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jueves, 7 de mayo de 2009
La sociedad contra el Estado
Pierre Clastres, nombre que he oído por primera vez hace bien poquito, es un antropólogo cuyos estudios y tesis sobre las sociedades, a las que él mismo se refiere irónicamente como "primitivas", son interesantísimos. Clastres, fallecido prematuramente en 1977, afirma que las sociedades primitivas son sociedades sin Estado, pero no lo hace peyorativamente, ya que en tal caso se estaría dejando claro que están privadas de algo necesario a toda sociedad. Esto sería el gran prejuicio del etnocentrismo, al que califica de inconsciente y que revela su peor cara al despreciar a las sociedades que no han encontrado ese sentido de la historia único que hace que se recorran unas etapas que van del salvajismo a la civilización. El Estado sería un término necesario a toda sociedad según una manera de entender la evolución. La sociedades primitivas serían pobres residuos de antaño, determinadas negativamente por sus carencias: sin Estado, sin escritura, sin historia, y determinadas también en lo económico al tener una mera economía de subsistencia e ignorar la economía de mercado. Clastres se pregunta qué hay de cierto en todas estas afirmaciones. Y no lo hace, en mi opinión, desde ningún prejuicio ideológico ni con la intención de alabar un pasado idílico al que habría que retornar. Estamos aquí lejos de la tesis del tarambana iluminado de Zerzan; es más, diría que estamos ante su refutación, y nos encontramos ante un científico valiosísimo para buscar modos de convivencia alternativos con una base antiautoritaria huyendo de determinismos históricos y de falsas concepciones del progreso. El gran pretexto para desdeñar ciertas sociedades arcaicas se encuentra en su presunta inferioridad técnica. Pero Clastres realiza una definición de técnica en la que entiende ésta como el conjunto de procedimientos con que se proveen los hombres, no para asegurarse el dominio absoluto de la naturaleza (que nos conduce al desastre), sino para asegurarse un dominio del medio natural. De ningún modo las sociedades "primitivas" han sido incapaces de realizar tal propósito. Si esas sociedades tienen una economía de subsistencia, cosa que Clastres entrará enseguida a cuestionarse, no es a falta del saber-hacer técnico. Dos axiomas caracterizarían a la civilización occidental, que "la sociedad verdadera se da a la sombra del Estado" y el imperativo categórico de que "es necesario trabajar". Pero la supuesta economía de subsistencia no implica la búsqueda angustiosa, a tiempo completo, del alimento; habría una compatibilidad de la limitación del tiempo para las actividades productivas. No existe un miserabilismo, como implica la idea de la economía de la subsistencia, el hombre "salvaje" no está sujeto a una condición de sobrevivencia, sino que en un tiempo corto obtiene una resultado productivo y algo más (lo que serían excedentes). Clastres sostiene que cuando los indios descubrieron la superioridad de las hachas de los hombres blancos, aplicaron su mentalidad y no desearon producir más, sino producir lo mismo en un tiempo diez veces más corto (atención a esta carencia de falta de tiempo en nuestras sociedades avanzadas occidentales, tan mencionada en los libros de auto-ayuda y que no descubre nada nuevo). Si desaparece ese rechazo al trabajo de las sociedades arcaicas, se cambia el ocio por la acumulación; cuando una fuerza externa aparece en el cuerpo social, sin la cual los supuestos salvajes jamás renunciarían al ocio, se destruye la sociedad primitiva y nace la dominación política. Si están aseguradas las necesidades básicas, nada podría incitar al deseo de producir más, a alienarse en el trabajo sin destino, si ese tiempo puede dirigirse al ocio, el juego, la fiesta o la guerra (el estudio de la guerra en las sociedades primitivas, para nada pacíficas durante todo el tiempo, merece un capítulo aparte). La sociedad primitiva sería esencialmente igualitaria y las personas son las dueñas de su actividad y de la circulación de los productos, actúan únicamente para ellos mismos; en cambio, la ley de intercambio de bienes mediatiza la relación directa del hombre con su producto y todo se altera al ser la actividad desviada y tener que producir para los demás, para los que no trabajan (los señores). Según Clastres, la relación política de poder precede y funda la relación económica de explotación. La aparición del Estado marcaría la gran división entre "salvajes" y "civilizados", el corte que transforma el tiempo en Historia. Para Clastres, lo decisivo es el corte político y no el cambio económico, niega que la gran revolución se produjera en el Neolítico, ya que deja intacta la antigua organización social; el cambio decisivo sería la revolución política, que supone la muerte de las sociedades primitivas, y llegaría con el Estado. El cambio a partir de la base económica sería imposible, ya que para incrementar la producción es necesario bien un acuerdo de los hombres para hacerlo o bien una coacción externa. En las sociedades "primitivas" no existe la división de clases, ya que la capacidad igual para todos de satisfacer las necesidades materiales lo impide; de igual modo, al no existir el intercambio de bienes y servicios se impide la acumulación de propiedad privada, lo que hace imposible el deseo de poder o de poseer y parecer más que el vecino. El jefe de este tipo de sociedades no lo es de un Estado, no posee autoridad ni poder coercitivo; su finalidad es acabar con los conflictos entre personas, familias o linajes, y ese reconocimiento se lo concede la sociedad por prestigio (atribución separada tajantemente de lo que sería el poder). La sociedad impide que la capacidad técnica que se la ha concedido al jefe se transforme en autoridad política, ya que existe un control estricto que impide que la persona vaya más allá en sus funciones. No obstante, el riesgo de que el jefe se extralimite en sus funciones y quiera imponer su proyecto individual a la tribu existe por supuesto; si esto se cumpliera, si la sociedad se pusiera al servicio del líder, y no al revés, nacería el poder político (el Estado). Pero el poder político es casi imposible en la sociedad primitiva, ya que no hay un vacío que el Estado pueda llenar. Clastres considera que hay un campo que escapa al control absoluto de la sociedad para impedir la formación de un poder político, se trata de la cuestión demográfica. El aumento de la densidad poblacional conmocionó a la sociedad primitiva, ya que solo funcionaría ésta en el caso de ser poco numerosa. La articulación de lo demográfico con lo político es meta que el antropólogo considera más apropiada para el estudio sociológico. Otra teoría interesante, a propósito del derrumbamiento de este mundo salvaje, es la de que los profetas de estas sociedades, conscientes de esta catástrofe sociocósmica, "decidieron dejar el mundo de los hombres y ganar el de los dioses". Identificaron el nacimiento del Mal con la unidad, algo que en ellos tenía un sentido metafísico, pero que podía muy bien entroncar con la tradición de lucha contra el poder político (y su concreción, que sería el Estado). Clastres afirma que jefatura y lenguaje están muy ligados en la sociedad primitiva, pero si bien pudiera parecer la palabra opuesta a la violencia en el jefe salvaje (por inocente), enseguida plantea el interrogante de que la sociedad primitiva pudiera empezar a escuchar otro discurso (la palabra profética, el discurso del poder). Ahí puede encontrarse el origen del poder, el comienzo del Estado en el Verbo (la palabra profética, que se concretó en nuestra cultura en el cristianismo). Irónicamente, y contestando nada menos que a Marx, Clastres dice que si la historia de los pueblos que tienen una historia es la historia de la lucha de clases, la historia de los pueblos sin historia es la historia de su lucha contra el Estado.
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1 comentario:
Es interesantísimo, sobre todo conocer otras formas muy respetables de vida que creemos atrasadas desde nuestro cubículo de la oficina; donde nos pasamos media de nuestra avanzada vida y mientras nos levantamos a las 7 para trabajar en cosas sin sentido.
Saludos Libertarios compañero.
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