martes, 17 de noviembre de 2009

Radicalismo político

Obviamente, el radicalismo político fue en Godwin bastante más allá que en otras concepciones liberales de su tiempo. Para el autor de Justicia política el mal no se encuentra en la forma externa del Estado, sino en su esencia misma. De ahí que quiera erradicar todo poder en la sociedad, y no únicamente reducirlo. Según la concepción godwiniana de una sociedad sin Estado, no hay ya para el hombre ninguna coacción física o espiritual que parta de una providencia terrenal, y puede encontrarse entonces el suficiente espacio libre para que cada uno pueda desarrollar sus capacidades y para regular las relaciones con sus semejantes (libre acuerdo para realizarlo según las necesidades eventuales).

Godwin no olvidó la necesidad de transformar las relaciones económicas para realizar un cambio en esa dirección libertaria, teniendo en cuenta que los conceptos de dominación y explotación resultan estrechamente vinculados en la práctica. A diferencia de otros representantes del radicalismo político, que acababan realizando concesiones al Estado de una u otra índole, Godwin considera que la libertad del individuo está asegurada cuando encuentra un punto de apoyo en el bienestar social y económico de todos los miembros de la sociedad. Las potencialidades del individuo encuentran un contexto para su desarrollo en una comunidad fortalecida moralmente, y la libertad individual encuentra su mejor complemento en la responsabilidad de los actos y en la solidaridad con los semejantes; la autoridad no puede someter a un instinto vigorosamente reforzado con la convivencia social, según palabras de Rudolf Rocker: "la sensibilidad del hombre ante las alegrías y los dolores del prójimo, y de ahí el impulso a la ayuda mutua, en que arraiga toda ética social, toda noción sobre justicia social". Rocker considera que la obra de Godwin es el colofón a la tradición liberal, "gran movimiento espiritual", y el punto de partida para el socialismo libertario.

El desarrollo del capitalismo no había aplastado del todo las ideas del radicalismo político en Inglaterra y América hace un siglo, aunque éstas aparecían (y aparecen) solo como mero barniz retórico para un transfondo político y económico muy diferente. Hasta el propio George Washington llegó a decir algo semejante: "El gobierno no conoce la razón ni la convicción, y por eso no es otra cosa que la violencia. Lo mismo que el fuego, es un servidor peligroso y un amo terrible. No hay que darle nunca ocasión paa cometer actos irresponsables". Fue Thomas Jefferson parece ser, tal vez en una nueva muestra de la contradicción y doble moral de según que tradiciones políticas, quien dijo "el mejor gobierno es el que gobierno menos". Benjamin Franklin negó cualquier sacrificio individual al Estado: "El que está dispuesto a abandonar una parte esencial de su libertad para conseguir en cambio una seguridad temporal de su persona, pertenece a los que no merecen ni libertad ni seguridad". Wendel Phillips, defensor del abolicionismo y negador de todo determinismo estatal, afirmó que "el gobierno es simplemente el refugio del soldado, del hipócrita y del cura". También Lincoln llegó a prevenir para que ningún ciudadano confiase a un gobierno la garantía de sus derechos. Uno de los más notables representantes del radicalismo político, feroz y (este sí) sincero enemigo del Estado, fue Thoreau, el cual dijo: "Reconozco de todo corazón este principio: el mejor gobierno es el que gobierna menos; sólo deseo que se pudiera avanzar más rápida y sistemáticamente de acuerdo con ese principio. Justamente empleado, ese pensamiento implica todavía otro, que aprueblo igualmente: el mejor gobierno es, en general, el que no gobierna". El poeta Emerson expresó estas conocidas y bellas palabras: "Todo Estado verdadero está corrompido. Los hombres buenos no deben obedecer demasiado a las leyes".
Todas estas ideas pertenecientes a la tradición liberal, o de radicalismo político, acaban siendo traicionadas por sus portadores en el momento en que forman parte del aparato estatal, por no hablar de la feroz maquinaria capitalista que acabaría pervirtiendo dichas concepciones en su beneficio y dará lugar a generaciones insertadas en un ambiente espiritual y moral de lo más cuestionable.

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