miércoles, 19 de mayo de 2021

El infierno y la brisa

¡Arriba Hazaña! es una curiosa película española de 1978, que siempre he considerado muy reivindicable, basada en la estupenda novela de José María Vaz de Soto El infierno y la brisa. Debido a la estructura de libro, basada en pequeños textos con diferentes puntos de vista de los diversos personajes, la película toma unos derroteros muy diferentes, con una narración que se puede describir como más lineal, más directa y con un desarrollo y un desenlace evidentes, y muy efectivos.

Es la historia de un colegio de religiosos en pleno franquismo (aunque la fecha no se conoce, hay referencias a la Guerra Civil Española), con gran número de alumnos internos, regido con mano feroz en aras de mantener un orden disciplinario (a pesar de sus métodos aparentemente diferentes, el director, interpretado por Héctor Alterio, y el prefecto, el gran Fernando Fernán Gómez, son las dos caras de la misma moneda), basada en el control absoluto del cuerpo y de la mente de los educandos, y en el que una serie de "atentados" (cuya autoría no llegará a estar nunca clara), de estética intención sacrílega y poderosamente simbólica (algo ausente, curiosamente, en la novela), iniciarán una situación de reivindicaciones reformistas (o revolucionarias, ya que se dan obviamente distintas posturas). La película es toda una metáfora sobre el franquismo y la Transición, con una fuerte carga crítica, obra digna de ser proyectada y analizada en la actualidad. Aunque he leído en alguna ocasión que se trata de una parábola sobre el fracaso de reformismo en la dictadura y sobre la llegada de la España democrática, no estoy de acuerdo, la lectura evidente es que, siguiendo la frase de Lampedusa "todo tiene que cambiar para que todo siga igual", se trata de una serie de reformas para domesticar a las personas y que los mismos dirigentes sigan al frente del cotarro (dicho sea de manera vulgar, para que nos entendamos mejor, aunque el asunto tenga más aristas).


La frase que da título al film tiene una doble carga irónica, por un lado, se trata de una distorsión del fascista "¡Arriba España!", por otro, la seguridad por parte de los chavales de que el nombre de Manuel Azaña es anatema para los religiosos hace que lo adopten como una especie de grito de guerra de sus reivindicaciones, sin intención ideológica alguna. Insisto, se ha tratado de reivindicar la historia como símbolo de la España democrática que supone el fin de la Dictadura franquista, pero mi visión es muy diferente, la ironía y la crítica son evidentes, con un último plano en el que la mayoría de los alumnos vuelve a entonar el himno de la escuela (una grimosa letra, que ellos mismos habían distorsionado, de manera divertida y transgresora, intención obviamente subversiva, en su etapa revolucionaria) y la cámara acaba saliendo del aula para quedarse con los dos chicos marginados que habían exigido auténticas reformas radicales. De estos dos alumnos, uno se declara al comienzo de la historia ya como anarquista, "lo único que se puede ser con dignidad en este antro"; mientras sus compañeros divagan sobre las cosas que van a exigir a la Dirección, él reivindica que tienen que hacer siempre lo que les plazca, que nadie interfiera en sus deseos y, es más, deben participar en la propia dirección del colegio. No creo que haya, en este personaje, un símbolo de la utopía y lo inalcanzable, mucho menos una mirada sobre la locura o el gamberrismo, se trata de una crítica demoledora a toda autoridad coercitiva, a toda norma impuesta desde fuera. Ese plano final en el que desprecia a todos aquellos que han pasado por el redil, plano y postura que comparte con un honesto alumno que sí había decidido participar en el sistema y acaba desengañado, otorga dignidad y legitimidad moral al personaje.

La intención anarquista es abolir todo poder jerárquico, algo que no será deseable a priori para todo el mundo, tal como refleja la película. Sin embargo, la supuesta armonía que se nos muestra en el colegio al final de la película, con la llegada de unas reformas democráticas que hacen sentir a los chavales que cooperan en la gestión, se ha hecho a costa de la exclusión, y expulsión física en otros casos, de los alumnos más exigentes. Es decir, se trata de unos falaces orden y armonía realizados en base a la uniformización y homogeneización. Hay que recordar que uno de los motivos para que los dos alumnos se automarginen en la última secuencia es por la vana exigencia de que vuelvan sus compañeros expulsados. La metáfora presente en la película es tremendamente efectiva, muchos discursos han sido acallados en la reciente historia española. Resulta de una innegable actualidad, y muy necesaria, una historia en la que una autoridad tradicional, que emplea métodos evidentes, es substituida por nuevas y sutiles formas de dominación, interiorizadas por el alumno (o ciudadano) hasta el punto de que el poder ya no necesita mostrarse de manera evidente (el director del colegio vigila constantemente a sus alumnos con unos prismáticos, símbolo evidente de un sistema represivo panóptico). Se trata de poner al día el debate sobre cuáles son las mejores formas de gobernar, y qué autoridad resulta la más adecuada, en el cual el anarquismo tiene mucho que decir lejos de esa caricatura en la que constantemente le quieren convertir, legitimado en gran medida por la sociología y por la sicología. Del mismo modo, en el ámbito pedagógico se plantean todavía muchos interrogantes, ya que la negación aparente de una educación tradicional basada en el control estricto no destierra la visión de la escuela como instrumento "normalizador", y no como garante de individuos libres y de pluralidad social. Uno de los males endémicos de nuestra sociedad es la negación de la historia (ni siquiera, su limitación o tergiversación, como ocurre en otros lares), por lo que toda herramienta cultural que sirva para oxigenarla es bienvenida. Como ejemplo, insistiría en la proyección de este film en todo ámbito público que pueda abarcar el movimiento libertario, lo considero muy necesario.

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