lunes, 3 de marzo de 2008

Algunos apuntes sobre autogestión (1/4)

Hay en la historia numerosos ejemplos de tendencias autogestionarias, siendo las más mencionadas La Comuna de París y las colectividades libertarias de la Revolución española.
Si nos remontamos a la antigüedad, el pueblo chino solucionó sus conflictos sociales o personales sin intervención de autoridad alguna; la cultura taoísta, propiciadora de cierta armonía natural y sobriedad, rechazaba el poder, los cargos públicos y la legitimidad de un hombre para juzgar a otro.
Pero la auténtica cuna del pensamiento autogestionario hay que buscarla en el mundo griego. Max Nettlau consideró que, mientras los grandes despotismos orientales no llevaron progreso intelectual alguno, el ambiente del mundo griego, compuesto de autonomías más locales, permitió el florecer del pensamiento libre; siempre en tensión con los despotismos vecinos, el territorio griego fundó una vida cívica, autonomías, federaciones, centros de cultura y numerosos pensadores se elevaron, con ciertos límites, sobre el pasado. Heleno Saña considera el humanismo griego el punto de partida de un socialismo virtuoso, democrático y antiautoritario. La democracia ateniense, con todos sus defectos, pudo ser el primer modelo de praxis política basado en la gestión directa del pueblo.
Hay que destacar a Zenón (342-270 a.C.), fundador de la escuela estoica y creador de una gran obra que resulta un precedente del pensamiento libertario al rechazar la coacción externa y valorar el impulso moral del individuo. El cristianismo, infuenciado por la filosofía griega -y en especial, el estoicismo-, se organizó en origen en pequeñas comunidades autónomas que rechazaban la propiedad privada y la esclavitud y practicaban el pacifismo y el reparto equitativo; con el tiempo, las comunidades cristianas pactaron con el Estado, traicionando así su orígen autonómo y libre.
Algunos movimientos religiosos durante la Edad Media, como los anabaptistas, postulaban ya ciertos principios autogestionarios, antiautoritarios y de igualdad de clases. Las ciudades libres del Medievo, tan mencionadas por Kropotkin, no estaban sometidas a ninguno de los grandes poderes -el feudal, el real y el eclesiástico- y defendían el derecho a vivir de su trabajo al margen de la rapiña de los señores feudales; aunque su estructura y funcionamiento eran jerárquicos, se regían por ciertos principios democráticos con asambleas públicas y gozaban de un amplio margen de autonomía para sus asuntos internos, independientemente de los poderes públicos.
Con el Renacimiento llegó una potenciación de la creatividad humana y una mayor concienciación sobre la libertad; de esta manera, el principio autogestionario encontró una base para su crecimiento. Se revalorizó la cultura greco-latina y se combatió el dogmatismo religioso asentándose las bases para el humanismo. Entre los siglos XVI y XVII, pensadores como Tomás Moro, Tomaso Campanella y Francis Bacon indagaron en la sociedad autónoma ideal, de espíritu emancipador aunque con algunos elementos represivos e irracionales.
Tomás Moro se anticipó a Proudhon en señalar la propiedad privada como un robo, un acto de expropiación por parte de los nobles o ricos a los pobres. Desgraciadamente, estas utopías, al igual que la de Platón en el mundo griego, no primaban la libertad y el valor del individuo sino que contemplaban el todo sacrificado a las partes; era el germen del socialismo autoritario, aunque como elementos positivos hay que señalar el intento de dar una visión racional y la confianza en la ciencia.
Pensadores como Grotinzs y Spinoza, en la primera mitad del siglo XVII, superaron la visión feudal y la monarquía absoluta y asentaron la idea de la soberanía del pueblo, del pacto social basado en el derecho y la razón. Serían los ingleses los que darán forma al liberalismo y a la democracia moderna, especialmente John Locke a quién corresponde la siguiente frase: “Todos los hombres son por naturaleza libres, iguales e independientes”. Esta visión de Locke, la que considera al gobierno como un producto del contrato o pacto voluntario suscrito por una comunidad de hombres libres y considerando la vida, la libertad y la propiedad como inalienables, dominará el siglo XVII.

Pensadores como Montesquieu, Rousseau o David Hume, y revoluciones como la americana (1776) o la francesa (1789) pueden considerarse resultantes del pensamiento liberal-democrático. La ilustración francesa prestará más atención a la igualdad y a lo social que la tradición inglesa, más atenta a la libertad individual del hombre. Rousseau describió una sociedad política basada en la potenciación y desarrollo de los buenos instintos inherentes al ser humano.
El viejo mundo encontró una fuerte proyección en Norteamérica, que fue fecunda durante los siglos XVIII y XIX en espíritus inconformistas como Jefferson, Thoreau y otros muchos. Sería injusto criticar a todos estos autores mencionados como lacayos de la burguesía, que se convertiría muy pronto en clase dominante, y hay que situar su pensamiento en el momento como representante del progreso y la libertad. Es inevitable mencionar también a Emmanuel Kant (1724-1804), uno de los grandes filósofos de la historia, pensador influenciado por la Ilustración y que tanto legado dejó en aras de una libertad integral del hombre, una libertad que supone la emancipación definitiva basada en la igualdad y la autonomía.

No hay comentarios: