Carlos Malato, en Filosofía del anarquismo, deja claro que toda educación, incluida la que se produciría en una sociedad libertaria, requiere de cierta autoridad. Bakunin, coherentemente con su pensamiento general en el que el progreso constituye la paulatina negación del punto de partida, consideraba la educación del niño como la aplicación de una disciplina a corta edad hasta ir atenuando esa autoridad a medida que avanzan en edad y, finalmente, encontrar en la adolescencia a sus maestros sencialamente como consejeros y amigos. De esta manera, se contempla al hombre como resumen del conjunto de la humanidad, la cual tiene que perfeccionarse siempre. Malato distingue entre educación, la cual está inspirada en la libertad y consiste en la asimilación de las costumbres sociales, y la instrucción, que consiste en la enseñanza de conocimientos útiles y debe tener cierto método autoritario (en el sentido de no poder abandonar al alumno a sí mismo). La educación, según la visión libertaria, no termina nunca en la vida de un individuo, ya que el medio social se transforma continuamente y, por lo tanto, igualmente las ideas y costumbres. La confianza del anarquismo en la educación para dar lugar a hombre libres y responsables es enorme, algo hoy muy asumido (al menos, sobre el papel). La idea de que esa autonomía individual, iniciada en el proceso educativo y solo validada en un contexto socioeconómico y político de auténtica libertad, solo es posible reconociendo a los demás esa misma capacidad es propia de las ideas libertarias, y confirmada por importantes tesis sicológicas y sociales.
Resulta importante que los chavales comprendan el alto valor de la solidaridad, la idea de su libertad ligada a la de los demás, por lo que evitar la experiencia de vivencias degradantes en su vida es fundamental. Espíritu crítico y curiosidad intelectual, algo que escasea en nuestra sociedad actual, es igualmente importante en la educación. Frente a los estereotipos más pobres en lo que se entiende por "igualdad", se pretende estimular la iniciativa individual e incluso una forma sana de entender la vanidad (la admiración por parte de los demás), pero siempre asociada a esos valores de cooperación y solidaridad. No se pretende idealizar a la humanidad ni homogeneizarla, sino potenciar sus mejores valores, dicho de una manera simplista, al menos que la sociedad no haga a los hombres peores de lo que son. Reconocer la pluralidad de la especie humana y sus diferentes pasiones forma parte de ese proceso en el que la educación inicia el acercamiento entre la ética y la política.
Si el panorama social, a comienzos del siglo XXI, sigue siendo bastante desalentador, el sistema educativo no es más que una pieza más, importante pero no única. Es decir, las evidentes carencias de la educación no pueden encubrir una realidad socioeconómica, moral e intelectual de lo más triste. La dificultad cada vez mayor para que existan individuos autónomos, conscientes del potencial de su personalidad y con sus plenas facultades críticas es un reflejo del mundo que hemos construido (o que nos han impuesto). Sin embargo, no hay que desalentarse, si cobramos conciencia de esta situación es posible cambiar el rumbo de las cosas, en mayor o en menor medida. Frente a todo suerte de clichés sobre lo utópico o abstracto de las ideas libertarias, hay que confiar en su permanente revisión y en su sentido transformador. Si algo fueron en gran medida los anarquistas del pasado, fueron hombres adelantados a su tiempo en tantas cosas. A pesar de la doble moral y la profunda irracionalidad que sufrimos en la actualidad, algunas de las cosas buenas que tenemos tienen mucho que ver con las ideas libertarias, las cuales han tenido siempre relación con las corrientes pedagógicas más avanzadas. Por ejemplo, aunque ciertas religiones pretendan arrogarse conceptos como la dignidad personal o la conciencia individual y acaparar la educación al respecto, hay que reclamar que esos valores son muy amplios, deben adquirir pleno sentido en la práctica y pertenecen al conjunto de la humanidad. No se trata de formar hombres cristianos ni anarquistas, sino personas libres, responsables y solidarias, sin forma autoritaria alguna.
Resulta importante que los chavales comprendan el alto valor de la solidaridad, la idea de su libertad ligada a la de los demás, por lo que evitar la experiencia de vivencias degradantes en su vida es fundamental. Espíritu crítico y curiosidad intelectual, algo que escasea en nuestra sociedad actual, es igualmente importante en la educación. Frente a los estereotipos más pobres en lo que se entiende por "igualdad", se pretende estimular la iniciativa individual e incluso una forma sana de entender la vanidad (la admiración por parte de los demás), pero siempre asociada a esos valores de cooperación y solidaridad. No se pretende idealizar a la humanidad ni homogeneizarla, sino potenciar sus mejores valores, dicho de una manera simplista, al menos que la sociedad no haga a los hombres peores de lo que son. Reconocer la pluralidad de la especie humana y sus diferentes pasiones forma parte de ese proceso en el que la educación inicia el acercamiento entre la ética y la política.
Si el panorama social, a comienzos del siglo XXI, sigue siendo bastante desalentador, el sistema educativo no es más que una pieza más, importante pero no única. Es decir, las evidentes carencias de la educación no pueden encubrir una realidad socioeconómica, moral e intelectual de lo más triste. La dificultad cada vez mayor para que existan individuos autónomos, conscientes del potencial de su personalidad y con sus plenas facultades críticas es un reflejo del mundo que hemos construido (o que nos han impuesto). Sin embargo, no hay que desalentarse, si cobramos conciencia de esta situación es posible cambiar el rumbo de las cosas, en mayor o en menor medida. Frente a todo suerte de clichés sobre lo utópico o abstracto de las ideas libertarias, hay que confiar en su permanente revisión y en su sentido transformador. Si algo fueron en gran medida los anarquistas del pasado, fueron hombres adelantados a su tiempo en tantas cosas. A pesar de la doble moral y la profunda irracionalidad que sufrimos en la actualidad, algunas de las cosas buenas que tenemos tienen mucho que ver con las ideas libertarias, las cuales han tenido siempre relación con las corrientes pedagógicas más avanzadas. Por ejemplo, aunque ciertas religiones pretendan arrogarse conceptos como la dignidad personal o la conciencia individual y acaparar la educación al respecto, hay que reclamar que esos valores son muy amplios, deben adquirir pleno sentido en la práctica y pertenecen al conjunto de la humanidad. No se trata de formar hombres cristianos ni anarquistas, sino personas libres, responsables y solidarias, sin forma autoritaria alguna.
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