lunes, 16 de junio de 2008

Algo de teatro

Hasta el 6 de julio, se puede ver en el Teatro Valle-Inclán, en el madrileño barro de Lavapiés, la obra de Lluïsa Cunillé Après Moi, le déluge (que quiere decir literalmente "después de mí, el diluvio", y viene a significar algo así como "ahí os quedáis"; mejor no preguntar por qué han dejado el título en francés). Al margen de las grandes carencias del texto (da la impresión de que la obra pretende mantenerse únicamente, sin un cuerpo sólido, por abordar un tema humano y comprometido), es interesante la reflexión que provoca acerca del mundo en que vivimos. Una reflexión bastante elemental, de acuerdo, pero la triste realidad es que seguimos manteniendo nuestros papeles a diario, en esa gran e injusta obra de teatro que es la vida, aún sabiendo que somos partícipes del sufrimiento de tantas personas en lugares menos afortunados que el nuestro. Uno de los protagonistas de la obra es un tipo tan cínico como hijo de perra, absolutamente consciente del desgraciado rol que ejerce como empleado de una gran empresa que se dedica a la extracción y comercialización del coltan. Para los que, a estas alturas, no lo sepan (en el texto, pretenden dar credibilidad a una intérprete que lo desconoce, viviendo en la capital del Congo) se trata de un preciado mineral esencial para la fabricación de nuevas tecnologías en el mundo desarrollado (teléfonos móviles, fibra óptica, consolas de videojuegos…, también misiles). El comerciante de coltan, interpretado con convicción por Jordi Dauder, trata de abrir los ojos a su pareja teatral con la declaración de que aviones con multitud de armas llegan a la región continuamente para partir cargados con el valioso coltan, así como con oro y diamantes (también habituales en las minas de África central y del sur). Ya digo, parece triste tener que poner en el debate lo obvio, la gran responsabilidad del Primer Mundo, de este sistema económico depredador y de las multinacionales en la triste realidad del mundo subdesarrollado. Un amigo mío estuvo hace años en la República Democrática del Congo (llamado Zaire hasta hace pocos años, víctima de la brutal colonizacion belga antes de eso), en un proyecto de cooperación, y le eché una mano para montar posteriormente una exposición fotográfica sobre su experiencia con el título de "El país más rico del mundo". En otra ocasión, tuve una pequeña discusión con mi amigo al afirmar mi imposibilidad ética, a priori, de realizar ciertos trabajos en el "sistema" (no voy a detallar qué trabajos, pero tenían más que ver con el Estado que con el capitalismo). Me recordó, creo que sin el menor asomo de cinismo, la cuestión del coltan y nuestro consumo diario de tecnologías fabricadas con ese mineral manchado de sangre. Bien, no le voy a quitar razón a mi buen amigo en absoluto, no podemos obviar nuestra participación ni cerrar los ojos ante la explotación económica y la financiación de guerras, es difícil ser totalmente consecuente si estás dentro de aquello que rechazas (y yo tengo, probablemente, más de la mitad del cuerpo dentro del "sistema"). Lo que ocurre también es que esa falta de jerarquización en la responsabilidad conduce, en gran parte de los casos, al cinismo y al conformismo más repugnante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola: me ha gustado tu artículo sobre la obra de teatro, si bien me gustaría hacer dos aclaraciones: primero, la frase que da título a la obra se atribuye al rey francés Luis XV, tras las calamidades de su nefasto reinado, como expresión de lo poco que le importaba lo que ocurriera después de su muerte (de hecho, 15 años después tendría lugar la Revolución Francesa). Hay una web muy interesante, que analiza esta frase y sus antecedentes clásicos (griegos y latinos): http://apresmoiledeluge.blogspot.com/2006/01/la-expresin-aprs-moi-le-dluge-y-sus.html. En segundo lugar, el coltán no es realmente un mineral, sino un término que procede de la contracción de 2 minerales bien conocidos: la columbita y la tantalita, dos óxidos (de niobio y de tántalo, respectivamente), escasos en la naturaleza, que constituyen entre ambos una solución sólida de singulares propiedades: es superconductor, ultrarefractario, tiene una alta resitencia a la corrosión y almacena carga eléctrica temporal para liberarla cuando se necesita. Los principales productores son Australia, Brasil, Canadá, Congo, Etiopía y Uganda. El problema, como bien señalas, es que en Africa su explotación está ligada a conflictos bélicos para lograr su control (apoyados por occidente que obtiene el triple beneficio del preciado mineral, así como oro y diamantes y la venta masiva de armas), además de las pésimas condiciones de su extracción, en régimen de semiesclavitud, con gravísimas repercusiones en la salud, en el medioambiente y en la fauna local de especies protegidas (gorilas, elefantes). Te recomiendo leer el reportaje de Ramón Lobo en el EL PAIS, 02-09-2001). Pero, por si fuera poco todo esto, científicos del dpto. de Física de la Universidad de Nairobi han denunciado las altas dosis de radiación encontradas en trabajadores congoleños por la artesanal manera de extraer el mineral. Pero, hay un gran oscurantismo en torno a este producto y no hay apenas estudios publicados por la comunidad científica, pues no interesa que se sepa el horror que esconde un aparentemente inocente móvil o un portátil, ni los riesgos para la salud también de los usuarios de estos aparatos. Por lo demás, comparto contigo esas reflexiones sobre cómo el mundo rico mira para otro lado y cómo todos somos responsables, sin excusa moral ninguna.