martes, 7 de septiembre de 2010

Las premisas de la posmodernidad, según Foucault

Tomás Ibáñez, en Municiones para disidentes, considera a Foucault un autor fundamental para elaborar en el futuro una especie de genealogía del pensamiento posmoderno, cuando éste haya alcanzado un nivel suficiente de cristalización. Si deseamos entender la transición desde la modernidad a la posmodernidad, hay que prestar una detenida atención al fenómeno del poder y sus transformaciones. Uno de las atenciones de estudio de Foucault, y una de sus numerosas aportaciones, ha sido la importancia de la discontinuidad. Su forma de entender la discontinuidad no suponía una ruptura ni un salto radicales, sino la de una progresiva constitución de un nuevo estado de cosas. No había, según esta visión, una "tabla rasa", un "nuevo origen" o punto de partida, ya que, al parecer, ese era una de los conceptos que el propio Foucault cuestionó a lo largo de su obra. Jonathan Arac, en After Foucault, dijo algo muy bello sobre este pensador; siempre obligaba a sus detractores, a los que estaban en profundo desacuerdo con él, a repensar la cuestión a debatir para poder desarrollar la argumentación y, por lo tanto, se producía inevitablemente una alteración de su pensamiento respecto a lo que pensaban antes de la controversia con Foucault. Incluso en el desacuerdo, Foucault marcaba un antes y un después. El filósofo francés consideraba que nunca había que dar nada por definitivo, nada por sentado, y si empezábamos a acomodarnos en alguna seguridad, era síntoma de que nuestra capacidad de pensar corría algún peligro.

De tal manera era coherente Foucault con esta propuesta, que cuando alguien deseaba ponerle alguna etiqueta, clasificar su pensamiento, se esforzaba en desmarcarse de tal intención, lo cual obligaba a los demás a cuestionar lo que habían considerado una evidencia y a tener que repensar el asunto. Tomás Ibáñez considera que esta actitud de Foucault conduce a considerarlo una ilustración de lo que los posmodernos llaman fragmentación. Es un pensador antiesencialista, esforzado siempre por argumentar con claridad. En cualquier caso, lo que parece claro es que Foucault es un filósofo polimorfo, con la nula intención de construir un sistema filosófico; más bien al contrario, siempre tuvo el propósito de elaborar herrarmientas para criticar cualquier cosa considerada como "sistema". Muchas son las facetas de este autor: pensador, sicólogo, activista político, historiador...; un hombre que acudía siempre a las fuentes originales y no se satisfacía nunca con las lecturas de terceros, que acudió siempre a todos los movimientos contestatarios. Curiosamente, y a pesar de las simpatías que tuvo Foucault hacia las revueltas de Mayo del 68, parece ser que se posicionó en contra de algunas proclamas de aquel momento. Frases como "toma tus deseos por realidades" o "por debajo de los adoquines está la playa" (debajo de lo que nos oprime está la libertad) fueron negadas por Foucault al considerar que debajo de los adoquines no está la antítesis de los adoquines, aquello que oprimen, sino lo que ha sido constituido por los propios adoquines. Entramos aquí en sus teorías sobre el poder como algo no unitario, algo complejo y diverso, y constitutivo también del deseo (nosotros, somos resultado también del poder).

Por supuesto, esta visión de Foucault, con la que se podrá estar o no de acuerdo, pero siempre es un factor a tener en cuenta, no le llevó en absoluto a la inacción política. Todo lo contrario, fue un activo opositor a todo despotismo y se esforzó por dar voz a las personas encarceladas. Durante su trabajo continuado en las prisiones, acuñó una importante expresión; "la indignidad de hablar en nombre de los demás". Frente a otros intelectuales, Foucault dejó a un lado los principios generales y absolutos de la humanidad, y se ocupó de cuestiones muy concretas dirigidas a grupos particulares. Ibáñez niega una imagen de Foucault pesimista hacia la acción social, simplemente cuestionó el movilizar a la gente con grandes discursos y se dirigió hacia situaciones políticas concretas. La consideración de Foucault como un pensador polimorfo, fragmentando, múltiple, con numerosas facetas y lecturas, hace que algunas de sus obras reflejen una preocupación sobre cómo se producen los saberes de tipo siquiátrico o sicológico a partir de las instituciones de encierro, de dispositivos de vigilancia y de registros documentales; este mismo autor, este "Foucault" que Ibáñez quiere observar a través de algunas de sus obras, es el que desea también saber cómo determinados dispositivos han llevado a legitimar la razón, marcando e interrogando al "otro" de la razón, lo cual llevará a las ciencias sicológicas a crear la figura del enfermo mental. Otro Foucault, diferenciado, aunque unido de alguna manera al anterior y a los posteriores, será el que se esfuerza en indagar sobre la problemática del conocimiento y en la posibilidad de los diversos saberes. Tal vez el más conocido sea un tercero; es el Foucault de obras como Vigilar y castigar, en la que el método pasa de la arqueología a la genealogía, y el interés se desplaza del saber a la cuestión del poder.

Pero todavía observa Ibáñez un cuarto y tardío Foucault, que es el de la subjetivación. Es decir, el autor preocupado por la constitución del sujeto, por la cuestión ética, que el propio pensador define como la relación que uno tiene consigo mismo, y que tiene mucho que ver con la libertad. Uno de los posibles nexos de unión entre los diversos Foucault, a los cuales en ningún caso habría que ver aislados, puede ser el bucle repetitivo que supone el poder que engendra saberes y los saberes, a su vez, que dan lugar a efectos de poder en un movimiento circular, o en espiral, infinito. Otros vínculos entre las diversas preocupaciones del filósofo francés son los intereses por las condiciones de posibilidad de la constitución de saberes y por las "tecnologías del yo" y la subjetivación. En este último terreno está presente también el bucle poder/saber, ya que los saberes y mecanismos con los que se dota a los sujetos para conocerse a sí mismos, dan lugar a una serie de categorías y de formas de subjetivarse y objetivarse, lo cual supone una facilidad para que el poder constituya la subjetividad. Resumiendo todo aquello contra lo que se opone Foucaullt: los universales; cualquier discurso con pretensiones totalizantes (negativa a proporcionar alguna teoría); rechazo de todo esencialismo y de todo planteamiento teleológico, así como del sujeto moderno y de la filosofía de la conciencia. Entramos de lleno, con este autor y sus preocupaciones, en los postulados de la modernidad. Trataré de acercar, si me es posible, el pensamiento de Foucault a un anarquismo renovado, enemigo siempre de toda concepción totalitaria (y no solo en lo político), que apuesta por la solidaridad (noción no abstracta ni metafísica, concretada en situaciones vivas y particulares). Naturalmente, no estoy apostando por un anarquismo posmoderno, para lo que habría que claudicar en considerar la modernidad finiquitada, pero sí aprendiendo a ver nuevas posibilidades libertarias.

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