La jerarquización y la familia nuclear son consideradas ya un obstáculo para unas mejores condiciones educativas. Tanto la autoridad del profesor como la del patriarcado son puestas en cuestión por los estudios sociales en la actualidad. Frente a ello, una activa participación de los estudiantes y una íntima colaboración de la escuela con el conjunto de la sociedad. Lo que se demanda es que no haya participantes en el proceso educativo, incluidos los padres, que se encuentren aislados del mundo exterior, para así obtener una mayor responsabilidad y fortaleza sicológica para asumir y resolver problemas. Estas investigaciones demuestran la eficacia de la colaboración entre profesores y alumnos, así como entre la escuela y los movimientos sociales. Hay que observar la gran cantidad de estímulos que reciben los educandos en nuestra sociedad actual, que tantas veces les llevan a actuar de forma violenta y autoritaria. Estos riesgos, al menos en parte, son señalados constantemente, pero pocos cuestionan en profundidad la constante apología de la violencia y de la autoridad coercitiva (ambas cosas, se hara de manera explícita o de forma más sutil) que se da en los medios de comunicación y que está presente en las instituciones y en la sociedad. Los anarquistas siempre han apostando por educar y dialogar, para el enriquecimiento de diversas posturas, frente a imponer (insisto, de manera más sutil o no).
Frente a los numerosos problemas que sufre el sistema educativo actual, tantas veces se alude a la necesidad de elementos propios de una educación "tradicional" con una autoridad más fuerte, algo demostrado pernicioso. Es indisociable la educación con la sociedad de la que forma parte, y con los valores que en ella se encuentran, de tal manera que resulta inasumible para casi nadie, excepto en esos impulsos circunstanciales que demanda cierta regresión, una vuelta al aislamiento autoritario. Del mismo modo que, frente a los grandes problemas de la democracia representativa, no se pide un retorno a formas sociopolíticas autárquicas y/o autoritarias. Al igual que en el resto de la sociedad, se desea una pluralidad, una absoluta falta de exclusión y una implicación total de todas las personas que intervienen en el proceso productivo (en este caso, la educación con sus programas). Lo que demuestran numerosos estudios es que esto, no es solo una demanda moral y política por sí sola legítima, sino que las ciencias sociales demuestran que resulta también eficaz y es impensable ya recurrir a modelos autoritarios. La marginación, en cualquier ámbito, está siempre relacionada con las actitudes violentas y con un pensamiento más absolutista y egocéntrico. Profundizar en los problemas, con la paciencia y lucidez que ello requiere, y la insistencia en valores de cooperación y respeto mutuo son la características de un modelo social y educativo libertario; la tendencia es a que se mencionen estas características como las más justas y eficaces, sin que después exista una aplicación radical en la práctica. El sistema estatista y capitalista, con su jerarquización y con sus numerosos intereses económicos, hace que resulte imposible esa transformación.
Hace poco leí una entrevista en la que un filósofo, especulando sobre la noción de emancipación, hablaba de nuestra recurrente crítica a los constantes estímulos informativos que, supuestamente, mantienen alienadas a las personas. De esta reflexión se deduce que existiría una discurso verdadero, que la gente desatendería debido a todo ese ruido banal y distorsionador. Según este autor, esta visión supone una falta de respeto hacia las personas y una presunción de su autoalienación. De acuerdo en parte, no deseamos sostener ningún "discurso verdadero", pero todos esos estímulos son dignos de ser cuestionados, así como el contexto en que se producen. Tal vez nuestra emancipación o verdadera identidad no está esperando a ser descubierta debajo de numerosos bloques impuestos, pero exigimos poder edificar nuestra vida y la sociedad tal y como deseemos, y para ello no existe más camino que demoler esos bloques para posteriormente ejercer ese derecho. Si la inmensa mayoría de las representaciones sociales abundan en modelos de jerarquía y violencia, las respuestas reales van a ser en gran medida acordes con ello, difícilmente podemos contraponer un mundo basado en la cooperación y la solidaridad. Resulta peculiar establecer de raíz un sistema con los medios productivos concentrados en pocas manos, subordinado a intereses privados y con la violencia institucionalizada, que da lugar a notables problemas, con numerosos excluidos y víctimas, para luega tratar de atender únicamente esos síntomas con medidas que rechazan la violencia "en todas sus formas y representaciones". Estas afirmaciones de los profesionales de las ciencias sociales son, seguramente, sinceras mayoritariamente, pero hay que acudir también a la raíz de la enfermedad y no solo a sus manifestaciones.
El modelo de dominio-sumisión es la base para la violencia, o en otras palabras la violencia engendra violencia. Romper con esa cadena implica, en mi opinión una transformación radical de la sociedad. Por muy loable que resulten los esfuerzos familiares y educativos en ese sentido, en contexto global en que se producen es, tantas veces, determinante. La confianza en uno mismo y en los demás, los mecanismos sicosociales que ayudan a fortalecerla, solo parece posible en una educación auténticamente transformadora subsumida en una sociedad en la predominen esos valores. De lo contrario, la amenaza de problemas relacionados con la violencia se convierten en una realidad más tarde o más temprano. Espero que se me entienda bien, la violencia es siempre reprobable, pero existe la tendencia a condenar solo una parte implicada que, demasiadas veces, es la más débil y evidente dentro de una sociedad clasista. Este análisis, no solo no supone que no se reconozca las personas víctimas de esa violencia, sino que pretende sentar las bases para que no exista ningún tipo de abuso en nuestra sociedad. Hablar de igualdad a nivel local, algo que tampoco adquiere un reconocimiento en la práctica por otra parte, mientras en el conjunto del planeta es evidente que hay una mayoría que no disfruta de los más elementales derechos es, cuanto menos, peculiar. Esta reflexión sobre los derechos humanos, con el reconocimiento apriorístico de que el racismo o el sexismo son algo inasumible, no puede abstraerse de un mundo dividido en naciones/Estado, con mayor o menor grado de autoritarismo, y dominado por un sistema económico basado en la explotación y el saqueo. No obstante, es de agradecer que la ciencias sociales demuestren lo necesario de la cooperación, de la igualdad y erradicación de toda discriminación, de una activa lucha por los derechos humanos y de la erradicación de raíz de las bases para el abuso y la violencia. Todo ello puede ser apoyado por el anarquismo y los anarquistas, como base para una auténtica emancipación social, pero solo adquiriendo sentido en la práctica transformadora del conjunto de la sociedad.
Frente a los numerosos problemas que sufre el sistema educativo actual, tantas veces se alude a la necesidad de elementos propios de una educación "tradicional" con una autoridad más fuerte, algo demostrado pernicioso. Es indisociable la educación con la sociedad de la que forma parte, y con los valores que en ella se encuentran, de tal manera que resulta inasumible para casi nadie, excepto en esos impulsos circunstanciales que demanda cierta regresión, una vuelta al aislamiento autoritario. Del mismo modo que, frente a los grandes problemas de la democracia representativa, no se pide un retorno a formas sociopolíticas autárquicas y/o autoritarias. Al igual que en el resto de la sociedad, se desea una pluralidad, una absoluta falta de exclusión y una implicación total de todas las personas que intervienen en el proceso productivo (en este caso, la educación con sus programas). Lo que demuestran numerosos estudios es que esto, no es solo una demanda moral y política por sí sola legítima, sino que las ciencias sociales demuestran que resulta también eficaz y es impensable ya recurrir a modelos autoritarios. La marginación, en cualquier ámbito, está siempre relacionada con las actitudes violentas y con un pensamiento más absolutista y egocéntrico. Profundizar en los problemas, con la paciencia y lucidez que ello requiere, y la insistencia en valores de cooperación y respeto mutuo son la características de un modelo social y educativo libertario; la tendencia es a que se mencionen estas características como las más justas y eficaces, sin que después exista una aplicación radical en la práctica. El sistema estatista y capitalista, con su jerarquización y con sus numerosos intereses económicos, hace que resulte imposible esa transformación.
Hace poco leí una entrevista en la que un filósofo, especulando sobre la noción de emancipación, hablaba de nuestra recurrente crítica a los constantes estímulos informativos que, supuestamente, mantienen alienadas a las personas. De esta reflexión se deduce que existiría una discurso verdadero, que la gente desatendería debido a todo ese ruido banal y distorsionador. Según este autor, esta visión supone una falta de respeto hacia las personas y una presunción de su autoalienación. De acuerdo en parte, no deseamos sostener ningún "discurso verdadero", pero todos esos estímulos son dignos de ser cuestionados, así como el contexto en que se producen. Tal vez nuestra emancipación o verdadera identidad no está esperando a ser descubierta debajo de numerosos bloques impuestos, pero exigimos poder edificar nuestra vida y la sociedad tal y como deseemos, y para ello no existe más camino que demoler esos bloques para posteriormente ejercer ese derecho. Si la inmensa mayoría de las representaciones sociales abundan en modelos de jerarquía y violencia, las respuestas reales van a ser en gran medida acordes con ello, difícilmente podemos contraponer un mundo basado en la cooperación y la solidaridad. Resulta peculiar establecer de raíz un sistema con los medios productivos concentrados en pocas manos, subordinado a intereses privados y con la violencia institucionalizada, que da lugar a notables problemas, con numerosos excluidos y víctimas, para luega tratar de atender únicamente esos síntomas con medidas que rechazan la violencia "en todas sus formas y representaciones". Estas afirmaciones de los profesionales de las ciencias sociales son, seguramente, sinceras mayoritariamente, pero hay que acudir también a la raíz de la enfermedad y no solo a sus manifestaciones.
El modelo de dominio-sumisión es la base para la violencia, o en otras palabras la violencia engendra violencia. Romper con esa cadena implica, en mi opinión una transformación radical de la sociedad. Por muy loable que resulten los esfuerzos familiares y educativos en ese sentido, en contexto global en que se producen es, tantas veces, determinante. La confianza en uno mismo y en los demás, los mecanismos sicosociales que ayudan a fortalecerla, solo parece posible en una educación auténticamente transformadora subsumida en una sociedad en la predominen esos valores. De lo contrario, la amenaza de problemas relacionados con la violencia se convierten en una realidad más tarde o más temprano. Espero que se me entienda bien, la violencia es siempre reprobable, pero existe la tendencia a condenar solo una parte implicada que, demasiadas veces, es la más débil y evidente dentro de una sociedad clasista. Este análisis, no solo no supone que no se reconozca las personas víctimas de esa violencia, sino que pretende sentar las bases para que no exista ningún tipo de abuso en nuestra sociedad. Hablar de igualdad a nivel local, algo que tampoco adquiere un reconocimiento en la práctica por otra parte, mientras en el conjunto del planeta es evidente que hay una mayoría que no disfruta de los más elementales derechos es, cuanto menos, peculiar. Esta reflexión sobre los derechos humanos, con el reconocimiento apriorístico de que el racismo o el sexismo son algo inasumible, no puede abstraerse de un mundo dividido en naciones/Estado, con mayor o menor grado de autoritarismo, y dominado por un sistema económico basado en la explotación y el saqueo. No obstante, es de agradecer que la ciencias sociales demuestren lo necesario de la cooperación, de la igualdad y erradicación de toda discriminación, de una activa lucha por los derechos humanos y de la erradicación de raíz de las bases para el abuso y la violencia. Todo ello puede ser apoyado por el anarquismo y los anarquistas, como base para una auténtica emancipación social, pero solo adquiriendo sentido en la práctica transformadora del conjunto de la sociedad.
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