sábado, 19 de marzo de 2011

El nacionalismo como religión política

El nacionalismo moderno, que encuentra su expresión más acabada en el fascismo, es un enemigo acérrimo de todo pensamiento liberal. Es más, Rudolf Rocker afirma que resulta hipócrita la consideración de los defensores del liberalismo de que el Estado moderno está radicalmente infectado de liberalismo (y por ello no tiene ya la antigua significación de poder político). Lo que quería decir este autor en Nacionalismo y cultura (obra escrita a mediados del siglo pasado) es que el desarrollo político del siglo XIX y mitad del XX no había seguido la ruta marcada por el liberalismo. La idea de reducir el Estado a unas mínima funciones tuvo muy poca repercusión en la práctica. El campo de acción del Estado no solo no se redujo, sino que se incrementó, consecuencia de que nunca hubo un proceso de liberalización y sí de democratización. Es por ello que la influencia del Estado en la vida del hombre fue en constante aumento, producto de ese proceso de democratización estatal. El concepto de "soberanía nacional" se convirtió en una creencia religiosa de naturaleza política, así como el llamado sufragio universal.

El Estado, especialmente en su forma totalitaria, pretende ser el garante de la cohesión social. Sus defensores quieren hacer creer que es la necesidad de libertad del hombre la causante de la atomización social. Frente a esta visión, hay que insistir en la desigualdad económica como causante verdadera del  desarrollo de los instintos asociales del ser humano. El Estado, también como aliado del capitalismo, destruye el tejido celular de las relaciones sociales. Una comunidad no puede permanecer mucho tiempo unida por la fuerza, ya que de ese modo nunca conseguirá que sus miembros realicen lo impuesto por sentimiento y por necesidad interior. La coacción no puede unir, muy al contrario separa a los hombres, ya que no posee el impulso interior de toda cohesión social. La violencia, convertida en institución coercitiva, separa a los hombre entre sí, los aisla y alimenta sus instintos egoístas. La visión de Rocker es que una cohesión social, para que sea consistente y complete su cometido, solo puede surgir de la voluntariedad y necesidades del ser humano. Solo en esa situación, es posible un sistema en el que puedan fusionarse la solidaridad social y la libertad personal de cada individuo.

Según la creencia nacionalista, como en toda religión, se asegura cierto bienestar a cambio de la redención personal, del "sálvese el que pueda" a nivel individual sin que importe demasiado el resto. El Estado, con su papel mediador y sus normas únicas, es el auténtico destructor del sentimiento social de los hombres. La historia nos ha demostrado que cuanto mayor es el papel de Estado, cuanto más facilidad tiene en penetrar en los asuntos de los hombres, más se sofoca el sentimiento de solidaridad social. Gracias a esta disolución de la sociedad, son finalmente acopladas sus partes como piezas sin vida en el engranaje de la máquina política y económica. Rocker señala que es un proceso en el que la técnica da lugar al "hombre mecánico", en la línea del análisis de Erich Fromm y lo que él denominaba convertir al ser humano en un autómata. Es crear una ilusión de libre acción humana, cuando en realidad se trata de un mecanismo encubierto, que cumple voluntariamente órdenes de un sistema jerarquizado. Insistiremos en la convergencia de los análisis de Fromm y Rocker, el ser humano se convierte en "masa" y está condicionado, casi en su totalidad, por fuerzas externas y por impulsos momentáneos. Únicamente es posible que el hombre recupere su equilibrio gracias a un reconocimiento interior, que se producirá en una verdadera comunidad en la que reconozca esa capacidad en cada miembro. Fromm también denunciaba las fronteras nacionales, además del capitalismo, como causante de este "hombre mecánico". El concepto de la libertad propuesto por Rocker, que es la propuesta por el anarquismo, resulta incompatible con la idea de nación (identificada con el Estado, también en el proceso democratizador del mismo). Libertad y solidaridad son nociones que van unidas en el anarquismo, vinculadas a un profundo anhelo de justicia social, alentadoras de un nuevo ascenso cultural y espiritual alternativa a todo bloqueo amparado en la nación/Estado.

Insistiremos en el análisis de Rocker sobre liberalismo y fascismo, indisociable de su crítica a la idea de nación, propio de una profundización en los conceptos y en los hechos. Aunque se quiera ver al Estado fascista como propio de una época antiliberal que surge de las masas (y, aunque no se niegue el apoyo social que pudo tener), en realidad detrás están también las aspiraciones políticas de una minoría que supo utilizar la situación para derivarla a sus fines. Nada mejor que generar una nueva creencia religiosa en el pueblo, hacerla creer que es el instrumento elegido por parte de un poder superior, de tal manera que otorgue contenido y color a sus vidas. Se trata de un movimiento que alienta la necesidad de la gente de adorar a alguien, que fomenta su credulidad al haber encontrado la decepción en todo lo demás. Lo que Rocker pretende hacer ver es que no todo es consecuencia de una situación económica, sino que señala la pervivencia de fuerzas místicas en el ser humano transformadas en religión política. El viejo "Dios lo quiere" adquiere la nueva forma de "la Nación lo quiere". En cualquiera de los dos casos, hablamos de de una "locura" colectiva basada en la mística y refractaria a toda situación práctica. Sin embargo, la oligarquía que se encuentra detrás de las masas es otra cosa, ya que sus aspiraciones son bien reconocibles (si bien, no para la mayoría). Si el Antiguo Régimen basaba su poder en la gracia divina, con la existencia de un poder absoluta personificado en el monarca (y, por lo tanto, máximo responsable de todo derecho e injusticia), bajo el manto de la nación resulta posible esconder cualquier cosa. La nación representa la responsabilidad colectiva, por lo que se ahoga cualquier sentimiento individual de justicia, las mayores iniquidades pueden ser pasadas por alto convirtiéndose incluso en una acción meritoria.

Aunque pueda definirse la nación como "egoísmo organizado", no hay que olvidar esos intereses de una minoría privilegiada que se encuentran detrás. La credulidad de las masas en conceptos como "intereses nacionales", "capital nacional" o "espíritu nacional" encubre la ambición de políticos y comerciantes. Esa sugestión nacional colectiva, que Rocker ya señalaba gracias al industrialismo capitalista, solo se ha afianzado con el transcurrir del tiempo y el desarrollo de la técnica. Esa consideración de pertenencia a una nación oculta a un moderno hombre inerte, aislado y sin alegría creadora, como simple pieza de una empresa, un negocio o un partido. Por lo tanto, este análisis de la mentalidad nacionalista (inherente a todo sentimiento de pertenencia a una nación) hay que realizarlo en un contexto de desarrollo capitalista en el que la técnica y la ciencia no solo no ha liberado al ser humano, más bien ha servido para dar coartada a la iniquidad institucionalizada. Puede decirse que hemos sacrificado la personalidad humana por el dominio de la técnica, lo que explica el conformismo de la mayor parte de las personas fundado en una débil necesidad de libertad que es substituido por cierta seguridad económica. El hombre que se siente débil solo puede poner su salvación en la fortaleza ajena, se trata del deseo de dominar o ser dominado. Solo las personas que huyen de la dependencia fortalecen su espíritu, desarrollan sus valores internos, buscan el juicio propio y la acción independiente.

En definitiva, detrás de toda nación (de todo nacionalismo, aunque el sentimiento de pertenencia a una comunidad haya que matizarlo y tener en cuenta muchos factores) existe alguna forma de poder. La historia de la humanidad, tesis que defiende Rocker en Nacionalismo y cultura, es una lucha permanente entre las fuerzas culturales de la sociedad y las aspiraciones de dominio de ciertas clases. Si la cultura otorga al hombre una conciencia de humanidad y de potencia creadora, el poder afianza el sentimiento de ser sometido. La estrecha realidad de la nación y de la violencia organizada del Estado solo puede verse redimida por un nuevo desarrollo humano basado en la libertad, en la cultura y en el sentimiento de comunidad.

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