lunes, 25 de diciembre de 2023

Reflexiones sobre el posanarquismo

El concepto de posanarquismo que nos ocupa en esta entrada es, de forma obvia, difuso. En Internet puede encontrarse algún manifiesto donde se alude a un "conjunto amplio y heterogéneo de teorías anarquistas", las cuales (supuestamente) han sido ignoradas por el anarquismo clásico (anarcosindicalismo, comunismo libertario, plataformismo, incluso se menciona la más contemporánea ecología social…).

Uno de los personajes centrales, en torno al posanarquismo, sería Saul Newman, que hay quien asegura que acuñó el término a partir del posestructuralismo y más tarde lo asentó en su obra From Bakunin to Lacan (1999); la visión de Newman es deudora de la filosofía posmoderna, con su rechazo al esencialismo, a cualquier tipo de naturaleza humana e incluso al concepto de revolución. En Anarquismo es movimiento, en cambio, se dice que el término proviene de Hakim Bey y de su texto Post-Anarchism Anarchy (1987), especie de alegato contra el inmovilismo de algunas organizaciones anarquistas y contra el anarquismo convertido en ideología (sic). No obstante, parece ser en 1994, con la obra de Todd May The Political Philosophy of Postestructuralism Anarchism, donde se define lo que va a ser la visión posanarquista al incorporar elementos conceptuales provenientes del posestructuralismo. En 2002, aparece otra obra llamada Posmodern Anarchism, donde se apuesta por la vinculación con la filosofía posmoderna. En definitiva, es cierto que en la última década se han multiplicado los textos posanarquistas, que pueden considerarse un intento de hibridar el anarquismo con el posestructuralismo a partir de la teoría radical contemporánea iniciada en Mayo del 68 en París.
Para el posanarquismo, no necesariamente opuesto al anarquismo clásico, hay que tener en cuenta a otros movimientos antiautoritarios de la actualidad, que no necesariamente se colocan la etiqueta anarquista; trata de ir más allá del anarquismo clásico, suponiendo que el mismo marcara algún límite, realizando una crítica al pensamiento de la modernidad. Se piense lo que se piense de esta visión posanarquista, es al menos importante tenerla en cuenta de cara a una constante actualización (y oxigenación) de las ideas anarquistas. Como ya hemos insistido en este blog, hay que comprobar si esa delimitación y rigidez que quiere observarse en el anarquismo clásico es cierta o tal vez producto de cierto desconocimiento; el devastador nihilismo de un Stirner, tantas veces reivindicado por los anarquistas (clásicos y contemporáneos) o el pragmatismo de un Malatesta, crítico con el cientificismo decimonónico, nos hace poner en cuestión esta obsesión para etiquetar (o prefijar, en este caso) a las ideas anarquistas. No obstante, estamos de acuerdo con las siguientes palabras de Saul Newman: "No se trata de sustituir el anarquismo por el posanarquismo sino de volver a pensar el anarquismo a la luz del posestructuralismo. El prefijo 'pos' no significa 'después' o 'más allá', sino trabajar en los límites de la conceptualización anarquista para radicarlizarla, revisarla y renovarla". Pero, ¿qué es exactamente el posestructuralismo? ¿Nos encontramos ante un juego filosófico de palabras de lo más cuestionable? Veamos.

El estructuralismo, nacido en la década de los 50 del siglo XX, se esfuerza en analizar cualquier campo específico  como un sistema complejo compuesto de partes interrelacionadas; dicho de otro modo, en palabras de Roman Jakobson, "el estructuralismo busca las estructuras a través de las cuales se produce el significado dentro de una cultura". Por lo tanto, hay que indagar en los hechos para descubrir qué los produce, hay que buscar las estructuras latentes e invisibles. El estructuralismo comparte algunos de los presupuestos de la modernidad, como la confianza en la ciencia y en la razón, pero crítica algunos otros como la idea de un sujeto autónomo capaz de crearse a sí mismo y a la historia. Uno de las críticas que realiza el estructuralismo es a los acontecimientos, considerados secundarios e intrascendentes, por lo que el declive de esta visión filosófica hay quien lo sitúa en Mayo del 68 (obviamente, un acontecimiento con su importancia histórica). Lo que vendría tras aquel mayo de París será lo que entendemos como posestructuralismo, donde se realiza ya una crítica más devastadora a las premisas de la modernidad: cuestionamiento de la condición universal de la razón científica y, por lo tanto, de conceptos como la verdad, la objetividad y la certeza sin que pueda ya asentarse el conocimiento sobre unos fundamentos absolutos y definitivos; otro de los monstruos que tratan de derribarse es, como no podía ser de otra manera en lo que ya conocemos como posmodernidad, la idea de una naturaleza humana. El posestructuralismo retoma algunos conceptos importantes para la modernidad, aunque de otra forma: la historia, ausente en la visión estructuralista, vuelve a cobrar importancia, aunque no de forma lineal y finalista (rechazo, por lo tanto, a la teleología); el sujeto, por otra parte, vuelve a ser importante, con un papel activo, aunque asumiendo su condición de ser instituido (no instituyente y plenamente consciente, como en la modernidad).

Bien, esperando que no hayamos sido especialmente farragosos en la enunciación de conceptos (desgraciadamente, tantas veces la filosofía lo es), retomemos lo que nos importa acerca del anarquismo. Los que se etiquetan como posanarquistas quieren realizar una crítica devastadora al anarquismo clásico por las influencias ideológicas que habría recibido de la modernidad. No podemos estar más en desacuerdo con visión tan estricta, ya que el anarquismo no nace con una esencia previa, sino tal y como dice Tomás Ibáñez: "…habiéndose constituido a través de un conjunto de prácticas social y culturalmente arraigadas en la historia"; como es lógico, esas prácticas se producen en la modernidad, por lo que inevitablemente tienen que verse, hasta cierto punto, impregnadas del espíritu de la época. Consideramos que posmodernos, y posanarquistas, tienden demasiado a la esquematización: el anarquismo no es simplemente hijo de la Ilustración, es decir, de la razón crítica y científica, y también adopta algunos postulados provenientes del romanticismo (prioridad de los sentimientos frente a la razón y búsqueda de la libertad), por no hablar de su gusto por pensadores tan opuestos a la modernidad como Stirner e incluso Nietzsche (eso sí, sin abandonar en ningún caso la perspectiva ética y la apuesta por la solidaridad social). Si hablamos de una permanente reconceptualización del poder, al modo de un Michel Foucault, estamos también de acuerdo con esta crítica posanarquista, como lo estamos en cuanto a la búsqueda de la liberación en todos los ámbitos de la vida y no solo en el campo político (¿no existió siempre esa preocupación en los movimientos anarquistas?). En cuanto a otro de los anatemas de la posmodernidad, como es el concepto de revolución social, nos mostramos en franco desacuerdo con esa identificación, tan burguesa, de la tentativa revolucionaria con alguna forma de totalitarismo. En definitiva, el anarquismo, sin prefijos ni etiquetas, ha sido siempre heterodoxo en su búsqueda de la emancipación social, no debería abandonarse nunca a una deriva dogmática e instituida y sí apostar por una permanente oxigenación de sus planteamientos.


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