España y adquirió conciencia sobre la necesidad de construir un mundo más justo. Su vida estuvo plagada de fracasos como consecuencia de un implacable régimen y de las traiciones que él mismo hizo a sus principios empujado por las circunstancias. No elude críticas tampoco el escritor a la condición humana, pero narrando con maestría el entorno donde se producen los actos más inicuos de algunos seres humanos. La voluntaria decisión de Altarriba padre de acabar con su vida de ese modo es tomada por su hijo como el deseo, por fin, de volar libre. El escritor encontraría después un montón de hojas de papel con las memorias de su padre, y de ahí los orígenes verídicos de la obra de ficción El arte de volar.

Tal vez Antonio Altarriba, con la lectura de los recuerdos y vivencias de su padre, llegó a empatizar de tal modo, a compartir sus alegrías y sus dolores, que en una más que afortunada decisión narrativa, y seguramente con intenciones catárticas, llega a fundir su identidad en la obra con la de su progenitor. Desde el prólogo en el que se relata el suicidio, se realiza ya una declaración de intenciones al poder leerse las siguientes palabras en primera persona: "y, ahora, una vez muerto, él está en mí". No renuncia Altarriba (dejemos el nombre ya sin aclaración) a contar los hechos con los ojos del protaganista, pero desde su propia perspectiva, en una memorable intención que fusiona también la vida con la literatura sin artimañas de ningún tipo (sería, tal vez, reduccionista etiquetar de meramente realistas algunas obras). Tras el prólogo, la obra se artícula en tres capítulos denominados como las plantas del edifico que aún tiene que descener el suicida, y delimitados por la etapa histórica, desde 1910 (sin relación aparente con el año de fundación de la Confederación Nacional del Trabajo, cuyo centenario es este año) hasta el momento de la muerte del protagonista en un significativo cambio de siglo. Este primer capítulo, situado entre los destacados años en la historia contemporánea española de 1910 y 1931, comienza con la memorable frase: "Mi padre, que ahora soy yo..." y continúa más adelante con "yo, que ya soy un solo yo". Para los que no poseemos un sentido trascendente de la vida humana ni queremos ver nuestras vidas determinadas por ello; para los que creemos en potenciar nuestra vida terrena, la única existente, al máximo, estas palabras en las que el hijo recoge el legado de su padre y hace suya su identidad son de una emotividad ejemplar, sin lectura religiosa alguna ni elevada por encima del ámbito humano. Curiosamente, la historia se abre con toda una manifestación del protagonista en la que renuncia a su raíces familiares (a excepción de la madre) e identitatarias, a las mezquindades conseutidinarias y consecuencia de la propiedad (la construcción de un muro, símbolo tan importante para que el protagonista adquiera conciencia), tal vez es un deseo temprano de construirse una vida propia partiendo de cero y de otorgar su propio sentido a su nueva identidad libertaria.

El segundo capítulo, el más extenso, que abarca nada menos que la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra, tiene como subtítulo, significativamente sobre la futura ideología de Altarriaba, "Las alpargatas de Durruti". Un mitin de la CNT-FAI, en el que se cuestiona la deriva burguesa de la República, empezará a abrir lo ojos a un hombre que teme la violencia revolucionaria, pero que termina entendiendo la época que le ha tocado vivir. Otra divertida metáfora al respecto, producto de una de las profesiones del protagonista arreglando máquinas de coser, es la que identifica reforma con costuras y revolución con rupturas. El personaje del anarquista Mariano representará la plena integridad en la historia y marcará la personalidad del protagonista a lo largo de importantes hechos generales contados a través de emotivas, heroicas y dramáticas vivencias personales: la traición de la revolución, el progresivo poder de los comunistas en el bando republicano, la militarización de las milicias, la derrota final, la trágica estancia en Francia en campos de concentración ("era todo lo que ofrecían los franceses... arena, mar y cielo...) y unos años de exilio antes del retorno a la gris y opresiva España eterna. A partir de entonces, es cuando se producen en el relato las mayores frustaciones, traiciones a sí mismo y, finalmente, desesperanzas en la vida de Antonio Altarriva. En último tramo de su vida no parece tener ya nada a lo que aferrarse, busca refugio en una residencia para ancianos que sirve de microcosmos representativo de la España de Franco y posterior democracia, una lúcida e irónica visión de la Transición con ciudadanos convertidos en sumisos integrantes de una institución terrible. Las constantes visiones del protagonista serán el reflejo de todo lo que le han arrebatado en una vida en la que una vez se dispuso a volar muy alto.


Para aquellos que todavía conserven prejuicios sobre ese medio, que tanto tiene que ver con lo cinematográfico (llámese cómic o historieta), recomiendo una obra de indudable calidad y madurez, llena de humor y de tragedia, capaz de implicar al lector hasta el punto de empatizar con un ser humano emotivo y de vivir en primera persona una historia memorable. Si hablamos de obras narrativas en conjunto, tengo que decir que El arte de volar es una de las que más he disfrutado en los últimos años. En mi opinión, hay que olvidarse de la obra más conocida del dibujante Kim, el conocido personaje Martínez, el facha, para que El arte de volar adquiera también la importancia gráfica que merece. El estilo simple de Kim esconden numerosas sorpresas que dan vigor a la interpretación visual de los memorables hechos narrados por Altarriba. Como no considero que haya una frontera entre el mero disfrute y exigencias más elevadas, entre un placer banal y sentir emoción, pienso que esta obra sobre nuestra pasado reciente (solo alguien con notables carencias puede negarse a tener memoria) personificada en alguien con nombre y apellidos es un hermoso ejemplo de ello.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Valores emancipadores y universalizables

A menudo, en el pensamiento y en nuestra vida cotidiana, y seguramente como consecuencia de la excesiva simplificación a la que a veces nos obliga la mediocridad, nos vemos empujados a elegir entre dos posturas antagónicas, o aparentemente antagónicas. Para colmo de males, la falta de asideros que supuestamente tienen estos tiempos de posmodernidad, con la tendencia aparente a la multiculturalidad y al cuestionamiento de valores clásicos, hace que esa polarización sea más acentuada. De esa manera, la cosa se sitúa tantas veces entre el absolutismo y el relativismo (cuando el primero es claramente rechazable y el segundo requiere de algún que otro matiz), o entre el etnocentrismo y la mencionada diversidad cultural. Lo que yo me propongo tantas veces es cuestionar estos planteamientos, tantas veces simplistas y falaces, e insistir en los valores libertarios (perfectamente acoplables, por su intemporalidad, a la llamada posmodernidad, si es que existe). El concepto más amplio de libertad es la propuesta por el anarquismo, por los anarquistas, y la lucha histórica contra toda suerte de tiranía, política, economía o religiosa, ha sido lo suficientemente dura como para, al menos, cuestionar a los "sesudos" que sostengan ahora que estamos en otros tiempos en que ya todo es diferente y la cosa se hace mucho más difusa. Yo insisto en alguna ocasión en la importancia de un Foucault, con su discurso de que resulta imposible acabar con todo clase de poder por ser una manifestación humana poliédrica (y, seguramente, tiene mucha razón) o en su cuestionamiento sobre si la liberación llega al acabar con todo aquello que parece obstaculizar la libertad. Bien, estas reflexiones son muy importantes, pero al igual que lo es, en mi opinión, seguir oponiéndose a todo tipo de dominación. El poder, político, económico o religioso (o, en definitiva, aquello que supone arrebatar a los seres humanos los medios para llevar una vida digna), sigue siendo una triste realidad, consecuencia de los mayores desastres que sufre la humanidad. Por eso, el compromiso político con estos valores, la movilización política, la potenciación de la sociedad civil, en definitiva, por mucho que oigamos un discurso que se desarrolla por otros derroteros, es siempre necesaria. Cada uno de nosotros ha heredado estas libertades conquistadas en el pasado y estamos obligados a mantenerlas y a ampliar su horizonte. La especulación filosófica, la importancia del pensamiento, nunca la negaré, pero no la concibo sin compromiso con valores humanos (y, desgraciadamente, he conocido a demasiados filósofos para los que esa falta de compromiso parece un valor en sí misma).

Dos grandes peligros, que concentran en gran medida muchos otros, son el fanatismo religioso (con sus verdades reveladas y la institucionalización que genera un nuevo tipo de clase dirigente) y el nacionalismo (otra forma de absolutismo, que encubre de forma más o menos sutil la hegemonía de alguna clase o grupo etnico). Muchos dirán, personas religiosas o que creen en la nación/Estado, que ellos se encuentran lejos de esos valores extremistas, pero pienso que el peligro se encuentra en esos dos puntos en mayor o en menor medida (cuántas veces no se señala al otro como el integrista o el auténtico nacionalista "excluyente", haciendo válido el pasaje bíblico de "la paja en el ojo ajeno"). El anarquismo es, indiscutiblemente, cosmopolita y posee la aspiración de desarrollar valores universalistas, pero debemos mostrarnos lúcidos, y auténticamente libertarios, para no caer en cierto etnocentrismo occidental. Me explico. El anarquismo decimonónico nació dentro de una cultura occidental, fue hijo de los valores de la Ilustración y de la tradición filosófica racionalista; los valores libertarios (una libertad íntimamente vinculada a la igualdad) son dignos de tener la categoría de universales. Es por eso que deberíamos oponernos con fuerza a tener que enmarcarnos cerca, tal y como aparece tan a menudo, bien de un cierto relativismo cultural bien de su extremo opuesto, algún tipo de etnocentrismo con aspiraciones colonizadoras. Por supuesto, ningún anarquista clásico asumiría este postulado, y nada más lejos de mi intención señalar lo contrario, pero tal vez muchos de ellos sí tuvieron una excesiva confianza en ciertos métodos encuadrados en una tradición de pensamiento occidental (léase, "razón científica"). Ninguna idea verdaderamente emancipadora puede decirle a los seres humanos qué deben hacer y siempre habría que mostrarse críticos con todo intención "objetivista" por muy liberadora que aparezca; es más, la premisa de la aceptación de la diversidad de la especie humana es fundamental en el anarquismo (las propuestas de libertad e igualdad son tan nítidas como enriquecedoras en cualquier ámbito). A pesar de todo, hay que aceptar que nuestro pensamiento y nuestras acciones son de tradición netamente occidentales, seguramente esa aspiración de valores universales, sin ninguna intención de trascendencia y sí confiando en la experiencia social y política, hunde su raíces en la sociedad griega y en los sofistas. De igual manera, el relativismo cultural ha sido también una tensión importante de cara a enfrentarse a leyes rígidas e inamovibles e, incluso, un autor como Eduardo Colombo sostiene que la creación de "leyes no escritas" de aspiración universal, válidas para el conjunto de la especie humana, es producto de la imposibilidad entre la aceptación de un relativismo radical de los valores y la defensa o afirmación de un valor. Pero el mismo autor sostiene que un pensamiento clasista, mantenido hoy en día, ha sabido conjuntar lo arbitrario o relativo de la ley (del nomos griego) y la universalización de la desigualdad política (mantenimiento de una jerarquía). Lo que quiero decir es que nuestra oposición al absolutismo no puede hacernos caer en un relativismo cultural que ha sido instrumentalizado por un poder político, que también ha asumido el cosmopolitismo, hasta el punto de que toda propuesta de igualdad es estigmatizada como el mayor de los desastres. La del anarquismo no es una libertad mutilada impuesta desde arriba, como tampoco es la pobre igualdad de cuartel que permitía el socialismo estatista.

El poder político, que adopta la forma de Estado, y el grupo social jerarquizado son los únicos valores universalizables, y suficientes para toda aspiración dominadora, que pretenden que asumamos. Son malos tiempos para hablar de revolución social, máxime con intenciones definitivamente emancipadoras, pero lo que nunca podrán arrebatarnos es nuestro "deseo de revolución social". Los valores libertarios son, tal vez, los únicos que resulta imposible que asuma o instrumentalice el poder político. La potenciación de la sociedad civil, con intenciones cooperadoras en todos los ámbitos de la vida y tratando de dar predominancia al principio de solidaridad y a una ética que también debería ser incondicional (universal y sin ninguna garantía metafísica, con un fuerte compromiso humano), es fundamental para construir una sociedad libertaria. La aceptación de la diversidad cultural no debe ser tampoco obstáculo para combatir tantas tradiciones locales que atentan contra los derechos humanos (tan mencionados también por el poder político de aspiraciones globalizadoras, y tan poco respetados en tantas partes del mundo), de raíz religiosa o en algún otro tipo de tradición autoritaria. Parece complicado dar soluciones a corto plazo, que no pasen por algún tipo de imposición en un mundo en el que el autoritarismo ha adoptando demasiados formas, pero mantener la lucidez libertaria requiere a veces sortear demasiados laberintos. De momento, me parece importante negarse a elegir entre dos polos inasumibles (absolutismo o relativismo, cuando ambos forman parte de las estructuras de poder), uno de los síntomas de los tiempos que vivimos.

domingo, 2 de mayo de 2010

Bakunin y la ciencia

Las reflexiones que se hicieron los pensadores anarquistas del siglo XIX giraban en torno a la divinidad, el mundo y el hombre. En esto, eran similares a la mayoría de los grandes filósofos. De hecho, Bakunin bebe de Kant en muchos aspectos: en la superioridad del sujeto humano, en la autonomía de la voluntad o en la dialéctica razón pura-razón práctica. No obstante, puede ser real esta base kantiana del pensador anarquista, pero pretender reducir a eso a Bakunin resulta una tarea improbable. Los expertos dicen que el pensamiento bakuniano, por muy vitalista y original que sea, está insertado en determinadas corrientes de su tiempo o inmediatamente anteriores. Y este reconocimiento me resulta primordial, anticipando las críticas que se suelen hacer al anarquismo (aunque, son críticas que obvian a otros corrientes, como el propio liberalismo del siglo XVIII, del que es deudor el sistema imperante hoy en día). La confianza en la ciencia que tendrían autores como Bakunin o Kropotkin era casi de creencia religiosa; en mi opinión, hay que realizar esta gran crítica al anarquismo decimonónico señalando las falsas imparcialidad e inexactitud de la ciencia, reflejo del mismo hombre (al igual que la concepción divina y religiosa). En este terreno, se caía en una especie de objetivismo naturalista, algo que hay que observar siempre con recelo. Esa metodología positivista, de verificar experimentalmente y comprobar datos, se ha mostrado con el tiempo reduccionista. Feyerabend, y su bien llamado "anarquismo epistemológico", junto a otros autores han tratado de desmontar el mito de la ciencia y mostrar la importancia de la subjetividad y de sus aportaciones al conocimiento. Es un tema delicado, que nos puede llevar (como tantas veces ocurre) al campo metafísico. Diré, con mis palabras bastante elementales, que la cuestión estriba en mostrase críticos con toda abstracción (llámese divinidad, razón o ciencia), que siga manteniendo a los individuos subordinados y que genere, en el ámbito sociopolítico, una clase mediadora. En este sentido, sí hay que recordar las advertencias de Bakunin (anarquista, al fin y al cabo) sobre los peligros de esa nueva élite, a pesar de su confianza en las ciencias positivas. Éstas, se han mostrado parcialmente eficaces enfrentadas a supersticiones anteriores, aunque acabaron generando algo similar en ellas mismas, por lo que habría que ampliar su campo (el de la razón, en definitiva) y señalar la importancia de la subjetividad y de los valores humanos.

Bakunin fue definido, en cierta ocasión por Marx, como "idealista sentimental" (algo que el mismo ruso no negaba, por lo que parece). Si somos estrictos, el término y su apelativo parecen despectivos, pero como nos gusta ver las cosas de la manera más amplia posible, puede ser una tensión vital para nada desdeñable en una existencia, por muy gris y desesperanzada que se presente. Lejos de reduccionismos, ser un idealista como Bakunin, que no pierda nunca el horizonte de su existencia (llámese "materia", si se quiera) con el fin de tratar de acercase a ese ideal es algo que combate siempre la falsa placidez del conformismo; por otra parte, no encuentro problema alguna en dar importancia a los "sentimientos", algo en lo que el anarquismo no da su brazo a torcer (si hablamos, por ejemplo, de ese sentimiento tan bello que es la "solidaridad"). En cualquier caso, leer al gigante ruso siempre, a pesar lo que tenga de "hijo de su tiempo", es siempre grato y aporta aliento y fuerza vital de cara a unos tiempos que se muestran complicados y proclives a la mediocridad, al conformismo y a la subordinación. La visión de la naturaleza del ruso es la definidad por un conjunto de seres que constituyen un universo que se muestra indefinido, cosas de origen y apariencia diversos que ejercen, de la manera que fuere, una acción y reacción perpetuas. Este pensamiento bebe de una vieja tradición filosófica, el presocrático Heraclito ya afirmaba que la vida era constante movimiento producto de la tensión entre elementos contradictorios. La vida, para Bakunin, es un movimiento general producto de la combinación de las acciones y reacciones de la pluralidad antes mencionada. No hay, no obstante, en esta visión ninguna causa primera, ninguna preconcepción ni predeterminación; en tal caso, sería la negación de la libertad misma. La naturaleza, vista como un universo sin límites, no es cognoscible ni imaginable por el ser humano, aunque Bakunin habla de que sí es "necesaria" a su espíritu. De esa manera, solo los sentidos del hombre pueden aportarle una muestra infinitamente pequeña de una magnitud del universo solo intuida. El anarquista ruso abría la posibilidad de que el hombre, observando e indagando en la parte de la naturaleza que le rodea y que también está en sí mismo, pudiera advertir las leyes inherentes a las cosas (la forma particular de cada acción y de cada transformación). Entra en juego la anteriormente mencionada confianza en la ciencia positiva, con el afán de esclarecer las diversas leyes naturales, incluidas las diferentes manifestaciones surgidas de aquello que caracteriza al hombre: sentimiento, voluntad y espíritu. Aunque esto parece pertenecer al mundo ideal, Bakunin lo observaba como funcionamientos completamente materiales de los organismos vivos. Hay un deseo de conocer y potencial lo terrenal, de ahí que se hable de una espíritu, voluntad y sentimientos definitivamente trasladados al plano humano, desterrando las perversiones de teólogos y metafísicos.

Por lo tanto, el hombre puede descubrir las leyes generales y particulares gracias a la observación atenta y exacta de los fenómenos y acciones producidas en la naturaleza que le rodea y que le contiene. No obstante, Bakunin deja cierto lugar a la anomalía y a la excepción, no quiere hablar de principios absolutos. Señala lo incognoscible para el hombre de la infinita riqueza del desenvolvimiento natural, de las limitaciones de toda abstracción deducida por el espíritu. Estas limitaciones del ser humano se manifiestan por dos polos: lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Tal y como yo lo veo, es una puerta abierta a la libertad (decisión sobre nuestro límite de influencia y transformación permanente sobre nuestro entorno gracias al conocimiento subjetivo) y a la pluralidad (aceptación de diversas visiones sobre la realidad, y de diversos niveles al respecto). En cualquier caso, y aquí entramos en el código genético del anarquismo, se trata en cualquier caso de rechazar el absolutismo. La confianza en la ciencia de Bakunin se produce, a pesar de todo, en el plano muy limitado del ser humano; solo es concebido el hombre como un animal algo más perfecto que otras especies, sin contar con ninguna trascendencia que le desvirtúe de todo compromiso verdaderamente humano, y contando con que algún día el hombre se verá sujete a esas leyes de transformación y a la concurrencia de los elementos más diversos. Es curioso como la literatura de ciencia-ficción, aquella que yo considero más tendente al ateísmo (aunque sus autores no empleen, tal vez, este término), ha incurrido en esa visión en la que el ser humano es solo parte de un proceso evolutivo en la vida. Aceptando estos presupuestos, tan asumidos por la especulación científica, es posible que podamos dar un nuevo vigor a la idea de progreso y al compromiso con unos valores trasladados definitivamente al ámbito humano. Para Bakunin, el uso de la abstracción de manera absoluta acaba llevando a dios (a la nada), tal y como se ha producido a lo largo de la historia. Lo que considera preciso es que el ser humano se sumerja en el análisis minucioso de los detalles con el fin de compensar la imagen falsa que pueden producir el sentimiento y la imaginación. Si puede hablarse de necesidad dentro de la naturaleza humana, la más notable es ese deseo de saber manifestado de manera progresiva para que el hombre se realice plenamente. Tal y como lo observa Bakunin, ese camino de comprensión es el definitivo para no caer en el fatalismo y para construir verdaderamente un mundo de libertad. El trabajo y la ciencia son los elementos para emprender esa tarea de otorgar sentido a la vida. Tal y como ya he dicho, podemos ser muy críticos con esta visión y confianza tan insertadas en una época histórica, pero esa empresa de tan considerable tamaño, que es construir un mundo más humano, pasa por otorgar mayor horizonte a las nociones de trabajo y de conocimiento. Para nada, negarlas o hacer una tabla rasa que nos lleve a la barbarie.

sábado, 1 de mayo de 2010

Bendita dualidad


Se trata de la portada del número de este mes del periódico anarquista Tierra y libertad, dedicada al 1 de Mayo. Hay más de un elemento que invita al desconcierto (no todo van a ser mensajes concisos), pero bueno, me gusta mucho el resultado final

Para los que no lo sepan, y aumente aún más su perplejidad, la frase es de una bella canción de Labordeta. La reproduzco a continuación.

Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.

Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.

Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar

tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.

Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.

Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.

Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar

tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.

Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.

Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.

Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar

tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.

Somos
como esos viejos árboles.