lunes, 30 de marzo de 2009

La negación del punto de partida para Bakunin

Bakunin sostenía que la divergencia entre las escuelas materialista e idealista era clara. El materialismo partía de la animalidad para llegar a la humanidad, el idealismo comienza en la divinidad y acaba condenando a la humanidad a una animalidad perpetua. En otras palabras, el materialismo persigue los más altos pensamientos y aspiraciones, la realización de la libertad. Frente a los idealistas, que deducen todos los hechos históricos del desarrollo de las ideas, y a los marxistas, que ven en la historia y en las manifestaciones más ideales de la vida el reflejo o el resultado inevitable del desarrollo de los fenómenos económicos, Bakunin se alineaba con estos últimos inicialmente. Recordaba, para el caso, a Proudhon, el cual afirmaba que el ideal no es sino la flor, cuyas raíces están enterradas en las condiciones materiales de la existencia. La humanidad sería la negación acumulativa del principio animal en el hombre, y es esa negación, tan natural como racional, lo que da lugar al ideal, el mundo de las convicciones intelectuales y morales, el mundo de las ideas. Para el anarquista ruso, materialismo y ateísmo eran la misma cosa y ambos constituían la base de la verdad. Las cosas más grandes y bellas -la libertad, la justicia, la humanidad, la belleza, la verdad- son reivindicables para la realidad, ya no pueden estar más tiempo suspendidas de un cielo que las robó de la tierra. Es necesario desprenderlas de un carácter místico y divino, negar que sean simplemente una esperanza celestial, y reclamarlas para el mundo físico y social. Si numerosos teólogos y metafísicos acusan a los materialistas de no poder reconocer las virtudes, Bakunin reclama una definición distinta para el término "materia". Consideraba que los primeros pensadores, seducidos por lo sagrado, tenían todavía un gran margen de sinsentido y error de cara a acercarse a la verdad; es por eso que llamaron "espíritu" a todo lo que consideraban fuerza, movimiento, vida o inteligencia y a todo lo demás, a lo que no cupiera en su abstracción del mundo real, lo denominaron "materia". Ambos conceptos serían ficticios, producto de la especulación de pensadores ingenuos de épocas pasadas. Bakunin sostenía que la materia era la totalidad del mundo real, desde los cuerpos orgánicos más simples hasta la estructura y el funcionamiento del cerebro de los más grandes genios: los sentimientos más sublimes, los pensamientos más grandes, los actos más heroicos y de autosacrificio, los deberes y los derechos, la renuncia al bienestar o al egoísmo, así como las manifestaciones de la vida orgánica, las propiedades y acciones químicas, la electricidad, la luz, el calor o la gravedad natural de los cuerpos. Todo sería producto de una evolución dentro de esa totalidad del mundo físico. Pero Bakunin dejaba bien claro que su teoría no era una especie de panteísmo, esa totalidad no sería una sustancia absoluta ni eternamente creativa, sino el continuo resultado de la concurrencia de una infinita serie de acciones y reacciones, una transformación incesante de los seres reales que nacen y perecen en el seno de esa infinitud. La deducción de Bakunin era que, si lo material es cuanto acontece en el mundo real y lo ideal es producto de la actividad cerebral del ser humano, y si tenemos en cuenta que el cerebro es una organización de orden material, lo primero no excluye a lo segundo, sino que lo incluye. La paradoja para el anarquista es que los materialistas, en la práctica, se muestran más idealistas que los propios idealistas. El desarrollo implicaría una negación del punto de partida, por eso los materialistas parten de la materia para desembocar en la idea. Los materialistas desean el progreso, la consecución de los más altos ideales humanos, los idealistas quedarían frenados por la constante invocación de "espectros sangrientos" y mantendrían a la humanidad en el lodazal.

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