Blog integrado por reflexiones sobre el anarquismo, o mejor dicho, los anarquismos y sobre toda forma de emancipación individual y colectiva
sábado, 28 de septiembre de 2024
La filosofía de Nietzsche y el anarquismo
El anarquismo posee un rico corpus filosófico que recoge, tanto el individualismo de Stirner y el mutualismo de Proudhon, como el colectivismo de Bakunin y el comunismo de Kropotkin, entre otras aportaciones, y ello si queremos aludir solo a su herencia clásica. Que se mencione a Max Stirner dentro de este legado, aunque él mismo nunca se reconociera como anarquista, es ya un lugar comúnmente aceptado, aunque no siempre exento de una controversia siempre, en mi opinión, bien recibida en aras de esa tensión entre lo individual y lo comunitario. En cambio, no resulta tan sencillo catalogar a Nietzsche dentro de la variada filosofía ácrata, aunque no han sido pocos los libertarios que se han visto atraídos por el pensamiento del autor de El ocaso de los ídolos. La influencia de Stirner en la obra nietzscheana ha sido también objeto de polémica y resulta francamente difícil negar el parecido entre la filosofía de ambos autores, incluso con alguna acusación explícita de plagio para el autor de Humano, demasiado humano(1). Sea como fuere, parece ser que solo es a partir de la obra citada anteriormente que Nietzsche da importancia a los valores individuales, ya que su pensamiento pasa por diversas etapas. Como puntos en común entre ambos autores, se encuentra la crítica a la moral como egoísmo inconsciente, el rechazo al imperativo categórico kantiano, la crítica a la religión, a todo lo sobrenatural y al dualismo cuerpo/alma. Otra analogía entre Stirner y Nietzsche se encuentra en el método utilizado para señalar los falsos valores, usando la genealogía y la desmitificación, aunque acaben dando respuestas diferentes. En efecto, el superhombre nietzscheano presenta rasgos elitistas y selectivos, al menos en apariencia, mientras que el único de Stirner, autosuficiente, reconoce esa particularidad en cada individuo. Es lógico que el pensamiento aristocrático, que presenta Nietzsche a menudo junto a otros rasgos liberadores muy interesantes, causen un rechazo mayor que el solipsismo moral de un Stirner, pese a todo más reivindicable desde el punto de vista libertario. A pesar de lo expuesto anteriormente, la obra de Nietzsche, como ya he mencionado y como ha señalado Daniel Colson en un intento de atraerla hacia lo libertario, es interpretable desde variadas perspectivas, siendo una de las más conocidas y para muchos la más injusta su supuesta vinculación con el nazismo, algunas de las cuales pueden ser incluso antagónicas. De hecho, han sido muchas las discusiones sobre su lectura política y, en concreto sobre su relación con el anarquismo y las propuestas revolucionarias. No resulta complicado, a priori, contemplar en la filosofía de Nietzsche rastros del pensamiento de Bakunin, como es el caso de una feroz crítica al idealismo, a la religión y a toda metafísica; para ambos, sería perentorio abandonar la lógica de todo más allá, recuperar los sentidos y los instintos, así como reconocer que somos cuerpo material y estamos regidos por las leyes de la naturaleza(2). No obstante, a partir de esta semejanza podemos encontrar grandes divergencias; si para Bakunin, el cumplimiento de las leyes naturales conducía a la emancipación individual y colectiva, para Nietzsche la naturaleza supone la dominación de los fuertes sobre los débiles, por lo que lleva aparentemente a una lógica opuesta a la igualdad de todos los seres humanos. Sin embargo, y como podría imaginarse a raíz de la existencia de este mismo artículo, ha habido otras lecturas de la obra nietzscheana y, así, su concepción aristocrática no tendría para algunos autores una lectura tanto política como moral y cultural, ya que puede ser un reconocimiento de la singularidad y la diferencia del otro, así como una crítica hacia la normalización producto del Estado moderno y de la sociedad de masaa(3). No obstante, ya que pensadores como Bakunin fueron totalmente nítidos en su crítica a toda estructura jerárquica y, como ya dije, hablaron explícitamente de emancipación social y de nivelación de clases, cabe preguntarse si esa lectura más o menos anarquista de Nietzsche puede ser solo una mera interpretación buscando metáforas en su obra excesivamente soterradas. No queda del todo claro si el pensador alemán, como parece desprenderse tantas veces de su obra, no estaba criticando en realidad cualquier forma de Estado y sí reivindicando otro a su conveniencia negando cualquier tipo de horizontalidad. La polémica, puede que irresoluble, está servida. Alguien tan lúcido y sensato como Rudolf Rocker, en su monumental obra Nacionalismo y cultura, ya señaló lo que puede ser evidente para tantas personas, que el pensamiento de Nietzsche osciló entre concepciones autoritarias rechazables y una visión auténticamente libertaria al mostrar, por ejemplo, en algunos pasajes de El ocaso de los ídolos y de Así habló Zaratustra, un claro antagonismo entre cultura y Estado(4). Emma Goldman fue otra figura anarquista que se vio fascinada por el pensamiento de Nietzsche, al que consideraba un innovador, un rebelde y un poeta; frente a las críticas sobre su ideal del superhombre y su rechazo a la gente común, Goldman aseguraba que su aristocratismo era de espíritu, no de nacimiento ni por patrimonio, y aseguró nada menos que “todos los verdaderos anarquistas eran aristócratas”(5); la lectura que realizó de Nietzsche consideraba que su pensamiento, utilizando constantemente los conceptos de noble y aristócrata, no aludía a una clase social superior o a la riqueza, sino a la capacidad del ser humano para superar la tradición y los valores obsoletos para convertirse así en el creador de una nueva y mejor realidad. Esta mujer anarquista, nada sospechosa de elitismo ni de un individualismo exacerbado, sin duda admiró los altos valores desprendidos de la obra de Nietzsche, así como la feroz crítica que realizó a todo lo establecido; como para el filósofo alemán, para Goldman los deseos y las pasiones del individuo eran sumamente importantes y, bajo ningún concepto, podían ser sacrificados en aras de la transformación social. Las aspiraciones objetivas y racionales no deben anular las pasiones humanas, más bien son factores complementarios y puede ser lo que nos marque el verdadero progreso(6). A pesar de las controversias, Daniel Colson apuesta decididamente por una lectura de Nietzsche, no solo anarquista, también sindicalista revolucionaria. Afirma así que los pensadores ácratas clásicos, especialmente Proudhon al propugnar la autosuficiencia de la clase obrera para construir un mundo nuevo, estuvieron más cerca de Nietzsche que de cualquier otra filosofía de su tiempo, y recuerda que Louise Michel vinculó con la justicia social y la revolución el concepto del superhombre, así como que infinidad de obreros, y no solo algunas individualidades rebeldes, se reconocieron en los escritos de Nietzsche para tratar de liberar el potencial revolucionario del pueblo. Según esta interpretación, la voluntad de poder nietzscheana no remite a una fuerza única, ni a un principio centralizado, sino que supone una “una pluralidad latente de impulsos” y asume “la variedad, la diferencia y la pluralidad”; en ese sentido, nos recuerda de nuevo a Proudhon y su propuesta federativa con su composición de fuerzas múltiples, diversas y autónomas, que adoptó el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo(7).
Con el anarquismo que podemos llamar “posmoderno”, como en otros artículos recientes, es posible que nos metamos de nuevo en un jardín filosófico con una dificultosa salida. Pero, de nuevo el objetivo es hacernos preguntas, no conformarnos con respuestas que tal vez nos enclaustran en una especie de cómodo anarquismo instituido (si somos sinceros, con pocas posibilidades en la realidad actual, por mucho que nos guste lo que nos legaron los clásicos). Saul Newman observó, al recordar la feroz crítica que los anarquistas hicieron al Estado mostrando su propia lógica de dominación (lo que les distanciaba de los marxistas), que de forma irónica eso les acercaba a Nietzsche. Mencionando pasajes de Genealogía de la moral, se recuerda que el filósofo alemán consideraba que el ser humano había sido maniatado y domesticado por el Estado, y que este suponía una máquina abstracta de dominación previa al capitalismo y por encima de las diferencias de clase(8). Otra coincidencia de Nietzsche con los libertarios estriba en la crítica al contrato social, ya que de forma obvia nunca se produjo ningún acuerdo originario y dicho mito perpetúa la lógica opresiva del Estado, cuyo origen está en la violencia y el saqueo. Lo que el anarquismo posmoderno reprocha al clásico es su concepción supuestamente esencialista de un sujeto sociable, cooperativo y racional, rasgos que se desplegarían una vez se hubiera acabado con el Estado; para esa visión, sería la ley artificial, surgida del Estado, anuladora de una ley natural basada en ese individuo proclive al apoyo mutuo. Sobre la existencia de una naturaleza humana, y lo que los ácratas modernos opinaban al respecto, mucho se ha dicho ya, pero resulta falaz que su visión fuera excesivamente optimista como a veces se repite; más bien, sus preocupaciones se dirigían al tipo de estructura social que favoreciera esos rasgos potenciales más solidarios y cooperativos, y anulara los más negativos que en ningún caso se niegan. Con todo lo matizable y controvertida que pueda resultar esta aseveración, puede decirse que el anarquismo, moderno o posmoderno (se diluye aquí dicha frontera), se encuadra más bien en los que niegan una naturaleza humana; esto no supone afirmar que los seres humanos no sean parte del reino animal o que no se inserten en concepciones evolucionistas, sino en señalar, en aras de una sociedad mejor, que nos construimos en base a ciertas prácticas, que la subjetividad humana está condicionada por lo contingente. Esta visión puede hallar puntos en común con diversas corrientes filosóficas, entre las que se encontraría el concepto de auto-creación del hombre(9), del propio Nietzsche, de afirmación de los valores de la vida. Otra cuestión primordial en Nietzsche, de la que ya hemos hablado, es la voluntad de poder, y llegamos con ello a otra discusión fundamental entre anarquismo moderno y posmoderno. Si para el primero el poder (concretado en el Estado) es algo maligno que imposibilita la plena realización del individuo y puede ser destruido, para el anarquismo posmoderno nunca podremos estar libres de relaciones de poder al estar insertas en el tejido social. Tal y como afirma Saul Newman, la separación maniquea entre sujeto y poder resulta inestable y conduce, precisamente, a la amenaza permanente de ese deseo “natural” de poder del que hablaba Nietzsche; cuanto más se intenta establecer una sociedad libre de relaciones de poder, es posible que con más fuerza pueda reaparecer. La solución podría pasar por afirmar el poder, en lugar de negarlo, por el reconocimiento de que estamos insertos en un mundo marcado por el poder sin que podamos estar totalmente libres de las relaciones determinadas por el mismo. Por supuesto, no supone claudicar y renunciar a combatir el Estado y la autoridad política, sino tratar de ser más eficaces en estrategias de resistencia contra un poder que no es posible negar de forma maniquea. Como se puede suponer, aquí suele mencionarse a Foucault y la distinción entre el poder, que sería la relación de fuerzas que fluyen de modo libre e inestable entre las personas, y la dominación, que se produce cuando dicho flujo se bloquea, se forman desigualdades y jerarquías y las relaciones no se dan ya de forma recíproca (es el germen de instituciones como el Estado). De esa manera, a diferencia de la separación clásica entre sociedad y poder, se considera ahora que el Estado está originado en dichas relaciones de poder en la sociedad y son nuestras acciones diarias las que podrían integrar y generar las relaciones de dominación. Sería una permanente vigilancia para que no se formaran esas relaciones de dominación, ya que la abolición repentina de las instituciones coactivas del Estado podría suponer descuidar las relaciones de poder, difusas y poliédricas, y podría dar lugar a nuevas formas de dominación instituidas. Por utilizar una retórica filosófica de Nietzsche, sería afirmar la voluntad de poder y aceptar su eterno retorno en las relaciones sociales. Desde ese punto de vista, el anarquismo puede adoptar eficaces estrategias políticas, que muy bien pueden asentar factores libertarios primordiales como el apoyo mutuo y la solidaridad, con el objetivo de minimizar toda posibilidad de dominación y, consecuentemente, incrementar las posibilidades de la libertad. Un filósofo que, sin duda y a pesar de su complejidad, merece ser releído buscando una interpretación emancipatoria también a nivel social que, tantas veces, le ha sido negada, pero que muchos militantes libertarios sí parece que supieron ver.
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