Ética deriva de una palabra griega que significa costumbre, y es por
eso que con frecuencia se ha definido dicho concepto como "doctrina de
las costumbres". Aristóteles consideraba que las virtudes éticas son
aquellas que se desenvuelven en la práctica (en la vida social,
relativas a la justicia, el valor, la amistad, etc.), diferenciadas de
las virtudes propiamente intelectuales, que se denominan dianoéticas
(todo aquello que tiene que ver con la inteligencia o la razón, como son
la sabiduría o la prudencia).
En la evolución posterior de la ética, llegará a identificarse cada vez más con la moral, por lo que hay que hablar de una ciencia que se ocupa de los objetos morales. No obstante, es complicado diferenciar entre la ética, entendida como los sistemas morales, y el conjunto de normas y actitudes de tipo moral propio de una determinada sociedad o de un periodo histórico. Es por eso que los que se han ocupado de la historia de la ética, es frecuente que se limiten a un uso filosófico del concepto, es decir, examinado en sus fundamentos para encontrar una base racional de las ideas o de las normas. Antes de Aristóteles, donde se coloca el punto de partida de la ética, ya existen reflexiones en los filósofos presocráticos en las que se preguntan las razones por las que los hombres se comportan de cierta manera. Sócrates podría ser el fundador de una reflexión ética autónoma, aunque se suele considerar que la misma no hubiera sido posible sin el sistema de ideas morales en el que vivía el filósofo y, de forma importante, sin las cuestiones lanzadas acerca de ellas por los sofistas (recordemos que con ellos nace la oposición entre lo que es por naturaleza y lo que es por mera convención).
En la evolución posterior de la ética, llegará a identificarse cada vez más con la moral, por lo que hay que hablar de una ciencia que se ocupa de los objetos morales. No obstante, es complicado diferenciar entre la ética, entendida como los sistemas morales, y el conjunto de normas y actitudes de tipo moral propio de una determinada sociedad o de un periodo histórico. Es por eso que los que se han ocupado de la historia de la ética, es frecuente que se limiten a un uso filosófico del concepto, es decir, examinado en sus fundamentos para encontrar una base racional de las ideas o de las normas. Antes de Aristóteles, donde se coloca el punto de partida de la ética, ya existen reflexiones en los filósofos presocráticos en las que se preguntan las razones por las que los hombres se comportan de cierta manera. Sócrates podría ser el fundador de una reflexión ética autónoma, aunque se suele considerar que la misma no hubiera sido posible sin el sistema de ideas morales en el que vivía el filósofo y, de forma importante, sin las cuestiones lanzadas acerca de ellas por los sofistas (recordemos que con ellos nace la oposición entre lo que es por naturaleza y lo que es por mera convención).
Platón continuará la obra de Sócrates en los primeros tiempos, aunque luego emprenderá un camino muy diferente, trabajando en un concepto abstracto del bien y subordinando la ética a la metafísica. Más interesante, y fundamental para la historia, es el trabajo de Aristóteles al plantear la mayor parte de los problemas que luego ocupará la atención de filósofos posteriores: relación entre las normas y los bienes, relación entre la ética individual y la social, clasificación de las virtudes, análisis de la relación entre la vida teórica y la vida práctica... Es la vinculación entre teoría y prácticas éticas la que interesó posteriormente a escuelas y autores post-aristotélicos, siendo frecuente en esa comparación que se establezca la primacía de la vida práctica. Hay que recordar la pluralidad del pensamiento griego, de tal manera que aunque se solían jerarquizar en todas las escuelas los bienes concretos a los que debía aspirar el hombre, existía discrepancia en cómo encontrar la deseada tranquilidad de ánimo: búsqueda de la impasibilidad (en los estoicos), desprecio de las convenciones (cínicos) o persecución del placer moderado (o, para expresarlo mejor, equilibrio racional entre las pasiones y su satisfacción, según los epicúreos).
Desgraciadamente, todo esa diversidad y librepensamiento se trastoca con los neoplatónicos y con la llegada del cristianismo. La ética se fundirá en lo religioso y nace la tendencia a edificar toda ética de forma heterónoma o teónoma; esto es, fundamentar los principios de la moral en la idea de Dios. Hay que insistir en la construcción histórica de esta idea de la moral, muy posterior al nacimiento de la filosofía y a la posibilidad de un pensamiento libre. Solo algunas corrientes de la filosofía griega, como es el platonismo y el estoicismo, se insertarán en el cristianismo (y suprimiendo todo aquello incompatible con los nuevos fundamentos de la moral). Los aspectos hedonistas, naturalistas y autónomos propios del mundo griego antiguo no tienen cabida en una filosofía cristiana que traslada la felicidad humana a una supuesta vida ultraterrena.
Es a partir del Renacimiento cuando la cosa se vuelve más compleja, recuperándose tendencias antiguas que no habían desaparecido totalmente y estableciéndose nuevos planteamientos ante los problemas del nuevo periodo histórico. A partir del siglo XVII, los cambios de normas entre las relaciones entre personas y naciones conducen a cambios radicales en las teorías éticas. Es importante insistir en estas cuestiones, especialmente en las escuelas con los chavales, para apartar de una vez por todas las influencias religiosas que buscan, tanto la aceptación de dogmas, como el reduccionismo en el análisis o la tergiversación histórica. Hay que recordar, por ejemplo, que el egoísmo hobbesiano o el realismo político de Maquiavelo son teorías vinculadas a la ética propias de un determinado periodo histórico.
Es fundamental el desarrollo histórico posterior, cuando los pensadores modernos indagan en el origen de la ideas morales. Unos hablarán de facultades innatas en el ser humano, bien de carácter intelectual, bien de carácter emotivo; otros buscaron las bases de la ética en una intuición especial, en el sentido común o en la simpatía; los utilitaristas primarán la utilidad, individual o social, y muy importante es también la corriente que insiste en la sociedad como fundamento de los conceptos éticos. Con Kant, se produce un cambio radical en la ética, ya que trata de fundamentar una ética formal, autónoma y con cierto rigorismo. Es importante, a continuación, establecer el vínculo entre Kant y el desarrollo en el anarquismo de conceptos como libertad y moralidad.
Para el filósofo alemán, la ética individual es el punto de apoyo de la construcción política. La confirmación de los postulados de la Ilustración (predominio de la razón, confianza en el progreso y emancipación social) solo será posible a través de la transformación moral individual. La reflexión kantiana supone el acercamiento entre política y ética, lo cual presupone la existencia de hombres libres capaces de actuar como tales. Según esta visión, directamente emparentada con el anarquismo, el principal obstáculo para la emancipación del ser humano es el dejarse conducir por otros, huir de la ilustración por desidia y cobardía y permitirse tutelar por otros. En lugar de obedecer, el hombre debe razonar, ya que todo hombre está dotado de razón moral (sinónimo de libertad).
Bakunin recogerá esta herencia kantiana que niega toda ley previa y toda imposición externa, ya que el ser humano se caracteriza por una autonomía base para su libertad. Del mismo modo, la ética de Bakunin recoge también los grandes principios kantianos: todo ser humano es un fin en sí mismo y nunca un medio (la llamada dignidad humana); la libertad solo es posible en sociedad, en una comunidad de hombres libres y responsables (ningún sentido tiene la libertad solitaria y abstracta), y una moral autónoma entendida como pautas de acción que emanan del propio individuo. Por contra, Bakunin substituirá el sujeto trascendental kantiano por el sujeto empírico (el género humano). Como es sabido, el nexo social que asegura esa comunidad de seres libres es la solidaridad en el anarquismo, lo que le distancia de la visión de Kant, que confía en un nexo dado por la naturaleza (la razón y el progreso conducirían inevitablemente a la perfección moral).
Las reflexiones kantianas tendrían grandes influencias sobre teorías posteriores, aunque en el siglo XX dominaron también otras corrientes, como es el caso del utilitarismo, el intucionismo, el evolucionismo o la que adopta un punto de vista sicológico respecto a todo problema ético. El evolucionismo ético, por ejemplo, renovó el naturalismo otorgándole un aspecto dinámico hasta ese momento desconocido; así, surgieron cambios revolucionarios en las concepciones éticas hasta el punto de invertir por completo las tablas de valores (como ocurrió con Nietzsche). Desde aquel momento, puede decirse que la ética entra en una fase muy activa de desarrollo, por lo que no será fácil ya presentar ningún punto de vista desde una escuela en concreto. Es por eso que es mejor hablar de los problemas éticos fundamentales y de las soluciones propuestas. Cuatro de estos problemas son: la esencia de la ética, su origen, su objeto o fin y el lenguaje ético.
Respecto a la esencia, existen dos concepciones antitéticas que se denominan ética formal y ética material. Hay que decir que ninguna de ellas aparece de forma pura, de tal manera que toda doctrina ética es un compuesto de formalismo y materialismo, algo que se ha mantenido constante a lo largo de toda la historia de las teorías y actitudes morales. No obstante, en la visión de Kant existe un predominio del elemento formal, mientras que en el resto ocurre lo contrario, prevalece el elemento material. Es por eso que el kantismo, contrapuesto a otras visiones morales, se presenta como uno de los primeros intentos para establecer lo a priori en la moral. Ello quiere decir que para Kant los principios éticos superiores, los imperativos, son absolutamente válidos a priori y tienen respecto a la experiencia moral la misma validez que las categorías con respecto a la experiencia científica.
Insistiremos en que el formalismo moral kantiano aparta todo fundamento ético externo (como es el caso de Dios) y obliga a la autonomía moral o, lo que es lo mismo, la ley moral no es ya ajena a la personalidad de quien la ejecuta. Opuesto a este formalismo ético se encuentran todas las doctrinas éticas materiales, de las que cabe distinguir entre la ética de los bienes y la de los valores. La ética de los bienes comprende todas las doctrinas que se fundan en el hedonismo o en la consecución de la felicidad, y comienzan por plantearse un fin (así, la ética puede ser utilitaria, perfeccionista, evolucionista, individual, social...); a diferencia del rigorismo kantiano, en el que nociones como deber, intención, buena voluntad y moralidad cuestionan esa consecución de la felicidad, el carácter común de las doctrinas comprendidas en la ética de los bienes es que la bondad o maldad de todo acto depende de la adecuación o inadecuación con el fin propuesto.
En cuanto a la ética de los valores, puede hablarse de una síntesis del formalismo y del materialismo, así como de una conciliación entre el empirismo y el apriorismo moral. Max Scheler es el mayor sistematizador de este tipo de ética, y él mismo la ha definido como un apriorismo moral material: empieza por excluirse todo relativismo, pero se reconoce al mismo tiempo la imposibilidad de fundar normas efectivas de la ética en un imperativo vacío y abstracto. Podemos reconocer el objetivismo que guía esta teoría ética con solo ver que se funda en los valores, y especialmente si tenemos en cuenta que el valor moral se halla ausente de la tabla de los valores; por lo tanto, se pide la realización de un valor positivo sin sacrificio de los valores superiores y acorde por completo con el carácter de cada personalidad.
En cuanto a problema del origen de la ética, el problema ha girado sobre todo en torno al carácter autónomo o heterónomo de la moral. Para los primeros, no existe verdadera moral si existe una fuerza o coacción externa; para los segundos, no existe posibilidad de acción moral sin esa fuerza extraña. Por supuesto, existen teorías conciliadoras que observan la necesidad de la autonomía moral, pero niegan que ello destruya el fundamento efectivo de las normas morales. Si de nuevo mencionamos la cuestión de la finalidad, equivale en parte a lo planteado en cuanto a la esencia de la ética, mencionándose las posiciones eudemonistas (consecución de la felicidad), hedonistas o utilitaristas; en definitiva, toda respuesta sobre una esencia de la ética se define de acuerdo con un bien muy concreto. Si atendemos al problema de un lenguaje ético, las diversas investigaciones tienen en común el hecho de haber reconocido un lenguaje propio, de naturaleza prescriptiva, que se expresa mediante mandatos o juicios de valor; no sería posible un estudio de la ética sin un previo estudio de su lenguaje.
Frente a todas las importantes teorizaciones de la ética, realizadas desde un punto de vista filosófico, insistiremos en una visión humanista que trata de otorgar el mayor horizonte posible, teniendo en cuenta los problemas sociales y desterrando toda visión sobrenatural o metafísica. Hablamos de Kropotkin y su monumental obra Ética, muy importante a pesar de no poder completarse. Kropotkin observaba dos grandes tendencias en la historia de la ética desde la Antigüedad: la que sostiene que los conceptos morales son inspirados al hombre por una fuerza sobrenatural, por lo que se confunde moral con religión, y otra corriente que puede denominarse moral natural, independiente de toda sanción religiosa, que busca principalmente el placer o la felicidad. Por supuesto, los hedonistas para Kropotkin tampoco resuelven nada en su reduccionismo al placer inmediato, aunque algunos no renuncien a fines más elevados.
Un hombre tan inteligente como Kropotkin no podía aceptar una resolución tan abstracta, como es el caso de la simple felicidad individual o social, sobre el problema de los fundamentos de la moral. El autor de La moral anarquista ya había percibido lo complejo de las teorizaciones éticas en el mundo moderno y había comprendido que el hombre había acabado justificando a lo largo de la historia las mayores aberraciones a las que le habían empujado sus instintos y pasiones. El ser humano debe encontrar un freno a sus pasiones, como pueden ser el rechazo al engaño o el sentido de la igualdad. Por supuesto, resulta encomiable y muy atractivo elaborar un a priori de lo pernicioso de la injusticia o de la falsedad, pero ello no es suficiente. Kropotkin, en su visión humanista, desea una comprensión máxima de por qué es perjudicial todo ello, trata de dar una respuesta de una concepción ética todo lo amplia posible y así fortalecer una conciencia moral estrechamente vinculada a los problemas sociales.
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