El liberalismo es, al menos al día de hoy, una teoría política primordial para la democracia representativa. Según esta idea, el individuo es libre y soberano para elegir entre una serie de opciones en unas elecciones democráticas. También, entre las libertades que preconiza el liberalismo, está la presunta libertad para buscar su beneficio personal. La cultura norteamericana, puede decirse, es la exacerbación de esta visión heroica y abnegada del individuo en buscar de una determinada meta. Sin embargo, no es demasiado complicado desmontar esta visión de un individuo autónomo, que no depende de un vínculo social, ni a nivel privado ni a nivel comunitario. No está nunca demás insistir en esta visión falaz del liberalismo, cuyos postulados son meramente negativos; es decir, autonomía e independencia son conceptos que no adquieren un sentido pleno ni positivo si no los vinculamos a lo social. El individuo solo puede realizarse aceptando su condición de "animal social", no independizándose de la sociedad, ya que necesita el apoyo y la solidaridad de la comunidad. Las más nobles aspiraciones son, tanto individuales, como sociales, y solo el individuo plenamente desarrollado puede comprender esto. Incluso, a pesar de lo que sostenga el liberalismo, las etapas de mayor atomización pueden coincidir con un mayor poder del Estado y de otras instancias a las que el individuo se subordina. En las sociedad contemporánea, desgraciadamente, el ciudadano se ve reducido a su condición de votante y de contribuyente; tanto el Estado, como el sistema capitalista, promueve la infantilización, perpetúan la dependencia y las subordinación (aunque esa intención adopte la forma de tutela en tantas ocasiones). En este contexto, potenciado por una sociedad de consumo que nos empuja a acumular bienes de manera irracional, nos convertimos en extremadamente vulnerables a la manipulación por parte de personas y de instituciones. Elegir a un candidato a un puesto, tal y como elegimos un producto en el mercado, debe ser substituido por una vida política activa con un compromiso claro con los asuntos que nos afectan. Por lo tanto, hay que trabajar para desmontar esa mistificación de un individuo autónomo y autodeterminado desprendido de todo nexo social.
Nuestra capacidad de razonar, la dependencia mutua que tenemos con otras personas y la necesidad de la solidaridad deberían ayudar a una existencia más activa y a la creación de un nuevo ámbito político libertario. El Estado, el capitalismo y la jerarquía social pueden ser substituidos por las instituciones cooperativos adecuadas. Esta perspectiva, por ejemplo para Murray Bookchin y su idea del municipalismo libertario, pero también en mi opinión desde cualquier perspectiva ácrata (un socialismo descentralizado, una autogestión de lo social), se realiza desde el ámbito de lo local. Una nueva sociedad requiere de un nuevo carácter social e individual, nada de votantes y contribuyentes pasivos. Nuevas potencias del carácter, virtudes cívicas y compromisos pueden desarrollarse en un nuevo contexto. Entre todo ello, otorgar un campo más extenso para la razón y para la solidaridad (compromiso con el bien público) es primordial. El esfuerzo y la responsabilidad compartidos de todos los miembros de la comunidad es lo que hace a ésta posible. Tantas veces, se ha cuestionado la capacidad de los ciudadanos para gestionar con sentido común de manera directa, pero precisamente en potenciar la razón, algo tan cuestionado en la posmodernidad, estriba la cuestión. Para un debate constructivo, es necesaria la razón, precisamente para superar todo partidismo y prejuicio, para demostrar la superioridad de una sociedad cooperativa frente a otra competitiva en la que las personas están atomizadas. Esta visión socialista no elimina la posibilidad de una vida personal enriquecedora, todo la contrario, promueve un mayor sentido en las relaciones humanas. De hecho, debemos analizar siempre qué relación tenemos con las personas de nuestro entorno, y acabaremos descubriendo el miedo y la desconfianza que prevalecen sobre cualquier otro factor. Al compartir proyectos, las personas desarrollamos nuevos vínculos solidarios y responsabilidades conjuntas, podemos ganarnos la confianza de los demás y dar lugar a nuevas situaciones. En definitiva, individualidad y comunidad pueden reforzarse y alimentarse mutuamente desde una perspectiva libertaria. Observar el compromiso y la vida activa, no como una pesada carga, sino como una forma de realización es la base para este nuevo contexto social.
La mentalidad estatal, es decir conservadora, considerará siempre al ciudadano como un crío incompetente y escasamente razonable. Con las adecuadas experiencias y preparación, los ciudadanos puede adoptar posiciones razonables y constructivas. Solo hace falta desprenderse de prejuicios y tener la paciencia necesaria y fortaleza de carácter. La política puede pasar de la clase dirigente, de la profesionalización, a la gente de la calle. Precisamente, el grado de maduración de los ciudadanos es lo que puede alcanzar un compromiso político no profesional, sin subordinaciones a jerarquía alguna. Esa actitud de las personas para autogestionar la sociedad no brota de la noche a la mañana, puede ser resultado de una preparación cuidadosa, un formación cultural y personal propia de una nueva situación. Los antiguos atenienses, denominaban a esta educación paideia, el cultivo apropiado de las cualidades cívicas y éticas necesarias para la ciudadanía. Esa educación puede estar dirigida también a una identificación con la comunidad y hacia una responsabilidad con ella, hacia la participación asamblearia de manera racional, tolerante y creativa. Esta formación de ciudadanos se produce también en la participación política, la mejor escuela es sin duda una nueva sociedad cooperativa y participativa, integrada por individuos responsables. Es una tarea inmensa, que no pasa por un mero compromiso político, ya que el ser humano necesita tantas veces respuestas vitales inmediatas. Es necesario, como he dicho antes, mucha paciencia y carácter para lograr resultados y transformar la sociedad. Desgraciadamente, muchas personas reducen su conceptos de la política al arte de gobernar, al Estado, y no son capaces de encontrar una alternativa clara al sistema económico. Sin embargo, a medida que vayamos encontrando nuestras propias respuestas, gracias a tratar de escapar de toda subordinación y a construir más ámbitos de debate y más vías solidarias y participativas, es posible que se vayan cimentando las bases de un nuevo contexto libertario.
Nuestra capacidad de razonar, la dependencia mutua que tenemos con otras personas y la necesidad de la solidaridad deberían ayudar a una existencia más activa y a la creación de un nuevo ámbito político libertario. El Estado, el capitalismo y la jerarquía social pueden ser substituidos por las instituciones cooperativos adecuadas. Esta perspectiva, por ejemplo para Murray Bookchin y su idea del municipalismo libertario, pero también en mi opinión desde cualquier perspectiva ácrata (un socialismo descentralizado, una autogestión de lo social), se realiza desde el ámbito de lo local. Una nueva sociedad requiere de un nuevo carácter social e individual, nada de votantes y contribuyentes pasivos. Nuevas potencias del carácter, virtudes cívicas y compromisos pueden desarrollarse en un nuevo contexto. Entre todo ello, otorgar un campo más extenso para la razón y para la solidaridad (compromiso con el bien público) es primordial. El esfuerzo y la responsabilidad compartidos de todos los miembros de la comunidad es lo que hace a ésta posible. Tantas veces, se ha cuestionado la capacidad de los ciudadanos para gestionar con sentido común de manera directa, pero precisamente en potenciar la razón, algo tan cuestionado en la posmodernidad, estriba la cuestión. Para un debate constructivo, es necesaria la razón, precisamente para superar todo partidismo y prejuicio, para demostrar la superioridad de una sociedad cooperativa frente a otra competitiva en la que las personas están atomizadas. Esta visión socialista no elimina la posibilidad de una vida personal enriquecedora, todo la contrario, promueve un mayor sentido en las relaciones humanas. De hecho, debemos analizar siempre qué relación tenemos con las personas de nuestro entorno, y acabaremos descubriendo el miedo y la desconfianza que prevalecen sobre cualquier otro factor. Al compartir proyectos, las personas desarrollamos nuevos vínculos solidarios y responsabilidades conjuntas, podemos ganarnos la confianza de los demás y dar lugar a nuevas situaciones. En definitiva, individualidad y comunidad pueden reforzarse y alimentarse mutuamente desde una perspectiva libertaria. Observar el compromiso y la vida activa, no como una pesada carga, sino como una forma de realización es la base para este nuevo contexto social.
La mentalidad estatal, es decir conservadora, considerará siempre al ciudadano como un crío incompetente y escasamente razonable. Con las adecuadas experiencias y preparación, los ciudadanos puede adoptar posiciones razonables y constructivas. Solo hace falta desprenderse de prejuicios y tener la paciencia necesaria y fortaleza de carácter. La política puede pasar de la clase dirigente, de la profesionalización, a la gente de la calle. Precisamente, el grado de maduración de los ciudadanos es lo que puede alcanzar un compromiso político no profesional, sin subordinaciones a jerarquía alguna. Esa actitud de las personas para autogestionar la sociedad no brota de la noche a la mañana, puede ser resultado de una preparación cuidadosa, un formación cultural y personal propia de una nueva situación. Los antiguos atenienses, denominaban a esta educación paideia, el cultivo apropiado de las cualidades cívicas y éticas necesarias para la ciudadanía. Esa educación puede estar dirigida también a una identificación con la comunidad y hacia una responsabilidad con ella, hacia la participación asamblearia de manera racional, tolerante y creativa. Esta formación de ciudadanos se produce también en la participación política, la mejor escuela es sin duda una nueva sociedad cooperativa y participativa, integrada por individuos responsables. Es una tarea inmensa, que no pasa por un mero compromiso político, ya que el ser humano necesita tantas veces respuestas vitales inmediatas. Es necesario, como he dicho antes, mucha paciencia y carácter para lograr resultados y transformar la sociedad. Desgraciadamente, muchas personas reducen su conceptos de la política al arte de gobernar, al Estado, y no son capaces de encontrar una alternativa clara al sistema económico. Sin embargo, a medida que vayamos encontrando nuestras propias respuestas, gracias a tratar de escapar de toda subordinación y a construir más ámbitos de debate y más vías solidarias y participativas, es posible que se vayan cimentando las bases de un nuevo contexto libertario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario