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martes, 20 de junio de 2023

El imaginario revolucionario. Una aproximación a las propuestas de Eduardo Colombo

Introducimos en el siguiente texto al pensamiento de Eduardo Colombo, desgraciadamente, fallecido este mes de marzo de 2018, un teórico y militante anarquista con grandes conocimientos en filosofía política, sociología y psicología, cuya obra realiza una aproximación a las fundamentales ideas de imaginario social y espacio público; frente a la apatía política y la desesperanza social de gran parte de la sociedad, como él insistía, se impone la necesidad de extender un imaginario colectivo revolucionario que reproduzca los rasgos de una sociedad verdaderamente libre.
Los hombres creen que llegará un día en que serán libres e iguales cuando hayan destruido los obstáculos que le impiden serlo, sin darse cuenta que sólo lo son mientras luchan para conseguirlo. Gustav Landauer

Recordaremos en primer lugar el concepto de "bloque imaginario" o "imaginario social", cuando se alude al funcionamiento de la sociedad sobre la base de una serie de ideas y valores que se organizan como una especie de "campo de fuerza" que atrae y orienta los diversos contenidos de todo un universo de representaciones (expresado en instituciones, ideologías, mitos o formas sociales); cuando se consolida ese universo, supone una evidente limitación para el pensamiento y la acción. El imaginario social, no obstante, posee también una carga creadora basada en la realidad que vive el ser humano, no en fantasías o ilusiones. El bloque imaginario triunfante después de la caída del bloque soviético se basó primordialmente en que las únicas posibilidades reales eran ya la democracia representativa, el liberalismo y la economía de libre mercado.

Eduardo Colombo considera que existe en la sociedad un imaginario revolucionario (es decir, verdaderamente progresista), aunque no de una manera unívoca, al igual que también se producen los imaginarios conservador y reformista. Resulta francamente difícil tener una opinión sobre el comportamiento humano, y sobre las instituciones y la historia, desde un punto de vista independiente de nuestros propios valores, deseos y prejuicios; no obstante, es el peso de los argumentos, un juicio sólido y el conocimiento lo que nos permite acercarnos a una comprensión razonable del mundo en que vivimos. Así, no hay posición más sumisa, ni mayor obstáculo al "libre examen", que la que se pliega al pensamiento establecido y a los consecuentes paradigmas sociales y políticos; insistiremos una vez más, al igual que hace Colombo, que el ejercicio de la razón es tributario de un pensamiento verdaderamente crítico.

viernes, 10 de abril de 2020

Paul Goodman y los males de la civilización tecnológica

Paul Goodman insistía en las condiciones "deshumanizadoras" de la sociedad moderna, ya que la presión social y tecnológica acaba determinando nuestra conducta; es lo que denominaba un proceso (negativo, claro está) de socialización.

Si la ciencia social se ocupa de la tensión entre la condición humana y las instituciones, esforzándose por lo tanto en ser siempre práctica y política, en la sociedad ideal existirá poca ciencia social, ya que las instituciones realizarán y promoverán las facultades humanas. En unas condiciones "deshumanizadoras" se producen la alienación, la anomia, las enfermedades mentales, la delincuencia y una crisis de valores de todo tipo. Goodman consideraba que la nueva religión estaba representada por la fe de la masa en la tecnología científica, y apostaba por un cambio radical en el sistema de creencias que transformara la fe corriente de las personas. Por supuesto, continuaremos viviendo en un mundo tecnológico, pero la tecnología debe convertirse en una rama de la filosofía moral, no de la ciencia, por lo que su objetivo debe ser la creación de bienes sobrios para la felicidad común y proporcionar los medios eficientes para que se cumplan. Goodman consideraba que el tecnólogo, en cuanto filósofo moral, debería tener una gran capacidad crítica; debe conocer las más diversas materias de las ciencias sociales, el derecho, las artes y la medicina, al igual que todo lo relacionado con las ciencias naturales que tenga que ver con su labor.

jueves, 12 de abril de 2018

La verdadera neurósis: la lucha por la libertad y la independencia

Leyendo a Erich Fromm, en Miedo a la libertad, comprendemos una primordial aclaración sobre el término "autoridad" relacionado con el carácter autoritario; la autoridad no sería una cualidad poseída, en el mismo sentido que la propiedad de bienes o las características físicas, se refiere a una relación interpersonal en la que alguien se considera superior a otra persona.

De esa manera, se establece una distinción entre autoridad racional, que es ese tipo basado en la superioridad-inferioridad, y lo que se denomina autoridad inhibitoria. Tanto la relación entre un maestro y su discípulo, como la del amo con la del esclavo, se fundan en la superioridad de una parte sobre la otra. Sin embargo, en el primer caso los intereses van en la misma dirección, de tal manera que el éxito o el fracaso del educando pueden atribuirse a ambos, pero en el caso del amo y el esclavo los intereses son antagónicos (lo ventajoso para uno supone daño para el otro). La superioridad posee en cada ejemplo una función distinta, siendo necesaria en un caso para ayudar a la persona sometida, y siendo la condición de su explotación en el otro. Otra diferencia es que en un caso, el del maestro-discípulo, la autoridad tiende a disolverse, el alumno es cada vez más parecido a su maestro, y en el otro, el del amo-esclavo la superioridad es la base para una explotación que supone que la distancia entre las dos personas sea cada vez mayor.

lunes, 15 de mayo de 2017

El miedo a la libertad

Erich Fromm escribió Miedo a la libertad, originariamente, en 1941; con esta obra, hizo un fundamental análisis de la relación del ser humano con la libertad, cambiante a lo largo de la historia, como demuestran las condiciones sociales y psicológicas para que emergiera el fascismo.

La modernidad, al menos en el mundo occidental, se ha caracterizado por el esfuerzo dirigido a romper las cadenas que atenazan a la humanidad, tanto en el ámbito político y económico, como en el espiritual. Podemos hacer una lectura en base a la lucha de clases, son los oprimidos los que tratan de conquistar nuevas libertades en directa oposición a aquella clase que quiere preservar privilegios. Erich Fromm consideraba que la aspiración a la libertad está arraigada en todos los oprimidos, los cuales expresan así un ideal que trate de abarcar a toda la humanidad. Sin embargo, esas clases que en una etapa luchan por su libertad frente a la opresión, acaban alineándose junto a los enemigos de la libertad al tener que defender los nuevos privilegios adquiridos. La lucha por la libertad está llena de obstáculos a lo largo de la historia, pero se convirtió en probable que el hombre pudiera gobernarse por sí mismo, pensar y sentir como le pareciera, y tomar sus propias decisiones. La abolición de la dominación exterior era una condición necesaria, aunque también parecía suficiente para alcanzar la plena libertad del individuo. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial, que muchos vieron como el último conflicto para la humanidad, dio paso a nuevos sistemas autoritarios y a la sumisión de la mayoría de los individuos. Lo que Erich Fromm concluye en Miedo a la libertad es que los fascismos no fueron producto de una falta de madurez democrática, ni únicamente una apropiación del Estado por elementos indeseables, sino que gran parte de una generación se mostraba deseosa de entregar su libertad, al contrario que sus padres que habían luchado por ella.

viernes, 20 de junio de 2014

Sociología del anarquismo hispánico

Sintetizamos la obra de Juan Gómez Casas sobre el anarquismo en España, en la que desmonta los desvirtuadores tópicos sobre las ideas y praxis libertarias aportando además su propia visión militante; desgraciadamente, no ha visto la luz hasta ahora la segunda parte del ensayo.

Esta estupenda obra de Juan Gómez Casas arroja luz sobre el nacimiento y desarrollo del anarquismo en España. Son tres las hipótesis que se critican sobre el porqué del fenómeno ácrata: la ruralista, la religiosa y la que se refiere a idiosincrasia: Historia y Fuero. La hipótesis ruralista, la favorita de autores marxistas y no libertarios en general, alude a una supuesta nostalgia de un mundo bucólico simple, compuesto por pequeñas comunidades rurales y artesanas, en el que el progreso no dictamina su severo juicio. Pueden verse aquí los rasgos de una visión lineal de la historia, reprochándose entonces al anarquismo su idealismo ajeno a las condiciones materiales objetivas. Según esta tesis, el anarquismo en España se justifica por su grado de atraso y subdesarrollo. Por supuesto, solo hace falta profundizar algo en las ideas ácratas para refutar esta visión demasiado generalizada. El anarquismo, optimista sí sobre el hombre y la sociedad, pero al mismo tiempo terriblemente pragmático al confiar más en las partes concretas que en el todo general, confía en un desarrollo en sentido amplio; lo que desmonta la hipótesis ruralista.

Gómez Casas echa mano de los clásicos para demostrarlo, como es el caso de Proudhon en Del principio federativo, en el que pueden apreciarse ya los rasgos autogestionarios de la empresa obrera, aunque todavía estarían por llegar Bakunin y Kropotkin. Es Bakunin el que consolida la visión anarquista al hablar de la planificación democrática y libertaria, realizada de abajo arriba por la federación de empresas autogestionadas. Con James Guillaume, aparecerán las formulaciones del sindicalismo moderno de inspiración libertaria al mostrarse partidario de la creación de federaciones corporativas industriales. Por lo tanto, se plantea con estos autores el problema de la convergencia de los dos federalismos, el económico y político. Bakunin considera que las asociaciones obreras de producción deben estar libremente federadas en el seno de las comunas, las cuales a su vez lo estarán entre sí: "La vida y la acción espontánea, suspendidas durante siglos por la acción, por la absorción todopoderosa del Estado, serán devueltas a las comunas tras la abdicación de aquel...". Kropotkin, que con su comunismo libertario o anárquico será el inspirador directo en las propuestas del anarcosindicalismo español, se expresa así en 1899: "Observamos en las naciones civilizadas el germen de una nueva forma social que ha de suceder a la antigua... Esta sociedad estará compuesta por numerosas asociaciones enlazadas entre sí para todo cuanto requiere un esfuerzo común: federación de productores para todas las clases de producción, comunidades para el consumo, federación de esas comunidades entre sí y federación de las mismas con los grupos de producción; por último, grupos más extensos aún que abarquen todo un país y hasta varios, y que estarán compuestos de personas que trabajen conjuntamente para la satisfacción de aquellas necesidades económicas, espirituales y artísticas que no están limitadas a un territorio determinado. Todos esos grupos asociarán sus esfuerzos por medio de un acuerdo mutuo... Se alentará la iniciativa personal y se combatirá toda tendencia a la unidad y a la centralización. Además, esta sociedad no cobrará rigidez en formas fijas e inmutables, puesto que será un organismo vivo y en constante desarrollo".

El pensamiento libertario en España tiene un proceso de evolución, desde las fórmulas del pactismo libre y federativo hasta el concepto eficacista de la autogestión, algo propio del movimiento obrero contemporáneo. La tesis ruralista queda desmontada al demostrarse que el anarquismo nació y se desarrolló a partir de dos núcleos iniciales radicados en Madrid, capital burocrática y administrativa del país, y Barcelona, emporio de la España industrial. Gómez Casas demuestra que el anarquismo español no tiene ningún carácter rural ni anacrónico ni es tampoco ajeno al progreso tecnológico. Otro asunto es, lo cual le sitúa con una innegable modernidad, que no se considere el desarrollo tecnológico como un fin, sino como un medio. Es algo inspirado en La conquista del pan, de Kropotkin, donde se nos recuerda que el ser humano, al conquistar la abundancia, tendrá tiempo para organizar su tiempo libre y reflexionar sobre el mundo por él creado y las interioridades humanas. La carrera tecnológica ciega emprendida por el capitalismo moderno tiene su alternativa en una lucha por la regeneración de la naturaleza, por el reestablecimiento del equilibrio ecológico y, en suma, por un mundo más humano no alienado por el progreso tecnológico.

Otra hipótesis sobre el asentamiento del anarquismo en España es la religiosa, según la cual se confiaría en una especie de advenimiento de perfección social e individual. En algunas versiones distorsionantes, el anarquismo vendría a ser una herejía contra la autoridad establecida, lo cual lo aproximaría al protestantismo. Se olvida aquí fácilmente que la rebelión promovida por Lutero y Calvino no tardó en traer nuevos dogmas guiados por el afán de dominio. No es tampoco necesario aclarar, para cualquiera con un mínimo de cultura, que esos autores religiosos jamás fueron reivindicados por ningún pensador ácrata. No existe un espíritu religioso en los anarquistas españoles, más bien todo lo contrario, se trata de un espíritu de rebelión o anárquico, el cual aflora a través de manifestaciones que pueden ser primigeniamente religiosas, pero que se mezclan con otros contenidos sociales, económicos y políticos. Al margen de una visión, optimista y anticipatoria, como la que pudo tener algún autor clásico, que considere que la historia camina hacia metas anárquicas, resulta indudable que esa tendencia del pensamiento humano aparece desde los albores de los tiempos, cuando el individuo empieza a cobrar conciencia de su propia entidad. Por su interés, reproducimos un texto de José Luis Rubio del prólogo de Historia del anarcosindicalismo español, del propio Juan Gómez Casas: "Exponía (alude al sociólogo y sindicalista Helmut Rüdiger) que la tensión entre el individuo y sociedad era algo permanente, imposible de superar en forma definitiva, y que la tarea del anarquismo era defender al individuo frente a su anulación en la comunidad, pero sabiendo que el triunfo pleno nunca podría alcanzarse, pues la tensión subsistiría siempre. Colocaba así el anarquismo en un plano aparentemente más modesto que el habitual y tradicional de fuerza revolucionaria, pero en el fondo en un plano más profundo, más perdurable: en el plano ético de la defensa del hombre, de su individualidad, de su personalidad, ahora, mañana, siempre, y en todas las sociedades imaginables. El anarquismo venía a ser, más que una táctica violenta de destrucción del sistema establecido, una ética de lucha permanente contra toda alienación, incluso contra la alienación revolucionaria".

No es necesario acudir a los clásicos para justificar que el anarquismo es ateo e incluso antirreligioso, por una cuestión de principios y necesidad filosófica. No existe simbiosis alguna entre el anarquismo y el protestantismo, como demuestra la actitud, no solo del anarquismo hispano, sino de importantes autores en un país como Alemania: Nettlau, Rocker, Landauer, Müssam...; por otra parte, mejor no hablar de Stirner, ahí donde el anarquismo se desliza hacia el nihilismo y derriba todo lo sacro en aras del desarrollo del individuo. En cuanto a otros sectores cristianos, y dejando a un lado a Tolstoi, que no deja de ser una peculiaridad como pensador, su contacto con el anarquismo no deja de ser un intento de promocionar la justicia y la libertad humanas frente a una realidad trascendente. La influencia anarquista se extiende largamente y, en este repaso a la (obviamente, falsa) hipótesis religiosa sobre el origen del anarquismo en España, Gómez Casas dedica un apartado al filósofo católico Emmanuel Mounier. Este autor, puede ser calificado de revolucionario cristiano, enemigo de todo conservadurismo y defensor de la dignidad de la persona y de su valor superior (trascendente), por lo que se muestra contrario a toda alienación y a toda cosificación. A nivel económico, como partidario del federalismo, de la descentralización y por su crítica al Estado, Mounier recuerda a Proudhon y a otros pensadores libertarios. Sin embargo, como recuerda Gómez Casas, este autor no es anarquista, y ni siquiera socialista, sino personalista; por ello, no acaba renunciando al Estado al necesitar su esquema de sociedad un arbitraje capaz de establecer equilibrios y ofrecer garantías a la persona y a los grupos sobre sus derechos. Puede decirse que en la filosofía personalista de Mounier existe una limitación del poder, en aras de una sociedad viva y multiforme, pero le reserva cierta fuerza coactiva para resolver los conflictos. El filósofo Carlos Díaz se empeñó en buscar las aproximaciones entre el personalismo de Mounier y el anarquismo, justificadas en una raíz común de búsqueda del amor y la libertad. Esa intención de fundar una especie de anarcopersonalismo tuvo un corto alcance; como se dijo anteriormente, las señas de identidad de las ideas libertarias son ateas (la idea de un ser supremo resulta inadmisible y se considera un simple reflejo de la acción humana) y contrarias a todo idea fija e inmutable (que se identifica con la religión). A pesar de ello, es comprensible que la defensa de la dignidad humana (de la persona o del individuo, la diferencia de terminología parece capricho de una u otra fiosofía) atraiga a personas de las más variadas sensibilidades.

Hemos visto hasta ahora la refutación que Juan Gómez Casas hace a dos hipótesis sobre el anarquismo hispánico: la ruralista y la religiosa; vamos ahora con la tercera, la que alude a la idiosincrasia: fuero e historia. Esto es, las razones aportadas para descifrar el fenómeno del anarquismo en España desde las hipótesis de ciertas características raciales o del carácter autóctono. Tal y como decía Ortega y Gasset en España invertebrada, no es fácil hablar de un carácter hispánico definido, aunque otros autores insistan en ciertos rasgos: particularismo, independencia, igualitarismo, justicia y quijotismo, individualismo... Si apartamos todos estos caracteres de cualquier relación histórica, es posible que los veamos como parte del anarquismo, tanto filosófico como práctico. Al fuerte individualismo en la idiosincrasia del hombre hispánico, se uniría el comunitarismo, la pertenencia a una comunidad, región o estrato social. Por supuesto, Gómez Casas comparte las reservas de Órtega, ya que los rasgos idiosincráticos están profundamente relativizados por la diversidad geográfica y del clima, por la diferencia de clase social y por las instituciones de distinta índole. El ser humano ve sus rasgos de carácter relativizados por los grandes hechos de la historia, por las revoluciones y las grandes transformaciones. Por el contrario, los regímenes absolutos de gobierno, que suspendieron fueros y libertades populares condujeron a la inhibición de las prerrogativas individuales y a la sumisión a fuerzas poderosas. Historiadores, como Rudolf Rocker, han considerado que el recuerdo de ciertas manifestaciones populares, como es el caso de los municipios libres, no se había borrado del todo en España. Sin embargo, Gómez Casas insiste en que la interrupción violenta y prolongada de ciertas libertadas han llevado a la afasia ante la presión de los nuevos tiempos. Hay que estar de acuerdo con él, cuando las generaciones posteriores a la Guerra Civil Española, después de décadas de dictadura, no poseen memoria alguna sobre el gran movimiento autogestionario iniciado en 1936. Por otra parte, sí hay que darle la razón a Rocker en que toda auténtica manifestación popular revolucionaria tiene rasgos inequívocamente libertarios. El movimiento anarquista, al margen de cierto espontaneísmo, no tuvo que improvisar al inicio de la revolución al existir una dilatada tradición obrerista en España. Los primeros esquemas de reestructuración social nacieron en el primer congreso de Barcelona, en 1870 (constitución de la Federación Regional Española), y se transmitieron sin interrupción hasta 1936. Es decir, existían criterios preconcebidos y estudiados durante décadas, los cuales descansaban sobre la sólida base de las ideas libertarias, desde la histórica llegada de Fanelli a España en 1869. No obstante, y aunque hay que tener en cuenta los condicionamientos de las circunstancias históricas, Gómez Casas considera que sí puede considerarse al anarquismo continuador de las más puras tradiciones fueristas y municipalistas de la historia de España. Es el caso, por ejemplo, de los municipios libres medievales, pero enriquecidos por la modernidad con los contenidos del socialismo y del anarquismo. Fueron momentos históricos con ciertos rasgos libertarios, pero se rechaza una memoria histórica como justificación del fenómeno anarquista, tesis defendida por ciertos historiadores.

En Sociología del anarquismo hispánico, se analiza también el anarquismo como acto decisivo de militancia revolucionaria y también el marco histórico que distintas circunstancias nacionales habían preparado de manera óptima para su desarrollo. La realidad es que, mientras en España se desarrollaba el internacionalismo anarquista, en otros países de Europa decrecía notablemente; la explicación de ese declive en el resto de Europa la coloca Gómez Casas en dos factores: la experiencia parlamentaria desarrollada por la socialdemocracia alemana, especialmente después de la Comuna de París, y la marea creciente del nacionalismo-imperialismo. En una Europa que se prepara para la guerra, el anarquismo organizado es una contracorriente que parece inviable. Por el contrario, en España es explicable el fenómeno anarquista por varios factores: el voluntarismo revolucionario, las peculiaridades políticas de la época y cierta marginación del país de las corrientes europeas dominantes. Las ideas de Bakunin ganaron la partida a las de Marx en España, ya que en el anarquismo es el hombre el que desencadena los procesos históricos frente a una concepción marxista que observa fundamentalmente el desarrollo de las fuerzas productivas. Las ideas liberarias se desarrollarán sobre el mantillo ya creado por las de Proudhon, por Ramón de la Sagra y por el republicanismo federal. Éste, es superado por un anarquismo que aspira a acabar con todo poder político. Frente a la declaración marxista "el primer deber del proletariado es la conquista del poder político", el anarquista "la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado". Los libertarios son fieles a la convicción de adecuar medios a fines, de tal manera que si el objetivo es la sociedad sin Estado y sin clases la estructura de las organizaciones anarquistas reflejará esa meta. Así, se anticipa la sociedad del povernir con estructuras federalistas y democráticas, en las cuales los dirigentes son substituidos por una base social activa con igual potestad para todos sus miembros. Si ciertas estructuras de partidos, centralizadas y jerárquicas, favorecen la creación del dirigente, las secciones libertarias dan lugar a la figura del militante, artífice de la prefiguración antes mencionada. El militante no acepta influencia externa alguna y, desde la base de su organización, construye y dirige su acción cotidiana elevándose desde lo concreto a lo abstracto. Frente al fatalismo producto de supuestas leyes de desarrollo histórico, la acción cotidiana y la proyección revolucionaria es el resultado de la acción concertada y corresponsable de todos los militantes libertarios. Es esta concepción, que supone el rechazo al Estado y a la lucha parlamentaria, la que confiere al anarquismo español una superioridad y coherencia sobre cualquier otra corriente izquierdista hasta 1936. Desgraciadamente, muchos autores han interpretado como un error este triunfo del anarquismo en España, pero la perspectiva que nos da una visión amplia pone las cosas en su sitio.

Gómez Casas nos introduce en las peculiaridades políticas de la época. Así, tras el golpe de Pavía y la Restauración, la Internacional para a ser clandestina hasta 1881. Hasta ese momento, el movimiento se mostraba cauto y trataba de organizar a los trabajadores sin apresuramiento. Cuando Sagasta inaugura en la fecha señalada un nuevo periodo de garantías constitucionales, ya están vigentes los partidos dinásticos que se suceden en el gobierno; el caciquismo oligárquico será el rasgo fundamental, estrechamente vinculado a los gobernantes de Madrid. Solo cuando los partidos modernos, como los republicanos y el socialista, van creando pequeños enclaves autónomos será posible el sufragio universal. El otro factor señalado influyente en la configuración del movimiento obrero español, de predominancia ácrata, es la inexistencia casi absoluta de presión nacionalista y, aún menos, imperialista. El desastre colonial deja apartada a España de la pugna entre las potencias europeas por adquirir mercados y territorios, tanto ultramarinos como colindantes. Así, no se da tampoco una centralización y regimentación sobre la conciencia nacional, que sí llega a contagiar al movimiento obrero en ciertos países. El anarquismo, a pesar de ser reprimido y relegado a la clandestinidad con frecuencia, conserva su pureza inicial y no se corrompe ni se disgrega volviendo, una y otra vez, a brotar con fuerza. Eso también explica que el socialismo en España no se integre en la lucha parlamentaria hasta mucho después que en el resto de Europa, debido al caciquismo que supone una centralización y tribalización del poder. El obrerismo, especialmente en las zonas rurales, se convence de la inutilidad de la lucha electoral y, al mismo tiempo, confía en la posibilidad del cambio revolucionario al comprobar que el poder es algo tangible y próximo sin necesidad de grandes aparatos burocráticos. Grosso modo, este es el repaso que da Gómez Casas a la vicisitud histórica, con muchos antecedentes claro está, del primer proletariado español organizado, militante y consciente de sus obligaciones y derechos.

Puede decirse que el anarquismo es una filosofía, sobre todo, de la persona, de su desarrollo integral y basada, por lo tanto, en una ética de la responsabilidad personal. Después de eso, sería una teoría revolucionaria y transformadora de la sociedad. Frente a la simple concepción economicista de la historia, los anarquistas se han esforzado en mostrar también la alienación producto de lo cultural, lo político y lo religioso, no subordinadas necesariamente a la económica. Los portadores del conocimiento científico y político en el seno de las poblaciones primitivas inauguraron el comienzo de la alienación para generar enseguida privilegios económicos y políticos. Es esta fuerza primaria la que da lugar al principio de autoridad, la que configura el mundo antiguo, cuyos valores han prevalecido. La originalidad el anarquismo está, entre otras muchas aportaciones, en haber visto esta perpetuación de toda forma de estatismo. Para lograr una nueva sociedad, en lugar de esa sumisión a supuestas leyes históricas y a condiciones objetivas, el anarquismo insiste en adecuar medios a fines, en crear las propias condiciones para caminar hacia la utopía. Así, el elemento clave es la racionalidad, ya que se propone la autogestión de todos los sectores económicos y productivos de la actividad humana; esa autogestión supondría la materialización de tres grandes ideas, libertad, democracia y autonomía, a las que puede denominarse anarquía (sociedad sin clases y sin Estado). En la sociedad actual, esas nociones apenas tienen sentido y sirven para encubrir y justificar la irracionalidad de las instituciones y de las estructuras sociales dominantes; es decir, en su verdadero sentido son incompatibles con el capitalismo y con el Estado, con la explotación económica y política. La acción coherente con la filosofía antiautoritaria es el federalismo, el cual no puede entrar en contradicción en cuanto a medios y fines; es sinónimo de pacto libre, alianza libre, acuerdo libre, apoyo mutuo y solidaridad. El medio para acabar con el Estado y con el capitalismo es el federalismo económico y político. En el federalismo libertario, en el cual no hay cabida para ninguna expresión nacionalista (ya que hablar de una cultura de los pueblos, de una identidad colectiva, conlleva el peligro del estatismo), las personas pueden controlar los procesos económicos como elementos concretos de la producción, así como organizar todas las relaciones humanas en general a partir del hábitat donde viven. Es otra forma de entender la política que conduce hacia la anarquía.

-Juan Gómez Casas, Sociología del anarquismo hispánico. Volumen I (Ediciones Libertarias, Madrid 1988).

jueves, 22 de mayo de 2014

El anarquismo en la historia del pensamiento social

Realizamos algunos apuntes sobre el anarquismo en Historia del Pensamiento Social, reputada obra del sociólogo Salvador Giner, aunque teniendo en cuenta las obras y autores citados, omitiremos lo que son ya lugares comunes haciendo una crítica a la obra citada desde una perspectiva libertaria. Giner comienza afirmando lo desafortunado de haber elegido un término que, anteriormente a las ideas anarquistas, era sinónimo de caos. Sin embargo, nos parece en cambio una decisión valiente por parte de los primeros anarquistas y de un peso filosófico bastante evidente: ausencia de autoridad, en sentido de negación de autoridad, pero también del arkhé (o arjé), la atadura a un principio, a una fuente, la negación del punto de partida en aras del desarrollo. Lo que se afirma es que Proudhon y sus seguidores adoptan un término de manera arrogante y desafiadora, que hasta los jacobinos más extremistas consideraban equiparable al desorden moral, la sedición perversa y la destrucción de toda convivencia.

Se acepta la complejidad de la filosofía social del anarquismo, de la cual solo una parte, si bien central, supone la negación de la autoridad, pública o privada. Las críticas o revoluciones anteriores a la Ilustración pretendían únicamente cambiar una autoridad por otra. Incluso la filosofía de Rousseau supone, con su idea de la voluntad general, instaurar una nueva autoridad. Lo que propicia el desarrollo de las ideas anarquistas es la desacralización profunda de la autoridad que se produce en el siglo XVIII, lo que le hace perder todo atributo divino o mágico y empezar a ser tratada con irreverencia. No se niegan los antecedentes históricos, pero sí es cierto que solo podemos hablar estrictamente de anarquismo a partir del siglo XVIII con Godwin. Con este autor, se confunden anarquismo y liberalismo, destacando su radical crítica al Estado (todo Gobierno supone el estancamiento moral), su fe en el progreso y en la perfectabilidad del ser humano y la influencia que tendría posteriormente en socialistas utópicos como Owen y en el ideal ácrata. Giner atribuye a Godwin, y a toda la filosofía anarquista, una idea a todas luces simplificadora si conocemos bien las ideas libertarias: el hombre es bueno de manera innata y es la sociedad estatista la que lo corrompe. Lo que sostenía en realidad Godwin es que en un marco social adecuado posibilitaría el desarrollo de la razón y el progreso moral.

Tras Godwin, la idea anarquista (si bien no se puede hablar de una conformación, ni siquiera terminológica), progresa mezclada con muchas otras. En socialistas utópicos como Owen o Fourier conviven rasgos libertarios con otros jerárquicos y contrarios al espontaneísmo. Solo con Proudhon, y su negación de cualquier forma estatista de gobierno, se produce el comienzo de la bifurcación libertaria en las corrientes socialistas. No hay ya en el de Besanzón rasgos aristocráticos o paternalistas, como ocurría en los socialistas anteriores. La conocida y espectacular respuesta que da en su obra ¿Qué es la propiedad? a la cuestión de la propiedad causó impresión y revuelo en su momento, y le granjeo también la amistad del mismo Marx,. No obstante, la divergencia definitiva entre socialistas autoritarios y libertarios se daría con la publicación de Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria, que generó la replica de Marx en Miseria de la filosofía. En esta obra, Proudhon afirma su fe en una ciencia económica objetiva, exacta, capaz de perfeccionarse continuamente y que sería, de todas las ciencias, la suprema. Quiere demostrar que existe un sistema social sujeto a leyes tan objetivas como las físicas, y que la ciencia económica puede descubrir su funcionamiento centrada en el estudio de la producción y la distribución de la riqueza. Por lo tanto, se vincula lo social a lo económico, lo que le aleja de economistas liberales que se centran en el estudio de los aspectos técnicos de la producción y en la productividad. La economía, para Proudhon, debe centrarse en el trabajo y en la relaciones de trabajo, el hombre debe ser el objeto de su atención y solo el producto material (la tierra o las mercancías) se estudiará como primer paso para entrar en el terreno humano e histórico. El estudio de la justicia y la administración supone la confrontación entre el factor humano de la producción y distribución de la riqueza con el factor material (la riqueza misma).

La Filosofía de la miseria considera como centro de atención de la economía política moderna el estudio de las contradicciones (o antinomias) que genera el sistema capitalista. La gran industria, que es una consecuencia de la intensificación del proceso de la división social del trabajo, impone una economía de mercado en la que tiene predominancia el valor en cambio en lugar del valor en uso de las mercancías (lo que da lugar a una nueva antinomía entre ambos valores). La propuesta de Proudhon para superar esa contradicción es su teoría del "valor constituido", que depende del tiempo de trabajo que se invierte en la producción de un artículo determinado (ya que el tiempo de trabajo necesario para crear un producto depende de su utilidad). De esta manera, la sociedad empieza por la producción de los bienes más necesarios y terminará con la de los más superfluos. Otra contradicción presente en el sistema capitalista es la producida entre las máquinas y la libertad. Las máquinas dieron lugar al capital y a la economía asalariada, manteniéndose en manos privadas, lo que obstaculiza la libertad de la mayoría de los trabajadores. Proudhon ataca la propiedad, aun aceptándola como consustancial a la libertad individual, por estar en pocas manos al servicio del sistema capitalista. Para liberar al hombre de esta situación de esclavitud, Proudhon pretende substituir la propiedad, en sentido general, por la posesión en el sentido de una forma restringida de propiedad subordinada al derecho y al control de la sociedad: "La posesión individual es la condición de la vida social". A pesar de que el pensamiento de Proudhon pasa por diversas etapas, se mantiene siempre hostil hacia el Estado y conocida es su alternativa social basada en el mutualismo y la federación.

La critica proudhoniana al liberalismo y al capitalismo pasa por considerar que la llamada "libre competencia" encubre la desigualdad económica, la explotación y el monopolio. Por otro parte, cierto socialismo como el de Louis Blanc refuerza al Estado y la opresión con su propuesta de "talleres nacionales" en los que confluyen el estatismo y la empresa privada. En La capacidad política de la clase obrera, Proudhon criticará todo socialismo que subordine el individuo a la colectividad (critica al socialismo estatista), ya que no desea subyugar toda iniciativa individual a un esquema preestablecido. La alternativa al Estado es el socialismo libertario, basada en la federación libre de asociaciones fundadas en el contrato libre. Aunque Giner considera que el sistema de Proudhon acepta el contrato social, hay que matizar para no incurrir en tergiversaciones, que no tiene un origen histórico (como en el caso de los pensadores liberales), sino que está fundado en la conciencia humana, en la solidaridad y en el espontaneísmo (contrato libre, es la definición más adecuada). Proudhon, en crítica a Rousseau, afirma que la solidaridad es reacia a todo estatismo y a algo tan abstracto como la voluntad general. El contrato, según Proudhon, es sinalagmático, lo que quiere decir que los individuos participantes convienen en intercambiar sus esfuerzos, respetando la libertad e independencia mutuas. No existe, como en el caso de gobierno y gobernados, coerción ni fuerza. Es una renovación radical del concepto de derecho.

La organización política, en el sistema proudhoniano anarquista, queda subsumida en las asociaciones mutuas en las que se dispersa el poder que antes detentaba el Estado. En este mutualismo, los hombres son servidores unos de otros sin que exista servidumbre ni subordinación. La industria es controlada por mutualidades obreras interesadas en el beneficio comun, que pactarán con otras mutualidades para el intercambio de productos sin intenciones de lucro capitalista. El federalismo será el único sistema compatible con el mutualismo, no de Estados, sino de regiones sociales (agrícolas o industriales), al que se llegará de forma progresiva. De la misma manera, el federalismo es la única solución a la antinomia autoridad-libertad, que forma parte de toda sociedad humana. Giner considera que es a partir de Proudhon cuando comienza en ambientes revolucionarios a considerarse la idea de organización mutua de los obreros y la misma idea de "consejos obreros" para regentar la industria. El mismo Daniel Guérin, gran estudioso del anarquismo, ve en Proudhon el origen de dichos consejos, comités, soviets o cooperativas de gestión directa. Es algo consustancial a cualquier idea libertaria, la idea de la autogestión, que supone que consideremos al anarquismo de forma intemporal con capacidad para renovarse y resurgir en cualquier forma social.


La formación de la filosofía anarquista

Encontramos en Salvador Giner otro autor que realiza una descripción algo caricaturesca del pensamiento de Max Stirner. La más conocida y espectacular obra del alemán es citada en la obra que nos ocupa con el título de El individuo y su propiedad (El único y su propiedad es una traducción más habitual), descrita como un ataque virulento a la moral burguesa, a la religión y a toda organización política, así como a los hegelianos de izquierda, a Proudhon o a Feuerbach. Se reconoce la influencia de Stirner, algo innegable, en el movimiento anarquista, aunque Giner menciona únicamente "círculos anarquistas de ideología superindividualista". La etiqueta de irracionalista al pensamiento stirneriano, y su inclusión como elemento dentro el anarquismo, es excesiva, más allá de la mencionada influencia en unas ideas que hacen de la libertad individual una premisa fundamental, pero siempre vinculada a una compleja filosofía social. Para Stirner, en una atención filosófica más precisa que la de la obra de Salvador Giner, el hombre sería el centro de toda reflexión y de toda realidad; no un hombre en sentido abstracto, ni un representante genérico de la humanidad, sino del individuo como "único".
Para Stirner, lo realmente valioso es "la originaria e irreductible voluntad de autoafirmación del yo" y se muestra crítico con toda abstracción que pretenda ahogarla. Por lo tanto, el único no es una entidad abstracta, sino real, sin que esté sometida a categoría alguna (ni siquiera, biológica). Lo atractivo del pensamiento de Stirner, al que nunca podrá tomarse de forma dogmática (ni al suyo, ni a ninguno según la perspctiva libertaria, dejaremos eso para los artífices de una nueva religión), es que se trata de una crítica permanente a toda pretensión de coacción y de subordinación, una preservación de la independencia de la personalidad que, a nuestro modo de ver las cosas, encuentra numerosos factores en la vida en sociedad (una sociedad de iguales) para pactar con sus semejantes, sin que se vea menoscabada su libertad y sí enriquecida. Es un alejamiento de ese absolutismo egoísta que, tal vez, pretendió Stirner, pero ni nos gustan los dogmas ni los absolutos (aunque hablen de libertad individual, concepto que requiere de más elementos en la visión anarquista y nunca tomados de forma absoluta). En cualquier caso, valga la crítica a la obra de Giner, en la que se da una expresión muy vaga en nuestra opinión del pensamiento estirneriano, mencionando una posible asociación de "egoístas" para acabar con el sistema social, la parte evidentemente más floja de la obra de Stirner (seguramente, su pretensión social no iba más allá). El individualismo anarquista, al margen de una respetable tendencia, es solo la parte de un todo que nunca puede observarse de manera absoluta sin caer en el reduccionismo o en el empobrecimiento.

Bakunin es mencionado como una gran personalidad, situada en un momento de grandes cambios sociales en la sociedad rusa, que trajo a la Europa occidental notables ideas y tácticas revolucionarias. Dentro del anarquismo, se menciona al ruso como el representante de la "acción directa" y de los aspectos más "destructivos". Es una lectura, a todas luces, distorsionada de la llamada "acción directa" y de una visión revolucionaria, que siempre conlleva transformaciones radicales (acabar con un sistema considerado injusto) junto a la edificación de una nueva sociedad. Esta idea está fundada en "el convencimiento de que la destrucción es el preludio necesario de la creación revolucionaria", Bakunin consideraba que un periodo negativo sería preliminar a una revolución de carácter cualitativo en la que los desacuerdos existentes podrían resolverse dialécticamente en la justicia y armonía generales. En la sociedad perfecta, el Estado sería substituido por la administración, el derecho penal por la corrección humanitaria y así sucesivamente con toda situación de desarmonía. Bakunin tenía como un maestro a Proudhon, aun sin estar de acuerdo con algunas teorías suyas como la de la posesión. En Federalismo, socialismo y antiteologismo, propone el ruso un sistema confederal europeo basado en los principios proudhonianos, y un socialismo en el que los obreros gestionen de manera directa la industria y la agricultura. Es la ruptura definitiva con el socialismo marxista, basado en la conquista del Estado y en la apropiación, por parte de éste, de los medios de producción. Además, el apoliticismo anarquista (en el sentido de participación parlamentaria) se aleja también de las tácticas marxistas de participación en el sistema burgués y en sus medios legales.

La vida de Bakunin fue tumultosa, plagada de acciones revolucionarias y, tantas veces, descabelladas, pero la insistencia en estos aspectos que realiza Salvador Giner, en los meramente destructivos y en la supuesta falta de coherencia en los métodos del ruso, en unas tácticas revolucionarias (por otra parte, propias de la época), no tiene mucha cabida en una obra que se centra en el pensamiento social. No puede obviarse la importancia filosófica de un gran autor, que merece su espacio en toda obra académica: con Bakunin, puede considerarse que llega la culminación de esa crítica al Estado, impensable hasta una décadas antes, en aras de la emancipación del hombre; no puede obviarse el contenido humanista de su pensamiento, sobre el que pivota una ferrea visión moral ("auténticamente humana"), tampoco su original visión de un materialismo (que el ruso denominó "el verdadero idealismo"). Asimismo, otros aspectos destacables del pensamiento bakuninano son: su importancia dentro de la tradición atea (continuando, en este sentido, a Feuerbach); su tesis de la unidad de los mundos físico y social, o su idea de una libertad de la voluntad realmente existente, pero condicionada, que demanda un dominio de los factores externos basado en una respetuosa observación de las leyes naturales. A pesar de la falta de sistematización (algo que, por otra parte, ya es un lugar común con el que hay que ser crítico), Bakunin puede considerarse sin ninguna duda como uno de los padres del anarquismo, una filosofía sociopolítica que resulta tan atractiva como compleja y digna de estudio y profundización. El anarquismo, incluso el llamado posmoderno (etiqueta con la que, desde estas líneas, nos mostraremos muy críticos), se nutre innegablemente del pensamiento de Bakunin.


La ciencia y el anarquismo

Salvador Giner considera a Kropotkin "el escritor sereno y sistemático del anarquismo", aunque aclara que es la otra cara de un autor como Bakunin (algo, cuanto menos cuestionable e incluso hay posturas de Bakunin que han resistido mejor el paso del tiempo en nuestra opinión), un continuador de la línea científica de Proudhon y representante de la versión anarquista del comunismo. La tesis kropotkiniana del apoyo mutuo como factor de cohesión social tiene su origen en William Godwin y en su creencia de la existencia de una benevolencia universal, así como la confianza en "los principios de racionalidad, eficiencia, eliminación de esfuerzos inútiles y explotación del progreso científico". Se considera que este programa forma parte de toda una filosofía de la historia, viene a ser una visión de la evolución social y biológica que subraya los aspectos cooperativos frente a la competencia como factor de progreso. Es ya un lugar común el enfrentar la visión de Kropotkin a la de Darwin, aunque jamás el ruso contradijo la obra del inglés, más bien se trata de una misma visión enriquecida.

La solidaridad entre individuos de la misma especie es imprescindible para vencer la contrariedades de la naturaleza y, dice Kropotkin, las especies más evolucionadas son aquellas que han sabido comprender la importancia del apoyo mutuo. Por lo tanto, la teoría de la evolución no queda definida necesariamente por la lucha entre las especies, sino por el combate de éstas frente a una naturaleza adversa. En una sociedad basada en la cooperación, en la que existan recursos para todos, los individuos no tienen por qué lanzarse al enfrentamiento y la destrucción. La moral humana, que con autores como Kropotkin se desprende definitivamente de todo origen divino o metafísico, es el resultado del sentimiento de cooperación y solidaridad. La propuesta de Kropotkin es una sociedad comunista, realizada progresivamente gracias la educación de las personas, las cuales pueden descubrir y desarrollar su capacidad para cooperar y para crear, y a la inculcación de sólidas convicciones. Son ya lugares comunes las menciones a la supuesta moderación de Kropotkin en los últimos años de su vida (críticas que, a nuestro modo de ver las cosas, cuando se realizan desde la cómoda perspectiva actual, se hacen algo penosas), a su supuesto apoyo a la Revolución Rusa (a la que consideró un fenómeno al que no resultaba posible oponerse, por el empuje de la historia, y sí acabó criticando su autoritarismo) y a los aliados durante los Primera Guerra Mundial.

España es el país donde se ha dado el más poderoso movimiento anarquista y, otro lugar común que ya hemos tratado de refutar, no considera Giner que fuera, de forma paradójica, lugar de grandes teóricos. Se apresura también a la hora de nombrar factores causales de ese arraigo libertario: industrialismo deficiente, vida semirrural de gran parte del proletariado, hostilidad regional contra el centralismo estatal... El análisis de la importancia del movimiento anarquista en España es todavía una asignatura pendiente en la labor historiográfica. Mencionar sin más este contexto, que sin duda tuvo su importancia para el desarrollo libertario, es quedarse muy corto, hay que recordar la complejidad y vitalidad, siempre intemporal, de las propuestas libertarias, que le dan una innegable actualidad, por lo que resulta triste resolver el tema de manera tan simplista y reduccionista. Analizar el porqué de un progresivo desarrollo del movimiento anarquista, y no solo de una central sindical como señalan otras visiones simplificadoras, es una tarea compleja para los historiadores. Nos quedamos siempre con las propuestas de emancipación en todos los ámbitos de la vida, lo que demuestra la fortaleza, originalidad y especificidad de unas ideas. Tal vez el anarquismo hispano fuera más receptor de ideas, que creador de las mismas, pero lo que parece claro es que trató de llevarlas a la práctica con toda la vitalidad y creatividad de la que fue capaz. El triste colofón a esa situación de un movimiento libertario tan importante se produjo en la Guerra Civil, tras la derrota manu militari, cuando los anarquistas pusieron a prueba sus convicciones y se vieron obligados incluso a defender un sistema que las transgredía para combatir el fascismo.

En 1845, aparece en La Coruña el primer periódico del mundo que puede considerarse anarquista, El Porvenir, fundado por el discípulo de Proudhon Ramón de la Sagra. Conocido es también que el federalismo proudhoniano tuvo continuidad en la obra del republicano catalán Pi y Margall, el cual tradujo un buen número del francés. Puede decirse que, en origen, el republicanismo federal y el anarquismo estaban muy cerca. Pero el comienzo del anarquismo en España se suele situar con la llegada de Fanelli en 1868, propagador de las ideas de Bakunin. A partir de ese momento, el somero análisis que realiza Salvador Giner sobre el anarquismo español nos resulta bastante torpe (la edición analizada es una reimpresión de la revisión que se hizo tras la muerte de Franco, desconozco si existe alguna otra que afecte a esta parte del anarquismo). La insistencia, de nuevo simplificadora, en dos tipos de anarquismo, uno industrial y práctico y otro rural y utópico, el énfasis en una constante táctica violenta de la CNT (combativa no es sinónimo de violenta, al igual que la llamada "acción directa" no supone necesariamente actos violentos), la única mención que se hace a la FAI es como organización que trata de controlar a la CNT e incluso "revisar los principios confederales extremos" (sic); además, los actos desestabilizadores anarquistas durante los años 30, durante una república que tuvieron finalmente que defender, o las críticas a las transformaciones revolucionarias durante la guerra son ya lugares comunes que merecen un estudio detallado, máxime en un texto que se considera académico. No se trata de idealizar el pasado del anarquismo, justo es reconocer los errores y ser críticos siempre con actos excesivos que transgreden, además, las propias ideas libertarias. Sin embargo, es penoso enfatizar la violencia en una obra sobre pensamiento, cuando precisamente una de las características destacables del anarquismo es la búsqueda de coherencia entre medios y fines, el deseo de desterrar toda coacción en la sociedad.

Existe un anarquismo histórico, derrotado después de la Guerra Civil Española, algo innegable, pero a lo que proponemos observar de otro modo. Es decir, el fin del anarquismo se produce en gran medida por su renuncia a conquistar el poder, a imponer un sistema perdiendo así sus señas de identidad. Por supuesto que existen errores dignos de análisis y actos cuestionables, pero la medida para juzgarlos siempre puede realizarse con mayor horizonte desde la teoría y praxis libertarias, unas ideas profundamente humanistas, con influencias múltiples y constantes, que desean dar auténtico sentido a las nociones de libertad y justicia social. Los momentos de grandes revoluciones forman parte del pasado, pero los movimientos libertarios surgen una y otra vez, con distintas medidas y capacidades, pero con una implicación social siempre importante, en un mundo que pide a gritos un verdadero antagonista para la explotación y el autoritarismo.

sábado, 9 de junio de 2012

Sociología del anarquismo hispánico (y 2)

En la entrada anterior, vimos la refutación que Juan Gómez Casas hace a dos hipótesis sobre el anarquismo hispánico: la ruralista y la religiosa. Vamos ahora con la tercera, la que alude a la idiosincrasia: fuero e historia. Esto es, las razones aportadas para descifrar el fenómeno del anarquismo en España desde las hipótesis de ciertas características raciales o del carácter autóctono. Tal y como decía Ortega y Gasset en España invertebrada, no es fácil hablar de un carácter hispánico definido, aunque otros autores insistan en ciertos rasgos: particularismo, independencia, igualitarismo, justicia y quijotismo, individualismo... Si apartamos todos estos caracteres de cualquier relación histórica, es posible que los veamos como parte del anarquismo, tanto filosófico como práctico. Al fuerte individualismo en la idiosincrasia del hombre hispánico, se uniría el comunitarismo, la pertenencia a una comunidad, región o estrato social. Por supuesto, Gómez Casas comparte las reservas de Órtega, ya que los rasgos idiosincráticos están profundamente relativizados por la diversidad geográfica y del clima, por la diferencia de clase social y por las instituciones de distinta índole. El ser humano ve sus rasgos de carácter relativizados por los grandes hechos de la historia, por las revoluciones y las grandes transformaciones. Por el contrario, los regímenes absolutos de gobierno, que suspendieron fueros y libertades populares condujeron a la inhibición de las prerrogativas individuales y a la sumisión a fuerzas poderosas. Historiadores, como Rudolf Rocker, han considerado que el recuerdo de ciertas manifestaciones populares, como es el caso de los municipios libres, no se había borrado del todo en España. Sin embargo, Gómez Casas insiste en que la interrupción violenta y prolongada de ciertas libertadas han llevado a la afasia ante la presión de los nuevos tiempos. Hay que estar de acuerdo con él, cuando las generaciones posteriores a la Guerra Civil Española, después de décadas de dictadura, no poseen memoria alguna sobre el gran movimiento autogestionario iniciado en 1936. Por otra parte, sí hay que darle la razón a Rocker en que toda auténtica manifestación popular revolucionaria tiene rasgos inequívocamente libertarios. El movimiento anarquista, al margen de cierto espontaneísmo, no tuvo que improvisar al inicio de la revolución al existir una dilatada tradición obrerista en España. Los primeros esquemas de reestructuración social nacieron en el primer congreso de Barcelona, en 1870 (constitución de la Federación Regional Española), y se transmitieron sin interrupción hasta 1936. Es decir, existían criterios preconcebidos y estudiados durante décadas, los cuales descansaban sobre la sólida base de las ideas libertarias, desde la histórica llegada de Fanelli a España en 1869. No obstante, y aunque hay que tener en cuenta los condicionamiento de las circunstancias históricas, Gómez Casas considera que sí puede considerarse al anarquismo continuador de las más puras tradiciones fueristas y municipalistas de la historia de España. Es el caso, por ejemplo, de los municipios libres medievales, pero enriquecidos por la modernidad con los contenidos del socialismo y del anarquismo. Fueron momentos históricos con ciertos rasgos libertarios, pero se rechaza una memoria histórica como justificación del fenómeno anarquista, tesis defendida por ciertos historiadores.

En Sociología del anarquismo hispánico, se analiza también el anarquismo como acto decisivo de militancia revolucionaria y también el marco histórico que distintas circunstancias nacionales habían preparado de manera óptima para su desarrollo. La realidad es que, mientras en España se desarrollaba el internacionalismo anarquista, en otros países de Europa decrecía notablemente; la explicación de ese declive en el resto de Europa la coloca Gómez Casas en dos factores: la experiencia parlamentaria desarrollada por la socialdemocracia alemana, especialmente después de la Comuna de París, y la marea creciente del nacionalismo-imperialismo. En una Europa que se prepara para la guerra, el anarquismo organizado es una contracorriente que parece inviable. Por el contrario, en España es explicable el fenómeno anarquista por varios factores: el voluntarismo revolucionario, las peculiaridades políticas de la época y cierta marginación del país de las corrientes europeas dominantes. Las ideas de Bakunin ganaron la partida a las de Marx en España, ya que en el anarquismo es el hombre el que desencadena los procesos históricos frente a una concepción marxista que observa fundamentalmente el desarrollo de las fuerzas productivas. Las ideas liberarias se desarrollarán sobre el mantillo ya creado por las de Proudhon, por Ramón de la Sagra y por el republicanismo federal. Éste, es superado por un anarquismo que aspira a acabar con todo poder político. Frente a la declaración marxista "el primer deber del proletariado es la conquista del poder político", el anarquista "la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado". Los libertarios son fieles a la convicción de adecuar medios a fines, de tal manera que si el objetivo es la sociedad sin Estado y sin clases la estructura de las organizaciones anarquistas reflejará esa meta. Así, se anticipa la sociedad del povernir con estructuras federalistas y democráticas, en las cuales los dirigentes son substituidos por una base social activa con igual potestad para todos sus miembros. Si ciertas estructuras de partidos, centralizadas y jerárquicas, favorecen la creación del dirigente, las secciones libertarias dan lugar a la figura del militante, artífice de la prefiguración antes mencionada. El militante no acepta influencia externa alguna y, desde la base de su organización, construye y dirige su acción cotidiana elevándose desde lo concreto a lo abstracto. Frente al fatalismo producto de supuestas leyes de desarrollo histórico, la acción cotidiana y la proyección revolucionaria es el resultado de la acción concertada y corresponsable de todos los militantes libertarios. Es esta concepción, que supone el rechazo al Estado y a la lucha parlamentaria, la que confiere al anarquismo español una superioridad y coherencia sobre cualquier otra corriente izquierdista hasta 1936. Desgraciadamente, muchos autores han interpretado como un error este triunfo del anarquismo en España, pero la perspectiva que nos da una visión amplia pone las cosas en su sitio.

Gómez Casas nos introduce en las peculiaridades políticas de la época. Así, tras el golpe de Pavía y la Restauración, la Internacional para a ser clandestina hasta 1881. Hasta ese momento, el movimiento se mostraba cauto y trataba de organizar a los trabajadores sin apresuramiento. Cuando Sagasta inaugura en la fecha señalada un nuevo periodo de garantías constitucionales, ya están vigentes los partidos dinásticos que se suceden en el gobierno; el caciquismo oligárquico será el rasgo fundamental, estrechamente vinculado a los gobernantes de Madrid. Solo cuando los partidos modernos, como los republicanos y el socialista, van creando pequeños enclaves autónomos será posible el sufragio universal. El otro factor señalado influyente en la configuración del movimiento obrero español, de predominancia ácrata, es la inexistencia casi absoluta de presión nacionalista y, aún menos, imperialista. El desastre colonial deja apartada a España de la pugna entre las potencias europeas por adquirir mercados y territorios, tanto ultramarinos como colindantes. Así, no se da tampoco una centralización y regimentación sobre la conciencia nacional, que sí llega a contagiar al movimiento obrero en ciertos países. El anarquismo, a pesar de ser reprimido y relegado a la clandestinidad con frecuencia, conserva su pureza inicial y no se corrompe ni se disgrega volviendo, una y otra vez, a brotar con fuerza. Eso también explica que el socialismo en España no se integre en la lucha parlamentaria hasta mucho después que en el resto de Europa, debido al caciquismo que supone una centralización y tribalización del poder. El obrerismo, especialmente en las zonas rurales, se convence de la inutilidad de la lucha electoral y, al mismo tiempo, confía en la posibilidad del cambio revolucionario al comprobar que el poder es algo tangible y próximo sin necesidad de grandes aparatos burocráticos. Grosso modo, este es el repaso que da Gómez Casas a la vicisitud histórica, con muchos antecedentes claro está, del primer proletariado español organizado, militante y consciente de sus obligaciones y derechos.

Puede decirse que el anarquismo es una filosofía, sobre todo, de la persona, de su desarrollo integral y basada, por lo tanto, en una ética de la responsabilidad personal. Después de eso, sería una teoría revolucionaria y transformadora de la sociedad. Frente a la simple concepción economicista de la historia, los anarquistas se han esforzado en mostrar también la alienación producto de lo cultural, lo político y lo religioso, no subordinadas necesariamente a la económica. Los portadores del conocimiento científico y político en el seno de las poblaciones primitivas inauguraron el comienzo de la alienación para generar enseguida privilegios económicos y políticos. Es esta fuerza primaria la que da lugar al principio de autoridad, la que configura el mundo antiguo, cuyos valores han prevalecido. La originalidad el anarquismo está, entre otras muchas aportaciones, en haber visto esta perpetuación de toda forma de estatismo. Para lograr una nueva sociedad, en lugar de esa sumisión a supuestas leyes históricas y a condiciones objetivas, el anarquismo insiste en adecuar medios a fines, en crear las propias condiciones para caminar hacia la utopía. Así, el elemento clave es la racionalidad, ya que se propone la autogestión de todos los sectores económicos y productivos de la actividad humana; esa autogestión supondría la materialización de tres grandes ideas, libertad, democracia y autonomía, a las que puede denominarse anarquía (sociedad sin clases y sin Estado). En la sociedad actual, esas nociones apenas tienen sentido y sirven para encubrir y justificar la irracionalidad de las instituciones y de las estructuras sociales dominantes; es decir, en su verdadero sentido son incompatibles con el capitalismo y con el Estado, con la explotación económica y política. La acción coherente con la filosofía antiautoritaria es el federalismo, el cual no puede entrar en contradicción en cuanto a medios y fines; es sinónimo de pacto libre, alianza libre, acuerdo libre, apoyo mutuo y solidaridad. El medio para acabar con el Estado y con el capitalismo es el federalismo económico y político. En el federalismo libertario, en el cual no hay cabida para ninguna expresión nacionalista (ya que hablar de una cultura de los pueblos, de una identidad colectiva, conlleva el peligro del estatismo), las personas pueden controlar los procesos económicos como elementos concretos de la producción, así como organizar todas las relaciones humanas en general a partir del hábitat donde viven. Es otra forma de entender la política que conduce hacia la anarquía.

lunes, 7 de febrero de 2011

Abundancia y saciedad

Sigo leyendo material de Erich Fromm, ya que tengo intención en breve de escribir un artículo largo, citando todas las fuentes. Siendo ya anciano, en la última década de su vida, Fromm produjo una serie de conferencias radiofónicas, grabadas en su casa de Locarno y algunas en un estudio de Zurich, que fueron recopiladas por Hans Jürgen Schultz y editadas con el nombre de El amor a la vida. Estas grabaciones transcritas son un interesante complemento a las teorías que ya expuso a lo largo de su obra. Resulta emotivo que un autor de gran talla intelectual se muestre tan cercano y abierto, y ponga su obra, siempre, al servicio de la liberación y felicidad del ser humano. Tal y como dijo él mismo, la gran tragedia para muchas personas es que mueren antes de haber comenzado a vivir. Su entrega para tratar de paliar esta situación fue evidente.

Uno de estos seriales radiados recibió el nombre de "Abundancia y saciedad en la sociedad actual". En él, Fromm aclara los diferentes sentidos de términos como "consumir", actividad que realizamos todos, pero que puede suponer un problema sicológico si se realiza de manera compulsiva y con avidez. Aunque, a priori, podría parecer normal el deseo de tener cada vez más cosas, es propia de un hombre deprimido y pasivo tratar de paliar momentáneamente su vacío interior incorporando cada vez más cosas a su vida. A propósito de pasividad y actividad, esta última, según la concepción de la sociedad contemporánea, está relacionada con alguna utilidad, con algún fin, con producir un efecto visible.

Fromm recuerda otra concepción clásica de la actividad, entendida como algo que da expresión a las fuerzas propias del hombre, algo que proporciona vida, que produce la eclosión de sus capacidades, tanto corporales y afectivas, como intelectuales y artísticas. Esto significa lograr una comprensión cada vez mayor, desarrollar una progresiva madurez. Esas fuerzas inherentes al hombre pueden permanecer habitualmente reprimidas, y esta concepción de la actividad se relaciona con la capacidad de despertarlas. Del mismo modo, la pasividad en sentido clásico no sería el estar sentado, incluso reflexionando o contemplando, sino que es el simple reaccionar a algo o ser impulsado. El hombre que se limita a eso no produce nada nuevo, su actividad es mera rutina, ya que la reacción supone realizar siempre lo mismo: al mismo estimulo sigue la misma reacción. Puede decirse que el hombre sólo es él mismo cuando se expresa, cuando da salida a sus potencias innatas. Esto es, el hombre tiene que "ser", y si eso no ocurre, si se limita a "poseer" y utilizar, hay un proceso de cosificación, decae, su vida carece de sentido y se transforma en sufrimiento. La actividad auténtica es el auténtico goce, y ello es la expresión de sí mismo, el crecimiento de las potencias humanas.

Lo que diferencia al hombre de los animales es la autoconciencia: conoce lo que es él mismo y lo que es otra cosa. Con el tiempo, el ser humano empezó a superar su dependencia de la naturaleza, comenzó a influir en el mundo con su cerebro, capacidad imaginativa e ingenio, y se creó su propio espacio vital. Se dieron épocas de "relativa abundancia", en las que se superaron la pobreza y escasez, pero sin que fuera suficiente para que todos participaran. Paralelamente a esta situación en que no todos pueden acceder a la mesa o no pueden gozar de la abundancia, que llega hasta la sociedad moderna, una minoría acaba dirigiendo la sociedad y teniendo el poder. Fromm señala esta paradoja de una cultura que produce cierta abundancia de bienes, pero al mismo tiempo mantiene la desigualdad y el conflicto bélico. Aún peor es considerar esa situación como eterna e inmutable, como inherente a la condición humana y social, algo que nos tiene que resultar inconcebible.

En la sociedad contemporánea, con la Revolución Industrial que reemplazó la fuerza mecánica por la energía natural (proporcionada por seres vivos), nació la esperanza de que la abundancia llegara para todos. No hace falta aclarar que nunca se produjo. Fromm menciona una segunda Revolución Industrial en la que se reemplaza igualmente el pensamiento humano por la cibernética, por máquinas que dirigen la producción y también a otras máquinas. Es en en esta fase en la que consolida la enajenación. Esta nueva sociedad no solo ha creado abundancia de bienes, también necesidades, no meramente las clásicas de querer comer, beber, habitar en buenas casas, etc. Podemos observar continuamente la progresiva intensificación de la propaganda y del carácter llamativo del envase. Los deseos del ser humano no provienen ya de su fuero interno, sino que se suscitan y orientan desde fuera. Aunque se hable de personas que les vaya bien a nivel material en este tipo de sociedad, resulta estremecedor observar la multiplicidad de exigencias que deben satisfacer.

El sistema económico actual, en la nueva fase del capitalismo, se basa en la máxima producción y el máximo consumo. En el siglo XIX, la economía se basaba todavía en la máxima economización de los recursos, podía resultar en aquellos tiempos inconcebible el comprar algo sin que se tuviera dinero, mientras que hoy en día parece un bicho raro quien no gasta más de le necesario y no pide un crédito para alguna cosa. Fromm describe esta situación de incontrolable aumento de consumo como el advenimiento de una nueva religión, la del país de Jauja, en la que el paraíso sería un enorme almacén en el que hay de todo, uno posee siempre el dinero suficiente para comprarlo y, si es posible, tratando de tener más que el vecino. Esta religión se produce porque la autoestima se mide por lo que uno posee, si uno quiere ser el mejor debe tener lo máximo. No hay límite para esta situación, la producción y el consumo irán en aumento a pesar de la cíclicas crisis del capitalismo que mantienen los pilares siempre intactos, y el hombre se verá empujado a la pasividad, la envidia y la avidez. Finalmente, acabará cayendo en la debilidad, la sumisión y la impotencia. Si hay una frase que refleja perfectamente esta situación es que el hombre vive solo como lo que tiene, no como lo que es.

No parece muy adecuado señalar esta situación en plena crisis del sistema, con gran cantidad de personas en el primer mundo que han perdido su empleo. Sin embargo, Fromm indaga precisamente n esta situación sicólogica y social en los países industrializados, en los que parece ahora un gran drama que las personas no se atrevan a seguir consumiendo y nadie profundice en otro tipo de males. La crisis del sistema podría ser una oportunidad para un cambio de raíz, pero solo se observa como solución el continuar poniendo en marcha el engranaje de una maquinaria enloquecida, mientras que la pérdida de valores se mantiene intacta.

jueves, 6 de enero de 2011

La idea de naturaleza humana

Si la cuestión de que todos los hombres comparten las mismas características anatómicas y fisiológicas tiene una respuesta obviamente afirmativa, no queda nada claro si el conjunto de la humanidad comparte una misma organización síquica y una misma naturaleza (si es que puede hablarse de algo llamado "naturaleza humana"). El concepto de humanidad, y también de humanismo, está basado en la idea de una naturaleza humana de la que participan todos los hombres. Tradicionalmente, se ha abundado en esta idea de que cada individuo lleva en sí, no solo su individualidad, sino las potencialidades de toda la humanidad. A estas alturas, la idea de una naturaleza o esencia humana es puesta en duda, diversos expertos tienden a considerar al ser humano como una hoja en blanco en la que cada cultura escribe el texto correspondiente. No se niega, de manera taxativa, la singularidad de la especie humana, pero se limita la importancia de los contenidos y sustancias de la idea de humanidad.

Erich Fromm profundiza en el pensamiento de Marx y Freud sobre esta cuestión; en contraste con las tendencias actuales, estos autores daban por supuesto que la conducta humana resulta comprensible, precisamente porque es la conducta del hombre genérico, de una especie que puede ser definida en función de su carácter síquico y mental. Sin embargo, Marx no incurrió en el error de confundir una supuesta naturaleza humana con las manifestaciones particulares que se han dado en cada sociedad y en cada época histórica. Esta es la importante diferencia, la que se establece entre una naturaleza humana en general, difícilmente observable, y la naturaleza humana surgida en un determinado momento de la historia, que es la que podemos observar en las diversas culturas. Fromm afirma que es posible deducir la naturaleza humana genérica, las leyes que la rigen y cuáles son las necesidades del hombre, estudiando las diversas manifestaciones. No es fácil estudiar el pensamiento de Marx, se habla constantemente de supuestas contradicciones en el mismo, por no hablar de las diversas interpretaciones y de la contaminación (justificativa) que surge de las distintas praxis sociopolíticas. Fromm realiza una interpretación eminentemente humanista, y rechaza las interpretaciones que se dieron entre los autores soviéticos. En un primer momento, Marx confundía una supuesta esencia del hombre con la naturaleza humana en general, pero posteriormente dejó a un lado esa interpretación y aclaraba que "la esencia del hombre no es una abstracción inherente a cada individuo en particular".


La naturaleza del hombre puede definirse como un potencial dado, un conjunto de condiciones, algo que puede ser llamado la materia prima inmodificable, de tal manera que algo como el tamaño y la esctructura del cerebro han permanecido iguales desde los albores de los tiempos. No obstante, el hombre sí se transforma a lo largo de la historia, es producto de ella (por llamarlo de esta manera), puede llegar a ser lo que potencialmente es. Tal y como lo define Marx, la historia es el proceso por el cual el hombre se crea a sí mismo desarrollando, durante el proceso de trabajo, aquella potencialidades que posee de manera innata. El conjunto de la historia universal es la creación del hombre por medio del trabajo, así como el surgimiento de su naturaleza. El hombre debiera ser consciente de este proceso de autocreación y de sus propios orígenes. Tal y como Fromm observa, Marx se opone a dos posturas: la que afirma que la naturaleza del hombre es una sustancia existente desde el comienzo de la historia (que podemos denominar como visión antihistórica, propia de la religión) y la relativista, según la cual no hay ninguna cualidad propia de la condición humana y el hombre es simplemente reflejo de las condiciones sociales. Parece ser que Marx no profundizó en una visión que superara definitivamente ambas posturas y de ahí que las interpretaciones hayan sido variadas y contradictorias.

Los autores socialistas, incluidos los anarquistas, insistieron siempre en algo que podemos llamar determinismo social. Sin embargo, resulta una caricatura ignorar el humanismo inherente al pensamiento de las diversas tendencias socialistas. Bakunin hablaba de una "conciencia universal de la humanidad", que se manifiesta a lo largo de la historia en formas muy diversas. En la línea del Marx interpretado por Fromm, el anarquista ruso contempla la historia como un proceso en el que el hombre desarrolla su propia humanidad. Al igual que Fromm hace una lectura del mito judeocristiano, en la que los primeros humanos desobedecen al creador e inician así el proceso de desarrollo de la libertad y la razón, así Bakunin habla de que los ancestros poseían ya la capacidad para pensar y para rebelarse, facultades combinadas que a lo largo de la historia dan lugar a la humanidad. Del mismo modo, el trabajo sería el instrumento emancipador, no solo para cubrir las necesidades más obvias, también para desarrollar las necesidades del ser social que pretende conquistar y realizar su libertad de manera plena.

martes, 4 de enero de 2011

La condición humana en la sociedad moderna

El carácter del ser humano es determinado por el mundo creado por él. Fromm afirma que, si en los siglos XVIII y XIX el carácter social de la clase media mostraba fuertes tendencias a la explotación y la acumulación, determinado por la utilización del trabajo de otros y por el ánimo de lucro, en la sociedad contemporánea el carácter tiende más a una considerable pasividad y a una identificación con los valores de mercado. El hombre se ha convertido en un consumidor permanente con afán de engullirlo todo, un "lactante" continuamente expectante y frustrado.

El sistema económico actual se basa en la función del mercado como determinante del valor de todo bien de consumo y como regulador de la participación de cada uno en el producto social. El ser humano ha acabado convertido él mismo en un bien de consumo, siente su vida como un capital que tiene que ser invertido de manera provechosa para "triunfar" y dar "sentido" a su existencia. El "valor" reside en la cuantificación obtenida por los servicios, y no en virtudes humanas como la capacidad de amar o la creatividad artística. Es por eso que el sentido de ese valor depende de fuerzas externas, del juicio de otros, y de ahí que se esté pendiente de la aprobación de esos otros y que la seguridad resida en la conformidad y en seguir al rebaño. No es solo el mércado el regulador del carácter del hombre moderno, otra factor es el modo de producción industrial, también vinculado a la función mercantil. El empleado forma parte de grandes compañías, cuya propiedad está separada de la dirección y donde la burocracia profesional está más interesada en el buen funcionamiento y expansión de su empresa que en beneficios personales.

Por lo tanto, el hombre requerido para esta situación debe ser dócil, cooperador dentro de grupos numerosos, un consumidor constante de gustos estereotipados y fácilmente influible. Paradójicamente, Fromm afirma que se trata de un hombre que se siente libre e independiente, no se siente sometido a priori a ninguna autoridad, conciencia o principio moral, pero está dispuesto a ser mandado, a hacer lo previsto y a ocupar su lugar en la maquinaria social; son hombres que pueden ser guiados sin fuerza y sin líderes e impulsados sin meta, excepto la de permanecer en movimiento, funcionando y "avanzando". La sociedad industrial moderna ha tenido un pleno éxito en fabricar ese tipo de hombre: se trata del hombre enajenado, el autómata. Está enajenado porque sus acciones y su fuerza personal ya no le pertenecen, están dominadas por fuerzas externas, se levantan por encima de su persona y le gobiernan, en lugar de ser al contrario. Tal y como lo expresa Fromm, las fuerzas vitales del hombre moderno se ha convertido en cosas e instituciones a las cuales idolatra, no son vividas como la consecuencia del esfuerzo y sí como algo separado de su persona: el hombre enajenado se subordina al mundo que él ha creado.

Políticamente, el hombre proyecta sus sentimientos sociales, de poder, sabiduría y valor en el Estado y en sus líderes. En la producción económica, el obrero se ha convertido en un átomo que baila al compás de la dirección automatizada, no planifica su trabajo, ni toma parte en sus frutos y rara vez está en contacto con el producto completo. Sin embargo, no está menos enajenado el dirigente; aunque sí esté en contacto con el producto resultante del trabajo, no lo considera algo útil y concreto. Su objetivo es emplear de manera provechosa el capital invertido por otros, y el producto obtenido es la encarnación de ese capital y no una entidad concreta. El empresario es un burócrata que emplea cosas, números y seres humanos como simples objetos de su actividad. Desde el punto de vista del consumidor, la enajenación es igualmente poderosa, una actividad determinada por frases publicitarias y no gobernada por auténticas necesidades.
Esta situación da lugar a una notable falta de significado y a una enajenación del trabajo, lo que supone el deseo de algo que Fromm denomina de manera inmejorable: la holganza completa. El hombre moderno detesta su trabajo, al sentirse cautivo y poseer sentimientos de frustración, por lo que anhela la holgazanería absoluta en la que no necesite realizar movimiento alguno y todo se le entregue sin esfuerzo. El llamado autómata no necesita tener conciencia de sí mismo, ya que le absorve la labor de consumir permanentemente para satisfacer unos deseos estimulados por la vasta maquinaria económica. La reflexión de Fromm hace décadas acerca de esta situación, con el peligro de la guerra mundial en ciernes, no era muy esperanzadora. Hoy, no existe una tensión permanente entre dos grandes potencias, pero se han sofisticado esta patología social en la que el ser humano ha creado un sistema que fábrica máquinas que actúan como hombres y produce hombres que funcionan como máquinas. La razón se ha deteriorado en beneficio de una inteligencia meramente funcional, con el resultado de una peligrosa situación en la que se proporciona al hombre la más poderosa fuerza material sin tener la sabiduría para emplearla. La falta de sentido en la existencia de un hombre convertido en robot, deshumanizado y sin objetivos, no hace prever lo mejor a corto plazo.

Sin embargo, la esperanza reposa en la capacidad para superar la enajenación, para recuperar las riendas y ser capaces de gobernar nuestras vidas, abandonando todos los ídolos ante los que nos subordinamos. Desde el punto de vista sicológico e individual, habría que recuperar un sentimiento de uno mismo, renunciar a la pasividad, emprender un camino maduro y productivo en el que el trabajo suponga una actividad concreta y con significado. La labor emancipatoria se realiza en todos los ámbitos de la vida a nivel individual, aunque es necesaria también la transformación económica y política para derrotar a la enajenación. Fromm no mencionaba una sociedad anarquista como la ideal, tal vez por desconocimiento de unas ideas, pero su análisis crítico y su apuesta por un socialismo descentralizador, por pequeños grupos en los que haya un contacto real con plena información y permanente debate, por un renacimiento cultural y por una labor educativa en todos los ciclos vitales del individuo se encuentran muy cerca de las ideas libertarias. Una sociedad enferma produce individuos patológicos, y la liberación solo puede estar en una sociedad sana, cohesionada por poderosos valores humanos de fraternidad y solidaridad, y sin posibilidades de deformar la realidad y de fabricar ídolos de diversa índole. De todos nosotros depende, al menos, iniciar esta nueva fase de la historia humana.

jueves, 23 de diciembre de 2010

La ausencia de pensamiento innovador

Recordaremos, siguiendo con lo expuesto por Erich Fromm en Miedo a la libertad, que el individuo trata de superar el sentimiento de insignificancia ante el poder abrumador del mundo exterior renunciando a su autonomía individual o bien destruyendo a sus semejantes, con el fin de que cese la amenaza. Otros mecanismos de evasión ante esa situación de amenaza son el retraimiento absoluto del mundo exterior o la magnificación del propio yo, aunque esas dos vías son más importantes para la sicología individual, que desde un punto de vista cultural. El mecanismo más importante en la sociedad contemporánea, ya que se trata de una actitud generalizada, es el abandono del propio yo en el individuo y la adopción de una personalidad conforme a unas pautas culturales. Es decir, la persona se transforma en aquellos que los demás esperan de él, se hace un ser exactamente igual a todo el mundo. De esta manera, la discrepancia entre el yo y el mundo desaparece y también el miedo consciente de la soledad e impotencia. El símil se establece con un animal y el mimetismo que establece con el medio ambiente, de tal manera que ya es imposible distinguirlos. El precio que la persona paga por su aparente tranquilidad exitencial es muy elevado, la pérdida de su personalidad.

Esta tesis de Fromm de que la manera de superar la soledad resulta en convertirse en un autómata contradice, en apariencia, la idea central de la cultura contemporánea consistente en que la mayoría de los individuos son libres de pensar, sentir y actuar según su propio placer. Por el contrario, y aceptando que sí existen individuos que son autónomos, esa creencia es en general una ilusión, que a su vez es un peligro que obstaculiza el poder acabar con lo que causa ese estado de cosas. Fromm se esfuerza en demostrar cómo los sentimientos y los pensamientos pueden tener su origen en el exterior del propio yo y, al mismo tiempo, pueden ser experimentados como propios; de igual manera, cómo los originados en el propio yo pueden suprimirse y, así, acabar con la personalidad.

Al decir uno "yo pienso" no parece existir ambigüedad alguna, la unica duda descansa en la verdad o falsedad de lo pensado y en el hecho de si es uno mismo el que piensa. Sin embargo, hay experimentos hipnóticos, y en especial poshipnópticos, que demuestran que es posible tener pensamientos, sentimientos, deseos y sensaciones que, aunque son experimentados como subjetivos, son en realidad impuestos desde fuera. El hipnotizador puede sugerir que un alimento tengo un sabor muy diferente al real, y el sujeto así lo asociará a su gusto, hacerle creer que es ciego, y así lo sentirá, o darle un conocimiento falso que defenderá con vigor. La cosa va más alla, de tal manera que si se induce a alguien a creer que otra persona ha robado algo, el sujeto desarrollará sus propios pensamientos racionalizantes para llegar a creer verdaderamente el robo. Aparentemente, los pensamientos que explican el robo, y que parecen propios de la persona, son la causa de la sospecha, pero en realidad aparecen después del engaño. Estos experimentos muestran cómo alguien pueden estar convencido de la espontaneidad de sus propios actos mentales, y en realidad ser el resultado de la influencia de otra persona. El fenómeno no se limita a las experiencias hipnóticas, se producen de tal manera en la sociedad, que puede hablarse de que esos seudoactos son la regla general, mientras que los actos mentales que pueden llamarse genuinos son la excepción.

En todo tipo de temáticas, como es el caso de la política, cualquier persona nos dará como una opinión, que cree propia y que estará convencido de ello, aquello que ha leído en un periódico. En el caso de una pequeña comunidad, tal vez la opinión de las personas están regidas por la de un familiar influyente. En otros casos, puede exisitir el miedo a estar mal informado y el seudopensamiento es una forma de salvar las apariencias, más que la combinación natural de la experiencia, el deseo y el saber. En cuestiones estéticas, como otro ejemplo evidente, existen muchas opiniones que no están originadas en una experiencia propia con una obra de arte, y sí en lo que el ambiente espera que diga la persona.

La supresión del pensamiento crítico en la vida del individuo suele empezar temprano. Un niño de corta edad, puede ser consciente de la falta de sinceridad de su madre, nota una discrepancia entre lo que habla y cómo actúa, su sentido de la justicia y de la verdad adquiere un fuerte contraste. Sin embargo, al ser dependiente de la madre, la cual no le permite crítica alguna, y sin encontrar tampoco una figura paterna fuerte, el crío se ve obligado a reprimir su capacidad crítica. No tardará mucho tiempo en no darse ya cuenta de la falta de sinceridad de la madre o de su infidelidad a unos principios, unas pautas culturales erróneas son experimentadas e interiorizadas por la persona. En cualquier caso, en todos los ejemplos mencionados la cuestión es averiguar si el pensamiento de la persona es el resultado de la actividad de su propio yo, y no si el contenido es correcto, lógico o racional (que puede serlo). Las racionalizaciones pueden explicar una acción o un sentimiento sobre bases racionales o realistas, aunque aquéllos estén determinados por factores irracionales y subjetivos.

No es posible saber si nos hallamos ante una racionalización simplemente analizando la lógica de las afirmaciones de una persona, es necesario saber las motivaciones sicológicas que operan. El punto crucial no es lo que se piensa, sino cómo se piensa. El pensamiento activo siempre da lugar a ideas nuevas y originales, no necesariamente en el sentido de no haber sido pensadas por nadie hasta ese instante, sino porque la persona ha empleado el pensamiento como un instrumento para descubrir algo nuevo en el mundo que le rodea o en su fuero interno. Por el contrario, las racionalizaciones carecen de ese carácter descubridor y revelador, simplemente se limitan a confirmar los prejuicios racionales que ya existen en uno mismo; no es un instrumento para penetrar en la realidad, sino un intento posterior a la acción para armonizar los deseos interiores con la realidad exterior.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Tendencias destructivas

Hay que distinguir entre los impulsos sadomasoquistas y los impulsos destructivos, aun teniendo en cuenta que ambos están a menudo mezcados y tienen una raíz común, que es la imposibilidad de resistir a la sensación de soledad e impotencia. Por otra parte, la destrucción no tiene como fin el incorporarse al objeto, la dominación, sino destruirlo y tratar de aplacar con ello la amenaza exterior de los objetos circundantes vistos con un poder abrumador. Es una lucha contra el sentimiento de impotencia la de los impulsos destructivos que deja al individuo de nuevo aislado, aunque con la sensación de haber acabado con lo que le rodea y, por tanto, de no poder ya sucumbir ante ello. La destructividad se da por doquier en la sociedad contemporánea, si bien racionalizada de diversas formas: el amor, el deber, la conciencia, el patriotismo...
No obstante, Fromm distingue dos tendencias de diversa especie. Una de ellas resulta de la reacción originada por el ataque contra la vida, la integridad propia o ajena o contra aquellas ideas con las cuales uno se identifica. En este caso, puede decirse que la destructividad es el concomitante necesario de la afirmación de la propia vida. Es un tipo de destructividad que puede llamarse racional o reactiva; se trata de una tendencia opuesta a la irracional que trata Fromm en Miedo a la libertad, que se halla siempre en potencia dentro del individuo esperando la oportunidad de exteriorizarla. Al no existir una razón objetiva que justifique la destructividad, se etiqueta a la persona como enfermo mental o emocionalmente perturbado, aunque suele existir en la persona alguna suerte de racionalización. Sin embargo, en la mayor parte de los impulsos destructivos, éstos son racionalizados de tal manera que un número considerable de personas, e incluso todo un grupo social, participan de las creencias justificativas. De ese modo, esas racionalizaciones corresponden a la realidad para los miembros de esos grupos, la destructividad se justifica como "realista". Los objetos que sufren la destructividad irracional y la razones especiales que se hacen valer se convierten en factores secundarios; los impulsos destructivos son una pasión interior de la persona y siempre halla algún objeto. Si no es otro individuo el que se convierte en objeto de la destructividad, ésta se verá dirigida hacia el propio yo (concretada en enfermedades físicas o intentos de suicidio).

Si bien Fromm ha señalado la fuente de la destructividad como la huida de una intolerable sensación de impotencia, no parece una explicación totalmente satisfactoria si tenemos en cuenta la inmensa función de las tendencias destructivas en la conducta humana. A ese sentimiento de impotencia y aislamiento, hay que añadir la angustia y la frustración de la vida. Respecto a la angustia, es obvio que toda amenaza al bienestar material y emocional la genera, y las tendencias destructivas suelen ser la respuesta hacia una situación o persona muy determinadas. Si la angustia es constante (no necesariamente consciente), fundada en una amenaza constante por parte del mundo exterior y derivada de los sentimientos de soledad e impotencia, tenemos la otra fuente de reserva de los impulsos destructivos en el individuo. En cuanto a la frustración de la vida, originada igualmente por la sensación de aislamiento y ausencia de potencia, la cual se ve como un obstáculo en el camino de la realización de las potencialidades de todo tipo. Para tal realización, el individuo debería contar con factores primordiales que no tiene: la espontaneidad y la seguridad interior. Toda esta obstrucción interior hacia la plena realización se vio acentuada por los tabúes culturales impuestos por la religión y las costumbres. Si bien, en la actualidad, parece haberse adelantando mucho en eliminar esos tabúes y aparentemente hay una aprobación consciente sobre el placer sensual, los obstáculos íntimos continúan siendo muy fuertes.

Fromm no considera que las tendencias destructivas tengan una explicación de corte biológico, debido a la inmensa variación de esos impulsos entre los individuos y grupos sociales. Es algo a tener muy en cuenta, al pesar sobre la sociedad todavía unos fuertes prejuicios originados en el determinismo biológico ("el hombre es..."). La intensidad de la destructividad nunca permanece constante en una cultura ni en una sociedad, la antropología muestra pueblos dispares, desde los que se caracterizan por una hostilidad evidente hasta los carentes de cualquier impulso destructivo hacia los demás ni hacia ellos mismos. Es por eso que para descubrir las raíces de la destructividad debe atenderse a los factores sicológicos y sociales. Fromm concluyó que el grado de destructividad que podía verse en los individuos es proporcional al grado en que se halla cercenada su expansión en la vida. El dinamismo íntimo de la vida hace que tiende a extenderse, a expresarse y a ser vivida. Si esa tendencia se ve frustrada, la energía encauzada hacia la vida sufre un proceso de desintegración y se transforma en una fuerza dirigida a la destrucción. Lo que afirma Fromm con esto es que el impulso de la vida y el de la destrucción no son factores mutuamente independientes, sino que son inversamente proporcionales: cuanto más se frustra el impulso vital, más fuerte se torna el dirigido a la destrucción; cuanto más plenamente se realiza la vida, más se aminora la fuerza destructiva.