lunes, 20 de julio de 2009

Reflexiones sobre lo utópico y lo posible

Formas y tendencias del anarquismo es un pequeño libro escrito por Rene Furth hace casi cuatro décadas. Todavía es posible adquirir su última edición de hace cinco años. Tal vez lo peor del libro sea su título (dejando a un margen el diseño de portada), pero se encuentran en él algunas reflexiones más que interesantes, que van más allá de la mera iniciación a las ideas libertarias, y que resultan aún hoy de plena actualidad. No elude Furth los problemas que puede presentar el anarquismo, con su negación de una etapa transitoria autoritaria (lo que no supone, en cualquier caso que no existan diversas etapas de transición de cara a una sociedad verdaderamente libertaria). No basta con acabar con el Estado, con las estructuras autoritarias, se requiere reemplazarlo enseguida por nuevas formas de organización. Es más, es la única forma de acabar de verdad con el antiguo estado de las cosas, de iniciar un orden nuevo basado en la descentralización y en la autogestión. Para ello, se requieren personas y organizaciones eficaces, federadas entre sí y preparadas para construir una sociedad libertaria y socialista. En cualquier caso, y esta es mi opinión, lo que puede decirse que rechaza el anarquismo es cualquier mistificación, tanto de un fin del Estado que conllevará necesariamente una organización libertaria (más bien, el peligro de un orden autoritario aún peor estará siempre presente), como de una etapa estatal transitoria (propia del marxismo, apelando tantas veces a lo realista y científico, y con los resultados ya sabidos). Bakunin y Kropotkin poseían una gran fe en la acción creadora y en el impulso innovador de la revolución, pero para ello es necesario que exista un germen en la sociedad anterior sobre el que se pueda consumar y potenciar la práctica moral y organizativa libertarias. La revolución puede liberar a la sociedad de las trabas estatales, pero no existe creación a partir de la nada, por mucho que se confíe en la acción innovadora. Me parecen estas reflexiones de un gran valor, y dejan clara la gran tarea que todo libertario se impone en su vida cotidiana (sin volverse tampoco tarumba, ya que es muy saludable conciliar trabajo y hedonismo; incluso me atrevería a romper la frontera entre ambos en la medida que se pueda). Capacidad continua, búsqueda de autodeterminación, conciencia, tesón, eficacia, son los valores que se demandarán para la sociedad autogestionada. Vitalización de la sociedad es una empresa demandada por el anarquismo, por lo que será necesario buscar relaciones diferentes entre las personas, crear desde ya la organización capaz de dotar de esa fuerza a la vida social, prepararnos para afrontar los problemas económicos y técnicos, es la única manera de crear las bases de una sociedad libertaria. El verdadero propósito que ha tenido el anarco-sindicalismo, se piense lo qu se piense sobre su situación actual, es preparar a los trabajadores tanto moral como técnicamente en la gestión colectiva. Desgraciadamente, a pesar de lo positivo de estas experiencias en la sociedad pre-revolucionaria, siempre se ha corrido el riesgo de que el aparato estatal acabe asumiendo o anulando el nuevo tejido de relaciones y organizaciones (hay que tomar buena nota, ya que requiere un esfuezo y preparación aún mayor). Yo me muestro optimista, no está nunca de más estimular conciencias, crear propuestas, promover autonomías e iniciativas; aunque, como también apunta Furth, ello requiera "una intensa actividad de crítica y cuestionamiento, única defensa contra el adormecimiento y el desgaste". Las acusaciones de utópico al anarquismo no tienen demasiada cabida si entendemos esa apelación a la capacidad y determinación de los hombres para construir la sociedad libertaria; en su, también, profundo pragmatismo, el anarquismo solo se vale de la utopía como medida para conocer y transformar la realidad. Tampoco podemos tildarlo de científico, ya que la energía, voluntad de lucha y exigencia de libertad de los seres humanos no pueden verse nunca reemplazados por la ciencia, solo válida para determinar las condiciones de acción y las líneas de evolución posibles. La utopía es solo una previsión, en ningún caso una profecía, y posee también características innovadoras en la relación entre los hombres, labor educativa, para huir del fatalismo de cualquier clase, y esclarecedora de lo que es o no posible (y que el poder político puede haber marcado como no realizable). Puede existir una relación dialéctica entre la utopía y el orden actual, que dé lugar al nacimiento de nuevas ideas y valores condensados en el presente y que reclaman ser liberados y potenciados de cara a un orden futuro. Landauer quería ver en la evolución social una constante relación dialéctica entre topía y utopía; la primera representa el conjunto de la vida colectiva de los hombres, con una relativa estabilidad, y gracias a la acción de la utopía, magma de aspiraciones y esfuerzos individuales, se puede dar lugar a un período de ebullición con su aspiración de crear una nueva topía. George Duveau reclamaba la posibilidad de ofrecer al hombre los medios de reaccionar frente a situaciones que desafíen cualquier imaginación; no es solo cuestión de adaptar al hombre a tal o cual situación, sino de transformar y ampliar su capacidad de adaptación. Es esta una reclamación también de la utopía, con vocación pedagógica y creadora, frente a cualquier fatalismo histórico.

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