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domingo, 13 de marzo de 2016

El paradigma sociocrítico y el interés emancipatorio


Repasamos en esta entrada conceptos que resultan primordiales entender para comprender y transformar la realidad. Aunque en un primer vistazo puedan resultar complejas cierta teorías, es importante hacer un esfuerzo intelectual con el fin de indagar y desarrollar una cultura crítica y reflexiva; de este modo, podemos establecer las causas de por qué pensamos como lo hacemos y por qué terminamos justificando y apuntalando un sistema injusto e irracional.

Los paradigmas, dicho de modo elemental, son concepciones, costumbres y procedimientos que orientan la labor investigadora; así, los paradigmas llegan a convertirse en modelos o patrones para los investigadores. La principal crítica que podemos realizar al paradigma de la modernidad, el positivista, es su incapacidad para la transformación social; es por eso que vamos a introducir al llamado paradigma sociocrítico, que tiene la aspiración de superar, tanto el conservadurismo, como el reduccionismo. Según sus defensores, el paradigma sociocrítíco no renuncia a la ideología y mantiene la autoreflexión crítica en los procesos de conocimiento; su objetivo es la transformación de la estructura de las relaciones sociales dando respuesta a los problemas generados por ellas y teniendo en cuenta la capacidades activas y reflexivas de los propios integrantes de la comunidad. Como hemos dicho, el paradigma sociocrítico nace como crítica al positivismo, junto a la racionalidad instrumental que conlleva; se demanda así una racionalidad sustantiva que incluya los juicios, los valores y los intereses de la sociedad. Otros de los rasgos notables de este paradigma, que podemos considerar netamente libertarios, son: el conocimiento y la comprensión de la realidad como praxis; la vinculación de la teoría con la práctica, integrando conocimiento, acción y valores; la orientación del conocimiento hacia la emancipación y liberación del ser humano, y su propuesta de integración de todos los participantes, incluido el investigador, en procesos de autorreflexión y de toma de decisiones consensuadas

lunes, 2 de diciembre de 2013

El paradigma sociocrítico y el interés emancipatorio


Continuemos con conceptos que resultan primordiales entender para comprender y transformar la realidad. Aunque en un primer vistazo puedan resultar complejas cierta teorías, es importante hacer un esfuerzo intelectual con el fin de indagar y desarrollar una cultura crítica y reflexiva; de este modo, podemos establecer las causas de por qué pensamos como lo hacemos y por qué terminamos justificando y apuntalando un sistema injusto e irracional.

Los paradigmas, dicho de modo elemental, son concepciones, costumbres y procedimientos que orientan la labor investigadora; así, los paradigmas llegan a convertirse en modelos o patrones para los investigadores. La principal crítica que podemos realizar al paradigma de la modernidad, el positivista, es su incapacidad para la transformación social; es por eso que vamos a introducir al llamado paradigma sociocrítico, que tiene la aspiración de superar, tanto el conservadurismo, como el reduccionismo. Según sus defensores, el paradigma sociocrítíco no renuncia a la ideología y mantiene la autoreflexión crítica en los procesos de conocimiento; su objetivo es la transformación de la estructura de las relaciones sociales dando respuesta a los problemas generados por ellas y teniendo en cuenta la capacidades activas y reflexivas de los propios integrantes de la comunidad. Como hemos dicho, el paradigma sociocrítico nace como crítica al positivismo, junto a la racionalidad instrumental que conlleva; se demanda así una racionalidad sustantiva que incluya los juicios, los valores y los intereses de la sociedad. Otros de los rasgos notables de este paradigma, que podemos considerar netamente libertarios, son: el conocimiento y la comprensión de la realidad como praxis; la vinculación de la teoría con la práctica, integrando conocimiento, acción y valores; la orientación del conocimiento hacia la emancipación y liberación del ser humano, y su propuesta de integración de todos los participantes, incluido el investigador, en procesos de autorreflexión y de toma de decisiones consensuadas

Hay que hacer hincapié en la crítica social que supone el paradigma que nos ocupa, con un marcado carácter autorreflexivo, de tal manera que considera que el conocimiento se construye por intereses que parten de las necesidades de las comunidades; se pretende la autonomía racional y liberadora del ser humano, algo que se consigue mediante la capacitación de las personas para la participación y transformación social. El conocimiento se desarrolla mediante un proceso de construcción y reconstrucción sucesiva de la teoría y la práctica. Habermas consideraba que el conocimiento nunca es producto de individuos o de grupos que tengan preocupaciones alejadas de lo cotidiano; muy al contrario, el conocimiento se constituye en base a intereses que han ido desarrollándose a partir de las necesidades naturales de los seres humanos y que han sido configurados por las condiciones históricas y sociales. Según este autor, el conocimiento es el conjunto de saberes que acompañan y hace posible la acción humana; siempre según Habermas, el positivismo ha desplazado al ser cognoscente (es decir, el ser pensante que realiza el acto del conocimiento) de toda intervención creativa en el proceso del conocimiento; en el lugar del sujeto, se ha colocado el método de investigación. El mundo social está formado por significados y sentidos, por lo que la ciencia social positivista queda anulada al querer excluirlos de su análisis.

Para entender la sociedad en su desarrollo, Habermas parte de un esquema de dos dimensiones: una técnica, que comprende las relaciones de los seres humanos con la naturaleza, centradas en el trabajo productivo y reproductivo; y una dimensión social, que comprende las relaciones entre los seres humanos, centrada en la cultura y en las normas sociales. El desarrollo del capitalismo y de la sociedad industrial, junto al positivismo, ha producido una hegemonía exacerbada de la dimensión técnica; así, Habermas dirige toda su crítica a denunciar este paradigma presente en la sociedad contemporánea y se esfuerza en presentar una relación más equilibrada entre ambas dimensiones para emancipar a los seres humanos del tecnicismo. Este autor considera que la sociedad humana se transforma a sí misma a través de la historia, mediante el desarrollo en torno a esas dos dimensiones; si el conocimiento del ser humano sobre la naturaleza le llevó a lograr el conocimiento técnico sobre ella (dando lugar a las ciencias naturales), el estudio y la comprensión de las relaciones entre los seres humanos de su entendimiento mutuo condujo al al desarrollo de las ciencias hermenéuticas (según la orientación que Habermas denomina "interés práctico"). Así, el sujeto construye su objeto de conocimiento a partir de unos parámetros definidos por un interés técnico o un interés práctico; este concepto de interés del conocimiento nos muestra la relación existente entre Teoría del Conocimiento y Teoría de la Sociedad (ambas, interrelacionadas).

Habermas considera que junto a la opresión motivada por parte de una naturaleza externa al ser humano no dominada por él, unida a una naturaleza propia deficientemente socializada, aparece una tercera orientación que denomina "interés emancipatorio". Éste, sería un interés primario que empuja al ser humano, con todas las dificultades que ello supone, a liberarse de las condiciones opresoras, tanto de la mencionada naturaleza externa, como de aquellos factores internos de tipo intersubjetivo y también propios de la condición interna del individuo (temores, aspiraciones, creencias…). Sintetizando, Habermas considera que el conocimiento es el resultado de la actividad del ser humano motivada por necesidades naturales y por determinados intereses; se constituiría desde tres intereses de saberes, que denomina técnico, práctico y emancipatorio, y cada uno de ellos toma forma en un modo particular de organización social o medio; así, cada saber generado por cada interés da lugar a ciencias diferentes. Por lo tanto, la ciencia social crítica es la que sirve al interés emancipatorio para lograr la libertad y la autonomía racional; esta ciencia se esfuerza en ofrecer a las personas un medio para adquirir conciencia de cómo sus objetivos y aspiraciones pueden haber sido distorsionados o reprimidos para tratar de solventarlo y posibilitar la búsqueda de sus metas verdaderas. La ciencia social crítica, como apuntamos al principio del texto, facilita un tipo de entendimiento autorreflexivo gracias al cual los individuos expliquen sus fuentes de frustraciones para, si fuere necesario, eliminarlas. Desde un punto de vista más amplio, esta ciencia trata también de poner al descubierto los procesos históricos que han distorsionado de forma sistemática los significados subjetivos.

El tipo de comunicación que propicia la ciencia social crítica es horizontal, para que los sujetos que integran la comunidad puedan prever y aplicar soluciones para superar las dificultades que les afectan dominan y reprimen. De esta manera, no puede existir un director o un líder en el grupo para que todos los participantes puedan tener la misma posibilidad de iniciar y perpetuar un discurso, así como de proponer, cuestionar, exponer razones, dar explicaciones, etc. En resumen, una teoría crítica es el resultado de un proceso de crítica llevado a cabo por un grupo cuya preocupación sea la de denunciar contradicciones en la racionalidad o en la justicia de los actores sociales con el fin de implementar las acciones para transformar hacia mejor la organización social. Ejemplos de esos procesos sociales e históricos que influyen sobre la formación de nuestras ideas sobre la sociedad son el papel del lenguaje en el modelado de nuestro pensamiento o los factores económicos o culturales en el modelado de nuestras circunstancias. Un factor primordial para Habermas es la acción comunicativa, ya que cree que es centralmente constitutiva de la sociedad humana; a partir de ese concepto, trata de edificar toda una filosofía de la racionalidad. La acción de los individuos queda articulada por la razón entendida como una trama discursiva; si podemos entendernos con nuestros semejantes es gracias a que compartimos un mismo mundo simbólico que garantiza la validez del diálogo. Al mismo tiempo, el concepto de acción comunicativa debe ser eminentemente crítico si tiene el objetivo ideal de desenmascarar las deficiencias en la comunicación de la sociedad contemporánea.

Como es sabido, la teoría crítica nace con los principales exponente de la Escuela de Frankfurt. Recordemos una vez más que el principal objetivo de estos autores es lograr la emancipación del hombre y la denuncia de la racionalidad instrumental, vinculada al sistema socipolítico, cultural y económico, ya que limita la capacidad reflexiva y crítica de los individuos y propicia una cultura manipuladora que apuntala un sistema de dominación y de explotación.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La auténtica información


Recuperamos un texto que reflexiona sobre la calidad de la información que recibimos, y nuestra actitud hacia ella, en un mundo donde el desarrollo tecnológico parece haber ido paralelo a una mayor enajenación de las personas; reclamamos una mayor conciencia y crítica sobre el mundo en que vivimos conforme a la imagen que los grandes medios quieren darnos de él.
No dejéis nunca que la verdad os prive de una buena historia.
El magnate William Randolph Hearst, a los periodistas que trabajaban para él
Parece fundamental, para ser auténticamente consciente de lo que se oculta tras las apariencias de la política y de la sociedad, establecer dudas de las ideas establecidas que recibimos continuamente, pensar con criterios propios usando nuestra inteligencia para tratar de acercarnos a la verdad. Ésta, no resulta sencilla de definir ni de formular pero, al menos, debe ser nuestra obligación acercarnos a una explicación exacta. Es con seguridad una postura extremista el aislamiento total respecto a los grandes medios de comunicación; es esencial estar informado por muchos frentes, incluidos los controlados por las grandes empresas o instituciones, pero es exigible una mayor crítica con lo que se está leyendo o recibiendo. Es vital, por lo tanto, la continua información -sin la misma, no puede existir democracia-, pero también una crítica constante de la misma; sin el hábito de leer constantemente y hacerlo de manera activa, se prepara el terreno para la manipulación y el embrutecimiento, de tragar con lo que nos echen, de aceptar la realidad tal y como se nos la presenta.
Hay que comprender, en primer lugar, que los periódicos generalistas, así como cualquier otro medio de ese tipo, lo que desea es vender ejemplares y formar opinión -quizá, por este orden- por lo que debemos deshacernos de esa idea tan sectaria e ingenua de que un diario u otro representan alguna línea política; tal vez puedan hacerlo en cierto sentido, pero perfectamente ajustada a los parámetros del poder, yo me refiero a que no existe una orientación auténticamente transformadora. Puede ser que trabajen más profesionales “progresistas” en el diario El País, pero considerar que eso suponga una defensa de la clase trabajadora, de los desfavorecidos, resulta disparatado. Es posible que hace más de tres décadas, cuando la Transición abría una etapa esperanzadora, pudiera resultar creíble para muchos tal cosa; patético resulta en la actualidad seguir sosteniendo tal afirmación después de varias legislaturas “socialistas”, con todo un imperio mediático -terrible resulta la idea de alguien que solo se informe por medio de un diario, una radio o una cadena de televisión, concentradas en las mismas manos- puesto al servicio de un partido que todavía conserva la palabra obrero en sus siglas y la instauración de otra democracia burguesa más en este país -sí, burguesa, no hay que tener miedo a las palabras y no hay que temer la acusación de usar una terminología anacrónica; los escépticos al respecto pueden echar un vistazo a la definición de la palabra “burgués” y observarán cómo somos capaces de tragarnos el cuento y formar parte del sistema-.

Nuestra democracia formal no utiliza ya, como en otras formas de gobierno, claros instrumentos de coerción sino que el asunto se vuelve mucho más sutil y, en gran medida, bien de forma consciente o por omisión de información, es posible que el aparato estatal se sustente en una continua propaganda incapaz de cuestionar, ni de profundizar, en los problemas políticos o sociales.
Por otra parte, los medios de comunicación están muy implicados en la economía capitalista; por esto, defenderán una concepción del mundo ajustada a ella, una continua afirmación de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y no existe, por lo tanto, una alternativa política ni económica. Me da la impresión que los profesionales de la información se van adaptando a este esquema y si no existe una censura clara -que es muy posible que la haya siendo muchas voces acalladas de manera sistemática, de una manera o de otra-, sí existe la autocensura del que informa, resultando más perversa, si cabe, ya que la domesticación está asegurada. Todo esto hablando en términos generales; existen voces honestas, independientes y discordantes, ajenas a las estructuras del poder y celosas de su independencia, pero que resultan muy débiles, en el conjunto, para hacer el más mínimo daño.
Si alguna vez pudo considerarse que el llamado “cuarto poder” podía criticar desde fuera el funcionamiento político, hoy se ha convertido en un poder más que defiende sus propios intereses y, coyunturalmente, los de alguna opción política que le garantice su parte del pastel. No hay que olvidar los medios propiedad de la institución católica, garantes, según afirman en sus constantes promociones, de una información libre, pero lo que defienden y afirman, en numerosas ocasiones, parece tan grotesco y carente de sutileza que la cosa habla por sí misma. Recomendamos, eso sí, por favor, a las personas que se consideran católicas en este país, igual que hacíamos anteriormente generalizando en el conjunto de la sociedad, que sean igualmente críticas y autoconscientes, dejando a un lado las creencias individuales de cada uno, para no dar protagonismo al prejuicio y a la ligereza allí donde se debe profundizar y racionalizar.

Otra gran perversión de la información -y del profesional que la maneja- en los tiempos modernos es su conversión en espectáculo, el sensacionalismo que busca acaparar atención a cualquier precio y que conlleva observaciones no contrastadas. Si manipulaciones informativas ha habido siempre, las modernas técnicas digitales suponen que el documento visual, que siempre ha tenido mayor credibilidad, adquiera otra dimensión en cuanto al trucaje de la realidad, situando en una situación de absoluta indefensión a los profanos en la materia. Es necesario mantener una distancia acerca de lo aparente, o sobre lo que nos proporcionan nuestros sentidos, en un mundo donde la primacía de la imagen sobre una investigación sólida y veraz es un hecho.
Paralelamente a la confusión informativa, la sociedad de consumo tiende a crear necesidades artificiales para los ciudadanos, de manera individual, lo cual contribuye al aislamiento. Alguien lo definió como la “filosofía de la futilidad” y parece muy acertada la frase. El mercado, y la publicidad que lo sustenta, convierte a los seres humanos en apáticos, e inconscientes en un sentido político; son pocos los que escapan a esta situación y si lo hacen y combaten lo que consideran perverso es posible que sea después de un proceso de interiorización de muchos de sus valores. No quisiéramos que estas palabras resulten tremendistas, únicamente que inciten a un continuo análisis de nuestro entorno y cotidianeidad. La información y la educación son primordiales -en todas las etapas de la vida de una persona, pero queda quizá muy marcada por la de sus primeros años- y si los valores académicos resultan ya muy cuestionables, con su reproducción de un sistema ferozmente competitivo y jerarquizado, la abstracción que hace la sociedad de consumo de unos valores sólidos de solidaridad, compasión, o valores humanos en general, resulta determinante -no hay que negar su parte de grandeza y libre albedrío al ser humano, pero tal vez uno de las factores que más influye en él sea el ambiente donde vive y la educación que recibe-.
La concentración de recursos y poder no hace fácil la creación de medios alternativos, pero si las personas corrientes nos unimos, creando estructuras de información paralelas, independientes, con un estudio de la realidad, una síntesis de la información adquirida que pueda acercarse a la verdad -junto a las vivencias de las personas, mucho más valiosas-, y una utilización de la técnica no alienante, las cosas pueden cambiar -estamos hablando de la cuestión mediática pero esto es extensible a cualquier otro proyecto- y puede haber una educación recíproca entre personas y pueblos. No existe un gran poder totalitario que todo lo controla, no hay ningún “gran hermano” que nos observe continuamente -al menos, si no se ha interiorizado en el individuo, como sostenían algunas de las teorías del filósofo Foucault-, sino que el poder está lo suficientemente descentralizado para que la tensión libertaria, individual o colectiva, sea posible. Todo régimen, lo eran incluso los más represivos, es susceptible de ser erosionado cuando la presión pública y los movimientos sociales se convierten en importantes, y reclaman su espacio.

La información globalizada
La irrupción de Internet, con la inmediatez de la noticia y la falta de reflexión que ello conlleva, está yendo paralela a una paulatina desaparición de la calidad de información, además de suponer un peligro mayor para el condicionamiento de las personas. La tecnología es neutral y puede ser fantástico el uso que hagamos de ella, pero la apariencia de pluralidad y libertad que supone la red no esconde más que una reproducción de lo que es “la nueva economía”: concentración empresarial -donde el objetivo es vender y vender- e integración en el sistema mediático -donde se confunden la información, el entretenimiento, la cultura, etc.-. Todo ello, como hemos dicho, en detrimento de una información solida, y con el añadido -más perverso que en los media tradicionales, y con una mayor carga manipuladora- de hacer que la persona pueda resolver todos sus trámites como consumidor de manera inmediata, sin intermediarios, gracias a su ordenador conectado. El caldo de cultivo para la alienación -la distracción, absolutamente banal, que tanto se critica en la televisión, se multiplica en la red- y la manipulación -aquellos hábitos del ciudadano, muchos de ellos ofrecidos artificialmente por la sociedad consumista, se refuerzan en ese gran mercado que es internet- puede estar servido.

jueves, 14 de marzo de 2013

El humanismo secular

Mario Bunge, en su libro Crisis y reconstrucción de la filosofía, refuta a los que consideran el humanismo secular (puede verse como una forma más amplia de llamar al ateísmo) al no considerarlo una simple doctrina que niega lo sobrenatural. Es más, este autor considera que se trata en realidad de "una cosmovisión positiva y amplia".

Así, presenta siete tesis sobre el humanismo secular:

1. Cosmológica: todo lo que existe es natural o producto del trabajo humano, ya sea manual o mental. Si queremos verlo de modo negativo: en el mundo no hay nada sobrenatural.

2. Antropológica: las diferencias individuales entre las personas son poco importantes en comparación con los aspectos comunes que nos hacen a todos miembros de la misma especie. Puesto en términos negativos: no existen hombres ni razas superiores.

3. Axiológica: aunque los diferentes grupos humanos puedan tener valores diferentes, hay muchos valores universales básicos, tales como bienestar, honestidad, lealtad, solidaridad, justicia, seguridad, paz y conocimiento, por los cuales vale la pena trabajar e incluso luchar. Puesto en términos negativos: el relativismo axiológico radical es falso y perjudicial.

4. Epistemológica: es posible y deseable hallar la verdad acerca del mundo y de nosotros mismos recurriendo únicamente a la experiencia, la razón, la imaginación, la crítica y la acción. Puesto de manera negativa: el escepticismo radical y el relativismo gnoseológico son falsos y nocivos.

5. Moral: debemos buscar la salvación en este mundo, el único real, por medio del trabajo y el pensamiento, antes que por la oración y el enfrentamiento, y debemos disfrutar la vida, así como intentar ayudar a los demás a vivir, en lugar de perjudicarlos.

6. Social: libertad, igualdad y fraternidad, valores que deben concretarse en la administración de la comunidad.

7. Política: a la vez que defendemos tanto la libertad de culto y la diversidad de cultos, como la libertad de inclinación política y la diversidad de las inclinaciones políticas, debemos esforzarnos por lograr o mantener una sociedad laica, así como un orden social íntegramente democrático, a salvo de las desigualdades injustificadas y las chapuzas técnicas evitables.

Bunge considera que cada humanista secular puede dar un valor con mayor o menor peso a cualquier de estos puntos. Al alejarse de cualquier posición sectaria y dogmática, el humanismo secular supone un amplio abanico que puede abarcar, tanto a activistas sociales, como a librepensadores de diverso pelaje. Por ejemplo, aunque este autor habla de un estado laico, para evitar confusiones y llevando las cosas a un terreno libertario (ojo, con una visión si se quiere más amplia), me he permitido hablar mejor de una sociedad o de una comunidad laica. Bunge es un hombre de izquierdas, muy progresista; su crítica a la praxis marxista y su apuesta por un socialismo cooperativista podrían acercarle sin problemas a una crítica radical al Estado como órgano político y a una postura libertaria.

La revolución informática, como cualquier otra en el pasado producida en el ámbito técnico, se ha producido en un ámbito de inaceptables desigualdades sociales. Es por eso que cualquier persona con inquietudes humanistas debe observar y ser crítico con las consecuencias del ambivalente progreso tecnológico. Se aplaude toda innovación técnica puesta al servicio de valores humanos, pero se advierte de la definitiva enajenación del ser humano. Consecuentemente, un filósofo y científico como Bunge reivindica una visión secular que abarque al conjunto de la humanidad. Si bien el humanismo puede tener un cariz religioso, lo mismo que un ateo o agnóstico puede estar exento de inquietudes éticas, se considera aquí que es el humanismo secular, combativo con cualquier postura trascendente y sobrenatural, es el que nos coloca en mejor posición para el progreso social y moral.

Bunge considera que la filosofía está estancada y, a pesar de que es muy crítico con ese culto al pasado del pensamiento y con los grandes sistemas filosóficos, reivindica sin problemas los valores de la Ilustración: una corriente naturalista, humanística, racionalista y progresista. El filosofar no es una mera actividad de especialistas, sino que debe ser inherente al conjunto de la especie humana. Para el progreso, han sido necesarios el deseo del ser humano para conocer, la capacidad de hacerse preguntas y la indagación. Ahora, de forma más necesaria que nunca por el nivel de enajenación producido por la revolución tecnológica, se demanda una visión filosófica de conjunto, capaz de interpretar los cambios y saltos decisivos en el conocimiento científico y de preguntarse sobre su significado.

viernes, 22 de febrero de 2013

El aprendizaje de la racionalidad

Insistiremos, una vez más, en que existen mecanismos que explican que gente inteligente (y empleamos este apelativo de manera generalizada) crea en cosas absurdas y realice actos más bien necios. Cómo es posible que existan tantas estupideces en la sociedad, al alcance de cualquiera y que las personas las acaben consumiendo. Se dice que inteligencia y racionalidad son cosas diferentes; es decir, uno puede ser extremadamente racional y no ser especialmente inteligente, y vicecersa. Hay que recordar en la constante recurrencia a los atajos cognitivos; ya que pensar requiere tiempo, y hay que reconocer también que puede resultar contraproducente en algunos casos, el ser humano ha desarrollado una serie de reglas empíricas y prejuicios para limitar la capacidad mental empleado en un problema determinado. Está probado que, dependiendo de cómo se planteé un mismo problema, las personas pueden escoger una solución u otra dependiendo de, por ejemplo, el atractivo visual que observen y dejando a un lado la racionalidad.

La lista de reglas empíricas y de prejuicios cognitivos es bastante extensa: interpretamos no pocas veces a partir de la nada (de forma aleatoria), tendemos a buscar pruebas que confirmen lo que ya creemos, descartamos aquellas que no tienden a favorecernos, solemos evaluar las situaciones desde nuestro punto de vista (dejando a un lado a la otra parte), las anécdotas llamativas tienen más peso a veces que las estadísticas, sobrevaloramos nuestros conocimientos, nos creemos con menores prejuicios que los demás...

También existe otro enemigo de la racionalidad en la persona y es lo que se denomina "huecos en el equipamiento mental". Entendemos por ese equipamiento mental el conjunto de las reglas cognitivas, estrategias y sistemas de creencias aprendidas y se incluye en él nuestra comprensión de la probabilidad y la estadística, así como nuestra disposición a considerar hipótesis alternativas cuando tratamos de resolver un problema. Como resulta obvio, puede haber personas cultas e inteligentes que nunca desarrollen el equipamiento mental adecuado; también, ese equipamiento podría estar contaminado por supersticiones que conducen a decisiones abiertamente irracionales.

La ausencia de racionalidad, como es evidente, afecta a decisiones vitales en el día a día y a no poder edificar la vida que nos gustaría. Personas con tendencias impulsivas suelen tener un bajo pensamiento racional y una mala comprensión de la estadística y de la probabilidad, son incapaces de considerar las consecuencias de sus acciones y acaban confiando en supersticiones absurdas. A pesar de que muchas personas realizan acciones que les perjudican a ellos y a los que los rodean, continúan en ese empeño por esa notable falta de racionalidad, sin que tengamos que pensar necesariamente que es falta de inteligencia y es en cambio explicable por razones sicológicas y sociales.

Es posible indagar en la falta de racionalidad de las personas cuando, según la teoría de Keith Stanovich (Universidad de Toronto), se observa a la mente constituida por tres partes: mente autónoma, la cual usa habitualmente los atajos cognitivos problemáticos y funciona de modo rápido, inconsciente y automático; mente algorítmica, que se embarca en el pensamiento lento, trabajoso y lógico, y la mente reflexiva, la cual decide cuando es suficiente con la mente autónoma y cuándo necesita el trabajo pesado de la algorítmica. Por lo tanto, es la mente reflexiva la que determina la capacidad racional que tenemos; está relacionada con determinados rasgos de la personalidad, según seamos dogmáticos, flexibles, concienzudos o más o menos abiertos de mente (aunque es éste un concepto muy matizable, ya que es empleado habitualmente por "lo alternativo" místico y/o seudocientífico para atacar al método probadamente científico).

Comprender todos estos prejuicios que tenemos es el primer paso para saber que la racionalidad puede ser aprendida gracias a la práctica del pensamiento crítico y racional. Las trampas de los prejuicios cognitivos pueden ser evitadas, y es posible aprender a desarrollar hipótesis alternativas, si esa práctica acaba conviertiéndose en hábito. A pesar de que las intuiciones pueden ser a veces valiosas, especialmente en el terreno afectivo y social, hay que aprender que en el caso de las matemáticas y de las relaciones causales resultan francamente ineficaces. Los métodos de la ciencia y de la estadística hacen posible cuestionar nuestras carencias cognitivas, debilitar el razonamiento intuitivo y abren la posibilidad de la acción sensata y reflexionada.

domingo, 17 de febrero de 2013

A vueltas con la televisión y los factores manipuladores

Que los medios, y muy especialmente la televisión, son en gran medida una maquina de desinformación y, consecuentemente, de manipulación de la opinión de las personas, es una cosa (que, en alguna ocasión, se ha tratado en este blog). Otra muy distinta, en la que podríamos caer los que tenemos posiciones ferozmente críticas sobre la alienación que produce la tecnología y los medios en manos del interés económico y político, es atribuirle todos los males del mundo. Hay quien ha dicho que esta visión es producto de un viejo esquema de pensamiento sobre lo que representa la transmisión del saber: un emisor (persona o institución), como fuente del saber y utilizando una canal de información, y un receptor, que recibe y registra la información de forma transparente y sin obstáculo alguno. Así, para que este sistema funcione solo es necesario que la fuente sea fiable, sinceridad en lo que se transmite y verificación sólida de la información. Si nos adentramos en el terreno de la moral, es decir, obligación del que porta el saber de transmitirlo a los otros, la cuestión se convierte en un deber solidario.

Por supuesto, la cosa no es tan simple, incluso aceptando que en una sociedad jerarquizada y plagada de intereses económicos, la transmisión de la información suele estar, de manera más o menos evidente, al servicio de los beneficios de una minoría que regenta el poder. En cualquier caso, y aunque no seamos dados a observar las cosas con excesiva paranoia, nadie puede dudar demasiado que, en la práctica social, informar es tratar de influir en la opinión del otro. Por otro lado, las cosas no son tan simples, ni la fuente suele ser transparente y unívoca, ni el medio por el que se transmite la información un simple cauce. El mecanismo de información es complejo, en la fuente el saber es múltiple (no algo simple y natural) y el canal de información es un lugar de puesta en escena que influye de manera obvia en su significado y también en el efecto que produce en el receptor; por último, el receptor tampoco es un ser único, ya que que está constituido por diversos grupos con distintos parámetros de identidad. De esta manera, observando los mecanismos sociales y mediáticos en su complejidad, se concluye que resulta muy importante intentar comprender cómo funcionan los medios de información, evidenciar sus limitaciones, descubrir su potencial y sería finalmente posible ir abriendo campo a nuevas prácticas más imaginativas (y libertarias).

La televisión, muy diferente como medio de la prensa o la radio, no es un monstruo maligno que hay simplemente que destruir (extenderemos esta apreciación a cualquier avance tecnológico, combatiendo así cualquier corriente ludita que parece seguir existiende de alguna manera en los movmientos sociales transformadores). El medio televisivo es, tanto un instrumento del sistema que vivimos, como un escaparate del mundo tal y como es. En las sociedades modernas existe una apariencia de libertad y de democracia, y la televisión es en última instancia, y al margen de la mucha estupidez en forma de espectáculo presente en ella, un reflejo de ese mundo en el que las personas poseen la ilusión de opinar. Tantas veces, se presenta a los medios simplemente como una herramienta de los poderosos para manipular a una masa inconsciente; bien, a pesar del factor de la enajenación tan propio de las sociedades modernas, las personas no son simplemente "masas" manipulables, ya que están compuestaa con opiniones diversas, múltiples y fragmentadas, por lo que siempre necesario necesario algo más de complejidad para captarlas. Lo que sí parece cierto es que la imagen audiovisual, deseosa de producir alguna emoción en el espectador, imposibilita al mismo tiempo el entendimiento; la televisión ha supuesto que observemos imágenes que de otro modo sería imposible, de acuerdo, pero con su buena dosis de deformación de la realidad. Ello no implica necesariamente que haya una mano detrás que produzca esa desinformación y consecuente manipulación (aunque exista en no pocas ocasiones, ya que seguimos viviendo en un mundo jerarquizado, con poderosos y subordinados). Lo que quiero decir es que es necesario que comprendamos los complejos mecanismos que rigen la transmisión de la información, con el objetivo de reducir al máximo las posibilidades de manipulación en un mundo que deseamos regido por la horizontalidad, la transparencia y la solidaridad.

En cualquier caso, y seguimos hablando de la televisión, la misma se ha convertido de manera consciente o inconsciente en una máquina de producir meras impresiones (a costa del auténtico conocimiento). Por supuesto, somos seres humanos y no podemos desprendernos tampoco de nuestras emociones al recibir la información, pero las mismas pueden y deben conducirnos al conocimiento. De lo primero que hay que partir es que las ciencias sociales nos dicen actualmente que no existe saber en estado puro, ya que resulta siempre de una mezcla entre los sistemas de valores racionales y los de valores emocionales; por lo tanto, no existe conocimiento absoluto sobre ningún fenómeno y toda información al respecto se verá determinada por el sistema de creencias en el que nos vemos insertados. No quiero extenderme sobre los medios que utiliza la televisión para transmitir la información, sino dejar constancia de que las cosas son más complejas que una mera instrumentalización consciente por parte del poder (aunque los medios acaben formando parte de esas relaciones de poder). De esa manera, cuando insistimos con demasiada gratuidad en la manipulación y presentamos a las personas como simples masas sin voluntad propia, estamos abriendo camino, en mi opinión, para nuevas formas "benévolas" de dominación. Es algo obvio la imposibilidad de que exista una entidad única, estatal o privada, con la capacidad de manipular al gran público; es más, ese concepto de "opinión pública" ya resulta muy cuestionable, algo burdo que sí parece haberse fabricado mediáticamente. A pesar de los múltiples factores de enajenación que puedan existir en una sociedad neciamente consumista, por un lado, y sin que las personas estén en contacto con una realidad concreta que favorezca su lado más humano y autónomo, por otro, las personas siguen teniendo una identidad y no es posibles reducirlas a una burda caricatura.

No soy tan partidario de obviar los medios, televisión incluida, algo por otra parte francamente difícil, como de ser conscientes de todos esos mecanismos que sí nos manipulan parcialmente y juegan con nuestras emociones. Es más, incluso buscando un origen diverso a la información, algo para lo que se requiere tiempo y energía, también es necesario captar en cualquiera de los casos todos esos condicionantes entre emisor, medio y receptor. Si la televisión se convierten en un instrumento con el que las personas creen estar informadas, y al mismo tiempo también creen participar incluso en un mundo globalizado y "democrático", entonces el daño en sí esta hecho. Sería importante exigir a los actores que participan en la transmisión de la información una sinceridad y consciencia en lo que hacen; es algo francamente difícil, incluso aceptando que no existe manipulación política, en un mundo gobernado por el interés económico. Como espectadores, es esencial una mirada y juicio crítico sobre esos mecanismos deformantes, pero también ser conscientes de que esa simple ventana a los problemas del mundo no es más que la punta del iceberg. Resulta, por lo tanto, muy necesario indagar y profundizar, eludiendo todos esos efectos del sistema mediático en que vivimos (potenciados por internet y las nuevas tecnologías), y así un poderoso antídoto contra la enajenación y una nueva conciencia pueden irse generando.