viernes, 26 de agosto de 2011

La moralidad apartada de la religión

Aunque parezca algo increíble a estas alturas, todavía hay mucha gente que cree que necesitamos la religión (y no hablo solo de los creyentes) para tener alguna concepción de la moralidad. Sin pretender ser categórico, me da la impresión que suele ser al contrario, la creencia religiosa suele ir acompañada de una profunda intolerancia hacia lo que le es ajeno. En cualquier caso, como lo más importante, hay que concluir que las consideraciones morales no suelen tener mucho que ver con la religión ni, y esto es lo más importante, no proceden de ningún factor sobrenatural.


Richard Dawkins, en El espejismo de Dios, menciona varias obras como fuente al afirmar que nuestro sentido de lo correcto y de lo incorrecto podría derivar de nuestro pasado darwinista. A primera vista, esto pueda parecer dificultoso, el tratar de comprender sentimientos como la compasión desde el punto de vista de la selección natural. El darwinismo explica que la unidad en la jerarquía de la vida que sobrevive y supera el filtro de la selección natural tiende a ser egoísta. Esa unidad de selección natural no es el organismo, ni el grupo o la especie, es lo que Dawkins llama el "gen egoísta", la única entidad que resulta adecuada al adoptar la forma de información y sobrevivir, o no, durante muchas generaciones.


Los genes, para asegurar su propia supervivencia, influyen sobre los organismos individuales. Existen circunstancias en las que los genes promueven comportamientos altruistas en los individuos, como es el caso del cuidado de los parientes cercanos. Este caso, al que puede denominarse "altruismo familiar", es uno de ellos; otro más extenso, parece cercano al "apoyo mutuo" de Kropotkin (no mencionado, sorprendentemente, por Dawkins). Se trata del "altruismo recíproco", y se menciona a Robert Trivers como el introductor en la biología evolutiva, y recibe el nombre de "simbiosis" cuando hablamos de especies diferentes: la asimetría en las necesidades y capacidades origina un trato (en la naturaleza y en las sociedades humanas). Insisto, la teoría de Trivers parece una puesta al día de una tradición que se remonta a Kropotkin, según la cual los individuos, de igual o diferente especie, se ayudan unos a otros porque así consiguen beneficios a largo plazo. La selección natural favorece los genes que predisponen a los individuos, en los casos de la mencionada asimetría natural, para otorgar cuando son capaces y para pedir cuando no lo son. Del mismo modo, también favorecen las tendencias a recordar obligaciones, a generar resentimientos, a procurar el orden en las relaciones de intercambio y a castigar a los tramposos que toman pero no dan en su turno.


Por lo tanto, en el mundo darwinista existen el parentesco y la reciprocidad como pilares similares del altruismo, aunque se dan otras estructuras secundarias. Especialmente en la sociedad humana, existen la reputación, buena o mala de un individuo, y el poder del lenguaje. Los biólogos reconocen el valor en la supervivencia de, no solo de ser bueno, sino de tener una buena reputación al respecto. Otros expertos mencionan un cuarto factor altruista en la evolución, que consiste en ganar publicidad favorable gracias a una dosis adicional de comportamiento generoso (generosidad conspicua). Desde la Prehistoria, es posible que el modo de vida de los humanos haya favorecido el desarrollo de estos cuatros factores altruistas: el entorno familiar, la extensión hacia otros individuos no parientes, la búsqueda de una buena reputación y la llamada generosidad conspicua. Por ejemplo, aunque no siempre la realidad de la sociedad actual favorezca esa visión debido a otros factores, es fácil ver como hombre primitivo  a aquel que solo favorece a su familia y se muestra hostil hacia los extraños.


No obstante, hay que aclarar algo sobre la selección natural. Ésta, no favorece la evolución de una conciencia cognitiva sobre la moralidad para nuestros genes, sino la de una regla general, la cual funciona en la práctica para promocionar a los genes que la han generado. Los impulsos producto de la presión darwinista, como puede ser la procreación como razón para el deseo sexual, son independientes de este mismo deseo. Es decir, el conocimiento de una planificación familiar no reduce en absoluto la fuerza del impulso del deseo sexual. Eso mismo puede ocurrir cuando hablamos de impulsos como la amabilidad, el altruismo o la empatía, los cuales podrían manifestarse primariamente en el cerebro solo hacia la familia cercana, pero que pueden extenderse como regla general. Estos impulsos, que acaban trasngrediendo la lógica de la selección natural, pueden considerarse "errores" en el darwinismo (algo que se menciona científicamente, sin ninguna intención peyorativa), pero son grandes y preciosos "errores" que nos hacen humanos. Hay que tener siempre en cuenta que estas reglas de la evolución (ya sean altruistas o beligerantes), que nos siguen influyendo hoy en día, son filtradas a través de la influencia de la llamada civilización, con sus tradiciones, leyes o costumbres (entre las que se encuentra, por supuesto, solo como una más, la religión).

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