Blog integrado por reflexiones sobre el anarquismo, o mejor dicho, los anarquismos y sobre toda forma de emancipación individual y colectiva
lunes, 11 de mayo de 2009
El anarquismo como evolución del liberalismo
La figura de Pi y Margall (1824-1901), debido a la gran influencia que tuvo Proudhon para su modelo federalista, se suele situar cerca del anarquismo, aunque hay que recordar que ese federalismo pimargalliano no aspiraba a destruir el poder (el Estado) sino a fragmentarlo y democratizarlo. Ricardo Mella, cuando Pi murió, reconocería la probidad de este hombre y consideró, lúcidamente, que el ideal federalista quedaría desvirtuado después de su desaparición al jugar en su contra demasiados intereses autonomistas y regionalistas. Así estamos al día de hoy. La noción de soberanía individual que sostenía Pi, según la cual "todo hombre que extiende sus manos sobre otro hombre es un tirano", si bien puede ser subscrita por la filosofía libertaria, hay que matizar que esa idea no niega la "soberanía popular", algo en lo que los anarquistas insistirán. Anselmo Lorenzo (1841-1914) sostendría que la llamada "soberanía del pueblo" era una ficción, y lo hacía en pos de afirmar lo absoluto de la soberanía del individuo. Esta idea no enfrenta al ser humano con la sociedad, y sí con la autoridad, y coloca al anarquismo como la más profunda teoría política defensora de la libertad. Ricardo Mella (1861-1925) dejaría escrito que la libertad, en toda su extensión, debería ser el constante ideal del anarquismo: el ideal del autogobierno y el libre concierto con los demás en lo que atañe a la producción, al cambio y el consumo. En tanto no se expandiera el deseo de independencia personal y no se erradicar el afán por redimir, un sistema autoritario substituiría a otro. Nos encontramos aquí con unas ideas políticas infinitamente más profundas que el liberalismo, tan reivindicado hoy en los comienzos del siglo XXI, sin demasiadas innovaciones respecto a hace un siglo, de manera simplista, hipócrita e interesada en lo económico, y por oposición en la mayor parte de los casos al socialismo de Estado. Los liberales reprocharán al anarquismo que obvie el necesario contrapeso de la ley y de la autoridad para la expansión de la libertad, pero de nuevo demuestran ignorancia respecto a la riqueza de las ideas libertarias, las cuales no se enredan en disquisiciones teóricas. Las libertades individuales fueron señaladas, ya entonces, como una farsa en una sociedad capitalista, y hoy en día, a pesar de la insistencia en ciertos derechos adquiridos, continúa la prevalencia de un determinismo económico que condiciona a la mayoría de la población. Conceptos como "derecho", diría José Prat (1867-1932), solo adquieren un significado real si se trata de una posibilidad real y efectiva; o, lo que es lo mismo, desprendiendo al término de su condición jurídica (proveniente del Estado) y permitiendo que el ser humano participe en la práctica de la riqueza material. Lorenzo, claramente influido por Bakunin, negó la escuela idealista, que afirma que solo al margen de la sociedad el ser humano es verdaderamente libre, y considerará que la libertad es una conquista social; únicamente insertado en la vida social el hombre puede humanizarse y enriquecerse al completar su libertad individual con la de los demás. Enseguida nos topamos con lo que es una seña de identidad del anarquismo, la conciliación entre libertad individual y el socialismo o solución comunitaria. Teobaldo Nieva escribiría en 1885 que, si bien el individuo debería procurar que su autonomía fuera ilimitada, para lograrlo debería relacionarse en sociedad y equilibrar su dependencia del esfuerzo colectivo; no quiere ver Nieva una mera combinación de intereses y aspiraciones, en las que se cederían y perderían derechos, sino la reunión de todos ellos manteniendo intactas sus propiedades e integridad particulares. No fue, ni es, tarea fácil mantener intactas las aspiraciones individuales y colectivas, y podría parecer que algunes autores cayeran en la contradicción. Fermín Salvochea (1842-1907) llegó a alabar el comunismo de tal forma, que señalaría el individualismo como el mayor de los males. Naturalmente, es necesario contextualizar la afirmación de Salvochea dentro del ideal libertario (en todas sus corrientes, sin que ninguna de ellas sea menospreciada), y comprender que Salvochea demoniza ese individualismo de clase que apuesta por la competencia y el afán de lucro. Ese es el individualismo predominante en nuestra sociedad actual, con escasas aspiraciones sociales y cooperativistas, con mínima comunicación racional, y únicamente plegado a ese fantasma de la "soberania popular" o "voluntad general" que ya denunciaran los primeros anarquistas. En el pensamiento de algunos de estos hombres se desprende cierta apelación a una supuesta, y cuestionable, "armonía natural", pero el análisis que contrapone sociedad (contrato o pacto libre) a Estado (ley coercitiva) es el verdaderamente interesante y el que ha quedado como parte sustancial de las ideas libertarias. Lorenzo considerará el pacto como representante de la libertad, pero también del bien común en el que se sacrifica parte de aquella. Si el pacto es símbolo de libertad y de cooperación, la ley representa el privilegio y la fuerza. Mella diría que no se trataba de encontrar fórmulas legislativas, sino de buscar la acción social continua, los hechos y conductas son los que mandan frente a los discursos y mítines que no vayan acompañados de aquellos. Frente a la concepción del derecho negativa que puedan tener las corrientes liberales, basada en que nada pueda atentar contra la existencia y en que el Estado quedará reducido a salvaguardar ese axioma, los anarquistas darán un sentido positivo al derecho, al que se podría llamar "natural" a priori, pero que adquiere su verdadera dimensión en una vida social que debe garantizar a cada individuo su libre desarrollo y cooperación con los demás. Federico Urales (seudónimo de Juan Montseny, 1864-1942) consideraba el anarquismo, en la línea de Bakunin, como una evolución lógica en la historia de la corriente liberal, traicionada ésta por una burguesía incapaz de repartir la riqueza. En la misma línea se expresaría Anselmo Lorenzo, el cual consideraba los ideales de la Revolución Francesa válidos, pero pervertidos posteriormente por la burguesía. Encontramos así una gran confianza en el progreso, cuyo colofón sería un socialismo anarquista, si bien no tan lineal y determinista como la visión marxista y sí con una confianza indudable en la libertad y en la acción social.
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