viernes, 15 de mayo de 2009

Filosofía del pensamiento libertario español

Pero, ¿existía una sistematización de las ideas en el pensamiento libertario español? No es una pregunta para realizar a cualquiera que conozca bien el anarquismo, pero no está demás insistir en una serie de principios, inherentes a una forma de contemplar la vida social y personal. Los anarquistas españoles no fueron tal vez excesivamente originales en sus teorizaciones, pero tuvieron la indudable lucidez y capacidad de comprender y asimilar esos principios, y servir con sus ideas de impulso a un movimiento libertario poderoso y esperanzador. Ricardo Mella, ante las acusaciones de falta de trabazón sistemática, dirá que las ideas anarquistas es negación terminante de toda sistematización dogmática. Libertad y espontanéismo serían para el gallego las dos nociones primordiales, dentro de una filosofía que busca explicar los hechos y sus causas, que resume en definitiva la experiencia y la ciencia en un todo armónico en el que se fundirían la idea y la praxis. Se rechaza todo principio a priori que pueda acabar encarrilando el pensamiento hacia fines predeterminados cuya verdad sera dudosa. Montseny, en esa línea de apego y crítica a la vez a un idealismo que se quede enconsertado en la teoría, afirma que la transformación de la sociedad conllevará la consecución de todas las grandezas morales e intelectuales que habían adelantado los filósofos. La construcción de una nueva sociedad impulsaría al hombre a potenciar tanto su libertad, como el amor y la sabiduría. Hay que insistir en ese equilibrio entre escuelas de pensamiento aparentemente antagónicas, algo para mí esencial dentro del anarquismo, y en la que los pensadores libertarios españoles fueron también fieles a Bakunin. La interpretación material del mundo que hacen los anarquistas no niega la fuerza de las ideas, las cuales actúan como motor de la vida y conducen al ser humano a grandes consecuciones. Mella, de forma literal, se niega a tomar partido entre espiritualistas y materialistas (de nuevo, la sombra del gigante ruso); si bien son asimilables los inmensos conocimientos adquiridos gracias al materialismo, lo intentos metafísicos por dar soluciones fáciles y crear atajos, los cuales abren el camino a la seudociencia, no pueden satisfacer al anarquismo. Montseny escribiría en cierta ocasión que ha sido la evolución intelectual del hombre la impulsora del progreso, Pellicer aseguraría que en la idea reside toda la fuerza y Lorenzo entendería que son nociones como la libertad y la independencia las que llevan a la fortaleza, sin las cuales se caería en la debilidad y en el fanatismo. Soledad Gustavo (seudónimo de Teresa Mañé, 1865-1939) llegaría a afirmar que las revoluciones no eran hijas del estómago y sí del pensamiento. La ausencia de sistematización de las ideas, como se comprueba, no significa ausencia de los más altos ideales, los cuales solo tienen sentido si se persigue su materialización, si se busca permanentemente su verificación en la vida social. Y para el logro de esas altas aspiraciones de la humanidad, la confianza que los anarquistas españoles tienen en la razón humana es muy grande, así como en la ciencia y en la cultura, que consideran expresiones de aquella. José Llunas (1855-1905) aceptaría de forma entusiasta la expansión de la ciencia y confiaría en que el privilegio no pudiera contenerla y acabara así aquella determinando la base del verdadero derecho social. Se deduce de esta aseveración una firme esperanza en que la ciencia ensanchara la esfera de acción de las ideas y posibilitara que las personas en número cada vez mayor acabaran combatiendo la injusticia. Era una confianza excesiva en la ciencia y en, como veremos a continuación, la naturaleza, que sería corregida posteriormente dentro de las ideas libertarias. Suñé sostendría que las teorías socialdarwinistas, las cuales suponen el dominio de la clase burguesa, no pueden buscar apoyos en la ciencia, ya que ésta les negará toda ayuda. Este razonamiento se supedita a una fusión entre ciencia y naturaleza: la única verdad está en la ciencia natural y todo lo demás sería seudociencia. Tiene valor Mella señalando algo que ya haría Bakunin, el cómo la ciencia puede convertirse en dogma, y acaba paralizando la acción y la búsqueda de la verdad, al dudar en sus análisis y recurrir fácilmente a las generalizaciones y a la analogía. Para el anarquismo, la ciencia seria un cuerpo de conocimientos en perpetua formación y la filosofía no puede ser encastillada en ningún sistema ni escuela. Sensualismo, hedonismo, positivismo, idealismo... todas estas escuelas han influido sobre el anarquismo, pero son rechazables como sistemas cerrados de ideas. Mella parece apostar por el relativismo, tanto en su visión cosmogónica y de la teoría del conocimiento, como en los aspectos sociales: para la filosofía anarquista, no existe una verdad ni una justicia inmutable. Si tales nociones fueran absolutas, serían inválidas para el hombre, al ser éste incapaz de desarrollar los medios para descubrirlas y verificarlas. Dicho aserto de Mella parece remitir a Gorgias, sofista de la Antigua Grecia, pero ni a Mella ni al anarquismo se les podría acusar de utilizar un mero juego retórico, ni de caer de forma absoluta en el nihilismo o en el escepticismo. Lo que se está denunciando es una concepción absoluta de una idea, que lleva al hombre a una acción nula; se exige, insistiremos una vez más, su constante determinación y verificación. Los ideales serían la resultante experimental de cada momento, se asimilan los hechos del pasado y del presente con la capacidad de discernir lo erróneo y lo inicuo y eliminarlo. Se niegan la metafísica y la teología, ya que la vaguedades de los desconocido llevan a perder la noción de la realidad y constituyen un fuerte obstáculo para el desenvolvimiento de las facultades del hombre. La aparente diversidad de la sociedad actual, un relativismo basado en el "todo vale", y una banalización siempre presente, no deberían hacer perder el norte a unas ideas libertarias con mucho que decir en cuanto a expansión de la razón y del pensamiento, y con una confianza pertinaz en una ciencia no dogmática puesta al servicio de la humanidad.

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