sábado, 8 de septiembre de 2012

A vueltas con la ideología

El debate sobre las ideologías se ha visto peligrosamente contaminado por la naturaleza autoritaria de algunas de ellas. En realidad, la diferencia entre los gobiernos de los países capitalistas, se denominen socialdemócratas o liberales, son mínimas. Se nos quiso vender hace ya décadas el fin de las ideologías y el triunfo del capitalismo, aunque más de dos terceras partes de la población mundial pasen necesidades de primer orden por causas, tanto políticas como económicas, producto de un sistema globalizado que traspasa las estructuras nacionales. El socialismo, que no se reduce obviamente al marxismo, acabó demonizado después del fracaso de los regímenes del siglo XX supuestamente inspirados por él (que no dejaban de adoptar, paradójicamente, la lógica capitalista desde el Estado). El capitalismo fue asumido por gran parte de la población, como si fuera algo así como parte de la naturaleza humana, a pesar de los desmanes que produce; tal vez, si se colocaran esos desastres frente a los ojos de cada ser humano, si se indagaran en las causas reales de los problemas del mundo, el panorama podría ser muy distinto y la gente no adoptaría el "sálvese quien pueda" refugiado detrás de sus propiedades materiales y de sus (algunas, al menos) distorsionadas necesidades "espirituales". Hay quien considera que los desastres sociales son producto de la maldad del ser humano (mencionado, así, en general y sin que el que afirma tal cosa se incluya, supongo); yo diría que el resultado de que el mundo esté como esté es de, en primer lugar, de los que toman las decisiones, una ínfima minoría (legitimados o no por una supuesta voluntad popular, ¿es el horror más tolerable si lo elige una mayoría en las urnas?). Sin embargo, otra cosa a tener en cuenta, una faceta también propia de la condición humana, y también despreciable, aunque mucho más comprensible si indagamos en sus causas: el papanatismo fundado en la subordinación, en la enajenación y en una conciencia bien poco estimulada.

Está ya muy usado el cuento de que si un extraterrestre, dueño de una impagable lógica, visitara nuestro planeta, alucinaría de lo lindo. No tardaría en darse cuenta de que los gobiernos de los países industrializados, a pesar de los esfuerzos que harían en mostrarle lo contrario, apenas poseen diferencias, simplemente los vería ajustados a una economía de mercado con demasiada gente fuera de juego; a pesar del desastre político y económico, observaría que no habría un gran cuestionamiento de la palabra "democracia" que legitima el poder, y que gran parte de los movimientos de resistencia al statu quo lo haría desde dos perspectivas igualmente alienantes: con una lógica nacionalista de autodeterminación o con intención de crear estructuras supranacionales de cohesión, fórmulas constitutivas tal vez peores que las actuales. El extraterreste, no obstante, observaría al menos que el ser humano ha creado teorías y prácticas de fraternidad y solidaridad, y ha combatido todo instrumento de enajenación para enfrentarse a una realidad concreta y estimular su conciencia; y así siguen alimentándose los movimientos sociales, que suponen una gran esperanza para el mundo. Es falso lo que se dice que el movimiento 15M no tiene ideología alguna (lo que no tiene es partidismo alguno ni le gustan las etiquetas, en mi opinión); lo que no posee es ninguna naturaleza autoritaria, se mueve por la horizontalidad y el principio de solidaridad. Esos rasgos no dejan de ser ideas-fuerza que pueden cambiar el mundo; si hoy existe un poderoso paradigma de competencia en la actuación social, mañana puede primar el de la cooperación y el apoyo mutuo. Es más, yo diría que las ideologías son (en parte, al menos), para bien y para mal, un poderoso motor de evolución humana; no se trata de caer en un idealismo ingenuo, sino precisamente de escapar a tanto determinismo económico que jamás va a traer la emancipación social por sí solo y tratar de desarrollar nuestras potencialidades.

Las ideologías pueden estar dirigidas hacia un lugar o hacia otro, su condición puede ser reformista, revolucionaria o incluso reaccionaria; así, pueden ser elementos de control social (todo sistema político tiene unos presupuestos que acepta de una manera u otro el ciudadano, por lo que existe alguna ideología imperante) o poderosos instrumentos de emancipación, precisamente, si se reconoce lo que pueden tener de pernicioso y distorsionador. En cualquier caso, las ideas y las convicciones son parte de la condición humana, en un terreno que hay que arrebatar a las fantasías propias de la religión, por lo que pueden funcionar como instrumento de transformación del mundo, si encontramos a los suficientes compañeros de viaje, con la aspiración de una fraternidad universal (concepto más necesario que nunca, despojado de la perversidad globalizadora capitalista). Si la ideología pretende representar a la sociedad con perfiles diferentes a lo conocido, con la intención de substituir los modelos imperantes, para huir de toda tentación autoritaria solo puede ser enriquecido con praxis de horizontalidad y pluralidad (que tantas veces cuestionarán una teoría que constriña la acción, por lo que los críticos de las ideologías se quedarán sin argumentos). Han existido grandes críticos de los grandes ideales, entendidos como promesas que dan sentido a nuestra vida junto a armonía, paz y justicia social, ya que consideran que ello conduce a rechazar a los escépticos y perseguir a los descreídos; considero que esa visión, autoritaria y totalitaria, es propia de aquellas ideologías fundadas en dos de los elementos que han hecho enfrentarse a los hombres: la religión y el nacionalismo. No es fácil establecer una definición de lo que es una ideología, lo mismo que no creo que nadie sepa establecer cómo la filosofía da el paso a ella; del mismo modo, mucha gente rechaza la filosofía por abstrusa, cuando puede y debe acercarse a cualquier persona para ayudar a transformar su vida. Es por eso que hay, en primer lugar, que escapar de toda visión vulgar, reduccionista y manipuladora de según que términos, que contribuyen al inmovilismo más alienante y empujan a dejar las decisiones sobre nuestra vida en manos ajenas.

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