Lo que Bakunin consideraba es que el hombre debía liberarse de la esclavitud de la naturaleza externa, del mundo que le rodea, o de lo contrario supondría el renunciar a su propia humanidad. Es una especie de tensión constante entre un conjunto de fenómenos y de seres que envuelven al hombre, y sin los cuales no podría existir, y la defensa de su propia existencia con el fin de emanciparse. Pero el fatalismo de la lucha por la vida en la naturaleza no tiene por qué tener un paralelo en la humana y social. No establece Bakunin grandes fronteras entre la condición humana y la animal, pero las mayores facultades del hombre para el pensamiento y el lenguaje sí le posibilitan para la abstracción y para un desenvolvimiento en el que no se fijan límites. Son esas capacidades las que suponen que el hombre pueda elevarse, y finalmente tomar partido, entre las diversas influencias internas (sensaciones, apetitos, afectos, deseos..) y externas (la influencia de la sociedad y de las circunstancias particulares), es lo que se denomina "voluntad". Pero, para Bakunin y por ello la sicología social resulta tan importante en la sociedad moderna, el espíritu del hombre y su voluntad no son potencias absolutamente autónomas, no son independientes del mundo material y se muestra francamente complicado romper "el encadenamiento fatal de los efectos y de las causas que constituye la solidaridad universal de los mundos". Lo que realiza Bakunin es una crítica al "libre arbitrio" tal y como lo presentan teólogos, metafísicos y estatistas. Puede ser una visión excesiva o lapidaria, si realizamos la simplista lectura de de liberar de responsabilidad moral al hombre por sus actos, pero es importante el profundizar en las circunstancias particulares y en el contexto social, tener en cuenta la multitud de factores que concurren en un hecho para indagar en las causas del comportamiento humano. Bakunin observaba a cada hombre como la resultante de innumerables acciones, circunstancias y condiciones, materiales y sociales, y en constante movimiento a lo largo de su vida. La posibilidad de emancipación, en el sentido de sofocar la presión del mundo externo, se realiza mediante la ciencia, el trabajo y la revuelta política.
El gran error es identificado por Bakunin en el llamado "absoluto". De esta manera, el hombre no es absolutamente responsable, tal y como desean observarle los teólogos y metafísicos, lo mismo que otras especies animales no resultan absolutamente irresponsables. La responsabilidad de uno o de otros resulta relativa al grado de reflexión de que son capaces. Como no estamos dotado de nada tan absurdo como una "chispa divina", y sencillamente somos producto de una evolución natural, no existe esa línea de separación tan rígida, a la que aludía con anterioridad, entre el hombre y otras especies. Es una visión que será del gusto de los defensores de los animales, con su esforzada lucha porque se reconozcan derechos fundamentales de algunas especies cercanas al hombre, y encontrándose una y otra vez con el muro teológico y jurídico. Por lo tanto, para Bakunin, la voluntad y la inteligencia son también materiales, por denominarlo así, consecuencia del más perfecto organismo en el hombre y con la posibilidad de una progresiva mejora. Al nacer, el ser humano posee un determinado intelecto y físico, producto de una serie de circunstancias y causas internas, y gracias a la educación y al adiestramiento es posible que sean desarrollados. Se reconoce que todos los seres humanos nacen con facultades diferentes, incluso en sus afectos y capacidad moral, pero es mediante el arte de educar que es factible también perfeccionar en ese sentido a los individuos. Gracias a esa educación es posible entonces cierto grado de reflexión frente a unos primeros impulsos, el desarrollo de inteligencia y voluntad puede ayudar al equilibrio de sentimientos y apetencias. Es la insistencia en la educación que forma parte del código genético del anarquismo, y que debe ser la respuesta a los numerosos problemas sociales relacionados con la falta de valores. Cuando se escuchan a los profesionales de las ciencias sociales, pocos insisten ya en la eficacia de la punición y sí en el valor de educar y de tener en cuenta la enorme concurrencia de factores sociales. Bakunin no hablaba necesariamente de fatalismo en esta dependencia de productos externos, sí de solidaridad como descripción de esa influencia, e insistía en las posibilidades de la educación para paliarla y transformarse a uno mismo logrando una independencia relativa (pero nunca para substraerse, que se antoja imposible).
Lo más interesante de Bakunin, y lo que puede hacer que escape a la rígidez de otros autores herederos de los valores de la Ilustración, es que se abre en él la posibilidad de que el hombre sea productor de sí mismo gracias al desarrollo y fortalecimiento de su inteligencia y de una voluntad capaz de liberarse del entorno en el que se encuentra intrincada. Pero esa esforzada labor no puede ser realizada de manera aislada, debe tener en cuenta el desenvolvimiento colectivo de la sociedad. El hombre es un producto de la naturaleza, entendida como la combinación de multitud de factores que actúan todos ellos como causa y efecto, no hay pues una causa fundacional ni un diseño inteligente. Ese motor universal, a diferencia del hombre, se muestra inconsciente, ciego y fatal, en palabras del anarquista ruso. Pero el hombre, dotado de mayores facultades que otras especies, puede llegar a tener una plena consciencia de sí, puede lograr cierto control sobre sus propias condiciones vitales y modificar su entorno según sus propias necesidades. Esa ingente labor puede realizarse gracias al conocimiento, el trabajo y a la voluntad propias del ámbito humano, pero aceptando esas corriente y solidaridad universales e inevitables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario