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domingo, 20 de febrero de 2011

El 25 de enero comenzaron las protestas en Egipto, en el llamado "día de la ira", en las que se piden mayores cotas de libertad y mejoras en las condiciones de vida. Un aspecto muy interesante de esta situación de revuelta, son los comités locales que ha creado el propio pueblo, una de las manifestaciones más interesantes como acción revolucionaria. Se trata de órganos realmente democráticos, competencia real para las élites dominantes y las instituciones autoritarias. Tal y como se ha analizado en algunos medios alternativos, en Egipto coexisitieron dos sistemas: el representado por los comités locales y el del gobierno de Mubarak, que utiliza al ejército para sustentarse. Lo grandioso de las revoluciones es que, frente a toda la cantidad de obstáculos históricos que parecen impedirlas, pueden transformar el mundo rápidamente. Después de 18 días de revuelta, el 11 de febrero cayó por fin el dictador, otro motivo de alegría y de esperanza.
Aunque los diferentes medios oficiales han insistido en la movilizaciones de los estudiantes y de la clase media, utilizando las nuevas tecnologías para coordinarse, han silenciado notablemente el importante papel de la clase trabajadora en el fin del régimen represivo. Durante años, y al igual que en otros países, la lucha obrera en Egipto fue muy dura. Así, la paralización económica promovida por los trabajadores ha sido una herramienta de presión fundamental para el fin de otra dictadura. La hipocresía de EEUU, y Occidente en general, con el apoyo coyuntural a estos regímenes y con el silenciamiento de ciertos factores en el análisis, no parece tener límites y bueno resulta también que quede en evidencie más tarde o más temprano. El ejemplo más significativo es que el mismo día que cae un dictador en Egipto, el presidente del parlamento español, el socialista José Bono, viaja a Guinea y saluda cordialmente al déspota Obiang, declarando lo mucho que les une, en aras de ciertos acuerdos petroliferos. Hay que insistir en que el papel de la clase trabajadora ha sido primordial, tanto en Túnez como en Egipto, para hacer caer regímenes dictatoriales, y es de esperar que la consciencia sobre esa labor impida nuevos sistemas de explotación. Como ya se ha indicado, es posible que la Junta Militar tema más al movimiento obrero que al radicalismo islámico. Las fuerzas de progreso, especialmente las de naturaleza claramente antiautoritaria, tienen mucho que decir al respecto.

Estados Unidos es un gran aliado del régimen egipcio, el cual es uno de los principales pilares de la política norteamericana hacia Oriente Medio. Sea cual sea el sistema resultante de una situación insurreccional que ha derrocado una dictadura, hay que confiar en que esta actitud del pueblo haya cambiado las cosas y sea un factor a tener en cuenta de ahora en adelante. En los últimos días de febrero, las revueltas se han dado en países como Argelia, Libia e Irán, y es posible que ninguna región en el Magreb y Oriente Próximo sea inmune al contagio de la revolución popular. Desde nuestra cómoda posición, y anticipando las conservadoras críticas a la fuerza y cuantía de esas manifestaciones opositioras, señalaremos una vez más lo duro que resulta oponerse a ciertos regímenes. El caso de Libia es complicado, ya que es una nación tremendamente cerrada bajo un ferreo control gubernamental, pero la caída de Ben Alí y Mubarak confiemos en que resulte un modelo para el fin de Gadafi. De momento, varios miles de personas ya se han lanzado valientemente a la calle.

En la mezquina sociedad de consumo, de la información o del "espectáculo", nadie esperaba esta ola revolucionaria que parece estar expandiéndose por el mundo árabe. Tal y como manifestaba en twitter cierto cantante falto de neuronas, el punto de vista occidental solo atiende a una supuesta tranquilidad en los países deprimidos, la cual oculta la profunda miseria, explotación y falta de horizonte de las personas. En la forma de hacer turismo de los países desarrollados está también el observar la pobreza como una parte más del paisaje, como si ello no fuera consecuencia de situaciones sociales, políticas y económicas en las que Occidente tiene una gran responsabilidad. Afortunadamente, la historia y la lucha de clases nos depara gratas sorpresas. El régimen de Mubarak, hace escasas semanas, se consideraba estable tal y como se exponía desde la secretaría de Estado de EEUU, aunque la lucha obrera al respecto se silenciara; ahora, es una ejemplo para que todo sistema represivo se tambalee. Lo que nuestra sociedad del espectáculo nunca ha mostrado en sus informativos es la necesidad, rabia y desesperación presente durante generaciones que ha conducido a esta situación, no pueden ser solo actos espontáneos temporales. Si los gobiernos, ya sean democráticos o autoritarios, piensan que se puede mantener esta rabia controlada de manera indefinida, se equivocan. El pueblo una vez más ha dicho basta, y aunque no hay que mantenerse alerta ante el obvio desenlace, al menos está siendo consciente de su poder auténtico y ello puede posibilitar un mejor horizonte. Tal y como han manifestado voces libertarias desde el propio mundo árabe, puede que se continúe extendiendo esta situación de revuelta, ya que una revolución en Egipto puede suponer un impacto enorme en la región.

Desgraciadamente, lo que las voces oficiales pretenden hacer creer es que el único modelo "revolucionario" es el de la Caída del Muro de Berlin de 1989, permaneciendo ya antiguas fechas como 1789, 1848 o 1917, y dejando claro el peligro de un posible triunfo islamista a imagen y semejanza del Irán de 1979. No es más que otro síntoma del llamado "fin de la historia" y de considerar al capitalismo como un sistema ya definitivo, algo que pretende permanecer por encima de sus crisis periódicas. Bien, lo que este pobre análisis oculta es que el liberalismo económico es la "revolución" más antigua de todas las mencionadas, y que sus diversas mutaciones capitalistas no han hecho más que sumir a gran parte de la población planetaria en la miseria y crear una alarmante falta de valores en las sociedades tecnológicamente desarrolladas. Los regímenes dictatoriales, de pelaje "socialista" o teocrático, son detestables, pero la solución no pasa tras su derribo por seguir avivando un fuego en el que el capitalismo y el poder político, considerando al Estado como otro garante de privilegio, tienen la mayor responsabilidad. Una triste forma de entender la civilización occidental, cuyas carencias hacen que solo una verdadera revolución libertaria, capaz de hacer una severa crítica a la dominación en todos los ámbitos de la vida humana y de dar una alternativa, pueda ser la respuesta a los males sociales. Nuestros hermanos árabes, por encima de sus determinismos culturales, poseen la misma capacidad  para la solidaridad y el apoyo mutuo, conceptos netamente humanos, que puede conducirlos a resolver sus problemas por la acción directa, sin ningún tipo de tutela. En el mismo momento en que se den experiencias al respecto, sea cual fuere la sociedad en la que se esté, existe una esperanza para los oprimidos de siempre.

sábado, 5 de febrero de 2011

Revueltas en el mundo árabe

En Túnez, y tras varias semanas de revuelta popular, cayeron el dictador Ben Alí y su acólitos, los cuales se han ido del país. Solo podemos congratularnos de que un tirano haya desaparecido y solidarizarnos con nuestros hermanos árabes, esperando que sea un ejemplo para cualquier pueblo que sigue viviendo bajo un régimen despótico. Sin embargo, esto solo puede ser el principio de auténticas transformaciones sociales, no el abono para un gobierno títere de las grandes potencias con la apariencia de cambios políticos formales, mientras los ciudadanos siguen permaneciendo en la miseria. Al respecto, hay que señalar los intereses en la región de la muy "civilizada" República Francesa y, claro está, de los todopoderosos Estados Unidos de América.

Tal y como informaba un manifiesto el pasado 21 de enero, firmado por diversos grupos anarquistas procedentes de varios países, los tunecinos son conscientes de la sangre que ha costado la libertad conquistada y del peligro que se cierne sobre el posible cambio social. Se han organizado por todo el país comités de autodefensa para combatir las milicias favorables al dictador, las cuales siguen constituyendo un peligro. El pueblo en las calles se ha levantado para exigir un cambio real, no para mantener un gobierno de unidad, comandado por el llamado Partido Constitucional Democrático, con una oposición integrada, pilares todos ellos de la dictadura.

Una revolución únicamente puede finalizar cuando se resuelvan todos los problemas de pobreza, paro, desigualdad, corrupción, clientelismo... La construcción de un sistema democrático solo puede ser un punto de partida para resolver el problema de la cuestión social, que solo pasa porque las personas dirijan de verdad sus designios, decidiendo sobre todos los asuntos vitales que les atañen y participando en la gestión económica para disfrutar de una justa distribución de la riqueza. Si el objetivo es una nueva democracia representativa que encubre la cruel dictadura de los mercados, los anarquistas tenemos que hacer valer nuestras propuestas para que nuestros hermanos árabes tomen de verdad sus propias decisiones. Recordaremos que, como anarquistas, solo podemos en contra de todo poder político y económico, y en la posibilidad de superar todo lo accidental (familia, patria, religión...) y apelar a un ideal superior que solo puede ser la respuesta ante los problemas de la humanidad: la fraternidad universal. Por ello, e ignorando la intoxicación informativa que sufrimos también en los países "avanzados", es necesario apoyar a los pueblos de todas las naciones en sus conquistas sociales y denunciar la actitud mezquina de las democracias capitalistas.

Las revueltas que se están produciendo en el mundo árabe (Yemen, Argelia, Túnez, Egipto), cuyas imágenes copan temporalmente las televisiones de todo el mundo, solo pueden tener un mensaje claro: las personas unidas y con determinación no pueden sufrir regímenes autoritarios, aliados tantas veces de los llamados países democráticos, y la cuestión social debe ser resuelta. Los protagonistas de estas revueltas son los desheredados, hartos de sufrir necesidad y deseosos de tener un futuro, gran esperanza para un mundo más justo. Ninguna policía ni ningún ejército, los cuales actúan a favor del Estado de turno y no del pueblo, pueden frenar la extensión de la protesta. Ojalá no se derramara ni una gota de sangre, ni siquiera de los más crueles gobernantes, pero hay que observar también el sufrimiento diario de tantas pueblos en un mundo, supuestamente globalizado, pero intrínsecamente perverso, víctima del despotismo político y económico. La desesperación conduce a la revuelta y hay que confiar en una influencia libertaria que posibilite transformaciones profundas, no un mero cambio de gobierno con simples reformas políticas que sigan condenando a la miseria diaria.

Las acciones se han producido espontáneamente, iniciadas por los propias personas de manera autónoma sin estar dirigidos por ningún partido, los cuales solo se sumaron a posteriori. Desde nuestro punto de vista libertario, los partidos islamistas son un nuevo peligro represivo, pero es posible que las personas se nieguen a partir de ahora a tolerar una situación semejante. Cada cota de libertad conquistada en la lucha social puede permanecer intacta en la memoria colectiva e impedir una nueva involución. La historia, a pesar de sus numerosos altibajos, nos ha enseñado que puede ser así y hay que seguir confiando en esa añorada noción de progreso que pretenden desprender de sentido los gobernantes. El análisis libertario nos enseña que, durante las revoluciones, se impone la libertad como idea hegemónica frente al autoritarismo, por lo que la influencia anarquista puede ser cada vez más sólida frente a otras corrientes socialistas autoritarias. Éstas, si tienen fuerza, pueden acabar instaurando un nuevo régimen represivo o, en caso contrario, hacer el juego a uno parlamentario. A pesar de este otro peligro, hay que confiar en las fuerzas del progreso, pero manteniéndose firme en que son los ciudadanos, sin estar dirigidos por nadie, los auténticos protagonistas de los cambios sociales.

Un aspecto muy interesante de esta situación de revuelta, son los comités locales que ha creado el propio pueblo, una de las manifestaciones más interesantes como acción revolucionaria. Se trata de órganos realmente democráticos, competencia real para las élites dominantes y las instituciones autoritarias. Tal y como se ha dicho, en Egipto han coexistido dos sistemas: el representado por los comités locales y el del gobierno de Mubarak, que utiliza al ejército para sustentarse. Lo grandioso de las revoluciones es que, frente a toda la cantidad de obstáculos históricos que parecen impedirlas, pueden transformar el mundo rápidamente.

En la mezquina sociedad de consumo, de la información o del "espectáculo", nadie esperaba esta ola revolucionaria que parece estar expandiéndose por el mundo árabe. El régimen de Mubarak, hace escasas semanas, se consideraba estable tal y como se exponía desde la secretaría de Estado de EEUU; ahora, es una ejemplo para que todo sistema represivo se tambalee. Lo que nuestra sociedad del espectáculo nunca ha mostrado en sus informativos es la necesidad, rabia y desesperación presente durante generaciones que ha conducido a esta situación, no pueden ser solo actos espontáneos temporales. Si los gobiernos, ya sean democráticos o autoritarios, piensan que se puede mantener esta rabia controlada de manera indefinida, se equivocan. El pueblo está en la calle, y aunque es pronto para conocer al desenlace, al menos están siendo conscientes de su poder auténtico y ello puede posibilitar un mejor horizonte. Tal y como han manifestado voces libertarios desde el propio mundo árabe, puede que se continúe extendiendo esta situación de revuelta, ya que una revolución en Egipto puede suponer un impacto enorme en la región.

Estados Unidos es un gran aliado del régimen egipcio, el cual es uno de los principales pilares de la política norteamericana hacia Oriente Medio. Sea cual sea el sistema resultante de esta situación insurreccional, hay que confiar en que esta actitud del pueblo haya cambiado las cosas y sea un factor a tener en cuenta de ahora en adelante.