Leyendo a Erich Fromm, en Miedo a la libertad, comprendemos una primordial aclaración sobre el término "autoridad" relacionado con el carácter autoritario; la autoridad no sería una cualidad poseída, en el mismo sentido que la propiedad de bienes o las características físicas, se refiere a una relación interpersonal en la que alguien se considera superior a otra persona.
De esa manera, se establece una distinción entre autoridad racional, que es ese tipo basado en la superioridad-inferioridad, y lo que se denomina autoridad inhibitoria. Tanto la relación entre un maestro y su discípulo, como la del amo con la del esclavo, se fundan en la superioridad de una parte sobre la otra. Sin embargo, en el primer caso los intereses van en la misma dirección, de tal manera que el éxito o el fracaso del educando pueden atribuirse a ambos, pero en el caso del amo y el esclavo los intereses son antagónicos (lo ventajoso para uno supone daño para el otro). La superioridad posee en cada ejemplo una función distinta, siendo necesaria en un caso para ayudar a la persona sometida, y siendo la condición de su explotación en el otro. Otra diferencia es que en un caso, el del maestro-discípulo, la autoridad tiende a disolverse, el alumno es cada vez más parecido a su maestro, y en el otro, el del amo-esclavo la superioridad es la base para una explotación que supone que la distancia entre las dos personas sea cada vez mayor.
La situación psicológica es diferente en los dos ejemplos de autoridad. En la relación entre maestro y pupilo, predominan los factores de amor y admiración, por lo que la autoridad será un ejemplo con el que desea indentificarse la persona sometida en la medida que fuere. En el segundo ejemplo, el del amo y el esclavo, solo puede haber sentimientos de hostilidad y odio hacia el dominador, ya que el dominado considera que la relación se establece en perjuicio de sus intereses. Fromm aclara que este sentimiento hostil es reprimido en numerosas ocasiones, ya que solo puede conducir a mayores sufrimientos, y en algunos casos, incluso, se transforma en todo lo contrario: ciega admiración. Esta situación tiene dos funciones: eliminar ese sentimiento de odio, fuente de nuevos peligros, y aliviar la humillación (si la persona explotadora se presenta como maravillosa, no hay que avergonzarse de obedecerla). Es este el caso de una autoridad inhibitoria, que tiene como consecuencia que el sentimiento de odio o de sobreestimación tienden a aumentar. En el modelo de autoridad racional, solo puede disminuir ese sentimiento, ya que la persona sujeta se hace paulatinamente más fuerte y tiende a asemejarse a la persona que ejerce la autoridad.
Naturalmente, hay muchos grados entre los dos tipos de autoridad, la diferencia entre una y otra es tantas veces de carácter relativo. A pesar de ello, y considerando que los dos tipos de autoridad se hallan la mayor parte de las veces mezclados, siempre subsiste una diferencia esencial entre ellos; por eso, el análisis de una relación de autoridad concreta debe revelar la importancia respectiva que le corresponde a cada uno de los dos. Fromm aclara que la autoridad no es, necesariamente, una persona o institución que ordena tal cosa (autoridad externa), puede aparecer bajo el nombre de conciencia o deber una autoridad de carácter interno. El desarrollo del pensamiento moderno se caracteriza por la substitución de autoridades externas por aquéllas que se han incorporado al yo (que forman parte de la conciencia individual). Este cambio ha podido parecer una victoria de la libertad, al considerarse indigno un sometimiento a una autoridad externa, y se convirtió en incuestionable el dominio que una parte del hombre (su razón, voluntad o conciencia) realiza sobre sus inclinaciones naturales. Sin embargo, Fromm asevera que esta situación en que manda la conciencia es comparable al autoritarismo que procede de fuentes externas, y que no responde a las verdaderas demandas del yo individual; muy al contrario, la conciencia se forma por demandas de carácter social que han tomado el lugar de la dignidad que deberían suponer las normas éticas.
En épocas más recientes, la situación ha dado un nuevo vuelco. Puede decirse que reina una autoridad "invisible" o "anónima", enmascarada como opinión pública, sentido común, ciencia, salud psíquica o normalidad, que se vale no ya de una presión evidente, sino de un blanda persuasión. Resulta posible afirmar que la autoridad anónima es más efectiva que una autoridad manifiesta, ya que se basa en la falta de sospecha de la persona sometida para cumplir sus órdenes. En la autoridad externa, muy a contrario, al resultar evidentes los mándatos y la persona que debe cumplirlos, es posible combatirla y, consecuentemente, desarrollarse la independencia personal y el valor moral. En el caso de una autoridad interiorizada, es posible todavía percibirla y resistirla, pero en la autoridad anónima la invisibilidad de quien formula la orden, e incluso de la propia orden, hace que la resistencia sea francamente complicada.
Volvemos ahora a la cuestión del carácter autoritario, considerándose lo más importante la actitud hacia el poder que adopta la persona con estos rasgos. Para ella, solo existen dos géneros: los poderosos y los que no lo son. La fascinación hacia el poder es tal, que con su simple presencia (ya sea una persona o una institución) surge enseguida el sometimiento. No hay admiración hacia una encarnación de valores, sino hacia el poder mismo; del mismo modo, en el carácter autoritario se da inmediatamente el desprecio, y muy pronto el deseo de someter, a las personas o instituciones que carecen de poder. Hay diferentes rasgos en el cáracter autoritario, si bien hay en algunos casos una falta de evidencia de resistencia y de actitud rebelde, uno de los modelos puede engañar a simple vista, ya que aparentemente desafía a la autoridad y a la jerarquía, y puede parecer que posee deseos de acabar con lo que obstruye su libertad e independencia; sin embargo, tarde o temprano se somete a un poder mayor capaz de satisfacer sus anhelos masoquistas. Este tipo realiza un intento de afirmarse y sobreponerse a sus sentimientos de impotencia, pero nunca desaparece su deseo de sumisión, no es en absoluto un "revolucionario". Tantas veces, hemos tenido experiencias con personas, incluso en los movimientos sociales, de lo que puede ser este carácter autoritario que da lugar a equívoco.
El carácter totalitario ve determinada su actitud vital por sus impulsos emocionales. Este tipo prefiere aquellas situaciones en las que ve limitada su libertad y somete su voluntad al destino; el significado que pueda ver en él dependerá de la situación social que le haya tocado en suerte y el puesto que ocupe en una jerarquía (aunque Fromm aclara que el sometimiento se da también en la cúspide social, si bien la magnitud y generalidad del poder a obedecer marca la diferencia). Las fuerzas que determinan la vida, tanto individual como social, son vistas como una fatalidad; el ejemplo más evidente es la existencia de gobiernos, el hecho de que unas personas tomen decisiones en nombre de la mayoría, algo que se observa como inevitable e incluso tiende a racionalizarse ("ley natural", "destino humano", "deber"...). El carácter autoritario es reaccionario, lo que ha sido una vez está destinado a repetirse siempre, y desear algo nuevo o tratar de construirlo resulta un crimen o una locura. La tradición religiosa, con su idea del pecado original, tiene mucha responsabilidad en esta situación de dependencia, aunque la experiencia autoritaria tenga un campo más amplio. En definitiva, la característica común al pensamiento autoritario reside en la convicción de que la vida está determinada por fuerzas exteriores al yo individual y a sus deseos e intereses. Por supuesto, el carácter autoritario no carece de actividad, valor o fe, pero estas cualidades son muy diferentes a las que presenta una persona independiente, autónoma y sin anhelo de sumisión. La actividad del carácter autoritario se arraiga en el sentimiento básico de impotencia, el cual trata de anular por medio de una actividad en que la somete su propio yo a un poder superior (que nunca es el futuro, lo que está por nacer).
La valentía del carácter autoritario no está en la posibilidad de cambiar su destino, sino en el sometimiento que realiza hacia lo que se le depara. La fe en la autoridad se mantiene mientras se observe su fortaleza y poder de mando, aunque lo que subyace es una absoluta falta de valores y una negación de la vida. No existe la igualdad en la filosofía autoritaria, no tiene un significado real e importante, y si se emplea ese término a veces es solo de manera convencional interesada. Para el tipo autoritario, en el mundo solo existen personas que tienen poder y otras que carecen de él (superiores e inferiores). Los impulsos sadomasoquistas, propios del carácter autoritario, referidos a formas extremas de debilidad, son rasgos igualmente extremos propios de un modelo muy concreto, pero pueden hallarse en menor grado en muchas personas. También se da una forma leve de dependencia, muy generalizada en la sociedad contemporánea, que sin poseer las características peligrosas e impetuosas del sadomasoquismo merece que se le preste atención. Es un tipo de persona que ve su vida ligada, de forma sutil, a algún poder externo; no existe nada que realicen, sientan o piensen que no se relacione con ese poder. De ese poder esperan cuidado y protección, y le hacen responsable de la consecuencia de sus propios actos. En muchas ocasiones, el individuo no se percata de la dependencia, se da como cierta nebulosa en la conciencia sin que exista una imagen definida relacionada con ese poder. No obstante, lo que podemos denominar como un "auxiliador mágico" se personifica muchas veces en una divinidad, en un principio o en una persona real (al que se le atribuyen ciertas propiedades, como la persona "amada"). En esta situación, se da también una renuncia al yo individual, a sus propias potencialidades, preparando el terreno para la dependencia del "auxiliador mágico"; de tal manera, que el centro de la vida de la persona sometida se desplaza hacia esta forma de poder externo y el problema será, no cómo vivir uno mismo, sino no perder al "auxiliador" y lograr que marque el rumbo de la propia vida haciéndole responsable de nuestras propias acciones.
En cualquier caso, el conflicto entre lo que puede llamarse individuo "neurótico" o "sano" (no olvidemos que son etiquetas determinadas por lo social) está marcado por la lucha por la libertad y la independencia. De tal manera que alguien que ha abandonado por completo su yo individual, que ha sometido su personalidad, se le considera tantas veces adaptado a una sociedad y se le contempla como una persona "sana". Como un grado intermedio, se puede dar esa persona que no deja de luchar contra la sumisión, aunque se haya visto vinculado a alguna suerte de "auxilidador mágico", por lo que aclara Fromm que la "neurosis" es en realidad un intento de resolver el conflicto entre la dependencia básica y su anhelo de libertad.
De esa manera, se establece una distinción entre autoridad racional, que es ese tipo basado en la superioridad-inferioridad, y lo que se denomina autoridad inhibitoria. Tanto la relación entre un maestro y su discípulo, como la del amo con la del esclavo, se fundan en la superioridad de una parte sobre la otra. Sin embargo, en el primer caso los intereses van en la misma dirección, de tal manera que el éxito o el fracaso del educando pueden atribuirse a ambos, pero en el caso del amo y el esclavo los intereses son antagónicos (lo ventajoso para uno supone daño para el otro). La superioridad posee en cada ejemplo una función distinta, siendo necesaria en un caso para ayudar a la persona sometida, y siendo la condición de su explotación en el otro. Otra diferencia es que en un caso, el del maestro-discípulo, la autoridad tiende a disolverse, el alumno es cada vez más parecido a su maestro, y en el otro, el del amo-esclavo la superioridad es la base para una explotación que supone que la distancia entre las dos personas sea cada vez mayor.
La situación psicológica es diferente en los dos ejemplos de autoridad. En la relación entre maestro y pupilo, predominan los factores de amor y admiración, por lo que la autoridad será un ejemplo con el que desea indentificarse la persona sometida en la medida que fuere. En el segundo ejemplo, el del amo y el esclavo, solo puede haber sentimientos de hostilidad y odio hacia el dominador, ya que el dominado considera que la relación se establece en perjuicio de sus intereses. Fromm aclara que este sentimiento hostil es reprimido en numerosas ocasiones, ya que solo puede conducir a mayores sufrimientos, y en algunos casos, incluso, se transforma en todo lo contrario: ciega admiración. Esta situación tiene dos funciones: eliminar ese sentimiento de odio, fuente de nuevos peligros, y aliviar la humillación (si la persona explotadora se presenta como maravillosa, no hay que avergonzarse de obedecerla). Es este el caso de una autoridad inhibitoria, que tiene como consecuencia que el sentimiento de odio o de sobreestimación tienden a aumentar. En el modelo de autoridad racional, solo puede disminuir ese sentimiento, ya que la persona sujeta se hace paulatinamente más fuerte y tiende a asemejarse a la persona que ejerce la autoridad.
Naturalmente, hay muchos grados entre los dos tipos de autoridad, la diferencia entre una y otra es tantas veces de carácter relativo. A pesar de ello, y considerando que los dos tipos de autoridad se hallan la mayor parte de las veces mezclados, siempre subsiste una diferencia esencial entre ellos; por eso, el análisis de una relación de autoridad concreta debe revelar la importancia respectiva que le corresponde a cada uno de los dos. Fromm aclara que la autoridad no es, necesariamente, una persona o institución que ordena tal cosa (autoridad externa), puede aparecer bajo el nombre de conciencia o deber una autoridad de carácter interno. El desarrollo del pensamiento moderno se caracteriza por la substitución de autoridades externas por aquéllas que se han incorporado al yo (que forman parte de la conciencia individual). Este cambio ha podido parecer una victoria de la libertad, al considerarse indigno un sometimiento a una autoridad externa, y se convirtió en incuestionable el dominio que una parte del hombre (su razón, voluntad o conciencia) realiza sobre sus inclinaciones naturales. Sin embargo, Fromm asevera que esta situación en que manda la conciencia es comparable al autoritarismo que procede de fuentes externas, y que no responde a las verdaderas demandas del yo individual; muy al contrario, la conciencia se forma por demandas de carácter social que han tomado el lugar de la dignidad que deberían suponer las normas éticas.
En épocas más recientes, la situación ha dado un nuevo vuelco. Puede decirse que reina una autoridad "invisible" o "anónima", enmascarada como opinión pública, sentido común, ciencia, salud psíquica o normalidad, que se vale no ya de una presión evidente, sino de un blanda persuasión. Resulta posible afirmar que la autoridad anónima es más efectiva que una autoridad manifiesta, ya que se basa en la falta de sospecha de la persona sometida para cumplir sus órdenes. En la autoridad externa, muy a contrario, al resultar evidentes los mándatos y la persona que debe cumplirlos, es posible combatirla y, consecuentemente, desarrollarse la independencia personal y el valor moral. En el caso de una autoridad interiorizada, es posible todavía percibirla y resistirla, pero en la autoridad anónima la invisibilidad de quien formula la orden, e incluso de la propia orden, hace que la resistencia sea francamente complicada.
Volvemos ahora a la cuestión del carácter autoritario, considerándose lo más importante la actitud hacia el poder que adopta la persona con estos rasgos. Para ella, solo existen dos géneros: los poderosos y los que no lo son. La fascinación hacia el poder es tal, que con su simple presencia (ya sea una persona o una institución) surge enseguida el sometimiento. No hay admiración hacia una encarnación de valores, sino hacia el poder mismo; del mismo modo, en el carácter autoritario se da inmediatamente el desprecio, y muy pronto el deseo de someter, a las personas o instituciones que carecen de poder. Hay diferentes rasgos en el cáracter autoritario, si bien hay en algunos casos una falta de evidencia de resistencia y de actitud rebelde, uno de los modelos puede engañar a simple vista, ya que aparentemente desafía a la autoridad y a la jerarquía, y puede parecer que posee deseos de acabar con lo que obstruye su libertad e independencia; sin embargo, tarde o temprano se somete a un poder mayor capaz de satisfacer sus anhelos masoquistas. Este tipo realiza un intento de afirmarse y sobreponerse a sus sentimientos de impotencia, pero nunca desaparece su deseo de sumisión, no es en absoluto un "revolucionario". Tantas veces, hemos tenido experiencias con personas, incluso en los movimientos sociales, de lo que puede ser este carácter autoritario que da lugar a equívoco.
El carácter totalitario ve determinada su actitud vital por sus impulsos emocionales. Este tipo prefiere aquellas situaciones en las que ve limitada su libertad y somete su voluntad al destino; el significado que pueda ver en él dependerá de la situación social que le haya tocado en suerte y el puesto que ocupe en una jerarquía (aunque Fromm aclara que el sometimiento se da también en la cúspide social, si bien la magnitud y generalidad del poder a obedecer marca la diferencia). Las fuerzas que determinan la vida, tanto individual como social, son vistas como una fatalidad; el ejemplo más evidente es la existencia de gobiernos, el hecho de que unas personas tomen decisiones en nombre de la mayoría, algo que se observa como inevitable e incluso tiende a racionalizarse ("ley natural", "destino humano", "deber"...). El carácter autoritario es reaccionario, lo que ha sido una vez está destinado a repetirse siempre, y desear algo nuevo o tratar de construirlo resulta un crimen o una locura. La tradición religiosa, con su idea del pecado original, tiene mucha responsabilidad en esta situación de dependencia, aunque la experiencia autoritaria tenga un campo más amplio. En definitiva, la característica común al pensamiento autoritario reside en la convicción de que la vida está determinada por fuerzas exteriores al yo individual y a sus deseos e intereses. Por supuesto, el carácter autoritario no carece de actividad, valor o fe, pero estas cualidades son muy diferentes a las que presenta una persona independiente, autónoma y sin anhelo de sumisión. La actividad del carácter autoritario se arraiga en el sentimiento básico de impotencia, el cual trata de anular por medio de una actividad en que la somete su propio yo a un poder superior (que nunca es el futuro, lo que está por nacer).
La valentía del carácter autoritario no está en la posibilidad de cambiar su destino, sino en el sometimiento que realiza hacia lo que se le depara. La fe en la autoridad se mantiene mientras se observe su fortaleza y poder de mando, aunque lo que subyace es una absoluta falta de valores y una negación de la vida. No existe la igualdad en la filosofía autoritaria, no tiene un significado real e importante, y si se emplea ese término a veces es solo de manera convencional interesada. Para el tipo autoritario, en el mundo solo existen personas que tienen poder y otras que carecen de él (superiores e inferiores). Los impulsos sadomasoquistas, propios del carácter autoritario, referidos a formas extremas de debilidad, son rasgos igualmente extremos propios de un modelo muy concreto, pero pueden hallarse en menor grado en muchas personas. También se da una forma leve de dependencia, muy generalizada en la sociedad contemporánea, que sin poseer las características peligrosas e impetuosas del sadomasoquismo merece que se le preste atención. Es un tipo de persona que ve su vida ligada, de forma sutil, a algún poder externo; no existe nada que realicen, sientan o piensen que no se relacione con ese poder. De ese poder esperan cuidado y protección, y le hacen responsable de la consecuencia de sus propios actos. En muchas ocasiones, el individuo no se percata de la dependencia, se da como cierta nebulosa en la conciencia sin que exista una imagen definida relacionada con ese poder. No obstante, lo que podemos denominar como un "auxiliador mágico" se personifica muchas veces en una divinidad, en un principio o en una persona real (al que se le atribuyen ciertas propiedades, como la persona "amada"). En esta situación, se da también una renuncia al yo individual, a sus propias potencialidades, preparando el terreno para la dependencia del "auxiliador mágico"; de tal manera, que el centro de la vida de la persona sometida se desplaza hacia esta forma de poder externo y el problema será, no cómo vivir uno mismo, sino no perder al "auxiliador" y lograr que marque el rumbo de la propia vida haciéndole responsable de nuestras propias acciones.
En cualquier caso, el conflicto entre lo que puede llamarse individuo "neurótico" o "sano" (no olvidemos que son etiquetas determinadas por lo social) está marcado por la lucha por la libertad y la independencia. De tal manera que alguien que ha abandonado por completo su yo individual, que ha sometido su personalidad, se le considera tantas veces adaptado a una sociedad y se le contempla como una persona "sana". Como un grado intermedio, se puede dar esa persona que no deja de luchar contra la sumisión, aunque se haya visto vinculado a alguna suerte de "auxilidador mágico", por lo que aclara Fromm que la "neurosis" es en realidad un intento de resolver el conflicto entre la dependencia básica y su anhelo de libertad.
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