jueves, 27 de marzo de 2014

La huella anarquista en la historia

Vamos a repasar en el siguiente texto, de forma somera, el atisbo del ideal libertario en algunos autores y corrientes previos a la modernidad, época en la que nace estrictamente el anarquismo; se trata de una lucha histórica por la emancipación, a través de determinadas concepciones y experiencias, basada en la ruptura con la tradición autoritaria y por el establecimiento sólido de los más nobles valores humanos.


Max Nettlau comienza su obra La anarquía a través de los tiempos de la siguiente manera: "Una historia de la idea anarquista es inseparable de la historia de todos los desarrollos progresivos y de las aspiraciones hacia la libertad, ambiente propicio en que nació esta comprensión de vida libre propia de los anarquistas y garantizable sólo por una ruptura completa de los lazos autoritarios, siempre que al mismo tiempo los sentimientos sociales (solidaridad, reciprocidad, generosidad…) estén bien desarrollados y tengan expansión libre". Así, se considera la autoridad, en sus múltiples formas, propia de una sociedad poco desarrollada y la historia de la humanidad se contempla como una lucha permanente por liberarse de esas cadenas autoritarias y por asentar un contexto en el que florezcan los más altos valores humanos como garantes de la libertad. Los estudiosos del anarquismo, incluso en sus formas antiguas anteriores al siglo XVIII, han querido ver esa lucha por la emancipación en forma de rebeldes y movimientos enfrentados a los poderosos incluso en los mitos creados por los seres humanos: los Titanes que asaltan el Olimpo, Prometeo desafiando a Zeus, fuerzas oscuras que en la mitología nórdica ensombrecen el mundo de los dioses o Lucifer rebelándose contra el amo todopoderoso. La historia de la humanidad, gracias a sus clases dirigentes, han dado la vuelta a esos mitos y se ha visto a los rebeldes como seres inicuos en beneficio de los que obedecen y permiten un mundo de esclavitud. Son los escépticos y los osados los que, con su rebeldía, cuestionan el autoritarismo y desafían a las clases mediadoras.

En la historia de la humanidad, incluso en la Antigüedad, ha habido intrépidos pensadores que han cuestionado el estado de las cosas llegando a diversas conclusiones, alguno incluso de manera cercana al anarquismo. La especulación filosófica posibilitó reflexiones al margen de la tradición religiosa; por supuesto, el paso del mito al logos no se produjo de la noche a la mañana ni por individuos inexplicablemente dotados, fue una labor compleja que se dio durante varios siglos y en el que la religión tuvo también su papel. Pero el sueño de progreso y felicidad ya se estaba empezando a concebir. Rudolf Rocker, por su parte, consideró también que las ideas anarquistas habían aparecido en todos los periodos de la historia. Menciona al respecto al chino Lao-Tsé, a los filósofos griegos cínicos, junto a los hedonistas, y especialmente a Zenón, fundador de la escuela estoica.
Se suele hacer una analogía de la Antigua Grecia con el periodo que abarca hasta la Revolución francesa, siendo el siglo de las luces o Ilustración de los griegos el siglo V a.e. Pueden mencionarse varios nombres de aquellos tiempos: Aristipo, fundador de la escuela cirenaica, individualista radical que negaba toda independencia externa, redujo la virtud al placer (siendo el camino para ello la sabiduría) y consideró el origen de la sociedad (no enfrentada a sus ideas individualistas) en la búsqueda de ese placer con el prójimo; o Antifón, al que Nettlau le atribuye directamente ideas libertarias, perteneció a la segunda generación de sofistas y en el conocido antagonismo entre ley natural o ley por convención (apariencia) se mostró más partidario de la primera. Pero el gran nombre, como ya hemos dicho, puede que sea Zenón (342-270 a .e.), creador de la corriente estoica. Para Rocker, este filósofo de la Antigua Grecia es el punto culminante de la corriente espiritual que observa al ser humano como "la medida de todas las cosas".

Estos primeros estoicos recogieron rasgos de la escuela cínica, especialmente en lo político y en lo moral, y se preocuparon enormemente de cuestiones lógicas y físicas (siendo sus concepciones sobre el destino y la aceptación las más matizables y cuestionables, y también las más conocidas hasta formar parte del habla popular). Los estoicos consideraron que la eudemonía (estado de satisfacción) se lograba en el individuo gracias al constante ejercicio de la virtud y a la propia autosuficiencia. Habría que vivir conforme a la Naturaleza, entendiendo "lo natural" como "racional". Zenón trato de eliminar toda coección externa y consideró que el impulso moral propio de cada individuo podía ser el regulador de sus propias acciones así como de la comunidad: "Fue un primer grito claro de la libertad humana que se sentía adulta y se despojaba de sus lazos autoritarios, y no hay que asombrarse de que ese trabajo fuese ante todo depurado por generaciones futuras, luego completamente dejado al margen para irse perdiendo". No obstante, Nettlau consideró que las exigencias de Zenón y del estoicismo dieron lugar al nacimiento del derecho natural, transmitido durante siglos como una concepción verdaderamente justa y equitativa. La doctrina del derecho natural será una decisiva herramienta contra el absolutismo en la historia; sus representantes razonaban que, si consideramos que las personas poseen derechos innatos e inalienables, ningún poder establecido puede arrebatárselos.

En la Antigüedad se produce el primer asomo libertario enfrentado al ideal autoritario, una lucha que después tendrá más de 2.000 años de protagonismo. Tanto Nettlau como Rocker, mencionan el nombre del gnóstico Carpócrates de Alejandría, que proclamó ya en siglo II de nuestra era la idea de un comunismo libre y que tuvo una gran influencia sobre sectas cristianas medievales objeto de grandes persecuciones institucionales. Otro autor que realiza una critica radical a Iglesia y Estado es Petr Chelcicky, en el siglo XV, desde un punto de vista cristiano y comunista cercano al que siglos después hará Tostói.
En el siglo XVI, François Rabelais, médico, escritor y gran humanista, que proclamó en su novela Gargantúa su ideal antiautoritario según la filosofía de vida natural de la Abadía de Thélème basada en la supresión de la autoridad y la máxima de "haz tu voluntad":
Pues seres humanos honestos, bien educados, sanos y tratables tienen por naturaleza una inclinación a lo bueno y sienten una repulsión hacia lo malo: en eso consiste su dicha. Pero la servidumbre y la coacción aguijonean la resistencia y la sublevación y son madre de todo mal. Codiciamos con intensidad mayor los frutos prohibidos.
Puede haber muchos olvidos en este somero repaso a la huella anarquista en autores previos a la modernidad, pero no podemos dejar de mencionar a Étienne de la Boétie, también el siglo XVI, quizá el autor de la época que más profundizó en la raíces de la tiranía en su obra De la servidumbre voluntaria, la cual tuvo también un importante papel en la lucha con el absolutismo y ha adquirido importancia con el paso del tiempo siendo hoy un ensayo muy reivindicado por los anarquistas. Como es sabido, la tesis que se mantiene en el libro es que la tiranía se apoya menos en el uso de la fuerza bruta que en el sentimiento de dependencia de las personas:
¡Pero qué vergüenza y qué ignominia es -dice La Boétie- que un sinnúmero obedezca voluntariamente, si incluso servilmente, a un tirano! A un tirano que no les deja ningún derecho sobre propiedad, padres, mujer e hijos, ni siquiera sobre la propia vida ... ¿Qué clase de hombre es, pues, un tirano? ¡No es un Hércules, no es un Sansón! A menudo es un hombrecito, el cobarde más afeminado del pueblo entero ... No es su fuerza lo que le hace poderoso a él, que no es raro sea esclavo de la peor prostituta. ¡Qué mlseras criaturas son sus súbditos! Si no se rebelan dos, tres, o cuatro contra uno, es quizás por falta comprensible de valor. Pero cuando cien, mil no arrojan a un lado las cadenas de uno solo, ¿dónde queda un resto de voluntad propia o de dignidad humana? ... Para libertarse no hace falta emplear la violencia contra el tirano. Este cae cuando el país se ha cansado de él. El pueblo, que se deja expoliar y vejar, sólo debe negarle todo derecho. Para ser libre, sólo le hace falta la firme voluntad de sacudir el yugo ... ¡Decidíos a no ser más tiempo esclavos, y seréis libres! Rehusad al tirano vuestra ayuda y, como un coloso a quien se ha privado del pedestal, se derrumbará y se hará pedazos.
Entre los ilustrados franceses del siglo XVIII, merece la pena mencionar al enciclopedista Denis Diderot, que para Rocker  expresa en sus voluminosos escritos una inteligencia superior sacudida de prejuicios autoritarios. Será poco después, en el mundo británico, donde se conciba una filosofía que puede ya denominarse enteramente anarquista, a cargo de William Godwin, punto de partida para el anarquismo moderno.
La autoridad, en cualquier de sus formas institucionales, procurará a la largo de la historia imponer el oscurantismo e impedir el pensamiento libre. Frente al intento de establecer pequeñas unidades locales, libremente federadas, se producirán también los intentos de unificación de grandes territorios, que darán lugar a los grandes Estados modernos. No obstante, hay que ser cautos con esas supuestas expresiones libertarias en la historia, ya que el deseo de dominar y extenderse se ha dado en toda forma de vida social, grande o pequeña. De igual modo, ha sido difícil encontrar visiones radicales que cuestionen verdaderamente la autoridad previas al anarquismo moderno; los que una vez se erigen como rebeldes, muy pronto son seducidos por nuevas formas autoritarias, algo que desgraciadamente también se produce en la era contemporánea.

Fuentes:
-José Ferrater, Diccionario de Filosofía (Alianza, Madrid 1980).
-Max Nettlau, La anarquía a través de los tiempos (Júcar, Gijón 1977).
-Rudolf Rocker, Anarcosindicalismo (Teoría y práctica) (Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2009).
-Rudolf Rocker, Nacionalismo y cultura (Reconstruir)

domingo, 23 de marzo de 2014

Marchas de la dignidad

En las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo, en las que multitud de personas han salido a la calle en Madrid en protesta por la situación política y económica, hubo una nutrida presencia de grupos anarquistas, tal y como recogemos en las siguientes imágenes. A pesar del intento de acaparamiento por parte de algunos partidos políticos, y la suma oportunista a última hora de los sindicatos oficiales, la jornada fue muy positiva; hay que lamentar, una vez más, la excesiva presencia policial y su desmedida actuación cuando ni siquiera había concluido la convocatoria. Por supuesto, estas manifestaciones puntuales deben servir para una lucha continuada por la defensa de derechos y libertades en unos tiempos en los que, con la excusa de la crisis provocada por el propio sistema, se están realizando todo tipo de tropelías por parte de la clase dirigente.

















viernes, 21 de marzo de 2014

¿Qué ocurre en la República Bolivariana de Venezuela?

Esa es la pregunta, mediante este artículo, que deseo que nos hagamos. Se trata de una petición de información veraz e independiente, sin ningún tipo de interés de por medio, ni sesgo ideológico alguno (que viene a ser algo muy similar a la falta de independencia). No nos equivoquemos, el análisis de ideas es también necesario, pero vaya la verdad por delante si lo que queremos es informar a las personas para que decidan por sí mismas.

Recientemente, a principios febrero de 2014, se inician una serie de disturbios sociales en la llamada República Bolivariana de Venezuela; los medios generalistas españoles se inundan de estampas violentas producto de lo que parece un amplio malestar social. No son imágenes muy diferentes a las vistas en muchos otros lugares de un mundo con diversos conflictos sociopolíticos y económicos, no siempre recogidas por unos medios oficiales, que desde los movimientos sociales solemos calificar, llenándonos la boca tal vez con demasiada facilidad, de burgueses sujetos a diversos intereses capitalistas (por supuesto, incluidos algunos que se denominan “de izquierdas”). Pero, ¿qué ocurre con los llamados medios alternativos? Lamento decir que, excepto algunas informaciones puntuales, no he encontrado información satisfactoria, en medios que se dicen críticos y progresistas, sobre lo ocurrido en las últimas semanas en un régimen que se ha llenado la boca de socialismo desde que empezara a gobernar el ya fallecido Chávez. El silencio de los medios alternativos en España, me ha empujado a buscar esa información veraz e independiente, además de auténticamente revolucionaria, en otros sitios; resulta estremecedor que, en un mundo cada vez más unido por las nuevas tecnologías, sea tan complicado encontrar esas deseadas fuentes de información sin tener una sensación de sombra manipuladora.

Más adelante abundaré en el análisis, pero antes quiero insistir en la imposibilidad de que el debate sobre la Venezuela chavista, como también ocurre con la Cuba castrista, no caiga en comentarios grotescos. La polarización entre partidarios de Chávez y opositores es tal, que uno, si tiene un mínimo de independencia y espíritu crítico, no puede más que sospechar de ambos. Vayamos a lo verdaderamente importante, ¿se ha producido algún cambio real en Venezuela en los últimos años? Dejando a un lado la retórica revolucionaria del régimen, no parece que la cosa sea para estar muy contento; es tan sencillo como que si lo que predican ciertos gobiernos que se dicen socialistas fuera cierto, se vería al menos cierto horizonte transformador hacia una mayor autogestión económica y sociopolítica; la realidad venezolana parece ser muy diferente: la democracia de base, como tantas cosas, es solo de boquilla, el control estatal es enorme y, finalmente, solo han cambiado los actores económicos para convertirse Venezuela en otra pieza más del capitalismo mundial. Si alguien quiere leer una fuente bien documentada, puede acudir al libro de Rafael Uzcategui Venezuela: la revolución como espectáculo (LaMalatesta Editorial - Los libros de Anarres - El Libertario - Organización Nelson Garrido - Tierra de Fuego, Buenos Aires - Caracas - Madrid 2010).

Se trata de una calamitosa situación, para muchos agravada en el último año por Maduro. El problema en Venezuela, situación que parece haber desembocado en el malestar social de las últimas semanas, no es solo político, sino económico y tiene diferentes rasgos según las regiones: en el interior, ha habido hartazgo de años de interrupción de servicios básicos, de un alto costo de la vida y de escasez de productos de primera necesidad; las manifestaciones en las ciudades de provincia, no solo en Caracas, han dado muestras espontáneas de autoorganización sin contar con los partidos de oposición. Hay quien ha insistido en que las manifestaciones solo eran de burgueses y pequeño burgueses; la realidad parece que es, dado lo multitudinario y largo del proceso, que las protestas tienen un contenido social trasnsversal donde hay personas de la más diversa condición. Las causas de las protestas, además de las económicas, parecen ser muy variadas y de índole estructural. Resulta insostenible ya afirmar que las protestas estén lideradas por la derecha con la ayuda de EE UU (al que le debe interesar poco entrar en conflicto cuando sigue siendo un fuerte aliado comercial de Venezuela a través de la empresa petrolera Chevrón); de esta propaganda gubernamental, con la sombra alarmista de un supuesto intento de golpe de Estado, no existe ninguna evidencia.

La ola de protestas comenzó el 4 de febrero en San Cristobal con la denuncia de estudiantes universitarios de la situación de inseguridad; fueron reprimidos y detenidos y las protestas se extendieron a otros ciudades en una dinámica de represión y aumento de las protestas. Aunque ha habido intentos de canalizarlas por parte de los partidos políticos de oposición, las protestas los han sobrepasado y “superado por la izquierda” gracias a iniciativas sociales. Por otra parte, anto las bases chavistas, críticos con las consignas del gobierno de Maduro, como los sectores de la oposición, parecen mostrar una notable rebeldía contra sus dirigentes; se trata de un horizonte esperanzador si de verdad creemos en una alternativa autogestionaria. Sobre este panorama, estremecedor cuando hablamos de numerosos muertos e infinidad de heridos en las protestas a manos de cuerpos de seguridad del Estado y de grupos paramilitares (muy probablemente, preparados por el gobierno), el silencio de ciertos medios alternativos resulta indignante. Se vuelve, o tal vez no se ha abandonado nunca, a una vieja estrategia; cuando la información deja en muy mal lugar a ciertos regímenes (seudo)socialistas, todo se atribuye a falacias de la perversa propaganda capitalista; si la cosa ya es demasiado evidente, el silencio. La situación es tan grotesta que lo que se aplaude en otros países, la insurrección de las personas, en la Venezuela bolivariana se quiere calificar simple y llanamente de “terrorismo”. La fuerte represión estatal, a través de sus órganos de control y coerción social, parece haber generado también una notable conciencia antimilitarista; algo significativo en un país en el que se ha insistido, desde la propaganda oficial de los últimos años, en la bipolaridad y el maniqueísmo de militar bueno o malo más infantiles. Es en este contexto, en el que hay lamentar a cualquier víctima de la represión, donde puede dibujarse un panorama verdaderamente socialista y autogestionario; por supuesto, eso solo se construye de abajo arriba y con una fuerte querencia por la libertad. Desgraciadamente, en los últimos años los movimientos sociales en Venezuela han sufrido una constante intervención estatal que los ha debilitado, dividido y cooptado a nivel institucional. Es por eso que debemos ayudar desde cualquier parte del mundo a las organizaciones verdaderamente autónomas; para empezar, dando un información veraz e independiente.

jueves, 13 de marzo de 2014

Apuntes históricos sobre la autogestión


Recuperamos un artículo que repasa algunas de las comunidades autogestionadas a lo largo de la historia; por supuesto, aunque no todas las experiencias al respecto se consideran anarquistas, sí han sido los movimientos libertarios los que con más energía han dado sentido al concepto autogestionario.

Hay en la historia numerosos ejemplos de tendencias autogestionarias siendo las más mencionadas, por aquellos que aman la autentica emancipación, la Comuna de París, influenciada en gran medida por el pensamiento de Proudhon, y las colectividades libertarias de la revolución española. Si nos remontamos a la antigüedad, el pueblo chino solucionó sus conflictos sociales o personales sin intervención de autoridad alguna; la cultura taoísta, propiciadora de cierta armonía natural y sobriedad, rechazaba el poder, los cargos públicos y la legitimidad de un hombre para juzgar a otro. Pero la auténtica cuna del pensamiento autogestionario hay que buscarla en el mundo griego. Max Nettlau consideró que, mientras los grandes despotismos orientales no llevaron progreso intelectual alguno, el ambiente del mundo griego, compuesto de autonomías más locales, permitió el florecer del pensamiento libre; siempre en tensión con los despotismos vecinos, el territorio griego fundó una vida cívica, autonomías, federaciones, centros de cultura y numerosos pensadores se elevaron, con ciertos límites, sobre el pasado. Heleno Saña considera el humanismo griego el punto de partida de un socialismo virtuoso, democrático y antiautoritario. La democracia ateniense, con todos sus defectos, pudo ser el primer modelo de praxis política basado en la gestión directa del pueblo. Hay que destacar a Zenón (342-270 a.c.), fundador de la escuela estóica y creador de una gran obra que resulta un precedente del pensamiento libertario al rechazar la coacción externa y valorar el impulso moral del individuo. El cristianismo, influenciado por la filosofía griega -y en especial, el estoicismo-, se organizó en origen en pequeñas comunidades autónomas que rechazaban la propiedad privada y la esclavitud y practicaban el pacifismo y el reparto equitativo; con el tiempo, las comunidades cristianas pactaron con el Estado traicionando su origen autónomo y libre.
Algunos movimientos religiosos durante la Edad Media, como los anabaptistas, postulaban ya ciertos principios autogestionarios, antiautoritarios y de igualdad de clases. Las ciudades libres del Medievo, tan mencionadas por Kropotkin, no estaban sometidas a ninguno de los grandes poderes -el feudal, el real y el eclesiástico- y defendían el derecho a vivir de su trabajo al margen de la rapiña de los señores feudales; aunque su estructura y funcionamiento eran jerárquicos, se regían por ciertos principios democráticos con asambleas públicas y gozaban de una amplio margen de autonomía para sus asuntos internos, independientemente de los poderes públicos.

Con el Renacimiento llegó una potenciación de la creatividad humana y una mayor concienciación sobre la libertad; de esta manera, el principio autogestionario encontró una base para su crecimiento. Se revalorizó la cultura greco-latina y se combatió el dogmatismo religioso asentándose las bases para el humanismo. Entre los siglos XVI y XVII, pensadores como Tomás Moro, Tomaso Campanella y Francis Bacon indagaron en la sociedad autónoma ideal, de espíritu emancipador aunque con algunos elementos represivos e irracionales. Moro se anticipó a Proudhon en señalar la propiedad privada como un robo, un acto de expropiación por parte de los nobles o ricos a los pobres. Desgraciadamente, estas utopías, al igual que la de Platón en el mundo griego, no primaban la libertad y el valor del individuo sino que contemplaban el todo sacrificado a las partes; era el germen del socialismo autoritario, aunque como elementos positivos hay que señalar el intento de dar una visión racional y la confianza en la ciencia. Pensadores como Grotinzs y Spinoza, en la primera mitad del siglo XVII, superaron la visión feudal y la monarquía absoluta y asentaron la idea de la soberanía del pueblo, del pacto social basado en el derecho y la razón. Serán los ingleses los que darán forma al liberalismo y a la democracia moderna, especialmente John Locke a quién corresponde la siguiente frase: “Todos los hombres son por naturaleza libres, iguales e independientes”. Esta visión de Locke, la que considera el gobierno como un producto del contrato o pacto voluntario suscrito por una comunidad de hombres libres y considerando la vida, la libertad y la propiedad como inalienables, dominará el siglo XVII. Pensadores como Montesquieu, Rousseau o David Hume y revoluciones como la americana (1776) o la francesa (1789) pueden considerarse resultantes del pensamiento liberal-democrático. La ilustración francesa prestará más atención a la igualdad y a lo social que la tradición inglesa, más atenta a la libertad individual del hombre. Rousseau describió una sociedad política basada en la igualdad y libertad de los ciudadanos y asentó los principios de una pedagogía racional basada en la potenciación y desarrollo de los buenos instintos inherentes al ser humano. El viejo mundo encontró una fuerte proyección en norteamérica, que fue fecunda durante los siglos XVIII y XIX en espíritus inconformistas como Jefferson, Thoreau y otros muchos. Sería injusto criticar a todos estos autores mencionados como lacayos de la burguesía, que se convertiría muy pronto en clase dominante, y hay que situar su pensamiento en el momento como representante del progreso y la libertad. Es inevitable mencionar también a Emmanuel Kant (1724-1804), uno de los grandes filósofos de la historia, pensador influenciado por la Ilustración y que tanto legado dejó en aras de una libertad integral del hombre, una libertad que supone la emancipación definitiva basada en la igualdad y la autonomía.

Nace el anarquismo
La autogestión y el socialismo libertario son de total asimilación por el anarquismo y pueden considerarse complementarios, o resultados, el uno del otro. La tradición del socialismo antiestatista podemos iniciarla con William Godwin (1756-1836), autor del primer gran libro libertario, así considerado por Nettlau: An Enquiry Concerning Political Justice, en 1793. En él está presente el espíritu de autogestión al considerar que todo miembro de la comunidad deberá participar en su administración y decidir sobre las cuestiones que les afectan. El también inglés Robert Owen (1771-1858) fue continuador en este afán autogestionador y consagró su vida a la proyección de formas de organización social que respondieran a las necesidades racionales del hombre y fomentaran sus instintos comunitarios y cooperativos. Otro gran precursor es Charles Fourier (1772-1837), el cual poseía una gran confianza en la fuerza de las ideas y en la racionalización de la pasión humana. La asociación ideal concebida por Fourier es el falansterio, formado por 1.500 personas, con características eclécticas, pero esencialmente cooperativas, socialistas y antiautoritarias, y apoyada en la gestión voluntaria y autónoma de los grupos de bases; la producción es, a la vez, industrial y agraria con predominio de ésta última. Confiaba Fourier en que el espíritu societario se elevaría por encima del individualista y se reprimirían, de esta manera, los instintos egoístas.
Proudhon (1809-1865) es el gran teórico, y puede ser considerado el verdadero creador, del principio autogestionario. Sus principales características serán el federalismo, el anticentralismo, el mutualismo y el cooperativismo; postulaba por talleres autogestores a nivel productivo y por el federalismo a nivel político. Consideraba la sociedad como un equilibrio entre fuerzas libres con iguales derechos y deberes y en donde la iniciativa y responsabilidad individual será primordial. La concepción autogestionaria de Proudhon está apoyada, como lo está en la visión anarquista general, en su amor por la libertad y pasión por la justicia social y sentido de la igualdad. La apropiación de los instrumentos de producción industrial debían ser realizadas por cooperativas obreras que tomarían decisiones democráticamente y asegurarían a sus miembros una participación de beneficios proporcional a la contribución que hiciesen por medio de vales de trabajo; las cooperativas estarían relacionadas entre sí en base al intercambio y a la libre concurrencia y se regularían mediante pactos que darían lugar a una gran federación. Las asociaciones obreras de producción, brotadas espontáneamente en Francia a lo largo de 1848, eran para Proudhon el auténtico “hecho revolucionario”. La inspiración cooperativa, tan del gusto de Proudhon, se remonta a Owen y su más entusiasta seguidor en España fue Fernando Garrido; en los años de la llamada Gloriosa Revolución -que derrocó a la monarquía de Isabel II dando lugar a la efímera I República- se fundaron varios centenares de cooperativas que funcionaron con éxito. En la I Internacional, a pesar de la desconfianza marxista y gracias a la influencia de los seguidores de Proudhon, se acepto la cooperativa no como medio revolucionario sino como ensayos obreros para aprender a dirigir sus asuntos y conveniente para la preparación de la clase trabajadora así cómo refuerzo de sus lazos de solidaridad.


Discípulo de Proudhon, en gran medida, es el gran pensador anarquista y hombre de acción Mijail Bakunin (1814-1876). Consideraba el Estado como la objetivación del principio de mando, fuente de la injusticia y la deformación moral. Apostaba por la organización de abajo arriba por medio de la libre federación de individuos, asociaciones, comunas, distritos, provincias y naciones de la humanidad. Continuador de Proudhon y Bakunin y gran exponente del socialismo antiautoritario es Piotr Kropotkin (1842-1921), partidario de la abolición de la propiedad y el salario que darían lugar al comunismo libertario, reino de la abundancia en manos de toda la sociedad, donde se dará satisfacción a las necesidades subjetivas de todos los individuos. La base ética de esta sociedad está expuesta en su obra El apoyo mutuo donde trató de demostrar científicamente que el instinto de solidaridad está, entre todas las especies incluida la humana, tan desarrollado como el instinto de competencia o destrucción. Creía Kropotkin en la capacidad del hombre para organizar racionalmente su vida en unión de otros hombres sin intervención externa alguna; atribuía a prejuicios, producto de la educación e instrucción, la necesidad de gobierno, legislación y magistratura por doquier.
Al inglés Willliam Morris (1834-1896) se le pueden encontrar algunos puntos de unión con el anarquismo. Polifacético artista de gran influencia en la sociedad victoriana, ensayista y activista político, rechazaba la acción parlamentaria y abogaba por un sindicalismo de base libertaria, mezclado con elementos medievalistas -consideraba que los artesanos medievales debían ser elevados a la categoría de artistas-. Odiaba el capitalismo como sinónimo de explotación y consideraba -al igual que el crítico John Ruskin- que la felicidad solo puede partir del trabajo no alienado; combatiría la especialización y la división entre trabajo manual e intelectual, actitud suscrita también por los anarquistas.
En la Asociación Internacional de Trabajadores -creada en 1864-, el espíritu autogestionario estuvo representado por los seguidores de Proudhon y Bakunin. Los españoles acogieron este espíritu plenamente, aunque empleando el nombre de federalismo, con la socialización de todo medio de producción y plena autonomía de los productores; una enseñanza integral para ambos sexos era fundamental para terminar con los desigualdades intelectuales así como acabar con la división del trabajo.
La tradición autogestionaria de Proudhon y los internacionalistas libertarios hizo nacer el movimiento sindical denominado anarcosindicalismo, con gran repercusión en Francia (CGT) y España (CNT). Fernand Pelloutier (1867-1901) fue un gran teórico del anarconsindicalismo al que veía como laboratorio de las luchas económicas, alejado de las competiciones electorales y partidario de la huelga sin límites; una organización libertaria y revolucionaria alternativa a los partidos colectivistas, destructora de su influencia, propiciadora de la adecuada formación moral, administrativa y técnica de los trabajadores y dispuesta, al fin, para asumir los instrumentos de producción y de crear la sociedad de hombres libres. La concepción autogestionaria es, así, parte de la dimensión anarcosindicalista. En el congreso fundacional de CNT, en 1910, ya se admite el sindicalismo como organización capaz de contrarrestar la potencia de las diversas clases poseedoras asociadas pero no como finalidad social ni ideal sino como medio de lucha en el presente para continuar hasta la emancipación de toda la clase obrera cuando su fuerza numérica fuese suficiente y existiese la adecuada preparación intelectual. Estas premisas del anarconsindicalismo, autogestionarias y emancipatorias, no han perdido su validez en absoluto; desgraciadamente, las circunstancias actuales son muy diferentes a aquellas en que la clase obrera engrosaba las filas anarcosindicalistas de manera masiva y es perentorio analizar al máximo la sociedad actual para buscar nuevas vías y respuestas.

El primer tercio del agitado siglo XX
En 1910, un grupo de intelectuales situados en torno a la revista New Age, de 1907, empezaron a exponer un nuevo tipo de socialismo antiautoritario llamado Guild Socialism o socialismo gremial, versión sajona del sindicalismo latino con algunos elementos medievales -idealización del artesanado y de los gremios- y pacifistas Gracias a su tradición liberal, la desconfianza inglesa de toda dirección gubernamental dio lugar a esta forma de socialismo donde la producción debía estar controlada por los trabajadores en sus diferentes ramas organizadas en gremios. Rechazaban toda burocratización de los servicios sociales, apostando por la descentralización, el pluralismo así como la alegría del trabajo y la participación. Sin embargo, la emancipación total del Estado no se daba ya que éste, en última instancia, cuidaba las funciones de interés general; aunque se ha definido como un federalismo económico, el socialismo gremial no parecía apostar, hasta sus últimas consecuencias, por la plena autonomía de las cooperativas de producción.
En la revolución rusa, los soviets o consejos de fábrica tuvieron en origen un fin autogestionario que podía responder, en gran medida, a la tradición comunitaria del mir -comunidad rural-. Ya en 1918, los bolcheviques habían convertido los soviets en instrumentos de partido en su proceso de centralización y burocratización. El movimiento insurreccional de Ucrania -1918-1921-, inspirado por libertarios, creó comunidades agrarias libres, basadas en la autogestión, la solidaridad mutua y el espíritu igualitario; cada miembro de la comunidad trabajaba según sus fuerzas y las funciones de organización eran confiadas a quien tuviera capacidad para ello y, una vez cumplida esta tarea, estos camaradas se reincorporaban al trabajo común. Kronstadt -1 al 18 de marzo de 1921- fue dirigido por anarquistas y comunistas de izquierda desengañados por el nuevo régimen bolchevique que había supuesto una nueva forma de despotismo; en su primera asamblea, se exigió libertad de prensa, de reunión, amnistía para los presos políticos, abolición de la policía política, supresión de los privilegios bolcheviques y una práctica democrática a todos los niveles; en una asamblea posterior, se eligió un Comité Revolucionario Provisional, con 15 miembros, cada uno de los cuáles se hizo cargo de la dirección de una de las ramas de actividades de forma parecida a la Comuna de París. Otro foco antiautoritario en la revolución rusa fue el llamado “oposición obrera” -con Alejandra Kollontai como una de sus figuras-, corriente democrática opuesta al centralismo y partidaria de la autonomía sindical; se exigió que la economía rusa pasara a ser dirigida por los propios trabajadores a través de los sindicatos. Huelga decir que todos estos movimientos fueron aplastados por la apisonadora bolchevique.
En los años 20 y 30, se asiste a cierto eclipse del pensamiento autogestionario debido al auge del fascismo y a la estalinización del comunismo internacional.

Las colectividades libertarias españolas
Durante la Guerra Civil, tuvo lugar en la zona republicana -especialmente, en Cataluña, Levante y Aragón- un magno ensayo autogestionario que demostró que la vida económica y social puede desarrollarse sin las instituciones gubernamentales.. Abad de Santillán afirmó que, al principio, fue un acto espontáneo por parte de obreros y campesinos sin que ninguna organización libertaria marcara las directrices. En cada lugar de trabajo se constituyó un comité administrativo y directivo, integrado por los hombres más capaces y de mayor confianza: obreros, expertos, ingenieros, etc. A las pocas semanas, existía en pleno funcionamiento una economía vigorosa, social y comunitaria, una primera regulación del trabajo y de la producción auténticamente obrera y campesina. Gaston Leval atribuye la experiencia autogestionaria a la fuerza del movimiento libertario y, en especial a la CNT, que supieron crear, junto a las masas, las nuevas formas de organización económica; otras experiencias, con presencia mayoritaria de otras tendencias, al comprobar que los locos sueños anarquistas se hacían realidad, no hicieron más que copiar el modelo libertario. Daniel Guerín negó cualquier represión o adhesión forzosa a las colectividades; la preocupación anarquista por la libertad individual así lo demandaba. En general, los campesinos reticentes a la revolución iban uniéndose a ella al comprobar los beneficios de la economía autogestionaria. No existió uniformización general en la forma de organización, algunas colectividades practicaban el comunismo integral y otras el colectivismo. Gracias a una Caja de Compensación regional o comarcal, donde se contabilizaba los respectivos ingresos de las colectividades, las comunidades ricas ayudaban a las más pobres; los administradores de la Caja eran nombrados por la asamblea general de delegados de las colectividades. Los equipos de utensilios, maquinaria, así como los técnicos, eran usados en común y prestados por las diferentes colectividades; grupos de expertos técnicos -contables, agricultores, veterinarios, ingenieros, arquitectos, peritos comerciales para las exportaciones...- estaban al servicio de todos los pueblos.

Santillán insistió en la diferencia con otras experiencias autogestionarias en la historia ya que las colectividades españolas entrelazaban su existencia, sus intereses, sus aspiraciones, con los de la masa campesina entera y con la industria en las ciudades, resultando el vehículo idóneo de cohesión entre campo y ciudad. En el ámbito de la cultura y la instrucción, se fundaron miles de escuelas e, incluso, en Moncada (Valencia) se creó una Universidad para la formación de técnicos agrícolas. Muchas zonas quedaron al margen de la autogestión pero, al menos, existió control obrero en bancos y empresas extranjeras o con fuerte capital foráneo. Los días 14 y 15 de febrero de 1937 se creó la Federación de Colectividades de Aragón con cientos de pueblos colectivizados; el auge aragonés de la revolución pudo producirse gracias a la presencia de milicianos catalanes de CNT-FAI que acudieron a defender la zona. En la zona de Levante, gracias a los recursos naturales y al gran espíritu creador, la obra autogestionaria fue sólida y perpetuada en el tiempo. Hay que resaltar el carácter integral de la colectivización agraria comparada con las urbanas e industriales llevada a cabo por los sindicatos; en las zonas agrícolas, el sindicato pierde su razón de ser al no existir el patrono. La colectivización industrial tuvo su foco en Cataluña donde fueron socializadas las fábricas de más de 100 obreros; las de más de 50 podían socializarse si así lo pedían las 3/4 partes de la plantilla. Los ingenieros y el personal técnico administrativo colaboraron por lo general. En cada fábrica, taller o lugar de trabajo se crearon organismos administrativos elegidos por el personal obrero, administrativo y técnico. Las fábricas de la misma industria se asociaban en el orden local y formaban la federación local de industria; la vinculación de éstas formaban la federación regional y éstas pasaban a la nacional. La vinculación de las federaciones daba creación a un consejo nacional de economía. A pesar de su éxito, la desconfianza y final boicot se produjo en gran parte del bando republicano. La hostilidad más encarnizada vino por parte de los comunistas y el ministro de Agricultura, Uribe, boicoteó la obra autogestionaria desde el gobierno; la legalización de las colectividades no persiguió otra cosa que arrebatar a la autonomía obrera el control de las mismas.

Otras experiencias afines
Kibbutz significa en hebreo “reunión” o “unión”; se designaba así a las colectividades agrarias de cierta envergadura. Este ensayo comunitario se desarrolló parejo al movimiento sionista al estar extendida la idea del colectivismo agrario en cuya tradición de influencia cabe citar al mismo Tolstoi e incluso, hay quien sostiene, que el pensamiento de Kropotkin pudo tener influencia en la construcción del primer Kibbutz siendo, incluso, intensificada durante los años 20; a partir de la década siguiente, con la integración de los Kibbutz en la construcción y asentamiento de la comunidad judía en la tierra de Israel, influyó mayormente el marxismo y la socialdemocracia. En el Kibbutz, la propiedad y los medios de producción son comunes, a excepción de los objetos de consumo; aunque la base es agrícola también se produce la producción artesana y fabril. No existe el salario -aunque se acabaron aceptando voluntarios del exterior con retribución- recibiendo cada miembro lo que necesite del fondo común; la instrucción es, a la vez, intelectual y manual procurando que haya una potenciación de la vocación y actitudes profesionales de cada persona. La organización se basa en la asamblea general, el órgano ejecutivo nombrado por ella y las comisiones encargadas de atender cada respectiva rama de actividades. Hay que mencionar su trabazón, en origen, con la construcción del Estado de Israel por lo que la identificación con los valores anarquistas fue debilitándose con el tiempo. Hoy en día es un tanto por ciento muy pequeño de la población israelí la que vive en los Kibbutz aunque su aportación económica es proporcionalmente mayor; su influencia política es prácticamente nula y poco queda, con algunas pocas excepciones, de los principios autogestionarios que los originaron.

En Yugoslavia, y como parte de la lucha de Tito contra Stalin, se introdujo en los años 50 un modelo que solo se puede considerar como cogestión entre el Estado y la clase trabajadora; aunque las empresas y la organización económica eran, a priori, jurídica, económica y productivamente independientes, estaban, en última instancia, subordinadas a las directrices de la Liga de los Comunistas y del Estado.
En 1951, Acharya Vinoba Bhave -amigo y discípulo de Gandhi- crea en la India el movimiento Gramdan, antiautoritario y no violento, basado en comunidades autónomas agrarias al margen del Estado, regidas por asambleas generales que solventaban los conflictos sin autoridad gubernamental alguna. Otras experiencias autogestionarias limitadas, y finalmente anuladas, que a menudo se mencionan, son las de Argelia, decretada por ley después de la descolonización francesa y muy pronto controlada por el Estado, la de Checoslovaquia, en los primeros meses de 1968, que sería aplastada por los tanques del Pacto de Varsovia, o el desarrollo que tuvo la revolución cultural china, muy diferente a la rusa, pero en la que, a pesar de cierta tradición comunal y antiautoritaria, hubo numerosos atropellos y coacciones y la consiguiente sumisión a los intereses del Estado y del partido.
Para finalizar este recorrido por un tema que abarcaría demasiadas páginas, decir que no es la autogestión un concepto exclusivo del anarquismo pero sí ha sido el movimiento libertario el que con más fuerza ha dado sentido al principio autogestionario de manera integral, en el campo político, económico o social. Para que términos como libertad y democracia no se conviertan en conceptos y hechos relativizados -no puede haber definición más completa para ambos términos que la gestión directa de las personas en los asuntos que les atañen-, como se esfuerzan en que asimilemos las estructuras jerarquizadas, resulta urgente la renovación del principio autogestionario en estos tiempos de progresiva globalización.


Bibliografía
Colectividades libertarias en España, Gaston Leval (Editorial Aguilera, Madrid 1977).
Del socialismo utópico al anarquismo, Felix García Moriyón (Editorial Cincel, Madrid 1985).
El anarquismo, Daniel Guerín (Altamira / Nordan-Comunidad, Buenos Aires 1975).
El anarquismo y la revolución en España, Diego Abad de Santillán (Editorial Ayuso, Madrid 1977).
Enseñanzas de la revolución española, Vernon Richards (Campo Abierto, Madrid 1977).
La anarquía a través de los tiempos, Max Nettlau (Ediciones Júcar, Gijón 1977).
La ideología política del anarquismo español (1868-1910), José Álvarez Junco (Siglo Veintiuno Editores, Madrid 1991).
Sindicalismo y autogestión, Heleno Saña (G. Del Toro Editor, Madrid 1977).

miércoles, 5 de marzo de 2014

Howard Zinn: "el problema es la obediencia civil"

Howard Zinn, fallecido en 2010 a los 87 años, fue un historiador social y un radical próximo al anarquismo. Una de sus grandes obras fue A People's History of the United States (edición en castellano con el título La otra historia de los Estados Unidos). Fue, además, autor de infinidad de conferencias y artículos, así como un dramaturgo con obras como Marx en el Soho (reciente versión en Madrid con el título de Marx en Lavapiés) o Emma, que recoge hechos de la vida real de Emma Goldman.

Zinn, hasta el fin de sus días, fue un inagotable luchador social por los derechos civiles y antibelicista; una de sus frases más recordadas fue la pronunciada en un discurso en Baltimore en los años 60: "El problema no es la desobediencia civil, sino la obediencia civil". Puede decirse que Zinn recogía la tradición inaugurada por Étienne de La Boétie, esa que se pregunta por los mecanismos sicológicos y políticos que empujan a las personas a obedecer al poder que les somete. Con seguridad, uno de los hechos de su vida que le llevó a sus convicciones antimilitaristas fue su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, en la cual participó en los bombardeos aéreos contra Alemania; una vez visto el desastre ocasionado en las ciudades germanas, archivó sus méritos como militar para pronunciar el "nunca más".

Antiautoritario convencido, no dejó de tener nunca fe en que la humanidad podría progresar y superar la opresión de cualquier tipo. Por ejemplo, creía que movimientos progresistas de desobediencia, al igual que ocurrió en los años 60 luchando contra la segregación racial, podían brotar en cualquier momento y cambiar la historia. A pesar de ser reivindicado por ciertas corrientes nacionalistas y autoritarias, Zinn se declaraba abiertamente ácrata en sus últimas entrevistas; como no puede ser de otro modo, sus principios libertarios le llevaban a considerar los estados-naciones como un obstáculo para una globalización humanista. Por supuesto que Zinn fue antiimperialista, ya que todo anarquista lo es, pero sin populismo alguno; como dijo Octavio Alberola en un artículo tras el fallecimiento de Zinn: "…combatir el imperialismo, el que sea, es la consecuencia lógica de combatir el autoritarismo y el poder, de luchar por la anarquía…".
En la historia del anarquismo en Estados Unidos, y aunque no es hasta la llegada de ácrata europeos después de la Guerra Civil que se produce un movimiento organizado fuerte, Zinn valora a autores que no se consideraban explícitamente anarquistas como Thomas Paine o Henry David Thoreau. El trascendentalismo, movimiento de la primera mitad del siglo XIX que proponía una vía intuitiva basada en la capacidad de la conciencia individual, y por tanto opuesta a toda autoridad mediadora, quiso ser visto también por Zinn como un anarquismo temprano a pesar de no utilizar tampoco nunca ese término; algunos de sus más importantes representantes fueron Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.

Hoy en día ocurre algo similar en Estados Unidos, y en muchos lugares del mundo, la mayor parte de la energía creadora radical en política proviene claramente del anarquismo; sin embargo, algo en lo que han insistido a menudo los ácratas, poco importan las etiquetas si somos compañeros de viaje y nuestros objetivos son los mismos. Para Zinn, los verdaderos anarquistas huían de dos estereotipos con los que se les asociaban: la violencia y la extensión del desorden y del caos. Numerosas organizaciones estadounidenses de lucha por los derechos civiles, sin considerarse anarquistas, han recogido y recogen las principales características libertarias: descentralización, autonomía, colaboración con la sociedad de base, ausencia de líderes únicos, incluso antigubernamentalismo…
No podemos estar más de acuerdo con Zinn cuando negaba la separación radical entre un anarquismo colectivista (más propio de Europa) y otro individualista (supuestamente mayoritario en Estados Unidos); se trata de una categoría simplista, realizada por multitud de analistas, y ambas manifestaciones enriquecen todos los países.
Un movimiento antiautoritario fuerte en la actualidad, que luche contra la explotación y dominación de todo tipo, deberá recoger uno de las señas de identidad del anarquismo: la adecuación de medios a fines, es decir, la reproducción en sus relaciones y en su organización lo que se desea para la sociedad futura. En esto Zinn estaba de acuerdo con la habitual mentalidad ácrata.
Como buen anarquista, Zinn era también un librepensador y apostaba en sus clases en la Universidad de Boston, donde era profesor Emérito, por inculcar a sus alumnos el escepticismo, cualidad que consideraba primordial. Las personas deben aprender a cuestionar lo que se ha considerado incluso sagrado, todo debe ser examinado y abordado de manera crítica. Es la educación en el escepticismo.

La otra historia de los Estados Unidos
Ya hemos mencionada que este es el título de una de las obras más importantes de Zinn. En ella, se afirma que no son las personas poderosas e influyentes las que han legado la libertad, los derechos o las normas ambientales, sino que todo eso ha sido conquistado por las personas normales gracias a la desobediencia civil. El autor nos cuenta la historia de los esclavos, de los negros, de las mujeres, de los sindicalistas, de los trabajadores y de los marginados de toda clase. No obstante, Zinn niega la objetividad de todo historiador, por lo que no oculta su ideología y pretende dar protagonismo a la lucha de clases y a los más desfavorecidos. Contradiciendo a Kissinger, que dijo que "La historia es la memoria de los Estados", Zinn afirma: “Mi punto de vista, al contar la historia de los EEUU, es diferente: no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo. Y en un mundo de conflictos, en un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser –como sugirió Albert Camus- no situarse en el bando de los verdugos”. En otro pasaje, se dice: “El problema de la democracia (…) era la división de la sociedad en ricos y pobres. Si algunas personas tenían mucha riqueza e influencia, si tenían las tierras, el dinero, los periódicos, la iglesia, el sistema educativo, ¿cómo podrían las votaciones, por muy amplias que fueran, incidir en este poder? Todavía quedaba otro problema: ¿no era natural que un gobierno representativo, incluso teniendo la más amplia base posible, fuera conservador, para prevenir el cambio tumultuoso?”.

El libro es uno de los más leídos en Estados Unidos sobre historia, ha recibido numerosos premios y ha sido alabado por la crítica; tal y como escribió Eric Foner, del New York Book Reviex: "Quienes estén acostumbrados a los textos del pasado, en los que el nivel de la democracia americana y el crecimiento del poder nacional eran la encarnación del Progreso, se sorprenderán con la narrativa del profesor Zinn. Desde las primeras páginas donde se cuenta la invasión europea de los poblados indios en 'Las américas', hay una inversión de perspectiva: héroes y traidores se mezclan. El libro guarda la misma relación respecto a los textos tradicionales como la que guarda el negativo de una fotografía con su impresión: las áreas de sombras y de luces están invertidas. El profesor Zinn escribe con entusiasmo poco frecuente en la atmósfera plúmbea de las historias académicas y sus textos se estudian tomando en cuenta a los dirigentes obreros, a los insumisos resistentes a la guerra y a los esclavos perseguidos. Hay vivísimas descripciones de acontecimientos que con frecuencia se ignoran, tales como la gran huelga ferroviaria de 1877 y la brutal represión del movimiento por la independencia en Filipinas a finales de siglo. El capítulo sobre Vietnam debería ser lectura obligada para las jóvenes generaciones de estudiantes".

Enlaces relacionados:
"Colón y la civilización occidental", por Howard Zinn.
Entrevista a Zinn en El Viejo Topo (2008).
Entrevista a Zinn por David Barsamian.
"Howard Zinn, el imprescindible", por Tanalís Padilla
PDF descargable de La otra historia de los Estados Unidos.
Sobre la obra de teatro Emma.



domingo, 2 de marzo de 2014

Anarquismo y posmodernidad

Por su interés para el caso que nos ocupa y por su fácil comprensión, muy al contrario de otros textos relacionados con la posmodernidad, reproducimos a continuación un pequeño manifiesto, aparentemente anónimo. Recordaremos antes qué es la posmodernidad y cuáles son sus premisas en pocas palabras: crítica a la modernidad, y al proyecto de la Ilustración del que se nutría, negación de cualquier discurso totalizante y primacía de las interpretaciones frente a los hechos:
El anarquismo sigue vigente hoy, en cuanto a que las razones de su necesidad histórica no han sido todavía superadas. La opresión de la sociedad de clases, la función del Estado como Estado represor, siguen constituyendo el núcleo fundamental de las sociedades capitalistas. El anarquismo como proyecto es actual, y sigue teniendo el carácter revolucionario de sus orígenes.
La destrucción del Estado, de la sociedad de clases, de las fuerzas represivas, la igualdad de todos los seres humanos, sigue constituyendo el punto fundamental de la teoría anarquista.
Pero, frente a estas recetas históricas, el anarquismo se ha quedado obsoleto en la forma de concebir los problemas y en la forma de llevar a la práctica su proyecto de emancipación. Hasta que no reconozca su derrota histórica, en el sentido de su destrucción por parte de las fuerzas capitalistas mundiales, no estará en el lugar necesario para la acción revolucionaria efectiva.
Se necesitará un anarquismo posmoderno en cuanto que las sociedades capitalistas actuales tienen un carácter posmoderno, esto es, se sitúan más allá del proyecto de emancipación de la Ilustración. Es más, el carácter revolucionario de la Ilustración se ha mostrado, ahora, como el carácter revolucionario de la burguesía. Para las capas no favorecidas por el impulso ilustrado, la Ilustración ha tenido la importancia del acontecimiento de la confirmación de su derrota total.
Por tanto, el anarquismo no puede, hoy, servir a los fines de sus enemigos, la conciencia burguesa, puesto que hablar el lenguaje ilustrado es hablar el lenguaje de su enemigo. Sólo como cuestiones a diferenciar, el anarquismo se ha de enfrentar al paradigma de la diferencia, no al paradigma ilustrado de la igualdad; se ha de enfrentar a la labor de desprestigio elaborada por el capitalismo, y la consecuente impopularidad justo en aquellas capas sociales que el anarquismo debería hacer como suyas; la cuestión del género, de la mujer dentro de ella; la cuestión ecológica, y dentro de ella la cuestión de los derechos de los animales como una cuestión no sólo ecológica, sino política; la cuestión de la desaparición del proletariado como una cuestión fundamental dentro de la teoría política; la cuestión de la relación entre política y práctica; el tema de las ocupaciones, el tema de la lucha armada como tema recurrente, y sus posibilidades y limitaciones de todo tipo; el tema de la tecnología y su relación con el primitivismo; y, sobre todo, la cuestión doble del juego y del placer.
Estas cuestiones son sólo algunas de las cuales el anarquismo debería ocuparse para situarse en el mundo contemporáneo que quiere transformar.
El anarquismo tiene que luchar por la democracia directa para poder ser consecuente con respecto a su valoración del individuo como sujeto responsable de sí mismo. También tendría que hacer frente a la limitación que supone el estancamiento en el pensamiento negativo, es decir, el límite que supone el tener que dar la iniciativa del cambio a las fuerzas burguesas, para una vez establecidas, que sirvan como palanca del movimiento revolucionario. El movimiento anarquista tendría, no sólo, que luchar negativamente, sino, también, positivamente. La cuestión del pensamiento negativo y sus límites, hacen que el pensamiento positivo, la cuestión de la creación, y no sólo de la destrucción, se abandonen acusadas de cierto optimismo. Una cosa es el optimismo, y otra muy distinta ser ingenuo. La voluntad de negación ha de ser un momento complementario al momento de creación. Si no ocurriera así, el movimiento anarquista nunca podrá tener la fuerza necesaria para poder tener de su lado a aquellas capas sociales que pudieran estar de su lado.
Ante este panorama, se plantean importante preguntas: si hay una división radical entre anarquismo moderno y posmoderno; si las ideas libertarias pueden englobarse, sin más, en esa crítica al proyecto moderno (recordando que esa crítica se articula por su supuesta condición totalizante y absolutista; es decir, ferozmente autoritaria), y si es tan sencillo como considerar a los autores modernos (clásicos) sencillamente periclitados. Desde nuestro punto de vista, y sin ninguna intención de ocultarlo, defendemos que no existe división alguna, y sí un hilo conductor entre el anarquismo clásico y el actual; partiendo de eso, aceptamos que las ideas libertarias, por muy justos que sean sus planteamientos y demandas, necesitan de una permanente reactualización y su confrontación con cualquier realidad; así, demandamos un anarquismo tan preñado de convicciones como obligatoriamente pragmático (tensión o antinomia siempre complicada de resolver).

Uno de los autores anarquistas que gustan, a veces de forma provocadora, tildarse de posmodernos es Tomás Ibáñez. Sin ambages, Ibáñez diferencia entre un anarquismo instituido, que él quiere identificar casi con una vertiente religiosa, y un anarquismo instituyente, pragmático, que se muestra como tal y se enfrenta a cualquier realidad social. La crítica al anarquismo "clásico" resulta tan nítida, como cuestionable y ya convertida en un lugar común; quiere denunciarse esa visión del anarquismo como una "verdad revelada", como una ideología que atraviesa los tiempos incólume portando su inmutable y dogmática autenticidad. No es posible negar que puedan existir personas, dentro del movimiento libertario, que adopten esta actitud acrítica y cuasirreligiosa; al fin y al cabo, se trata de una tendencia muy humana.
Sin embargo, es el anarquismo el que más se esforzado en combatir el dogmatismo y la mera repetición papanatas de consignas (actitud inherente a los partidos políticos jerarquizados y de aspiración electoralista, por no hablar solo de instituciones religiosas), mientras apuesta por la autonomía individual y la permanente crítica confrontada con los hechos; así puede observarse en los pensadores anarquistas clásicos, a pesar de que fueran inevitablemente "hijos de su tiempo" en tantos aspectos, por lo que estamos obligados a comprender y contextualizar así sus análisis; si existe alguien que, simplemente, idealiza y convierte en dogma todo lo que dijera, por ejemplo, Bakunin, es sencillamente alguien con poca o ninguna actitud libertaria. Estamos de acuerdo con Tomás Ibáñez en que existe un anarquismo instituido, que nace en un determinado contexto del siglo XIX, pero en constante tensión con un anarquismo instituyente, movimiento sociopolítico que debe afrontar los retos de la realidad del siglo XXI; eso sí, defendemos el mencionado hilo conductor a nivel histórico y pensamos que una fuerte cultura (libertaria, por supuesto, pero a un nivel general y ecléctico) nos coloca en mejor disposición, precisamente, para afrontar esos retos de manera, tan pragmática, como a la fuerza creadora para ir abriendo paso a la utopía.

Esa división entre un anarquismo instituido y otro instituyente, presupone la existencia de una ortodoxia y una heterodoxia en el seno del movimiento libertario. Ibáñez gusta de calificarse de "anarquista heterodoxo", al igual que otro autor libertario como Octavio Alberola, tal y como puede verse en uno de sus últimos libros (Pensar la anarquía en acción. Trazas de un anarquista heterodoxo, Bombarda Edicions, 2013). Volvemos a pisar el mismo terreno, ¿existe un anarquismo heterodoxo? Alberola se esfuerza por denunciar cualquier tendencia en ese sentido en el movimiento libertario y así puede verse en la obra que recoge su visión y memorias en la resistencia antifranquista (Octavio Alberola y Ariane Gransac, El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974), Virus, 2004); esta visión heterodoxa, y no podemos estar más de acuerdo, llega hasta la actualidad por encima de cualquier siglas y banderas. Defendemos, no obstante, que "anarquismo heterodoxo" es un pleonasmo, por lo que cualquier tentativa ortodoxa y autoritaria es denunciable dentro del movimiento libertario; no puede ser de otro modo cuando no es deseo del anarquismo imponer nada a nadie, ni el comunismo libertario ni cualquier otra vertiente libertaria, ya que el objetivo es orientar y promover que sea el propio colectivo social el que gestione sus asuntos sin intervención externa alguna.

Las preguntas sobre la necesidad de adjetivar al anarquismo como "posmoderno", tal vez, seguirán intactas para algunos. El desaparecido Murray Bookchin lanzó ya hace casi 20 años su propia diatriba sobre ciertas tendencias personalistas y abstractas dentro del anarquismo (Anarquismo social o anarquismo personal, Virus 2012). Bookchin reclamaba un hilo conductor con el socialismo clásico y con la razón crítica proveniente de la Ilustración; no podemos más que confirmar con este autor, con los obligados matices sobre el conjunto de su visión, que la ideas anarquistas deben ser heterodoxas y con un permanente espíritu crítico y antiautoritario. Comprender la transformación del mundo sociopolítico y económico, junto a su consecuente análisis libertario, no puede suponer perder el foco crítico hacia el poder económico (el capital) y político (el Estado); tal y como realizan algunas corrientes posmodernas, no debería desviarse esa mirada crítica hacia el conjunto de la civilización. Por otra parte, tampoco parece haber una distancia insalvable entre la visión moderna y posmoderna; con un estudio serio de la historia libertaria, podrá comprobarse que algunos de los puntos reclamados en el pequeño manifiesto mencionado al principio de este texto siempre han formado parte de las preocupaciones ácratas. Algunos de las críticas a ese supuesto anarquismo moderno parecen ser más propias del marxismo, siempre más rígido y cientificista; un ejemplo es el concepto de sujeto revolucionario, que el anarquismo jamás ha limitado al proletariado extendiendo esas condición a cualquier explotado y oprimido.

Uno de los anatemas de la posmodernidad es el concepto de revolución social, y tal vez ahí se peca de lo que supuestamente se quiere criticar: la mentalidad burguesa. Según la misma, resulta identificable cualquier tentativa revolucionaria con el totalitarismo (Eduardo Colombo, El espacio político de la anarquía, Nordan-Comunidad 2000); el anarquismo, sin adjetivos, ha sido no obstante la única excepción que ha cuestionado en la modernidad el poder político y, por extensión, cualquier forma de dominación. Encontramos en Colombo otro importante autor que establece un hilo conductor entre anarquismo moderno y posmoderno, aunque en su obra escasea esa terminología, lo cual no resta lucidez y heterodoxia a su análisis. El anarquismo no puede renunciar a objetivos que los posmodernos quieren ver como nuevos, sencillamente porque en el seno de sus movimientos siempre convivieron en permanente tensión las tendencias individualistas y comunitarias; tampoco debe perder en su horizonte todo intento de transformación social, aunque inevitablemente va de la mano con el desarrollo personal y con la generación de una nueva conciencia. Apostamos por la reflexión y la racionalidad, algo que se da de bruces con la sociedad actual (llamémosla posmoderna, si se quiere), compuesta de paradigmas más que cuestionables. Esa apuesta no niega algunos de los rasgos reclamados por la posmodernidad: la realización personal, aunque detestemos el misticismo, el esteticismo y la abstracción por manipuladores, o el hedonismo; consideramos, no obstante, que el mejor caldo de cultivo para ese desarrollo individual sigue siendo el de las aspiraciones de conquista de una libertad que tiene, inevitablemente, un calado social y, también, ampliamente moral.