miércoles, 13 de mayo de 2009

La indagación en el principio de autoridad

El principio de autoridad es identificado de manera plena por lo anarquistas con el Estado. Antonio Pellicer (1851-1916) escribiría que el Estado es absolutamente contrario a la libertad, a la fraternidad y a la igualdad social, toda iniciativa del hombre, su fuerza, inteligencia, voluntad y heterodoxia quedan inhibidas por su existencia. Lorenzo negará que el Estado represente a ningún interés público y sí supone una abstracción negadora de la libertad del hombre. La obediencia y debilidad que reclama el Estado para sus gobernados, escribiría el autor de El proletariado militante, les mantiene en un estado de infantilismo y admiración. Prat, siguiendo claramente a Bakunin, consideraba al Estado como una derivación o prolongación del principio deísta, la autoridad humano-divina había evolucionado hacia la autoridad humano civil. El autoritarismo adoptaba muchos formas, en las que estaba detrás siempre la abstracción y el dogma generadores de tiranía y obediencia. Urales quería ver en la historia un pogreso desde el autoritarismo, generador de crímenes y de toda clase de terror, hacia la libertad, identificada para él con la cultura y la moralidad. Tanto Mella como Lorenzo opinaban que, a medida que las comunidades humanas se fueron haciendo más poderosas, se acrecentó el despotismo personal y nació el Estado; la sociedad, condición indispensable para el individuo, necesaria para satisfacer sus múltiples necesidades, se vio un día supeditada al Estado y sometida al autoritarismo. La sociedad perdurarará y el Estado morirá cuando se acabe con el privilegio y se logre una organización racional y armónica. Urales contrapone el progreso al poder gubernamental o estatal, y recuerda que para nada ha intervenido en los logros de la humanidad (la imprenta, el telégrafo, el ferrocarril, la electricidad...). Anselmo Lorenzo identificará progreso con una trilogía benéfica (Trabajo, Ciencia y Libertad) y a la reacción con una infame (Capital, Religión y Autoridad). En definitiva, la ley que mana del Estado supone una atrofía para el desenvolvimiento material y moral de la vida social, y se señalará la hipocresía del Estado, como supuesto garante o conservación del bien, al recordar que el derecho jurídico-territorial de cada Estado, hostil al que se produce en cualquier otro e incapaz de crear uno común, supone la negación de la solidaridad universal. López Rodrigo, en 1902, escribiría en esa línea que los Estados que se presentan a priori como preservadores de la paz, el orden y el bienestar, en la práctica generan las guerras, opuestas a todo aquello. En su feroz crítica al Estado, los anarquistas españoles citan con frecuencia también a pensadores liberales, pero los superan siendo fieles a sus fuentes socialistas y considerarlo un instrumento de clase. Este análisis, tal vez necesitado de fuentes más complejas, se mantiene vigente en la actualidad; no puede negarse que los Estados son meras oligarquías, de apariencia más o menos benévola o "demócrata" (la hipocresía y constante tutela, que ya vieron nuestros ancestros ácratas), pero garantía de la división de clases y de la explotación económica. Lorenzo negó que el Estado pudiera ser liberal o democrático, no pueden buscarse en él la igualdad ni la libertad y sí el privilegio consustancial a la autoridad de los que mandan. La crítica anarquista posee dos vertientes, por un lado hacia la clase detentadora de los medios de producción y, por otro, hacia la nueva clase generada por el poder estatal, y no parece claro vincular la existencia de una en base a la otra, ni creo que hubiera unanimidad al respecto en el pensamiento libertario español. La pluralidad y heterodoxia tal vez impida esa unanimidad de acuerdo sobre las fuentes del mal, lo verdaderamente importante es el análisis del poder y de la división de clases, innegablemente lúcido y más rico que otras corrientes socialistas, así como las propuestas de potenciación de la vida social frente al Estado. Anselmo Lorenzo, y otros antiautoritarios pioneros en España, tuvieron clara la necesidad de erradicar todo gobierno y todo poder coercitivo, situándose así frente a la otra vía internacionalista que apostaba por un estado transitorio en el que la autoridad se vería reforzada. El autor de El proletariado militante consideraba que un Estado temporal formado por supuestos obreros, los cuales acabarían convertidos en magnates, enseguida buscaría su perpetuación como habían hecho en la historia todos los gobiernos. Mella, en clara referencia al ideario marxista, recordó que la revolución preconizada por los anarquistas solo tenía como punto de partida el materialismo histórico (o lucha de clases), el objetivo sería la liberación completa e integral de toda la humanidad y la erradicación de toda esclavitud económica, política o moral.

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