martes, 22 de julio de 2008

Actos violentos

A propósito de que un atracador de bancos y asesino, en su juicio, se haya declarado anarquista, cosa a la que nadie con dos dedos de frente debería dar pábulo -y ya mi amigo Julián ha puesto las cosas en su sitio en su blog y en el diario Público-, me entristece comprobar la fascinación por la violencia que ejercen las más bellas ideas de transformación social en ciertas personas. No hablo de este tipejo apodado "El Solitario", individuo que nada tiene que ver con el anarquismo, hablo de los que lo justifican de una manera u otra. Tipos que deben soñar con ser un nuevo Durruti -figura que tiende a ser idealizada por más de uno, traicionando lo poco que gusta el "culto a la personalidad" en el anarquismo- y atracar bancos a mano armada (cosa que siempre coloca a personas en una situación de peligrosa violencia, no lo olvidemos, más allá de lo muy justificable que suena en boca de la mayoría lo de atracar bancos) en nombre de abstracciones colectivas escritas con mayúsculas (el Pueblo, la Humanidad, la Clase Obrera...) y mencionan la palabra expropiación (es curioso, para mí es un término que relaciono con el Estado). Por el camino, es posible que se causen un perjuicio a alguien o incluso que acaben con una vida, pero no importa, ya que estamos hablando de una acción en nombre del más bello ideal (algo casi metafísico, vamos). Además, como es el Estado el que concentra la violencia, como son los gobernantes los que deciden sobre la vida de miles de personas, cualquier crimen resulta justificable y todo asesinato minimizado. ¿Qué poca cosa resulta el homicidio de dos personas frente a los crímenes continuos contra la vida de poderosos como Bush o Chávez? Acaso el que acaba con la vida de alguien (no voy a caer en la trampa de hablar de "inocentes", ese calificativo se lo dejo a las odiosas estadísticas de los Estados y a los medios que los sirven) en un atraco a una perversa sucursal capitalista no está ejerciendo el más abominable uso del poder. Cualquier situación, en cualquier tipo de sociedad (no todo es justificable en un contexto jerarquizado y desigualitario, a pesar de que la degradación social genera delincuencia en individuos tal vez con poco margen de elección), merece una actuación moral; y cuando hablo de moral, no pretendo darle contenido, no pretendo ponerme "moralista" (aunque tampoco le tengo demasiado miedo a esto, me gusta hablar del bien y del mal tal como yo lo entiendo), solo digo que para mí ser anarquista es ser primero, como se ha dicho ya muchas veces, honesto. Y no me olvido de contextualizar los actos violentos, porque precisamente me resulta patético comparar estos individuos (que no son, en realidad, más que criminales burgueses o seudorevolucionarios) con aquellos que se vieron obligados a coger un arma por causa de las injusticias sociales y los abusos de poder.
Me la repanpinfla los calificativos que me pongan los amantes de las etiquetas: reformista, burgués (pequeño o grande, según gustos), gradualista, posibilista, pacifista...; la fascinación que tiene la violencia como motor de cambio social es otro mito más (otra cosa es la defensa frente a una agresión, y los que arrebatan el poder sobre sí mismos a los demás están ejerciendo una). Y pienso que al anarquismo no le gustan nada las mitificaciones. Yo al menos deseo una sobredosis de realidad, en aras de poder cambiarla.

No hay comentarios: