El pasado 11 de febrero murió, con 85 años, Colin Ward, un hombre cuyo compromiso con el anarquismo fue activo hasta el final de sus días. Arquitecto, urbanista, pedagogo, autor de numerosos ensayos (aunque escasea su obra publicada en castellano), colaboró abundantemente con el importante colectivo anarquista Freedom. En este grupo, participaron personalidades tan notables como María Luisa Berneri, Nicholas Walter, Herbert Read, George Woodcok o Alex Comfort.
El mismo Ward, hablando de los orígenes de sus ideas libertarias, afirmó en alguna ocasión cómo logro inmunizarse en los años 30 contra el dogmatismo y la idolatría por Stalin que afectó a gran parte de la izquierda. Ello se produjo gracias a las lecturas de Emma Goldman y Alexander Berkman, provenientes de la librería anarquista de Glasgow, por un lado, y a las de Arthur Koestler y George Orwell, por otro. También mencionó el libro de María Luisa Berneri, publicado en 1944 por Freedom Press, Workers in Stalin´s Rusia, con posteriores reediciones y con la idea de que cualquier régimen político es valorable por las condiciones en que se encuentran los trabajadores. Según ese criterio, el sistema soviético suponía un desastre, con la distribución de la riqueza tan desproporcionada como en el mundo capitalista. Ward insistía en que este libro de Berneri se publicó en un momento crucial en el que la prensa británica no realizaba críticas a la URSS, y que al día de hoy no se podía comprender todavía cómo las ideas marxista y estalinista había condicionado el pensamiento de la intelectualidad inglesa y europea. Este dogmatismo, basado en la búsqueda de certezas definitivas, fue denominado por Orwell como "patriotismo desplazado", ya que tras la desilusión sobre la implantación del socialismo en un determinado país (en este caso, la Rusa de Stalin) se iría ofreciendo lealtad a otras naciones: la Yugoslavia de Tito, la Cuba de Castro... Ward se lamentaba de no conocer un antídoto frente a tamaña tendencia que conduce al despropósito y al ridículo.
Ward subscribía la famosa definición para anarquismo realizada por Kropotkin en 1905 para la Enciclopedia Británica. Podía considerarse tanto socialista como anarcosindicalista, aunque consideraba que existían diversos caminos para desembocar en el anarquismo, como se había demostrado en el grupo Freedom Press. Su crítica era evidente hacia aquellos que empleaban tiempo en tratar de denostar hacia otra facción ácrata. La forma de entender el socialismo de Ward, dentro del anarquismo, pasaba por un movimiento cooperativo que supusiera una multiplicidad de formas de propiedad colectiva de los medios de producción, de distribución y de intercambio. No hay cabida, por supuesto, en esta concepción para nada parecido a un Estado, para la actividad de un gobierno central o local, por lo que es perfectamente distinguible de las formas de socialismo más extendidas. Aunque la palabra "sindicalismo" suscita demasiadas connotaciones dudosas, Ward resolvía perfectamente la cuestión cuando afirmaba que el control obrero de la producción era el único acercamiento compatible con el anarquismo. No obstante, recordaba que existía demasiado romanticismo histórico dentro del sindicalismo, una sobrevaloración de la presencia de las grandes fábricas fordianas, organizadas con eficacia militar, cuando la mayor parte de los puestos de trabajo son una pequeña oficina (algo ya señalado por Kropotkin hace un siglo). Reclamaba hacia los sindicalistas una explotación de las nuevas tecnologías de la comunicación para luchar contra el capitalismo intencional a nivel global.
Me ha resultado curioso, y ha dado lugar a una importante reflexión personal, cuando Ward menciona que las personas más individualistas que conoció eran partidarios del comunismo anarquista. No era una aseveración producto de sus creencias, y tampoco una interpretación, suponía para él una observación cotidiana. Respecto al pacifismo, su posición parecía igualmente lúcida, recomendaba la lectura del libro de su amigo Michael Randle, Civil Resistance, en el que se reflexiona sobre los límites y la potencialidad de la acción pacifista.
Respecto a la editorial Freedom Press, con la que estuvo prácticamente toda su vida vinculado, Ward recuerda que el primer número de Freedom apareció en 1886. Fue Charlotte Wilson, a la que definía como una mujer excepcional, la que se puso en contacto con Kropotkin para producir una revista que que retomaba las experiencias ginebrinas y parisinas del ruso en diversas publicaciones. La primera etapa de la publicación duró hasta 1928, año en que el director Tom Keell dejó Londres para buscar refugio en Whiteway Colony, una comunidad de inspiración tolstoiana en la Inglaterra occidental. Hasta poder retomar la actividad anarquista, Keell continuó publicando un boletín Freedom para los abonados que se mantuvieron. La revitalización de la publicación se produjo gracias a Vernon Richards, fundador de la revista Free Italy substituida en 1936 por Spain and the World, la cual acogió las ideas y opúsculos que Keell había conservado. Al acabar el conflicto español, la revista pasó por diversos nombres hasta volver a la cabecera original de Freedom.
Ward menciona como las personas que más le influyeron a Vero (nombre real de Vernon Richards) y a su compañera María Luisa Berneri, grandes conocedores del movimiento anarquista internacional, de sus tendencias y de sus principales exponentes, y con la capacidad de expresarse en diversas lenguas, por lo que sus discursos resultaban muy atendidas. Ward habla con pasión de la personalidad de Vero, hombre de gran vitalidad y con grandes conocimientos sobre los más diversos temas. Para los que no conozcan la obra de Vernon Richards, Enseñanzas de la revolución española (1977, Campo Abierto Ediciones), diré que es un análisis de las circunstancias vividas en la Guerra Civil y en la revolución españolas que me emociona de verdad. Sus intenciones críticas con una praxís alejada de una ética libertaria, su profundo humanismo incompatible con fanatismo alguno, suponen que sea una lectura fundamental para las generaciones venideras. Subscribo totalmente sus opiniones, vertidas hace ya casi 50 años. Desgraciadamente, Ward no pudo convencer a Vero de que plasmara en libros sus grandes ideas sobre la infancia y el urbanismo, sobre el ferrocarril o acerca de la horticultura, asuntos sobre los que poseyó una experiencia directa para aportar cosas importantes. De la misma manera, la personalidad de María Luisa Berneri le resultaba fascinante a Ward, mujer de "inteligencia audaz y espíritu ardiente" que, desgraciadamente, falleció trágicamente a temprana edad. Hay que mencionar un texto de Berneri, probablemente muy avanzado en su momento respecto a cuestiones sexuales, Sexuality and Freedom, pionero en el debate en la prensa inglesa sobre las teorías de Wilhem Reich. Existieron otras personalidades influyentes para Ward, como el canadiense criado en Inglaterra George Woodcock, gran escritor y polemista o John Hewetson, médico que ejerció su actividad en los barrios pobres de Londres y que luchó por la contracepción gratuita y por el aborto, entre otros temperamentos infatigables en pro del ideal libertario.
El mismo Ward, hablando de los orígenes de sus ideas libertarias, afirmó en alguna ocasión cómo logro inmunizarse en los años 30 contra el dogmatismo y la idolatría por Stalin que afectó a gran parte de la izquierda. Ello se produjo gracias a las lecturas de Emma Goldman y Alexander Berkman, provenientes de la librería anarquista de Glasgow, por un lado, y a las de Arthur Koestler y George Orwell, por otro. También mencionó el libro de María Luisa Berneri, publicado en 1944 por Freedom Press, Workers in Stalin´s Rusia, con posteriores reediciones y con la idea de que cualquier régimen político es valorable por las condiciones en que se encuentran los trabajadores. Según ese criterio, el sistema soviético suponía un desastre, con la distribución de la riqueza tan desproporcionada como en el mundo capitalista. Ward insistía en que este libro de Berneri se publicó en un momento crucial en el que la prensa británica no realizaba críticas a la URSS, y que al día de hoy no se podía comprender todavía cómo las ideas marxista y estalinista había condicionado el pensamiento de la intelectualidad inglesa y europea. Este dogmatismo, basado en la búsqueda de certezas definitivas, fue denominado por Orwell como "patriotismo desplazado", ya que tras la desilusión sobre la implantación del socialismo en un determinado país (en este caso, la Rusa de Stalin) se iría ofreciendo lealtad a otras naciones: la Yugoslavia de Tito, la Cuba de Castro... Ward se lamentaba de no conocer un antídoto frente a tamaña tendencia que conduce al despropósito y al ridículo.
Ward subscribía la famosa definición para anarquismo realizada por Kropotkin en 1905 para la Enciclopedia Británica. Podía considerarse tanto socialista como anarcosindicalista, aunque consideraba que existían diversos caminos para desembocar en el anarquismo, como se había demostrado en el grupo Freedom Press. Su crítica era evidente hacia aquellos que empleaban tiempo en tratar de denostar hacia otra facción ácrata. La forma de entender el socialismo de Ward, dentro del anarquismo, pasaba por un movimiento cooperativo que supusiera una multiplicidad de formas de propiedad colectiva de los medios de producción, de distribución y de intercambio. No hay cabida, por supuesto, en esta concepción para nada parecido a un Estado, para la actividad de un gobierno central o local, por lo que es perfectamente distinguible de las formas de socialismo más extendidas. Aunque la palabra "sindicalismo" suscita demasiadas connotaciones dudosas, Ward resolvía perfectamente la cuestión cuando afirmaba que el control obrero de la producción era el único acercamiento compatible con el anarquismo. No obstante, recordaba que existía demasiado romanticismo histórico dentro del sindicalismo, una sobrevaloración de la presencia de las grandes fábricas fordianas, organizadas con eficacia militar, cuando la mayor parte de los puestos de trabajo son una pequeña oficina (algo ya señalado por Kropotkin hace un siglo). Reclamaba hacia los sindicalistas una explotación de las nuevas tecnologías de la comunicación para luchar contra el capitalismo intencional a nivel global.
Me ha resultado curioso, y ha dado lugar a una importante reflexión personal, cuando Ward menciona que las personas más individualistas que conoció eran partidarios del comunismo anarquista. No era una aseveración producto de sus creencias, y tampoco una interpretación, suponía para él una observación cotidiana. Respecto al pacifismo, su posición parecía igualmente lúcida, recomendaba la lectura del libro de su amigo Michael Randle, Civil Resistance, en el que se reflexiona sobre los límites y la potencialidad de la acción pacifista.
Respecto a la editorial Freedom Press, con la que estuvo prácticamente toda su vida vinculado, Ward recuerda que el primer número de Freedom apareció en 1886. Fue Charlotte Wilson, a la que definía como una mujer excepcional, la que se puso en contacto con Kropotkin para producir una revista que que retomaba las experiencias ginebrinas y parisinas del ruso en diversas publicaciones. La primera etapa de la publicación duró hasta 1928, año en que el director Tom Keell dejó Londres para buscar refugio en Whiteway Colony, una comunidad de inspiración tolstoiana en la Inglaterra occidental. Hasta poder retomar la actividad anarquista, Keell continuó publicando un boletín Freedom para los abonados que se mantuvieron. La revitalización de la publicación se produjo gracias a Vernon Richards, fundador de la revista Free Italy substituida en 1936 por Spain and the World, la cual acogió las ideas y opúsculos que Keell había conservado. Al acabar el conflicto español, la revista pasó por diversos nombres hasta volver a la cabecera original de Freedom.
Ward menciona como las personas que más le influyeron a Vero (nombre real de Vernon Richards) y a su compañera María Luisa Berneri, grandes conocedores del movimiento anarquista internacional, de sus tendencias y de sus principales exponentes, y con la capacidad de expresarse en diversas lenguas, por lo que sus discursos resultaban muy atendidas. Ward habla con pasión de la personalidad de Vero, hombre de gran vitalidad y con grandes conocimientos sobre los más diversos temas. Para los que no conozcan la obra de Vernon Richards, Enseñanzas de la revolución española (1977, Campo Abierto Ediciones), diré que es un análisis de las circunstancias vividas en la Guerra Civil y en la revolución españolas que me emociona de verdad. Sus intenciones críticas con una praxís alejada de una ética libertaria, su profundo humanismo incompatible con fanatismo alguno, suponen que sea una lectura fundamental para las generaciones venideras. Subscribo totalmente sus opiniones, vertidas hace ya casi 50 años. Desgraciadamente, Ward no pudo convencer a Vero de que plasmara en libros sus grandes ideas sobre la infancia y el urbanismo, sobre el ferrocarril o acerca de la horticultura, asuntos sobre los que poseyó una experiencia directa para aportar cosas importantes. De la misma manera, la personalidad de María Luisa Berneri le resultaba fascinante a Ward, mujer de "inteligencia audaz y espíritu ardiente" que, desgraciadamente, falleció trágicamente a temprana edad. Hay que mencionar un texto de Berneri, probablemente muy avanzado en su momento respecto a cuestiones sexuales, Sexuality and Freedom, pionero en el debate en la prensa inglesa sobre las teorías de Wilhem Reich. Existieron otras personalidades influyentes para Ward, como el canadiense criado en Inglaterra George Woodcock, gran escritor y polemista o John Hewetson, médico que ejerció su actividad en los barrios pobres de Londres y que luchó por la contracepción gratuita y por el aborto, entre otros temperamentos infatigables en pro del ideal libertario.
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