viernes, 30 de septiembre de 2011

La visión de futuro de Kropotkin

Esta entrada puede verse como una continuación de la anterior, en la que recordaba que Kropotkin insistía en la combinación de esfuerzos como origen de la riqueza. Como es sabido, Kropotkin aboga por el comunismo, considerando que resulta imposible una remuneración proporcional a las horas de trabajo, tal y como desean los colectivistas. En una sociedad que considere todo lo necesario como un bien comunal, según afirma el anarquista ruso, resulta irrealizable cualquier forma de salario. De hecho, el sistema salarial sería resultado de la apropiación por parte de unos pocos de todo lo necesario para la producción, es decir, es inherente al desarrollo del capitalismo. El deseo de Kropotkin es una sociedad en la que los medios de producción fueran comunales y, por tanto, el disfrute de la riqueza también fuera colectivo.

El autor de Campos, fábricas y talleres tenía una confianza enorme en el progreso, de tal manera que observaba formas comunales en la evolución de la sociedad a pesar del aparente éxito del individualismo. Hoy, resulta difícil ser tan optimista, pero tenemos que seguir insistiendo en lo importante, tanto de lo necesario de la libertad individual, como de la defensa de los bienes públicos. Recordemos que, para el anarquismo, los dos conceptos, no solo son conciliables, sino complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que situar los deseos de los individuos por encima de los servicios que han prestado, ya que para Kropotkin el apoyo a cada persona por parte de la comunidad sería un garante de una sociedad sin coerción.

Para fortalecer la expansión del comunismo libertario, habría que aplicar de forma plena la capacidad productiva para cubrir las necesidades vitales, modificar la estructura de propiedad de tal manera que todos los trabajadores produjeran bienes y, insiste Kropotkin, devolver a los trabajadores manuales un lugar de privilegio. Las tendencias son a incrementar la producción y a convertir el trabajo en algo sencillo y atractivo. En el caso de la primera, se situaría en las antípodas de algunas tendencias actuales, como es el caso del decrecimiento, algo para reflexionar. En un mundo con gran parte de la población pasando necesidades básicas, no sé si resulta lo más apropiado plantear que no hay que producir tanto. Más bien, se trata de buscar una producción racional y ecuánime.

El sistema de Kropotkin, ya he insistido en ello, busca la síntesis de los dos grandes objetivos buscados por la humanidad desde la Antigüedad: la libertad económica y la libertad política. El comunismo kropotkiniano es, por supuesto, anarquista, considera que solo sin gobierno puede la sociedad expandirse económica e intelectualmente. La ley es substituida por el libre acuerdo y la cooperación y libre iniciativa reemplaza toda tutela estatal. De nuevo vemos cómo Kropotkin desea que evolucione la sociedad: en el futuro, el individuo no se ve coaccionado por leyes, ni por ningún tipo de obligación, sino por los hábitos sociales y por las necesidades de lograr la cooperación, el apoyo y la simpatía de sus convecinos. Aunque la educación está dirigida a que pensemos que el Estado y los gobernantes son imprescindibles en nuestra vida, una amplitud de miras puede hacernos ver que en realidad tal cosa no es cierta. La injerencia gubernamental no se produce tan a menudo en la vida de las personas y muchas organizaciones funcionan basándose en el libre acuerdo. El deseo es el de que se multipliquen las organizaciones libres, las cuales persigan los más nobles objetivos apelando a lo mejor de las personas.

Hay que preguntarse, tratando de eludir toda esa propaganda que confirma el mundo que vivimos, lo mucho que se ha logrado gracias a la libre cooperación. El Estado puede ser reemplazado por una organización basada en acuerdo libres y los atributos que se consideran propios de aquél pueden llevarlos a cabo la libre federación en todos los ámbitos. Existen las habituales objeciones sobre que siempre existirán personas que se nieguen a cumplir los acuerdos y también a trabajar. Kropotkin recuerda lo innecesario de la coacción en los acuerdos llevados a cabo libremente, ya que existen otros factores que invitan a la acción, así como en lo necesario de convertir el trabajo en algo atractivo no sujeto a la esclavitud del salario. Se considera repulsivo el agotamiento, pero no así el trabajo dirigido al bienestar de todos. Tal y como lo define Kropotkin: "El trabajo es una necesidad fisiológica, una necesidad para desahogar las energías acumuladas, una necesidad que es saludable en sí misma". Pensemos atentamente que el rechazo al trabajo se produce habitualmente por producirse para otros, por ir vinculado al esfuerzo y la obligación, pero que no dejan de ser propias de la condición humana, y en gran medida necesarias, la actividad y la creatividad.

Frente a la necesidad de los castigos para aquellos que incumplen las normas sociales, Kropotkin insiste en la reorganización de la sociedad para tratar de disminuir unos crímenes que no están originados en una perversidad natural del ser humano. Aun así, si existen personas con claras inclinaciones antisociales, se rechazan las prisiones y los castigos corporales, los cuales no hacen más que multiplicar los delitos. La aspiración es a una sociedad en la que todos los niños reciban formación y educación, tanto profesional, como científica, en la que no existan privilegios de ningún tipo, en la que las personas convivan de verdad, algo que lleva a la empatía, cooperen y participen en los asuntos públicos. En una sociedad así, los actos antisociales se reducirían notablemente, los conflictos que surgieran pueden ser solventados por el arbitraje y la fuerza nunca se emplearía para imponer una decisión.

Otro aspecto importante de la visión de Kropotkin es lo que atañe a la moralidad. Por supuesto, considera la moral anterior e independiente de toda ley y de toda religión y muy necesaria para la sociedad. De hecho, los hábitos morales nacen en el contexto social y son condición necesaria para el bienestar de la especie. Frente a la moralidad religiosa, que pretende tener un origen divino, o la moral utilitaria, que mantiene la ilusión de la recompensa, está aquella progresivamente mejorable que pretende la mejor adaptación del individuo a la sociedad cooperando con sus semejantes. Es una moralidad que crece gracias al hábito y que basa su perfección en unas mejores condiciones de existencia de los seres humanos.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El anarquismo de Kropotkin

En los últimos tiempos, se ha revitalizado el pensamiento de Kropotkin gracias a varios libros y publicaciones. Uno de ellos es Anarco-comunismo: sus fundamentos y principios, cuyo concepto traducido en el título es tal vez algo discutible, pero lo más importante es su contenido. El pensador ruso, en cualquier caso, habla en esta obra sobre anarquismo y lo considera algo muy diferente al utopismo, ya que los libertarios nunca se han apoyado en conceptos metafísicos (como los "derechos naturales" o las "obligaciones del Estado") para llevar a cabo las mejores condiciones para la felicidad humana. Es por eso que, indagando en la historia y en la evolución de la sociedad, los anarquistas consideraron dos fuertes tendencias: aquella que dirige sus esfuerzos a la producción comunal, de tal manera que acaban siendo indistinguibles el esfuerzo individual y el colectivo, y la tendencia a la máxima libertad individual, la cual acabará beneficiando también al conjunto de la sociedad. Kropotkin considera que el ideal anarquista es más una cuestión de debate científico que de fe, ya que puede considerarse una sociedad de este tipo como una nueva fase en la evolución. Es una visión, tal vez, muy propia de su tiempo, la gran confianza en el progreso y en el conocimiento como garante del mismo. Aunque podemos ser críticos con ella, hay que recordar el pensamiento posterior de otros autores, como es el caso de Rudolf Rocker, el cual tiene en cuenta otros factores en la evolución social, como es el caso de la voluntad y anhelos de los hombres (algo que podemos llamar también "fe" o "valores", por muy ateos que seamos, o precisamente por ello, ya que lo nuestro no es nunca una "creencia ciega"), estimulados adecuadamente. En cualquier caso, Kropotkin no es un rígido materialista histórico, que es donde se colocan las mayores críticas.

De hecho, y a pesar de su optimismo hacia la expansión del socialismo, Kropotkin denuncia tempranamente la vía autoritaria para llevarlo a cabo. El deseo es una forma de organización social que garantice la libertad económica sin que el individuo se subordine al Estado. Ya en su momento se señala el gobierno representativo de la democracia como un sistema enfrentado a las formas autocráticas anteriores, pero que no garantiza una organización política libre. Kropotkin observa el progreso como más efectivo sin la injerencia del Estado y asegurando la descentralización, tanto territorial como funcional, dejando toda iniciativa a grupos libremente constituidos, los cuales pueden suplir todas las funciones que ahora se consideran propias de un gobierno. Por lo tanto, los anarquistas reconocen y asumen la justicia de las dos teorías predominantes en el siglo XIX: la socialista y la liberal. Y la visión anarquista kropotkiniana es, insisto, evolucionista; es decir, como trató de demostrar de manera admirable, la lucha por la existencia no se limita al enfrentamiento entre los individuos para subsistir, sino que hay que observarla también en un sentido amplio de adaptación del conjunto de la especie a las mejores condiciones. En este sentido, y como buen ateo, Kropotkin considera que la perfección moral se va deduciendo de las necesidades sociales y de los hábitos de la humanidad. El mejor futuro, basado no solo en factores de evolución, sino también en el deseo de las personas, solo puede pasar por una socialización de la riqueza y el trabajo, todo combinado con la mayor libertad posible.

Kropotkin reivindica el esfuerzo colectivo que ha dado lugar a grandes logros en  la civilización. Existen personalidades individuales que han creado grandes cosas para disfrute de la humanidad, aunque no dejan de ser aquéllos también hijos de la industria y, por lo tanto, de la labor de infinidad de obreros que la han desarrollado. Todo lo creado lo ha sido por el esfuerzo combinado de generaciones pasadas y presentes; a pesar de ello, la apropiación por parte de unos pocos de todo lo que incremente la producción no ha dejado de ocurrir. Es por eso que Kropotkin critica una economía que no beneficia a toda la humanidad, y ya hace tantos años denuncia a un capitalismo también por unas crisis cíclicas que dejan sin trabajo a cientos de miles de personas. La educación y el progreso moral se producen de manera estrechamente vinculada al desarrollo económico y a la justicia social (libre disfrute de cada persona de la riqueza), por lo que vivimos (todavía, más de un siglo después) en un sistema injusto, hipócrita y (económica y moralmente) corrupto. Hay que tener en cuenta eso, que no se trata simplemente de problemas materiales, que ello afecta a todos los ámbitos de la actividad humana. A pesar de que nos refugiemos, tantas veces, en nuestras acomodadas vidas, este análisis hay que hacerlo en un sistema económico globalizado tan deplorable que condena a la miseria a gran parte de la humanidad.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Anhelos de dominio

Como dije en la entrada anterior, Rudolf Rocker afirma que la voluntad de poder ha sido y es una de las fuerzas motrices más importantes de la historia, decisiva en la formación de la vida económica y social. Hay que estar de acuerdo con este autor cuando, sin negar la importancia de las condiciones económicas para el desenvolvimiento social, señala muchos ejemplos históricos en los que las aspiraciones religiosas y políticas de dominio tienen un importante papel también en el curso de la economía, la paralizan por largo tiempo o la empujan por otro camino. Todavía existe algo más importante en el análisis de la historia, y es cuando se reconoce solo y exclusivamente a los representantes habituales de un determinado nivel económico. Rocker no se anda con chiquitas a la hora de juzgar tan estrecha visión y considera que tal cosa convierte en una caricatura la historia y empequeñece notablemente el campo del investigador (está abriendo aquí el camino para su tesis de que la sociedad evoluciona de forma inversamente proporcional a la nación-Estado). Me gusta mucho el análisis del anarquista Rocker, al tener unas miras tan amplias y no caer en ningún tipo de reduccionismo ni determinismo, cuando señala cosas como que una clase social como la burguesía, en ciertas ocasiones, ha realizado cosas encomiables que van contra sus intereses (establecimiento de la paz, enfrentamiento con la Iglesia...). Para demostrar su teoría, y nada más actual, Rocker señala las continuas (y devastadoras) crisis que sufre el capitalismo, las cuales no avanzan necesariamente las condiciones hacia formas de producción socialistas. Las condiciones económicas, por sí solas, no modifican la estructura social y se necesitan las condiciones sicológicas y espirituales que impulsen el deseo de transformación.

Rocker denunciaba en Nacionalismo y cultura la actitud de los partidos socialistas, y de los sindicatos inspirados por ellos, los cuales se habían subordinado al capital y a intereses nacionales, abriendo incluso la puerta al fascismo. Insistiría en la actualidad de este análisis, el socialismo como movimiento no ha estado históricamente a la altura de las circunstancias, y sus representantes solo han procurado débiles reformas malgastando su tiempo la mayor parte de las veces en luchas intestinas. Hace más de medio siglo que Rocker mantenía ya este discurso, e incluso considerando que la necesidad misma de las cosas empuja a veces al cambio, todo indicaba que en el futuro el papel de los productores sería subordinado (bien al capital, bien al Estado, o a ambos). La denuncia es a esa forma de considerar el progreso como basado en necesidades económicas, es decir, que ocurren de forma inevitable. Cuántas veces esta concepción empuja al conformismo y a la debilidad de espíritu, de tal manera que se acaba justificando un determinado estado de las cosas, por muy detestable que sea. Frente a una visión de la economía meramente determinista, hay que recalcar la importancia del pensamiento y de la acción humanos, en aras de potenciarlos para su influencia en el desenvolvimiento social. Aunque tantas veces hayan sido de modo equivocado, y ha empujado a los más devastadores conflictos, la constante apelación en los seres humanos a motivos éticos y de justicia también ha ayudado a mover el mundo.

En ese sentido, hay otro factor nefasto, que parte habitualmente de ciertos individuos y de algunas minorías en las sociedad, y es la voluntad o aspiración de dominio. El mal no está necesariamente en esas personas, sino en la misma política de dominio, sin importar por quién sea movida ni las finalidades que persiga. Es por eso que esa política de domino solo resulte imaginable llevando a cabo todos los medios favorables a sus propósitos, tantas veces repudiables, para conseguir el éxito y justificados en la llamada razón de Estado. No importa el tamaño del crimen que se lleve a cabo, si lo efectúa el aspirante a dominador y tiene éxito, puede ser presentado como un hecho meritorio al servicio del Estado. Rocker recoge aquí la tradición de Bakunin, y señala el Estado como la providencia terrenal, al margen de lo bueno y de lo malo. Al igual que se hace con Dios, puede verse el Estado como un Absoluto, no sometido a los principios de la moral humana. Por lo tanto, los intereses económicos no son el único factor que empuja al conflicto, hay que tener en cuenta el interés político, y ya Rocker denunciaba en su momento que se confundían ambos factores en el moderno capitalismo. Es un análisis que subscribiría Erich Fromm, el deseo enfermizo de tantos capitalistas de someter a millones de seres humanos y, no tanto, la ganancia material en exclusividad. Lo podemos ver como una visión enfermiza, que no admite igualdad de derechos, genera una conciencia distorsionada y una evidente corrupción moral. El contacto con una realidad concreta puede generar una determinada conciencia, como era el caso de las relaciones económicas en el pasado en el que al menos el pequeño empresario tenía cierta relación con los trabajadores. No es el caso de los modernos señores de la política y de las altas finanzas, los cuales manejan a las personas solo como objeto colectivo de explotación. La voluntad de poder, llevado a cabo por minorías y justificadas en el absolutismo, han hecho y siguen haciendo mucho daño. La posibilidad de una nueva estructura social tiene que tener en cuenta este factor, junto a los también evidentes intereses económicos.

sábado, 24 de septiembre de 2011

La negación de toda necesidad histórica

Resulta curioso que los anarquistas, o al menos gran parte de ellos, a pesar de su repulsa a toda dominación, hayan analizado que la llamada "voluntad de poder" es uno de los estímulos más fuertes en el desenvolvimiento de la sociedad humana. A pesar de su importancia, y de ser de alguna manera la esencia del socialismo, se critica la rígida visión de Marx, según la cual todo acontecimiento político y social es únicamente el resultado de las condiciones económicas. Ya autores anteriores al autor de El capital señalaron la importancia de ello, pero es necesario analizar otras razones para explicar los fenómenos sociales. En ese sentido (y en un muchos otros), Rudolf Rocker es de una actualidad innegable, al negar esa visión necesaria y absoluta de la historia. No es casualidad que Marx sea un discípulo de Hegel, el creador del Absoluto, de la necesidad histórica y descubridor de las "auténticas" leyes sociales. A su vez, los discípulos de Marx convirtieron su visión en poco menos que una nueva religión, de índole científica, pero religión al fin y al cabo al estar plagada de dogmas y ser aceptados de forma más bien acrítica.

No es posible equiparar, con pertinaz cientifismo, los fenómenos sociales a los fenómenos físicos. Las leyes de causalidad gobiernan la naturaleza y los hechos estrictos la caracterizan. Por su parte, la existencia humana está determinada también por esas leyes, y aunque es posible canalizar esas fuerzas naturales hasta cierto punto, nunca será posible suprimirlas. Nuestra voluntad y nuestro deseo pueden mejorar ciertas manifestaciones de las leyes naturales, pero el proceso general jamás podremos eliminarlo. La necesidad e inmutabilidad presente en la naturaleza, que pueden ser calculadas e interpretadas gracias al método científico, llevó a algunos pensadores a creer que podrían hacer lo mismo con los fenómenos sociales. No hay que confundir las necesidades mecánicas del desarrollo natural con las intenciones y propósitos de los hombres, ya que solo pueden ser valorados como  resultados de su pensamiento y de su voluntad. Por supuesto, no se niegan las leyes causales que también están presentes en la historia y en la mente humana, pero no como la necesidad que se produce en el mundo físico. Este último, se desarrolla sin nuestra conformidad, mientras que en aquellos influyen las manifestaciones de nuestra voluntad (estimulada por leyes causales, por supuesto, nada que ver con el "libre albedrío" religioso, pero tampoco sujeta a ninguna necesidad).

También resulta curioso que Rocker recurra al término "fe", que por supuesto tiene muchas interpretaciones más allá de la religiosa. Gracias a ese concepto, el ser humano escapa de toda necesidad e influyen toda una serie de factores (ética, costumbres, tradiciones, política, formas de propiedad, condiciones de producción...) para que en la existencia humana no se dé lo forzoso y sí la probabilidad. En definitiva, Rocker pretende salvar la libertad, económica, política y presente en cualquier ámbito humano, bien distinta de las leyes naturales y no condicionada por ellas. Todo investigador puede analizar las relaciones íntimas del devenir histórico, pero teniendo en cuenta su carácter diferenciado al de las relaciones de los procesos naturales. La historia hay que verse como el dominio de los propósitos humanos, por lo que toda intepretación que hagamos es cuestión de creencia, en la que pueden darse las probabilidades, pero no la seguridad forzosa. Desgraciadamente,  a pesar de algo tan lleno de sentido común y que tanto puede ayudar al progreso, a comienzos del siglo XXI todavía gran parte de la humanidad se refugia en creencias rígidas e inmutables (aquí podemos reírnos de todo tipo de profecías, incluidas algunas que pretenden tener base "científica").

Precisamente, lo que abre la posibilidad de un mundo mejor es tener en cuenta la importancia del factor de deseo en el mejoramiento de las condiciones sociales, y no la necesidad histórica (con la que juegan también los defensores de lo establecido). La fe, o la creencia, tanto pueden mirar hacia adelante, como puede ser conservadora y determinista, mandamiento de una voluntad divina o producto de leyes inmutables ante las cuales el hombre poco puede hacer. El fatalismo es muy similar, y tanto da si es de naturaleza religiosa, política o económica, anula el impulso para la acción que surge de necesidades inherentes al ser humano. Tal vez es incluso más peligroso cuando se presenta con cierta legitimidad "científica", y termina por suplantar a las antiguas teologías. Se critica así la rigidez del materialismo histórico: a pesar de la importancia de las condiciones económicas para explicar un determinado periodo histórico, no puede ser explicado todo en base a ellas y hay que tener en cuenta la influencia de otros factores para explicar los fenómenos de la vida social. En la siguiente entrada, indagaré algo más en el llamado factor de "voluntad de poder".

jueves, 22 de septiembre de 2011

Creencias y no creencias

Como demuestro en este blog, seguramente con demasiada asiduidad, soy un pertinaz, racional y pasional defensor del ateísmo. Me cabrea sobremanera, y asumo aquí mis contradicciones, carencias y salidas de tono, tanto la propensión del ser humano a creerse cualquier paparruchada sobrenatural, como la igualmente habitual tendencia a cualquier dogma, a cualquier razón y verdad con mayúsculas (que están detrás de la religión, pero no solo de la religión), que no dejan de tener tipos que se consideran ateos. Mi experiencia en grupos ateos me dice que existen toda suerte de individuos que afirman no creer en dioses, desde algún bobalicón que asegura que lo es por no haber tenido ninguna revelación, y que si la tuviera se convertiría en el más devoto creyente, pasando por tipos oscuros sin ningún asomo de progresismo, hasta cuestionables "intelectuales" que parecen haber cambiado la divinidad por algún otra suerte de abstracción a la que subordinarse.

Por otra parte, y en otros ámbitos, no son pocas las discusiones que tengo sobre por qué ser ateo y no agnóstico, ya que parece considerarse al primero una especie de extremista obtuso que niega lo que desconoce (esto, no solo se aplica a las religiones, también a toda suerte de seudociencia). A unos y a otros, no debería ser difícil explicar que mi ateísmo es positivo, y muy combativo, que pretende ser la mejor vía para abrir una puerta a la máxima libertad intelectual y para otorgar el mayor horizonte posible a la razón y la moral (ojo, amigos posmodernos, os tengo en mis pensamientos bastante a menudo). También puede considerarse, según ese punto de vista, "mi ateísmo" como una parte de "mi anarquismo". Tal vez es demasiado lapidario decir que la existencia de Dios supone la negación de la libertad, al modo de Bakunin, aunque está claro que se alude en realidad a eliminar las trabas en la mente del ser humano. Los creyentes, claro está, jamás realizarán este análisis, y es seguro que muchos que no lo son no serán tan radicales, aunque no está de más entrar permanentemente en esta saludable confrontación de ideas. Yo sí lo soy, radical me refiero (trato de profundizar, tengo afán transformador), e insisto en que asumo todas las responsabilidades por decidir abrir una confrontación permanente con los delirios sobrenaturales.

Otro motivo de polémica, más bien baladí, es sobre el término "anticlericalismo", que al igual que el ateísmo algunos pretenden quitarle sentido en la actualidad. No es muy políticamente correcto, efectivamente, decir que somos ateos y anticlericales a comienzos del siglo XXI, pero solo faltaría en estos tiempos, no muy buenos para la lírica, que nos pusiéramos modositos (uso la primera persona del plural, no porque me carga de más razón, sino por querer invitar a ser "políticamente incorrecto"). Por supuesto que soy contrario al clero, como lo soy a tantas cosas que considero parte de una cultura autoritaria. No deseo ninguna jerarquización social, ya que ningún tipo de clase mediadora puede acaparar el conocimiento ni decidir por los demás. Ello no implica que los que pensamos de esta manera vayamos a "comernos" a los curas ni a quemar iglesias, y aclaro aquí que considero la violencia anticlerical que se ha dado en el pasado, tan reprobable como afán de venganza, como digna de ser contextualizada. Por otra parte, se desconocen violencias relacionadas con el pensamiento ateo en la actualidad (no me vale el extremismo político, tantas veces emparentado con el religioso en su deseo de unas instituciones autoritarias), y estoy (casi) seguro que de que estas personas no creyentes son bastante más proclives a comprometerse con una valores que tantos otros que trasladan su moral a un terreno que no es humano. Detesto la violencia, que tanto tiene que ver con la imposición, y jamás aceptaré que (mi) ateísmo y anticlericalismo tengan nada que ver con ello (respecto al prefijo "anti", que significa "opuesto" o "contrario", solo hay que verlo como una relación dialéctica más).
A propósito de anarquismo y ateísmo, muy vinculados desde mi punto de vista, surge la cuestión de si se puede ser lo primero sin ser lo segundo. Conozco a algunos libertarios que son creyentes, y hay que aceptar la complejidad y diversidad del ser humano, por lo que no soy yo nadie para fiscalizar de manera estúpida (valga la redundancia). Como ya han señalado otros, existen colectivos religiosos con sensibilidad e ideas muy próximas a lo libertario y hay que saber cuál es nuestro terreno común y en cuál podemos sentirnos incómodos, sin que ello suponga una confrontación más allá de lo intelectual y sin que nadie se enfade por lo viscerales que somos tantas veces unos y otros. Hay que recordar constantemente que deseamos una sociedad donde cada persona pueda vivir y manifestarse como desee, en la que se erradique toda imposición y en la que se propicie el diálogo y la comprensión del otro.

martes, 20 de septiembre de 2011

El pasado viernes, el diario El país publica una notica sobre la detención de un individuo que, supuestamente, ha colocado diversos artefactos explosivos en el centro de Madrid. La lectura del titular ya me indigna bastante, por lo que no tardo en enviar una Carta al Director, que imagino que nunca publicarán.

En la la sección de Madrid de su diario del 16 de septiembre, aparece el siguiente titular: "Fin de ruta para el anarquista incendiario". Según se explica en el contenido, y suavizando lo titulado, se pueden leer las siguientes frases: "el móvil, tenía que ver aparentemente …" (se habla de convicciones anarquistas y "antisistema", denominaciones donde parece caber todo), "presunto anarquista" (aludiendo a un grupo llamado "Tierra salvaje", del que no se explicita nada más), "supuesta ideología" (aquí se menciona el anarquismo primitivista, también sin decir nada más asociando dos conceptos que para muchos nos parecen antitéticos, y del veganismo, que sí se explica someramente, pero sin que dichas ideas o actitudes tengan que ver, necesariamente, con las ideas libertarias). Cuestiono que sea la manera más adecuada de titular y de elaborar una noticia, al asegurar de entrada la ideología ácrata del detenido y aportar después información más bien imprecisa. A ello se añade la publicación de la fotografía del presunto terrorista, algo que estigmatiza a una persona que no ha sido juzgada. Todo lo que envuelve a ese individuo parece muy difuso, incluido su "presunto" grupo, y dudo mucho que tenga algo que ver con el anarquismo. Pediría algo de rigor en el trabajo periodístico, en este caso también por vincular unas ideas políticas, y una forma de entender la vida, a cosas que le son ajenas.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Más reflexiones sobre la posmodernidad

Este concepto de la posmodernidad, y seguramente debido a que soy un gran ignorante, me trae de cabeza. Estamos de acuerdo en muchas de las premisas que hablan de una era posmoderna, en los grandes cambios sociales, políticos y económicos que se han producido en las últimas décadas (la globalización del capital, el progresivo aumento de la sociedad de consumo, el poder de los medios de comunicación...), y que todo ello ha llevado a cuestionar los modelos organizativos (aunque, algunos los han cuestionado siempre). Todo ello ha conducido a acabar con toda certeza sobre el mundo, sobre la interpretación que hacemos de él y el papel que adoptamos, lo que está muy bien y, como he insistido en alguna otra ocasión, ayuda a una interpretación antiautoritaria (hablamos de anarquismo, posmoderno o no). La posmodernidad tiene que ver con una época diferenciada de la modernidad, supuestamente marcada por grandes verdades (es decir, según afirman los pensadores posmodernos, el absolutismo). Lo posmoderno supone una lógica cultural, un modo de interpretar el mundo y la realidad. Hay una serie de conceptos que son puestos en duda por la posmodernidad: la idea de realidad y su correlato, la de verdad, la noción de tiempo, la confianza en el progreso y la propia idea de sujeto que conllevaba la modernidad.

El proyecto de la modernidad, desarrollado en torno al programa de la Ilustración, supuso el cuestionamiento de las ideas religiosas y la adopción de una perspectiva humanista y racional del mundo. Desgraciadamente, la modernidad nunca se concretó, más bien se volvieron a repetir modos de épocas precedentes, por lo que hay que trabajar en ese sentido de recuperar un proyecto nunca concluido. La persecución de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad deben estar plenamente vigentes, aunque existan, por otra parte como es lógico, ciertos fundamentos filosóficos que haya que poner al día relacionados con la modernidad (y que, por supuesto, tienen que ver con desprender todo autoritarismo de aquel proyecto). En esa línea, los posmodernos consideran que la modernidad supuso cambiar una verdad por otra, la totalitaria de la visión monoteísta por una visión global de una naturaleza comprensible y con significado para el ser humano: una especie de secularización de la idea de Dios. Así, al no existir una interpretación definitiva sobre la realidad, ya que ésta no puede ser vista como un todo articulado ni como algo estable y coherente, no puede darse ninguna imposición de una visión sobre otra. Sería una caricaturización decir que los posmodernos son antirealistas, que niegan la existencia de realidad alguna. A mi modo de ver las cosas, la posmodernidad valida corrientes como el escepticismo, el utilitarismo y el pragmatismo: no hay una verdad superior a otra, sino interpretaciones más útiles o más adecuadas a una realidad concreta.

La modernidad concretó la confianza en la razón y en el progreso, situó la posibilidad de que los hombres dirigieran ellos mismos su propio destino. Para empezar, no hay que negar la validez de que aquel proyecto apartara (sobre el papel, al menos) la subordinación del ser humano a los designios divinos. Podemos criticar, precisamente, que aquello supusiera una nueva subordinación, en la que el papel de Dios lo ocupara otra instancia, pero desde esa crítica solo podemos otorgar mayor horizonte a la razón y seguir potenciando los valores antiautoritarios. La crítica a la noción de progreso, estrechamente vinculada a la depredación capitalista, no pasa por el inmovilismo ni por la involución (¿retorno, hacia dónde?), sino por instaurar nuevos paradigmas de crecimiento económico (y de todo tipo). Por otra parte, y al parecer otro punto fuerte de la posmodernidad, es su crítica a la idea de sujeto inaugurada por la modernidad. Esto es, situar al sujeto en el centro mismo del contexto cultural, como un dominador de la naturaleza guiado por la razón. La poderosa identidad de este sujeto moderno, surgida de su naturaleza interior, se contrapone a la visión posmoderna en la que el sujeto está marcado por ciertas estructuras profundas que desconoce (como el lenguaje o el inconsciente). Eso parece serio, ya que viene a decir que no controlamos enteramente lo que decimos o escribimos (hablando de este blog y de mí mismo, seguro que los posmodernos aciertan).

Lo que es importante, al menos desde el punto de vista filosófico (vamos a dejar lo científico muy entre comillas), es que los posmodernos consideran al sujeto como un ente fragmentado, sin identidad fija ni esencial, que lo que hace es identificarse con ciertos aspectos de la realidad. La gran crítica es hacia la adjudicación de una identidad al individuo, lo que conlleva también códigos de conducta y una asignación de un rol en el mundo y en la historia. Los dos grandes proyectos surgidos de la modernidad son el liberalismo y el socialismo (yo suelo repetir que el anarquismo es la síntesis de las dos, por lo que asumo toda la responsabilidad), los cuales son producto de esas ideas de realidad, tiempo y sujeto que cuestiona la posmodernidad. Por lo tanto, para la posmodernidad no pueden existir modelos políticos cerrados y diseñados de antemano, algo consustancial al anarquismo tal y como lo entendemos hoy en día (que no sé si somos posmodernos o qué). Dicen que los posmodernos no tienen una ambición de cambio global, no hay intención totalizadora alguna, y que ofrecen más un espacio para la reflexión antiautoritaria. Bien, me parece estupendo que se haga tal cosa, pero siempre con la intención de construir realidades alternativas (la teoría solo es inmediatamente previa a la acción). No con la intención de aportar idea para una realidad cerrada, pero tampoco de ser una mera especulación cercana al cinismo, sí para que esa reflexión sea útil en las prácticas de un mundo antiautoritario (sin grandes verdades que imponer al otro). Ideología (construcción del mundo) e ironía (deconstrucción) son con seguridad igualmente necesarias, en constante tensión antiautoritaria (o, vamos a empezar a utilizar nuestra lenguaje, libertaria). No obstante, a pesar de estar de acuerdo en que no existen verdades últimas, seguimos confiando en el conocimiento y en la razón sin confundir una cosa con otra.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Por qué no es necesario el Estado

No es fácil dar una explicación sobre el origen del Estado, como no lo es darlo sobre la religión. Ambos, a mi modo de ver las cosas, tienen mucho que ver con una cultura autoritaria. Como dice Gaston Leval, en El Estado en la historia, la razón de por qué unos seres humanos se han impuesto sobre otros debe suponer uno de los capítulos de estudio más importantes de la historia. El Estado, sea cual fuera la forma que adopte, impone su voluntad, y su gran mérito en la era contemporánea es haber hecho creer a gran parte de la sociedad que su existencia es necesario e incluso que cada ciudadano está integrado en su estructura. No obstante, a pesar de aceptar la importancia histórica de la llamada "voluntad de poder", de cuyo estudio se ha encargado también de manera inmejorable Rudolf Rocker, hay que aceptar otras explicaciones, además del hecho autoritario, para la aparición del Estado y de toda institución jerarquizada. Es posible, aunque más tarde desemboque en la aparición estatal, que la autoridad se presente en un primer momento como un factor positivo, como la elección de aquellas personas más capacitadas para realizar cierta labor. Para el estudio de aquellas sociedades, denominadas injustamente "primitivas", en las que la sociedad impide la aparición del Estado y el denominado jefe no pose autoridad coercitiva alguna, además de los apuntes que realiza Leval en la mencionada obra, recordemos siempre el trabajo del prematuramente desaparecido Pierre Clastres. Hay que discernir claramente entres personas responsables, o directores ocasionales, y lo que es el autoritarismo, el cual desemboca en el aparato estatal. Uno cosa es el gobierno de una minoría sobre la mayoría y otra muy distinta la organización de las cosas.

En cualquier caso, y a pesar de la imposibilidad de reducción a una causa única, creo que se pueden dar explicaciones fehacientes de la aparición de los diferentes Estados, en el origen de los cuales está el deseo de dominio de la naturaleza y de otros seres humanos. Bien por cierta predisposición sicológica y/o biológica, bien por herencia cultural, el deseo de dominación empuja a los hombres a lo largo de la historia, aunque hay que constatar que la dominación política también abre la vía para una mayor disfrute de los bienes materiales. En este sentido, Rocker y Leval insisten en la naturaleza política del Estado, tratando de desmontar la excesiva rigidez del pensamiento marxista de dar una explicación solo por la vía de la economía o por el cambio de estructuras sufridas a lo largo de la historia. De hecho, incluso a la inversa, la alteración del Estado supone tantas veces la alteración de las condiciones económicas. La voluntad de poder explica muchas cosas en la historia, por lo que es posible asegurar en muchas circunstancias la primacía de lo político sobre lo económico. Estamos en un punto importante de la idea anarquista, la de afirmar la hibridación entre el poder político y económico, de la voluntad de dominación y de la de enriquecimiento, de tal forma que el Estado adquiere la forma que conviene a sus intereses. Lejos de ser simplemente "el poder organizado de una clase contra otra clase", es posible analizar en la historia que el proceso de fundación del Estado es multiforme y varía según la diversidad de los factores circunstanciales. Leval considera que el factor más importante es la guerra, siendo la conquista militar una fuente de autoridad. Así, el Estado nace de la organización político-militar que establece un aparato administrativo, el cual tiene el fin, por encima de otros, de vivir a expensas de la población sometida. No hace falta insistir (o tal vez sí, dado lo que se va a veces por ahí) en que, para el anarquismo, los términos Estado y nación son intercambiables.

Es habitual que se considere que el control de la economía por parte del Estado sea una invención moderna, e incluso se asocia todo sistema socialista con ella para desgracia del anarquismo. Del mismo modo, y como he insinuado con anterioridad, también la época contemporánea se ha caracterizado por una visión socialista del Estado, casi exclusiva, como un instrumento de dominación de una clase sobre otra. Sin embargo, la historia nos enseña que el Estado no actúa en beneficio de sus súbditos, sino del suyo propio con elemento como la fiscalidad y la explotación del trabajo de los individuos. Creo que es posible decir, con mayor hincapié a estas alturas, que difícilmente puede verse en el Estado un instrumento de emancipación, por más que se hayan dado otros organismos igualmente coercitivos y explotadores que hacen temer a las personas la pérdida de algún tipo de protección social. Hay que insistir en que el Estado no supone una mejora sobre la explotación individual que supone el capitalismo, incluso es más abusivo al tener más medios de dominación a su alcance. La época liberal de los siglos XVIII y XIX abrió la esperanza a diversas formas socialistas, de las cuales nada puede esperarse ya de aquella que sigue confiando en el Estado como una vía hacia la libertad y la justicia social (ni una ni otra se produjeron en todos los experimentos al respecto). A comienzos del siglo XXI, con un liberalismo, o neoliberalismo, sucumbido a nuevas formas de concentración del capital, continúa reinando a sus anchas a pesar de los destrozos físicos y morales que ocasiona. El Estado y el capitalismo algún día serán también historia, nada en ellos hay de necesarios, y de nosotros depende que adoptemos un camino verdaderamente emancipatorio. Tantas veces insisto en ver el anarquismo también como una hibridación entre liberalismo y socialismo, además de recoger todo lo que hay de noble y digno en la historia y en el ser humano (no sé si la definición de estos conceptos provoca graves discusiones, pero lo que ello demuestra es que son producto de la actividad humana y no poseen ningún origen metafísico ni sobrenatural).

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sin coacción ni dogmatismo

Es recurrente decir, aunque me gustaría que lo demostráramos más a menudo si cabe, que si hemos adoptado el ideal libertario es porque no deseamos coaccionar a nadie a pensar ni a actuar de un determinado modo. Naturalmente, con todo lo dificultoso que resulta la práctica real de esa idea, al menos hay que pensar, desear y actuar en lo posible de modo antiautoritario. Como Tomás Ibáñez afirma (Actualidad del anarquismo, Buenos Aires, Libros de Anarres 2007), tal vez somos grandes egoístas al abrazar el anarquismo, ya que no deseamos una sociedad que nos obligue a nosotros mismos. "Los libertarios no deseamos forzar la conversión de nadie a nuestras ideas", es algo que me gusta exhibir sobre cualquier otra propaganda (¡sí, profesor Ibáñez, la seguimos haciendo con ahínco!), pero precisamente por eso queremos una sociedad sin coacción alguna. Por supuesto que este propósito implica multitud de posibilidades, de índole social, económica o política. Si pretendiéramos imponer una verdad y unos valores, con mayúsculas, caeríamos en lo mismo que tantos otros grupos políticos. La posibilidad de una revolución está, y debe estar, siempre presente, y el faro que la tiene que guiar es acabar con toda imposición autoritaria en todo momento y en todo lugar. El garante de la convivencia social, según la visión libertaria, es la ausencia de la coacción, y siempre tratando de que predomine la solidaridad frente a cualquier otro factor.

En este sentido, el qué hacer como libertarios ha dado lugar a múltiples discusiones. Los lugares comunes, en las que las acusaciones de "reformistas" u "ortodoxos" no hacen más que bloquear alguna posibilidad de ampliar el horizonte libertario, ya cansan bastante. Resulta imprescindible, a mi modo de ver las cosas, reforzar un movimiento libertario (ahora, lo que entendemos por esto sí que puede dar lugar a cierta polémica; tal vez, muchas veces es incluso deseable la existencia de una especie de anarquismo "difuso", que deje a un lado el afán organizativo o que actúe como permanente contrapeso), con una reivindicación de la historia, de las praxis y de la forma de entender los valores. No obstante, y valga como ejemplo todo lo que está ocurriendo este año 2011 en el llamado movimiento 15-M, hay que reforzar también los rasgos libertarios (con especial emotividad, me gusta recordar el antiautoritarismo, la erradicación de la violencia y el deseo de dar voz a todas las personas) ya presentes en esos movimientos de masas. Yo he hecho del anarquismo algo importante en mi vida, y cada vez me apasiona más la posibilidad de una sociedad sin coacción alguna, por lo que deseo formar parte de esa (poderosa, deseamos) corriente de opinión que la propicie una y otra vez dejando a un lado los numerosos prejuicios (y, por lo tanto, coacciones) que nos dirigen hacia otro lado. Me resulta impensable perder el tiempo con deseos maximalistas (¡una gran revolución social que solventará todos los problemas!, aunque la deseo cada día), pensar en términos de todo o nada, lo cual conduce no pocas veces a un estrecho horizonte.

Las ideas libertarias, así expresadas a priori como una forma de no imponer a nadie una forma de vida ni de pensamiento, deben hacerse atractivas a un gran número de personas. Naturalmente, muchas otras abogarán por sus grandes verdades instituidas (o con su propio deseo de ser instituidas), algo que choca frontalmente con el ideal libertario. Como dijo Colin Ward, el movimiento anarquista convivirá mucho tiempo, como es lógico, con otras fuerzas autoritarias y lo que tal vez debamos hacer es tratar de ser coherentes y eficaces todo lo posible en nuestra afán descentralizador, sin ser dogmáticos ni siquiera tal vez en aquello de "adecuación de medios a fines" (espero que se me entienda, hay principios que a veces merece la pena ser revisados o llevan a la inacción, a que no se tomen medidas que mejoren la realidad). En este sentido, hay que poner al día términos como "reformismo" o "radicalismo", ya que todos estamos impregnados de un sistema político y económico. Aunque nos guste proclamar que somos radicales, en el sentido de propiciar la transformación, no son conceptos que puedan verse como absolutos (otro motivo para abrazar el anarquismo). Es posible que no todo intento transformador sea evolucionista, lo mismo que una medida aparentemente reformista ayuda a vislumbrar un mayor horizonte libertario. Puede definirse como una constante relación dialéctica, o tal vez como una antinomia jamás resoluble (en un lenguaje proudhoniano), la de un radicalismo que oriente sobre los pasos a seguir y un reformismo capaz de tomas decisiones. Como habría que insistir siempre, hay que analizar las cosas en profundidad dejando a un lado todo prejuicio y los pobres lugares comunes. Tal y como gustaba a decir a los anarquistas clásicos, existe tal concurrencia de factores en la vida, tal "complejidad irreducible de las realidades" (en palabras de Tomás Ibáñez), que resulta prácticamente imposible toma una decisión definitiva sin (al menos) tratar de comprender todos los condicionantes.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La moral anarquista de Bakunin

Bakunin consideraba que el socialismo y el materialismo conducen a una moralidad auténticamente humana. Después de afanarse en demostrar que el idealismo, a través de las ideas absurdas de Dios (inmortalidad del alma, libertad original de los individuos, moral independiente de la sociedad...), lleva de manera inevitable a consagrar la esclavitud y la inmoralidad, se esfuerza en demostrar cómo se llega a la máxima libertad de los individuos y a una moralidad elevada. Para ello, son necesarios la verdadera ciencia y el materialismo, así como un socialismo que es en realidad el desarrollo de una naturaleza material tomada como punto de partida para lograr la emancipación humana dentro de la sociedad (es decir, partir de lo material para alcanzar el más alto ideal).

El anarquista ruso no dejaba de considerar al ser humano como un animal más desarrollado, de tal manera que en él, al igual que en otras especies, se encuentran dos instintos antitéticos: el instinto de preservación del individuo (egoísta) y el instinto de preservación de la especie (sociable). Ambos son legítimos y necesarios, y considera Bakunin que se presentan con la misma intensidad en el hombre. Su manera de entender la moralidad humana, individual y colectiva, es reconociendo en cada persona el "respeto". El respeto humano es el reconocimiento de la humanidad, del derecho y de la dignidad en todo hombre. Bien es cierto que se hace imposible respetar la estupidez y la iniquidad de muchos seres humanos, pero sí se reconoce en ellos esa manera de entender la naturaleza humana como respeto. De hecho, la naturaleza nos otorga sentido e inteligencia, excepto claro está en casos extremos de enfermedad o demencia, por lo que incluso el individuo más feroz posee esa posibilidad de llegar a ser consciente de su humanidad.

De alguna manera, Bakunin habla de determinismo social, por lo que considera que es el medio el que moldea al individuo. Hoy, algunos expertos en sicología social opinan de modo parecido, de tal manera que ponen incluso ponerse en duda la supuesta bondad o maldad congénita de las personas (algo, tal vez, demasiado categórico, ya que no termina de haber respuestas definitivas sobre las condiciones inherentes al ser humano). Lo más importante, y es algo que hay tomar nota porque creo que nuestra cultura está impregnada de este concepto, es que se niega la llamada "voluntad libre". Tal cosa, de origen religioso, pero aceptada por la jurisprudencia, viene a significar que existe en cada individuo una especie de autodeterminación espontánea de su voluntad negando toda influencia natural y social. Bakunin es monista, es decir niega toda posibilidad de una entidad, moral o espiritual, separada del cuerpo. Las capacidades morales e intelectuales, los que algunos denominan "alma", son el resultado o expresión del desarrollo del cerebro y de otros factores relacionados con el cuerpo del individuo.

Por lo tanto, existen multitud de causas precedentes al individuo, el cual es producto de siglos de desarrollo. Como es lógico, resulta imposible remontarnos a las causas primigenias de esas capacidades llamadas "alma", así como conocer las sucesivas transformaciones. Así, Bakunin considera que el individuo es el producto del desarrollo histórico, entendido como el desarrollo físico y social de su especie, pueblo y familia transmitidos a través de herencia y determinantes de su naturaleza particular. Todas esas causas precedentes condicionan las cualidades fisiológicas, nerviosas y cerebrales, de cada ser humano. Aunque las condiciones sean similares en cada persona, existen tantos condicionantes externos, que puede entenderse que a medida que se desarrolla el individuo se va perfilando su naturaleza individual. Entendido de esa manera, existen tantas naturalezas distintas como individuos. Llegamos a un punto primordial para la génesis del pensamiento anarquista: cada personalidad es única, determinada por infinidad de factores.

Tal y como la entiende Bakunin, la moral tiene un sentido positivo. Es decir, la malevolencia es la reducción de la generosidad y de las buenas cualidades, tal vez no de un modo absoluto, por lo que la educación puede ayudar a desarrollar, fortalecer y aumentar lo positivo. En este sentido, se niega todo tipo de cualidades innatas (aunque Bakunin admite su ignorancia última sobre cuestiones fisiológicas, considera que la evidencia indica que es así) y se deja toda a la educación y los factores ambientales. Los aspectos intelectuales y morales de la humanidad consisten en el desarrollo y perfección de las asociaciones de sentimientos e ideas. La herencia biológica no transmite esas cualidades, pero sí la capacidad cada vez más perfeccionada para concebir y crear nuevas asociaciones.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Dos diseños inspirados por la frase de Bertrand Russell, que ya comenté en una entrada reciente. Uno de ellos, es posible que se acabe convirtiendo en portada del próximo número de Tierra y libertad.


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Ciencia y ética

En Religión y ciencia, Bertrand Russell daba a priori la razón a los que consideran que la ciencia no tiene nada que decir sobre los valores. Sin embargo, aclaraba que no estaba de acuerdo con deducir de ello que la ética contiene verdades que no pueden ser probadas o refutadas por la ciencia. Tradicionalmente, el estudio de la ética consta de dos partes: la que concierne a las reglas morales y la que se ocupa de lo que es bueno por sí mismo. La historia de la humanidad puede observarse, desde el punto de vista de la ética, como una evolución de una situación en la que las reglas de conducta son importantes hasta otra en la que se da más importancia a la reflexión y a los estados del "espíritu". Para los místicos y religiosos, suponemos que para los sinceros, las reglas externas les parecerán solo adaptables a las circunstancias y valoran más una buena conducta que mane del interior del individuo. Una de las formas de evitar las reglas externas fue la creencia en la "conciencia"; según la visión religiosa, Dios habría puesto en cada corazón humano lo que es recto y solo hay que escuchar la voz interior. Russell recuerda que hay, al menos, dos dificultades para esta teoría: primero, que la llamada conciencia parece decir cosas diversas a cada hombre, después, la sicología ha ido dando respuestas a los distintos sentimientos de cada individuo. Como buen científico, Russell apela a las leyes causales para comprender por qué existe tanta diversidad en lo que motiva la conciencia. Mediante la intronspección, hay veces que los sentimientos parecen misteriosos, al haber olvidado como se originaron, y no resulta raro que tantas personas a lo largo de la historia hayan considerado que eran un producto divino. Russell considera que la conciencia es un producto de la educación, algo con lo que estoy de acuerdo en gran medida, y puede ser dirigida a un lugar o hacia otro a conveniencia del educador. Para liberar a la ética de unas reglas externas, hay que poner en duda la visión religiosa sobre la conciencia.

En el terreno de la filosofía, también han existido intentos de subordinar las reglas de conducta en cuestiones moral. Para ello, se ha definido el Bien como aquello deseable, independientemente de sus consecuencias. De ello se infiere que lo deseable es aquello que promueve ese gran concepto del Bien. Las dificultades para esta concepción absolutista de lo que es bueno son obvias, ya que de la mayoría de los actos derivan cosas malas y deseables a la vez. Hay muchos autores que han elaborado diferentes concepciones del bien: basadas en el conocimiento, en el amor de Dios, en el amor universal, en el goce de la belleza, en el placer... Todas ellas dan lugar a grandes dificultades, como parece obvio. Desde un punto de vista "científico", sin embargo, pueden aducirse pruebas por un lado o por otro para definir las consecuencias de un comportamiento. Para una concepción absolutista del Bien, no existen pruebas definitivas que nadie pueda presentar y solo parecen tener cabida argucias emocionales para convencer a los demás. Russell sostiene algo muy importante, y a pesar de su constante apelación a la ciencia, interesará a los posmodernos: los "valores", efectivamente, están fuera del terreno de la ciencia, como son ajenos incluso al conocimiento, ya que solo dan expresión a las emociones de cada individuo. Desde este punto de vista, la afirmación de que algo tiene "valor" no sería un hecho cierto sin más, al margen de nuestros sentimientos personales. Para aclarar esto, hay que analizar la idea del Bien.

A priori, la idea de lo bueno y de lo malo parece tener alguna conexión con el "deseo". En una primera apariencia, puede ser que lo que deseamos sea "bueno" y lo que tememos, "malo". Naturalmente, la dificultad comienza al comprobar que hay tanta variedad en los deseos de los individuos. La ética podría definirse como un intento de escapar a esa subjetividad, aunque con evidentes dificultades. Los argumentos que se presentan para decidir lo que es "deseable" pueden ser diversos, por un lado o por el contrario, buscando aliados constantemente. De hecho, Russell considera que la ética está muy vinculada a la política, si entendemos ésta como el intento de un individuo para hacer que sus deseos se conviertan en los de su grupo. En este sentido, podemos dar un significado grupal a la ética, siempre y cuando los deseos de cada individuo sean cosas que todos pueden gozar en común. El intento individual para elevar el deseo propio a categoría universal se puede intentar desde dos puntos de vista: el del legislador y el del predicador. Dentro del Estado, el legislador elaborará un código moral conforme a los fines que él valore, según el cual los hombres se sentirán malos si persiguen propósitos diferentes; la "virtud" se convertirá, dejando a un lado la cuestión subjetiva, en una sumisión a los deseos del legislador. El predicador, si no cuenta con una institución de su lado, apelará con mayor frecuencia a las emociones para que sus deseos se conviertan en los de la mayoría.

Podemos decir que la ética no contiene afirmaciones, sino deseos, por lo que siempre existirá una tensión entre los sentimientos del individuo y el deseo de elevarlos a categoría universal. La ciencia no puede contener sentencias éticas, pero sí puede examinar las causas de los deseos y los medios para realizarlos. No existen argumentos para probar que esto o aquello tiene un valor intrínseco, por lo que hay que aceptar que las diferencias son de gusto y no existe una verdad objetiva. Esta doctrina "subjetivista" tiene varias consecuencias, siendo la más evidente que se anulan conceptos religiosos como "pecado" o "virtud", ya que ello solo puede ser valorado como bueno o malo por los seres humanos en función de las circunstancias. Siguiendo con la visión religiosa, aquellos que sostienen que existe cierto "propósito cósmico" criticarán esta teoría contraria a toda objetividad y absolutismo, y esa creencia les llevará incluso a aceptar lo que es más pernicioso como parte de un plan divino. Desde un punto de vista biológico, los valores son también producto de la evolución, entendidos como lo que resulta de agrado o desagrado respecto al ambiente, aunque ningún propósito original se deduce de ello. En un terreno filosófico y ético, los valores, entendidos como lo que es bueno para un conjunto de personas, se defienden de forma más firme aceptando que solo pertenecen a un plano de actuación humano.

Por supuesto, los partidarios de valores "objetivos" argumentarán las consecuencias inmorales que (supuestamente) se derivan de todo este relativismo. Se trata de un razonamiento, tan pertinaz, como defectuoso. Claro que se derivan consecuencias de la concepción subjetiva de los valores, pero no se deduce necesariamente ningún debilitamiento moral de índole general. Si se pretende que las obligaciones morales influyan en la conducta, hay que apoyarse con más fuerza en el deseo que en la creencia. Como dice Russell, existen deseos que no son puramente personales, pero en caso de no tenerlos, ninguna enseñanza influirá en nuestra conducta exceptuando el miedo a no ser aprobado. Es posible que gran parte de la vida que admiremos sea producto de deseos impersonales; sin embargo, esos deseos pueden ser estimulados por el ejemplo, la educación y el conocimiento, y apenas lo serán por una creencia abstracta en lo que es correcto. Es tarea de una organización social sabia crear armonía entre el interés propio y el general, aunque pueden existir individualidades capaces de tener unos deseos morales vigorosos e influir sinceramente sobre el grupo al tener esa aspiración universal. Algo tan general como la felicidad general no necesita una sanción de un concepto absoluto del bien, ni se convierte en algo irracional al estar basado en deseos individuales. En este sentido, los deseos no son en sí mismos racionales o irracionales; sencillamente, pueden entrar en conflicto con otros deseos y conducir a la infelicidad, o pueden ser negados por otras personas y no ser satisfactorios. Russell apela, por lo tanto, a los deseos grandes y generosos, además de por las teorías morales; ello es porque éstas nada significarían sin el deseo de elevarlas a una categoría universal.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Más basura intelectual

Una frase memorable de Russell, a propósito de todo tipo de creencias: "En cuanto abandonamos nuestra propia razón y nos limitamos a confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin". Además, de manera no tan sarcástica, señala que la fuente de la mayor parte de las creencias religiosas es el engreimiento, individual o genérico. Efectivamente, la creencia religiosa suele considerar al ser humano como lo más importante del universo. Lo más irrisorio del asunto es que si, efectivamente, el fin de la "creación" era el hombre, resulta curioso que una deidad se haya tomado un prólogo tan largo y tedioso. Naturalmente, mejor no insistir en que, tanto el ser humano, como el planeta que habita, algún día serán historia. La religión siempre tendrá una respuesta para esto, la recurrente y absurda alusión al "misterio". Russell expresa lúcidamente que una probable curación para ese engreimiento religioso es recordar que el hombre es un breve episodio en la vida de una pequeño planeta localizado en un rincón del universo; es posible que existan otras formas de vida, en otros lugares, para los que no somos superiores a las medusas. No obstante, hay otras fuentes que explican la existencia de la religión, como es el caso del gusto por lo maravilloso. Hay veces que el ser humano está dispuesto a creer cualquier cosa prodigiosa, siempre y cuando ello no se enfrente a algún prejuicio fuerte. Pocas veces los historiadores dan crédito a estos acontecimientos producto de la fantasía, excepto cuando se encuentran en el terreno de la religión. Si la emoción intensa de un individuo da lugar a un mito, es posible que se le considere un demente: si esa emoción es producto de una colectividad, no es raro que reciba un amplio crédito. Desgraciadamente, como recuerda Russell, gran parte de los mitos se basan en crueles falacias (las barbaridades que se han atribuido históricamente a los judíos han justificado su persecución y exterminio), que acaban justificando los peores actos. Muchos otros ejemplos de prejuicios absurdos, sobre la raza y la sangre, parecen hoy (al menos, en la teoría) felizmente superados. Una forma de combatir los mitos e iniciar un camino de sabiduría es admitir los propios temores y reflexionar de manera racional sobre todo tipo de creencias.


No solo la religión, la política también se encuentra gobernada por tópicos que no responden a la realidad. Cuántas veces hemos oído la frase "no es posible cambiar la naturaleza humana". No solo que esto no es posible que lo afirme nadie, sino que difícilmente podremos decir qué es la "naturaleza humana". Hablar de tal cosa es absurdo para alguien que conozca un poco de antropología, ya que los comportamientos humanos difieren en las diversas culturas. La llamada "naturaleza" del ser humano varía enormemente en función de la educación recibida. Gracias a factores como la alimentación o como algún tipo de adiestramiento, es posible hacer de la gente dócil y sumisa, o bien violenta y dominante, como convenga al educador. Un gobierno, del tipo que fuere, puede convertir la mayor idiotez en el credo de la mayoría. El mismo Platón pretendía fundar su República sobre un gran absurdo, algo que él mismo admitía. Otro importante pensador, Hobbes, consideraba que el pueblo debería reverenciar cualquier tipo de gobierno, aunque fuera totalmente indigno; cuando alguien cuestionaba el hecho de que la gente acatara una cosa tan irracional, él recordaba que si se había hecho creer a las masas en la religión cristiana, y en sus dogmas absurdos, era totalmente posible hacerles creer cualquier cosa. Los gobiernos han tenido siempre un gran poder sobre las creencias de los hombres, como demuestra el hecho de que los ciudadanos romanos se convirtieran al cristianismo solo después de que lo hicieran los emperadores o el que los lugares del Imperio romanos conquistados por los árabes supusiera la conversión al Islam de los cristianos; otro ejemplo notable, la división de Europa occidental en regiones protestantes y católicas se produjo por la actitud de los gobiernos en el siglo XVI.

Desgraciadamente, aunque sea por imposición o inspiración de los gobiernos, estas creencias empujan a grandes masas de hombres a matarse unos a otros. Russell vinculaba un poder autoritario a una población plagada de lunáticos fanáticos, de tal manera que se podría inducir a creer casi cualquier cosa por absurda que fuere. Podría darse, del mismo modo, lugar a ciudadanos razonables y juiciosos, pero no se conoce gobierno alguno que desee tal cosa, ya que ese tipo de personas no admitiría seguramente el hecho de una jerarquía política. La educación, para bien o para mal, puede ser dirigida hacia un lugar u otro. Lo malo de ese dogma que habla de una "naturaleza humana" es que suele ir asociado a una creencia determinista en la beligerancia del ser humano. Muy al contrario, si una organización política demostrara que la guerra no es deseable ni productiva, difícilmente podría la condición humana llevar al conflicto. En todas las épocas, se ha sostenido que existían cosas inmutables, pero al cabo del tiempo resultan inaceptables sin que haya apenas nadie que las eche de menos. No obstante, cuidado con la fe ciega en el progreso, ya que tendemos a sorprendernos de lo que pensaban pueblos del pasado siendo condescendientes con nuestra propia época, ya que al día de hoy siguen manteniéndose creencias absurdas en las sociedades modernas y civilizadas, tanto religiosas, como políticas.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Compendio de pacotilla intelectual

Existe un texto de Bertrand Russell con este nombre, tan lúcido como divertido, que se recoge en la valiosa recopilación Dios no existe, de Christopher Hitchens. Echemos un vistazo a las perlas que en él se comentan, muchas de ellas dedicadas a los hombres religiosos, siendo las épocas en las que mayor poder tenían menos proclives a la sabiduría. Efectivamente, en los periodos caracterizados por el predominio de la fe el clero imponía todo su criterio. Cada etapa oscurantista trata de ser ocultada con el fin de que la nueva etapa oscurantista no se reconozca como tal. Russell repasa algunos ejemplos de irracionalidad en el clero, desde que la ciencia comenzó a desarrollarse, y después analiza si el resto de la humanidad es mucho mejor.

En el mundo anglosajón, el clero se opuso al invento del pararrayos realizado por Benjamin Franklin, ya que ello suponía un intento de frustrar la voluntad de Dios. Entre las numerosas crueldades imaginables sobre una deidad, considerada encima omnibenevolente, no se me ocurren peores que considerar que un ser supremo envía fenómenos catastróficos para castigar a sus creaciones. No es esta visión exclusiva del monoteísmo occidental, ya que Gandhi (cuya figura está idealizada hasta el exceso), después de que unos seísmos sacudieran la India, comentó que aquello era un castigo divino por ciertos pecados. Estamos hablando de la época contemporánea, en la que se entiende que el deísmo habría sido la visión triunfante sobre los creyentes más razonables. Insisto en que, al margen de la creencia o no creencia de cada cual, no se me ocurre que una mente saludable imagine una mano sobrenatural detrás de cada hecho accidental (esto es, en los que la mano del hombre no ha intervenido). Y ello por doble motivo, primero por una cuestión puramente racional, pero también, y más grave, por considerar que "alguien" merece esos castigos realizados por motivos inescrutables.

El absurdo y la irracionalidad más hilarantes convergen en la actitud de esas pudorosas monjas que se bañan, incluso en la intimidad, con una bata de baño. Ello lo hacen, naturalmente, porque Dios puede verlo todo, por lo que reducen al imaginario ser a un mirón de poderes limitados, ya que las paredes no le detienen, pero sí una simple prenda de baño. El concepto de "pecado" también genera una crueldad inimaginable; incluso cuando la Iglesia Anglicana ha aceptado la regulación de la eutanasia para casos de enfermedades incurables y dolorosas, cierta voces se han negado a que el propio paciente tome su propia decisión al respecto. Eso es porque lo que sería una muerte asistida, sin sufrimiento físico, en caso de que tome la decisión el protagonista se convertiría en el gran pecado del suicidio. Por supuesto, tal vez los crueles y depravados no son los miembros del clero que, en nombre de Dios,  condenan a una persona a meses de tortura, tal vez lo somos los humanos que pretendemos evitar en lo posible el sufrimiento.

Un caso que tantas veces me ha producido perplejidad es el de la resurrección de la carne, en nombre de la cual se oponen los ortodoxos a la cremación. Podemos preguntarnos qué ocurre con tantas personas que desaparecen en circunstancias extremas, pero es de suponer que ello obedece igualmente a algún plan divino. Russell ironiza sobre el hecho de que, tal vez, a Dios le sería difícil recomponer un cuerpo quemado, pero no menos que hacerlo con uno enterrado y transformado en gusanos. Como es sabido, la consideración sagrada de los cadáveres es propia de las diversas culturas. En China, ya en el siglo XX, un cirujano francés quiso realizar disecciones con cuerpos muertos ante el horror de las autoridades chinas. Aunque le dieron una negativa sobre esto, le dijeron que podría disponer de un suministro ilimitado de criminales vivos ante el horror, esta vez, del galeno occidental.

Es sabida la obsesión sobre el sexo en cuanto a considerarlo como pecado, mucho más que en el terreno de los otros llamados capitales. La actitud célibe es lo recomendado por la ortodoxia católica, aunque los que sufran de incontinencia pueden casarse y vincular el acto sexual a la procreación. Las enfermedades relacionadas con el sexo son, por supuesto, un castigo divino y la única prevención es la abstención. Los que no hayan visto la película El sentido de la vida, de los Monty Python, con el inmejorable sketch musical "Todo esperma es sagrado", creo que ya están tardando:



No obstante, hay quien cree que la actitud de la Iglesia respecto al sexo ha sido demasiado suave. Russell menciona al pobre Tolstói, cuyo anarquismo era seguramente irreconciliable con su mortificación cristiana, junto a Gandhi, los cuales vincularon el sexo a la perversidad, incluso dentro del matrimonio y con la idea de tener hijos. La moral moderna pude considerarse como una mezcla de dos elementos: por un lado, las normas racionales para convivir adecuadamente en una sociedad, y por otra, los tabúes tradicionales originados en los diferentes textos religiosos. Desgraciadamente, en el último caso, el carácter sagrado de las normas tiene como consecuencia el absurdo, en el mejor de los casos, y un notable sufrimiento en no pocas ocasiones. Como ya señaló Faure, y en lo que se insiste una y otra vez, el concepto de pecado presenta una dificultades obvias. Un dios omnipotente supone que nada contrario a él puede suceder, por lo que la desobediencia de los humanos sería algo que ya sabría y, por lo tanto, debe formar parte de su propio plan. De lo contrario, considerar que la desobediencia a Dios es posible es aceptar que no es un ser omnipotente. Spinoza aceptó la omnipotencia divina, por lo que consideró que el pecado no existía en realidad; las conclusiones posteriores son, todavía, más absurdas y catástroficasomnibenevolente, algo como el asesinato también lo es. Como dice Russell, el argumento no ofrece escapatoria.

jueves, 1 de septiembre de 2011

La denuncia en Bakunin de la moral religiosa

Como ya es sabido, para Bakunin la religión es un primer despertar del hombre en forma de sinrazón; un primer destello de la verdad humana, de la moralidad, de la justicia y del derecho, a través del velo divino de la falsedad. Solo gracias a la liberación del yugo de la divinidad, puede conquistarse la razón, la libertad y la auténtica justicia. Bakunin identifica la religión con el absurdo, algo que hace que el hombre se pierda manteniendo la mirada en lo divino, en lugar de en lo humano. La moralidad, las ideas de justicia y del bien, tienen su origen en la condición humana primaria, ya que el hombre atribuyó a Dios lo que en realidad está fundado en su estadio animal. Si las diversas escuelas idealistas, identifican la moralidad con el individuo aislado, para Bakunin solo puede encontrarse en individuos asociados. El individuo aislado, al igual que Dios, supone una ficción, atribuible a la fantasía de los creyentes o a una razón infantil, que finalmente se desarrolló y se dogmatizó gracias a teólogos y metafísicos. El autor de Dios y el Estado, concluye que la falsedad de un alma inmortal está estrecha e irracionalmente vinculada a la ficción de la moralidad individual, a la aceptación absoluta de una moralidad divina y a la negación de la moralidad humana. Dios habría escrito en cada corazón humano una ley divina, lo que a la postre supone negar la posterior existencia social del hombre. Bakunin identifica esta visión religiosa, incluso la más sutil que han podido elaborar ciertos metafísicos, por considerar la sociedad meramente como un medio de desarrollo de la moralidad divina y no como una meta. Así, la verdadera meta es la salvación individual ignorando a los demás individuos al hundirse cada hombre en la contemplación del absurdo místico (en la subordinación a Dios).

Por lo tanto, para Bakunin esta moralidad fundada en lo divino no conduce a relaciones humanas auténticas, ni al desarrollo de la ética ni al verdadero amor entre semejantes. El hombre religioso, que acaba redescubriendo una supuesta esencia infinita e inmortal y se muestra autosuficiente, acaba no necesitando a nadie real, solo a Dios. Naturalmente, este hombre moral y socialmente independiente sigue necesitando de las cosas materiales, por lo que continuará la relación con los demás para satisfacer esas necesidades. Bakunin denuncia estas relaciones sociales fundadas en el interés material, en lugar de en la necesidad moral, y señala la consecuencia de ello: la explotación. La sociedad burguesa, la cual estaría basada en esa moralidad individual y metafísica, lleva necesariamente a que todo individuo se convierta en explotador. El Estado, sea cual fuera la forma que adopte, será el garante de esa mutua explotación. La sociedad es vista, meramente, como un medio necesario para satisfacer la vida material, por lo que la solidaridad no tiene cabida e incluso es vista como un obstáculo para la salvación personal. Aunque los explotadores constituyen una minoría, los explotados también lo son en potencia, consecuencia lógica para Bakunin de la influencia de la ética metafísica o burguesa en la economía social. Como indica el primer mandamiento divino, todas las relaciones humanas quedan subordinadas a la relación del hombre con Dios. Hay que comprender que Bakunin relaciona la solidaridad social con el amor fundado en la necesidad que tenemos de los demás. Un ser como Dios, absoluto y completo en sí mismo, no podría tener verdadero amor hacia aquellos que no necesita prestar atención y cuyos sentimientos ignora, no más al menos que un déspota hacia sus súbditos. Como resulta obvio a estas alturas, el verdadero amor para Bakunin solo puede producirse entre iguales (algo que nos recuerda a los postulado posteriormente por Erich Fromm). El supuesto amor que siente el superior por el inferior solo puede calificarse como opresión y desprecio.

Llegamos al meollo de la cuestión, una de las múltiples razones por las que yo mismo me considero ateo (en este caso, una razón más moral que intelectual): la relación de Dios con el hombre solo puede recordar la que posee un amo con su esclavo. La moral fundada en lo divino sigue conservando los rasgos de esa relación, de tal manera que el trato divino "paternalista" se refleja claramente en la vida social y en su jerarquización. Bakunin denuncia esta hipocresía de la religión, la de preconizar un concepto del amor que es en realidad una esclavización para mayor gloria divina. Incluso, yendo más allá, quiere ver en esta legitimación de la autoridad divina con la creación de la Iglesia, los orígenes también del Estado. La teoría dice que todos los hombres deben subordinarse a Dios, aunque solo una minoría privilegiada habría llegado ya al grado de perfección intelectual y moral para poder gobernar sobre la mayoría. Da igual como se quiera denominar, proximidad al ideal de Dios, o al de la razón, la justicia y la libertad, se legitima a una minoría para decidir por los demás e incluso ello se observa como un deber "virtuoso". Hay quien verá estas ideas de Bakunin como excesivas o como propias de una sociedad ya "superada". Sin embargo, da lugar a reflexión la cantidad de herencia religiosa que tenemos también en nuestro intelecto, en nuestra moral y en nuestra manera de observar las cosas. El mismo, y ficticio, concepto de "libre albedrio" está demasiado presente en nuestras vidas y en el análisis cotidiano que realizamos, con poco o ningún deseo de profundizar en las leyes causales. ¿Por qué no buscar unos vínculos entre la dominación política, la explotación económica y la sumisión religiosa? En próximas entradas, seguiremos indagando en el asunto.