viernes, 31 de agosto de 2012

Congreso Anarquista Saint-Imier 2012

¿Cómo se espera  que una sociedad igualitaria y libre surja de una organización autoritaria? Es imposible. La  Internacional, debe ser desde ahora la imagen fiel de nuestros principios de libertad y de federación, y debe alejar de su seno todo principio tendiente a la autoridad y a la dictadura.
Federación Jurasiana

Del 8 al 12 de agosto, en Saint-Imier, se ha celebrado un encuentro internacional de libertarios de todo tipo como conmemoración de la Primera Internacional antiautoritaria, celebrada en el mismo lugar en 1872 en respuesta a la vertiente marxista. Este encuentro, iniciativa llevada a cabo por varias redes del anarquismo social y organizado, ha concretado el auge de las ideas libertarias de los últimos años con la asistencia de miles de personas provenientes de todas partes del mundo. Se han producido, con una notable calidad, charlas, conferencias, debates, exposiciones y muchos otros actos, muestras todo ello de una sorprendente vitalidad libertaria con diversas propuestas de mecanismos organizativos concretos.

Se trata de una constatación de que las ideas libertarias siguen vivas a nivel mundial, que existen en su seno múltiples formas de organización y que se trata de una muy seria alternativa política en el siglo XXI. Tal y como manifestaron los organizadores, 140 años después de aquel Congreso antiautoritario la explotación y la alienación se producen, tal vez, con mayor intensidad. La localidad de Saint-Imier (en el Jura suizo, de ahí el termino de Federación jurasiana para los antiautoritarios) es muy pequeña, con unos 4.000 habitantes, la lengua oficial es el francés, y hay quien ha definido aquella región como "Tierra de energías", en parte por los grandes molinos de energía eólica presentes, en parte por los importantes acontecimientos de su historia. En el folleto de información turística, se alude a la energía aportada al movimiento libertario de la Comuna; ese dato revolucionario se ve complementado por las placas situadas en ciertos lugares, como en el hotel donde se celebró el Congreso de 1872, donde se incluye también una fotografía de Bakunin y Guillaume. Según cuentan los asistentes al emotivo Congreso de este año, los habitantes de Saint-Imier no se han extrañado lo más mínimo al ver a miles de anarquistas en sus calles; todo lo contrario, un saludo fraternal era su respuesta.


Paralelamente al acto, se celebró el 9º Congreso de la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA) y, a partir del jueves 9, también la Feria del Libro Anarquista. Aunque las actividades propiamente dichas no empezaron hasta el miércoles 8, la inauguración se produjo el día anterior a las 18:30 h. con el trabajo del artista francés David Myriam; los que quieran disfrutar del trabajo de este hombre, pueden hacerlo en el siguiente enlace: http://vimeo.com/sandanimation. Cabe destacar la nutrida asistencia a las mesas redondas, desarrolladas con el mayor de los respeto a la pluralidad de ideas; en la denominada "Anarquismo e innovación política", tuvo un gran protagonismo el movimiento de los indignados por sus rasgos claramente libertarios. En definitiva, fueron infinidad los actos y conferencias de gran interés que se produjeron en este encuentro en agosto de 2012, algo que solo puede provocar la envidia (junto a la satisfacción por el éxito obtenido) de aquellos que no pudimos asistir. Los que deseen leer una cronica detallada, y merece la pena hacerlo, pueden acudir al siguiente enlace de los compañeros del Grupo de Estudios José Domingo Gómez Rojas: http://grupogomezrojas.org/2012/08/31/cronica-los-dias-en-saint-imier-por-grupo-gomez-rojas/.
Otros enlaces de interés sobre el Congreso: http://joseluiscarreteromiramar.blogspot.com.es/2012/08/saint-imier-2012.html.
El próximo número del periódico anarquista Tierra y libertad contendrá también gran información sobre el Congreso.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Periódico del movimiento 15M

El periódico madrid15M, vocero de las asambleas de este movimiento, nace a partir de un proyecto presentado en la Asamble Popular de Villaverde; tal y como figura en su sitio web, el rotativo ya ha sido aprobado por 39 asambleas pertenecientes al 15M madrileño. Se pretende difundir una imagen veraz de este movimiento entre la ciudadanía y, a la vez, que sirve como eficaz herramienta de información alternativa. Por supuesto, si lo que se pretende es reclamar el espacio público, buscar el encuentro entre las personas y fomentar la creatividad, la prensa no podía ser menos y se realiza del mismo modo de modo abierto, asambleario, horizontal, con la intención de fomentar el pensamiento crítico y la pluralidad de voces.

El periódico no tiene "profesionales", director ni editorial, ya que se considera que nadie puede hablar en nombre del movimiento 15M. Así, el grupo de trabajo redactor es rotativo, no remunerado y no admite en su seno personas que ejerzan un cargo de responsabilidad en partidos políticos, sindicatos o medios comerciales. La decisión sobre los contenidos se realiza asambleariamente, en el periódico puede escribir cualquiera; todas las aportaciones son tenidas en cuenta se pertenezca o no a una asamblea. El objetivo es que el sitio web, http://madrid15m.org/, tenga una ampliación de los contenidos de la versión en papel; pueden mandarse textos a: redaccion@madrid15m.org. Entre los objetivos planteados están, como no podía ser de otro modo, promover el cambio social desde abajo, estimular la evolución y aportar espacios de reflexión y pensamiento alejados de una cultura inmovilista.
De momento, han aparecido seis números, siendo el último publicado el núm. 5 con fecha de julio de 2012 (35.000 ejemplares), con 16 páginas a color, aunque ya está previsto aumentar a 24; tras el parón de agosto, ya se está preparando el núm. 6 del mes de septiembre. La financiación se realiza a través de las asambleas del movimiento, y la difusión es gratuita con intención de llegar al conjunto de la ciudadanía y ocupar un espacio en la información escrita independiente. Puede encontrarse una versión online del número en curso, además de PDF de los números atrasados, en el siguiente enlace: http://madrid15m.org/quiosco.html

viernes, 24 de agosto de 2012

Hedonismos

La palabra Hedonismo, como puede suponerse, proviene del griego: hedoné suele traducirse por "placer". Filósofos como Anaxágoras consideraban que significaba ciertas sensaciones producto de los sentidos. En la época de los sofistas (siglo V a.C.), era frecuente considerar que el placer era causado por la armonía o buena disposición de los distintos elementos del cuerpo. Por otra parte, con hedonismo se ha aludido a un bien, ya que es considerado que el placer es el mayor bien. Ese bien puede considerarse un bienestar en sentido literal, en el sentido de la armonía o buena disposición que antes se ha mencionado. De todas formas, hay que aceptar en la historia de la humanidad que, al haber tantas maneras de entender el placer, lo mismo ocurre con el hedonismo; esa discusión sobre el término se ha producido no pocas veces en el terreno de la moral, por lo que se ha considerado también que el hedonismo es una tendencia dentro de la filosofía moral. Si se obvian las diferencias, muchas veces considerables, hay muchos autores y escuelas que pueden considerarse defensoras del hedonismo: los cirenaicos y los epicúreos en la Antigüedad, los epicúreos modernos o neo-epicúreos (Gassendi o Valla, entre otros), los materialistas del siglo XVIII (sobre todo los franceses como Helvecio, Holbach o La Mettrie) o los utilitaristas ingleses (al menos, Bentham).

En el lado contrario, el hedonismo ha tenido enemigos por los más diversos motivos, como Platón, los autores cristianos (especialmente, los ascéticos) o Kant; ha sido frecuente que se critique e incluso que se menosprecie el hedonismo. Curiosamente, y de manera excepcional, hay quien ha defendido radicalmente el hedonismo por motivos puramente racionales, como es el caso de W. H. Sheldon, el cual afirmó que "el hedonismo ético es el imperativo categórico". Las discusiones sobre el significado, formas, supuestos y razones del hedonismo se han sucedido. Los antiguos hedonistas, sobre todo los cirenaicos, consideraban que el placer es el bien y el mal es el dolor, por lo que el hombre debe dedicarse a buscar el primero y a evitar el segundo. En el caso del placer, los cirenaicos parece que enfatizaron en el placer de los sentidos o placer material, pero no enfrentado al placer sensible, sino como fundamento del mismo. Una crítica que se realizó tempranamente es que la doctrina hedonista es egoísta, ya que el placer propio puede suponer el dolor ajeno; sin embargo, los propios cirenaicos apuntaron ya a una tendencia no egoísta de los placeres, mientras que los epicúreos subrayaron la importancia de los placeres moderados y de la participación colectiva en los mismos a través de una comunidad de amigos.

Las críticas históricas al hedonismo se han realizado desde una óptica moral muy distinta. Así, Kant considera el hedonismo como una de las morales "materiales", y como tal no sería capaz de proporcionar completa seguridad sobre los valores fundamentales, tal y como sí lo hace una moral "formal". También se han realizado críticas al hedonismo desde la llamada "moral de los valores", ya que el placer, aunque no sea eliminado totalmente, puede y debe subordinarse a otros valores; en la misma línea, se encuentran los que han distinguido entre dos facultades jerarquizadas del deseo, la inferior y la superior. Enfrentados a estos críticos, algunos defensores del hedonismo han argumentado que para ellos el deseo de placer es una facultad superior y, por lo tanto, racional. Entre los defensores del hedonismo contrarios a considerarlo como una manifestación del egoísmo, encontramos a utilitaristas como Benthan, John Stuart Mill y Spencer. Bentham distingue entre catorce clases diferentes de placeres, y entre ellas las hay proyectadas decididamente hacia la felicidad del prójimo (como es el caso de la amistad o la benevolencia); así, desde esta perspectiva, todo hedonismo bien entendido consiste en un cálculo de placeres. John Stuart Mill defiende abiertamente un hedonismo altruista, ya que amar al prójimo sería consecuencia de una moral hedonista "abierta". Spencer, preconizador del evolucionismo, lo combinó con la doctrina hedonista para intentar demostrar que aquél es la base científica de ésta.

Vemos con esta breve exposición la dificultad para elaborar una definición completa de la doctrina hedonista. Tantas veces, gusta enarbolar la bandera del hedonismo, enfrentados sobre todo al ascetismo religioso, pero no pasa en mi opinión de una pose meramente intelectual (más que vital). Es decir, la búsqueda de una conciencia lo más amplia posible, el desarrollo de una moral libertaria, para el que subscribe, obliga cuanto menos a no tener un concepto del placer reduccionista; la propia idea transformadora de la sociedad, con un compromiso firme en la vida, obliga a un disfrute de la vida en tantas ocasiones, cuanto menos, relativo (a menos claro está, que se obtenga placer en los numerosos obstáculos y conflictos con los que se va a topar). En caso contrario, sin esa visión transformadora y progresista, estaríamos ante una concepción del hedonismo simple y acomodaticia, burguesa por así decirlo. Por si no queda claro, diremos que nos enfrentamos a toda concepción ascética de la existencia, estamos por supuesto por el disfrute de los placeres carnales, e incluso los observamos también como una postura revolucionaria propia de una sociedad mejor; consideramos que el enfrentamiento de lo material y lo espiritual es solo una fantasía más del pensamiento dualista religioso. Sin embargo, la influencia de muchos otros factores obliga a relativizar el concepto de hedonismo, a no verlo de manera absoluta, o tal vez, mucho mejor, a ampliarlo; en ese sentido, el que subscribe estaría totalmente de acuerdo con Kropotkin cuando establece una idea hedonista extendida también a los placeres morales e intelectuales (lo situaría en la línea de los que han considerado el altruismo también como un "placer elevado"). Es, cuanto menos, complicado; transformar la realidad lo es.

domingo, 19 de agosto de 2012

El arte de amar

Erich Fromm, en su influyente obra El arte de amar, considera que el amor no es un objeto (que debe "encontrarse"), sino una facultad (la cual debe crearse y ser desarrollada). En una sociedad moderna y capitalista, en la que el individuo está subordinado a fuerzas externas, el individuo suele mostrar un temor consciente a no ser amado cuando el miedo auténtico, puede que a veces inconsciente, es a amar de forma real. Desgraciadamente, y una muestra es el creciente éxito de superficiales libros de autoayuda, una gran parte de personas esperan encontrar alguna receta del tipo "cómo debe usted hacerlo" y eso suele llevarse también al terreno afectivo. El amor es una experiencia personal y, considerándolo un arte, sí pueden establecerse unos requisitos generales como en cualquier otro; Fromm alude a que la práctica de un arte requiere siempre disciplina. Por supuesto, hablamos de una palabra delicada que el individuo asocia al trabajo forzoso, a gastar energía en fines ajenos; en una rebeldía algo infantil contra el autoritarismo el individuo desconfía de cualquier forma de disciplina, tanto de la proveniente de una autoridad externa (irracional) como de la autoimpuesta (racional). Sin la disciplina, la vida puede volverse caótica y sin posibilidad de concentración; en nuestra sociedad, como puede comprobarse fácilmente, no hay autodisciplina porque raramente hay concentración: se requiere inmediatez en lo placentero y eficacia rápida en lo productivo, se hacen multitud de cosas a la vez, se tiende a consumirlo todo (incluso el arte y la cultura), existe numerosa ansiedad y nerviosismo... Otro factor primordial es el de la paciencia, algo obviamente necesario para dominar cualquier tipo de arte; es por eso que la búsqueda de resultados rápidos supone no dominar nunca verdaderamente una disciplina. El hombre moderno no posee disciplina, concentración ni paciencia, ya que se le reclama constantemente la rapidez. En ese sentido, es muy significativo y grato el lema del movimiento 15M: "Vamos despacio porque vamos lejos". En la sociedad moderna, todas las máquinas están diseñadas para lograr rapidez; la búsqueda del máximo beneficio así lo determina y aquí encontramos una vez más que los valores humanos están condicionados por lo económico. Una condición también primordial para el dominio del arte es la preocupación y resulta igualmente necesaria para los afectos humanos, para la capacidad de amar.

La visión de Fromm sobre el arte de amar es indisociable de su análisis general sobre el ser humano y la sociedad. La persona que quiera amar verdaderamente debe comenzar por practicar la disciplina, la concentración y la paciencia; desgraciadamente, nuestra sociedad está diseñada para todo lo contrario, la enajenación es el rasgo más habitual. La vieja concepción de una disciplina autoritaria ha dejado paso a todo lo contrario, el elogio de la pereza y de la complacencia, y la sospecha sobre cualquier tipo de disciplina; la capacidad de concentración suele ser nula, el individuo ni siquiera es capaz de estar solo consigo mismo, requisito indispensable para estar preparado para amar por mucho que parezca una paradoja, y suele entregarse a otra persona como si fuera algo así como un salvavidas. No es fácil estar solo consigo mismo, tendemos a la inquietud y a la angustia, y nos abordan toda clase de pensamientos que solemos racionalizar (en este ámbito, esta palabra significa que nos autoengañamos con falsos razonamientos). Sería bueno aprender a estar solos con nosotros mismos un tiempo diario, huyendo de pensamientos que interfieran, lo mismo que aprender a concentrarnos en las actividades concretas que realizamos; esa capacidad de concentración va asociada en el diálogo a conversaciones que no sean triviales ni abstractas y sí asociadas a la experimentación y la profundización en cuestiones concretas. A pesar de todo, aunque a nuestro alrededor se produzcan pensamientos y conversaciones triviales, si tratamos de establecer un trato directo y humano pueden lograrse efectos sorprendentes en los demás. La concentración en la relación con los otros supone, fundamentalmente, poder escuchar; es habitual que unas personas no se escuchen unas a otras y asocien la conversación al cansancio, la concentración adecuada puede convertir el diálogo en algo placentero.

Una idea adecuada de lo que es la paciencia la obtenemos cuando observamos a un niño intentar caminar, cae una y otra vez hasta que logra finalmente tenerse en pie; los adultos podrían hacer grandes cosas si tuvieran la paciencia de un niño y se concentraran en fines realmente importantes. Fromm recuerda que la capacidad de concentración va asociada a hacerse sensible con uno mismo, lo cual no significa estar analizándose ni pensando constantemente en uno mismo. Nos referimos a adoptar conciencia sobre una determinada situación, como el estar cansado o deprimido, a analizarla en profundidad y no a racionalizarla buscando todo tipo de falsas excusas. La persona media tiene una imagen aceptable de lo que es sentirse bien físicamente, por lo que sí suelen ser sensibles a sus procesos corporales; en el caso de los mentales, no es tan sencillo, ya que a menudo no se tiene un modelo aceptable alrededor, se suelen acomodar al funcionamiento síquico de  las personas cercanas y, sintiéndose normales adoptando esa norma establecida, no indagan más allá. Para ser sensible con respecto a uno mismo, habría que tener una imagen del funcionamiento humano completo y sano; no hay respuesta sencilla a esta cuestión, pero lo que es evidente es que los modelos de la sociedad capitalista contemporánea son cualquier cosa menos arquetipos de grandes cualidades morales (figuras del deporte, del espectáculo, mediáticas, etc.).

En cuanto a las cualidades importantes para la capacidad de amar, Fromm menciona como primordial la superación del narcisismo. Éste, consiste en la experimentación como real solo de lo que ocurre en nuestro interior, mientras que los fenómenos externos carecen de realidad de por sí y solo se valoran como útiles o perniciosos para uno mismo. En el polo opuesto, estaría una objetividad que contemplara a las personas y a las cosas tal y como son, sin que influyan en ese juicio nuestros deseos y temores. En una u otro medida, todos nos vemos influenciados por nuestra orientación narcisista, por lo que la visión objetiva se ve afectada. Fromm considera identificable el pensar objetivamente con la razón y, para ello, es necesario ser humilde en el sentido de conocer nuestras limitaciones. En el ámbito afectivo, para la práctica del arte de amar es necesario desterrar el narcisismo, por lo que hay desarrollar la humildad, la objetividad y la razón. Debemos tender a la objetividad y ser sensibles hacia aquellas situaciones en que no somos objetivos, hay que discernir entre la imagen que nos construimos de una persona (debido a la deformación narcisista) y tal y como es esa persona al margen de nuestros intereses, necesidades y temores. Ser objetivo y racional es primordial, pero no solo con la persona amada, es necesario abarcar esas cualidades a todos los que nos rodean o no tardaremos en entrar en nuevas distorsiones.

Entramos ahora en un análisis también muy esclarecedor. Si hemos visto la polisemia de palabras como "autoridad" o "disciplina" y comprendido que pueden ser beneficiosas sin van asociadas a una condición racional, algo similar ocurre con la fe. La fe no tiene que ir asociada a una creencia ciega e irracional (sumisión a una autoridad), puede ser perfectamente racional y ser una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. Tal y como lo expresa Fromm, la fe racional no es primariamente una creencia, sino una cualidad de nuestras convicciones, un rasgo de nuestra personalidad. En este sentido, la fe es un importante componente del pensamiento racional, el cual acaba formando parte de la creatividad humana en cualquier campo; podríamos hablar de una "visión racional", la cual es a su vez resultado de estudios previos, pensamiento reflexivo y dotes de observación. Para Fromm, la fe racional forma parte del proceso, desde la concepción de esa visión racional, pasando por una hipótesis probable y plausible hasta la formulación de una teoría científica. Se trata de una fe propia de un individuo activo y creativo, arraigada en la propia experiencia y en la confianza en el propio poder de pensamiento, observación y juicio. Así, la fe racional es un componente primordial también en la esfera de las relaciones humanas; confiar en otra persona, tener fe en su personalidad y en su amor. Aquí conviene aclarar que cuando Fromm habla de una esencia humana (de un yo auténtico), no se refiere a la inmutabilidad de las opiniones, sino a motivaciones básicas que deberían ser inconmovibles (como el respeto a la vida y a la dignidad humanas).

Tener fe racional en uno mismo y en los demás culmina en la fe en la humanidad, en unas potencialidades del ser humano tales que pueden fundar una sociedad regida por los principios de igualdad, justicia y amor. Ese modelo social aun no ha sido creado, por lo que la convicción para crearlo necesita de cierto grado de fe. Por supuesto, aclararemos una vez más que no se trata de una mera expresión de deseos, sino de una fe racional sustentada en logros históricos y en la experiencia interior del individuo. Es evidente que el grado de enajenación es tal, la amenaza de fuerzas externas es tan constante, que impiden que gran parte de las personas tengan convicciones guiadas por una fe racional en un mundo mejor; de esa manera no tarda en llegar la "racionalización", entendida en este caso como razonamientos distorsionadores que hacen que nos autoengañemos y tratemos de engañar a los demás (uno de los más habituales es considerar cualquier idea innovadora, no ajustada a los canones de lo establecido, como utópica e irrealizable). La fe racional expresada por Fromm tiene una lectura libertaria y antiautoritaria, ya que sin ella acabámos aceptando lo establecido (alguna forma de poder entendido como dominación). Sumisión al poder es buscar la seguridad y tranquilidad, mientras que la fe racional requiere riesgo y coraje en la innovación e incluso aceptar el dolor y el fracaso. Fe y coraje son requeridas para iniciar cualquier actividad, por muy dificultosa que sea, o para mantener las propias convicciones incluso cuando no sean populares y nos enfrentemos a la mayoría social. Otra actitud indispensable para las relaciones afectivas es la actividad, que Fromm entiende, no como "hacer algo", sino como una actividad interior, dar un uso productivo a nuestras potencialidades: ser activo en el pensamiento y en el sentimiento evitando la pereza interior manteniéndose siempre vitalista y perceptivo. Esa productividad se realiza en todos los ámbitos humanos, no solo en el afectivo, por lo que la teoría de Fromm sobre el amor es indisociable de su crítica al capitalismo, a la división del trabajo y a la posterior enajenación.

Desde este punto de vista, el amor no es solo propio de la esfera personal, se extiende a todos los dominios sociales, no existe "división del trabajo" entre el amor a los nuestros y el amor a los ajenos. Para Fromm, y aquí entra su loable confianza en la fraternidad universal propia de individuos autónomos, el amor a los próximos es la condición para extender el sentimiento a toda la humanidad. El principio de equidad de la sociedad capitalista (intercambio de bienes y servicios en el mercado) sería incompatible para Fromm con el principio del amor, ya que prima el beneficio para uno mismo (y no pocas veces la mentira es la herramienta para obtenerlo). Es por eso que Fromm considera que la gente capaz de amar realmente es una minoría en las sociedades occidentales contemporáneas, se trata de un fenómeno marginal e individualista; para convertirlo en un paradigma social, son necesarios importantes cambios en la estructura política y socioeconómica. Las personas están motivadas únicamente por sugestiones colectivas, su finalidad es producir más y consumir más; toda la actividad está subordinada a metas económicas y el ser humano se acaba convirtiendo en un autómata. Para cambiar también las relaciones afectivas, toda la maquinaria económica debe ser puesta al servicio del ser humano (no al revés); las personas deberían capacitarse para compartir experiencias y trabajo, y no repartir simplemente beneficios en el mejor de los casos. El problema de los valores en una sociedad no radica en algo externo a ella, sino que forma parte de su propia estructura, la cual está directamente relacionada con la posibilidad de desarrollar las potencialidades del ser humano.

viernes, 17 de agosto de 2012

Carl Sagan y la hipótesis de Dios

Carl Sagan, antes de discutir sobre la hipótesis de Dios en una de sus conferencias en la Universidad de Glasgow, dedicó parte la misma a tratar de dilucidar a qué nos referimos con esa idea. Para empezar, recordaba que los romanos llamaban ateos a los cristianos, ya que éstos creían en un dios que no era el "verdadero"; esa actitud de denominar ateos a los que no creen exactamente lo mismo que uno se habría mantenido a lo largo de la historia. Los rasgos de la divinidad de las tres religiones monoteístas, con tanto en común, son los de un ser omnipotente, omnisciente, creador, compasivo, que atiende a las plegarias e interviene en los asuntos humanos, etc. Sin embargo, Sagan muestra lo evidente: podría demostrarse, finalmente, la existencia de un ser con alguna de aquellas características, pero no con todas. ¿Se hablaría en ese caso de la existencia de Dios? La probabilidad de que exista la divinidad mostrada en las religiones del libro hay que ponerla al mismo nivel que la de cualquier otro dios alternativo (nos referimos, obviamente, a un ser sobrenatural). Enfrentados a la tradición monoteísta, podríamos identificar a Dios simplemente con las leyes naturales que explican el universo, por lo que en ese caso difícilmente podríamos llamarnos nadie ateos o tendríamos que negar esas leyes y demostrar que son inaplicables. Entre esas dos posibilidades, Sagan piensa en todas las posibilidades: mundos sin dioses, dioses sin mundos, dioses creados por otros dioses previos, dioses que nunca nacieron, dioses eternos, dioses que mueren, dioses que mueren más de una vez, diferentes grados de intervención divina en los asuntos humanos; ningún profeta, uno o varios; ningún salvador, uno o muchos..., por no hablar de los diferentes preceptos y tradiciones de la creencia religiosa. La gente acaba creyendo multitud de cosas y cada opción religiosa supone todo un asombroso repertorio.

Lo que Sagan muestra como sorprendente es que, considerando tantas alternativas y posibilidades, cuando alguien tiene una experiencia de conversión religiosa suele ser casi siempre a una de las opciones religiosas presentes en su comunidad. Es francamente difícil que alguien en Occidente acabe creyendo en una deidad con cabeza de elefante de color azul. Ese tipo de seres sobrenaturales aparece solo en las creencia hindúes al igual que la Vírgen María solo se aparece en Occidente. Los detalles de las creencias religiosas no suelen cruzar las barreras culturales y lo obvio es que esos detalles están determinados por las creencias locales sin que tengan nada que ver con algo externamente válido. Viva uno donde viva, la cultura indígena influiría enormemente en la predisposición religiosa; recordemos, a este respecto, que las religiones realizan siempre esfuerzos para atraer a las mentes más jovenes e influenciables. En el caso de los profetas, recuerda Sagan, hay que contemplar otra posibilidad; si un nuevo profeta asegura haber recibido una revelación divina que transgrede las revelaciones previas de todas las religiones, cómo diablos va a verificar su validez la persona media. La única posibilidad es acudir a la teología natural, es decir, a la observación de las leyes de la naturaleza; hay que huir del papanatismo y pedir siempre pruebas para todo.

Los deseos humanos llevan a intentar dar una explicación racional para la existencia de Dios o de cualquier otra creencia sobrenatural. Sagan repasa los argumentos, no solo occidentales, ya que en otras tradiciones existen pruebas similares sobre la supuesta existencia de la divinidad correspondiente. En este mismo blog, nos hemos ocupado en otras ocasiones de esos argumentos, como es el caso del cosmológico relacionado con la causalidad, según el cual Dios sería la primera causa (sin causa). Sagan recuerda que la ciencia obliga a hacerse preguntas sobre qué ocurrió antes del big-bang; no hacerlo es prácticamente equivalente a decir: "lo hizo Dios". Los mitos humanos contemplan solo algunas posibilidades; el ejemplo de una primera causa no causa, aceptando que pudiera haberla, no implica nada sobre un ser omnipotente u omnisciente. Aristóteles ya argumentaba sobre una primera causa y especuló sobre varias decenas de posibilidades al respecto. Otro argumento habitual es el del diseño, que claramente se realiza por analogía: algunos objetos los ha realizado la humanidad y de ahí nos encontramos con que algo más complejo tiene que haber sido construido por algún ser más dotado. No hace falta recordar que, al menos desde Darwin, recurrir a Dios es ignorar una serie de principios subyacentes en la biología. Querer deducir de un supuesto orden en el mundo la existencia de un ser divino es, siendo benévolos, peculiar; puede que exista mucho orden en el universo, pero también numeroso caos, por lo que no es posible concebir un dios que sepa lo que está haciendo y más bien parece un aprendiz. Otro argumento terriblemente reduccionista es el moral: somos seres morales, luego Dios existe; Sagan recuerda que es posible explicar muchas cosas de nuestro comportamiento gracias a la selección natural, la adquisición de conciencia sobre nuestro entorno hace posible que comprendamos muchas cosas y ver lo que es bueno para nuestra supervivencia. Respecto al argumento ontológico, que alude a que ya que hemos concebido un ser perfecto eso es un garante de su existencia; Bertrand Russell, de manera sarcástica, dijo que estuvo a punto de ser convencido hasta que transcurridos unos minutos se percató de lo falso del argumento. El argumento ontológico visto hoy es, cuanto menos, poco convincente, ya que no es posible describir los atributos de la perfección; Sagan recuerdo un aserto budista que dice que dios es tan grande que no tiene necesidad de existir. Creemos que con eso está dicho todo respecto a este argumento.

En la línea del moral, está el argumento de la conciencia, que sostiene que la misma demuestra la existencia de Dios. No hace falta mucho recorrido mucho para encontrar una explicación alternativa: muchos neurobiólogos opinan que la conciencia es una función que depende del número y la complejidad de las conexiones neuronales del cerebro. Respecto al argumento de las experiencias religiosas, sin que Sagan quiera ridiculizar ninguna, recuerda los numerosos casos de personas que han visto ovnis, fantasmas o percepciones extrasensoriales sin que en ningún caso haya verificación de su existencia. También hay que recordar que ciertas sustancias puede provocar esas experiencias religiosas, como es el caso del peyote de algunos indios americanos o del vino utilizado como sacramento en algunas religiones occidentales. En definitiva, repasando todas esas teorías o argumentos (la cosmológica, la del diseño la moral, la ontológica, la de la conciencia y la de la experiencia), hay que decir que ninguna es demasiado impresionante. Parece evidente que son intentos de explicaciones racionales para algo que se desea previamente que sea cierto. Sagan también recuerda el problema de la existencia del mal respecto a la existencia de Dios; es algo que merece la pena recordar, cómo es posible que un ser supuestamente omnipotente permita que ocurran tantas cosas perniciosas y, al mismo tiempo, lo retorcido que es tratar de buscar una justificación. Como ya sostuvieron los presocráticos, la alternativa sería que Dios no es benevolente ni compasivo; Epicuro, en buena lógica, dijo que los humanos eran la última preocupación de la divinidad; otras religiones orientales, muestran una flexibilidad similar, tal vez Dios no sea omnisciente o no lo sabe todo o tiene mejores cosas que hacer en otra parte. En cualquier caso, en el pensamiento teológico occidental hay una contradicción fundamental relacionado con el problema del mal, ya que no es posible aceptar los rasgos habituales en Dios de omnipotencia, benevolencia absoluta y omnisciencia.

Otra cuestión relacionada que plantea Sagan es por qué prácticamente todas las religiones aceptan la intervención de Dios en la historia humana. Cómo es posible que un ser así ordene unos despropósitos tales a los hombres por no se sabe qué motivos, por qué diablos no lo hizo todo bien de manera directa. Un ser con esas características podría haber puesto en marcha un universo perfecto; si no lo hizo así, hay que hablar de incompetencia o de limitaciones en su manera de actuar. Como dice Sagan, todos los argumentos que pretende aportar la teología natural no son demasiado convincentes, van a remolque de las emociones y esperan alcanzarlas. Sería perfectamente posible imaginar que un Dios razonablemente competente hubiera dejado pruebas claras sobre su existencia. Como ejemplo que nunca se ha producido, está la posibilidad de que Dios hubiera dejado declaraciones enigmáticas a los hombres antiguos que algún día hubieran sido aclaradas por la ciencia; existirían otras posibilidades, como el haber grabado los 10 mandamientos sobre la luna con una extensión de varios kilómetros, y los hombres solo podrían verlos cuando se inventaran los telescopios adecuados, o la creación de un crucifijo enorme orbitando en el espacio. Lo que Sagan quiera evidenciar es el hecho de que exista tanta claridad para los creyentes en los textos revelados y tanta oscuridad, en cambio, en el mundo sobre la existencia de Dios. Los grandes teólogos se empeñan en afirmar que la verdad religiosa solo se produce cuando existe una convergencia entre entre nuestro conocimiento del mundo natural y la revelación. La pregunta obvia es por qué esa convergencia es tan débil cuando podría haber sido "fácilmente" tan sólida.

Como colofón, hay que recordar las palabras de Protágoras (siglo V a.C.):
Sobre los dioses, no tengo medio de saber si existen o no existen ni qué aspecto tienen. Muchas cosas me impiden saberlo. Entre otras, el hecho de que nunca nadie los haya visto.

martes, 14 de agosto de 2012

El Estado y su papel histórico

El Estado, para la visión anarquista, supone la imposibilidad de que la sociedad se base en la cooperación entre iguales; se trata de una institución que trata siempre de someter a la sociedad bajo su tutela y arbitrio. Puede decirse que cuanto mayor poder tenga el Estado, menos tiene la sociedad y viceversa. Kropotkin considera que el Estado supone la más peligrosa concentración de poder en la sociedad y el mayor enemigo de las clases oprimidas; como es sabido, el autor de El apoyo mutuo se esforzó en poner ciencia y teoría al servicio de la praxis revolucionaria, por lo que no pudo dejar de analizar la génesis y el desarrollo de la institución estatal. En una conferencia, pronunciada en 1897 y publicada dos años más tarde, como ampliación del prólogo realizado en 1892 para el folleto de Bakunin La Comuna y la noción de Estado, llamada El Estado. Su rol histórico, rechaza en primer lugar la identificación que tantos autores han realizado entre sociedad y Estado. Sin embargo, Kropotkin tampoco identifica necesariamente el Estado con el gobierno, ya que aquel supone, no solo la colocación de un poder por encima de la sociedad, también "una concentración territorial y una concentración de muchas funciones de la vida de las sociedades entre las manos de alguno (o hasta de todos)". Comprendido esto, se explica por qué Kropotkin gusta de aquellos modelos históricos (la polis griega, la comuna medieval..) en los cuales no estaba eliminado el poder, sino diluido y minimizado gracias a la Asamblea Popular; la existencia de una red de vínculos horizontales, por una parte, en una unidad territorial y la concertación de lazos federativos, por la otra. El paradigma del Estado procede para Kropotkin de la antigua Roma, ya que de ella procedía todo: la vida económica, el ejército, las relaciones judiciales, los magistrados, los gobernadores, los dioses... Todo el imperio reproducía en cada región la centralización procedente del Senado y, posteriormente, el poder omnipotente del César.

Puede decirse que para la concepción histórica de Kropotkin, la historia de la humanidad se divide en dos opciones: la imperialista o romana y la federalista o libertaria. Sin embargo, para comprender la naturaleza y evolución del Estado, es preciso abordar en primer lugar el gran problema del origen de la sociedad humana. Kropotkin no dejaba de reconocer que la teoría del contrato social había servido como importante arma para acabar con la monarquía de derecho divino; a pesar de ello, rechazó todo idea contractualista. Frente a todo estado humano previo a la sociedad, Kropotkin recoge la herencia aristotélica al considerar al hombre un "animal social" y a la sociedad humana como una realidad primaria, no como un derivado de una asociación basada en una supuesta asociación libre. El hombre, al igual que la mayoría de los animales, ha vivido siempre en sociedad, tal y como Kropotkin trata de demostrar en El apoyo mutuo; el desarrollo del intelecto se habría producido en las especies más sociables. El hombre no ha creado la sociedad, sino que nace ya en ella; el punto de partida de la sociedad sería el clan y la tribu en los primitivos, de los cuales se habría hecho un conveniente retrato de pueblos feroces y sanguinarios, pero el estudio de su vida comunitaria demuestra lo contrario. Kropotkin observa en aquellas sociedades primitivas una emergente moralidad tribal y una serie de instituciones; aunque existían directores y guías, tales como el hechicero o e el experto en las tradiciones de la tribu, tales cargos eran solo temporales y no permanentes, ya que habrían sido creados para una tarea muy concreta. Tal y como recogerán antropógos posteriores a Kropotkin, así como los estudios contemporáneos de Pierre Clastres, en aquellas sociedades no existía alianza entre el hechicero y el jefe militar, por lo que no había entonces una forma de Estado.

Por ejemplo, Margaret Mead en Sexo y temperamento en las sociedades primitivas (1973) escribe lo siguiente:
"Cuando el trabajo es una amigable colaboración y las luchas guerreras cuentan con una organización tan insignificante, los únicos dirigentes que la comunidad necesita son para ceremonias de gran envergadura. Sin dirigentes, sin otras recompensas que el placer diario de un poco de comida y algunos cantos con compañeros, esta sociedad podría vivir muy tranquilamente, pero no tendría oportunidad de celebrar ceremonias. Y el problema de la dirección social los arapech lo conciben no como la necesidad de limitar la agresividad y refrenar el afán de posesión, sino como la necesidad de forzar a algunos de los hombres más capaces y dotados para que, en contra de su voluntad, tomen sobre sí la responsabilidad de organizar algunas ceremonias realmente entusiasmados que tendrán lugar lugar ocasionalmente, es decir, cada tres o cuatros años o incluso a intervalos más largos. Se da por descontado que nadie quiere ser el jefe, el 'hombre importante'. Los hombres importantes tienen que que planificar, iniciar intercambio, tienen que farolear, fanfarronear y vocear, tienen que alardear de lo que han hecho y de lo que harán en el futuro. Los arapach consideran todo esto como un comportamiento antipático, difícil, como la clase de comportamiento en la que ningún hombre normal caería, si pudiese evitarlo. Es un papel que la sociedad impone a unos pocos hombres en ciertas ocasiones admitidas de antemano".
Los bárbaros que invadieron Europa, a comienzos de nuestra era, desde el norte y el este, mezclados a la vez entre sí, acababan de salir de esa fase primitiva que duró milenios. Aquellos pueblos que inundaron Europa, empujándose unos a otros y mezclándose recíprocamente, perdieron su conciencia como tribus primitivas y sus lazos antiguos para ver nacer nuevos vínculos basados en la posesión comunal de la tierra, dentro de un territorio sobre el cual una determinada aglomeración acabó por fijarse. Así, nace la comuna, en la que el cultivo se realiza en común, aunque el consumo se realizaba ya por familias; era un órgano soberano en el que la costumbre hacía las veces de ley y la asamblea suponía la única corte de justicia. Para Kropotkin, por encima del derecho romano, las instituciones que ofrecen garantías a los derechos del individuo proceden de ese derecho consuetudinario de los bárbaros. Las comunas respondían a la mayor parte de las necesidades del ser social, por lo que surgieron dentro y fuera de ellas múltiples asociaciones de apoyo mutuo, las guildas, las cuales se confederaron de forma paralela a las propias comunas. Sin embargo, al asentarse y establecerse las tribus en el territorio del imperio romano, se constituyeron comunidades de agricultores y pastores, los cuales empezaron a delegar la defensa de sus tierras y de sus personas en ciertos individuos, a los cuales podemos llamar guerreros profesionales, rodeados de una pequeña banda de aventureros o bandoleros. Aquellos defensores comenzaron a acumular riqueza, ofrecieron regalos a los que quisieran seguirlos y se echaron así las bases de un poder militar.

Kropotkin denuncia que la mayor parte de la historiografía se empeña  en hacer remontar a Roma todas las instituciones, ignorando o pasando por alto la revolución comunalista del siglo XII. Se produce así la negación de la vida social debido al derecho romano, basado en la centralización, en el patriarcado y en la propiedad privada; para Kropotkin, romanos y bizantinos son mucho más bárbaros que los que se ha considerado pueblos bárbaros, en los cuales se dio en gran medida un sistema basado en el apoyo mutuo, en el trabajo colectivo y en la propiedad común de la tierra. Tal y como se expresa en El apoyo mutuo, el municipio o ciudad medieval tiene su origen, por una parte, en una asociación de comunas rurales y, por otra, en una red de guildas y confraternidades. Las ciudades libres, entonces, estuvieron formados por vasta confederaciones de, a su vez, federaciones de comunas. En ocasiones, este proceso federal y confederal se produce por un desarrollo natural de la vida, pero en otras es una auténtica revolución contra el señor feudal, el obispo o el reyezuelo; el movimiento se extenderá por Europa en el tiempo de un siglo. Aunque presentaron, como es lógico, rasgos diferentes según la zona, lo que las caracterizaba es una unidad basada en la libertad frente a todo imposición realizada desde arriba (en su versión moderna, sometimiento a ley o autoridad). Es curiosa esta visión de Kropotkin sobre el medievo, opuesta en gran medida a la de la Ilustración, aunque no negara la realidad del feudalismo y de la servidumbre; esas ciudades libres, formadas por federaciones de barrio y de gremio, y confederadas a su vez con otras, es la forma no estatal por antonomasia muy próxima al ideal del comunismo libertario que desarrollará Kropotkin. Aunque este autor confiará en el progreso, en la ciencia y en el desarrollo tecnológico, pondrá de relieve la creatividad del artesano medieval, la belleza y perfección de sus obras, así como el gozo estético que producen en el productor y en el consumidor, frente la mecanización alienante, la inmediatez y la precipitación que gobiernan el trabajo de los modernos obreros de la industria. Incluso, los conflictos que se produjeron en las ciudades medievales, al producirse entre iguales los interpreta Kropotkin como un esfuerzo de innovación y progreso frente a unas guerras entre Estados que tienen como objeto anular libertades, someter al individuo y acabar con la libre iniciativa.

Es en el siglo XVI, cuando los modernos bárbaros, los auténticos para Kropotkin, comienzan a destruir la civilización del medievo: sujetan al indivudo eliminando sus libertades, le obligan a olvidar las uniones basadas en la libre iniciativa y en la libre inteligencia, y se ponen como objetivo nivelar la sociedad entera en una misma sumisión ante un dueño (Estado y/o Iglesia). Para Kropotkin, los modernos bárbaros son los que dan lugar al Estado: la triple alianza del jefe militar, el juez romano y el sacerdote. El inicio de la moderna nación/Estado está en la incapacidad de las ciudades libres para liberar a los campesinos del feudalismo, así como el fin de las pólis griegas tiene su origen en la persistencia de la esclavitud. En el siglo XII, los futuros reyes no eran más que jefes de pequeños grupos de bandoleros y vagabundos, los cuales se acabarían imponiendo con habilidad y usando la fuerza y el dinero; recibieron el apoyo de una Iglesia, siempre amante del poder. En el siglo XVI, y salvo algunas resistencias en las que Kropotkin sigue viendo la lucha de clases y el afán de una sociedad libre y comunista (el hussismo en Bohemia y el anabaptismo en Alemania), el europeo que unos siglos antes era libre, federalista y no buscaba remedios en la autoridad se convierte en todo lo contrario bajo la doble influencia del legista romano y del canonista. Así nace la institución estatal para Kropotkin, en oposición a la historiografía liberal y universitaria, la cual presenta el Estado moderno como una obra del espíritu unificadora de lo disperso y conciliadora de los antagonismos existentes en la sociedad medieval. Por el contrario, para Kropotkin, se acaba con una servidumbre para reconstituirla nuevamente bajo múltiples formas nuevas, así como se inaugura una igualdad que solo quiera la sumisión al Estado; en el siglo XVIII, al menos la mitad de las tierras comunales pasarán al clero y la nobleza para un siglo después consumarse la propiedad en manos privadas.

Como es sabido, Kropotkin y los anarquistas denunciarán que esta evolución estatista, así como la educación que preconiza, ha llevado a que incluso los que se denominan socialistas y revolucionarios vean en el proceso un progreso hacia la igualdad y la modernidad; todos los recursos de nuestra civilización, la ciencia y la sicología incluidas, se colocaron al lado de ese ideal centralizador y autoritario. Fiel a su criterio biológico y evolucionista, Kropotkin considera que el Estado se desarrolló gracias a la función que tuvo que desempeñar de aplastar toda comunidad de hombres libres e iguales, por lo que no puede esperarse nada diferente de él. En oposición a Marx, considera que el Estado no funciona mal porque esté gestionado por burgueses o capitalistas, sino que es lo que es por su génesis y desarrollo histórico, por lo que no puede ser nunca una palanca de emancipación social. Sobre las acusaciones de utopismo o ingenuidad que se hace a los anarquistas, no existe un juicio definitivo, ya que en este análisis del Estado han demostrado en gran medida estar en lo cierto. Kropotkin, y diríamos que el anarquismo en conjunto, no tiene una visión teleológica ni se arrodillan ante la historia, buscan modelos válidos en el pasado, sobre las bases de la libre iniciativa y la libre federación de intereses, y con el objetivo de una sociedad sin clases y sin un gobierno central, confiando igualmente en el futuro