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sábado, 21 de marzo de 2015

El imaginario social

Entendemos por imaginario social, término que se usa habitualmente en las ciencias sociales, un concepto creado para designar las representaciones sociales en sus instituciones. No pocas veces, puede considerarse a este concepto con el mismo significado de mentalidad, cosmovisión, conciencia colectiva o ideología. Para Cornelius Castoriadis, autor que se considera que ha dado un significado moderno al concepto que nos ocupa, las instituciones sociales y la posibilidad de transformación no se explican únicamente por causas materiales (tal y como sostienen los marxistas más deterministas), sino que tiene un papel importante el imaginario social.

Toda sociedad existe según un doble modo: el modo de "lo instituido", una serie de instituciones con un cierto grado de estabilización, y el modo de "lo instituyente", que viene a ser la dinámica que lleva a la transformación social.
Para Castoriadis, existe una institución imaginaria de la sociedad, que estaría formada por tres términos:
-Institución: es decir, la sociedad no es natural, sino obra de la acción humana; la acción del ser humano está marcada por un propósito y mediatizada por un sistema simbólico, por lo que se trata de un proyecto irreducible al comportamiento animal y tampoco a simples causas (para comprender el proyecto social, hay que hablar más de razones que de causas).
-Imaginario: cuando decimos que dicha institución es imaginaria significa, en primer lugar, que se trata de un fenómeno del espíritu y, en segundo lugar, que las significaciones y valores que condicionan la sociedad son inventadas por los seres humanos; debe ser puestas, por ello, en relación con una capacidad de creación (por lo tanto, las significaciones sociales no son naturales y tampoco enteramente racionales).
-Sociedad/socia: cuando decimos que el imaginario es social significa que los fenómenos que lo constituyen no son reducibles a lo síquico e individual; la institución de la sociedad no es obra de ningún individuo o grupo de ellos en particular, sino de un colectivo anónimo e indivisible, que trasciende a las personas y se impone a ellas; este imaginario social provee a la sique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y las formas de cooperación.
Así, para Castoriadis una sociedad es un conjunto de significaciones imaginarias sociales encarnadas en instituciones a las que animan.

Castoriadis concibe los fenómenos sociales e históricos partiendo del espíritu humano, lo que le aparta de toda interpretación naturalista o materialista. Las significaciones imaginarias serían constitutivas del ser mismo de la sociedad y de la historia; un espíritu objetivo, en palabras de Hegel. Pero Castoriadis realiza una propuesta original de ese espíritu objetivo al introducir la noción de imaginario; las manifestaciones sociales e históricas quedarían agrupadas bajo la expresión de imaginario social. Así, la potencia creadora de las sociedades descansaría, no solo en individuos excepcionalmente dotados, sino en las plenas realidades culturales e históricas. La imaginación no es meramente reproductora o superficialmente fantasiosa (por lo que sería una imaginación secundaria), sino que también existe una profunda y creativa (el imaginario radical). Por otro lado, frente a una visión excesivamente intelectual y estática, las significaciones sociales tienen un notable valor afectivo e intencional; de esta manera, el imaginario social no supone solo una visión del mundo, ya que se caracteriza por un impulso vinculado a una expectativa y a una intención, así como por una tonalidad afectiva dominante.

Con frecuencia, se condena desde la filosofía la imaginación haciendo de ella la fuente de todo error e ilusión. Sin embargo, tal y como la concibe Castoriadis, la imaginación no se enfrenta a lo real y se le otorga un papel constructivo y positivo; para este autor, el imaginario es el propio elemento en el cual y por el cual se despliega lo social e histórico. La realidad humana no estaría nunca determinada, sino que tendría dos dimensiones; una racional y otra imaginaria. El sentido ontológico de Castoriadis descansa, obviamente, sobre una precedencia de lo social frente a lo individual, pero dando entrada a la existencia de la autonomía individual; otro gran valor de la visión de este autor es su negación de todo reduccionismo, dejando lugar para la pluralidad social y la diversidad de expresiones culturales.
De hecho, Castoriadis no promueve ejercitar la imaginación y sí el llevar a la práctica la autonomía. El imaginario no es un concepto político, sino teórico, surge espontáneamente del ámbito de lo socio-histórico, antes de ser recuperado o pensado explícitamente como acción creadora. Una idea fundamental del pensamiento político de Castoriadis es que la práctica precede siempre a la teoría y los proyectos políticos sólo se sostienen si recuperan y prolongan lo que ya está germinando en la realidad efectiva. Dentro del proyecto de autonomía, se trata de liberar la potencia del imaginario para rentabilidar su capacidad creativa; una herencia kantiana en Castoriadis es la idea de un doble juego, en el ámbito creativo de las formas culturales, entre los resultados de la imaginación creadora y las reglas de la razón.

Enlaces de interés: 
Castoriadis, la ruptura con el marxismo y el concepto de autonomía 
Cuestionar lo instituido

miércoles, 25 de diciembre de 2013

El imaginario social

Entendemos por imaginario social, término que se usa habitualmente en las ciencias sociales, un concepto creado para designar las representaciones sociales en sus instituciones. No pocas veces, puede considerarse a este concepto con el mismo significado de mentalidad, cosmovisión, conciencia colectiva o ideología. Para Cornelius Castoriadis, autor que se considera que ha dado un significado moderno al concepto que nos ocupa, las instituciones sociales y la posibilidad de transformación no se explican únicamente por causas materiales (tal y como sostienen los marxistas más deterministas), sino que tiene un papel importante el imaginario social.

Toda sociedad existe según un doble modo: el modo de "lo instituido", una serie de instituciones con un cierto grado de estabilización, y el modo de "lo instituyente", que viene a ser la dinámica que lleva a la transformación social.
Para Castoriadis, existe una institución imaginaria de la sociedad, que estaría formada por tres términos:
-Institución: es decir, la sociedad no es natural, sino obra de la acción humana; la acción del ser humano está marcada por un propósito y mediatizada por un sistema simbólico, por lo que se trata de un proyecto irreducible al comportamiento animal y tampoco a simples causas (para comprender el proyecto social, hay que hablar más de razones que de causas).
-Imaginario: cuando decimos que dicha institución es imaginaria significa, en primer lugar, que se trata de un fenómeno del espíritu y, en segundo lugar, que las significaciones y valores que condicionan la sociedad son inventadas por los seres humanos; debe ser puestas, por ello, en relación con una capacidad de creación (por lo tanto, las significaciones sociales no son naturales y tampoco enteramente racionales).
-Sociedad/socia: cuando decimos que el imaginario es social significa que los fenómenos que lo constituyen no son reducibles a lo síquico e individual; la institución de la sociedad no es obra de ningún individuo o grupo de ellos en particular, sino de un colectivo anónimo e indivisible, que trasciende a las personas y se impone a ellas; este imaginario social provee a la sique de significaciones y valores, y a los individuos les da los medios para comunicarse y las formas de cooperación.
Así, para Castoriadis una sociedad es un conjunto de significaciones imaginarias sociales encarnadas en instituciones a las que animan.

Castoriadis concibe los fenómenos sociales e históricos partiendo del espíritu humano, lo que le aparta de toda interpretación naturalista o materialista. Las significaciones imaginarias serían constitutivas del ser mismo de la sociedad y de la historia; un espíritu objetivo, en palabras de Hegel. Pero Castoriadis realiza una propuesta original de ese espíritu objetivo al introducir la noción de imaginario; las manifestaciones sociales e históricas quedarían agrupadas bajo la expresión de imaginario social. Así, la potencia creadora de las sociedades descansaría, no solo en individuos excepcionalmente dotados, sino en las plenas realidades culturales e históricas. La imaginación no es meramente reproductora o superficialmente fantasiosa (por lo que sería una imaginación secundaria), sino que también existe una profunda y creativa (el imaginario radical). Por otro lado, frente a una visión excesivamente intelectual y estática, las significaciones sociales tienen un notable valor afectivo e intencional; de esta manera, el imaginario social no supone solo una visión del mundo, ya que se caracteriza por un impulso vinculado a una expectativa y a una intención, así como por una tonalidad afectiva dominante.

Con frecuencia, se condena desde la filosofía la imaginación haciendo de ella la fuente de todo error e ilusión. Sin embargo, tal y como la concibe Castoriadis, la imaginación no se enfrenta a lo real y se le otorga un papel constructivo y positivo; para este autor, el imaginario es el propio elemento en el cual y por el cual se despliega lo social e histórico. La realidad humana no estaría nunca determinada, sino que tendría dos dimensiones; una racional y otra imaginaria. El sentido ontológico de Castoriadis descansa, obviamente, sobre una precedencia de lo social frente a lo individual, pero dando entrada a la existencia de la autonomía individual; otro gran valor de la visión de este autor es su negación de todo reduccionismo, dejando lugar para la pluralidad social y la diversidad de expresiones culturales.
De hecho, Castoriadis no promueve ejercitar la imaginación y sí el llevar a la práctica la autonomía. El imaginario no es un concepto político, sino teórico, surge espontáneamente del ámbito de lo socio-histórico, antes de ser recuperado o pensado explícitamente como acción creadora. Una idea fundamental del pensamiento político de Castoriadis es que la práctica precede siempre a la teoría y los proyectos políticos sólo se sostienen si recuperan y prolongan lo que ya está germinando en la realidad efectiva. Dentro del proyecto de autonomía, se trata de liberar la potencia del imaginario para rentabilidad su capacidad creativa; una herencia kantiana en Castoriadis es la idea de un doble juego, en el ámbito creativo de las formas culturales, entre los resultados de la imaginación creadora y las reglas de la razón.

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Castoriadis, la ruptura con el marxismo y el concepto de autonomía 
Cuestionar lo instituido 

domingo, 2 de junio de 2013

Castoriadis, la ruptura con el marxismo y el concepto de autonomía

Cornelius Castoriadis (1922-1997), que desempeñó en la Segunda Guerra Mundial un papel activo en la resistencia Grecia contra el Ejército alemán, quedará marcado por los acontecimientos posteriores al conflicto bélico: la Guerra Fría, el estalinismo, las guerras coloniales en Francia (Indochina, primero, y después Argelia), la desobediencia civil, las revueltas del 68… Si Castoriadis fue en sus inicios un marxista de pro, evolucionará hacia una crítica furibunda del mismo. Puede afirmarse sin duda que Castoriadis tenía un conocimiento exhaustivo, tanto de la filosofía antigua, como del desarrollo del pensamiento en Occidente; era también un sociólogo con un profundo análisis de las sociedades capitalistas y burocráticas, que elaboró una nueva comprensión del hecho social, además de economista, sicoanalista, historiador, científico y politólogo. No se trata de un autor fácilmente encasillable a nivel académico, y lo explica en parte que tenía una edad madura cuando se adentra en los círculos intelectuales de carácter oficial. El pensamiento de Castoriadis, tal como dice Tomás Ibáñez en Contra la dominación, es complejo; Edgar Morin llegó a definirlo como un auténtico "titán del pensamiento".

La trayectoria y compromiso político de Castoriadis, en cualquier caso, resulta desligable de su forma de pensar; sería un militante revolucionario convencido, profundamente crítico con la sociedad capitalista y deseoso de una transformación radical del mundo contemporáneo. A partir de ese compromiso político, desarrollo su concepto de autonomía y acabará rompiendo, de manera radical (aunque existe controversia con eso), con el marxismo. Si militó, primero en el Partido Comunista Griego, y después en el Partido Comunista Internacionalista (trotskista), en 1948 llega ya a la conclusión de que la Unión Soviética no es "un estado obrero degenerado" (tal y como dijo Trotski), sino una nueva variedad de capitalismo de Estado, burocrático y totalitario. En 1949, definiéndose aún como marxista revolucionario (antiestalinista), funda un nuevo grupo político en torno a la revista Socialismo o barbarie. Sus intenciones serán fomentar una organización revolucionaria y el desarrollo de un movimiento obrero, con especial atención a las experiencias consejistas, profundizar en el análisis marxista de las sociedades contemporáneas (tanto del capitalismo occidental, como del capitalista-burocrático del Este) y ahondar igualmente en la propia teoría proveniente de Marx. Socialismo o barbarie está considerada como una revista mítica, a pesar de su escasa difusión y poco incidencia en el momento, con lúcidos análisis visto posteriormente como acertados, que se publicará hasta 1965; el grupo político se romperá un año después, quedaba muy poco para los hechos del mayo del 68.

En el marco y los análisis promovidos por Socialismo o barbarie es donde desarrollará Castoriadis su concepto de autonomía y su ruptura, radical o no, con el marxismo. Naturalmente, su abandono del marxismo no hace que su pensamiento haga un giro hacia lo reaccionario; muy al contrario, se trata de una profundización en su condición de revolucionario, en el compromiso indudable con la transformación de la sociedad. Parece obvio que la crítica de Castoriadis coincide con la realizada siempre por los anarquistas: los movimientos revolucionarios pierden su condición cuando delegan en la burocracia y en lo dirigentes de los partidos, y la autogestión de la economía en manos de los obreros desaparece al confiar en una élite de especialistas. Naturalmente, autoorganización, autogestión, y de forma más general la autonomía, son inherentes a cualquier proyecto revolucionario. La autonomía consiste en la capacidad por decidir por sí mismos, por otorgarse sus propias normas; el cómo llevarla a cabo será la cuestión sobre la que pivote todo el pensamiento de Castoriadis.

La conclusión a la que llega el filósofo griego es que heteronomía es la regla a nivel sociológico e histórico. La eficacia y cohesión de las sociedades se sustentan en el supuesto de que las normas tienen un origen externo, ya sea la naturaleza, los dioses, los mitos, la tradición o, de manera contemporánea, las leyes históricas o economicistas. No obstante, Castoriadis considera que las sociedades son, obviamente, autónomas, aunque algo hace que no se perciban como tales. No existe instancia exterior que le dicte sus normas ni nivel tracendente que regule su funcionamiento. Sin embargo, la sociedad oculta a sus miembros su naturaleza histórica y autoinstituyente, aparece como algo ya dado y determinado, sin que los integrantes puedan decidir ni cuestionar unas normas que, aparentemente, no tienen su origen en la propia sociedad.

Castoriadis considera que hay dos rupturas históricas de esta apariencia: en la Antigua Grecia, donde se neutraliza ese periodo de ocultación y se crea un nuevo modo de ser de la sociedad (se cuestiona la tradición y se debate sobre la conveniencia o no de las normas, se inventa en suma la política), y siglos más tarde en la Europa Occidental. Si se considera lo político como originado e instituido en la propia sociedad, existe la posibilidad de enjuiciarlo y de transformarlo. No existe ningún tipo de trascendencia en lo social, es el propio ser humano el que instituye la sociedad, por lo que él mismo puede activar un nuevo proceso instituyente. Castoriadis caracteriza su pensamiento por un antitrascendentalismo, un antiesencialismo y un antideterminismo, son la única posibilidad de asegurar la autonomía. Por otra parte, la autonomía es un hecho, histórico y sociológicamente, comprobable, por lo que no puede existir duda de la validez de esos principios. En el campo filosófico (ontológico), Castoriadis también insistirá en la autonomía, lo cual supone una ruptura con la concepción clásica del ser (la cual supone la predeterminación), ya que en ella no cabía un tipo de ser capaz de decidir sobre su modo de ser y tampoco el acto creativo (en sentido fuerte).

Como hemos dicho, Castoriadis fue en principio un convencido marxista y militante revolucionario, convencido de que si era lo segundo debía ser lo primero. Pero su ruptura con el marxismo se producirá precisamente al considerar que las ideas de Marx eran contraproducentes para la revolución. Será a partir de esa crítica del marxismo como se desarrollará su reflexión sobre la autonomía. En un principio, el grupo político Socialismo o barbarie hizo una crítica del sistema soviético considerándolo una práctica desvirtuada del marxismo, un mal uso no revolucionario de una doctrina que sí lo era. Más tarde, las críticas se extenderán a los aspectos cuestionables dentro del propio marxismo. En una tercera y última etapa, momento no compartido por todo el grupo (lo que supondrá su disolución final), puede decirse que hay ya una critica radical del marxismo, tanto en la práctica como en sus puntos de vista teóricos. Es éste el momento en el que se considera que Castoriadis abandona su actividad militante para entregarse a "repensar en profundidad el proyecto revolucionario". No obstante, esta intensa actividad intelectual no supondrá que no colabore con diversos movimientos revolucionarios; fue por ejemplo, invitado por la CNT en la Transición a impartir una conferencia en Barcelona.

La crítica de Castoriadis al marxismo será articulada en tres puntos. Desde el punto de vista económico, se considerará que la teoría de Marx puede ser falsa al no haberse cumplido sus predicciones en cuanto al desarrollo del capitalismo; el supuesto cientificismo de la teoría de Marx desemboca en un modelo mecanicista solo válido si se elimina la incidencia de la mano humana (obviamente, no predecible). Desde un punto de vista histórico y político, el marxismo ya no será válido para comprender ni transformar la historia en el presente; ello es porque se ha transformado en una ideología, precisamente en el sentido que le daba Marx, "un conjunto de ideas que se aplica a la realidad no para dilucidarla y transformarla, sino para oscurecerla y justificarla en el imaginario" (para mantener y reforzar el statu quo). Finalmente, desde el punto de vista filosófico, se criticará en la teoría marxista el peso desmesurado de la economía, y del desarrollo de la fuerzas productivas, en detrimento del resto de las relaciones sociales. En este campo último, se hará la crítica más furibunda, al basarse Marx en una supuesta naturaleza humana esencialista e inalterable y en un credo de base determinista (que tiene su origen en Hegel). Resulta inaceptable una doctrina que niega la posibilidad del ejercicio de autonomía e impide pensar la historia como campo de creación.

La preocupación política motiva y activa el pensamiento de Castoriadis. Su intención revolucionaria le llevará a considerar el concepto de autonomía como deseable, tanto a nivel individual como social. El ser autónomo será capaz de darse a sí mismo, reflexivamente, sus propias leyes de existencia y de decidir su modo de ser, capaz de modificar las leyes que determinan su propia existencia si ello es preciso. La autonomía solo podrá constituirse mediante la práctica, y Castoriadis se volcará en preservar los gérmenes que se han ido fraguando en determinadas sociedades durante la historia y en provocar el deseo de autonomía en el mayor número de personas. Trabajará fundamentalmente en el campo de la filosofía occidental, así como en la sociología y en la sicología, para elaborar una historia crítica del pensamiento que sea capaz de otorgar a nuestro propio pensamiento la posibilidad de pensar de otra forma.

Para sostener el concepto de autonomía en el plano del pensamiento, aparecen varios obstáculos. El mismo concepto de autonomía implica dos operaciones aparentemente antitéticas según los dictados del pensamiento heredado: la creación y la autodeterminación. La autonomía supone la creación de algo que no es deducible a partir de las condiciones antecedentes (algo que no existe previamente, lo cual no consiste en crear "con nada" ni "desde nada"). La autodeterminación, por otra parte, parece consistir en la posibilidad de una operación a partir de una determinación previa (ya establecida "desde siempre"). El pensamiento instituido considerará inaceptable tanto la creación de algo sin existencia previa, como el presupuesto de no determinidad, por lo que tampoco tendrá cabida el concepto mismo de autonomía. En definitiva, Castoriadis combatirá el pensamiento instituido y para ello se verá obligado a repensarlo.

martes, 29 de septiembre de 2009

Cuestionar lo instituido

Castoriadis considera que todo ser humano viene al mundo con cierta constitución biológica y también síquica. Esta constitución síquica es muy peculiar y sus características hacen del hombre "un ser inviable", inapto para asegurar su propia supervivencia. Ello es debido al desmesurado desarrollo de "la imaginación" y al carácter "desfuncionalizado" de la sique. Kant consideraba la imaginación como esa capacidad que tenemos de "representar un objeto en la intuición, aun sin su presencia". Esa capacidad de reproducir (incluso distorsionándolo) lo que "es", aun en ausencia de lo que "es", se llama "imaginación segunda". Junto a ella, está la imaginación que Kant llama "trascendental" y que Castoriadis denomina "radical"; se trata de la capacidad de engendrar representaciones que no proceden de una incitación externa ni de algo "existente", aquellas que son una pura y continua creación de la sique. Castoriadis llama "radical" a este imaginario, no solo para diferenciarlo de la "imaginación segunda", también para dejar claro que esta imaginación viene antes de la propia distinción entre lo real, por una parte, y lo imaginario, entendido como ficcional, por otra. Las representaciones que provienen del "imaginario radical" se llaman desfuncionalizadas debido a que están separadas de los objetos vinculados a la necesidad biológica; producen "placer por sí mismas y en sí mismas", independientemente de las exigencias de la supervivencia biológica y sin resultar funcionales para la misma.

Castoriadis considera que el ser humano, cuando viene al mundo, es un ser egocéntrico, cerrado sobre sí mismo y con la capacidad de vivir indefinidamente en el puro placer de la representación. Solo habrá una ruptura con esta situación, de forma violenta, cuando actúe la institución social sobre el individuo socializándole. Así, la sociedad transforma al "animal loco", haciéndole apto para la vida, de la siguiente manera: constriñe su sique, le obliga a desplazar sus investiduras desde sus objetos predilectos hacia objetos propiamente sociales, rompe su egocentrismo y le enseña la necesidad de las mediaciones para la obtención del placer, limitando el desmesurado poder de representación. Castoriadis denomina también "radical" al imaginario social, instituyente de la sociedad, debido a que procede también a una creación sin existencia previa (a una nueva modalidad del ser), pero también porque constituye a la sociedad como "un ser para sí",

El "imaginario social radical" instituye, simultáneamente, lo siguiente: un nuevo tipo de "ser", singular, sin que se encuentre en ningún otro estrato del mundo y capaz de engendrarse a sí mismo; un universo de significados, y un conjunto de instituciones portadoras de esos significados sociales imaginarios. Estos elementos no están, en un principio, determinados, pero sí se someten a un conjunto de constricciones, las que tienen que ver con las propias características del mundo y con la necesidad de la sociedad de otorgarse a sí misma unas normas. Por otra parte, para asegurar su supervivencia, la sociedad debe socializar la sique, producir individuos que sean "fragmentos totales de la sociedad", y para ello debe proporcionar una serie de contrapartidas. De ese modo, la sociedad proporcionará al individuo "objetos de derivación" de sus pulsiones y de sus deseos, "polos identificatorios" (clan, etnia, nación, género...) y, sobre todo, "sentido" que recubra el "abismo" de la existencia humana (en el campo, obviamente, de la religión, la filosofía, la ciencia o la razón).

Castoriadis considera que la institución de la sociedad descansa sobre "un magma de significaciones imaginarias sociales", que define a la sociedad de una manera singular y que la permite establecer en su interior lo que tiene sentido y lo que carece de él. No es que la sociedad posea un sistema de interpretación del mundo, sino que es ella misma un sistema de interpretación del mundo; crea ella misma un mundo en el que nada puede entrar que no sea coherente con las significaciones imaginarias que lo constituyen.

La institución de la sociedad engendra un nuevo ser, el cual no puede ser reducido a las categorías que maneja la filosofía occidental (categorías que responden a una lógica de tipo "conjuntista-identitatario"), ya que es "autocreacion" (debido a que incorpora lo imaginario y está constituido por significaciones). Es un nuevo tipo de ser, no determinado y con la capacidad de alterarse a sí mismo, que Castoriadis denomina "social-histórico". No existe lo social por un lado, y lo histórico por otro, la sociedad es "histórico-social" en su propio modo de ser. Es el único tipo de "ser" capaz de cuestionar su propias leyes de existencia y de alterarse a sí mismo de manera consciente. Para que esa capacidad pase de ser potencial a factible, es necesario romper la significación imaginaria que conduce a la institución social a predicar sobre sí misma que no es obra humana, y crear la significación imaginaria según la cual la sociedad y sus normas son puras invenciones humanas. El precio que hay que pagar por ello es dejar a la sociedad sin ninguna garantía trascendente ni extrasocial, y dejarla tan perecedera como la existencia del ser humano. Castoriadis deja claro que toda sociedad es un tipo de ser definido como histórico-social, aunque algunas sean conscientes de que lo son y otras no, dependiendo de la significaciones imaginarias sociales que las constituyen. Unas significaciones que, en cualquier caso, siempre se pueden alterar, tanto ocultando lo que en un tiempo se supo como desvelando lo que se ignoraba.

Pasado el periodo instituyente de la sociedad, lo instituido se plasma según Castoriadis en las "instituciones segundas". Dentro de éstas, están las "instituciones transhistóricas", comunes a todas las sociedades con características diferentes en cada una de ellas (lenguaje, religión, individuo o familia), y las "instituciones específicas", propias solo de determinadas sociedades (pone Castoriadis como ejemplos la polis griega y la empresa capitalista). Como las instituciones son "un fin para sí mismas" (o "un fin en sí mismas") establecen las condiciones adecuadas para su preservación y reproducción, así como para la perpetuación y reproducción de los significados imaginarios sociales que encarnan. Para ello, volviendo a lo mencionado al principio, necesitan socializar a los individuos, hacerlos apropiados para sus fines y conformes a la norma. En definitiva, necesitan conseguir que la sique absorba las significaciones imaginarias sociales que constituyen la sociedad, consiguiendo con ello individuos que serán "fragmentos totales de esa sociedad" (no existe separación individuo/sociedad). Lo único del individuo que no es enteramente social es esa parte de la sique, el "imaginario radical", que escapa a cualquier determinación (incluida la "social"). Existe por lo tanto la posibilidad de la autonomía, ya que las expresiones "individuos socialmente conformados por la sociedad instituida" y "posibilidad de cambio radical" no son mutuamente excluyentes, ya que el individuo puede romper la "clausura" formada al crear la sociedad "un mundo para sí".

Castoriadis pone todo su empeño en desarrollar un pensamiento crítico que cuestione lo instituido, tanto en el plano socio-político como en el del propio pensamiento. El objetivo es transformar la sociedad, desde una perspectiva revolucionaria, y para ello los colectivos sociales deben poder decidir por sí mismos el tipo de sociedad que desean promover. Para ello, es necesario interrogarse sobre la capacidad que tienen los seres humanos de crear, en el sentido fuerte de este término, de inventar nuevas realidades. Se trata de una "creación radical", que rompa con toda tradición heredada capaz de obstaculizar la posibilidad misma de pensarla (con todo principio trascendental, esencialista y determinista). El ejercicio de nuestra libertad resulta, en suma, incompatible con la intención de fundamentar nuestros criterios en otra cosa que no sean nuestras propias prácticas (contingentes, históricas, humanas).

sábado, 26 de septiembre de 2009

Crítica furibunda al marxismo

Castoriadis fue en un principio un convencido marxista y militante revolucionario, convencido de que si era lo segundo debía ser lo primero. Pero su ruptura con el marxismo se producirá precisamente al considerar que las ideas de Marx eran contraproducentes para la revolución. Será a partir de esa crítica del marxismo como se desarrollará su reflexión sobre la autonomía. En un principio, el grupo político Socialismo o barbarie hizo una crítica del sistema soviético considerándolo una práctica desvirtuada del marxismo, un mal uso no revolucionario de una doctrina que sí lo era. Más tarde, las críticas se extenderán a los aspectos cuestionables dentro del propio marxismo. En una tercera y última etapa, momento no compartido por todo el grupo (lo que supondrá su disolución final), habrá una critica ya radical del marxismo, tanto en la práctica como en sus puntos de vista teóricos. Es éste el momento en el que se considera que Castoriadis abandona su actividad militante para entregarse a "repensar en profundidad el proyecto revolucionario". No obstante, esta intensa actividad intelectual no supondrá que no colabore con diversos movimientos revolucionarios, siendo, por ejemplo, invitado por la CNT en la Transición a impartir una conferencia en Barcelona.

La crítica de Castoriadis al marxismo será articulada en tres puntos. Desde el punto de vista económico, se considerará que la teoría de Marx puede ser falsa al no haberse cumplido sus predicciones en cuanto al desarrollo del capitalismo; el supuesto cientificismo de la teoría de Marx desemboca en un modelo mecanicista solo válido si se elimina la incidencia de la mano humana (obviamente, no predecible). Desde un punto de vista histórico y político, el marxismo ya no será válido para comprender ni transformar la historia en el presente; y ello es porque se ha transformado en una ideología, precisamente en el sentido que le daba Marx, "un conjunto de ideas que se aplica a la realidad no para dilucidarla y transformarla, sino para oscurecerla y justificarla en el imaginario" (para mantener y reforzar el statu quo). Finalmente, desde el punto de vista filosófico, se criticará en la teoría marxista el peso desmesurado de la economía, y del desarrollo de la fuerzas productivas, en detrimento del resto de las relaciones sociales. En este campo último, se hará la crítica más furibunda, al basarse Marx en una supuesta naturaleza humana esencialista e inalterable y en un credo de base determinista (que tiene su origen en Hegel). Resulta inaceptable una doctrina que niega la posibilidad del ejercicio de autonomía e impide pensar la historia como campo de creación.

La preocupación política motiva y activa el pensamiento de Castoriadis. Su intención revolucionaria le llevará a considerar el concepto de autonomía como deseable, tanto a nivel individual como social. El ser autónomo será capaz de darse a sí mismo, reflexivamente, sus propias leyes de existencia y de decidir su modo de ser, capaz de modificar las leyes que determinan su propia existencia si ello es preciso. La autonomía solo podrá constituirse mediante la práctica, y Castoriadis se volcará en preservar los gérmenes que se han ido fraguando en determinadas sociedades durante la historia y en provocar el deseo de autonomía en el mayor número de personas. Trabajará fundamentalmente en el campo de la filosofía occidental, así como en la sociología y en la sicología, para elaborar una historia crítica del pensamiento que sea capaz de otorgar a nuestro propio pensamiento la posibilidad de pensar de otra forma (algo similar a lo que hará también Foucault).

Para sostener el concepto de autonomía en el plano del pensamiento, aparecen varios obstáculos. El mismo concepto de autonomía implica dos operaciones aparentemente antitéticas según los dictados del pensamiento heredado: la creación y la autodeterminación. La autonomía supone la creación de algo que no es deducible a partir de las condiciones antecedentes (algo que no existe previamente, lo cual no consiste en crear "con nada" ni "desde nada"). La autodeterminación, por otra parte, parece consistir en la posibilidad de una operación a partir de una determinación previa (ya establecida "desde siempre"). El pensamiento instituido considerará inaceptable tanto la creación de algo sin existencia previa, como el presupuesto de no determinidad, por lo que tampoco tendrá cabida el concepto mismo de autonomía. Castoriadis combatirá el pensamiento instituido y para ello se verá obligado a repensarlo.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El concepto de autonomía en Castoriadis

Castoriadis fue un fillósofo, conocedor en profundidad de la filosofía griega antigua y del pensamiento occidental posterior, sociólogo, que elaboró una nueva comprensión del hecho social, economista y lúcido y activo sicoanalista. Por si eso no fuera poco, hay que destacar también sus facetas como brillante analista político, y practicante él mismo de una intensa y comprometida actividad política, como historiador, matemático y conocedor de la física y de las ciencias naturales. Su actividad académica comienza a la tardía edad de 57 años; incansable y atípico intelectual, por lo difícil de encasillar.

Para muchos, Castoriadis es un auténtico "titán del pensamiento", de no fácil lectura, y me ha extrañado mucho no encontrar su nombre en la intensa obra de José Ferrater Mora "Diccionario de filosofía", de 4 tomos, al menos no en la edición que yo tengo de hace 30 años. El pensamiento de este autor está muy ligado a su biografía política y parece de difícil comprensión sin entender también su trayectoria y compromiso político. Profundo revolucionario, crítico radical de la sociedad capitalista y preconizador de una transformación radical de la sociedad contemporánea. A partir de este compromiso político, elaborará su concepción de "autonomía" y, de la misma manera, desarrollará una nueva concepción de la sociedad focalizada en su idea de "imaginario". Hay quien sostiene que acabará rompiendo de forma radical con la tradición marxista, y otros que no lo hará del todo, poniendo el foco de sus críticas en el despotismo de Lenin, Stalin, Mao y compañía. No obstante, su temprana militancia a los 17 años en el Partido Comunista Griego desembocará muy pronto en una clara discrepancia (por lo patriotero y nacionalista del partido, y lo poco revolucionario). De igual modo, es un furibundo crítico de lo burocrático y autoritario del comunismo, lo que le lleva en un primer lugar al trotskismo, con el que tampoco tardará en mostrar su disconformidad. La Unión Soviética no era para Castoriadis un "estado obrero degenerado", sino una nueva variedad de capitalismo concretada en el totalitarismo y en la burocracia. En 1949, definiéndose aún como marxista revolucionario (antiestalinista), funda un nuevo grupo político en torno a la revista Socialismo o barbarie. Sus intenciones serán fomentar una organización revolucionaria y obrera, con especial atención a las experiencias consejistas, profundizar en el análisis marxista de las sociedades contemporáneas (tanto del capitalismo occidental, como del burocrático del Este) y en la propia teoría proveniente de Marx. Socialismo o barbarie está considerada como una revista mítica (a pesar de su escasa difusión y poco incidencia en el momento), con lúcidos análisis posteriormente vistos como acertados, que se publicará hasta 1965, rompiéndose el grupo político al año siguiente.

En el marco y los análisis promovidos por Socialismo o barbarie es donde desarrollará Castoriadis su concepto de autonomía y su ruptura, radical o no, con el marxismo. Naturalmente, su abandono del marxismo no hace que su pensamiento gire hacia lo reaccionario; muy al contrario, se trata de una profundización en su condición de revolucionario, en su compromiso indudable con una tranformación de la sociedad. Parece claro que la crítica de Castoriadis coincide con la realizada siempre por los anarquistas: los movimientos revolucionarios pierden su condición cuando delegan en la burocracia y en lo dirigentes de los partidos, y la autogestión de la economía en manos de los obreros desaparece al confiar en una élite de especialistas. Naturalmente, autoorganización, autogestión, y de forma más general la autonomía, son inherentes a cualquier proyecto revolucionario. Autonomía es la capacidad por decidir por sí mismos, por otorgarse sus propias normas, y el cómo realizar tal cosa pivotará sobre el pensamiento de Castoriadis.

La conclusión a la que llega el filósofo griego es que heteronomia es la regla a nivel sociológico e histórico. La eficacia y cohesión de las sociedades se sustentan en el supuesto de que las normas tienen un origen externo, ya sea la naturaleza, los dioses, los mitos, la tradición o, de manera contemporánea, las leyes históricas o economicistas. No obstante, Castoriadis considera que las sociedades son, obviamente, autónomas, aunque algo hace que no se perciban como tales. No existe instancia exterior que le dicte sus normas ni nivel tracendente que regule su funcionamiento. Sin embargo, la sociedad oculta a sus miembros su naturaleza histórica y autoinstituyente, aparece como algo ya dado y determinado, sin que los integrantes puedan decidir ni cuestionar unas normas que, aparentemente, no tienen su origen en la propia sociedad. Castoriadis considera que hay dos rupturas históricas de esta apariencia: en la Antigua Grecia, donde se neutraliza ese periodo de ocultación y se crea un nuevo modo de ser de la sociedad (se cuestiona la tradición y se debate sobre la conveniencia o no de las normas, se inventa en suma la política), y siglos más tarde en la Europa Occidental. Si se considera lo político como originado e instituido en la propia sociedad, existe la posibilidad de enjuiciarlo y de transformarlo. No existe ningún tipo de trascendencia en lo social, es el propio ser humano el que instituye la sociedad y él mismo puede activar un nuevo proceso instituyente.

Al igual que Foucault, Castoriadis caracteriza su pensamiento por un antitrascendentalismo, un antiesencialismo y un antideterminismo, única posibilidad de asegurar la autonomía. Por otra parte, la autonomía es un hecho, histórico y sociológicamente, comprobable, por lo que no puede existir duda de la validez de esos principios. En el campo filosófico (ontológico), Castoriadis también insistirá en la autonomía, lo cual supone una ruptura con la concepción clásica del ser (la cual supone la predeterminación), ya que en ella no cabía un tipo de ser capaz de decidir sobre su modo de ser y tampoco el acto creativo (en sentido fuerte).
Seguiré hablando en entradas posteriores del pensamiento de Castoriadis, otro autor que parece importante para el campo libertario.