martes, 22 de enero de 2013

¿Magufo? ¡No entiendo!

Hace unos años que viene utilizándose, en ciertos ámbitos y de forma muy extendida gracias a la red, el término magufo (hay quien dice que se acuña en 1997 en cierta lista de correo). Para los que no estén familiarizados con su uso, y tomando como referencia una denominación que al parecer estuvo en la Wikipedia, la cosa alude a los practicantes y promotores de toda suerte de seudociencias (astrología, ufología, homeopatía, reiki..., por mencionar las más habituales); esta popular enciclopedia en internet, que todos usamos de una  manera u otra (a pesar de que debiéramos ser siempre cautos con sus contenidos y referencias), al parecer, decidió retirar el término magufo. Hoy, no es posible encontrar ninguna referencia en su sitio. ¡Bien por la Wikipedia! Particularmente, detesto esa palabra, la cual parece especialmente dotada para que personas con poco o ningún argumento se llenen de razones (y de, ay, racionalidad). En ciertos ámbitos, que tienden al escepticismo y al librepensamiento, se usa la palabra con una alegría y un (supuesto) afán magnético, que uno no puede sino indignarse. Es decir, cuando alguien pretende usar como argumento algo así como "ah, ya, pero eso lo dice un magufo", y atendiendo poco al fondo de la cuestión, en realidad estamos ante personas bien poco librepensadoras. El grado de ignorancia y simpleza es tan elevado que esos tipos que se creen tan racionales y científicos confunden deliberadamente la condición de creyente, cuando estamos en el terreno de la religión, con la de simple crédulo, más propia si se quiere de las seudociencias y del ámbito cognitivo. No hace falta aclarar que la mayoría de esos que etiquetan de magufos, con un afán de identificar el término con la imbecilidad que no se molestan demasiado en ocultar, no tardan demasiado en hacer gala de sus propias creencias: es posible que se muestren muy críticos con lo llamado sobrenatural, pero no tardan en abrazar discursos más que cuestionables de índole política, económica o incluso científica.

En primer lugar, es exigible para alguien que se considera librepensador emplear adecuadamente el lenguaje. Existe la palabra crédulo, que es aplicable única y exclusivamente a un persona que cree con demasiada facilidad; por supuesto, no es necesariamente utilizable en todo creyente religioso ni a todo practicante de cualquier sistema o disciplina no verificada científicamente. Y lo digo yo, que dedico gran parte de mi existencia a criticar las religiones y las practicas místicas y alternativas, como sistemas de creencias cuestionables, casi siempre reaccionarios y dignos de ser superados por mejores empeños (en mi opinión, por supuesto). Otro de los términos que pretenden quedar englobados en la palabra magufo puede ser el de engañabobos, la cual debe emplearse única y exclusivamente para aquellos que pretenden embaucar con alguna teoría o deslumbrar con según que descubrimiento (que, por algún extraño motivo o interés, ha sido ocultado por el sistema establecido engañando a la humanidad excepto unos pocos iluminados); no es posible asegurar tampoco que todos los promotores de las seudociencias sean embaucadores, ya que estoy convencido que gran parte se creen lo que dicen y es posible que piensen sinceramente estar realizando un beneficio a sus semejantes (es decir, y como puede ocurrir también con el clero, son creyentes, lo cual no deja de ser digno, por supuesto, de la más severa crítica desde mi punto de vista). Por lo tanto, el término magufo, que pretende reducir a gran parte de la humanidad a una suerte de imbéciles y/o hijos de puta, es una soberana estupidez; flaco favor se hace si verdaderamente queremos ser críticos con las creencias, y lo soy no solo por un afán intelectual y científico, también en aras de que un bienestar y una felicidad para las personas se produzca (uno es así de ambicioso). Como ya he escrito en este blog, existen muchos factores para que personas inteligentes crean cosas de lo más cuestionables, o incluso irrisorias: existen atajos cognitivos, y a la fuerza de modo cotidiano, tendemos demasiado a la ilusión en nombre de la imaginación, solemos interpretar tantas veces a partir de la nada, se captan patrones donde no los hay, reforzamos nuestros argumentos potenciando lo que nos interesa para tratar de confirmar nuestras creencias previas (que las tenemos todos o no seríamos humanos), estamos fuertemente influidos por nuestro entorno y tantos otros factores. Es tan sencillo como que las personas inteligentes acaban racionalizando sus creencia, mientras que los que no lo son tantos se limitan a etiquetar como estupido al que no cree lo mismo que ellos. Por supuesto, estoy casi convencido, y me afano en promover, que un pensamiento todo lo libre que sea posible, junto a una inquietud por conocer permanente, pueden combatir todos esos factores limitadores para ampliar nuestra mente y, como diría Bertrand Russell, también nuestro corazón. No tener en cuenta todos esos elementos subjetivos y apelar simplemente a una racionalidad objetiva omnipotente (inexistente, propia de seres supremos sobrenaturales) es, simplemente, una actitud digna de personas poco inteligentes y, seguramente, con poco corazón.

viernes, 18 de enero de 2013

Ricardo Mella y la pedagogía

Ricardo Mella (1861-1925) realizaba una distinción entre "educar", que sería un modo determinado de conducirse, de ser y de pensar, y la enseñanza, la cual debería tener como finalidad la independencia intelectual y física de la juventud. Si en el momento en que vivió Mella, existía ya una fuerte oposición a la educación religiosa, las escuelas laicas no tardarían en imponer un civismo que sustituyó a Dios por el Estado. Por lo tanto, para el anarquista Mella la cuestión no radica en denominar a la escuela laica, neutra o, incluso, racionalista, ya que ello constituye un mero juego de palabras que traslada las preocupaciones políticas del adulto a las opiniones pedagógicas. Este autor ácrata realiza una feroz crítica a todos aquellos, sean cuales fueren sus ideas, que pretenden modelar a los infantes a su imagen y semejanza; no existe el derecho para inculcar un dogma religioso a un niño, pero tampoco para aleccionarlos en una opinión política ni en un ideal social, económico o filosófico. En otras palabras, la escuela no tiene que ser para Mella ni republicana, ni masónica, ni socialista, ni anarquista, lo mismo que no debe ser religiosa. La escuela no debe ser nada más que un lugar de enseñanza para que el individuo tenga un pleno desarrollo y un completo desenvolvimiento; cualquier intento de transmitir una idea ya preestablecida es una mutilación y una distorsión de aquellas facultades que se pretenden estimular. Mella aquí nos lega una visión netamente anarquista; aunque caigamos una y otra vez en la confusión entre los términos educar y enseñar, lo más importante es el fondo de la cuestión: hay que erradicar todo doctrinarismo de la pedagogía, aunque tengo intenciones revolucionarias. Los individuos serán intelectualmente libres si en la escuela adquieren las verdades comprobadas, producto del conocimiento y universalmente reconocidas; Mella considera, por supuesto, que hay que poner al alcance de los individuos, previamente instruidos en esas verdades mencionadas, todos los sistemas metafísicos, teológicos y filosóficos para que elijan libremente, pero ello no será ya labor de la escuela. Es muy necesario que los profesores expliquen todo, ideas religiosas o políticas, pero es muy distinto a enseñar un dogma del tipo que fuere, democrático, socialista o anarquista. Para Mella, el anarquismo, al colocar la libertad de pensamiento y de acción por encima de todo, no puede preconizar imposición alguna en los jóvenes ni ningún método doctrinario. La mejor escuela deseada por los anarquistas, por lo tanto, es aquella que más y mejor estimule en los jóvenes el deseo de saber por ellos mismos, de formarse sus propias ideas. Estas ideas de Mella sobre la pedagogía quedaron expuestas en diversos números de la publicación Acción libertaria.

Mella insiste en esta postura sobre la enseñanza. Incluso, denuncia a aquellos supuestos librepensadores, radicales y anarquistas que no actúan en cuestiones pedagógicas de modo muy diferente al de los sectarios religiosos. Los postulados de Mella son de una actualidad innegable cuando denuncia el amparo que muchos coetáneos suyos hacen en la palabra racionalismo y pretenden imponer en su nombre una nueva doctrina a la juventud; del mismo modo, denuncia también toda pretensión de verdad absoluta en nombre de la ciencia. Ricardo Mella critica que el racionalismo, al proclamar la soberanía de la razón, genera errores y absurdos; la razón es meramente individual, por lo que no puede proclamarse soberana, ya que hacerlo sería dar a todo el mundo el criterio exacto y la certeza de la verdad. El racionalismo, como sistema, ha supuesto un fracaso, aunque se haya sido útil contra el dogmatismo y los absurdos de las creencias. La ciencia, basada en la experiencia y en los hechos comprobados, sí puede tener esa pretensión como sistema; por el contrario, las creaciones del pensamiento, las razones en cada uno, son diferentes en cada individuo, y tienes un carácter frágil como para tener pretensiones objetivistas, ya que aquel es dado a lo extraordinario y maravilloso. Si hay quien identifica ciencia, racionalismo y anarquismo, para Mella ello equivale a insertar una propaganda en la educación, es decir, a una nueva forma de proselitismo. Los anarquistas no tienen más derecho que cualquier otro a formar a los demás de un modo u otro, más bien el deber de no estorbar que cada uno se haga a sí mismo como quiera. Lo que los adultos entendemos como propaganda, un niño lo verá como imposición; insiste Mella en que una cosa es instruir en las ciencias y otra muy diferente enseñar una doctrina. Aunque racionalismo y anarquismo tengan mucho en común, no tenemos derecho a grabar nada de ello en las mentes infantiles; ninguna creencia debe impedir su libre desarrollo. No puede existir un acto pedagógicamente menos libertario que imponer un modelo al niño, aunque sea el más bello ideal, ya que con ello está cercenando la facultad de pensar desde temprana edad. Incluso la libertad absoluta, si es que ese concepto no fuera un imposible para el entendimiento humano, no debe ser impuesta, sino libremente aceptada y buscada; es el niño el que debe acceder a las más bellas ideas, deducidas de los conocimientos generales, y no opiniones, que hay que poner a su alcance. Para llegar a este razonamiento, hay que entender que Mella ve el anarquismo como un cuerpo de doctrina; por muy sólido, razonable y científica que sea en su base, no deja de pertenecer al terreno especulativo y, por lo tanto, es tan cuestionable como cualquier otro. De nuevo Mella insiste en su renuncia a una verdad permanente, ya que el devenir convierte en obsoletas las certezas del pasado; ya que el ser humano, incluso el más sabio, está lleno de prejuicios, de sofismas y de anacronismos, ningún derecho tiene a imponer ideas a las siguientes generaciones.
Como anarquistas, precisamente como anarquistas, queremos la enseñanza libre de toda clase de ismos, para que los hombres del porvenir puedan hacerse libres y dichos por sí y no a medio de pretendidos modeladores, que es como quien dice redentores. (Acción libertaria, núm.11, enero de 1911)
El anarquista trabaja por el libre examen, y éste no se aplica únicamente por oposición a la teología, también a las posibles imposiciones de partido, escuela o doctrina. La instrucción de la infancia, y recordemos que Mella la opone a la idea de "educar", debe ser neutral, estar exenta de cualquier atisbo de propaganda: "Descartada toda materia de fe, la instrucción de la juventud quedaría reducida a la enseñanza de las cosas probadas y a la explicación de los problemas cuya solución no tiene más que probabilidades de certidumbre" (Acción libertaria núm.22, abril de 1911). Los infantes son proclives a preguntas metafísicas, pueden preguntarse perfectamente cuál es el origen del universo, ¿qué puede hacer el profesor? La pregunta acerca de Dios no se producirá, casi con probabilidad, pero si surgiera es obligado demostrar que en todo el conocimiento humano no hay prueba alguna de su existencia. Sobre las cuestiones acerca de la causa y la finalidad de la existencia, inevitables en algún momento del desarrollo del individuo, no hay certeza alguna y de nada vale invocar a la ciencia; los que se refieran al materialismo, al racionalismo o al evolucionismo seguirán hablando en nombre de una opinión o creencia. Para Mella, la honestidad intelectual del maestro debe producirse a través de una exposición clara de los datos del problema y de las diferentes hipótesis que tratan de aclararlo; cualquier otra vía, es caer en la imposición de una doctrina. El pequeño individuo deberá formar su juicio por sí mismo al poner a su alcance todos aquellos conocimientos que puedan ilustrar la cuestión; se trata de un "método de libertad" respetuoso con la independencia intelectual del niño que, para Mella, deben proclamar los anarquistas. Es en la realidad donde se encuentra toda experiencia, base del conocimiento, y la enseñanza debe reducirse a lecciones de cosas (no de palabras); con esa primera adquisición, puede establecerse el camino para adquirir los mejores métodos para que la propia realidad, y no el maestro, genere en la conciencia del individuo, que será el integrante de una nueva sociedad, los más bellos ejemplos de bondad, amor y justicia. Pretende Mella erradicar todo discurso impuesto en la enseñanza, basarse en los hechos, para que los infantes se cuestionen sobre el mundo que les rodea y se acaben desenvolviendo de manera intelectualmente adecuada. De nuevo observamos que en la visión anarquista, también en cuestiones pedagógicas, la libertad es un factor central, Mella arremete contra la imposición y el verbalismo:
Y si en la humanidad persiste la esclavitud moral y material, es porque precisamente se ha empleado en la enseñanza el facto imposición. El instrumento de estas imposición ha sido y es el verbalismo, el verbalismo teológico, metafísico o filosófico.
¿Queremos una enseñanza nueva? Pues nada de verbalismo ni de imposición. Experiencia, observación, análisis, completa libertad de juicio, y los hombres del porvenir no tendrán que reprocharnos la continuación de la cadena que queremos romper. (El libertario, núm.7, septiembre de 1912).

martes, 15 de enero de 2013

La Comuna-Guardería Uno de Padua

Otro ejemplo de experiencia educativa antiautoritaria, recogido en la obra  de Francisco José Cuevas Noa Anarquismo y educación. La propuesta sociopolítica de la pedagogía libertaria (Fundación Anselmo Lorenzo, 2003) es el de la Comuna-Guardería Uno de Padua, creada en 1974. Dos años antes, un grupo de estudiantes de la Facultad de Psicología de Padua, decididos a llevar a la práctica lo que habían estudiado, toman la decisión de llevar a cabo una experiencia de guardería autogestionada antiautoritaria. Realizan un trabajo de difusión en el barrio de aquella localidad donde deciden instalar la guardería y logran iniciar la actividad con 18 niños de 2 a 5 años; gran parte de los chavales son hijos de profesores que desean una educación alternativa para los mismos y se involucran de manera importante en el proyecto; con la asesoría de un técnico de la Universidad, el proyecto se mantiene durante unos meses hasta que la autoridades deciden echar el cierre.

No obstante, el grupo impulsor de la guardería decide adquirir una casa para arreglarla y, de ese manera, seis personas forman una comuna como respuesta a los interrogantes de los propios infantes. En septiembre de 1974 nace la Comuna-Guardería Uno de Padua con un método pedagógico que intenta crear situaciones socializantes en las que el educando tenga la posibilidad de insertarse en la comunidad desarrollando toda su personalidad, con una plena capacidad para dar y recibir, y sin una relación de utilización. Se comprueba que los chavales entienden bien la socialización, el aprendizaje de lo comunitario, y son capaces de trasladar esa enseñanza más allá de la guardería. Tal y como se recoge en la obra Una experiencia pedagógica alternativa, donde se relatan las práctica de la guardería, "lo que no entendían era por qué, después de 7 u 8 horas de vida juntos, cada uno debía regresar a su propia casa, a su propia intimidad, a su propio aislamiento". Es por eso que los maestros deciden crear también la comuna, ya la experiencia pedagógica demandaba un contexto antiautoritario y colectivo más amplio.

La Comuna Uno adopta un compromiso íntegro, de tal manera que se define a sí misma como "vanguardia cultural", con la pedagogía preescolar como una herramienta de lucha contra el sistema. Una de las primeras rupturas que realizan es con la delegación de la responsabilidad en los maestros, por lo que piden la participación y el compromiso de madres y padres, algo que se vuelve indispensable para vincular el trabajo de la guardería con el entorno familiar; de esa manera, se produce una educación integral y no se da tampoco una relación de propiedad entre padres e hijos. Los maestros establecen una relación espontánea, creativa y afectiva con los niños, sin que exista represión ni castigo, de tal manera que el juego y la dramatización se vuelven fundamentales; el descubrimiento y estudio del teatro, sin dejar nunca de lado el juego, se lleva a la práctica mediante cuentos, música, títeres, sombras chinescas, máscaras y disfraces. Lo que se pretende es evitar las "racionalizaciones", término fundamental en sicoanálisis, gracias a una dramatización que tiene como objetivo revivir los problemas (no representarlos, con lo que se renuncia a lo simbólico). Aunque esta experiencia de Guardería-Comuna Uno duró pocos años, constituye un buen ejemplo del tipo de proyectos similares, en la línea sicoanalítica y antiautoritaria, que prodigaba en diversos lugares durante los años 70.

domingo, 13 de enero de 2013

Las teorías de la desescolarización

Particularmente, aclaro que no estoy a priori en la línea de la crítica radical a la escuela como institución, que supone las teorías de la desescolarización. No obstante, el evidente vínculo que tiene con las propuestas libertarias, incluso con autores específicamente anarquistas que defienden esa postura, obliga a vencer los inevitables prejuicios, aprender más del asunto y comprobar las posibilidades que ofrece de cara a la transformación social. El punto de partida de esta teoría hay que situarlo en la obra de Ivan Illich, publicada a principios de los años 70, La sociedad desescolarizada; de hecho, el término desescolarización es un neologismo que  nace del libro de Illich o, al menos, de la traducción que se le da al castellano. El autor propone una crítica radical a las instituciones escolares que, amparadas en la necesidad de cubrir necesidades básicas, en realidad se ocupan de generar mentes controladas y subordinadas. El ser humano acaba estando al servicio de una institución que termina escapando a su control, en lugar de a la inversa. Además de Illich, se suelen mencionar otros tres autores representativos de la línea teórica de la desescolarización: Everett Reimer, Paul Goodman y John Holt. La generación de autores que trabaja en esta corriente tuvieron la ciudad de Cuernavaca, en concreto el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), coordinado por el propio Illich entre 1963 y 1976, como lugar de referencia para el debate, la reflexión y el intercambio de ideas. Recordemos que es en esta localidad mexicana, tal y como dijimos en la entrada anterior, donde se conocen dos autores tan importantes para la sociología, la pedagogía, y el pensamiento en general, como Erich Fromm y Paulo Freire.

Los pensadores de la desescolarización no escatimaron críticas a la institución educativa, denominando incluso la tarea que desempeñan como "destrucción cultural". Pero el empobrecimiento cultural no era tal vez lo peor que podían realizar, ya que el gran peligro estaba en la extensión de su influencia por el mundo entero, confirmada a principios del siglo XXI, a la sombra de los grandes planes de desarrollo promovidos por las compañías por los potencias económicas y por las organizaciones internacionales afines (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Iglesia Católica, Unesco…); los males objeto de la crítica, obstáculos para el cambio político, social y económico, serán: una sociedad de la meritocracia, la estimulación de la ignorancia, la incapacidad sicológica que se provoca en el individuo para resolver los propios problemas (sin recetas institucionales) o la idea de que el conocimiento y el aprendizaje puede ser medido, planificado y valorado según estándares uniformes. Los teóricos de la desescolarización realizan la propuesta de invertir las instituciones y poner al servicio de la personas la tecnología y los recursos; de esta manera, la escuela puede ser reemplazada por unidades descentralizadas donde se estimule lo que se denomina convivialidad (convivencia y jovialidad), sin que exista carácter obligatorio y con el propósito, sobre todo, de que exista una utilidad pública que garantice la información y los aprendizajes útiles para la vida. Por supuesto, la propuesta desescolarizadora no cambiará por sí sola el mundo, son necesarios cambios sociales profundos. El anarquista Paul Goodman, no tan radical como otros en el tema que nos ocupa, complementa la teoría de la desescolarización con rasgos comunitarios; promueve una comunidad educativa vivencial, donde discípulos y maestros se relacionen sin coerción alguna, y con las nociones libertarias de descentralización y autogestión muy presentes. En Goodman, como objetivo último está la idea de una nueva sociedad como proyecto comunitario en la que todos los sectores y adultos cumplan una función educativa: será entonces la ciudad la que eduque, no la escuela.

Al comienzo de los años 70, el CIDOC es ya un espacio de referencia a nivel internacional, un lugar al que acuden a estudiar, investigar y debatir autores de vanguardia de todo el mundo; el punto de partida será el estudio crítico de las instituciones modernas en los análisis y reflexiones, y amplios sectores de los movimientos sociales contestatarios de Latinoamérica participarán en las actividades. Era un encuentro de personas que deseaban aprender,  sin requerimientos académicos para profesores o estudiantes, sin observar currículums ni grados y sin que existieran certificados ni créditos. En el CIDOC, en 1967, se organizará un semanario periódico con el nombre de Alternatives in Education con el objetivo de abordar cuestiones concretas de las instituciones educativas; ya a partir de 1970, los seminarios impartidos en el centro de Cuernavaca alcanzará una fama notable entre aquellos que planteaban criticas radicales a los sistemas educativos de diversas partes del mundo. A esta línea crítica contundente, se empezarán a unir autores fundamentales provenientes de la pedagogía radical estadounideanse, como Paul Goodman y John Holt. Puede decirse que la obra de Goodman, como es el caso de Growin Up Absurd (1960) y Compulsory Mis-education (1966), tenderá el puente hacia la crítica radical presente en La sociedad desescolarizada (1971). La critica realizada desde Cuernavaca y los nombres de Holt, Goodman, Illich o Reimer serán citados con insistencia y sus libros se leerán en las principales universidades de todo el mundo. No obstante, el CIDOC no tardará demasiado tiempo en cerrarse, se dice que la decisión estaba tomada desde 1973, ya que se llegó a la conclusión de que los objetivos con los que se fundó ya se habían realizado. Uno de las metas cumplidas por los teóricos de la desescolarización se cumplió en primera instancia, fue provocar un debate en el seno de las sociedades modernas industriales en relación con el papel que representaban las instituciones educativas.

Una vez finalizada la década de los 70, se producirá un giro conservador  y las teorías de la desescolarización parecerán caer en el olvido. Incluso, a partir de los años 80, se calificarán a los autores más representativos de la desescolarización como un grupo de místicos intelectuales contrarios al progreso y al bienestar occidental; sus propuestas fueran reducidas de manera interesada y acabaron ocupando un lugar pequeño en los manuales de formación del profesorado y, en general, en la bibliografía. Otros factores para el abandono de estas teorías hay que buscarlos también en lo ocurrido con sus representantes: la muerte de Goodman en 1972; la no publicación de ninguna obra más por parte de Reimer, fallecido en 1988, después de La escuela ha muerto (1971); la radicalización de Holt a través de movimientos muy concretos de ayuda a aquellas personas que tomaron la decisión de no enviar a sus hijos a la escuela (el llamado homeschooling, fundado en 1977, o la escisión llamada unschooling en una nueva vuelta de tuerca radical más), o el desplazamiento del propio Illich hacia otras labores críticas con la modernidad. Después de aquel abandono durante dos décadas, en los últimos años se ha producido un nuevo interés por las teorías de la desescolarización, especialmente en Latinoamérica y en Estados Unidos. Un ejemplo de esta nueva situación es la publicación del libro Critical Pedagogy, Ecoliteracy & Planetary Crisis. The Ecopedagogy Movement (2010), de Richard Kahn, donde se formula la nueva teoría de la ecopedagogía, basada en gran parte en las propuestas de Paulo Freire y recogiendo el legado crítico de la desescolarización.

Desde planteamientos de confianza en lo que ofrecen las nuevas tecnologías, como son las herramientas 2.0 en Internet, también se ha producido un acercamiento a los planteamientos de la desescolarización. Lo más importante puede ser que ello ha abierto un debate sobre el modo en que la tecnología de las redes sociales abren nuevos paradigmas para la educación y el aprendizaje; las propuestas de los autores de Cuernavaca cobran una sorprendente actualidad en el nuevo contexto tecnológico y pedagógico. Otro ámbito que se menciona, como lugar de estudio de las teorías desescolarizadoras en la actualidad, es la alternativa de carácter indigenista al capitalismo; en ese sentido, la Universidad de la Tierra en México (existen dos ubicaciones, en Oaxaca y en San Cristobal de Las Casas, Chiapas) es un ejemplo muy concreto, que se define como comunidad de aprendizaje, estudio, reflexión y acción, y considera que debe ser el ejercicio ocioso de personas libres dejando a un lado la visión de la educación como un medio de escalar en la sociedad meritocrática. En este contexto de crisis del sistema capitalista, y de su modelo de desarrollo y progreso, junto al impacto de las nuevas tecnologías, empuja necesariamente, al menos, a tener en cuenta las propuestas de la desescolarización creadas hace cuatro décadas. No parece una alternativa que aplicar de manera literal, y sí más una postura radical sobre los postulados más autoritarios de la modernidad que provoque el pensamiento crítico, teniendo en cuenta que el progreso en esta época va unido al desarrollo del capitalismo y a una nueva forma de entender el autoritarismo en nombre de la educación y del conocimiento.

jueves, 10 de enero de 2013

La pedagogía del oprimido

Como continuación a la entrada anterior, vamos a ver los fundamentos filosóficos de la pedagogía de Paulo Freire. Hablamos de un pedagogo que pone en su teoría y práctica la relación con los demás, ya que es algo que se considera clave en todo crecimiento personal; por supuesto, la transformación social se produce gracias a la educación mutua de sus miembros. De las páginas de La pedagogía del oprimido son estas palabras: "(…) la liberación es un parto. Es un parto doloroso. El hombre que nace de él es un hombre nuevo, hombre que solo es viable en la y por la superación de la contradicción opresores-oprimidos que, en última instancia, es la liberación de todos". Hay mencionar, en primer lugar, la evidente influencia de Erich Fromm y de las ideas presentes en la obra El miedo a la libertad; ambos autores se conocieron en Cuernavaca (México), lugar donde Fromm estuvo instalado un tiempo. Existe un concepto del que habla Freire, que alude a la "verticalidad"; se trata de la "educación bancaria", según la cual existe una separación tajante entre los roles del educador, el que otorga conocimiento, y el educando, considerado un ignorante. Veamos de nuevo las palabras de Freire:
"En la visión «bancaria» de la educación, el «saber», el conocimiento, es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes. Donación que se basa en una de las manifestaciones instrumentales de la ideología de la opresión: la
absolutización de la ignorancia, que constituye lo que llamamos
alienación de la ignorancia, según la cual ésta se encuentra
siempre en el otro."
Freire demanda humildad, por parte del educador, y respeto hacia un educando que bajo ningún concepto puede considerarse ignorante; deben conciliarse los dos polos, de tal manera que ambos se hagan, de forma simultánea, educadores y educandos. Donde coincide en términos generales con Fromm es en su propuesta de "humanizar" la vida; para el autor alemán, la vida humana debe racionalizarse, pero no en el sentido de intelectualizarla, sino de humanizarse, haciendo que responda a las necesidades específicamente humanas. Esa humanización supone el desarrollo de un vínculo afectivo con los otros hombres y con el mundo; superando toda cosificación, toda conversión del otro en un objeto, será la relación fraterna como amor maduro la que gobernará entonces el mundo. En esa misma línea, Freire considera que el educador debe identificar y superar su propia verticalidad sicológica, la cual le empuja a negar el diálogo; así, se persigue la horizontalidad de las relaciones humanas, buscar en el acto educativo la colocación del oprimido fuera de toda estructura opresora. Al igual que en Fromm, en la labor de Freire se apunta a una doble transformación: en el interior del ser humano y en las estructuras sociales. En la labor pedagógica, como interacción horizontal, se está ya realizando la utopía de una sociedad sin opresión entendida como la que no cohibe la expresión de las personas. Es en el medio para lograrla, en el proceso educativo, donde se encuentra ya presente la nueva sociedad. Uno de los más graves obstáculos para que acontezca la encarnación del ideal es la carga ideológica que el oprimido ostenta, la cual está incorporada a él mismo. Freire considera, según su pedagogía del oprimido, que es posible una rectificación de esa "falsa conciencia" en la persona, a nivel interno y externo, y siempre desde su libertad. Si la ideología es el conjunto de creencias e ideas que legitiman una determinada configuración social, Freire cree posible la transformación cultural revolucionaria (es decir, desde el discurso y las ideas); gracias a una praxis ejecutada en la palabra, criticando las creencias asentadas y denunciando las estrecheces ideológicas, es posible la liberación. La transformación social tiene entonces una doble vertiente, la ideológica y la material. Donde se aprecia también la influencia de Fromm en Freire es en el concepto de enajenación, entendida como la incorporación de unas creencias ajenas que operan en nuestro interior, que simular ser propias de la persona y favorecen la situación del sujeto oprimido, el cual vive así engañado. Así, un primer paso en la pedagogía de la liberación, ya que el oprimido no es por lo general consciente de su opresión, es la concientización, con la que se supera la enajenación y la víctima retoma las riendas de la realidad.
"El gran problema radica en cómo podrán los oprimidos, como seres duales, inauténticos, que «alojan» al opresor en sí, participar de la elaboración, de la pedagogía para su liberación. Solo en la medida en que se descubran «alojando» al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual ser es parecer y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo. La pedagogía del oprimido, que no puede ser elaborada por los opresores, es un instrumento para este descubrimiento crítico: el de los oprimidos por sí mismos y el de los opresores por los oprimidos, como manifestación de la deshumanización."
De cualquier manera, toda educación liberadora debe partir de la propia realidad vital del oprimido, ya que se entiende que es la víctima la que debe entender mejor lo que supone una sociedad represora. Así, ese punto de partida se sitúa en lo que Freire denomina una situación límite; el objetivo es que el ser humano llegue a un encuentro consigo mismo y con los demás, en la restauración del diálogo como rasgo fundamentalmente humano y humanizante. La persona solo puede expresarse y crecer en un tipo de relación horizontal; se ha mencionado, para esta visión de crecimiento personal en base a la comunicación con los otros, la influencia en Freire del filósofo Jaspers y, en general, del existencialismo y del personalismo. Tal vez Freire lleva más lejos esa visión en su pedagogía, la cual se basa en el diálogo horizontal cuyo aspecto principal es la escucha activa; solo mediante el diálogo puede el ser humano, como persona concreta, ir conociéndose como ser en constante reconstrucción en un mundo que también es susceptible de ser reelaborado. No es posible negar la influencia del existencialismo en Freire, si tenemos en cuenta estas palabras de Sartre en El existencialismo es un humanismo: "[...] el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es y hacer descansar sobre él la responsabilidad total de su existencia". También hay que tener en cuenta la influencia del personalismo de autores como Mounier, cuando vemos en la pedagogía de Freire que la libertad y el compromiso vertebran toda acción educativa; el objetivo no es adoctrinar de ningún modo, sino que los educandos sean capaces de vivir y de comprometerse como personas. Frente a toda visión estática, que caracteriza a las concepciones que Freire llama "bancarias", se impone una visión dinámica; la persona se realiza, por una parte, por su relación con el mundo y con el resto de los seres humanos, y por otra con la posibilidad de construir su propio destino. En síntesis, la labor educativa de Freire se esfuerza en el desarrollo de una conciencia ética y crítica en las víctimas de la opresión por ser los sujetos históricos destinados a llevar a cabo su propia liberación. Se ha dicho que la pedagogía del oprimido de Freire recoge la influencia de importantes corrientes filosóficas del siglo XX llevadas al terreno educativo; aunque esta escuela tiene en cuenta, sobre todo, los pueblos más deprimidos y oprimidos, no es posible negar su sentido universal. La utopía, a nivel planetaria, se construye cooperando, conversando y escuchándose mutuamente.

lunes, 7 de enero de 2013

Paulo Freire y su relación con la pedagogía libertaria

Paulo Freire (1921-1997), pedagogo e influyente teórico de una educación liberadora, publicó su primero libro en 1967, La educación como práctica de libertad, al que siguió el año siguiente Pedagogía del oprimido. Vamos a echar un vistazo a sus ideas liberadoras en educación y su estrecha relación con las propuestas libertarias. Puede decirse que desde que el hombre observa el mundo que le rodea, y le otorga un significado racional, cognitivo y simbólico, trata de formar su propia realidad; así, acaba tomando una falsa conciencia de la realidad y queriendo dominar todo lo que contempla: la naturaleza, los animales, incluso a la mujer y a todo ser humano análogo a él... La concepción del hombre que hemos heredado generación tras generación, se explica con la primera forma de opresión, dominación, desigualdad y jerarquía: la del hombre contra la mujer. Se trata del germen del sistema patriarcal, generador de las tres grandes formas autoritarias: el Estado, la Iglesia y el sistema capitalista. La Iglesia, institucionalización autoritaria de la religión, estuvo controlada desde el principio por hombres y representa a una deidad como un gran padre, señor absoluto, primer gran rompedor de la igualdad de géneros; aunque esta institución emplee un lenguaje de paz y amor, su realidad original es la descrita y se ha encargado históricamente de ostentar el poder y garantizar el sometimiento en nombre de "la voluntad de Dios".

El sistema económico triunfante en la edad moderna, a partir de la revolución industrial, es el capitalismo. La productividad, el comercio y el consumo, que conforma junto a otros mecanismos el mercado, son el motor que impulsa la relacionas humanas. Así, el ser humano ha acabado definido por lo que tiene o por lo que produce, no por lo que es. Un sistema en el que prima lo privado, y son las grandes compañías las que se encargan de la producción y el intercambio de bienes y servicios mediante complejas transacciones mercantilistas, ha acabado afectando gravemente al entorno ambiental y a la dignidad humana. A pesar de que el gran paradigma económico es la explotación a gran escala, poderoso garante de las mayores desigualdades, la alienación producto de la tecnología y de una educación y conocimiento impuestos y ajenos a los valores humanos ha supuesto en las sociedades llamadas "desarrolladas" una notable reducción de la conciencia en el individuo y el conformismo más atroz.

El origen del Estado, aunque en la modernidad trate de dársele una concepción social y de protección del ciudadano, está en la defensa de un territorio; en la actualidad, el Estado pretende ser el único garante de los derechos y de las reivindicaciones humanas y sociales. Así, la escuela también se institucionaliza en la modernidad y, al menos en la teoría, también busca fines como el desarrollo cognitivo de la persona, la liberación, la construcción de la realidad... Paulo Freire considera que ningún tipo de educación es neutral, sino que se crea para cumplir determinados fines; desgraciadamente, hoy pocos cuestionan esto y veneran la educación per se, sin detectar los mecanismos autoritarios y adoctrinadores que se siguen manteniendo para instrumentalizarla de acuerdo a ciertos objetivos. Los tres grandes monstruos objetos de la crítica del anarquismo, Estado, Iglesia y capita, siguen encontrándose detrás de la institucionalización de la educación. Paulo Freire, junto a toda la tradición libertaria, demanda una escuela al servicio de los valores humanos, de la liberación del hombre, que no reproduzca ningún patrón autoritario ni esté al servicio de intereses externos. De ahí la insistencia libertaria en la educación, en la creación de un modelo pedagógico que no reproduzca los mismos mecanismos del poder. La transformación de la escuela es la base para el proceso de transformación social, algo que parece difícil que discuta ningún anarquista.

Tal y como se ha formulado desde una óptica libertaria, las ideas de Freire pueden resumirse en los siguientes puntos:
1. Una educación que, liberada de todos los rasgos alienantes, constituya una fuerza posibilitadora del cambio y sea impulso de libertad.
2. Despertar la conciencia histórica de las masas para realizar un análisis holístico de su realidad particular. En medida de poseer conciencia histórica, serán libres de toda dominación impuesta.
3. Educación social y humanística. Dicha tarea de educar, será auténticamente humanista en la medida en que se procure la integración del individuo a su realidad comunitaria, ya que no existe educación sin sociedad humana y no existe hombre fuera de ella.
4. Debe dejarse a un lado la concepción en el estudio social al investigador fuera del contexto que estudia; primeramente, el hombre no sólo está en el mundo sino con el mundo y, segundo, se debe respetar al hombre como persona, dejando atrás el pensamiento hombre-objeto por hombre-sujeto.
5. El hombre debe existir en el tiempo y debe luchar para la no acomodación, es decir, para la humanización, participando en las épocas históricas, creando, recreando y deduciendo. La actitud crítica, es el único medio por el cual el hombre se integrará en su época.
6. Debe proveer al educando de los instrumentos necesarios para resistir los poderes del desarraigo frente a una civilización industrial que se encuentra ampliamente armada como para provocarlo. Hay que enseñar a los hombres educación: oyendo, preguntando e investigando.
7. Debe estar vinculada a los problemas sociales que presenta la comunidad donde habita. Debe estudiar los fenómenos, problematizar la naturaleza y establecer los nexos causales de la misma para aportar soluciones contextualizadas y pertinentes.
8. Debe ser liberadora y autónoma, humanizando procesos y acabando con el academicismo, madre de reglas inoperantes que restringen la creatividad del sujeto.
9. En esa misma línea de abolición de dichas reglas inoperantes academicistas, se debe abrir y flexibilizar aquellas normas que limiten al ser en su pleno desarrollo, así como la abolición de todo mecanismo que ejerza poder para que quede aislada de todo organismo político-partidista, religioso o empresarial, ejerciendo así el verdadero laicismo y pluriculturalidad.
10. Así, sería la sociedad misma a través de la autogestión y el cooperativismo, quien tome y apoye a la educación en sus manos. Se habla entonces de una sociedad escolarizadora, una sociedad con conciencia que sirva de apoyo a la nueva comunidad de docentes. Una sociedad que, paralelamente a la escuela, estará en construcción; donde no sólo el educando aprenda, sino que en cooperación y en ambiente cooperativo el educando, el docente y la sociedad misma se nutran en el proceso y lleguemos paralelamente, todos, a ese estadio de desarrollo humano que tanto aspiramos.

La pedagogía libertaria de Freire puede inscribirse entonces en la tradición libertaria, una educación que combata toda forma de alienación y se centre en el ser humano, en los principios de autonomía individual y responsabilidad social. En base a una educación para la libertad, son los individuos, sin jerarquización alguna ni intereses por parte de una clase dominante, los que deben construir su propia realidad; una sociedad libre solo puede conseguirse con nuevos paradigmas educativos. Aunque Freire no se llamara nunca a sí mismo anarquista, sí es posible reconocer estos principios libertarios en sus teorías y prácticas educativas; dejando a un lado las simples etiquetas y todo dogmatismo, una manera de contribuir a la transformación social y a la liberación personal es reconocer la dignidad humana y los más nobles valores humanos en algunas propuestas.

jueves, 3 de enero de 2013

Lo importante de un humanismo laico

En líneas generales, y sin entrar en disquisiciones filosóficas, cuando mencionamos el humanismo nos referimos a un ámbito de acción humana en el que es posible la racionalidad, el pensamiento crítico y un amplio horizonte para resolver los problemas humanos. Por ello, el empeño en la liberación de todo temor supersticioso e irracional y la confianza en el conocimiento y en la educación. Si en el siglo XIX se pensaba que este avance científico acabaría, definitivamente, con la religión, hoy el dogmatismo creyente, aunque en retroceso, adquiere cíclicamente un nuevo vigor; a ello, hay que añadir la existencia de nuevos cultos y creencias basados en la sinrazón. No hay más que echar un vistazo a los medios y a la presencia en ellos, inadmisible e increíble, de multitud de seudociencias e insensateces: supuestos fenómenos síquicos, proyecciones astrales, clarividencia, curaciones por la fe… No hace falta mucho recorrido para ver extrapolaciones de la religión; autores religiosos, demasiado empeñados en el reduccionismo partidista, suelen afirmar que el ser humano, si le arrebatas la creencia en Dios (o en cualquier forma de Absoluto), acaba creyendo en cualquier cosa. Otros pensamos que la religión, junto a una notable tendencia a la enajenación y al papanatismo en las sociedades modernas, han dejado el terreno demasiado abonado para la superstición en cualquiera de sus formas. Gran parte de los seres humanos, en lugar de dejar el misterio y la imaginación para el arte o la literatura y de confiar en la ciencia para maravillarse sobre la existencia, acaban refundando religiones de lo paranormal o confían en seudociencias que trascienden el ámbito de la experiencia y de la naturaleza.

No obstante, es también evidente que el pensamiento crítico, ateo o agnóstico, humanista en definitiva, ha crecido notablemente en el último siglo. Es posible que todavía comprenda solo una minoría, ya que el pensamiento mágico y teísta persiste fuertemente adoptando diversas formas irracionales. Por supuesto, hay que insistir también en que la ausencia de creencia, la secularización, no es una garantía de racionalidad o de ética humanista; algunos ejemplos conocemos todos, aunque sí creo que una mayoría de ateos críticos confían en ese ámbito humanista (una palabra muy atractiva, a pesar de lo que nos digan los posmodernos). Alguna alternativa a ese pensamiento teísta, ha caído en nuevos e importantes dogmas, como es la confianza deshumanizada en el pensamiento científico (o, tal vez, seudocientífico); ideologías totalitarias son un ejemplo de esto, mientras que el capitalismo, aparentemente neutro, instrumentaliza el conocimiento y la técnica para beneficio de una minoría olvidando la más elemental ética humanista. Hoy, hay que ser muy crítico con esa confianza en el progreso según la cual un humanismo secular ocupará el lugar del pensamiento mágico aportando una notable felicidad a la humanidad; no, junto al ámbito intelectual, hay que combatir numerosos problemas sociales y económicos para, también, otorgar un mayor horizonte a los valores humanos (eso que puede llamarse una "espiritualidad" sin creencias mistéricas). La estadísticas suelen indicar un declive de las viejas formas religiosas, gracias al crecimiento de la educación y del conocimiento científico, pero hay que indagar en el por qué de la adopción de esas nuevas creencias. Los grupos ateos y librepensadores deberían atender, igualmente a estas evidencias. Podemos insistir en, y es bueno que así sea hasta cierto punto, en el escepticismo, en el pensamiento crítico, en la inteligencia y en cierto objetividad científica, pero hay que comprender las necesidades de las personas y los juegos de intersubjetividad que supone, también, la existencia humana. Por supuesto, el combate está también en el ámbito del intelecto, pero sin olvidar nunca los otros frentes y, especialmente, sin dejar de lado los más nobles rasgos humanos (de los que las religiones se han ocupado, tantas veces, para desvirtuarlos).

Dicho esto, también hay que comprender el gusto de gran parte de la gente por lo positivo frente a lo que sería un primer paso de negación para indagar y llegar a un punto más amplio. Esto hay que comprenderlo, también hasta cierto punto, como falta de tiempo para obtener información negativa: la actitud escéptica no ha tenido el tiempo suficiente para desarrollarse, mientras que la fe encuentra enseguida un campo óptimo; de esta manera, unida a las necesidades humanas, tal vez muchas de ellas de carácter superficial, explica la persistencia de la viejas creencias y de otras nuevas. A pesar de esa confianza, hace ya más de dos siglos, en que la religión acabaría desapareciendo o sería objeto de la disciplina antropológica, hay que seguir insistiendo en que la fe religiosa (insisto, en cualquier de sus formas, institucionalizada o con aspiraciones de serlo) encuentra un campo más fértil que las posiciones escépticas. Se ha avanzado algo, pero los medios deberían adoptar un juicio mucho más crítico sobre las religiones; difícilmente van a hacerlo, cuando el beneficio económico les hace presentar como admisibles todo suerte de creencias seudocientíficas y paranormales. Por otra parte, no hay que ser tan ingenuo como para creer que la gente abandonaría sus creencias simplemente estando expuestos a juicios críticos, pero al menos trataríamos de situarnos en igualdad de condiciones. Existen evidencias que demuestran la tendencia del ser humano a la credulidad, en incluso al autoengaño, mientras que también parece fuertemente arraigado el gusto por lo desconocido; de nuevo, pensadores religiosos nos insistirán en la necesidad del hombre por lo trascendental, mítico, profético o mesiánico. Es bueno, y muy propio también del librepensamiento, hacerse estas preguntas sobre la (supuesta) condición humana; tal vez, ese humanismo laico que deba substituir a la religión necesite de ciertos rasgos de las mismas (no digo, necesariamente, que así sea; particularmente, abomino del misterio y del drama existencial).

Lo que sí parece seguro es que ese humanismo opuesto a la religión, tal y como los propugnaban en los inicios del librepensamiento, necesita de mayor horizonte; por supuesto, se siguen demandando individuos autónomos, racionales y propensos a la libertad, pero hay que tratar de comprender qué es lo que obstaculiza el desarrollo para ese objetivo y se siga cayendo en viejas o nuevas creencias. Hay que comprender que no todo el mundo posee la misma disposición energética para una vida plenamente humanista; los problemas existenciales, de una forma u otra, acaban apareciendo. Gran parte de los seres humanos presenta una tendencia evidente a pasar la vida sin demasiado esfuerzo (dejo a un lado a los muchos que se ven obligados a sobrevivir, ya que me parecería miserable presentarles como objeto de este análisis); tal y como han señalado diversos autores, como es el caso de Erich Fromm, se trata de un escape para la razón y, también, para la libertad. No hay una respuesta definitiva para todas estas preguntas, que parece muy necesario plantearse, precisamente para que ese humanismo laico trate de mejorar en todo lo posible la existencia humana. En cualquier caso, la persistencia de numerosas formas de pensamiento mágico y religioso no es ninguna evidencia del fracaso del escepticismo crítico, sino de que el humanismo debe seguir ofreciendo numerosas alternativas. Es una tarea lenta y ardua, que no debe olvidarse que el primer frente es trabajar por la libertad de conciencia, combatiendo todo fanatismo e intolerancia, pero tratando al mismo tiempo de dar solución a los problemas sociales (humanos, en definitiva).