sábado, 28 de abril de 2012

El único y su propiedad

El 26 de octubre de 1806, nace en Bayreuty (Baviera) Johann Kaspar Schmidt al que se recordaría por su seudónimo Max Stirner (el cejas). Estudió teología, filosofía y filología clásica, aunque no llegará a doctorarse y se le terminó impidiendo, como era su deseo, dedicarse a la docencia. Acabó sobreviviendo como publicista y traductor. A partir de 1837, será asiduo durante años del grupo de la izquierda hegeliana (los libres), y Engels parece que llegó a decir de él que era la cabeza más lúcida y profunda de aquel círculo de filósofos revolucionarios. Con el tiempo, los jóvenes hegelianos se escinden en dos tendencias: unos, integrados por Ruge, Hess y Marx, marcan distancias respecto a Hegel; otros, entre los que se encuentra Stirner, se esfuerzan en una revolución de las conciencias mediante una crítica pura de carácter ateo, carente de reglas y absolutamente negativa. La espectacular obra con la que Stirner pasaría a la posteridad supuso un gran escándalo y causó gran revuelo entre los intelectuales. Muestras de que atrajo gran atención son las reseñas críticas que le dedicaron Mosses Hess y Ludwig Feuerbach, así como el hecho de que Marx y Engels le dediquen, en La ideología alemana, más atención que a cualquier otro autor. La primera edición de 1844 se agotó rápidamente, por lo que se reimprimirá enseguida, aunque la gloria será efímera. La vida personal de Stirner no fue muy alentadora e incluso acabaría en prisión, durante 1853 y 1854, por deudas impagadas, para morir por enfermedad el 25 de junio de 1856.

La obra de Stirner, aunque escribió sobre todo tipo de temas, no es muy extensa. El único y su propiedad (Leipzig, 1844) fue su primer título publicado y solo escribiría otro más: Historia de la reacción (en 2 volúmenes, Berlín, 1852). Con carácter póstumo, John H. Mackay editaría una recopilación completa de los artículos de Stirner. Se ha dicho que las dos coordenadas que sitúan a este autor son el anarquismo individualista, aunque él nunca se consideró como tal, y la crisis de la filosofía idealista alemana. Karl Löwith escribió lo siguiente: "La crisis de la filosofía hegeliana puede dividirse en tres fases: Feuerbach y Ruge intentaron transformar la filosofía de Hegel conforme al espíritu de una época diferente; B. Bauer y Stirner, en líneas generales, hicieron morir la filosofía en un criticismo radical y en el nihilismo; Marx y Kierkegaard extrajeron las últimas consecuencias de la situación cambiada. La obra de Stirner es coetánea, nada menos, que del existencialismo de Kierkegaard, del humanismo de Feuerbach y del materialismo histórico. Puede decirse que Stirner es quien mejor sintetiza aquel momento y El único y su propiedad hay que considerarla como el canto de cisne de los jóvenes hegelianos. Franz Mehring, teórico de la socialdemocracia alemana, consideró algo que resulta apabullante: Stirner transforma en realidad corpórea la idea abstracta de Hegel, la autoconsciencia de Bauer, el humanismo de Feuerbach y la anarquía de Proudhon.

En El único y su propiedad se considera que, para cada ser humano, el único universo con sentido es el propio. Constantemente, el único es acosado por ideas y entidades que le son extrañas, entre las que se encuentran en primer lugar la religión y el Estado. Por supuesto, la crítica no se queda ahí y Stirner arremete contra todo obstáculo que suponga una merma en el desarrollo de la personalidad. Se trata de la voluntad individual contra toda causa general y contra toda abstracción. Resulta imprescindible acabar con los tópicos y falsedades vertidas contra la obra de Stirner; ya se ha mencionado que uno de sus primeros objetivos es el Estado e igualmente arremeterá contra el liberalismo. Del mismo modo, el pensamiento estirneriano no desemboca en un solipsismo antropológico que imposibilite la sociedad; apuesta por la afectividad, la sensualidad natural y por una afirmación de la identidad que renuncia al aislamiento y busca la unión con otros egoístas. Para llegar tan lejos, Stirner pide una crítica permanente a toda la moral heredada e interiorizada, que no transija ante nada y que abra el camino a una nueva sensualidad. Esta nueva conciencia del único sobre su personalidad anulará toda alienación, substituirá el Estado por la potencia del individuo, la sociedad por la libre unión y el humanismo por el placer particular.

Frente a todos aquellos que repudian a Stirner, e incluso parecen temer su pensamiento, vertiendo toda suerte de etiquetas cuestionables sobre él, hay que decir que resulta significativo que ello se produzca con tanta asiduidad incluso en la actualidad. El único y su propiedad es un mazazo feroz a todo lo instituido y a todo prurito reaccionario, una obra comparable a algunas otras que sacudieron el tiempo en que se publicaron y que fueron en un principio lógicamente negadas. Frente a tanto colectivismo, tanta enajenación y tanta manipulación intelectual, obras como la de Stirner son tremendamente necesarias para comprender la cantidad de falsedades que, permanentemente, tratan de seducir al individuo e impiden el desarrollo de su personalidad y de su conciencia.
En este enlace, podéis encontrar la edición de Utopía Libertaria.  

miércoles, 25 de abril de 2012

Televisión y manipulación

Entre los factores de enajenación más obvios, dentro de los medios de comunicación de masas, está la televisión. La cosa es tan elemental que uno se pregunta cómo podemos dejar que un medio, que además alcanza cotas tan bajas de nivel cultural, puede ser tan importante en nuestras vidas. Recordaremos, brevemente y de modo elemental, lo que entendemos por enajenación o alienación: se trata de una pérdida de la personalidad debido a la dependencia del ser humano de fuerzas externas, de tal manera que se muestra incapaz de realizar lo que se espera mínimamente de su capacidad. Para comprender más ampliamente el término, recordaremos que la etiqueta de "normal" o "sano" para un individuo posee al menos dos enfoques: adaptación a unas necesidades sociales o la posibilidad de alcanzar un proyecto vital satisfactorio. En el caso de una estructura social adecuada, que podemos denominar racional, los dos enfoques pueden coincidir y la etiqueta de "individuo sano" puede estar más cercana a la realidad. En el caso de nuestra sociedad, con tantos problemas sociales y sicológicos que sería más ajustado calificarla de "irracional", la persona adaptada a su papel social (trabajar en algo funcional, fundar una familia...) es la que se suele calificar de "sano" o "normal"; otros proyectos vitales esforzados en otras vías, y en este caso a la fuerza puede suponer tratar de escapar a las fuerzas de enajenación y poseer rasgos propios, se suelen calificar como "rarezas" o señalar lo imposible o inapropiado de sus aportaciones (en este sentido, recordaremos el desprestigio de las ideologías, que es lo mismo que decir de las ideas, de la ética y de la racionalidad). Por lo tanto, es posible que los medios de comunicación, y muy especialmente la televisión como elemento doméstico imprescindible en la vida de las personas, sean el mecanismo de regulación, control social o "normalización" más obvio. Por mucho intelecto y capacidad racional que poseamos los humanos como especie, la repetición y el hábito adquieren un importante peso en según qué contexto social y los patrones de conducta se imponen, consciente o inconscientemente, dentro de una sociedad en la que el desarrollo tecnológico distancia cada vez más a las personas de una realidad concreta y del posible desarrollo de sus capacidades. El universo, que nos es ajeno en gran medida, que aparece en la televisión, (auto) impuesto como un ritual diario, acaba manejando, influyendo y manipulando de tal modo, que nuestros esquemas sociales y mentales es posible que estén construidos en gran medida gracias a ello. Todo lo que pensamos está condicionado por factores externos, muy especialmente por una sociedad de la información jerarquizada y centralizada, y sería importante como primer paso que fuéramos mínimamente conscientes de este hecho; en el caso de creencias abiertamente irracionales, que proliferan por doquier, comprender que son resultado de situaciones muy determinadas (en el que lo social y económico no dejan de tener gran importancia).

Si el sistema posee un gran logro es el haber logrado que, tanto dominadores como dominados (gran parte, al menos), posea un esquema mental similar, algo evidentemente influenciado por patrones de conducta reflejados en los grandes medios de masas y magnificados hasta la saciedad por los que detentan el control de los medios. Las experiencias reales, con todo lo que ello enriquece en cuanto a conocimiento, desarrollo del lenguaje, de la creatividad, de las relaciones y lazos de solidaridad, se ven sustituidas por aparatos tecnológicos que muestran una realidad virtual terriblemente constreñida y empobrecida. Uno de los rasgos que parecen más evidentes en la sociedad de la enajenación, en la que la televisión cumple el papel de asomarse fraudulentamente a los problemas del mundo, es confirmar el mundo en el que vivimos (pobreza, guerra, crímenes, violencia...) sin profundizar en las causas y dejando incólumes a los auténticos responsables políticos y económicos. Otro factor obvio es como se desvía la "conciencia fiscal", que todos poseemos, hacia elementos que no cuestionan para nada el mundo en que vivimos, ni alimentan nuestra conciencia sobre la posibilidad de profundizar en las cosas y cambiarlas: como ejemplo más elemental, los responsables de los más detestables crímenes que aparecen en los informativos suelen ser monstruos unidimensionales que el sistema elimina de una manera u otra. Todos poseemos miedos e inseguridades, máxime en una sociedad con tantos problemas, y es importante recordar cómo ciertos mecanismos mediáticos (íntimamente relacionados con muchos otros) se encargan de potenciarlos y moldear nuestras creencias y visión del mundo. Frente a los que consideran que ver y escuchar los informativos es "estar informado", invito a observarlos con mayores consciencia y espíritu crítico, para lo que habría que dejar las emociones superficiales a un lado y contrastar, profundizar y dar una respuesta más lógica a los problemas planteados; se trata, al menos, de un primer paso para desarrollar una mayor conciencia. La manipulación mediática, grandemente favorecida por el desarrollo tecnológico y la consecuente enajenación, es un obstáculo evidente para ese desarrollo de una conciencia (política, social, histórica) como germen del cambio hacia un pensamiento, más libre y riguroso, y la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Si no se comprende esto, es decir, si no se profundiza en ello, únicamente nos ocuparemos de los síntomas de una sociedad enferma sin acudir a la raíz de los problemas. Cuando se habla de "manipulación" en una sociedad que se denomina "democrática" y "liberal" hay que olvidarse de aquellas propagandas obvias en regímenes totalitarios, los cuales son plenamente combatibles, y ocuparse de todos esos factores de enajenación en la más sutil realidad actual, los cuales nos impiden acceder a una realidad concreta y desarrollar nuestras capacidades intelectuales. A pesar de la dificultad que ello conlleva, es encomiable el esfuerzo de los movimientos sociales para desarrollar sus propios medios, los cuales hablan de problemas reales dentro de una realidad palpable.

El intento de manipular, para dominar en el nivel que se haga, es siempre rechazable, ya que reduce a la persona a objeto, a una reducción ilegítima de sus capacidades. Se realice como se realice, la manipulación convierte a un miembro de una comunidad en masa. Recordaremos la idea de "medios de masas", hoy en día tal vez poco nombrada por tener connotaciones claramente despectivas. Sin embargo, la intención y/o el resultado siguen siendo los mismos, convertir a las personas en un montón amorfo de individuos (la masa) desprovistos de capacidad creadora. En democracia, la dominación audiovisual no es tan sencilla como en un régimen autoritario, por lo que se realiza sin que las personas lo adviertan y resulta así más eficaz y duradera. No hay nada mejor para la dominación que el hecho de que el dominado se vea libre, por lo que es primordial ser consciente de todos los factores externos que moldean nuestras creencias. De modo algo elemental, podemos entender por ser libre el hecho de que, teniendo diversas posibilidades para actuar, elegimos la que nos permite desarrollar nuestra personalidad de modo más cabal. Sin embargo, si no hay reflexión, si no se pide justificación ante la información recibida, si no se profundiza en ello ni se ejerce un espíritu crítico, está asegurada la manipulación y la elección estará distorsionada. Naturalmente, resulta imposible aplicarlo durante todo momento, pero sí es posible discriminar y jerarquizar la información, como por ejemplo detectando su fuente, aplicando un método cuando sea necesario y siendo consciente de ciertos mecanismos que nos condicionan. Los medios para manipular al público son muy variados, y no siempre es necesario acudir a la mentira, basta con alterar la realidad. Si se ofrece, por ejemplo, una imagen sesgada de la realidad, la manipulación está conseguida sin que pueda decirse que se haya mostrado algo irreal; otro procedimiento de la televisión es repetir ideas o imágenes, cargadas con intención ideológica (algo que no deberíamos olvidar frente a los que insisten en la desaparición de las ideologías), de tal manera que acaban configurando la opinión pública. Recordaremos, de modo también evidente, que en la sociedad democrática, por muchos rasgos irracionales que posea, es la fuerza del número la que manda y es obvio que la opinión pública puede ser modelada por los que detentan los medios de comunicación. Desgraciadamente, y basta para ello escuchar en la calles, la opinión pública refleja todo ese clima de superficialidad y desinformación que impera en los grandes medios. Puede decirse que el gran problema de las sociedades tecnológicamente avanzadas, en las que la imagen es tan importante (más que la palabra, que debe representar la racionalidad), es que existe una gran distancia entre la comunicación y la verdad: no se habla de algo porque sea verdad, sino que se toma como verdad porque se habla de ello. Muy especialmente la televisión, la cual ha conseguido alcanzar un gran prestigio al penetrar en cada hogar privado, es la que refleja este hecho: se acepta acríticamente lo que se recibe. Para no resultar tan catastrofista diremos que los factores internos y los condicionamientos externos son elementos constantemente presentes en nuestra existencia; en aras de la creatividad resulta imposible anular, por ejemplo, todo lo que nos rodea por considerarlo extraño. Es por eso, con especial atención para los chavales en proceso de educación (aunque, todos deberíamos estarlo a lo largo de nuestra vida), que es tan importante inculcar un espíritu crítico hacia las costumbres, los hábitos, y toda la información manipuladora e irracional, como el hecho posterior de canalizar esa rebeldía para realizar algo constructivo. Desgraciadamente, la televisión parecer formar parte importante también del proceso formativo de los niños.

viernes, 20 de abril de 2012

La influencia de Stirner

Si Nietzsche plagió, o no, a Stirner ha sido objeto ya de mucha discusión. Como dato curioso, el año de la primera edición de El único y su propiedad, 1844, es el del nacimiento de Nietzsche. Parece ser que un amigo de Nietzsche, Overbek, estaba convencido de que se encontraba seducido por el individualismo estirneriano; Charles Andler llegaría a decir, a propósito de esta controversia: "La frente de Nietzsche se iluminaba al pronunciarse el nombre de este libro". También parece que el autor de El ocaso de los ídolos diría a un discípulo suyo, sobre la obra de Stirner, que "es lo más audaz y lo más lógico que ha habido desde Hobbes". Parece aceptable creer que Nietzsche leyó y sintió admiración por la obra de Stirner, aunque al parecer Andler va más allá y habla de una influencia muy fuerte e incluso de plagio. En un prefacio a una edición de El único... en español, Miguel Giménez Igualada habla de influencia silenciosa sobre Nietzsche, aunque no total, y se atreve casi a afirmar que Así habló Zaratustra se escribió pensando en Stirner. Otros autores, en el polo opuesto, han negado tal influencia e incluso los han considerado pensadores antagónicos, algo que es igualmente excesivo.

Como no hay pruebas palpable de dicha influencia, solo pueden hacerse conjeturas o aceptar el testimonio del amigo de Nietzsche Overbek. Parece que solo a partir de Humano, demasiado humano Nietzsche da importancia a los valores individuales. Como puntos en común entre ambos autores, se encuentra la crítica a la moral como egoísmo inconsciente, el rechazo al imperativo categórico kantiano, la crítica a la religión, a todo lo sobrenatural y al dualismo cuerpo/alma. Otra analogía entre Stirner y Nietzsche se encuentra en el método utilizado para señalar los falsos valores, usando la genealogía y la desmitificación, aunque acaben dando respuestas diferentes. En efecto, el superhombre nietzscheano presenta rasgos elitistas y selectivos, mientras que el yo de Stirner, autosuficiente, reconoce esa particularidad en cada individuo. Es lógico que el pensamiento aristocrático, que presenta Nietzsche a menudo junto a otros rasgos liberadores muy interesantes, causan un rechazo mayor que el solipsismo moral de un Stirner, pese a todo más reivindicable desde el punto de vista libertario.

El antes mencionado Giménez Igualada, profundo admirador de la obra de Stirner, llegaría a señalar a Sócrates, Platón y Aristóteles como precursores del monoteísmo, y por lo tanto enterradores de "todo cuanto al individuo pertenece". Tal y como lo ve este autor, Stirner vendría a ser heredero de ciertos filósofos presocráticos, los cuales trataron de poner el mundo al servicio del hombre, para lo cual se eleva hasta el cielo para observar los numerosos fantasmas, como Dios, que ha creado el ser humano. La asociación que propone Stirner es de individuos autónomos, verdaderos anarquistas para Giménez Igualada, ya que no aceptan ninguna fuerza exterior que les gobierne y no renuncian a imponer su voluntad a nadie. Solo entre estos individuos con conciencia de ser únicos puede haber entendimiento y comprensión, y solo entre ellos puede disfrutarse de la verdadera libertad. Tal y como lo expone Giménez Igualada, la visión estirneriana no contradice la sociedad libertaria, sino que la confirma. Esta asociación entre egoístas no niega tampoco el trabajo, sino únicamente el trabajo para provecho ajeno; Stirner invita a trabajar para provecho de uno mismo, a ser consciente de la más hermosa propiedad, que es uno mismo, y desde ese punto de vista se aceptará la asociación entre iguales y existirá todo un camino para recorrer juntos. El nihilismo de Stirner no es simplemente negativo, aunque no deje títere con cabeza entre lo instituido y lo doctrinario, ya que anuncia una nueva y poderosa moral que nace de la asociación entre hombres libres. La nada reivindicada por Stirner no es en absoluto estéril, es una nada que convierte al individuo en creador de su propio destino.

Todos los pensadores anarquistas, incluso alguno que parecen estar en las antípodas, como es el caso de Kropotkin, tienen algo en común con Stirner: la confianza en la evolución, la búsqueda de la satisfacción, de la felicidad, de una vida plena. Es verdad que los padres del anarquismo, creadores de poderosas filosofías sociales, no están a priori en la línea de Stirner, aunque es cierto que las ideas libertarias siempre han colocado al individuo como valor supremo. Para Bakunin, la sociedad es previa al individuo y la libertad de uno mismo solo se confirma con la libertad del resto de individuos; para Stirner, solo el individuo plenamente consciente de su particularidad puede generar una asociación entre iguales. No solo no son visiones antagónicas, sino que pueden observarse como complementarias, una tensión permanente por parte del individuo para reivindicar su faceta más creativa frente a las convenciones y la hipocresía social.

martes, 17 de abril de 2012

Stirner y la destrucción de lo sacro

Stirner, en su espectacular obra El único y su propiedad, critica a Feuerbach y la consideración de cambiar a Dios por una supuesta divinidad inmanente al hombre. Ello supondría otra manera de desterrarnos nosotros mismos al buscar una esencia divina que nunca encontraremos en nuestro interior. Antes que Nietzsche, Stirner trata de destruir todo el edificio cristiano, el cual no observa como un ideal que haya que atraer a la realidad terrenal. Feuerbach quiere acabar con Dios, sí, pero para traernos al Hombre con mayúsculas, como gran ideal o abstracción. Para Stirner, la "esencia suprema" que Feuerbach desea arrebatar a los cielos y traer a la tierra continúa siendo eso, una esencia, no la realidad concreta del individuo. 

La esencia, que Stirner también denomina Espíritu, es algo muy diferente del yo. El Espíritu representa un mundo ilusorio, el mundo de las ideas, de lo sagrado, y que ese "algo sagrado" sea tan humano como se quiera, incluso lo humano mismo, no representa diferencia para Stirner. El egoísta de Stirner no puede buscar ningún ser superior, ya sea en el cielo o en la tierra, y si realiza tal cosa lo hará negando su propio yo; incluso, aquel al que puede denominarse "egoísta involuntario", es el que no reconoce que él mismo es su creador y su creación, es incapaz de ver que lo que cree un ser extraño es su propio "ser superior". Lo sagrado es algo ajeno al yo (al individuo), y por eso Stirner no puede concebir que la absurda idea de Dios adoptara en su tiempo otra forma más popular y seductora (como es la "humanidad", "todos los hombres", etc.).  Lo que se pretende es desterrar, de veras, toda idea de lo sacro, de un ser aupremo, adopte la forma que adopte, Incluso, los ateos han recibido la feroz crítica de Stirner al esforzarse en mostrar la inexistencia de Dios y cambiar su idea por cualquier otra, como el Hombre, que acaba siendo el nuevo ser supremo.

La dependencia de "algo superior", por muy extendida que esté en el mundo, es tremendamente dañina; incluso, Stirner se permitió señalar la obsesión idealista como una patología siquiátrica. Se trata de estar esclavizado por una idea fija (la verdad religiosa, la majestad, la virtud, la legalidad...) sin someterla jamás al escalpelo de la crítica. Esa idea obsesiva es, para Stirner, lo verdaderamente sagrado que hay que destruir. Los creyentes, los dogmáticos, aunque se hayan desprendido de la idea de Dios y se presenten como ilustrados, son profundamente intolerantes. Aquellos herejes contra las viejas creencias son bien vistos en la nueva época, mientras que los nuevos herejes contra nuevas creencias vuelven a ser perseguidos. Stirner señala la moral como fuente de nuevos dogmatismos y ataca a Proudhon por el siguiente aserto: "Los hombres están destinados a vivir sin religión, pero la moral es eterna y absoluta". Resulta curioso que dos pensadores tan diferentes, e incluso opuestos en muchos aspectos, sean reivindicados por la tradición ácrata; a nuestro modo de ver las cosas, tal cosa demuestra la oposición de las ideas anarquistas al dogma, al absolutismo, por lo que está asegurada su constante vigorización y actualidad. En respuesta a Stirner, la moral es algo inherente al ser humano, por lo que se trata de darle un contenido concreto verdaderamente humano, que él considera que parte del individuo, pero que halla su antinomia en lo social; el verdadero enemigo es, efectivamente, lo sagrado, el ser supremo en el nombre del cual se imponen tantas cosas y se mantienen tantas aberraciones. Stirner, algo por lo que le convierte en un pensador de una modernidad (o posmodernidad) indudable, considera que es la esencia, ya sea trascendente o inmanente, la que esclaviza al ser humano.

La propia etimología de la palabra religión alude a lazo, a la dependencia, aunque Stirner recuerda que tantas veces se nos quiere presentar su significado positivo como "libertad espiritual". Esta libertad del espíritu, de las ideas, que aparece en determinadas épocas no es ya monopolio de la creencia religiosa, adopta nuevas manifestaciones con la inteligencia, la razón o el pensamiento en general. Para Stirner, solo el egoísta consciente es capaz de ver lo pernicioso de esa radiante espiritualidad, de ese entusiasmo por lo ideales. En definitiva, el auténtico ateísmo para Stirner sería negar, no solo a Dios, también a cualquier idea sacralizada y ello hay que realizarlo en el nombre de la auténtica realidad y el verdadero valor: el individuo. El yo, el "único", es singular e irrepetible, la auténtica medida de todas las cosas, por lo que no puede ser esclavo de ninguna idea abstracta. El único funda su causa sobre sí mismo, aunque es capaz también de amar a los demás hombres, no lo hace por imposición, sino porque le hace verdaderamente feliz. El pensamiento de Stirner es tan demoledor como espectacular, es tan antiesencialista y antiautoritario, tan contrario a todo idealismo y toda metafísica, que da la impresión de que puede satisfacer tanto como incomodar, no dejando a ningún lector indiferente. Resulta paradójico que haya quien vea en Stirner un liberal a ultranza, cuando puede comprobarse fácilmente que toda su obra está plagada de ataques a los liberales y al Estado. Precisamente, el Estado no es para Stirner más que otro sustituto de Dios, del ser supremo o de la idea fija. No es extraño que los que lo hayan reivindicado, y sigan haciéndolo, de verdad sean los anarquistas, por muy antisocial que parezca la propuesta estirneriana (y ello solo, tal vez, desde una visión muy superficial).

domingo, 15 de abril de 2012

Factores de enajenación y control social

No creo que haya muchas personas que puedan discutir, a poco que reflexionen un poquito, que son muchos los que trabajan en el mundo para provecho solo de unos pocos. Es el sistema económico en que nos encontramos, el cual parece encontrar su base más sólida en el conformismo, la resignación o incluso la aprobación de gran parte de las personas. Podemos hablar también de enajenación, concepto que creo que se ha agravado y sofisticado con el paso de las décadas y el desarrollo de la tecnología y la información, o lo que es lo mismo, nos encontramos frente a un mundo ilusorio ajeno a nosotros (a nuestra condición social y humana). Puede que muchos discutan esto, y cuestionen qué es eso de nuestra condición o incluso consideren que es más bien la misma la que nos ha llevado a la situación actual. Frente a esto, que en mi opinión es producto de no desear reflexionar y profundizar demasiado en ninguna cuestión (algo que nos caracteriza en la sociedad actual), hay que volver a recordar que el mundo continúa estando ferozmente jerarquizado y siendo terriblemente injusto y desigualitario: una minoría es la que toma las decisiones y la que se aprovecha económicamente a costa de la mayoría. Los medios de comunicación se ocupan apenas de los síntomas de un sistema enfermo, cada vez más a modo de espectáculo que contemplar a través de un velo irreal, confirmando por lo demás el mundo en que vivimos. Muchos pensadores materialistas del pasado, con tanta razón en considerar las relaciones productivas tan importantes, serían incapaces de concebir el grado de sofisticación que tendría un sistema económico, basado en la explotación masiva, estrechamente vinculado a una tecnología y otros mecanismos sociales alienantes. Entre esos fenómenos de masas, se encuentra el deporte y, más concretamente en ciertas sociedades "desarrolladas", el fútbol. Es tal vez una de los ejemplos mejores del mundo en que vivimos: las personas sustentando a las empresas económicas más poderosas (los clubes de fútbol) con toda suerte de acciones y con todo tipo de excusas "patrióticas", que a su vez sirven muy bien como respiro o alivio ante la aflicción de los males personales y como apaciguamiento ante una posible rebelión social. No se trata de culpabilizar, ni de ofender sin más, porque además la enajenación es algo de lo que todos participamos, se trata de profundizar y dilucidar por qué pensamos y actuamos de cierta manera, y hacerlo es liberarnos un poquito; me parece eso lo más importante, todos tenemos esas capacidades para una conducta racional, por lo que no hay tratar a unas personas diferentes de otras cual si fueren un rebaño.


El fútbol es, al menos desde un punto de vista materialista (no hace falta recordar que le doy un sentido filosófico, y no vulgar, a esta palabra), algo parecido a la religión. Se trata de una especie de alivio, como dijo el clásico acerca de la religión "el alivio de los que sufren", pero en ambos casos aludiendo a un alivio enajenante. Por supuesto, al menos en esta sociedad actual, esa enajenación tiene un lado útil, aunque sigue siendo el síntoma de una patología; lo importante es que se comprenda que si subsanamos los males del mundo, estrechamente vinculados a los males sicológicos individuales, el fenómeno de la enajenación irá disminuyendo y nuestra conciencia, moral e ideas serán muy diferentes. No es así en la concepción del progreso actual, con más problemas que soluciones. Los viejos despotismos no tienen, apenas, cabida hoy en día, pero a costa de un concepto de la libertad falso, de mera apariencia para decidir: en tener cualquier fe irracional, en ser un consumidor acrítico, en sentarse frente al televisor, en ir a despotricar a un estadio deportivo... Hay muchas más cosas en la vida de un individuo, algunas de ellas seguramente adoptarán formas menos alienantes, pero todas esas decisiones aparentemente libres antes mencionadas son producto, o están muy vinculadas, al mundo socioeconómico en el que vivimos. No desdeño otros factores en la vida social, pero sí creo que la enajenación es una de las características más evidentes de la realidad actual de las sociedades "avanzadas" y tiene una base esencialmente material. Las ideas pueden ser encomiables, transgresoras respecto a situaciones irracionales, pueden contribuir a hacernos mejores, pero también suelen ser abstractas y alienantes; es éste último caso el que más prolifera y que adopta tal vez su expresión más vulgar y sintetizadora en el fútbol (los mecanismos enajenantes de la religión y el patriotismo).

Se me dirá que la visión es tremendista, que incluso esos fenómenos son positivos y sirven de cohesión social, además de canalizar un papanatismo que podría adoptar peligrosos dogmas religiosos o políticos; en mi opinión, aunque algo de real puede tener ese análisis, sigue siendo una consecuencia del problema, no la solución, por lo que es una visión meramente superficial cautivada por símbolos y colores que pueden ser calificados de infantiles. Las energías de las masas, dirigidas a los grandes eventos deportivos (o de otra índole), podrían muy bien ser dirigidas a acabar con la pobreza, la guerra, la explotación y todos los males del mundo, pero para ello es importante analizar y profundizar, no seguir mirando hacia delante de forma ilusoria y acrítica. Somos un animal social, eso es ya indudable, desgraciadamente con cierta tendencia al gregarismo y al papanatismo; también seguramente, muy frágil, producto de esa dualidad de tener las capacidades de transformar nuestra realidad y, al mismo tiempo, estar muy condicionados por ella. Sin embargo, hablar de determinismo biológico o hablar de una naturaleza o esencia humana es claramente reducir las potencialidades; tenemos grandes capacidades intelectuales que, precisamente, pueden conducirnos a una mayor satisfacción y disfrute en la vida. Para ello, habría que empezar por cuestionar un mundo de apariencias, indagar en los problemas y no caer en las falsas soluciones; no se trata de hacer tabla rasa de uno mismo, ya que somos producto de muchas experiencias y resulta francamente difícil (e incluso, diría, está bien que así sea), pero sí es necesario para empezar un espíritu crítico. Es la base para desarrollar una conciencia, histórica, social y política, algo que es impensable en la sociedad actual de la enajenación.

viernes, 13 de abril de 2012

El fin de la fe

Otro conocido ateo, muy combativo, en la actualidad es Sam Harris. Su libro El fin de la fe, publicado en 2004, es un ataque feroz a la religión; es algo bastante admirable, especialmente en un país como Estados Unidos. Harris no se corta un pelo a la hora de atacar el pensamiento religioso, dirigiendo su crítica no solo al fundamentalismo, y proponiendo una auténtica revolución de la razón; en su opinión, las religiones moderadas no hacen más que allanar el camino al fundamentalismo al insistir en la tolerancia y el respeto a toda creencia religiosa sin importar las consecuencias. A finales de 2009, Harris adaptó y amplió algunos de sus argumentos en el ensayo que denominó "Un manifiesto ateo".

Un enfoque muy interesante de la obra de Harris es su confianza en que la moderación religiosa es un obstáculo para el progreso, también en cuestiones éticas y en todo lo que atañe a una comunidad más sólida, ya que se esfuerzan en relajar los estándares de adhesión a los antiguos tabúes y supersticiones y hacerlos más presentables. Harris considera que la verdadera cara del cristianismo o de la religión musulmana es el fundamentalismo. La pretensión de verdad de cualquier doctrina religiosa excluye cualquier otra posibilidad. Es necesario ser muy hostiles frente a aseveraciones de certeza no fundamentadas sobre pruebas y argumentos, algo intrínseco en las religiones, pero que también se produce en otros campos doctrinarios como la política y que explican los horrores cometidos por el nazimos y el estalinismo (que también podrían denominarse "religiones civiles").

Harris rechaza el término "agnosticismo" como poco útil y nada comprometido, más bien una actitud deshonesta a nivel intelectual. Si suspendemos el juicio sobre la existencia del Dios monoteísta, habría que hacerlo igualmente sobre cualquier otra creencia mítica, cuya inexistencia es igualmente indemostrable. Nadie demostró jamás que Zeus no existe, pero hoy nadie se atreve a usar su nombre en lugar del de Dios, palabra que es igual de extraña y representativa de un concepto vacuo. Las propuestas que suelen tener las religiones, poco o nada plausibles, son solo aceptadas por haberse introducido en la mente a través de infinidad de generaciones, se trata de la repetición acrítica de dogmas íntimamente vinculada con un programa masivo de autoengaño.

A pesar de lo dicho hasta ahora, Harris considera que los términos "ateo" y "ateísmo" no deberían usarse al haber acumulado demasiadas connotaciones negativas. Además, deberían ser palabras innecesarias al no existir denominaciones tampoco para los que no creen en seudociencias como la astrología o la alquimia. Debería ser suficiente con hablar de razón y de sentido común. Se trata de una confrontación entre ideas, dentro de la cual hay que librar multitud de frentes, y aquí Harris se muestra especialmente lúcido al no simplificar el problema de la fe irracional. El auténtico problema que plantean los ateos es el del dogma, del que toda religión participa en grado importante, y ninguna sociedad en la historia ha presentado traumas porque sus integrantes se volvieran más razonables. Hoy, más que nunca, el pensamiento religioso es puesto en entredicho al aportar más problemas que soluciones en lo que atañe a la salud y el bienestar de una comunidad; el ateísmo, que cada vez se incrementa más en el mundo, es perfectamente compatible con las aspiraciones más nobles de una sociedad civil.

martes, 10 de abril de 2012

viernes, 6 de abril de 2012

Dioses, espíritus y fuerzas vitales

La religión, aunque haya resultado útil en los albores de los tiempos (que tampoco aseguro que lo haya sido), ha supuesto una distorsión de la razón que impregna toda nuestra cultura. Tantas veces, ha pretendido apropiarse de una concepción de la razón que deja a un lado la ciencia, la cual solo puede convalidar una y otra vez la ausencia de cualquier realidad trascendente y negar la posibilidad de que existe agún elemento sobrenatural (o no-material) que controle o condicione los acontecimientos. El físico Victor J. Stenger señala algo lógico, que existe una mayoría de personas con formación científica no tiene ya creencias sobrenaturales, aunque muchos de ellos se declaren agnósticos. Stenger, como es sabido, es otro ateo combativo y reclama una mayor atención a los datos empíricos para mostrarse más firmes frente a los reiterados ataques de los religiosos. De hecho, si el agnosticismo pretende simplemente no ser categórico y dejar la "carga de la prueba" en los que afirman, eso no debe apartar de "la noble tarea de sacar del error a quienes carecen de instrumentos del saber, pues en los contenidos de la fe religiosa hay elementos falsables que deben ser públicamente falsados en virtud de la información científica pertinente " (reproducido de La religión, ¡vaya timo!, de Gonzalo Puente Ojea).

Entre los argumentos clásicos de los religiosos, está aquel del teólogo William Paley, en 1902, en el que describe un reloj estampado contra un matorral y acaba concluyendo que el creador del apartado tiene que ser un artífice y no un objeto natural; dentro de la misma argumentación, menciona el ojo humano y otros órganos como ejemplos de lo que vendría a ser la genialidad de Dios. Una variante más moderna de este argumento es el que señala lo ridículo que sería pensar que un huracán afecta a un basurero de chatarra hasta tal punto que acaba montándose un Boeing 747. Sin embargo, es solo aparentemente ridículo si nos interrogamos acerca de la causa de algo infinitamente más complejo: lo que ellos denominan Dios. Por supuesto, una respuesta racional a cómo se formó algo tan complicado como la vida, ya hace más de siglo y medio que fue imaginada. La selección natural ha hecho que la metáfora del reloj fuera un juego de niños y así lo hace ver Richard Dawkins en El relojero ciego (1986), en el que afirma que el argumento de la improbabilidad utilizado habitualmente por los teístas se acaba volviendo contra ellos al no comprender la relevancia de la selección natural. Ésta, parece de momento la única solución conocida a los interrogantes sobre la vida y resulta intolerable las arremetidas reaccionarias de la religión.

A propósito del hecho de que los teístas consideran que Dios supone obtener algo de la nada, Dawkins concluye que ese argumento de la improbabilidad que rechaza al azar trae nuevas complicaciones igualmente improbables; según este autor, un profundo conocimiento del darwinismo nos tiene que hacer más prudentes a la facilona suposición de que la única alternativa al azar es el diseño y nos enseña que existen "graduales rampas de complejidad lentamente ascendentes". El filósofo David Hume, anterior a Darwin, ya señaló que la improbabilidad de la vida no nos lleva necesariamente a la teoría del diseño, aunque haya resultado difícil para la humanidad encontrar una alternativa durante tanto tiempo. A partir de Darwin, al menos, se debería haber estimulado la conciencia de todo ser humano para escapar a la infantil idea del diseño inteligente. Dawkins recuerda que la selección natural "es un proceso acumulativo que rompe el problema de la improbabilidad en pequeñas piezas", cada uno de las cuales no es necesariamente improbable; es la acumulación de grandes cantidades de esos eventos la que da lugar a productos bastante improbables, lo suficiente para estar lejos del alcance del azar. El argumento del creacionista se viene abajo si comprende algo tan sencillo.

Científicos como Dawkins y Spenger señalan lo obvio, que no puede utilizarse un Dios diseñador para explicar la complejidad organizada, ya que eso conduce a que ese ser fuera igualmente complejo para demandar alguna explicación sobre su existencia. Como se decía al principio de este texto, no hay razones para creer que existe algo más allá de la realidad material; ninguna fuerza síquica, ni dato o teoría cognitivos requieren en la actualidad de la introducción de fuerzas sobrenaturales como lo que tradicionalmente se ha dado en llamar espíritu. La misma concepción de energía, tan mencionada por seudociencias y toda clase de pretensiones paranormales, es en física una propiedad de la materia. Stenger señala que junto al término energía o fuerza vital, se habla ahora de la existencia de un campo bioenergético entre toda suerte de practicantes alternativos, los cuales aseguran efectuar curas de enfermedades manipulando ese campo y equilibrando, así, las energías vitales del cuerpo; Stenger recuerda que el término bioenergético así empleado es, cuanto menos, ambiguo, ya que en bioquímica convencional se refiere a "intercambios de energía listos para su medición dentro de los organismos, y entre ellos y su entorno, lo cual ocurre mediante procesos físicos y químicos". Por supuesto, no es esa explicación la que dan los terapeutas alternativos, ya que aluden a una fuerza vital que opera más allá de la física y la química, que es por supuesto "reduccionista", y se eleva hasta el plano más alto del espíritu. Los nuevos vitalistas, tal y como los denomina Stenger, no son capaces de especificar qué es el campo bioenergético con exactitud, confundiéndolo con el campo electromagnético clásico o, por otro lado, con campos cuánticos o con funciones de onda; en última instancia, la confusión es con algo espiritual y se apela a lo extraño, lo fantástico y lo misterioso. Es habitual entre las terapias alternativas de último cuño la utilización de la mecánica cuántica, como algo misterioso, y por lo tanto cualquier cosa misteriosa acaba siendo mecánico-cuántica. Por supuesto, estamos hablando de otro versión del sobrenaturalismo y del animismo religioso, como señala Puente Ojea, en la que se pretende que la mecánica cuántica sea el soporte de la percepción extrasensorial y de la idea de influencia de la mente sobre la materia. Algo ya muy viejo y, en opinión del que subscribe, muy nocivo.

miércoles, 4 de abril de 2012

Religiosidad frente a irreligiosidad

Feuerbach dio la siguiente explicación sobre la religión, en La esencia del cristianismo (18419:
(…) es la inconsciente, involuntaria e inmediata contemplación de la naturaleza humana como una naturaleza otra y distinta, Pero cuando esta proyectada imagen de la naturaleza se hace objeto de reflexión, de teología se convierte en una mina inagotable de falsedades, ilusiones, contradicciones y sofismas.
Parece ser que se trata de una refutación al panteísmo como idealismo absoluto en la filosofía de Hegel. De alguna manera, como vía de escape al monoteísmo se ha querido buscar la divinización de todo (el panteísmo). Feuerbach, en Principios de la filosofía del futuro (1843) considera que todas las representaciones de Dios son determinaciones de la realidad, de la naturaleza, del hombre, o de ambos; de ello concluye que son determinaciones panteístas, ya que es panteísmo lo que no distingue a Dios de la esencia de la naturaleza y del hombre. Para Feuerbach, el panteísmo viene a ser un "ateísmo teologíco" o "materialismo teológico", ya que niega la teología, pero desde el punto de vista la misma teología; convierte la materia, que debería ser la negación de Dios, en un atributo o un predicado de la esencia divina. También considera que la esencia del edad moderna es el panteísmo, esa divinización de lo real, de lo que existe materialmente: el materialismo, el realismo, el humanismo... De ello cabe deducir, para llegar al verdadero ateísmo, que la filosofía del futuro debe criticar esa última forma del panteísmo como despliegue lógico e histórico del Espíritu Absoluto. Feuerbach refuta a Hegel al considerar que su filosofía dialéctica nos devuelve otra determinación de la idea de Dios: la negación de la negación (la materia divinizada como negación de Dios) supone devolvernos la verdad de la esencia de la teología.

El argumento ontológico, que ha sufrido muchas variantes a lo largo de la historia y que visto hoy es más bien tontorrón, viene a decir que si el ser humano ha concebido algo tan grande como la idea de Dios es que tiene que tener una existencia necesaria. Naturalmente, puede invertirse el argumento ontológico, tal y como demuestra Javier Pérez Jara (citado por Gonzalo Puente Ojea en La religión, ¡vaya timo!):
(…) la necesaria inexistencia de Dios a través de la total imposibilidad de su esencia, recorriendo el argumento ontológico al revés (los propios ontoteólogos como Duns Scoto, Leibniz o Malcom reconocen, contra la tradición del fideísmo tertuliano, que si la esencia de Dios fuese imposible, es decir, como decimos, a negar la propia existencia de la idea de Dios (como en matemáticas se puede negar la existencia del concepto de círculo cuadrado...) ¿Qué significa, pues, que la idea de Dios no existe? Significa que dicha idea no existe como tal idea, sino que no es más que el nombre de un conjunto oscuro y confuso de atributos extraídos del mundo pero contradictorios por ser llevados al límite (conciencia infinita, poder infinito, causa sui, etc.), y agrupado, a su vez y de una manera ad hoc, en una totalidad imposible (egoiforme pero inmutable, omnipotente pero Acto Puro, ser con voluntad pero eterno y perfecto, etc.). Por esta razón, el agnosticismo es incompatible con el materialismo, porque afima la imposibilidad de la idea de Dios.
Siglos antes de que Sébastien Faure creara su fundamentales argumentos que demuestran la inexistencia de Dios, ya Asvaghosa refutó la imposibilidad del Dios Absoluto e incondicionado en el siglo I d.c.:
Si el mundo hubiera sido hecho por Dios no habría ningún cambio o destrucción, no habría cosas tales como el disgusto o la calamidad, como la verdad o el error, dado que todas las cosas, puras e impuras, tienen que venir de él [...]. De nuevo, si Dios es el hacedor, actúa con o sin propósito. Si actúa con un propósito, no puede decirse que es totalmente perfecto, porque un propósito necesariamente implica satisfacción de una necesidad. Si actúa sin un propósito, tiene que
ser como el lunático o el bebé lactante". Dijo el Bendito a Anathanpindika: "Si por el Absoluto se significa algo sin relación con todas las cosas conocidas, su existencia no puede establecerse por razonamiento alguno. ¿Cómo podemos conocer que realmente existe algo sin relación con otras cosas? El universo todo, tal como lo conocemos, es un sistema de relaciones: no sabemos de nada que esté, o pueda estar, no relacionado. ¿Cómo lo que no depende de nada, y no está relacionado con nada, puede producir cosas que están | relacionadas unas con otras y que dependen para su existencia unas de otras? Una vez más, el Absoluto es uno o muchos. Si es el único, ¿cómo puede ser la causa de cosas diferentes que se originan, como sabemos, de diferentes causas? Si hay tantos diferentes Absolutos como hay cosas, ¿cómo pueden éstas relacionarse unas con otras? Si el Absoluto penetra todas las cosas y llena todo espacio, entonces no puede también hacerlas, pues no hay nada que hacer. Además, si el Absoluto está vacío de toda cualidad, todas las cosas que emergen de él deben igualmente estar vacías de cualidades. Pero en realidad todas las cosas en el mundo están por todas partes circunscritas por cualidades. De aquí que el Absoluto no puede ser su causa. Si el Absoluto es considerado como diferente de las cualidades, ¿cómo crea continuamente las cosas que poseen tales cualidades y se manifiesta él mismo en ellas? De nuevo, si el Absoluto no es cambiante, todas las cosas deberían ser inmutables, porque el efecto no puede diferir en naturaleza de la causa. Pero todas las cosas en el mundo experimentan
cambio y decadencia. ¿Cómo entonces puede el Absoluto ser inalterable?
Además, si el Absoluto que penetra todo es la causa de cada cosa, ¿por qué buscamos la liberación? Pues nosotros mismos poseemos esto como Absoluto, y tenemos que sufrir pacientemente el dolor y la tristeza incesantemente creados por el Absoluto.
Puente Ojea considera, según este texto, que la posibilidad de un Absoluto divino e incondicional acaba con la posibilidad de un cosmos inagotable en su multiplicidad y cambio; del mismo modo, cierra la puerta a la superación de una cosmovisión que insiste en la dualidad natural/sobrenatural, espíritu/materia. Feuerbach apuesta por el materialismo en el tratamiento de la mente, la cual habría recibido el nombre de alma en los diferentes credos religiosos (Puente Ojea sitúa los orígenes de la religión en el animismo):
la religión, al menos en sus orígenes, y en relación con la naturaleza, no tiene otra tarea ni otra meta que transformar una naturaleza inhóspita y ajean en otra hospitalaria y familiar (…). Así, la religión tiene el mismo designio que el saber y la cultura, que es hacer la naturaleza teóricamente comprensible y prácticamente complaciente para el servicio de las necesidades humanas, pero con una diferencia: lo que la cultura y el saber intentan realizar con medios (y, en efecto, con medios derivados ellos mismos de la naturaleza), la religión busca realizarlo sin medios, o lo que es lo mismo, a través de los medios sobrenaturales de la plegaria, la creencia, los sacramentos y la magia.
Feuerbach continúa mencionando los mecanismos sicológicos que han llevado a la creación de la idea de Dios, aludiendo esta vez a la creencia en la inmortalidad:
la creencia en la inmortalidad personal es perfectamente idéntica a la creencia en un Dios personal; es decir, eso que expresa la creencia en la vida celestial, inmortal, de la persona, expresa también a Dios, en tanto que él es un objeto para los cristianos, a saber, como personalidad ilimitada, absoluta. La personalidad ilimitada es Dios, pero la personalidad celestial, o la perpetuación de la personalidad humana en los cielos, no es nada más que la personalidad liberada de todas las molestias y limitaciones terrenales; la sola distinción es que Dios es cielo espiritualizado, mientras que el cielo es Dios materializado o reducido a las formas de los sentidos.
Puente Ojea cita tantas veces a Feuerbach para confirmar su tesis: la doctrina de la inmortalidad es la doctrina final de la religión. El ser humano tiene interés en conocer a Dios en cuanto al mismo interés  que tiene en conocerse como inmortal; en ese sentido, Dios solo existe como correspondencia a los deseos y sentimientos del hombre. Feuerbach desvela la pulsión que condujo al ser humano, en los albores de los tiempos, a inventar el animismo como umbral de la religiosidad dirigido fundamentalmente a asegurar la supervivencia en otro mundo. Puente Ojea, como es sabido, ofrece en su obra la falsedad del alma, como mito popularizado que supuso una distorsión de la razón en la humanidad, y propone una disyunción radical definida como religiosidad frente a irreligiosidad.

lunes, 2 de abril de 2012

La imagen que, finalmente, irá en la portada del periódico anarquista Tierra y libertad. Se me encendió la lucecita al observar a una de mis gatas trastear entre libros.