jueves, 24 de septiembre de 2015

La amplitud libertaria del campo ideológico

En otras ocasiones, hemos insistido en el desprestigio de la palabra "ideología", esto es así hasta tal punto que la confusión al respecto es enorme y parece calar ese discurso en gran parte de la gente, lo que empuja al conformismo, a la falta de reflexión y a la dificultad para generar una nueva conciencia. Lo que es cierto, poniéndonos ya en un tono más intelectual, es que la noción de ideología ha llevado en las ciencias sociales a mayores dificultades analíticas y conceptuales que cualquier otra noción.

Determinados autores son partidarios, en la actualidad, de no abordar una idea demasiado confusa, por no hablar de los que insisten en que estamos en la época del "fin de las ideologías" y dicho concepto solo sirve para entender el pasado. Tomás Ibáñez, en su libro Municiones para disidentes, nos propone un interesante análisis de un concepto que nacería hace unos dos siglos, difundiéndose después con lentitud en los usos sociales y tomándose su tiempo para penetrar, tanto en el uso cotidiano como especializado. Ibáñez recuerda que, en las conversaciones cotidianas, al menos en las ajenas a los movimientos sociales, el término ideología no es frecuente y se prefiere acudir a la palabra "ideas" con frases como "no comparto las ideas de fulano"; en el caso de afrontar un discurso de tipo normativo, programático y repleto de fundamentos o convicciones, rara vez la gente se da cuenta de que está frente a un discurso ideológico y se prefiere expresar cosas como "eso son solo palabras" o "palabrería". Hay que aceptar que la ideología remite a convicciones, incluso creencias (que no tienen por qué ser "ciegas" ni dogmáticas), a una determinada forma de ver las cosas, pero también puede tener implicaciones con claras dificultades para afrontar la realidad.

martes, 8 de septiembre de 2015

Reflexiones sobre la educación y la violencia

Es habitual que la gente recurra al vulgar axioma de que llevamos en nuestra naturaleza el actuar violentamente y acabamos enfrentándonos unos con otros si no existe una autoridad fuerte que lo impida. Afortunadamente, la historia y el progreso juegan a favor de los que consideramos que no existe determinismo biológico alguno, y mucho menos de ningún otro tipo, y que el principio de autoridad (violencia institucionalizada) es pernicioso. De esa manera, se abren las posibilidades para el ser humano y la sociedad, creando las bases sólidas para erradicar la violencia, no tanto tal vez de uno como sí de la otra. Las propuestas que se dan en numerosos estudios sociales, hablando de disciplinas como la sociología o la sicología social, están muy cerca de la visión educativa libertaria, algo que debería abrir los ojos sobre la idea que se suele tener del anarquismo.

La educación tradicional, creada a partir de la Revolución Industrial, se basaba en una fuerte jerarquía, en la obediencia ciega y en apartar a los que no se ajustaran a este modelo. En la actualidad, con lo que la tecnología ha transformado la sociedad, el sistema educativo sufre una evidente crisis que, desgraciadamente, lleva a la reacción a intentar potenciar los elementos autoritarios. El acceso a la información es más sencillo que nunca, los estímulos en ese sentido son continuos, y parece claro que esa vorágine ayuda también a preparar actitudes violentas. El profesor, como ha propuesto la pedagogía libertaria, nunca debió limitarse a aportar una información y sí a ayudar al educando a que construya su propia interpretación del mundo, a que adquiera las habilidades al respecto y que se muestre tan crítico como creativo. En los libros que tratan de aportar elementos “innovadores” se habla de "educar para la ciudadanía democrática". Bien, no nos enfrentemos de momento a un problema de terminología, hablando de anarquismo (aunque, a mí no me disgusta hablar de la profundización en la democracia que supone una sociedad libertaria, desprendiendo, claro está, al término de todo carácter representativo) y dejemos a un lado, de momento, el contexto global de una instancia jerarquizada que monopoliza la violencia (se pretende erradicar la violencia de las aulas, pero se olvida esta situación socipolítica).

viernes, 4 de septiembre de 2015

Fraternidad y cosmopolitismo

El término fraternidad parece hoy, al menos en el lenguaje vulgar, anacrónico. Si bien se alude, al menos en la teoría política, constantemente a la libertad y a la igualdad, la tercera parte del gran proyecto de la modernidad queda relegada al olvido. Trataremos en este texto, al igual que hemos hecho en diversas ocasiones con la solidaridad (que, por otra parte, es un concepto muy relacionado con el que nos ocupa) de vincularlo estrechamente a los otros dos grandes conceptos: libertad implica necesariamente igualdad y fraternidad.

Frente a cualquier nexo y vinculo social tradicional, la fraternidad trata de imponerse, al menos desde la Revolución francesa, como la gran alternativa revolucionaria. Esta novedad radical de la fraternidad tiene sus precedentes, no tanto en la fraternidad religiosa, como en la estoica de la Antigua Grecia: la natural sociabilidad del ser humano como base para una aspiración cosmopolita. La Revolución francesa, o al menos una corriente dentro de ella, posee esas aspiraciones claramente universales, no una simple emancipación de una pólis o nación, sino el comienzo de la liberación del conjunto de la humanidad.