A mediados del siglo XIX, las ideas libertarias ganaron mucha simpatía en el ambiente académico e intelectual, si bien seguramente más por rechazo a la reacción y a una burguesía sin apenas valores (la cual había traicionado incluso todosu apoyo a la individualidad), que por un claro compromiso político. No fueron pocos los escritores y artistas que se adscribieron al anarquismo o que mostraron, al menos, su simpatía por esas ideas. En 1890 en París, se prepararon algunas comunicaciones por parte de exponentes del anarquismo internacional, para un Congreso prohibido finalmente por las autoridades, con el fin de insistir en la necesidad de "una enseñanza racional, integral, mixta y libertaria", lo cual suponía abandonar los rasgos de la oficialidad educativa que conducía a la desilusión, la hipocresía y la mistificación. Esos principios se encontrarán en 1898, en el Manifiesto para la libertad de enseñanza difundido a nivel internacional, a cargo de un grupo formado por gente como Tolstoi, Kropotkin, Reclus, Grave y Michel; el objetivo era denunciar el autoritarismo, el cual inculca una serie de dogmas en el niño cuando está más indefenso, generándole una pesada carga de prejuicios que le será posteriormente muy difícil abandonar. El Estado y la Iglesia, unidos o por separado, junto a la labor de padres y maestros, imponen una pedagogía que busca legitimar las instituciones, que el niño acepte y admire a los poderosos. Una enseñanza que tenga en cuenta la libertad, solo puede rechazar toda imposición, buscar la formación integral, física e intelectual, y basarse en el método científico y no en el dogma. 25 años más tardes, en la Encyclopédie anarchiste, se ofrece ya una síntesis de los principios de la pedagogía libertaria. La formación del ser humano se contempla desde una perspectiva científica y sociológica, según un fin eminentemente político que conlleva la transformación radical de la sociedad. La tarea del maestro sería perfeccionar al alumno como individuo y miembro de la comunidad, teniendo en cuenta los factores hereditarios y ambientales, sin discriminación de clase social o de sexo, con el fin de prepararlo para asumir en la vida el rol que desee y más convenga a sus inclinaciones, siempre respetando el juicio libre del educando.
La Encyclopédie Anarchiste (París, Librairie Sociale Internationale, 1926-1935) dedica numerosos párrafos a la escuela y a la educación, uno de sus pasajes, a propósito de lo mencionado anteriormente, dice: "Esto significa respeto a la personalidad, rechazo a formar creyentes de una religión, ciudadanos de un Estado, doctrinarios de un partido: de esto se deduce que nuestro ideal no es el de encauzar a los alumnos según un modelo establecido, sino el ayudar al desarrollo de cualquier tipo de individualidad infantil teniendo en cuenta sus intereses y sus capacidades". El educador no dejará al alumno a su propia suerte y caprichos, sino que le encauzará respetando su desarrollo sicológico, superando las malas tendencias y adquiriendo los conocimientos necesarios para actuar y juzgar de forma autónoma. Los objetivos de la educación serán individualidades libres, pero sociables, formadas en el apoyo mutuo y en hacer frente a las numerosas injusticias que sufre la humanidad. Aquí, se hace una reivindicación clara de personas educadas para transformar la sociedad, algo impensable en otras corrientes educativas que solo buscan legitimar el sistema, aunque hay que dejar claro el alejamiento de todo doctrinarismo. La formación en valores humanos obliga a la mejora permanente de todo aquello que supone injusticia, nunca el acomodo a una situación ni la doble moral. La confianza que, a finales del siglo XIX, tenía el anarquismo en la formación científica, en el positivismo, iba mucho más lejos que el fundamento burgués. Al respecto, es muy significativa la simpatía por un autor como Spencer, apreciado por sus ideas individualistas y antiestatales. Esa confianza en la ciencia se aprecia en numerosos autores y experiencias educativas libertarias de la época.
Uno de esos autores, otro que nunca se llamó a sí mismo anarquista y, sin embargo, su aportación a las ideas libertarias es evidente gracias a sus ensayos de diferentes disciplinas, es Jean-Marie Guyau. Entre sus ideas, destaca la de que el arte, como superación de la individualidad en la sociedad, declina si pierde su dimensión social. También el hecho de que la moral, que ya Spencer había desprendido de todo carácter sobrenatural y le había otorgado su dimensión social, consiste en la aplicación y determinación de los medios más apropiados para que el individuo se desarrolle en aras de una convivencia pacífica y fecunda. Ello se consigue más eficazmente sin coacción, buscando encauzar las tendencias más altruistas y benefactoras del ser humano. Guyau es claramente contrario a toda organización social autoritaria, a toda instancia exterior que pretenda fijar el destino del individuo otorgándole cierta cantidad de bienestar y felicidad, lo cual supone desprenderle de ideales y esperanzas. Por ello, Guyau apuesta por un socialismo en grupos pequeños, los únicos capaces de hacer progresar al individuo, tanto económicamente, como espiritualmente. En el ensayo Education et hèreditè, publicado después de su muerte, Guyau quería conciliar el posibilismo, el cual observa al hombre condicionado por factores naturales y ambientales, con el principio que coloca la libertad como elemento primordial de la acción educativa; el objetivo es favorecer la adaptación no pasiva, sino activa, de individuos en circunstancias que van mutando permanentemente. Se pretende neutralizar y corregir los hábitos negativos, innatos o adquiridos, y potenciar los positivos, en especial aquellos útiles a la sociedad. Guyau observa la naturaleza humana como esencialmente buena, y aunque nuestro optimismo no pueda ser tan pronunciado al día de hoy, su visión educativa es enormemente válida. En la tradición libertaria están las ideas de Guyau de que el maestro sugestione a las conciencias en aras de su perfección, el rechazo a todo medio coercitvo y el deseo, no simplemente de equipar mentes, sino de formar juicios autónomos y personales.
Entre las obras de otro autor como James Guillaume, no pocas hablan de las instituciones educativas. Según su visión, solo una revolución preparada para una larga evolución puede substituir el marco burgués por una nueva organización social fundada en pequeñas federaciones locales de productores, capaces de autogestionar todos los servicios públicos (entre los que se icluyen las escuelas). La colectividad tiene el deber de proteger al niño, el cual no pertenece a nadie, y de asegurarle su libre desarrollo en la edad en que no pueda valerse por sí mismo. Por supuesto, este principio no acaba con la familia, sino que la mejora, limita la autoridad paterna y asegura una comunidad de iguales. Todos los críos, sin limitaciones, tienen derecho a una formación integral, en la que se desarrollen armónicamente las facultades físicas y espirituales, para lo cual no se necesita una casta de maestros, sino todo aquel que posea alguna ciencia o arte y esté capacitado para comunicarla. El criterio principal de la educación será el de buscar lo antes posible la autodeterminación, rechazando todo autoritarismo, sin que ello suponga satisfacer los caprichos del educando ni tratarle sin más como un adulto. Según Guillaume, el primer grado de instrucción será de los 5 a los 12 años, en el que se buscará la mayor espontaneidad en el ejercicio de los sentidos y de la cultura del espíritu; todo lo contrario que en el sistema establecido, en el que un pedagogo dirige arbitrariamente la escuela y los chavales suspiran pensando en juegos y en libertad. Los adolescentes, de 13 a 15 años, se incluirán en los diferentes grupos de producción para que puedan ir eligiendo su ocupación favorita, teniendo en cuanta que nadie puede eximirse de un trabajo físico. Como Guillaume supo valorar la imposibilidad de realizar la revolución, reorganizando la sociedad en poco tiempo y de forma perfecta, apostó para que cada uno haga lo mejor que pueda la tarea educativa, preparando a las nuevas generaciones para una sociedad más justa y más humana.
La Encyclopédie Anarchiste (París, Librairie Sociale Internationale, 1926-1935) dedica numerosos párrafos a la escuela y a la educación, uno de sus pasajes, a propósito de lo mencionado anteriormente, dice: "Esto significa respeto a la personalidad, rechazo a formar creyentes de una religión, ciudadanos de un Estado, doctrinarios de un partido: de esto se deduce que nuestro ideal no es el de encauzar a los alumnos según un modelo establecido, sino el ayudar al desarrollo de cualquier tipo de individualidad infantil teniendo en cuenta sus intereses y sus capacidades". El educador no dejará al alumno a su propia suerte y caprichos, sino que le encauzará respetando su desarrollo sicológico, superando las malas tendencias y adquiriendo los conocimientos necesarios para actuar y juzgar de forma autónoma. Los objetivos de la educación serán individualidades libres, pero sociables, formadas en el apoyo mutuo y en hacer frente a las numerosas injusticias que sufre la humanidad. Aquí, se hace una reivindicación clara de personas educadas para transformar la sociedad, algo impensable en otras corrientes educativas que solo buscan legitimar el sistema, aunque hay que dejar claro el alejamiento de todo doctrinarismo. La formación en valores humanos obliga a la mejora permanente de todo aquello que supone injusticia, nunca el acomodo a una situación ni la doble moral. La confianza que, a finales del siglo XIX, tenía el anarquismo en la formación científica, en el positivismo, iba mucho más lejos que el fundamento burgués. Al respecto, es muy significativa la simpatía por un autor como Spencer, apreciado por sus ideas individualistas y antiestatales. Esa confianza en la ciencia se aprecia en numerosos autores y experiencias educativas libertarias de la época.
Uno de esos autores, otro que nunca se llamó a sí mismo anarquista y, sin embargo, su aportación a las ideas libertarias es evidente gracias a sus ensayos de diferentes disciplinas, es Jean-Marie Guyau. Entre sus ideas, destaca la de que el arte, como superación de la individualidad en la sociedad, declina si pierde su dimensión social. También el hecho de que la moral, que ya Spencer había desprendido de todo carácter sobrenatural y le había otorgado su dimensión social, consiste en la aplicación y determinación de los medios más apropiados para que el individuo se desarrolle en aras de una convivencia pacífica y fecunda. Ello se consigue más eficazmente sin coacción, buscando encauzar las tendencias más altruistas y benefactoras del ser humano. Guyau es claramente contrario a toda organización social autoritaria, a toda instancia exterior que pretenda fijar el destino del individuo otorgándole cierta cantidad de bienestar y felicidad, lo cual supone desprenderle de ideales y esperanzas. Por ello, Guyau apuesta por un socialismo en grupos pequeños, los únicos capaces de hacer progresar al individuo, tanto económicamente, como espiritualmente. En el ensayo Education et hèreditè, publicado después de su muerte, Guyau quería conciliar el posibilismo, el cual observa al hombre condicionado por factores naturales y ambientales, con el principio que coloca la libertad como elemento primordial de la acción educativa; el objetivo es favorecer la adaptación no pasiva, sino activa, de individuos en circunstancias que van mutando permanentemente. Se pretende neutralizar y corregir los hábitos negativos, innatos o adquiridos, y potenciar los positivos, en especial aquellos útiles a la sociedad. Guyau observa la naturaleza humana como esencialmente buena, y aunque nuestro optimismo no pueda ser tan pronunciado al día de hoy, su visión educativa es enormemente válida. En la tradición libertaria están las ideas de Guyau de que el maestro sugestione a las conciencias en aras de su perfección, el rechazo a todo medio coercitvo y el deseo, no simplemente de equipar mentes, sino de formar juicios autónomos y personales.
Entre las obras de otro autor como James Guillaume, no pocas hablan de las instituciones educativas. Según su visión, solo una revolución preparada para una larga evolución puede substituir el marco burgués por una nueva organización social fundada en pequeñas federaciones locales de productores, capaces de autogestionar todos los servicios públicos (entre los que se icluyen las escuelas). La colectividad tiene el deber de proteger al niño, el cual no pertenece a nadie, y de asegurarle su libre desarrollo en la edad en que no pueda valerse por sí mismo. Por supuesto, este principio no acaba con la familia, sino que la mejora, limita la autoridad paterna y asegura una comunidad de iguales. Todos los críos, sin limitaciones, tienen derecho a una formación integral, en la que se desarrollen armónicamente las facultades físicas y espirituales, para lo cual no se necesita una casta de maestros, sino todo aquel que posea alguna ciencia o arte y esté capacitado para comunicarla. El criterio principal de la educación será el de buscar lo antes posible la autodeterminación, rechazando todo autoritarismo, sin que ello suponga satisfacer los caprichos del educando ni tratarle sin más como un adulto. Según Guillaume, el primer grado de instrucción será de los 5 a los 12 años, en el que se buscará la mayor espontaneidad en el ejercicio de los sentidos y de la cultura del espíritu; todo lo contrario que en el sistema establecido, en el que un pedagogo dirige arbitrariamente la escuela y los chavales suspiran pensando en juegos y en libertad. Los adolescentes, de 13 a 15 años, se incluirán en los diferentes grupos de producción para que puedan ir eligiendo su ocupación favorita, teniendo en cuanta que nadie puede eximirse de un trabajo físico. Como Guillaume supo valorar la imposibilidad de realizar la revolución, reorganizando la sociedad en poco tiempo y de forma perfecta, apostó para que cada uno haga lo mejor que pueda la tarea educativa, preparando a las nuevas generaciones para una sociedad más justa y más humana.
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