Alexander Berkman es un personaje primordial en la historia del anarquismo, además de un escritor brillante del primer tercio del siglo XX. Su obra no es muy conocida en castellano, aunque afortunadamente es algo que se está solucionando en los últimos años. Si la editorial Melusina publicó hace unos años otra parte importante de sus memorias, como es Memorias de un anarquista en prisión, la propia editorial LaMalatesta hizo lo propio en 2012 con la que es probablemente la obra más sencilla y concisa sobre cuáles pueden ser las bases ideológicas y los medios de una posible revolución anarquista: El ABC del comunismo libertario.
Tal y como dijo Emma Goldman para un prólogo de esta obra, en 1937, “la superioridad de la literatura anarquista, comparada con los escritos de otras escuelas sociales, está en la sencillez de su estilo”. Berkman es un ejemplo de ello, sin ir en absoluto tal característica en detrimento del talento literario ni de la lucidez de lo expuesto, y ahora nos llega una obra que debiera ser de lectura obligada para la historia del socialismo: El mito bolchevique.
Nacido en lo que sería posteriormente Lituania, en el seno de una acomodada familia judía, Berkman fue un rebelde ya a temprana edad; a los 15 años, le expulsarían de la escuela por insubordinación y por sus convicciones ateas, a los 17, ya con profundos sentimientos revolucionarios, tendrá que emigrar a los Estados Unidos de América. Su llegada a aquellas tierras se produjo en un momento de profunda convulsión social, hay que recordar los sucesos de 1886, con la ejecución de los que serán conocidos como los Mártires de Chicago, que fueron el origen de la celebración del Primero de Mayo. En Nueva York, Berkman entrará en contacto con Johann Most, fundador del grupo Freiheit (libertad), del que formará parte después de militar en otro juvenil de expresión yídish llamado Pioneros de la Libertad.
Tal y como dijo Emma Goldman para un prólogo de esta obra, en 1937, “la superioridad de la literatura anarquista, comparada con los escritos de otras escuelas sociales, está en la sencillez de su estilo”. Berkman es un ejemplo de ello, sin ir en absoluto tal característica en detrimento del talento literario ni de la lucidez de lo expuesto, y ahora nos llega una obra que debiera ser de lectura obligada para la historia del socialismo: El mito bolchevique.
Nacido en lo que sería posteriormente Lituania, en el seno de una acomodada familia judía, Berkman fue un rebelde ya a temprana edad; a los 15 años, le expulsarían de la escuela por insubordinación y por sus convicciones ateas, a los 17, ya con profundos sentimientos revolucionarios, tendrá que emigrar a los Estados Unidos de América. Su llegada a aquellas tierras se produjo en un momento de profunda convulsión social, hay que recordar los sucesos de 1886, con la ejecución de los que serán conocidos como los Mártires de Chicago, que fueron el origen de la celebración del Primero de Mayo. En Nueva York, Berkman entrará en contacto con Johann Most, fundador del grupo Freiheit (libertad), del que formará parte después de militar en otro juvenil de expresión yídish llamado Pioneros de la Libertad.
El 22 de julio de 1892, Berkman llevó a cabo el atentado contra el magnate Frick, acción que pretendía librar al mundo de un explotador sin escrúpulos que había contratado a pistoleros de la agencia Pinkerton para asesinar a obreros en huelga. A pesar de que Berkman falló en su intento, fue condenado a 22 años de prisión, aunque la sentencia por homicidio frustrado debería haber sido de siete. Estuvo encarcelado durante 14 años, durante los cuales leyó, estudió y escribió, reforzando su visión anarquista del mundo; ese tiempo lo recoge su emotiva obra Memorias de un anarquista en prisión. Una vez libre, su militancia fue inagotable en forma de mítines, conferencias, manifestaciones y todo tipo de organizaciones y proyectos; también hará propaganda antimilitarista contra la Primera Guerra Mundial, algo que le llevará de nuevo a prisión durante siete meses. A finales de 1919, será deportado a Rusia junto a su compañera Emma Goldman, lo que dará origen a dos obras: la que nos ocupa en esta reseña y La insurrección de Kronstadt.
El mito bolchevique repasa, a modo de diario, los dos años de las experiencia de Berkman en la Rusia revolucionaria. A pesar de sus convicciones anarquistas, hay que decir que el autor consideraba en primera instancia que Lenin y los bolcheviques eran la auténtica vanguardia garante de la emancipación social de los trabajadores; así lo expresa Berkman en el capítulo final, llamado irónicamente “El anti-clímax” debido a que así lo describieron los editores en su tiempo con el objeto de censurarlo. Era necesario observar la realidad de lo que estaba ocurriendo para no seguir creyendo aquello de que los marxistas son, en última instancia, también anarquistas y solo toman el poder de forma temporal para acabar disolviendo el Estado; en sus escritos, Marx y Engels aseguraron que, si bien era necesario conquistar el poder político, el Estado iría gradualmente desapareciendo al convertirse sus funciones en innecesarias y obsoletas.
Berkman, incluso, mitigó durante algún tiempo sus críticas a los bolcheviques, ya que consideraba realmente que estaban siendo acosados por los enemigos reaccionarios siendo necesaria la colaboración entre las diversas facciones revolucionarias. Las evidencias de que aquella revolución había sido convertida en un monstruo grotesco, cimentado en la represión más intolerable, se fueron acumulando; un concepto fundamental del socialismo como es la lucha de clases fue convertida en una pura y dura guerra de venganza y exterminio. Hay que recordar, una vez más, que la Revolución rusa no se produjo según lo que predijo Marx en sus escritos; el capitalismo no se había desarrollado y el proletariado era más bien débil, no había por lo tanto antagonismo entre clases ni la consabida evolución de las fuerzas productivas. A pesar de ello, Lenin quiso ver las condiciones para una revolución socialista, que si bien pudo tener en origen unos rasgos libertarios muy loables, acabó derivando hacia una desconfianza hacia las masas adoptando el terror político como medio; el Estado, que fue elevado a instancia indiscutible de verdad, ahogó muy pronto toda iniciativa individual o colectiva. Tal y como consideraban los anarquistas, el poder político y el esfuerzo constructivo revolucionario resultan incompatibles.
Solo hay que comprobar la indignación que esta obra de Berkman ha causado, y desgraciadamente sigue causando, entre los partidarios del socialismo de Estado; demuestra ceguera política o, tal vez, muy mala intención, ya que el análisis que puede encontrarse en las páginas de El mito bolchevique no es solo libertario, sino netamente socialista, tal y como insistimos una y otra vez. Son enseñanzas históricas que parecen elementales: la NEP (Nueva Política Económica) en 1921, que no fue más que la introducción del capitalismo en Rusia, sustituyó al comunismo militar; durante los dos años previos, los bolcheviques aseguraron que el terror y las persecuciones cesarían tras ese periodo, lo que explica el apoyo y esperanza del pueblo ruso y de gran parte de los elementos revolucionarios.
El resto es historia, la represión se mantuvo, intensificándose con el tiempo e incluso afectando al propio Partido Comunista; el terror aumentó la insatisfacción en diversas zonas del país, de ahí levantamientos como el de Kronstadt aniquilados cruentamente por órdenes de Trotski. La dictadura del proletariado nunca se produjo, ya que la clase trabajadora estaba incluso más explotada y reprimida que en otros países, tal y como relata Berkman. El ser humano necesita, al menos, cierto grado de libertad, de derecho y de iniciativa personal para liberar sus energías creativas y ayudar al progreso individual y colectivo; si el poder político reprime la vida cultural y social de un país, solo produce depresión y estancamiento. Era necesario descubrir el engaño, y al parecer sigue siéndolo al ser seducidas las masas una y otra vez por vías estatales para solucionar los problemas sociales; es por eso que El mito bolchevique resulta una lectura imprescindible.
El mito bolchevique repasa, a modo de diario, los dos años de las experiencia de Berkman en la Rusia revolucionaria. A pesar de sus convicciones anarquistas, hay que decir que el autor consideraba en primera instancia que Lenin y los bolcheviques eran la auténtica vanguardia garante de la emancipación social de los trabajadores; así lo expresa Berkman en el capítulo final, llamado irónicamente “El anti-clímax” debido a que así lo describieron los editores en su tiempo con el objeto de censurarlo. Era necesario observar la realidad de lo que estaba ocurriendo para no seguir creyendo aquello de que los marxistas son, en última instancia, también anarquistas y solo toman el poder de forma temporal para acabar disolviendo el Estado; en sus escritos, Marx y Engels aseguraron que, si bien era necesario conquistar el poder político, el Estado iría gradualmente desapareciendo al convertirse sus funciones en innecesarias y obsoletas.
Berkman, incluso, mitigó durante algún tiempo sus críticas a los bolcheviques, ya que consideraba realmente que estaban siendo acosados por los enemigos reaccionarios siendo necesaria la colaboración entre las diversas facciones revolucionarias. Las evidencias de que aquella revolución había sido convertida en un monstruo grotesco, cimentado en la represión más intolerable, se fueron acumulando; un concepto fundamental del socialismo como es la lucha de clases fue convertida en una pura y dura guerra de venganza y exterminio. Hay que recordar, una vez más, que la Revolución rusa no se produjo según lo que predijo Marx en sus escritos; el capitalismo no se había desarrollado y el proletariado era más bien débil, no había por lo tanto antagonismo entre clases ni la consabida evolución de las fuerzas productivas. A pesar de ello, Lenin quiso ver las condiciones para una revolución socialista, que si bien pudo tener en origen unos rasgos libertarios muy loables, acabó derivando hacia una desconfianza hacia las masas adoptando el terror político como medio; el Estado, que fue elevado a instancia indiscutible de verdad, ahogó muy pronto toda iniciativa individual o colectiva. Tal y como consideraban los anarquistas, el poder político y el esfuerzo constructivo revolucionario resultan incompatibles.
Solo hay que comprobar la indignación que esta obra de Berkman ha causado, y desgraciadamente sigue causando, entre los partidarios del socialismo de Estado; demuestra ceguera política o, tal vez, muy mala intención, ya que el análisis que puede encontrarse en las páginas de El mito bolchevique no es solo libertario, sino netamente socialista, tal y como insistimos una y otra vez. Son enseñanzas históricas que parecen elementales: la NEP (Nueva Política Económica) en 1921, que no fue más que la introducción del capitalismo en Rusia, sustituyó al comunismo militar; durante los dos años previos, los bolcheviques aseguraron que el terror y las persecuciones cesarían tras ese periodo, lo que explica el apoyo y esperanza del pueblo ruso y de gran parte de los elementos revolucionarios.
El resto es historia, la represión se mantuvo, intensificándose con el tiempo e incluso afectando al propio Partido Comunista; el terror aumentó la insatisfacción en diversas zonas del país, de ahí levantamientos como el de Kronstadt aniquilados cruentamente por órdenes de Trotski. La dictadura del proletariado nunca se produjo, ya que la clase trabajadora estaba incluso más explotada y reprimida que en otros países, tal y como relata Berkman. El ser humano necesita, al menos, cierto grado de libertad, de derecho y de iniciativa personal para liberar sus energías creativas y ayudar al progreso individual y colectivo; si el poder político reprime la vida cultural y social de un país, solo produce depresión y estancamiento. Era necesario descubrir el engaño, y al parecer sigue siéndolo al ser seducidas las masas una y otra vez por vías estatales para solucionar los problemas sociales; es por eso que El mito bolchevique resulta una lectura imprescindible.
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