sábado, 16 de febrero de 2008

La filosofía individualista (2/2). Una bella reafirmación de la personalidad

Naturalmente, el pensamiento individualista extremo puede chocar con el colectivismo o comunismo de otras vertientes anarquistas al desconfiar de toda organización, económica o no, que pudiera desviarse hacia formas burocráticas. Sin embargo, como ha señalado el historiador italiano Gaetano Manfredonia, hay ocasiones en que la interpretación alternativa de clásicos como Proudhon o Bakunin contribuyen al enriquecimiento y la singularización de unas ideas que sitúan al individuo como punto de partida de toda emancipación colectiva. Como afirmó Mella, el individualismo no debe enfrentarse a la realidad social, "somos porque coexistimos", la relación de igual a igual ensancha nuestra esfera de acción. Otro pensador español, el controvertido Federico Urales, largamente enfrentado a la asociación anarcosindicalista, la cual consideraba peligrosamente centralizadora, consideraba la consciencia individual como base o punto de partida de cualquier modelo organizativo; para Urales, anarquismo e individualismo son la misma cosa y tratar de nombrar ambos como conceptos diferentes hace caer en una especie de reiteración o "pleonasmo"; sin embargo, era muy crítico con la filosofía de Stirner o Nietzche, con esa liberación del "yo" que podía degenerar en un egoísmo antisolidario. La libertad individual se enfrenta, según la tradición libertaria, a la autoridad -política, económica o religiosa- y no a la sociedad. En la obra de Proudhon, defenestrado por Stirner como socialista autoritario, se puede encontrar un equilibrio entre la preocupación por el individuo y los intereses de la sociedad: "el individuo es el hecho primordial y la sociedad, su término complementario". A Bakunin se le puede considerar a la vez como individualista y societario, aunque colocó al individuo como primer beneficiario de derechos, pero siempre entendiendo que el lugar donde la libertad y el carácter del individuo se desarrollaban plenamente era en la sociedad de iguales; ya hemos visto que el "único" stirneriano es previo a cualquier sociedad por lo que niega esta concepción -presente también en la obra de Kropotkin- en la que el hombre, sin la capacidad de humanizarse en sociedad, cae en un proceso de animalización. El italiano Malatesta se va a mostrar como uno de los más feroces críticos de los anarquistas individualistas. Si las premisas básicas de éstos pueden ser: la sociedad debe ser un agregado de individuos autónomos, completos en sí mismos, y que colaboran cuando hallan algún interés; que estos individuos son libres de abandonar la sociedad cuando sientan su libertad menoscabada; que siendo la tierra y los modos de producción libres y una clase organizada no dominará sobre otra, nadie estaría obligado a vivir en sociedad; que, finalmente, la llamada "armonía por la ley natural" actuará como freno de los intereses antagónicos y de la pluralidad de voluntades para que no se produzca la lucha. Si la competencia y la propiedad individual -extensión de su libertad- se dan dentro de estas premisas individualistas, los comunistas anárquicos abogaban por la destrucción de la propiedad individual considerando el trabajo como una necesidad fisiológica. Malatesta rechazaba el armonismo -la llamada ley natural- individualista al considerar a cada persona como un ser integrado en la sociedad sin la cual permanecería anclado en una animalidad brutal; vemos que el lúcido anarquista italiano era un digno heredero de las posturas de Bakunin y Kropotkin.

En este amanecer de nuevo siglo, cuando el anterior ha sido terriblemente convulso, se ha desembocado en una triste calma donde la mayor parte de los individuos han interiorizado los tristes postulados del pensamiento único generado por estructuras autoritarias mayoritariamente económicas. Si la tendencia es a equilibrar nuestra ambición individual -ya sea de forma hedonista o intelectualmente- con el contexto social, político y económico, un pobre margen nos deja el sistema imperante actual -sustentado en esa mezquindad del fin de la historia y de las ideologías-; la pobreza filosófica o espiritual de las religiones monoteístas -base para una actitud servilista o dominadora- hace que muchas personas busquen respuestas en otras tradiciones -como las filosofías orientales- que parecen permitir un margen doctrinario más amplio. Pero no hay, quizá, mayor riqueza de espíritu -entendiendo tal como fortalecimiento de la voluntad, del ánimo, de esa reafirmación de cada personalidad específica- que la de ese amor a la vida preconizado por los anarquistas individualistas -Urales tenía razón, caigo en la reiteración al mencionar los dos conceptos, no existe uno sin el otro-, la de esa obligación de vivir intensamente una vida breve, exenta de principios superiores o trascendentes; el eclecticismo, el anti-dogmatismo, las tradiciones de radicalismo liberal -palabra que uso sin miedo a pesar de su perversión actual, que habla de libertad económica para encubrir la dominación-, de expansión del pensamiento sin límites, de culto a la sabiduría, de un racionalismo de base humanista, de liberación sexual, de una moral acorde con los valores antiautoritarios, fraternales y solidarios, conductora del pensamiento y de las acciones -personalmente, rechazo el nihilismo en que puede desembocar la rigidez del pensamiento stirneriano-, conceptos que todavía encuentran demasiados obstáculos culturales o institucionales en nuestras diferentes sociedades humanas y que los anarquistas recogen ya en sus orígenes, no de una manera doctrinaria o cerrada sino asumiendo un progreso, una liberación constante en el individuo.
Este texto, se puede encontrar íntegro en acracia.org
Fue publicado en Tierra y Libertad núm. 202

No hay comentarios: