Peter Brown afirmaba, en Smallcreep's day, que en una sociedad libre tendríamos que llegar a un acuerdo con nosotros mismos, en primer lugar, y a continuación con nuestros semejantes, en el conflicto que fuere, en lugar de recurrir a los asistentes sociales, los partidos políticos, la policía o los delegados sindiales. Es de esta manera como nos enfrentaríamos con nosotros mismos, tal como somos. Cuando nos esforzamos en difundir las ideas libertarias, la mayor resistencia de las personas está en el rechazo a la ley (jurídica), aunque critiquen por otra parte las enormes lagunas e injusticias del sistema. El Estado es defendido con recurrencia como un logro del progreso (la mayor de las veces, por su apariencia "democrática" y "de derecho"); ante la falta aparente de otras alternativas protectoras, cuesta ver a la gente un sistema más deseable o factible. La divulgación del anarquismo, su aceptación, obliga a tomar siempre en serio la mentalidad política que puedan tener nuestros semejantes.
Colin Ward, con el afán de extenderlos y mostrarse crítico con ellos después, repetía los típicos argumentos anarquistas sobre cómo una sociedad libertaria puede enfrentarse a actos criminales sin necesidad de un sistema legal instituido ni de fuerzas policiales: en primer lugar, si se habla de robos como mayoría de los delitos, no tendrían sentido en una sociedad donde las materias primas y los medios de producción fueran comunitarios y existiera un reparto equitativo de las bienes de consumo; no se daría tampoco una inclinación tan fuerte a los actos violentos en una sociedad permisiva y sin que la competencia tuviera tanta predominancia; también se producirían mayores actos de responsabilidad en cuanto al uso de un transporte público, y desaparecería el apego a valores frívolos como la velocidad y la agresividad en las carreteras; el proceso de descentralización supondría que se evitaran las grandes concentraciones urbanas y que se desarrollaran valores de preocupación y respeto hacia el prójimo. Estos argumentos son recurrentes, aunque no está demás insistir en ellos dado su valor, y su rápida refutación como irrealizables en la práctica también lo ha acabado siendo. Los detractores asegurarñan que la civilización, tal y como la entedemos en las sociedades "avanzadas", ha dado lugar a personas que nada tienen que ver con esos valores, presentados como utópicos y necesitados de "hombres nuevos". Pero disciplinas como la sicología social nos demuestran hasta qué punto somos consecuencia del ambiente en que nos desarrollamos, por lo que se trata de cambiar también la sociedad y demostrar que la realidad no es solo la que ponen delante de nuestros ojos. Paul Tappan, criminólogo norteamericano, afirmaba que es preferible para nosotros, en cuanto a sociedad que somos, aceptar los problemas sociales que padecemos en lugar de esforzarnos conscientemente para cambiar radicalmente nuestra cultura.
Si la ley emana del Estado en forma de orden o prohibición, basada en la autoridad y en la capacidad de emplear la fuerza, el delito supone cualquier infracción de dicha ley o código criminal y la policía son los agentes que se encargan de mantener esa ley y orden, está claro que todos estos conceptos se muestran incompatibles con el anarquismo. Pero la ley no tiene por qué suponer un sistema legalista, y sí tener un sentido comunitario o consuetudinario; incluso la sociología alude como ley a la formación de un cuerpo complejo de normas de todo tipo ya existentes en la sociedad. En cuanto a la noción de delito, también es posible extender su definición; el criminólogo del siglo XIX Garofallo hablaba de "cualquier acto que vaya contra las normas imperantes de honestidad y de respeto al prójimo". Incluso, algunos profesionales insisten en que la clasificación legal no debería limitar el trabajo del criminólogo y ampliar la definición a la vista de ciertos comportamientos aparentemente no delictivos. La idea de algo parecido a la policía desde un punto de vista anarquista se muestra casi imposible; a pesar de ello, puede aceptarse que una fuerza coercitiva como la policial realice determinadas funciones sociales, siempre minoritarias en cuanto a su cometido de labores al servicio de un gobierno. Colin Ward mencionaba una alternativa a la policía denominada "control social", descrita como el sistema por el cual los individuos y las comunidades se protegen de las acciones antisociales. Godwin, en Justicia política, ya hablaba de un área reducida en un contexto descentralizado en la que el individuo estaría sometido al juicio de la comunidad (se entiende, que sin intenciones coercitivas arbitrarias). Hay que advertir de la opresión costumbrista y censora que se han dado tantas veces en los pueblos, lo que ha llevado a tantas personas inconformistas o de comportamiento "antisocial" a refugiarse en grandes urbes.
Kropotkin reconocía que en una sociedad, por muy bien organizada que esté, aparecerán siempre personas que se dejan llevar por sus pasiones para cometer acto antisociales. Para prevenirlo, habría que dar una orientación sana a esas pasiones huyendo del aislacionismo y del individualismo egoísta que supone la propiedad privada. Es necesario buscar la comunicación, el conocimiento de nuestros semejantes que supondría una vida comunitaria más entrelazada que empuje a las personas a la cooperación moral y material. Ward menciona a Edward Allsworth Ross como el primero, en 1901, en dar a esta idea el nombre de "control social"; hablaba de determinadas sociedades fronterizas en las que no se daba provecho alguno para una autoridad legal gracias a la simpatía, la sociabilidad y un sentido de la justicia conformado en circunstancias favorables. En la actualidad, el control social se define como regulador del comportamiento a traves de valores y normas, contrastado con el orden que se pueda establecer con el uso de la violencia. No puedo poner ningún ejemplo actual sobre una sociedad de este tipo, pero no hay que restarle por ello menos importancia y valor como modo de vida alternativo. Los sociólogos parecen de acuerdo en que lo que quita valor al llamado "control social", definido por el cumplimiento de unos normas, frente a la "autoridad", en la que se habla de obediencia a esas normas, es el tamaño y el alcance de una comunidad. Jane Jacobs es una urbanista contemporánea que se ha ocupado de la manera en que el control social funcionaba en el ambiente urbano; si una de las funciones de calles y aceras, llenas de extraños en el caso de grandes concentraciones urbanas, es la de inspirar seguridad, la misma se mantiene gracias a una trama intrínseca de controles voluntarios y de normas tácitas entre la propia gente, sin que la policía intervenga para nada. Según esta autora, se puede hablar de cierta labor de vigilancia mutua e inconsciente por parte de la gente en aglomeraciones reducidas y, como consecuencia y de forma paralela, las personas se desenvuelven con menos hostilidad y sospecha al disfrutar de las calles de manera voluntaria y sin preocupación. En grandes urbes es otro cantar, ya que la presencia de extraños que no tienen por qué adaptarse al ambiente obliga a soluciones más directas y tajantes. Lo que se defiende es que el comportamiento social tiene más dependencia de la responsabilidad compartida que de alguna fuerza policial.
Errico Malatesta hablaba de una defensa frente a quienes atentan, no contra un sistema establecido, sino contra los valores más profundos que distinguen al hombre, y que los gobiernos utilizaban para justificar su existencia. En primer lugar, hay que eliminar las causas sociales del delito y buscar los sentimientos fraternales y de mutuo respeto. Pero Malatesta advertía sobre la instauración de un nuevo sistema opresivo basado en el privilegio, con esa excusa de comportamiento sociales; la solución pasaba para él por la búsqueda de una solución defensiva por parte de las mismas personas afectadas, viendo al delicuente como a un "enfermo" que necesita atención. En casos extremos, puede que se tenga que recurrir a una violencia defensiva o confinamiento frente a ciertos actos peligrosos, dejando el juicio para las partes interesadas, sin la creación de algo parecido a una fuerza policial. Colin Ward analizaba estos argumentos de Malatesta y mencionaba, en primer lugar, el peligro de endurecimiento e institucionalización de todo sistema de justicia, conocidos son los casos de terribles tribunales surgidos de un contexto revolucionario. Por otra parte, la fe en el pueblo que tiene Malatesta no pasaba, como es obvio, por toda justificación de la violencia vengativa que puedan ejercer las personas, tampoco del sentimiento de ansiedad y culpa que pueda tener una sociedad que no desea verdaderamente acabar con el crimen, indagando para ello en la raíces de lo que produce determinados comportamientos.
Observando las cosas de otro modo, una sociedad sin delito supondría una terrible cohesión basada en el conformismo y en el anquilosamiento. De Durkheim era la frase acerca de la idea de delito: "un aspecto de la salud pública, parte integrante de todas las sociedades saludables". La existencia de ciertos comportamientos puede acelerar los cambios necesarios, y el anarquismo tiene mucho que decir sobre estos comportamientos que son vistos como sospechosos según la ley establecida. De Malatesta también es el siguiente comentario: "En cualquier caso, sólo somos una de las muchas fuerzas que actúan en la sociedad, y la historia avanzará, como siempre lo ha hecho, en la dirección que resulte de todas estas fuerzas". El anarquista italiano aludía a una tensión permanente entre diversas filosofías y actitudes sociales, que a su vez coexistirán. Siempre habrá actos antisociales, y siempre habrán gente deseosa de instaurar un sistema punitivo, por lo que los libertarios deberían mostrarse alerta para contener estas intenciones y buscar otro tipo de soluciones.
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